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Memorias “En el Transcurso del Siglo” primer tomo2

    I N D I C E

    

    

    CAPITULO IV. EN BUSCA DE UN NUEVO CAMINO (Mayo a diciembre de 1930) 1

    1. El pastor Son Jong Do 1

    2. Primavera rigurosa 15

    3. Conferencia de Kalun 32

    4. Primera organización del Partido-Asociación de Camaradas Konsol 49

    5. Ejército Revolucionario de Corea 65

    6. Kim Hyok, poeta de la revolución 87

    7. Verano de 1930 101

    8. Cruzando el río Tuman 121

    9. Transformación revolucionaria de la “aldea ideal” 138

    10. Hombres inolvidables 160

    

    CAPITULO V. EL PUEBLO ARMADO (Enero de 1931 - abril de 1932) 177

    1. Territorio martirizado 177

    2. Incidente del 18 de Septiembre 195

    3. Armas contra armas 209

    4. Preparativos para la lucha sangrienta 232

    5. Nuevas fuerzas armadas 252

    

    CAPITULO VI. AÑO DE PRUEBAS (Mayo de 1932-febrero de 1933) 278

    1. Hacia Manchuria del Sur 278

    2. La última imagen 295

    3. Alegría y tristeza 310

    4. ¿Es imposible la cooperación? 325

    5. Con el ideal de la unidad 345

    6. Junto con el Ejército de salvación nacional 363

    7. Xiaoshahe en otoño 377

    8. En la meseta Luozigou 390

    

    

    

    

    

    

    CAPITULO IV. EN BUSCA DE UN NUEVO CAMINO

    (Mayo a diciembre de 1930)

    

    

    1. El pastor Son Jong Do

    

    

    Me pusieron en libertad cuando la situación en Manchuria era sumamente difícil.

    En las calles de Jilin se respiraba una tensa atmósfera que recordaba un estado de sitio, como en el otoño de 1929, cuando toda la ciudad estuvo patas arriba, con motivo del incidente del círculo de lectura antijaponesa. En las encrucijadas y en las cercanías de los edificios gubernamentales, los gendarmes de la administración militar cacheaban a todos los transeúntes. Se veía, aquí y allá, a soldados y policías, registrando casas, con los fusiles listos.

    A causa del lineamiento izquierdista de Li Lisan, toda Manchuria atravesaba por una situación muy dolorosa, en un ambiente más que tenebroso. Había sido el escenario de la rebelión del 30 de mayo.

    Los historiadores de nuestro país la denominan así, pero los chinos la llaman “lucha roja de mayo” porque la revuelta se inició con motivo del quinto aniversario de la masacre perpetrada el 30 de mayo en Shanghai y llegó a su apogeo en esa fecha.

    Li Lisan, quien entonces dirigía el Partido Comunista de China, indicó a todas sus filas poner en huelga a los tres sectores: obreros, estudiantes y ciudadanos, a lo largo y ancho del país, para conmemorar la heroica lucha de los habitantes de Shanghai en mayo de 1925 y, a la vez, crear guerrillas de tipo soviético, mediante luchas insurreccionales.

    Las organizaciones revolucionarias subordinadas al comité pro-

    vincial del partido en Manchuria, movilizaron a las masas en mítines combativos y desataron rebeliones en todas partes, bajo la consigna “lograr la victoria primero en una provincia o en varias”, lanzada por Li Lisan. En las ciudades y aldeas de Manchuria del Este aparecieron volantes y proclamas que llamaban a la insurrección.

    Con el inicio de la rebelión del 30 de mayo, se intensificó más que nunca el ataque de los enemigos contra los comunistas.

    La marea se estaba acercando a Jilin.

    Después de excarcelado, visité primero la casa del pastor Son Jong Do, en la calle Niumaxiang. Sus familiares me habían llevado comida y ropas, sin cansarse, durante los siete meses de mi reclusión. Quería agradecerlo antes de partir de Jilin.

    El pastor me recibió con mucha alegría, como hijo propio.

    —Estábamos muy angustiados pensando que los militaristas te entregarían a los japoneses. Por fortuna, te pusieron en libertad, sin sentenciarte.

    —Gracias a su eficaz intervención, no fue muy pesada mi vida carcelaria. Supe que usted sobornó con una fuerte suma a los carceleros. No sé cómo podré corresponder a su ayuda. No la olvidaré en toda la vida.

    El realizaba los preparativos para mudarse al interior de China. Le pregunté por qué quería abandonar Jilin, tan de repente.

    Suspirando y sonriendo con amargura, me dijo:

    —Hasta Zhang Zuoxiang perdió su influencia. Ya no existe en Jilin una fuerza que pueda protegernos y ayudarnos. Si él no colabora con los coreanos, para nosotros será muy difícil cuando vengan las tropas japonesas. Pensé que con la fusión de las tres juntas, el movimiento independentista avanzaría con el ímpetu de un caballo alado, pero en realidad no sucedió así. Las riñas internas no nos dejaron tranquilos ni un día. Así que no quiero vivir más en este lugar.

    En el interior de China existían personalidades con quienes había trabado amistad cuando ejercía, primero como vicepresidente y después como presidente del consejo legislativo del Gobierno Provisional en Shanghai1, y tenía amigos de la época del cuerpo Hungsa. Pienso que Son Jong Do decidió trasladarse allí, para restablecer esas relaciones y trabajar con mayor dedicación por el movimiento independentista.

    El pastor me preguntó qué iba a hacer yo, pues el imperialismo japonés lanzaría una agresión sobre Manchuria, de un momento a otro.

    —Organizaré una nutrida hueste y me enfrentaré a los imperialistas nipones. No hay otro camino para mí.

    Son Jong Do me miró asombrado:

    —¿Quieres hacerle frente a Japón, con las armas?

    —Sí, no existe otro camino.

    —Ten en cuenta que Japón es una de las cinco potencias en el mundo. Ante sus armas modernas se desinflaron los voluntarios y el Ejército independentista. Mas, una vez tomada esa decisión, actúa en grande.

    Paseé la mirada por el interior de la casa del pastor. Me pareció algo desordenado y adusto, con respecto a los primeros meses de mi estancia en Jilin, lo cual me entristeció. Antes sonaba el tocadiscos y se oían voces entusiastas de los independentistas que discutían sobre temas actuales. Se veían respetuosas figuras de religiosos que venían a ver al pastor, y se dejaba oir la melancólica melodía de “No soples, viento” que cantaban miembros de la Asociación de Niños.

    Todo eso desapareció sin dejar rastros. Los que visitaban con frecuencia al pastor, partieron a Liuhe, Xingjing, Shanghai y Beijing, y guardaba silencio el tocadiscos, que había emitido las nostálgicas notas de “Ruinas del palacio real” y “Peregrino”.

    El pastor Son Jong Do estuvo también durante algún tiempo en Beijing, donde se desenvolvía Sin Chae Ho, renombrado historiador y literato, con quien compartió un mismo propósito en los primeros tiempos del Gobierno Provisional en Shanghai. Tenía allí a otros muchos camaradas.

    Cuando llegó a Beijing, Sin Chae Ho estaba en la cárcel de Lü-shun. Lo habían detenido al desembarcar en Taiwán, para resolver un asunto con la Alianza del Oriente. Beijing, sin Sin Chae Ho, le pareció la mar de solitaria y hosca. Tan fuerte amistad unía a ambos.

    Sin Chae Ho empleó mucho tiempo y pasión en la redacción de la historia de Corea, para dar a conocer a las jóvenes generaciones las largas tradiciones patrióticas y la brillante cultura de nuestra nación e inculcarles patriotismo. Por un tiempo, estuvo dedicado con entusiasmo a la prensa, para ilustrar al pueblo. “Haejosinmun” fue un periódico de gran popularidad que editó en el destierro, en Vladivostok. A veces, Pak So Sim le enviaba artículos, porque el nombre de su patrocinador, era ampliamente conocido en sociedades de compatriotas y muchos admiraban su personalidad y sus escritos.

    Sin Chae Ho fue partidario del lineamiento de la resistencia armada. Consideró irreales y peligrosos el planteamiento de Syngman Rhee2 sobre la diplomacia y el de An Chang Ho sobre la preparación. Sostuvo que los 20 millones de habitantes, unidos en un solo cuerpo, debían ir por el camino de la violencia y la subversión, dado que en el enfrentamiento entre el pueblo coreano y los bandidos nipones, una de las dos partes debía sucumbir.

    Cuando algunas personalidades presentaron a Syngman Rhee como jefe del Gobierno Provisional en Shanghai, Sin Chae Ho se indignó y se le opuso de frente, porque no le había gustado nunca su prédica sobre el fideicomiso y la autonomía.

    “Syngman Rhee es más traidor que Ri Wan Yong. Si éste vendió un país real, el otro trata de hacerlo con uno perdido”, declaró cuando se creaba el Gobierno Provisional en Shanghai. Lo criticó duramente también en “La declaración de la revolución coreana”, que publicara después de separarse de dicho gobierno.

    Recordando aquel tiempo, Son Jong Do decía a veces:

    —Sin Chae Ho tenía un temperamento tan agudo como una navaja, y su argumento era tan firme como el acero. Al oirle condenar a Syngman Rhee diciendo que era más traidor que Ri Wan Yong, no cabía en mí de satisfacción. Sus palabras representaban la opinión pública. Los dos alimentábamos idénticos sentimientos. Por eso, junto a él, rompí con el Gobierno Provisional.

    A la luz de estas manifestaciones sería posible apreciar el criterio político de Son Jong Do. Calificó de ilusorio tanto el fideicomiso, como la autonomía. En cuanto a la teoría de An Chang Ho sobre el aumento de la capacidad práctica, asumió una actitud de duda y, en lo que respecta a nuestro argumento sobre la resistencia de todo el pueblo, es decir, el de alcanzar la independencia del país con la movilización de toda la nación en la lucha, expresó su total apoyo. Esta posición radical le hizo percatarse de la necesidad de renunciar al cargo de ministro en el Gobierno Provisional en Shanghai, cuyo jefe era Syngman Rhee, hombre ambicioso y servil a las grandes potencias, y, al fin, tomar la decisión de romper con él y cambiar el escenario de sus actividades a Jilin.

    Aquí estableció relaciones con personalidades de tendencia radical, que la policía japonesa calificaba de “terceras fuerzas” y participó activamente en el movimiento independentista. Se compenetró bien con los jóvenes de la nueva generación y les ayudó con sinceridad, en todo lo que hacían. La iglesia, en las afueras de la puerta Dadong donde oficiaba, nos servía casi exclusivamente a nosotros, como centro de reuniones. Estuve allí a menudo, tocando el órgano o dirigiendo los ensayos del grupo de propaganda artística. Seguía y respetaba al pastor Son Jong Do como si fuera mi propio padre, porque resolvía todo lo que le pedía y apoyaba de corazón nuestras actividades revolucionarias.

    El, por su parte, me amaba como a un hijo. Cuando estuve preso, fue quien promovió la campaña de exigir mi libertad, sobornando, incluso, a Zhang Zuoxiang.

    El pastor me trató no sólo como hijo de su amigo, sino también como un revolucionario que poseía criterio propio. Me confesó sin titubeos y pidió mi consejo sobre un difícil problema de su familia, que no se resolvía, aunque había sido discutido entre los independentistas.

    Por aquel tiempo, le daba dolor de cabeza el asunto del matrimonio entre su hija mayor Son Jin Sil y Yun Chi Chang. Todos los independentistas en Jilin, sin excepción, se oponían a raja tabla. El mismo pastor no estaba contento; pensaba que su hija había elegido mal a su compañero para la vida. Consideraba que si se concertaba la unión, sería una vergüenza para la familia. El pretendiente era el hermano menor de Yun Chi Ho, un projaponés y capitalista entreguista. Cuando el pastor estaba muy preocupado por no haber podido convencer a la hija, un grupo de conservadores del Ejército independentista secuestró a Yun Chi Chang durante una semana, para sacarle dinero.

    —Hombre, ¿qué debo hacer? —me preguntó el pastor.

    Titubeé un rato, por parecerme una osadía intervenir en asuntos de adultos, y luego dije con precaución:

    —¿Cómo puede separarlos si se aman? Sería bueno dejarlos actuar según su voluntad.

    Después convencí a los secuestradores para que liberaran a Yun Chi Chang.

    Son Jong Do se mudó a Beijing, pero regresó a Jilin al año siguiente, si mal no recuerdo. Algunos decían que eso fue por petición de O In Hwa, Ko Won Am y de otras personalidades de tendencia radical, pero no se comprobó su veracidad. De todas maneras, teniendo en cuenta que se quedó en Jilin hasta el último momento de su vida, parecía que no era optimista la situación del movimiento independentista en la región de Beijing, además de no ser buena su salud.

    Cuando me encontré con Son Jong Do, después de salir de la cárcel, se mostró preocupado por mi demacración, pero yo noté en su rostro síntomas de enfermedad, lo cual me causó bastante zozobra. Su mal crónico volvió a agravarse, impidiéndole tomar alimentos como era debido.

    —Encima de que el país está arruinado, estoy enfermo y paso días y noches entre lamentos. El omnisapiente y todopoderoso Dios no me favorece. Ese destierro me ha costado demasiado caro —se lamentó el pastor.

    En 1912, mientras desarrollaba sus actividades de misionero en Manchuria, fue acusado por motivo del complot para el asesinato de Katsura Taro y estuvo desterrado dos años en la isla Jin. Parece que allí contrajo esa enfermedad. Para nuestra extrañeza, —no digo esto por superstición—, los males se aferraban con facilidad a las personas a quienes estimaban y amaban las masas.

    En la primavera del año siguiente de mi excarcelación, me sorprendió en Mingyuegou, la noticia de su muerte. La persona, que me la transmitió, dijo que había fallecido en el hospital Dongyang, en Jilin.

    Creí que era mentira. No podía dar crédito a su brusca muerte. Pensaba que una úlcera estomacal no era capaz de apagar, tan fácilmente como una vela, la vida de quien hasta hacía medio año no estaba en cama, sino discutía sobre el futuro del movimiento independentista. Mas, desgraciadamente, resultó cierto. Según averigüé mediante la organización clandestina, vomitó sangre y pereció el mismo día de su ingreso en el hospital.

    Muchos compatriotas lo consideraron un asesinato. La primera razón para ello fue que su enfermedad antes de hospitalizarse, no era tan grave como para decidir su vida. Otra razón convincente radicaba en que el hospital Dongyang estaba gestionado por japoneses. En opinión de los compatriotas, esos granujas, que no titubeaban en utilizar a coreanos como objeto de ensayo para la guerra bacteriológica, eran capaces de tramar, ya no sólo asesinatos, sino complots más siniestros.

    El argumento más claro consistía en que la víctima era un patriota renombrado. La policía japonesa lo tenía anotado en su lista negra y no le quitaba los ojos, ni una hora. Porque, además de estar involucrado en el atentado a Katsura Taro, había sido presidente del consejo legislativo y director general del transporte en el Gobierno Provisional en Shanghai, y miembro de la sociedad de información política, del cuerpo Hungsa y del consejo de obreros y soldados. Por esos antecedentes de corte antijaponés, la policía lo consideraba como una espina en sus ojos. Una prueba clara de la obstinada vigilancia sobre el pastor Son Jong Do fue el hecho de que, inmediatamente después de su súbita muerte, el cónsul general de Japón en Jilin envió a su ministro del exterior un documento especial titulado “caso de la muerte del infame coreano Son Jong Do.”

    Algunos sostenían que su sobrenombre Haesok (piedra en el mar), expresaba de modo fiel sus cualidades. Así, fue un independentista de firme entereza y conciencia, que dedicó toda su existencia a la sagrada causa antijaponesa, bajo el oficio de pastor, aunque no se destacara ante los ojos de la gente. Establecido en Jilin, realizó tesoneros esfuerzos, junto a figuras de tendencia radical de la junta Jong-ui, para dar un giro a la orientación del movimiento por la independencia y alcanzar la unidad de las fuerzas patrióticas, conforme al cambio de la situación. Cuando organizábamos la Asociación de Niños Coreanos y la Asociación de Estudiantes Coreanos Cursantes en Jilin, actuó como promotor de la fundación de la Asociación de ayuda mutua entre los campesinos en Manchuria.

    Asimismo, compró unas 50 hectáreas en la región del lago Jingbo, en el distrito Emu, a nombre de su hermano menor, Son Kyong Do, en las cuales desarrolló un proyecto agrícola. Podría decirse que era una parte de la “aldea ideal”, preconizada por An Chang Ho, quien ponía los ojos en esa región para establecerla. El pastor tenía pensado emplear en el movimiento independentista lo ganado con el proyecto agrícola.

    El sepelio del pastor se efectuó con solemnidad, a la usanza cristiana, en el club de Fengtian. Me dijeron que por la intervención de la policía japonesa, sólo asistieron unas 40 personas a los funerales de quien había dedicado a la lucha por la independencia, decenas de años llenos de vicisitudes, desde antes de la anexión de Corea a Japón.

    La despedida fue demasiado silenciosa y triste, teniendo en consideración que en vida estuvo rodeado de innumerables personas a quienes inculcaba incansablemente el espíritu patriótico. ¿Habrán derramado lágrimas y soltado llantos libremente, los asistentes, en presencia de la policía, pues, ni aun muerto el rey, pudieron hacerlo a su voluntad?

    Desde tierras de Jiandao, tendí la vista empañada en lágrimas hacia el cielo de Jilin, como tributo a su memoria.

    Lloré con tristeza, recordando a Son Jong Do y a mi padre. Me decidí a liberar el país a toda costa, para guardar los restos de nuestros padres caídos y hacer realidad sus deseos.

    Pensé que el camino del rescate de nuestra patria llevaba a corresponder a los favores de mis bienhechores, a aliviar su desdicha y a quitar los grilletes de las manos y los pies del pueblo.

    Posteriormente, los familiares de Son Jong Do y yo, seguimos por caminos diferentes. La tragedia de la división, latente aún hoy, en las postrimerías del siglo, nos separa sin piedad con alambradas, muralla de hormigón y embravecidos oleajes de océanos. Durante más de medio siglo, hemos vivido, sin siquiera comunicarnos por correspondencia, Son In Sil, en Soul; Son Won Thae, en Omaha, Estados Unidos y yo, en Pyongyang.

    Sin embargo, ni por un día he olvidado al pastor ni a sus familiares. Sus recuerdos no han mermado, ni se han opacado pese al ininterrumpido paso del tiempo y cambio de lugar; se conservan inalterables en mi mente.

    Cuanto más se profundizaba la tragedia de la nación y más alto se levantaba la barrera que nos separaba, con mayor pesadez cubría mi alma la nostalgia por los bienhechores y los mártires que lloraron y derramaron su sangre por esta tierra.

    La historia no le volvió las espaldas a esa nostalgia.

    En mayo de 1991, Son Won Thae, su hijo menor, el cual ejerce como doctor en patología en la ciudad de Omaha, del Estado de Nebraska, en Estados Unidos, visitó nuestro país junto con su esposa Ri Yu Sin, cumplimentando una invitación del Ministerio de Recepción de Compatriotas Residentes en el Extranjero. Antes, era un alumno débil, de unos diez y tantos años. Cuando los miembros de la Asociación de Niños o de la Asociación de Estudiantes Coreanos Cursantes en Jilin jugaban a la guerra, divididos en los grupos “tierra” y “mar”, en las arenas del río Songhuajiang, él porfiaba siempre para quedar en la banda a la que yo pertenecía. Ahora aparecía ante mis ojos, hecho un anciano, en el umbral de los 80 años. Ni el azaroso transcurso de seis décadas pudo borrar las huellas que le había marcado la época de Jilin, si bien estaban encubiertas por canas.

    Son Won Thae me abrazó exclamando “¡Presidente!”. De sus ojos cayeron copiosas lágrimas, que representaban miles y miles de palabras, un sinfín de historias. Durante esos largos años, sangraba la nostalgia en nuestro corazón, y sin embargo, ¿por qué nos vemos sólo ahora, peinando canas? ¿Qué nos impidió el encuentro durante más de medio siglo?

    Sesenta años es un largo período equivalente a toda la vida de una persona. En esta época civilizada, surcan el cielo aviones más veloces que el sonido. No obstante, nosotros, que nos despedimos a los diez y tantos años de edad, volvimos a encontrarnos a los 80. ¡Cuán inclemente e implacable fue este transcurso de tiempo que nos impuso la vejez!

    —Señor Son, ¿cómo tiene usted tantas canas?, —pregunté en un tono formal, no a quien fue miembro de la Asociación de Niños Coreanos, sino al anciano científico de hoy, que tiene ciudadanía norteamericana.

    Son Won Thae me miró con un gesto algo mimoso, como en la época de Jilin.

    —La angustia por no verlo a usted, Presidente Kim, me dio estas canas.

    Y me pidió que no le dijera señor, pues cuando Jilin, él me seguía como a un hermano mayor, y yo le trataba como a uno menor.

    —Bueno, le llamaré simplemente Won Thae, como en el pasado, —acepté sonriendo.

    La situación embarazosa se disipó en un santiamén. Nos sentíamos como si viviéramos en la etapa de Jilin. Incluso sentí que me encontraba con Son Won Thae, no en una sala de recepción en Pyongyang, sino en mi antiguo cuarto de alquiler en Jilin. A la sazón, visitaba a menudo la casa del pastor, y Son Won Thae venía a verme con frecuencia a mi cuarto alquilado.

    Pequeño y parco de palabras, caminaba siempre con la cabeza inclinada hacia un lado como Cha Kwang Su. Empero, cuando abría la boca, dejaba salir una retahíla de bromas y chistes ingeniosos, que provocaban risotadas a sus interlocutores. Me asombró que aquel alumno de la escuela provincial No. 4 se hiciera doctor en patología y más aun, se convirtiera en un anciano en el ocaso de su vida. La noción de tan vertiginoso transcurso del tiempo, me dejó atónito. Parecía que fue ayer cuando nos despedimos en Jilin, pero voló la niñez, y ahora, ya ancianos, nos acordábamos de entonces, como de un cuento.

    Nuestros recuerdos de los días en Jilin eran infinitos. Fueron temas de nuestra plática, no sólo las actividades en la Asociación de Niños Coreanos, sino hasta los vendedores de caramelos que vaciaban los bolsillos de los chiquillos en las calles.

    ¡Cuán engañadores eran! Si les entraba el deseo de comerse uno, lo sacaban de su bandeja, se lo echaban a la boca, le daban varias chupadas, y luego lo volvían a poner en su lugar original, para venderlo. Pero los niños no se percataban de ello.

    El recuerdo nos hizo olvidar todas las preocupaciones. Reíamos a mandíbula batiente.

    Son Won Thae afirmó que yo tenía buena salud, a diferencia de lo que se decía en el Occidente, y tomando sin reparos una de mis manos observó un buen rato la palma. Yo estaba muy aturdido.

    —¡Qué magnífica es la línea de su vida! Estoy seguro que vivirá largos años con buena salud. Pero, ¡qué nítida es la presidencial! Por eso usted es tan altamente respetado, como presidente del país, manifestó sonriendo.

    Por primera vez dejé que me miraran la palma de la mano, y, por primera vez, oí decir que tenía línea de presidente. Al afirmar que según las rayas de mi mano tendría yo larga vida, creo que Son Won Thae expresó su deseo de que la tuviera, y con lo de la clara línea de presidente, quiso manifestar su apoyo a nuestra causa.

    Sin tener ni por asomo conciencia del ambiente ceremonial de una entrevista con un jefe de Estado, Son Won Thae me hizo, incluso, la siguiente petición:

    —Presidente, ¿cuándo me va a comprar jiangzhiguozi? Me dan deseos de comer también bingtanghulu, como lo hacíamos juntos en Jilin.

    Estas palabras me dejaron muy impresionado. Era algo difícil de pedir a otra persona que no fuera a su propio hermano. Me consideraba, pues, así en realidad. De súbito, llegó a mi memoria el hecho de que su hermano, Son Won Il, quien por un tiempo fue ministro de defensa de Corea del Sur, había muerto hacía años.

    Por más atención que pusiera yo en el agasajo a Son Won Thae, no podría llegar a la altura del amor con que Son Won Il cuidó a su hermano.

    Así y todo, ¿por qué no satisfacer su deseo de comer jiangzhiguozi o bingtanghulu? Jiangzhiguozi es un plato chino, parecido a una rosquilla, que se sirve con caldo de soya.

    En Jilin, recorría las calles acompañado con Son Won Thae y Son In Sil, y alguna que otra vez, les compré ese plato, que tomaban con mucho apetito. Por los favores que me concedió Son Jong Do, hubiera querido comprarles todo lo que les gustaba, mas los recursos que tenía a mi disposición no alcanzaban siquiera para costearme los estudios.

    No creo que Son Won Thae me hiciera esa solicitud por tener deseos de comerlo en realidad. Con la mención a la referida comida, quiso expresar su nostalgia por la época de Jilin, cuando éramos tan íntimos, como verdaderos hermanos.

    —Si quiere tomar jiangzhiguozi, haré que se lo sirvan en otra ocasión.

    Aunque lo pidió en broma, tuve impulsos de servirle ese plato, no en otro momento, sino en ese mismo. Su franca petición me produjo un fuerte impacto.

    Dos días después, nuestros cocineros prepararon jiangzhiguozi para Son Won Thae y la esposa. Lo llevaron antes de desayuno. Me contaron, al verlo, éste expresó con lágrimas en los ojos:

    —Este plato me gustó mucho en la niñez. Ahora, gracias al Presidente Kim, vuelvo a comerlo.

    El afecto entre personas es considerablemente más fuerte que el tiempo. Por obra de éste, todo se destiñe y extingue, pero no esa virtud del hombre. No caducan ni se alteran, la amistad y el amor auténticos.

    Nuestra amistad, truncada temporalmente por la diferencia de caminos que seguíamos, se restableció así, después de 60 años de separación.

    Entonamos la “Nostalgia”, que cantábamos en Jilin. Para nuestro asombro, no se nos había olvidado la letra.

    Son Won Thae sostuvo que no tenía cara para verme, porque no había hecho nada especial en bien de la nación. Empero, lo dijo por modestia. Cuando estudiaba en una universidad en Beijing, participó en el movimiento estudiantil como jefe de la sección de inspección de la asociación de estudiantes y en la campaña de boicot a las mercancías japonesas. Fue un joven patriota. Ello lo llevó posteriormente a la cárcel de Nagasaki.

    De entonces para acá, no se interesó por la política. Mas en su conducta, traslucían las cándidas e ingenuas cualidades de la época de Jilin. No es fácil vivir con honestidad, sin perder los rasgos de hombre de conciencia, en medio de la competencia por la vida en que se impone la alternativa “yo o tú”.

    Son Won Thae expresó, de corazón, su admiración por todo lo que hicimos y elogió nuestra patria llamándola “país bello y noble, país de construcción para las generaciones venideras”.

    Consideré venturoso que viniera a verme, aunque fuese después de tantos años, y recordáramos juntos nuestro tiempo en Jilin.

    Su proceder, impregnado de amor a la patria, a la nación y a los seres humanos, me recordaba a Son Jong Do y a Son In Sil. Cada vez que se encontraba conmigo, decía: “Presidente, tenga larga vida; no se ponga viejo”. Su preocupación sincera por mi salud me trajo a la memoria la imagen de su padre, a quien vi por última vez más de 60 años atrás.

    Aquel día, el pastor me despidió con estas palabras:

    “La situación es grave; no permanezcas más en Jilin, que vive momentos peliagudos. Dadas estas circunstancias, tienes que cuidarte adondequiera que vayas. Te recomendaría que, llegado a Jiandao, te escondas por un tiempo en una aldea remota y procures recuperarte.”

    Quedé muy agradecido por esa manifestación de afecto y preocupación por mí. La situación en Manchuria, a raíz del Incidente del 18 de Septiembre, demostró fehacientemente cuán oportuno fue el consejo del pastor.

    Al ocupar Jilin, los soldados y policías japoneses me buscaron primero a mí. Examinando la lista de reclusos en la cárcel de la localidad, exigieron que se les entregara a Kim Song Ju. Si no hubiera salido oportunamente de la prisión, en virtud de la ayuda del pastor Son Jong Do y de otros independentistas como Ko Won Am, O In Hwa y Hwang Paek Ha, habría caído en las manos de los imperialistas japoneses y permanecido en la cárcel unos diez años. Entonces no habría librado la lucha armada.

    Por esta razón, considero al pastor Son el salvador de mi vida.

    Sería una lista interminable, si yo recordara aquí los nombres de todos los que me ayudaron y apoyaron de corazón mis actividades revolucionarias en Jilin. Entre ellos figuran Choe Man Yong, O Sang Hon, Kim Ki Phung, Ri Ki Phal, Choe Il, y otros de la generación antecesora; Choe Jung Yon, Sin Yong Gun, An Sin Yong, Hyon Suk Ja, Ri Tong Hwa, Choe Pong, Han Ju Bin, Ryu Jin Dong, Choe Jin Un, Kim Hak Sok, U Sok Yun, Kim On Sun, Ri Tok Yong, Kim Chang Sul, Choe Kwan Sil, Ryu Su Gyong, y otros pioneros coetáneos; así como Ri Tong Son, Ri Kyong Un, Yun Son Ho, Hwang Kwi Hon, Kim Pyong Suk, Kwak Yon Bong, Jon Un Sim, An Pyong Ok, Yun Ok Chae, Pak Jong Won, Kwak Ki Se, Jong Haeng Jong y demás niños patriotas.

    A la luz del giro de la situación, me percaté de que no debía permanecer más horas allí. También en la cárcel lo había previsto en cierto grado. El pastor Son se mostró muy apenado por dejarme partir, sin que me recuperara en su casa. Después de tomar el almuerzo, y agradeciendo su consejo, me dirigí hacia Xinantun.

    

    

    

    2. Primavera rigurosa

    

    

    Para mi sorpresa, en el camino me encontré con Cha Kwang Su. Detrás de gruesos lentes de miope brillaron alegres los ojos del “Campechanote”. Yo también, muy contento, lo recibí con gritos jubilosos.

    Cha Kwang Su me cogió con ambas manos por la cintura, me levantó y dio varias vueltas, mientras explicaba que iba a la casa del pastor Son Jong Do para tener noticias de mí.

    Después de hablarme un buen rato de las últimas novedades de Jilin, confesó que, al ser arrestadas casi todas las personas que se esforzaban para la revolución, y verse en una soledad insoportable, por poco se vuelve loco. Y bruscamente me dijo:

    —Song Ju, desde todos los puntos de vista el movimiento obrero de Corea está registrando un desarrollo extraordinario. Sus consignas, métodos y estilos de lucha ... en fin, todo en él es nuevo y fresco. Parece que el movimiento de liberación nacional en la década del 30 marcará un viraje trascendental, sobre todo, en sus estilos de lucha. ¿Qué crees tú? ¿Nuestra revolución no debería avanzar bajo una nueva bandera, de acuerdo con la circunstancia en vertiginoso cambio?

    Sus ojos, congestionados, me miraban expectantes.

    Reinaba una situación espeluznante, en que era difícil que uno conservara siquiera la vida y, menos aún, los ideales revolucionarios. Pese a todo, no se abatió ni tuvo miedo ante la ofensiva enemiga, al contrario, disfrazándose, anduvo en busca de camaradas y siguió reflexionando con actitud comunista. Me sentí fuertemente impresionado ante su inflexibilidad.

    —Estoy de acuerdo con tu opinión, Kwang Su, de que nuestra revolución debe avanzar bajo otro estandarte. Pero, ¿cuál podría ser esta bandera? Durante mi reclusión pensé mucho en este asunto. Y he llegado a la conclusión de que ya nosotros, los jóvenes comunistas, debemos fundar un partido de nuevo tipo y pasar a la lucha armada. Esta es la única manera de salvar al país y emancipar la nación. Las acciones del pueblo coreano tienen que desarrollarse como una guerra de resistencia, con la participación de toda la nación, bajo una dirección unitaria del partido y teniendo por eje la lucha armada.

    Le hablé tal como había meditado en la prisión.

    Cha Kwang Su manifestó su apoyo absoluto. En Xinantun me reuní con Kim Hyok y Pak So Sim para saber sus pareceres y ellos también me respaldaron. Era criterio unánime de los jóvenes comunistas que sin empuñar las armas no se podía salvar a Corea, y sin atenerse a un nuevo lineamiento, tampoco era posible llevar adelante la revolución.

    La lucha armada constituía una exigencia madura que se originaba de la realidad concreta de Corea. Por esa época, la dominación despótica y fascista del imperialismo japonés había llegado a su punto culminante. La privación de derechos y la miseria de la nación alcanzaban su límite. Hasta Japón se extendían las olas de la crisis económica que comenzó a azotar al mundo a partir de 1929. El imperialismo nipón, vio su salida de este trance en la agresión al continente asiático y aceleró los preparativos para esa guerra a la par que intensificó la represión y saqueo colonialistas en Corea.

    Si aquél encontró el medio de aumentar la riqueza y poderío militar de su país en la represión y el saqueo de la nación coreana, ésta vio en la lucha contra ese imperialismo el camino de su resurgimiento. No fue nada casual que los movimientos obrero y campesino y otros masivos, si bien se enfocaban principalmente a la lucha económica, comenzaran a cobrar, de modo gradual, un carácter insurreccional.

    Observé con interés la huelga de los obreros de la mina de carbón Sinhung, la cual, finalmente, se convirtió en una revuelta. Varios cientos de mineros, dirigidos por la junta de la huelga asaltaron y devastaron el centro de control del carbón, las oficinas, las salas de máquinas y de generación eléctrica y la residencia del gerente de la empresa; cortaron todas las líneas eléctricas de la mina; y destruyeron cabrias, bombas de agua, en fin, todas las instalaciones productivas que encontraban. Las pérdidas causadas por los huelguistas fueron tan serias que los propietarios japoneses se quejaron de que necesitarían dos meses para rehabilitar la mina.

    El motín sacudió todo el país, cobrando un matiz impresionante que pudo aplacarse sólo por la intervención del cuerpo de policías armados y la detención de ciento y tantas personas involucradas.

    Como el suceso me causó una profunda impresión, con posterioridad, cuando combatíamos con las armas en las manos, penetré a despecho del peligro en la zona de Sinhung y me encontré con dirigentes del movimiento obrero.

    En comparación con épocas anteriores, la lucha de la clase obrera registraba avances cualitativos también desde los puntos de vista de la capacidad de organización y unidad, la persistencia y la solidaridad.

    Más de 2 mil afiliados a la Federación obrera de Wonsan, bajo la dirección de ésta se mantuvieron firmes en huelga durante varios meses, y se les unieron más de 10 mil familiares.

    Al conocer de la huelga general de Wonsan, obreros y campesinos de todas partes del país les enviaron cables y mensajes de estímulo y fondos de socorro, así como delegados para expresarles apoyo y solidaridad.

    La ayuda llegó no sólo de las organizaciones sindicales de Hongwon, Hoeryong y de otras zonas. También en Jilin, a miles de ríes de Wonsan, los miembros de la Asociación Hansong, perteneciente al Sindicato Obrero Antijaponés, creado por nosotros, recogieron donaciones y las enviaron a la Federación obrera de Wonsan. El análisis de estos hechos hacía ver cuán alto era el nivel de conciencia de nuestra clase obrera.

    Aquella rebelión, con la que el movimiento obrero del país alcanzó la cima en la década del 20, inscribió en los anales del movimiento obrero mundial, la capacidad combativa y el espíritu revolucionario de la clase obrera coreana.

    Desde la prisión seguí con mucha atención todo el curso de esa huelga. Y pensé que merecía ocupar un lugar especial en la historia del movimiento obrero nacional y que sus experiencias valían para ser tomadas en consideración y aprendidas, sin excepción, por los militantes de los movimientos sociales de Corea.

    Si la dirección renovada de la Federación obrera la hubiera llevado hasta el fin, sin dar la orden de reinicio de las labores, o los trabajadores, campesinos e intelectuales en el resto del país, en su apoyo hubieran librado acciones con toda amplitud, la lucha habría triunfado.

    Ante el fracaso de la huelga general de Wonsan, sentí una vez más la imperiosa necesidad de crear cuanto antes un partido marxista-leninista que pudiera organizar y guiar el batallar de la clase obrera de Corea hacia la victoria. Al mismo tiempo, tuve la convicción de que cuando la lucha armada se desarrollara en toda su intensidad, constituyendo el eje del movimiento de liberación nacional, bajo su influencia también se tornaría más intensa la lucha masiva de los obreros, campesinos y demás sectores del pueblo.

    Dado que los enemigos reprimían salvajemente, con mano de hierro, el movimiento de liberación nacional, la lucha del pueblo coreano no pudo menos que ir cobrando forma violenta. La violencia revolucionaria constituía, precisamente, el medio más eficiente para vencer la agresividad contrarrevolucionaria del enemigo, armado hasta los dientes. En las circunstancias en que éste embestía con las armas en la mano, la nación coreana se veía obligada a armarse. A las armas hubo que enfrentarse con las armas.

    No se podía alcanzar la independencia con una simple “campaña de aumento de la capacidad” por medio del desarrollo educacional, cultural y económico, las luchas laborales de las masas obreras y campesinas o las gestiones diplomáticas. La huelga general de Wonsan y la insurrección de los mineros de Sinhung profundizaron considerablemente nuestra confianza en la clase obrera coreana, y sentí con gran afecto y dignidad que ésta era magnífica y nuestra nación, realmente combativa.

    El quid del problema lo constituían su dirección y lineamientos. Teníamos plena seguridad de que contando con las orientaciones y una guía acertadas, en correspondencia con la tendencia de la época, podríamos vencer a cualquier enemigo poderoso. Me sentía ardiendo como una brasa por la ansiedad de restaurar y poner en orden, con la mayor prisa, las organizaciones destruidas y realizar, sin tregua, el trabajo de concientizar y organizar a las masas para prepararlas con rapidez para el combate decisivo contra el imperialismo japonés.

    Entre tanto, al recibir la noticia de mi salida de la cárcel, los camaradas que se encontraban dispersos se me unieron, uno tras otro.

    Me reuní con los miembros de vanguardia de la UJC, la UJA, el Sindicato Obrero Antijaponés y la Unión de Campesinos, del área de Jilin, y examinamos cómo restablecer y ordenar, lo antes posible, las organizaciones, y aglutinar a las masas ante el recrudecimiento del terror blanco de los enemigos.

    La palabra arma, que otrora emocionó tanto a Cha Kwang Su, fue en esa ocasión también apoyada por los jóvenes, lo que me estimuló mucho.

    En esa cita analizamos las medidas para intensificar la labor de la Juventud Comunista en Jiandao y en las zonas fronterizas septentrionales de Corea e implantar con urgencia un ambiente y espíritu revolucionarios en esas regiones, y la tarea de impulsar de modo eficiente los preparativos para la fundación del partido, así como otra serie de tareas inmediatas. Después, para su cumplimiento, enviamos a diferentes partes a nuestros trabajadores clandestinos.

    Pasé sólo una noche en Xinantun y al otro día partí en dirección a Dunhua. Escogí este lugar como mi área de actividades, porque allí había condiciones favorables para mantener contactos con otros distritos del Este de Manchuria y, además, estaban varios amigos de quienes podía esperar ayuda. Quería permanecer en Dunhua durante algún tiempo para trazar un programa de acción a las organizaciones, en vista de la situación en el Este de Manchuria, donde se extendía furiosamente la insurrección, y elaborar medidas concretas para poner en práctica el plan que estuve perfeccionando en la prisión.

    Cuando abandoné Jilin, lo que me causó mayor pena fue no cumplir la última voluntad de mi padre de que completara siquiera los estudios secundarios.

    Pak Il Pha me aconsejó que los terminara y aseguró que haría que su padre arreglara con las autoridades de la secundaria Yuwen mi reingreso en ésta.

    Era hijo del nacionalista Pak Ki Baek, quien editaba en Jilin la revista “Tong-u”. Pak U Chon era su seudónimo.

    Mientras yo asistía a aquella escuela él estudiaba en el instituto superior judicial de la ciudad y prestaba ayuda al trabajo de la Asociación de Estudiantes Coreanos Cursantes en Jilin. Soñaba con incorporarse al mundo de las leyes. Trabó amistad con un ex oficial blanco para aprender, decía, el ruso. Mis camaradas consideraban esto como un acto de traición a la joven Rusia y me aconsejaron romper relaciones con él.

    Pero yo les contestaba:

    —Aprender idiomas extranjeros puede servir mucho a la revolución. Por eso, resulta una medida muy miope rechazarlo por andar con un ex oficial blanco.

    Después de la liberación del país, Pak Il Pha tradujo y presentó a los lectores “Tinieblas y amanecer”, de A. Tolstoi, y otras muchas famosas obras, gracias a su abnegado estudio del ruso en la época estudiantil.

    Kim Hyok y Pak So Sim al igual que Pak Il Pha, me sugirieron que si había posibilidad de reingreso, tratara de estudiar un año más para completar, a todo precio, la instrucción secundaria. Opinaron que como el director, Li Guanghan, era comprensible respecto al comunismo, no rechazaría la solicitud de su ex discípulo Kim Song Ju.

    No acepté sus sugerencias, explicándoles mi posición: que era del todo capaz de ser autodidacto; que nos estaban esperando el pueblo y las organizaciones destruidas; y que me resultaba imposible volver a la vida estudiantil, dándole las espaldas a la revolución en una coyuntura difícil.

    Pero, cuando había renunciado al estudio secundario e iba a abandonar Jilin, me asaltaron diversos recuerdos.

    Evoqué la imagen de mi padre que en pleno invierno me había enviado solo a la tierra natal para que estudiara en la patria; las veces en que al verme regresar de la escuela me hacía sentar ante el escritorio y enseñaba historia y geografía de Corea; y sus últimas palabras dirigidas a mi madre, de que su propósito era darme siquiera la instrucción secundaria, y que ella, cumpliendo esta voluntad suya, me enviara, sin falta, a la escuela secundaria, aunque para esto tuvieran que alimentarse sólo de yerbas comestibles.

    Estos pensamientos me perturbaron.

    También pensé: “A lo largo de tres años mi madre tuvo que lavar y coser tanto que se le iban gastando las uñas y el dinero reunido con eso me lo enviaba, mes tras mes, para pagar mis estudios. ¿Cuán desanimada se sentiría al recibir la noticia de que yo había abandonado las clases sólo un año antes de graduarme? Y ¿cuán desesperanzados quedarían mis hermanitos? Además, ¿cuánta pena provocaría a mis colegas y a los amigos de mi padre, quienes me amaban como a un hijo y me ayudaban a costear el estudio?”

    Creí que, por lo menos, mi madre me entendería. Cuando mi padre había abandonado la secundaria Sungsil para hacerse revolucionario profesional, ella había aprobado y apoyado de modo incondicional su propósito. Como así era mi madre, estaba seguro que no se opondría a que su hijo dejara de estudiar, no en una escuela secundaria sino, incluso, en una universidad, si esta decisión era para el bien de la revolución y del país.

    Se puede afirmar que el hecho de que yo hubiera abandonado la Yuwen y entrado en el pueblo, constituyó un punto de viraje en mi vida. Desde entonces comenzaron mis actividades clandestinas y mi nueva vida de revolucionario profesional.

    Mi estado anímico estaba muy alterado por ir a Dunhua sin haber podido escribir a casa, desde que saliera de la prisión. Hubo momentos en que me reprochaba a mí mismo, preguntándome si realmente no podía remitir siquiera unas cuantas palabras de saludo, aunque estuviera por entero dedicado a la revolución; pero, extrañamente, no logré escribir ninguna misiva.

    Ni cuando me encarcelaron, avisé al hogar nada de lo que me había ocurrido, para no intranquilizar a mi madre. Mis colegas, que pasaron allá las vacaciones del invierno de 1929, le contaron toda la historia.

    Sin embargo, ella no fue a Jilin. Por lo general, son las madres quienes, a la noticia del encarcelamiento de sus hijos, preparan líos de cosas y se van a la cárcel, aunque estén a mil ríes de distancia, e imploran a los carceleros que las dejen verlos. Pero no actuó así, y para esto tuvo que haber mostrado una tremenda paciencia. Se pensaría con extrañeza si digo que mi madre, cuando mi padre estuvo recluido en la prisión de Pyongyang, le visitó varias veces, e incluso, me llevó a mí, y sólo 10 años después no fue a ver ni una vez al hijo encarcelado.

    Del motivo por el que no me había visitado en la cárcel no habló, ni más tarde, cuando nos encontramos en Antu.

    Yo, sin embargo, veía el verdadero amor de la madre en este preciso hecho.

    “Song Ju sufrirá más si ve a la madre desde detrás de las rejas de hierro. Aunque vaya a verlo, no le servirá ni de consuelo, ni tampoco de ayuda. Le quedan por delante muchas dificultades para vencer, y si desde el primer paso se deja dominar por los sentimientos, es dudoso que vaya por un camino acertado. Aunque se sienta solitario en la celda, por su bien es mejor no visitarlo.”

    Es posible que esa reflexión le hiciera tomar tal decisión. En esta actitud descubrí la imagen de una madre de férrea voluntad, quien, de una mujer puramente común, llegó a convertirse en toda una revolucionaria.

    Una vez recobrada la libertad y hallándome en medio del extenso mundo, pensé en si no sería mi deber ir a pasar siquiera algunos días en la casa, al lado de ella, ya que no dependía de la escuela. Pero, a paso firme me dirigí hacia Dunhua.

    A unos 24 Km hacia el suroeste de allí se encontraba un poblado llamado Sidaohuanggou, perdido entre montañas. Este sería mi campo de actividad.

    Después de mi arresto, como medida de prevención para que la ola de detenciones desatada en Jilin no se extendiera hasta Fusong, decenas de familias de quienes integraban la Juventud Comunista, la Unión de la Juventud Paeksan y la Asociación de mujeres se mudaron a las zonas de Antu y Dunhua. Mi madre también tuvo que refugiarse en Antu junto con el tío Hyong Gwon y mis hermanitos, en medio del frío invernal.

    De las numerosas que se trasladaron al Este de Manchuria, seis se establecieron en Sidaohuanggou. Entre ellas estaba la de Ko Jae Bong.

    Al graduarse en la escuela normal de Fusong, como becario de la junta Jong-ui, sirvió de maestro en el plantel Paeksan y después, en la tropa independentista, como jefe del escuadrón volante emplazado en la zona de Fusong. Era uno de los principales activistas en las organizaciones de masas antijaponesas.

    Su hermano menor, Ko Jae Ryong, fue mi colega en la escuela Hwasong. Posteriormente, entró en la unidad de Yang Jingyu y cayó en un combate en Mengjiang o Linjiang.

    Ko Jae Rim, otro hermano menor de Ko Jae Bong, al terminar la escuela Paeksan, se matriculó en la secundaria Yuwen de Jilin, y participó junto conmigo en actividades de la Juventud Comunista. En la primavera de 1930 ingresó en una escuela especializada en medicina, auspiciada por la Compañía ferroviaria anónima de Manchuria. En Jilin había ayudado mucho a mis actividades.

    Desde la época de Fusong los de la familia de Ko se llevaban muy bien con nosotros. No escatimaron nada para ayudar a mis padres, sobre todo, les prestaron mucha ayuda cuando administraban una posada.

    Por ese entonces a nuestra casa, en el barrio Xiaonanmen, venían un sinfín de personalidades patrióticas e independentistas. Entre ellas había, incluso, quienes comían y dormían en nuestro hogar durante varios días. Para atenderlas, mi madre, casi todo el tiempo, tenía que ocuparse de los quehaceres de la cocina, ora preparando arroz, ora trayendo agua del pozo.

    Estas visitas atrajeron la atención de los militarotes.

    La madre de Ko Jae Bong, Song Kye Sim, al enterarse de que la policía vigilaba a mi padre, vino un día a nuestra casa y le dijo:

    —Señor Kim, desde ahora no hospede a nadie más en su casa. Si aquí sigue reuniéndose tanta gente, es posible que a usted le ocurra alguna desgracia. Recibiremos en nuestro hogar a todos los independentistas que vengan a Fusong. Así que mande a los huéspedes del Dispensario Murim para allá.

    A partir de ahí mi padre depositó mucha confianza en ella y yo también establecí estrechas relaciones con su hijo, Ko Jae Bong.

    Después de cerrada la escuela Paeksan, mi madre estuvo correteando en busca de un local para reabrirla. Y esa vez también los de Ko cedieron, sin pena, un cuarto de su casa para que se utilizara como aula.

    Ko Jae Bong se había establecido en Sidaohuanggou hacía menos de seis meses, pero en tan corto tiempo logró abrir la escuela Dongxing y enseñar a niños y, por otra parte, aprovechándose de su cargo de vicejefe de un grupo de 100 familias, creó allí y en aldeas vecinas organizaciones de la UJC y de la Unión de la Juventud Paeksan, y a continuación impulsó los preparativos para fundar la Asociación de mujeres antijaponesas y la Unión de campesinos.

    La madre de Ko Jae Bong me acogió con suma alegría, y con los ojos húmedos evocó los años pasados en Fusong. Cuando le dije que venía directamente de la prisión, donde había estado recluido desde el otoño anterior, me miró atentamente al rostro y afirmó que pese a que mi aspecto casi no había cambiado, estaba inflamado y tenía síntomas de enfermedad, y si de esto se enteraba mi madre, sentiría mucho pesar.

    Permanecí en su casa cerca de un mes. En este tiempo hizo muchos esfuerzos para restablecerme.

    Me agasajaba en una mesa aparte, con platos de cebada cocida con mijo y yerbas silvestres, bien condimentadas. Y no dejaba de manifestar su pena por no poderme servir mejores comidas.

    Vivían muy apretados. Como se mudaron a un lugar retirado y desconocido, no pudieron reabrir la posada y apenas comenzaban a cultivar la tierra y, encima, vinieron a vivir hasta los nietos por parte de la hija. Me era difícil tragar cada cucharada de comida, pensando en las dificultades de la familia.

    Song Kye Sim conocía desde Fusong qué platos me gustaban, y trajo a casa la única máquina de hacer fideos que había en todo el poblado, para agasajarme, y me sirvieron también una trucha salada que Ko Jae Bong consiguió, yendo expresamente a la cabecera del distrito Dunhua. El cuñado de éste iba cada madrugada al manantial para coger sang-gol, que tenía un efecto curativo extraordinario en caso de inflamación. Gracias a su gentil atención, me fui restableciendo con rapidez.

    Ko Jae Bong estuvo en Antu y vio a mi madre. De Sidaohuanggou hasta Antu había una distancia de casi 80 Km, que recorría en un solo día. El mismo solía alardear que podía cubrir en un día una distancia de 120 Km, al igual que Hwang Chonwangdong, un personaje de la novela “Rim Kok Jong”.

    Al conocer que yo había sido puesto en libertad y me encontraba en una zona de Dunhua, Chol Ju vino a Sidaohuanggou siguiendo a Ko Jae Bong. Trajo una carta y una muda de ropas que mi madre me enviaba.

    En la misiva me notificaban que durante ese tiempo mi familia vivió en un cuarto de la casa de Ma Chun Uk, fuera de la puerta Oeste de Jiuantu, después de haber dejado Fusong, y ahora estaba en Xinglongcun. Decían que en aquella ciudad, mi madre se afanó mucho en hacer vestidos ajenos, con una máquina alquilada a dicha persona, y que, también en esta aldea, trabajaba sin descanso para el sustento.

    Chol Ju no sentía apego al nuevo lugar de residencia. Para él, acostumbrado a vivir en ciudades con grandes ríos como, por ejemplo, en Zhongjiang, Linjiang, Badaogou y Fusong, Antu resultaba demasiado retirado y aislado, muy apartado de zonas llanas y sin comunicación ferroviaria, un lugar inhóspito que necesariamente debía habilitar de nuevo.

    —Hermano, ¿después de salir de la cárcel estuviste en Fusong?

    Fue una pregunta algo inesperada.

    —Quería pasar por allí, pero no me fue posible. ¿Cómo podía hacerlo si tuve que venir directamente a Dunhua, sin haber ido ni a casa?

    —La gente de Fusong te echan mucho de menos. El hermano Weihua venía todos los días a nuestra casa para saber de ti. Es buena la gente de Fusong. ¿No es verdad?

    Su voz denotaba una fuerte añoranza por la época pasada en Fusong.

    —Sí, son buena gente.

    —A menudo pienso en mis amigos de Fusong. Si alguna vez te vas allá, transmíteles mis saludos. ¿Me lo prometes?

    —Te lo prometo. ¿En Antu encontraste muchos amigos?

    —Todavía no he podido ganarme muchos. Allí hay pocos chicos de mi edad.

    Percibí que Chol Ju, aun después de haberse mudado a otra parte, seguía recordando con cariño los años pasados en Fusong y, precisamente por esta razón, no lograba apegarse a la tierra de Antu, y lo dominaba un sentimiento de inestabilidad. Su mirada, que parecía melancólica, y su triste expresión, lo denotaban. Quizás podría calificarse como una forma de exteriorizar antipatía ante la realidad, fenómeno frecuente en adolescentes de esa edad, privados de su tierra natal. El intranquilo estado espiritual de mi hermano menor, me dejó turbado.

    —Tal como para un labrador abnegado, no hay tierra fértil o mala, así también para un buen revolucionario no puede haber un lugar que le guste y otro que no. Es improbable que en Antu no haya buenos amigos. Todo depende de cómo tú los buscas. ¿No recuerdas lo que nos decía siempre el padre? Que los camaradas no bajan del cielo por sí solos, sino que hay que buscarlos con tanta atención como cuando se extraen tesoros de la tierra. Trata de encontrar muchos amigos leales y acometer formidables trabajos de habilitación de Antu. Ya tienes edad de ingresar en la Juventud Comunista.

    Le reiteré varias veces que se preparara seriamente para entrar en la UJC.

    —Entendido, hermano. Perdóname si te he molestado.

    Me miraba con una expresión solemne. Poco tiempo después, se hizo militante de esta organización.

    Durante mi permanencia en Sidaohuanggou, ayudé a Ko Jae Bong y a Ko Jae Ryong en la tarea de crear el Cuerpo de niños exploradores, la Unión de campesinos, y la Asociación de mujeres antijaponesas y, al mismo tiempo, me esforcé por entrar en contacto con miembros de organizaciones revolucionarias, dispersos por todo el Este y el Sur de Manchuria. Por conducto de Ko Jae Bong, envié misivas a puntos de enlace en Longjing, Helong y Jilin. Al recibirlas, vinieron más de 10 camaradas, entre otros Kim Hyok, Cha Kwang Su, Kye Yong Chun, Kim Jun, Chae Su Hang y Kim Jung Gwon. Todos eran de la dirección de la UJC y de la UJA.

    Por sus bocas, llegué a saber que la rebelión que sacudía el Este de Manchuria, iba cobrando un matiz más violento que lo previsto.

    Los coreanos radicados en Manchuria constituían sus fuerzas principales, y personas como Han Pin y Pak Yun Se fueron quienes los agitaron y los guiaron a esas acciones. Los exhortaron a participar, arguyendo que para ser admitido en el Partido Comunista de China era indispensable que éste los reconociera por sus méritos en la lucha práctica.

    En esa época, en virtud del principio de la Internacional de un partido único en un país, los comunistas coreanos residentes en el noreste de China abandonaron la campaña de restauración del partido y realizaban febriles gestiones para su ingreso en el partido chino.

    Este, por su parte, declaró que los admitiría en sus filas, sobre la base del principio de aceptarlos sólo en calidad de individuos, luego de ser probados en la lucha práctica y examinados por separado.

    En esos precisos momentos, hasta los enviados de la Internacional andaban de un lugar para otro para agitar la rebelión. Estimulados por esto, los comunistas coreanos pertenecientes a la dirección general en Manchuria, empeñados en afiliarse al partido chino, arrastraron a los habitantes a una insensata insurrección, haciendo prevalecer su codicia política y ambiciones por los cargos.

    Incluso eliminaron a quienes no debían dañar e incendiaron escuelas y centrales eléctricas.

    La insurrección del 30 de mayo les sirvió a los imperialistas japoneses y a los militarotes reaccionarios chinos de irrefutable motivo para reprimir al movimiento comunista y la lucha patriótica antijaponesa en Manchuria. Así fue como los comunistas y los revolucionarios coreanos radicados allí resultaron víctimas del cruel terror blanco.

    Las masas se vieron obligadas a refugiarse en áreas rurales y remotos lugares montañosos, sufriendo incontables pérdidas humanas. En el Este de Manchuria, por doquier, se perpetraban hecatombes que hacían recordar la gran “operación de castigo” de 19203. Los reclusorios y cárceles estaban repletos de insurrectos. Numerosos implicados en el suceso fueron llevados a Corea y condenados en Soul a muerte o a largas penas.

    La pandilla de militarotes de Fengtian, dejándose llevar por las artimañas de los imperialistas japoneses, reprimió cruelmente a la multitud rebelde. Con el fin de sembrar cizaña entre el pueblo coreano y el chino, los nipones propagaron que los coreanos habían provocado la rebelión para apropiarse de la tierra manchú.

    Los caudillos de los militarotes, creyendo en esa farsa, declararon que los coreanos eran comunistas y, por ello, esbirros de los imperialistas japoneses, razón por la cual debían ser eliminados. Y efectivamente, asesinaron indistintamente a las masas rebeldes. Los muy necios consideraban que los comunistas y los lacayos del imperialismo japonés pertenecían a una misma categoría.

    A varios miles, llegaron las personas, entre arrestadas y asesinadas, durante la rebelión del 30 de mayo, y en su mayoría eran coreanos. Muchos de los detenidos fueron condenados a pena capital y ejecutados. Como consecuencia de la insurrección, quedaron gravemente dañadas nuestras organizaciones revolucionarias, así como se tornaron hostiles las relaciones entre coreanos y chinos.

    Con posterioridad, el Partido Comunista de China calificó el lineamiento de Li Lisan de “quimérico”, de “furia pequeño-burguesa”.

    El postulado de los soviets y el ejército rojo de Li Lisan, era aventurero, no se avenía a la realidad del Noreste de China.

    En el tercer pleno del VI Comité Central del Partido Comunista de China, efectuado en septiembre de aquel año, se criticó duramente el lineamiento aventurerista de izquierda de Li Lisan.

    Lo reprobó también la Internacional, en su “Mensaje del 16 de noviembre”.

    Procedió de la misma manera la organización provincial del partido en Manchuria, en un pleno ampliado de su comité y una reunión conjunta.

    Por nuestra parte, en la reunión primaveral de Mingyuegou, efectuada en mayo de 1931, lo censuramos y adoptamos medidas para superar el error de ese aventurerismo izquierdista.

    Pero, sus nefastas consecuencias no desaparecieron por completo, durante los años posteriores, pues se dejaron sentir en la lucha revolucionaria en el Noreste de China.

    Los jóvenes que vinieron a Sidaohuanggou se lamentaron dolorosamente diciendo: “¡Da pena ver correr la sangre de la nación coreana!”, “¿Hasta cuándo nuestra revolución tiene que vagar por entre estas confusiones?”

    Convencido de que necesitaban ánimo afirmé:

    —Efectivamente, son graves las consecuencias de la insurrección. Ahora, ¿de qué sirve sólo lamentarnos? Dejemos de quejarnos. Vamos a ir a todas partes para restaurar las organizaciones y normalizar la situación. Lo importante es desenmascarar las ambiciones de los fraccionalistas y librar a las masas de su influencia. Para esto es necesario señalarles el camino que debe seguir la revolución coreana. La insurrección fue reprimida de manera sangrienta, pero en este curso, el pueblo se habrá forjado y concientizado mucho. A través de la rebelión, la nación coreana ha demostrado plenamente su combatividad y espíritu revolucionario. Este grande y abnegado espíritu de lucha de nuestra nación, me redobló las fuerzas. Si a este pueblo le enseñamos métodos científicos de lucha y tácticas e indicamos el camino que hay que seguir, seguramente habrá un giro en nuestra revolución.

    Mi exhortación no tuvo gran efecto entre mis camaradas.

    —Compañero Han Pyol, son correctas tus palabras. Pero, ¿dónde está ese nuevo camino que pueda ser aceptado por las masas?

    Me miraron con una expresión de angustia.

    Les expliqué:

    —Tal lineamiento no cae por sí solo del cielo, ni nadie lo elaborará y nos lo ofrecerá en bandeja. Nosotros mismos somos los encargados de forjarlo. Estando en prisión me surgió una idea. Quisiera saber sus opiniones al respecto.

    Debatimos entonces durante varias horas el problema de la orientación de la revolución coreana, del que ya había hablado con Cha Kwang Su, Kim Hyok y Pak So Sim. Esa fue la reunión de Sidaohuanggou. En ésta, también mi criterio fue apoyado por los camaradas.

    El horrendo derramamiento de sangre acaecido en toda la extensión del Este de Manchuria, me conmovió y me despertó, una vez más, la conciencia. Veía ante mis ojos las imágenes de personas que en medio de este cataclismo, caían agarrándose el pecho. Y no dejaba de pensar:

    “¿Cómo podré salvar a las masas revolucionarias de Corea de ese mar de sangre? ¿De qué manera lograré sacar la lucha de liberación nacional, de esta situación adversa, y convertirla en revolución victoriosa?”

    La revolución esperaba tener armas. Esperaba contar con un ejército revolucionario y un pueblo bien organizados y entrenados. Y aguardaba por un programa que pudiera orientar a los 20 millones de compatriotas por un camino triunfal, y por un estado mayor político, capaz de ejecutarlo.

    La situación nacional e internacional exigía a los comunistas coreanos imprimirle un cambio a la sagrada guerra de liberación de la nación. Si no se producía, era posible que nuestra nación volviera a ser víctima de mayores derramamientos de sangre y de otros terribles desastres.

    Tenía decidido que nosotros debíamos abrir el cauce para este viraje, y que lo haríamos en el verano de 1930. Y no dejaba de anotar en mi libreta los puntos más esenciales de mis meditaciones.

    Con los activistas clandestinos y otros miembros de las organizaciones que partían de Sidaohuanggou nos comprometimos a que después de cumplir rápidamente las tareas asumidas, volveríamos a reunirnos en la tercera decena de junio, en Kalun.

    Algún tiempo después, en Dunhua se efectuó una sesión de la organización del partido en la zona de Jidong. Allí se examinó el problema de la rebelión. Los sectaristas planeaban otra insurrección igual a la del 30 de mayo.

    Me opuse al plan, afirmando que esa rebelión había sido una acción insensata.

    En la primavera de aquel año, experimenté muchas cosas, presenciando incluso, seguidamente a mi reclusión, esa rebelión del 30 de mayo.

    Realmente, en mi vida, la primavera de 1930 quedó grabada para siempre, pues fue de crecimiento, de pruebas. Entonces nuestra revolución se preparó para un nuevo cambio.

    

    

    

    3. Conferencia de Kalun

    

    

    En la tercera decena de junio, mis camaradas comenzaron a reunirse en Kalun, según lo acordado. Allí estaban creadas ya nuestras organizaciones revolucionarias. A partir de 1927, sentimos la necesidad de establecer una base de actividades en un nudo de tránsito desde donde se pudiera viajar fácilmente a diversos lugares de Manchuria; por eso envié allí a elementos medulares de la Juventud Comunista, para que la prepararan.

    Decidí efectuar la reunión allí por su favorable ubicación para el tránsito y ser un centro de actividades encubierto, capaz de garantizar el secreto y la seguridad de los participantes.

    Pese a que lo frecuentaban mucho los independentistas antijaponeses, no fue descubierto por los enemigos. Además, sus pobladores ayudaban sin reparos a nuestra labor. Resultaba, pues, una sede ideal para la reunión.

    En Kalun me recibió Jong Haeng Jong, jefe del Cuerpo de niños exploradores. Cada vez que yo iba, él me esperaba en la estación y me acompañaba.

    Allí el ambiente estaba algo tranquilo en comparación con Dunhua o Jilin.

    Como recién había pasado la tempestad de la rebelión del 30 de mayo, la atmósfera en Jiandao era más que tétrica. Máxime, con la inminencia de la expedición de las tropas japonesas a Manchuria del Este, la situación se tornó todavía más tensa. El imperialismo japonés trataba de lanzar sus tropas sobre Jiandao para sofocar el movimiento revolucionario que se expandía con rapidez por esa región, ocupar Manchuria y Mongolia y asegurar una cabeza de puente, para agredir a la Unión Soviética.

    Con este fin, el teniente general Kawashima, comandante de la 19 división del ejército japonés, acantonada en Ranam, recorrió las regiones de Longjing, Yanji, Baicaogou y Toudaogou. En el mismo tiempo, inspeccionaron Manchuria del Este el jefe del Estado Mayor del ejército del Kuomintang, estacionado en Jilin, y el del departamento de asuntos civiles.

    En esos momentos, las organizaciones revolucionarias de la región de Jiandao exhortaron a expulsar a esos personajes de Manchuria del Este.

    En Kalun me alojé en la casa de Ryu Yong Son y en la de Jang So Bong, maestros, los dos, de la escuela Jinmyong.

    Jang So Bong, mientras enseñaba a los niños, fungía como jefe de la corresponsalía del diario “Tong-a Ilbo”. Al igual que Cha Kwang Su, escribía bien, tenía amplios conocimientos y trabajaba con entusiasmo, por lo cual se granjeó la simpatía de los camaradas.

    Su defecto radicaba en que en casa peleaba a menudo con su mujer. Si sus compañeros lo reprochaban, se quejaba de que por ser ella una mujer muy empapada en el feudalismo, disentía de su modo de pensar. Traté de persuadirlo y lo critiqué en varias ocasiones para que se apegara a la vida familiar, pero no conseguí los resultados deseados.

    Después de organizado el Ejército Revolucionario de Corea, Jang So Bong fue detenido por la policía en Changchun, donde estuvo para conseguir armas, y claudicó. Se dijo que estuvo movilizado por un tiempo en la operación para hacerme rendir.

    Kim Hyok y Jang So Bong realizaron muchas proezas singulares para hacer de Kalun un lugar revolucionario. Uniendo sus fuerzas con las de los influyentes locales, establecieron una escuela y un colegio nocturno, desde los cuales hicieron trabajos docentes; transformaron las organizaciones ilustrativas en revolucionarias, de suerte tal que las sociedades de campesinos, de jóvenes, de niños y de mujeres quedaron convertidas en Unión de campesinos, Unión de la Juventud Antimperialista, Cuerpo de niños exploradores y Asociación de mujeres, y en ellas formaron a las masas de todos los sectores, para que se encargaran excelentemente de la revolución antijaponesa.

    Fue justamente en Kalun, donde se fundó la revista “Bolchevique” bajo la guía de Kim Hyok.

    También allí, lo mismo que en Sidaohuanggou, no dejé de meditar en el camino de la revolución coreana. Sinteticé los borradores de un mes de reflexión, que resultaron un artículo bastante amplio.

    Lo escribí porque me había percatado, en todo mi ser, de la imperiosa demanda de una nueva teoría rectora en la lucha de liberación nacional. Sin ésta la revolución no podía avanzar ni un paso.

    Al entrar en los años 30, la lucha revolucionaria de los pueblos oprimidos, que aspiraban a la independencia, adquirió cada vez mayor dimensión a escala mundial. En la Tierra, el continente asiático era el escenario de las más furiosas batallas liberadoras contra los imperialistas.

    Asia pasó a ser la palestra principal de la lucha por la liberación nacional de las colonias, porque a la sazón, los imperialistas perpetraron de modo más abierto agresiones encaminadas a obtener concesiones en los países atrasados de la región, y en distintas naciones del Oriente los pueblos se levantaron con valentía para defender a toda costa su soberanía.

    Ninguna fuerza resultaba capaz de detener su justa lucha para rechazar las fuerzas foráneas y vivir en una nueva sociedad, libre y democrática.

    Al compás del avance de la revolución en la Unión Soviética y en Mongolia, subía con ímpetu la briosa marea revolucionaria en China, India, Vietnam, Birmania, Indonesia y en otros países del continente. En la India, que había atraído la atención del mundo con su campaña de desobediencia y no violencia, salieron a las calles las tejedoras con banderas rojas en alto.

    El pueblo chino acogió la década del 30 en medio de las llamas de la segunda guerra civil.

    El combate revolucionario en China y en otros países de Asia, y las enérgicas acciones del pueblo en el interior de Corea nos impresionaron y estimularon de modo infinito.

    En mi corazón se afianzó la convicción de que si fundaba un partido y trazaba una correcta teoría rectora, sin lugar a dudas podría movilizar al pueblo y salir victorioso en la lucha contra el imperialismo japonés.

    En ese tiempo, en la palestra de la lid por la liberación de nuestro país reinaban diversas teorías y argumentos, que representaban la posición y los intereses de distintos partidos y grupos, induciendo a las masas por tal o cual senda. Sin embargo, todos esos fundamentos adolecían de limitaciones epocales y clasistas de diversa índole.

    Entonces, considerábamos como forma superior de la lucha por la liberación nacional la acción del Ejército independentista, en la cual participaron los patriotas e independentistas antijaponeses más activos en el campo izquierdista del nacionalismo. Estos organizaron sus unidades convencidos de que, sólo mediante una guerra por la soberanía, sería posible rescatar el país.

    Algunos pensaban que únicamente con acciones bélicas de grandes unidades se podía alcanzar la independencia; otros argumentaban que el mejor método era la táctica terrorista directa para expulsar a los imperialistas japoneses, y otros sostenían que una estrategia conveniente a la realidad de Corea residía en preparar bien un ejército para conseguir la independencia en alianza con potencias como la Unión Soviética, China y Estados Unidos, en ocasión de que estos entablaran una guerra contra Japón.

    Todas esas consideraciones coincidían en efectuar una contienda sangrienta contra el imperialismo nipón.

    No obstante, las acciones del Ejército independentista no contaban con estrategia y tácticas científicas, capaces de llevar a efecto tales ideas iniciales, ni con una dirección probada y competente que pudiera conducir hasta el fin esa guerra, ni tampoco estaba preparada una sólida base de masas que pudiera sustentarla con recursos humanos, materiales y financieros.

    Entre las teorías reformistas estaba sobre el tapete, entre los independentistas, la de An Chang Ho sobre la “preparación”, o sea, la “creación de capacidad”.

    Respetábamos a esta persona como un patriota ingenuo y de conciencia, consagrado por entero al movimiento por la independencia, pero no aplaudíamos su teoría.

    Tampoco se granjeó el apoyo y la simpatía de las masas la línea del movimiento independentista no violento propugnada por el Gobierno Provisional en Shanghai.

    Si éste desilusionó a la gente poco después de fundado, fue porque pasaba el tiempo aferrado invariablemente a la línea de la diplomacia y la no violencia, que no daba esperanzas. Por eso, el Ejército independentista, que absolutizaba la militar, se le oponía a raja tabla.

    En cuanto a la petición de Syngman Rhee de someter a Corea en fideicomiso a la Liga de las Naciones, no se podía calificar de línea alguna, y la “autonomía” que pregonó la fracción derechista del nacionalismo, no pasaba de ser una ilusión que contravenía al espíritu independentista de la nación.

    El Partido Comunista de Corea, fundado en 1925, fue disuelto sin presentar una estrategia y tácticas científicas adecuadas a la realidad.

    Sintéticamente, la vulnerabilidad general de las estrategias y líneas de las generaciones precedentes, fue no confiar en el poderío de las masas populares y hacerle caso omiso.

    Todos los activistas de las generaciones anteriores, sin excepción, ignoraron la verdad de que las masas populares son dueñas de la revolución y tienen la capacidad para impulsarla. Para derrotar al imperialismo japonés era preciso apelar a las fuerzas organizadas de millones de habitantes, pero los activistas antijaponeses de nuestro país consideraban que sólo con unos hombres especiales podían llevar a cabo la revolución y la guerra de independencia.

    También los adeptos del movimiento comunista, partiendo de igual posición, crearon su partido con el método de proclamar su comité central con unas personas de la capa superior, en lugar de preparar debidamente la base, y divididos en grupos y fracciones de tres o cinco personas cada uno, riñeron durante varios años por la hegemonía, sin compenetrarse profundamente con el pueblo.

    Además, las líneas y estrategias de las generaciones precedentes tenían la grave debilidad de no adaptarse de plano a la realidad palpitante de Corea.

    No tardé en llegar a la conclusión de que, para formular una certera teoría rectora conveniente a esa realidad, debía enfocar con criterio propio todos los problemas y resolverlos de modo original, conforme a nuestra situación, sin absolutizar a los clásicos ni las experiencias ajenas. No debía aceptar totalmente las lecciones de la Revolución de Octubre con el pretexto de enunciar una guía teórica, ni esperar con los brazos cruzados a que la Internacional Comunista recetara una panacea para todos nuestros males.

    “No debemos confiar nada más que en el poderío de las masas populares; tenemos que emprender una guerra sangrienta contra los imperialistas japoneses, confiando en las fuerzas de los 20 millones de habitantes y aglutinándolas”, en mi mente sonaba a menudo este reclamo.

    Con esa inspiración, me esforcé para expresar en cada frase del informe la idea que hoy llamamos Juche. Los conceptos que quería enunciar eran todos muy serios, relacionados con las perspectivas de nuestra revolución.

    De modo particular, pensé mucho en el asunto de la lucha armada.

    En el proyecto del informe incluí la tarea de desarrollar con las armas una guerra general contra Japón, como línea fundamental de la lucha antijaponesa para la liberación nacional, lo que sería la misión número uno para los comunistas coreanos.

    Demoré mucho tiempo en tomar la decisión de entablar la lucha armada y formularla en una orientación. No es exagerado decir que teníamos las manos vacías en el momento en que adoptamos el mencionado lineamiento en Kalun. Dada la situación, insistí en que para emprender la lucha armada era indispensable que los jóvenes comunistas organizaran, por sí mismos, un ejército de nuevo tipo.

    Hubo personas que disentían de mi opinión; decían que no era necesario fundar otras tropas, que eso significaría dividir las fuerzas armadas antijaponesas, y que bastaba, pues, con actuar dentro del Ejército independentista que seguía en pie.

    Era ilógico e imposible cumplir misiones armadas con el procedimiento de transformar, desde adentro, dicho ejército, ya que iba volviéndose derechista y reaccionario.

    Ya por 1930, su capacidad resultaba más que precaria. La junta Kukmin tenía sólo nueve compañías bajo su égida. Incluso éstas se habían dividido en los grupos prokukmin y antikukmin, a causa del enfrentamiento de sus superiores.

    El grupo prokukmin representaba la fuerza conservadora que excluía todo lo que no fuera la defensa de la orientación que el Ejército independentista vino manteniendo durante más de diez años, y el otro la radical, opuesta a ese lineamiento, propendía a buscar uno nuevo. Los integrantes de este último simpatizaban con el comunismo y trataron de cooperar con sus adeptos. Los imperialistas japoneses los calificaron de “terceras fuerzas”, en el sentido de que no eran nacionalistas, ni comunistas, sino intermedias. El hecho de que en el movimiento nacional aparecieran “terceras fuerzas” como el grupo antikukmin, demostraba que se había iniciado la etapa de hacer realidad la tendencia de orientarse hacia el movimiento comunista.

    Por el enfrentamiento de dichos bandos, se dividieron las unidades del Ejército independentista y surgió el caos en el seno del movimiento nacional.

    Por lo general, las compañías estaban acantonadas en poblados de regiones llanas, desfavorables para una guerra de guerrillas. Además de estar mal armadas, no eran bien disciplinadas ni entrenadas, ni mantenían buenas relaciones con la población.

    A diferencia del período de prosperidad, a comienzos de la década del 20, en que derrotaron con resonantes éxitos grandes unidades del imperialismo japonés, como ocurrió en las batallas de Quing-shanli4 y Fengwugou5, ahora iban camino de menguar, de modo paulatino.

    En Wangqingmen, donde estuve para participar en el congreso de la Federación General de la Juventud en Manchuria del Sur, intercambié con Hyon Muk Kwan opiniones sobre la junta Kukmin. Le dije, entre otras cosas:

    —Mire, señor, ¿está seguro que con las fuerzas de la Kukmin pueden vencer a Japón? —quería tocarle en lo más vivo, porque fanfarroneaba demasiado sobre esa organización.

    —Nada de seguridad. Resistiremos hasta que las grandes potencias vengan a ayudarnos en el rescate de la independencia.

    La respuesta me dejó estupefacto. Pensé qué podría dar un ejército que lucha ciegamente sin tener siquiera convicción en la victoria y que espera la ayuda de países grandes. Por eso, dije como en real broma:

    —¿No quieren entregarnos todas las armas que poseen ustedes en la junta Kukmin? Entonces expulsaremos a los japis en tres o cuatro años.

    Como no había empezado aún el terrorismo contra los miembros de la comisión preparatoria del congreso, pude bromear, sin resquemor. Y mi interlocutor contestaba con gusto a mis guasas desde el tiempo de Jilin.

    Mas, esta vez no dijo nada; se limitó a esbozar una sonrisa amarga. Quizá lo habría considerado como la quimera de un cretino.

    Tropas como las de la junta Kukmin eran muy difíciles de mantener. Consideraba, por eso, que debíamos crear un ejército de nuevo tipo.

    Estaba convencido de que sólo la lucha armada, dirigida por los comunistas, podía tener el carácter antijaponés más consecuente y revolucionario, porque sólo ellos eran capaces de integrar en sus filas a obreros, campesinos y a otras amplias fuerzas patrióticas antijapo-nesas, y llevarla hasta el fin, bajo su responsabilidad, con estrategia y tácticas científicas, que reflejaran correctamente los intereses de las masas, conduciendo así a la victoria la revolución coreana en general.

    El imperialismo japonés que debíamos vencer era una potencia militar recién surgida, que había salido triunfante sin dificultades en las dos guerras contra Tsing y Rusia, cuyas superficies eran decenas de veces más extensas que su propio territorio.

    No resultaría fácil derrotarla y rescatar el país de sus garras.

    Vencerla significaba precisamente lograr el triunfo sobre la capacidad militar mundialmente reconocida de Japón, sobre su fanático espíritu de yamato , y salir victorioso en la batalla de desgaste contra recursos humanos, materiales y financieros que ese país recién surgido había acumulado durante cerca de 70 años, a partir de la renovación Meiji.

    Pese a todo, estimé que con la lucha armada podríamos derrotarlo en tres o cuatro años. No habría podido concebir tal idea si no hubiese sido joven. Si los militaristas de Japón me hubieran escuchado, habrían reído a mandíbula batiente.

    Si alguien preguntara qué garantía respaldaba mi afirmación, yo no podría dar respuesta. ¿Con qué seguridad contábamos nosotros, que teníamos las manos vacías?

    Lo único que poseíamos era patriotismo y entusiasmo juvenil. No lo dijimos por menospreciar el poderío de Japón, sino por creer que nuestro patriotismo era más fuerte y éramos justos. Si hubo garantías, radicaban en las fuerzas de los 20 millones de habitantes. Teníamos la convicción de que si los entrenábamos con propiedad y los poníamos en pie de guerra en todas partes, para golpear a los soldados y policías japoneses, podíamos alcanzar la independencia del país.

    Eso nos llevaba a pensar que para impulsar con ímpetu la lucha armada, resultaba indispensable prepararle una sólida base entre las masas.

    Podría decirse que de ahí nació el proyecto del frente unido nacional antijaponés.

    Si en la escuela Hwasong me percaté, por primera vez, de la necesidad de la organización, el primer acontecimiento que me hizo sentir y grabar en la mente el poderío de la nación, fue el Levantamiento Popular del Primero de Marzo. Y fue en la época de Jilin en que tomé la determinación de compenetrarme con el pueblo, de aglutinarlo y de hacer la revolución apoyándome en su poderío.

    Era imposible sacudirnos el yugo de la esclavitud colonial, sin una resistencia nacional con la participación de los 20 millones de coreanos. Sostuvimos que si se trataba de una revolución puramente clasista, podían formar su fuerza motriz sólo las masas de obreros y campesinos, pero como el carácter de la nuestra era el de una revolución contra el feudalismo y el imperialismo tenían que constituirla, no solamente obreros y campesinos, sino también jóvenes estudiantes, intelectuales, religiosos patriotas y capitalistas nacionales. Nuestro principio radicaba en agrupar y movilizar a todas las fuerzas patrióticas y antijaponesas interesadas en esa causa.

    Cuando presentamos este lineamiento, hubo personas que menearon la cabeza diciendo que esa fórmula no aparecía en las obras clásicas. Afirmaban que era una quimera pretender la alianza de los comunistas con otros sectores que no fueran obreros y campesinos, y no debían tender la mano a los religiosos y los industriales. A causa de este criterio, en el grupo Hwayo6 destituyeron a Kim Chan, del cargo de responsable del departamento general del Partido Comunista de Corea en Manchuria, porque tuvo contactos en un tiempo con algunas figuras de la junta Kukmin.

    Muchos nacionalistas, por su parte, trataban con frialdad a los comunistas. En el seno del movimiento comunista se ponía coto al nacionalismo, y viceversa. Esta tendencia trajo como resultado la división de las fuerzas nacionales en dos campos: el comunismo y el nacionalismo.

    Todas las personas que razonaban, lo lamentaban. En virtud de sus esfuerzos, en nuestro país se promovió, a mediados de la década del 20, un movimiento para lograr la cooperación entre los dos campos, el cual vio su fruto en la fundación de la Asociación Singan, en 1927. Todo el pueblo felicitó de modo caluroso este acontecimiento, porque hizo ver que los comunistas y los nacionalistas podían unirse en bien de la nación, aunque tenían ideales diferentes.

    Sin embargo, tuvo que declararse disuelta en 1931, por las incesantes maquinaciones subversivas de los imperialistas japoneses y las actividades escisionistas de los reformistas sobornados por ellos.

    Si las dos fuerzas se hubieran fundido con solidez, bajo la gran premisa del patriotismo, no se habría disuelto tan fácilmente, aunque se tramaran acciones subversivas dentro y fuera.

    Sentimos mucho al ver que, con la ruptura de la Asociación Singan, abortaba la cooperación entre el comunismo y el nacionalismo, establecida a costa de tantos esfuerzos. Si se absolutizan los ideales, sin poner a la nación por encima de todo, es imposible realizar una cooperación auténtica. Mi criterio en aquel tiempo, era que si se le concedía importancia primordial a la gran premisa de la liberación nacional, resultaba posible aliarse con cualquier sector.

    Desde esta posición colaboramos después de la liberación con el señor Kim Ku, quien fue un anticomunista toda la vida, y aun ahora, apelo al entendimiento de todos los compatriotas para lograr la gran unidad nacional. Cuando ésta se alcanza quedan aisladas sólo las fuerzas extranjeras y los vendepatrias.

    Como la gran unidad nacional es una tarea tan enjundiosa y primordial y una importante empresa, acogimos con sentimientos fraternales en Pyongyang a los señores Choe Hong Hui y Choe Tok Sin7, sin preguntarles por el pasado, si bien habían enfilado sus armas hacia nosotros, manteniéndose la mayor parte de su vida en la avanzada del frente anticomunista.

    En ocasión de mi encuentro con Choe Tok Sin, manifesté: “Todos, vivan en el Norte o el Sur, deben considerar el problema de la reunificación, viéndolo desde el punto de vista de la nación. Sólo cuando ésta exista, pueden sobrevivir las clases e ideologías. ¿Para qué serviría el comunismo o el nacionalismo, ni para qué se rendiría culto a Dios, si no existiera la nación?”

    Lo mismo reclamaba yo, 60 años atrás, cuando estaba enfrascado en trazar la línea del frente unido nacional antijaponés en Kalun.

    La política debe ser de altos vuelos, y el político, grande de alma. De lo contrario, la política no podrá abarcar a todas las masas y el político será rechazado por las masas.

    Señalé en el informe el asunto de la fundación del partido, el carácter y la misión de la revolución coreana y la posición fundamental que los comunistas de Corea debían mantener en la lucha.

    Al terminar el proyecto del informe, lo sometí a debate con los cuadros dirigentes de la Juventud Comunista y de la Unión de la Juventud Antimperialista que vinieron de distintos lugares para participar en la Conferencia. Lo discutimos de día en los lindes de las parcelas mientras trabajábamos, o en los saucedales de las riberas del río Wukai, y de noche, examinamos, punto por punto, las opiniones planteadas en cada jornada, en el cuarto de guardia de la escuela Jinmyong.

    En ese proceso de discusión masiva recogimos muchas opiniones prácticas interesantes.

    Se entabló una polémica, ante todo, en cuanto a la definición del carácter de la revolución coreana. Se discutió acaloradamente la expresión de revolución democrática, antimperialista y antifeudal. El foco del debate se dirigía a la probabilidad de que esa definición del carácter de la revolución, que no aparecía en las obras clásicas ni en ningún otro país, discrepara con los principios generales y las leyes de la misma. Por entonces, los jóvenes conocían sólo de la revolución burguesa y la socialista, que registraron cambios en la historia moderna. Por eso, se mostraban dudosos al plantearles el nuevo concepto de revolución democrática, antimperialista y antifeudal, que no era ni burguesa, ni socialista.

    Definimos así el carácter de la revolución coreana, en vista de las relaciones de clases en nuestro país y las tareas que se plantearon ante la misma. La más imperiosa misión revolucionaria para la nación era derrotar al imperialismo japonés, eliminar las relaciones feudales que la atenazaban, e implantar la democracia. De ahí que definimos el carácter de la revolución coreana como democrático, antimperialista y antifeudal.

    Determinar el carácter de la revolución ajustándose a la fuerza a esquemas establecidos por otros, conduce al dogmatismo. Lo primordial no es un esquema, sino la realidad concreta. Si una fórmula se adapta a la situación del país dado por ser científica, los comunistas tienen que aceptarla sin titubeos, aunque no se mencione en las obras clásicas y no la hayan aplicado otros.

    Esta es una actitud creativa respecto al marxismo y leninismo.

    Expliqué de este modo sobre la materia. Los delegados me comprendieron e, incluso, expresaron su total apoyo.

    La más entusiasta discusión la provocó lo referido al frente unido nacional antijaponés. La cuestión de su estrategia era generalmente reconocida como muy complicada, que no se podía tratar de modo abierto en el plano teórico y práctico. Personalidades de la Internacional Comunista tachaban de reformistas, sin ton ni son, a quienes la apoyaban, a causa del fracaso de la alianza entre el Partido Comunista y el Kuomintang en China. Por eso, entre los que tenían relaciones con nosotros la trataban por lo general, con precauciones.

    Si no se tomaba una firme decisión, era imposible presentar como lineamiento la política del frente unido nacional, ya que eso podía ser considerado como un desafío a la posición de la Internacional Comunista.

    Los compañeros plantearon muchas cuestiones:

    ¿Cómo considerar al hijo de un terrateniente, el cual apoya a la revolución?, ¿cómo tratar a unos capitalistas que les vuelven las espaldas a los comunistas, sin ningún motivo, aunque donaron mucho dinero en aras de la independencia y prestaron enorme ayuda material al Ejército independentista?, ¿es posible atraer al lado de la revolución a los alcaldes de cantones que se llevan bien tanto con los japis como con los habitantes?

    A tales preguntas respondí que había que juzgarlos, principalmente, a partir de su tendencia ideológica.

    Posteriormente, este criterio cristalizó en el Programa de 10 Puntos de la Asociación para la Restauración de la Patria, y después de la liberación, quedó suscrito como política estatal en nuestra Plataforma Política de 20 Puntos.

    La justeza de esa línea que tracé en Kalun, con posterioridad se corroboró en la vida práctica.

    Las opiniones de los compañeros contribuyeron mucho al perfeccionamiento del informe.

    La Conferencia de Kalun se inauguró formalmente el 30 de junio de 1930 por la noche.

    Los camaradas de la aldea prepararon la sede en un aula de la escuela Jinmyong. Extendieron en el suelo redores y colgaron del techo varias lámparas para mayor comodidad de los delegados.

    La primera sesión terminó con la presentación del infome. Desde el día siguiente discutimos las medidas para ejecutar las tareas planteadas en éste, reunidos todos o por grupos, ora a la orilla del río, ora en el saucedal, ora en las parcelas, mientras ayudábamos a los campesinos. Era una forma de reunión muy peculiar.

    La efectuamos sosegados, porque las organizaciones revolucionarias en Kalun montaron una rigurosa vigilancia. De modo especial, los integrantes del Cuerpo de niños exploradores nos protegieron con seguridad, en todas las jornadas.

    El imperialismo japonés, conociendo que un nutrido grupo de comunistas de la joven generación estaba reunido en la región central de Manchuria, envió gran número de agentes a los distritos Changchun, Huaide, Yitong y a otras zonas donde actuábamos. Entre estos hubo quienes con mi foto buscaban mi paradero.

    Por intermedio de agentes del consulado japonés acreditado en Manchuria y de espías del departamento de policía del gobierno general en Corea, el imperialismo japonés estaba al tanto de que en la región de Manchuria, con Jilin como centro, habían surgido los comunistas de nueva generación, de tendencias y métodos de acción completamente distintos, e iban ampliando sus fuerzas. Por eso, con los nervios en tensión, persiguió obstinadamente a sus dirigentes medulares, para arrestarlos. Parecía que nos tomaban como adversarios bastante fuertes, porque preparábamos un terreno de acción muy amplio y entramos profundamente entre el pueblo, sin hacer ruido.

    El encargado de organizar la vigilancia en Kalun fue Kim Won U, quien realizó este trabajo dirigiendo a los miembros del Cuerpo de niños exploradores y de la Unión de la Juventud Antimperialista. A veces, disimuladamente salía de la reunión para inspeccionar los puestos de guardia en la aldea. Cuando yo no podía regresar a mi alojamiento, por estar atosigado y pasaba en blanco la noche en el aula de la escuela Jinmyong, él también velaba afuera, para protegerme. Algunas noches asó patatas en el fogón del cuarto de guardia, y me invitó a comerlas, a manera de cena.

    Kim Won U hizo grandes aportes a la preparación de Kalun, Guyushu, Wujiazi y de otros lugares. Había trabajado también con mérito cuando participaba en el movimiento estudiantil y juvenil en Jilin.

    En la primavera de 1928, lo mandé a la región de Changchun, para que les creara conciencia revolucionaria a los campesinos de sus aldeas. Fungía como maestro en la escuela Jinmyong, en Kalun, y a la vez, educó a jóvenes de este lugar y de Guyushu.

    A partir de la primavera de 1930, participó en el trabajo preparatorio para formar el Ejército Revolucionario de Corea, ayudando a Cha Kwang Su. Como tenía una cara hermosa, una vez lo vestimos de mujer y lo mandamos a un lugar, en pareja con Hyon Kyun, para que cumpliera una misión secreta.

    Después de organizado el Ejército Revolucionario de Corea, Kim Won U fue detenido mientras andaba en busca de armas. Estuvo unos años en la cárcel, donde luchó también con firmeza, sin vacilar.

    Después de la Guerra de Corea, cuando era compleja la situación dentro y fuera, actuó en una localidad, en defensa de los lineamientos del Partido, hasta que murió a manos de fraccionalistas. A la sazón, éstos atentaban por diversos métodos contra personas fieles al Partido.

    Su nombre verdadero era Pyon Muk Song.

    Si Kalun se convirtió en sólida base de nuestras actividades, en una aldea revolucionaria idónea para hacer realidad nuestro ideal, fue gracias a los tesoneros esfuerzos de Kim Won U, Kim Ri Gap, Cha Kwang Su, Kim Hyok y otros comunistas de la nueva generación.

    Antes de que llegáramos allí, sus moradores, divididos en grupos de provincias sureñas y norteñas, vivían en un estado de enfrentamiento. Una vez, entablaron, incluso, una riña por las aguas del Wukai. Si los del sureño represaban el río para roturar arrozales, los del otro grupo corrían allí con palas para destruir el dique, diciendo que se resecaban los suyos. La situación se tornó tan lamentable que ni los niños se llevaban bien, separados en dos bandos.

    Muchos esfuerzos hicieron para repararla Kim Hyok, Kim Won U, Kim Ri Gap, Jang So Bong y otros. Lograron persuadir a los contendientes de que desistieran de esa riña, crearon varias organizaciones de masas y establecieron la escuela, donde se enseñaba gratis.

    Los delegados proseguimos la reunión el 2 de julio por la noche en el mismo lugar. En ésta, distribuí las tareas y pronuncié el discurso de clausura.

    Al terminar el foro, Cha Kwang Su, quien lo presidía, se levantó bruscamente e hizo una arenga. El tenía un temperamento raro. Procedía de ordinario con tanta desenvoltura, que cobró por mote “El campechanote” y se mostraba impresionado muchas veces, pero, aun en este caso sin perder el control de sí mismo, arengaba con voz entusiasta, dejando admirados a sus oyentes.

    En aquella ocasión, gritó con el puño en alto:

    —Cuando otros se lamentan en voz alta porque los comunistas coreanos han fracasado, aquí en Kalun dimos la histórica clarinada, anunciando la nueva partida de la revolución coreana. Con este aviso del alba, los comunistas coreanos avanzaremos con ímpetu por un novedoso sendero. ¡Compañeros, levantémonos en armas de inmediato, para librar la batalla decisiva contra el imperialismo japonés!

    Dimos aclamaciones y cantamos el “Himno a la revolución”.

    Declaramos así, en Kalun, el nuevo camino de la revolución coreana, gracias a que ya, en la época de Jilin, asumimos una posición y una actitud protagónicas hacia la revolución coreana, y nos dimos a abrir otra vía al movimiento comunista en el proceso de nuestras actividades estudiantiles y juveniles. Me limité a publicar bajo el título de “El camino a seguir por la revolución coreana” esas ideas y posición, que se habían engendrado en los días de lucha y madurado en la cárcel.

    Estas pasaron a ser la línea y la idea rectora de nuestra revolución.

    Puedo afirmar que el núcleo del contenido del referido artículo es la idea Juche.

    Esta se desarrolló y enriqueció, sin cesar, en medio de una lucha práctica, difícil y complicada, a través de diversas etapas de la revolución, sobre todo la Lucha Revolucionaria Antijaponesa, hasta que hoy se ha convertido en una doctrina filosófica con un sistema integral de ideas, teorías y métodos.

    Después de la liberación, enfatizamos de modo especial en la necesidad de establecer el Juche, sobre todo, cuando edificamos la base del socialismo en la postguerra.

    En 1955, hablé a los trabajadores del sector de propaganda y agitación del Partido sobre el tema de superar el servilismo a las grandes potencias y el dogmatismo e implantar el Juche, lo cual se publicó posteriormente con el título de “Sobre la eliminación del dogmatismo y el formalismo, y el establecimiento del Juche en la labor ideológica”.

    Con posterioridad, en cada oportunidad que se me daba, destaqué la necesidad de implantar esa doctrina.

    En varias charlas que sostuve con extranjeros, me referí a la esencia de la idea Juche, y al proceso de su creación y aplicación.

    Sin embargo, no pensé en sistematizarla en un libro. Estaba satisfecho con que nuestro pueblo la aceptara como una doctrina justa y la aplicara en la práctica revolucionaria.

    Fue el camarada Kim Jong Il, quien la sistematizó de lleno y la publicó en un artículo titulado “Sobre la idea Juche”.

    En el proceso de la Lucha Armada Antijaponesa, que desplegamos después de la Conferencia de Kalun, comprobamos la justeza de los lineamientos que adoptamos en ésta. Los enemigos nos comparaban con un “mijo en el mar”, mas, detrás de nosotros, se extendía un océano de pueblo con inagotable potencial. No bien presentábamos un lineamiento, el pueblo lo comprendía y lo hacía suyo, y enviaba a nuestras filas miles y decenas de miles de sus hijos; nos ayudaba tanto en lo material como en lo espiritual.

    Si en los 15 años de lucha contra un poderoso enemigo armado hasta los dientes, y pese a tan riguroso frío en Manchuria, donde la temperatura marcaba hasta 40 grados bajo cero, pudimos salir victoriosos fue porque tuvimos un poderoso baluarte en el pueblo, un infinito océano en las masas populares.

    

    

    

    4. Primera organización del Partido-

    Asociación de Camaradas Konsol

    

    

    Hace ya varios años, fueron dados a conocer el hecho de que el tres de julio de 1930, fecha posterior a la clausura de la Conferencia de Kalun, constituimos la primera organización del partido, y el discurso que allí pronuncié.

    Todos saben que el partido desempeña el papel de estado mayor en la revolución, y la victoria o el fracaso de ésta, depende de cómo él desempeña su rol. Se puede afirmar que si la revolución es la locomotora de la historia, el partido lo es en la revolución. Así, los revolucionarios dan importancia al partido e invierten tantas energías en la tarea de afianzarlo.

    Si el que Marx, después de concebida la científica teoría comunista, y como primer proceso de su lucha práctica, fundó la Liga de los Comunistas y publicó el “Manifiesto Comunista”, se considera altamente hasta hoy como el mayor mérito en sus actividades, se debe a que la misión y el papel del partido son de suma importancia en el batallar de los comunistas por la transformación del mundo.

    También se puede decir que diversas variantes del oportunismo y el reformismo, reveladas en los movimientos comunista y obrero internacionales, han emanado, en última instancia, del erróneo criterio sobre el partido y la posición ante él.

    De todas las admirables transformaciones que los comunistas han realizado sobre la Tierra, desde el nacimiento del comunismo como nueva corriente ideológica de la época en el escenario del movimiento obrero, hasta la fecha, no hay nada que esté desvinculado del sagrado nombre del partido.

    Para llevar a cabo la tarea presentada en la Conferencia de Kalun, nos dimos, ante todo, a la constitución de la organización del partido.

    Cuando decidimos fundar uno de nuevo tipo y empezamos a desvivirnos a plenitud por encontrar la vía para ello, fue después que supimos que el Partido Comunista de Corea había sido tachado de la lista de la Internacional.

    Este se había fundado en abril de 1925 en nuestro país. La organización de un partido comunista en tierra privada de libertad y de derechos para actividades políticas, a tenor de la tendencia mundial en que en todas las naciones aparecían, uno tras otro, partidos políticos que representaban los intereses de la clase obrera y guiaban a las masas, fue una prueba de cuán sensible y amplia era la receptividad política de los coreanos con respecto a las nuevas corrientes ideológicas y a las tendencias de la época.

    La fundación del Partido Comunista de Corea fue un resultado irreversible, un fruto legítimo del desarrollo del movimiento obrero y del de liberación nacional de Corea.

    Después de su constitución, divulgó la ideología socialista entre obreros, campesinos y otros amplios sectores de masas y ejerció su dirección sobre el movimiento obrero, escribiendo así una nueva página que dio lugar a la conducción de la lucha de liberación nacional por los comunistas en nuestro país.

    Durante la existencia de ese Partido, los comunistas coreanos dirigieron una lucha de gran envergadura, evidenciada en la Manifestación del 10 de Junio por la Independencia, que hacía gala del espíritu de la nación, además de constituir una organización de masas como la Asociación Singan, en colaboración con los nacionalistas, lo cual contribuyó a agrupar a las fuerzas patrióticas antijaponesas.

    La fundación del Partido Comunista de Corea y el despliegue, bajo su dirección, del movimiento obrero, campesino y de otros diversos sectores de masas, devinieron acontecimiento histórico que dio inicio al movimiento comunista en nuestro país, y estimularon en cierta medida el avance del movimiento de liberación nacional.

    Sin embargo, en 1928, sucumbió como fuerza organizada, a causa de la cruel represión del imperialismo japonés y de las riñas sectarias entre personalidades de su capa superior.

    En su VI Congreso, efectuado en el verano de 1928, la Internacional declaró que se retractaba de la aprobación del Partido Comunista de Corea, es decir, lo excluía de sus filas.

    Desde luego, aun cuando existiera dicho Partido, detestábamos a su capa superior que se dedicaba sólo a trifulcas fraccionalistas, pero al oir la noticia de que, incluso, había sido echado de las filas de la Internacional, no pudimos calmar nuestra indignación y vergüenza. Consideramos injusta la acción de esa organización internacional. Desde entonces, aunque tuviera pocos años y careciera de experiencias en el movimiento comunista, decidí desplegar con energía, y desde la posición de protagonista, la lucha por la fundación de un partido de nuevo tipo.

    Para organizar un partido puro y original, tuvimos que sobreponernos a diversos obstáculos y adversidades.

    El mayor contratiempo fue que seguía en pie el fraccionalismo entre los primeros comunistas. Por esta razón, ellos no pudieron llevar a cabo un movimiento por la reconstrucción del partido de manera unificada, sino divididos en sectas.

    Después que el Partido Comunista de Corea fue separado de la Internacional, lo desarrollaron con dinamismo en el interior y el exterior del país. No obstante, ninguna fracción logró alcanzar su objetivo, a causa de la indiscriminada represión e intrigas obstaculizadoras del imperialismo japonés. Los grupos Hwayo y M-L8 renunciaron a dicho movimiento y declararon la disolución de la dirección general, organizada en Manchuria, y más tarde, el grupo Sosang levantó un viento de reconstrucción del partido dentro del país, pero también eso fue descubierto y acabó con el encarcelamiento de numerosos militantes.

    Esto nos hizo sacar la conclusión de que no se podía fundar un partido revolucionario reconstruyendo el disuelto, o apoyándose en la vieja generación, empapada en las aguas de los malos hábitos fraccionalistas.

    Otra dificultad con la cual tropezamos en la creación del partido fue que en virtud del principio de un partido para cada país, estipulado por la Internacional, los comunistas coreanos se veían en la imposibilidad de organizarlo en Manchuria.

    En las disposiciones generales de los Estatutos adoptados en su VI Congreso, ésta definió como principio que cada partido que le pertenecía debía llamarse partido comunista del país correspondiente (oficina local de ella misma) y en cada nación podía existir como tal un solo partido comunista.

    En mayo de 1930, el departamento de propaganda de la Internacional, encargado de asuntos orientales, organizó en Javarovsk una reunión de representantes de los comunistas de Corea y China, y les transmitió la resolución sobre el asunto organizativo relacionado con el Partido Comunista de Corea, en la cual a los comunistas coreanos en Manchuria se les dio la tarea de ingresar en el de China y actuar como miembros de él.

    Así fue como éstos, que libraban acaloradamente la campaña de reconstruir el partido, cambiando de actitud publicaron declaraciones de su disolución, y levantaron un verdadero viento de paso al Partido Comunista de China, y como consecuencia, la llamarada de la sublevación del 30 de mayo se extendió por toda Manchuria del Este.

    El problema de la militancia de los comunistas coreanos en el partido de China, no podía menos que constituir un fuerte impacto para los jóvenes comunistas de la nueva generación, quienes tenían más dignidad nacional que nadie. En torno a dicho principio, mis compañeros sostuvieron acaloradas discusiones. Algunos denunciaron la directiva de la Internacional como expresión de una actitud irresponsable y una resolución incomprensible; otros la apreciaron como medida imparcial y justa, e incluso, existieron quienes manifestaron su indignación, sin poder contenerse, quejándose de que esta exigencia de la Internacional significaba quitarles para siempre a los comunistas coreanos la posibilidad de reconstruir el suyo propio.

    Ellos quisieron conocer mi posición en cuanto a este problema, ya presentado en el orden del día.

    Les expliqué sin ambages que si la Internacional exigía a los comunistas coreanos ingresar en el partido de China, según el principio de un partido para cada país no era una medida censurable, ni signi-ficaba privarles de la posibilidad de reconstruir el partido, y continué:

    —En la situación actual, la exigencia de la Internacional es inevitable en cierta medida. Si los comunistas coreanos tuvieran su partido independiente, ¿por qué nos tendrían que exigir que vivamos en un cuarto ajeno? Si lo vemos así, debemos respetar su resolución. Esta es una posición internacionalista. Aunque nos pongamos la gorra de militantes del partido de China, será tolerable si luchamos por la revolución coreana, sin olvidar a Corea. Sin embargo, por seguir la directiva de la Internacional no podemos vivir indefinidamente en un cuarto de la vivienda de otro, renunciando a la fundación de nuestro partido independiente. Los coreanos debemos tener nuestro propio partido.

    Este fue mi criterio y posición en torno al problema de nuestro ingreso en otro partido.

    Pero, no pude afirmar categóricamente que concordaba con la interpretación de la Internacional sobre su principio de un partido para cada país.

    Para profundizar en la comprensión de este principio y definir cuanto antes la orientación para la construcción del nuestro, en la tercera decena de junio de 1930 me entrevisté, en Jiajiatun, con Kim Kwang Ryol (Kim Ryol), un enlace de la Internacional. Este era un intelectual que, después de egresado de la Universidad Waseda de Japón, se había trasladado a la Unión Soviética y luego a China. Frecuentaba fundamentalmente Guyushu, Wujiazi y Kalun, que eran nuestras zonas de acción. En su calidad de enlace, se esforzó para entrelazarnos con la Internacional. Impulsado por una esperanza, fui a verle, pues Jang So Bong y Ri Jong Rak no escatimaban alabanzas, diciendo que se había empapado en las aguas del socialismo en la Unión Soviética. Realmente era, como se decía, un hombre culto. Sabía hablar libremente el ruso y el japonés, bailar tan bien como los rusos, sus danzas, así como disertaba con habilidad. Durante nuestro encuentro, Kim Kwang Ryol me sugirió: “Vaya a la Internacional, en lugar de escuchar mi criterio personal; se lo comunicaré a su puesto de enlace de Haerbin, y allí discutirá acerca del principio de un partido para cada país”.

    Después de mi entrevista con Kim Kwang Ryol, continué ese debate con mis compañeros.

    Interpretamos que en un país, dos o más partidos comunistas no podían ingresar en la Internacional Comunista, sino solo uno, y que en una nación podía existir un solo centro del partido comunista, y no dos o más.

    La esencia de este principio consistía en que en cada territorio, no debía existir más de un centro del partido, que representara idénticos intereses y objetivos.

    Si la Internacional lo presentó y exigió observarlo con rigor, esto fue, en esencia, para eliminar el fraccionalismo y otros oportunismos del movimiento comunista internacional y asegurar la unidad y la cohesión en sus filas. La lección histórica de este movimiento requirió que la Internacional Comunista adoptara la medida de un partido para cada país y estuviera muy alerta, ante la penetración de diversos factores espurios en su seno.

    Otra causa de que lo propusiera estaba relacionada con perversas intrigas del enemigo, encaminadas a dividir y socavar desde adentro las filas de los comunistas.

    Sin embargo, en sus Estatutos la Internacional se limitó a presentar dicho principio y no señaló a quienes realizaban el movimiento comunista en otro país, cómo se incorporarían al partido de éste y, una vez hecho esto, cómo se definirían sus tareas revolucionarias. Precisamente esa fue la razón de que el paso de los comunistas coreanos que actuaban en Manchuria, al partido chino, se discutiera tan complicadamente, y de que algunas personas, incluso, llegaran a considerar que la constitución de una organización del partido por los comunistas coreanos en tierra china, contravenía al principio establecido por la Internacional.

    En aquella época, en que a causa de las diferentes interpretaciones de ese postulado, se creaba una grave confusión y vacilación en las actividades de los comunistas coreanos por la liberación de su país y surgían dudas acerca de si estos revolucionarios tenían el derecho a luchar en bien de su patria, yo meditaba sin descanso para descubrir cómo fundar nuestro partido.

    ¿No habrá acaso una vía que se avenga a la directiva de la Internacional y, al mismo tiempo, pueda impulsar con dinamismo la revolución coreana?

    De tanto reflexionar así, acabé por encontrar una salida: fundar, aprovechando las lecciones del movimiento comunista antecesor, un partido capaz de desempeñar, sin duda, el papel de Estado Mayor de nuestra revolución, sobre la base de la perfecta preparación de sus cimientos organizativos-ideológicos, y no con el método de declarar con impaciencia la constitución de su órgano central.

    No se podía organizar el partido, sólo con una ambición, sin formar su armazón organizativa, concientizada y preparada en el plano clasista, ni asegurar la unidad ideológica y volitiva de las filas, ni preparar el terreno de masas en que él pudiera apoyarse.

    Consideré que para nosotros, el método más racional y realista era constituir primero las organizaciones de base del partido con los comunistas de la joven generación desvinculados del fraccionalismo, a modo de armazón, para luego extenderlas y fortalecerlas. Estaba convencido de que si lo hacíamos así, también lo aplaudiría la Internacional.

    Creía, además, que si creábamos, primero, una organización del partido con los comunistas de la joven generación, preparados por nosotros hasta entonces, y elevando sin cesar su papel, ampliábamos y fortalecíamos otras de base en todos los lugares adonde llegáramos, podíamos asegurar con certeza la dirección sobre el movimiento comunista y la lucha de liberación nacional y cumplir satisfactoriamente también el deber internacionalista que teníamos.

    Si no establecíamos, aparte en tierra china, el centro de nuestro partido que podría existir de modo paralelo con el del partido de China, tampoco contravendría al principio de un partido por cada país, presentado por la Internacional.

    Nosotros, una vez sintetizadas estas ideas, orientamos fundar el partido en la Conferencia de Kalun y constituimos su primera organización.

    Formar una organización revolucionaria del partido fue, además, un requerimiento sine qua non para el desarrollo de nuestra revolución.

    En virtud de que en Corea no existía el partido, los dirigentes de la sublevación campesina de Tanchon visitaron hasta la Internacional Comunista para preguntarle sobre sus opiniones en cuanto a los problemas tácticos de la sublevación.

    Si hubiera funcionado un partido revolucionario en representación de los intereses de obreros y campesinos, y existido las fuerzas rectoras probadas, ellos no habrían ido allá, gastando dinero para el viaje.

    A comienzo de la década de 1930, el movimiento de liberación nacional en nuestro país, escaló una altura incomparablemente superior a la anterior lucha antijaponesa por su amplitud y profundidad.

    También nuestra lid adelantó de forma acelerada en relación con la etapa inicial. Su esfera de actividades, ya fuera de Jilin, se extendió hasta las lejanas zonas del Este de Manchuria y del norte de Corea. Nuestra lucha revolucionaria, limitada al movimiento juvenil y estudiantil, revistiendo un carácter de actividad clandestina, se ligó con amplias masas obreras y campesinas.

    Teniendo en cuenta que si se acumulaban experiencias y se perfeccionaba la preparación militar y política, deberíamos organizar un ejército revolucionario permanente y emprender una activa guerra de guerrillas con las fuerzas de grandes destacamentos, la Unión de la Juventud Comunista no era capaz de encargarse de esa dirección. Si hasta entonces ésta orientó diversas agrupaciones de masas fue como un fenómeno transitorio, y no permanente.

    Ya era hora de que constituyéramos el partido para controlar y dirigir la Unión de la Juventud Comunista y otras diversas organizaciones de masas y el movimiento de liberación nacional en su conjunto, así como para entablar contactos con el partido de China y trabajar con la Internacional. Con el nombre de la Unión de la Juventud Comunista no podíamos comunicarnos de modo satisfactorio con esta última.

    Como los comunistas anteriores fueron a solicitar su reconocimiento, autodenominándose cada cual “grupo ortodoxo”, la Internacional no podía orientarse. Pero, con el paso de los días, empezó a comprender, poco a poco, que en Corea, sin eliminarse las fracciones, no podía organizarse un verdadero destacamento de vanguardia de la clase obrera y, para acabar con éstas y fundar un nuevo partido, debían levantarse los miembros de la joven generación, sin interés en riñas sectarias y desprovistos de ambición por el poder. Por fin, ésta prestó atención a nuestra lucha y por diversos conductos trató de darnos la mano.

    Después de varios años de actividades revolucionarias, también logramos preparar la piedra angular para formar una organización revolucionaria del partido de nuevo tipo.

    La constitución de la “Unión para Derrotar al Imperialismo” devino punto de partida para fundar este partido revolucionario, distinto al anterior en el movimiento comunista de Corea. Todo se inició con ella, que se convirtió en la Juventud Antimperialista y en la Comunista.

    El destacamento de elementos medulares de nuestra revolución, preparado por la Unión de la Juventud Comunista, y su terreno de masas, allanado por la Unión de la Juventud Antimperialista, sirvieron, indudablemente, de base para la fundación del partido. En los días en que se organizó la UJC y ésta, convertida en una poderosa organización de vanguardia, dirigía el movimiento revolucionario, los comunistas de la joven generación erradicaron errores cometidos por sus antecesores y abrieron una nueva esfera en la conquista de las masas y en el arte de dirección. El espíritu de lucha heroica y el estilo de batalla revolucionaria, mostrados por ellos, constituyeron la fuerza motriz para la victoria sobre los agresores imperialistas japoneses y, más tarde, pasaron a ser el alma y el espíritu de nuestro Partido.

    La determinación de la idea directriz de la revolución coreana con motivo de la Conferencia de Kalun, implicó una cumbre que escalaron los comunistas de la joven generación en sus actividades. En su resolución se expusieron las estrategias que ellos debían seguir como principio, en el camino de materializar los programas de la Unión para Derrotar al Imperialismo y la Unión de la Juventud Comunista. Estas sirvieron de base ideológica para la fundación del partido de nuevo tipo y de guía para las tareas de los comunistas que, durante largo tiempo, buscaban en la oscuridad el camino que debían seguir, experimentando los dolores que les causaban el fracaso y el derrumbe.

    Se puede afirmar que la ideología directriz, los elementos medulares de dirección y el terreno de masas, son factores decisivos para constituir la organización del partido. Y nosotros los teníamos preparados.

    El 3 de julio de 1930, en un aula de la escuela Jinmyong, en Kalun, formamos la primera con los compañeros Cha Kwang Su, Kim Hyok, Choe Chang Gol, Kye Yong Chun, Kim Won U y Choe Hyo Il. Aunque estuvieron ausentes, también se admitieron como militantes Kim Ri Gap, Kim Hyong Gwon, Pak Kun Won, Ri Je U, Pak Cha Sok y Ri Jong Rak, este último candidato a comandante del Ejército Revolucionario de Corea.

    Aquel plantel estaba situado en el llano, frente a Jiajiatun, a unos 500 metros de la aldea. Por el este y sur se extendía un sargal, de unas cinco o seis hectáreas, que atravesaba de este a sur el río Wukai, rodeando el plantel. Desde su parte este, hasta la aldea, existían una albufera y un cenagal. El único camino que conducía a la escuela estaba por el oeste. Si uno montaba el servicio de vigilancia en ese punto, nadie podía conocer lo que se hacía en la escuela, ni descubrir a quien huyera por el sargal en caso de peligro.

    En la noche de ese día efectuamos la reunión, organizando doble o triple vigilancia en esta parte por donde pudieran aparecer agentes. Todavía me viene a la memoria el croar desordenado que se oía desde los arrozales, causándome un sentimiento singular.

    Una impresión inolvidable que recibí cuando constituimos la primera organización partidista fue que Kim Won U, encargado de la preparación del salón para el encuentro, se empeñaba en instalar una bandera roja a un lado de la tribuna. El color rojo de la bandera simbolizaba, literalmente, nuestra decisión de dedicarnos hasta la última gota de sangre a la lucha revolucionaria.

    También hoy, si escucho hablar de aquellos momentos, me viene a la memoria la escuela Jinmyong, y si la recuerdo, me imagino esa enseña inolvidable, que estaba sesgada cerca de la tribuna.

    Ese día no pronuncié un discurso largo. No hubo necesidad de explicar en detalles el objetivo de formar dicha organización, pues ya lo habíamos discutido, más de una vez, en el curso de la Conferencia de Kalun.

    Sólo presenté las tareas que correspondían a los militantes, como ampliar las organizaciones de base del partido e implantar un sistema de dirección unificada, alcanzar con seguridad la unidad organizativa e ideológica de las filas y la cohesión camaraderil y allanar con firmeza el terreno de masas de la revolución, y subrayé que la vía para llevarlas a cabo consistía en que la organización mantuviera una firme posición independiente en todas sus actividades e impulsara la labor de su construcción, en estrecha combinación con la lucha antijaponesa.

    No adoptamos aparte los Estatutos y el programa del partido, por razón de que en los de la Unión para Derrotar al Imperialismo estaban estipulados con nitidez el objetivo final y las tareas inmediatas de la lucha de nuestros comunistas y que en la línea revolucionaria y la orientación estratégica aprobadas en la Conferencia de Kalun, se veían expuestos en concreto el camino que debíamos seguir y las normas de acción.

    Más tarde, bautizamos a la primera organización del partido con el nombre modesto de Asociación de Camaradas Konsol. Esta denominación representó, tal como estaba, nuestro deseo y voluntad de profundizar y desarrollar la revolución emprendida con las conquistas de los camaradas y llevarla al triunfo definitivo, mediante la búsqueda incesante y la agrupación de quienes podían compartir un mismo destino.

    Los integrantes de la Asociación se levantaron, uno tras otro, e intervinieron con fervor. En aquel tiempo Kim Hyok improvisó un verso: “Nuestro barco ya sale del puerto. En desafío al oleaje embravecido, remamos hacia alta mar”.

    Luego Choe Hyo Il pronunció un largo discurso y expresó:

    —Song Ju, si estuviéramos en el bosque y no en el aula, tiraría salvas en honor nuestro.

    Le dije que pronto nos enfrentaríamos a los enemigos japoneses y entonces podría disparar a sus anchas. Efectivamente, estábamos tan jubilosos que hubiéramos querido disparar salvas no con pistolas, sino con cañones en homenaje a la constitución de la primera organización del partido. De veras, no alcanzaban palabras para expresar nuestra alegría y dignidad por haber jurado con solemnidad ante la época y la historia consagrar todo nuestro ser a la revolución, como militantes del Partido de Corea.

    Quince años más tarde, cuando, después de fundado el partido en la patria liberada, me acosté sobre una estera extendida en la trébede del hogar que me vio nacer, aún con huellas de mi infancia, me sacudí todas las preocupaciones y recordé, con profunda emoción, aquel período en que habíamos formado esa primera organización en Kalun.

    La Asociación de Camaradas Konsol fue embrión y semillero de nuestro Partido, una entidad con significado de matriz en la creación y ampliación de sus organizaciones de base. Con ella nuestra revolución marchó por un camino de sucesivas victorias, bajo la dirección de los comunistas de la joven generación, puros e inmaculados como un blanco papel, despojados del fraccionalismo. Desde entonces, la lucha de los comunistas coreanos por la fundación de un partido independiente recibió un fuerte empuje, llevada por la corriente majestuosa de la gran guerra antijaponesa.

    Más tarde, enviamos a los miembros de la Asociación a las riberas del río Tuman, del norte de Corea y a diversas zonas de Manchuria, para establecer las organizaciones del partido.

    De la tarea de crearlas en el interior del país me responsabilicé yo mismo. En el otoño de 1930, por ejemplo, fui al distrito Onsong, provincia Hamgyong del Norte, donde era relativamente fuerte nuestra influencia, y allí constituí una.

    Nuestras nuevas organizaciones partidistas abrieron el camino de avance a la guerra antijaponesa, compartiendo el mismo destino con las masas populares y poniéndose siempre a la cabeza de ellas, y en este decursar se forjaron como destacamento de vanguardia, de acero, y crecieron como invencibles fuerzas que disfrutaban de su amor y confianza absoluta.

    Aunque actuábamos como una organización independiente, no nos abstuvimos de trabajar en estrecha ligazón con el partido de China. Si bien éramos comunistas coreanos, apoyamos a toda hora la revolución china y combatimos en defensa de los intereses de su partido y pueblo, teniendo en cuenta las tradicionales relaciones de amistad entre ambas naciones, la similitud de sus situaciones y la identidad de las misiones asignadas por la época a sus revolucionarios. Siempre que el partido y el pueblo de China obtenían victorias en su lucha por la liberación nacional, nos alegrábamos, considerándolas como las nuestras, y cuando padecían temporales fracasos y reveses, compartíamos juntos los sufrimientos.

    Como quiera que los comunistas coreanos actuábamos en tierra china, si no teníamos contactos con su partido, no podíamos recibir la ayuda de su pueblo, ni mantener, con firmeza, el frente común antimperialista.

    Si consideramos importantes esos vínculos, fue también porque en las organizaciones del partido subordinadas al comité partidista provincial de Manchuria estaban incorporados muchos coreanos. Lo mismo pasó con el comité especial de Manchuria del Este y con las direcciones de los comités distritales y municipales de esta región, en los cuales la mayoría de sus miembros eran coreanos. También en cuanto a la proporción de los militantes, más del 90 por ciento eran coreanos, quienes desempeñaron un papel fundamental y de vanguardia en las organizaciones partidistas de la región de Manchuria del Este.

    En esta zona existieron numerosos militantes coreanos, ya que entre los precursores que iniciaron el movimiento comunista en la región de Jiandao, la mayor parte eran de Corea.

    Entré en contacto con el Partido Comunista de China, después de ocupada Manchuria por el imperialismo japonés.

    No lo tenía cuando organizaba la UDI en la escuela Hwasong, y actuaba en las zonas de Jilin y de Wujiazi.

    Si uno se dedica a la revolución, no es por imposición ajena, sino de modo independiente, por propia convicción y objetivos. A partir de este postulado, establecimos por cuenta propia la idea rectora de la revolución y fundamos de manera independiente la UDI, de la que se originó nuestro Partido.

    Ante la situación creada con la ocupación de Manchuria por el imperialismo japonés mediante la provocación del Incidente del 18 de Septiembre, y con la conversión de éste en enemigo común de los pueblos de Corea y China, se presentó como una tarea madura el establecimiento de relaciones con dicho partido.

    Antes y después de la Reunión de Mingyuegou, efectuada en el invierno de 1931, estuve alojado en la casa de Cao Yafan y, en esa oportunidad, comencé a tener contactos con la organización del Partido Comunista de China.

    Cuando estudiaba en Jilin, Cao Yafan realizó, junto conmigo, tareas de la Juventud Comunista, y posteriormente fungió como maestro en la región de Helong, mientras mantenía sus vínculos con el Partido Comunista de China.

    Más tarde, cuando organicé la guerrilla y actuaba en Wangqing y otras zonas, tuve contacto con Wang Runcheng, quien, ocupando un importante cargo en el comité del partido en el distrito Ningan, atendía, incluso, la región del Este de Manchuria, y también con Dong Changrong, de modo estrecho, cuando éste fue enviado desde Dalian al comité especial del partido en ese territorio.

    Así se establecieron mis vínculos con el Partido Comunista de China y, en este proceso, actué también como cuadro de su organización. Después de la muerte de Dong Changrong, tenía nexos con Wei Zhengmin, y, además, con el camarada Pan, inspector de la Internacional. Estos lazos con el Partido Comunista de China se mantuvieron en todo el proceso de la Lucha Armada Antijaponesa, lo cual contribuyó a la ampliación del frente común y al desarrollo de la lucha conjunta contra el imperialismo japonés. Se trata de una medida flexible, de nuestra iniciativa y apropiada a la complicada situación de entonces, en que los comunistas coreanos se veían obligados a desplegar la lucha revolucionaria en territorio extraño, y a la exigencia de la Internacional de fundar un solo partido en cada país.

    Mientras impulsamos con energía la batalla común con el Partido Comunista de China, mantuvimos de modo invariable la bandera de la liberación de la patria y la propia línea de la revolución coreana y materializamos ésta con éxitos relevantes.

    Los chinos compañeros de armas elogiaron de corazón nuestra posición de principios y sinceros esfuerzos, calificándolos de relevante ejemplo de combinación correcta del deber nacional con el internacional, en la revolución.

    Decenas de miles de los mejores hijos e hijas del pueblo coreano, junto con los comunistas chinos, participaron en la gran guerra antijaponesa, dura y difícil, llena de pruebas, enarbolando la bandera del internacionalismo proletario.

    En 1963, cuando el compañero Choe Yong Gon visitó China, el expremier Zhou Enlai ofreció en Shenyang un banquete en homenaje al cumpleaños del huésped y pronunció un impresionante discurso, en el cual dijo: “Los coreanos jugaron el rol principal al iniciarse la revolución en el noreste de China; por esta razón, la amistad entre China y Corea es eterna, no se puede cortar; las fuerzas unidas antijaponesas fueron fuerzas armadas revolucionarias compuestas por los mejores hijos e hijas de los dos pueblos”.

    También los compañeros chinos Yang Jingyu, Zhou Baozhong y Wei Zhengmin hablaron, con frecuencia, de los inapreciables méritos de los coreanos en la tarea de emprender la revolución en el noreste de China.

    Como quiera que nos mostrábamos desinteresados al prestarles asistencia, también los chinos fueron sinceros en ayudarnos en el trabajo, sin siquiera reparar en su muerte.

    Después de la reorganización de la Guerrilla Popular Antijaponesa en el Ejército Revolucionario Popular de Corea, implantamos en su seno un comité del partido. Esto fue el fruto de la ampliación y el desarrollo de la primera organización partidista nacida en Kalun. Nuestra simiente del partido independiente echó sus raíces, más tarde, en la Unión de Liberación Nacional de Corea, brazo en el interior del país de la Asociación para la Restauración de la Patria, así como en los sindicatos obreros y sociedades de campesinos.

    Si después de retornar triunfalmente a la patria, pudimos concluir la causa de la fundación del Partido en menos de un mes, fue gracias a los éxitos y las experiencias que acumulamos en la lucha por la misma causa durante el largo período de la revolución antijaponesa.

    

    

    

    5. Ejército Revolucionario de Corea

    

    

    Con la fundación de esa primera organización partidista —Asociación de Camaradas Konsol—, dio su primer paso el trabajo de constitución del partido, una de las tareas principales planteadas en la Conferencia de Kalun.

    Pero no podíamos sentirnos satisfechos con esto. Nos quedaba por delante la difícil misión de acelerar los preparativos para la lucha armada.

    Como primera parte de este trabajo, fundamos en Guyushu el Ejército Revolucionario de Corea (ERC).

    Al formar una organización política y paramilitar de carácter transitorio, como fue este ejército, si bien preveíamos constituir, uno o dos años después, las fuerzas armadas revolucionarias permanentes, teníamos como objetivo crear previas condiciones, mediante sus acciones, para establecer grandes unidades guerrilleras. Con sus actividades político-militares, queríamos echar cimientos de masas para la lucha armada y acumular las experiencias necesarias para su despliegue.

    De hecho, casi carecíamos de conocimientos referentes a ello. Dado que íbamos a desarrollarla, no en nuestro país, sino en territorio foráneo, requeríamos de las experiencias correspondientes. No obstante, en ninguna parte encontramos manuales de instrucción militar o lecciones que nos sirvieran de referencias.

    Si contábamos con algo, se reducía a unos cuantos camaradas procedentes de tropas independentistas, un cierto número de ex discípulos de la escuela Hwasong y por último, algunos revólveres. Fuera de esto no teníamos nada. Nos veíamos forzados a conseguir armas con nuestras propias manos y a acumular, por nosotros mismos, experiencias militares.

    Para alcanzar estos objetivos, creamos precisamente el Ejército Revolucionario de Corea, como una organización transitoria.

    Kim Won U y Ri Jong Rak fueron los primeros en ocuparse, en Guyushu, de sus preparativos, y posteriormente, se envió a Cha Kwang Su, quien los completó.

    Esos trabajos se llevaron a cabo en diferentes zonas y en forma esporádica. Los fundamentales eran la selección de los jóvenes que integrarían el Ejército Revolucionario y la adquisición de armas. Consideramos como una vía para conseguir hombres o armas, trabajar con tino, con los militares independentistas y atraer a nuestro lado a los de espíritu despierto que simpatizaban con las ideas progresistas. El ingreso de elementos con antecedentes militares, haría posible, tomándolos por matriz, adiestrar a jóvenes carentes de conocimientos militares. Por eso, nuestros compañeros se esforzaron mucho en la labor con los que pertenecían a la junta Kukmin. Nuestra orientación consistía en educar y captar a quienes tenían tendencias progresistas y admitirlos en el Ejército Revolucionario, según su grado de preparación ideológica.

    Aun en esa época, en la junta Kukmin, dividida en el grupo prokukmin y el antikukmin, no cesaban las riñas por el predominio. El primero tenía control sobre los coreanos radicados en Manchuria, y su opositor, las prerrogativas de mando sobre las unidades independentistas. En resumidas cuentas, esta situación tuvo como consecuencia la separación entre civiles y militares. Entrando en el verano de 1930, el enfrentamiento de ambos grupos fue cobrando una forma de guerra terrorista, al perpetrarse asesinatos de dirigentes adversarios, lo que constituyó el punto culminante de la escisión de las fuerzas.

    Ante estas circunstancias, en las tropas independentistas no sólo los soldados, sino hasta los jefes de pelotones y compañías, no confiaban en las capas superiores ni ejecutaban dócilmente sus instrucciones. Al contrario, obedecían más a los trabajadores que nosotros enviábamos.

    Cha Kwang Su realizó su misión con las tropas independentistas en Tonghua, Huinan y Kuanxi, mientras en Guyushu, Ri Jong Rak educaba a sus soldados, para admitirlos, una vez preparados, en el Ejército Revolucionario.

    Antes, Ri Jong Rak sirvió en Guyushu en la compañía No.1 de la tropa independentista, perteneciente a la junta Jong-ui, y, después, cuando estudiaba en la escuela Hwasong ingresó en la UDI. Entre los matriculados en ese plantel, junto con Ri Jong Rak, procedentes de la misma compañía, estaban varios jóvenes, entre otros Pak Cha Sok, Pak Kun Won, Pak Pyong Hwa y Ri Sun Ho.

    Al cerrarse la escuela, Ri Jong Rak volvió a su compañía, en Guyushu y llegó a ocupar el cargo de subjefe y, después, el de jefe. A diferencia de la situación de hoy, entonces las fuerzas armadas eran numéricamente escasas, razón por la cual una compañía representaba todo un poderío militar.

    Por ejemplo, la junta Kukmin, considerada la de mayor predominio en Manchuria, contaba apenas con nueve compañías. Dada esta realidad, un jefe de compañía, por lógica, disfrutaba de consideraciones como importante personalidad entre los militares independentistas. En Guyushu, Ri Jong Rak ocupaba una posición altamente prestigiosa.

    Tal como en Liuhe, durante el período de 1928 a 1929, los camaradas Kim Hyok, Cha Kwang Su y Pak So Sim desplegaron animadas actividades revolucionarias, protegidos por militares independentistas que estaban bajo la influencia de Choe Chang Gol, así también los camaradas enviados a Guyushu pudieron actuar con el amparo del destacamento independentista, comandado por Ri Jong Rak.

    En esa época, éste manifestó alta disposición y fervor por la revolución. Después de cerrada la escuela Hwasong, como dije antes, se reincorporó a su anterior compañía e hizo un buen trabajo con los soldados independentistas, tal como le habíamos recomendado en Huadian.

    Osadía, resolución, rápido discernimiento, alta capacidad de mando, éstas eran sus cualidades positivas. En cambio, adolecía de falta de objetividad para razonar. Solía ser sentimental y violento y, muy a menudo, se portaba como un héroe individualista. Pienso que esas debilidades constituyeron los principales factores que posteriormente lo empujaron a traicionar a la revolución.

    Había quienes proponían desarmar las compañías independentistas dislocadas en distintos lugares, porque no tenían un ordenado sistema de mando y atravesaban por una situación caótica, para suprimir a los reaccionarios de la Kukmin. Opinaban que debían quitarse el ropaje de tropas independentistas, y operar públicamente para conseguir armas y enfrentarse también con la junta Kukmin.

    Nos guardábamos rigurosamente de esas tendencias, de manera que no se cometieran errores izquierdistas en el trabajo con las tropas independentistas.

    También mi tío Hyong Gwon formó dos grupos operativos y se desplazó a la zona de Changbai. Estableció su base en la montaña cerca de Diyangxi y, en diversas partes, creó filiales de la Unión de la Juventud Paeksan, la Unión de campesinos, la Asociación de mujeres antijaponesas y el Cuerpo de niños exploradores y, por su conducto, llevó a cabo misiones para obtener armas y concientizar al pueblo, así como atrajo a jóvenes y les dio adiestramiento militar. Gracias a sus esfuerzos, pasaron a nuestra esfera de influencia las fuerzas independentistas estacionadas en la zona de Changbai.

    Junto con la selección de los soldados y la preparación de sus relevos, trabajábamos intensamente para adquirir armas.

    Choe Hyo Il acumuló los mayores méritos. Era dependiente de una armería de un japonés, en Tieling. Por esa época, los japoneses negociaban, en amplia escala, con armas de fuego en Manchuria. Las vendían tanto a bandoleros como a terratenientes chinos. Choe Hyo Il tenía instrucción primaria, pero conocía muy bien el japonés. Lo hablaba con tanta soltura, que resultaba difícil saber si era coreano o nipón. Era tan inteligente y conocía tan bien el japonés, que podría considerarse una pena que fuera sólo dependiente, razón por la cual gozaba de la plena confianza del dueño del comercio.

    Jang So Bong fue quien captó a Choe Hyo Il. En el período en que se realizaban trabajos de habilitación en Kalun, tuvo que recorrer zonas como Changchun, Tieling y Gongzhuling y lo encontró casualmente en uno de esos viajes. Luego de unos cuantos contactos, apreció que se trataba de una persona honesta y recta. Lo atrajo a la UJA y se lo presentó a Ri Jong Rak. Desde ese momento, Choe Hyo Il se incorporó a la lucha en la retaguardia enemiga, en Tieling. Manteniendo contacto con Ri Jong Rak, vendió armas, en forma disimulada, a las compañías independentistas. El dueño de la tienda, si bien sabía que el armamento que se negociaba por intermedio de Choe Hyo Il pasaba a los coreanos, fingía ignorarlo, porque sólo le importaba aumentar el monto de sus ventas.

    Al principio, Choe Hyo Il vendió armas a los chinos, después a las tropas independentistas y, finalmente, convirtió esa tienda del japonés en un establecimiento proveedor de armas exclusivamente para los comunistas. En este decursar progresó de forma acelerada su concepción del mundo.

    Cada vez que nos veíamos, Ri Jong Rak y Jang So Bong no dejaban de recordarme la importancia de haber ganado en Tieling a un valioso joven, dándole los mejores calificativos a Choe Hyo Il. Por eso, llegué a depositar muchas esperanzas en él.

    En 1928 ó 1929, vino a Jilin para encontrarse expresamente conmigo, y resultó ser una persona de cara agraciada y delicada, como la de una señorita. Pero, en contraste con su aspecto exterior, bebía mucho. Esto, desde la óptica de las normas de un revolucionario, constituía una debilidad. En esa ocasión, comimos juntos y conversamos durante varias horas en una posada. Me hizo desternillarme de risa, cuando imitaba la coqueta manera de hablar de las esposas japonesas para ridiculizar con fuertes palabras al emperador y a otros altos dignatarios políticos y militares nipones y a los cinco ministros traidores de nuestro país.

    Tenía una esposa que atraía la atención de los hombres por su rara belleza, mas, como él era de carácter despreocupado, no le importaba mucho la placidez de la vida familiar. Pero en la lucha revolucionaria, en contradicción con su delicado aspecto exterior, manifestaba sorprendente intrepidez y férrea voluntad.

    En vísperas de la Conferencia de Kalun, Choe Hyo Il y su esposa sustrajeron de la tienda una decena de armas y se refugiaron en Guyushu. Acelerábamos los preparativos para constituir una organización político-militar de pequeña envergadura, como etapa transitoria, antes de la formación de las fuerzas armadas revolucionarias permanentes, razón por la cual la fuga de Choe Hyo Il fue saludada con júbilo.

    A través de informes de los camaradas, supe que habían concluido el alistamiento para la fundación del Ejército Revolucionario. En Guyushu comprobé que, efectivamente, estaban completas la lista de los miembros y la cantidad de armas, y hasta determinados el local y los participantes del acto de fundación.

    La ceremonia de fundación del Ejército Revolucionario de Corea se efectuó el 6 de julio de 1930 en la cancha de la escuela Samgwang.

    Antes de la entrega de las armas, pronuncié un corto discurso. Definí al ERC como organización política y paramilitar de los comunistas coreanos, llamada a organizar la Lucha Armada Antijaponesa, y declaré que, sobre la base de éste, surgirían posteriormente las fuerzas armadas revolucionarias permanentes.

    La misión principal del ERC consistía en educar y concientizar a las masas populares en ciudades y áreas rurales, para aglutinarlas bajo la bandera de la resistencia antijaponesa y, al mismo tiempo, acumular experiencias en acciones militares y hacer preparativos para la ulterior formación de verdaderas filas armadas.

    Expuse como tareas inmediatas del ERC la formación de la armazón de las futuras filas armadas antijaponesas; el establecimiento de sus bases de apoyo masivas; y la creación de suficientes condiciones militares para el despliegue de la lucha armada.

    Subdividimos el ERC en varias unidades, que se llamaban por número: primer, segundo, tercer destacamento, etc.

    Propuesto por mí, como comandante del ERC fue designado Ri Jong Rak, militar veterano con alta capacidad de mando.

    Entre los historiadores hay quienes confunden el ERC que fundamos en Guyushu, con el organizado por la junta Kukmin con el mismo nombre; creen que es una misma institución militar. Esta confusión no es del todo infundada, ya que no fueron pocos los de aquel que ingresaron en nuestro ERC.

    Los dos, aunque llevaban igual nombre, tenían ideas rectoras y misiones distintas.

    En el caso del de la Kukmin, atravesaba tal situación, que de hecho, resultaba difícil hablar de su existencia real. Como fiel reflejo de las contradicciones internas de esta junta, en el desarrollo de sus actividades prácticas se repetían fricciones y disputas y, por consiguiente, cambiaban con frecuencia sus nombres y cuadros.

    Nuestro ERC, por el contrario, era una organización político-paramilitar regida por ideales comunistas y hacía trabajo político entre las masas, además de acciones militares.

    Al organizarlo, debatimos seriamente el asunto de su nombre. Las discusiones fueron bastante acaloradas, porque todos deseaban darle el más original, tratándose de las primeras fuerzas armadas constituidas por los comunistas coreanos. Hubo varias propuestas.

    Entonces los persuadí de que nuestra organización debía llamarse Ejército Revolucionario de Corea, aprovechándonos del nombre del de la Kukmin. Argumenté que si a la Unión para Derrotar al Imperialismo la denominamos así, sin poner palabras de matiz comunista, fue para no alarmar a los nacionalistas, y que dar a nuestro ejército el apelativo de ERC, no causaría problemas con aquellos y resultaría cómodo para nuestras actividades.

    Más tarde, en sus misiones, nuestro ejército efectivamente se benefició mucho con su nombre.

    Después se dividió en pequeños grupos, los cuales fueron enviados a diversas partes. Algunos se destinaron al interior del país.

    Al proceder así, queríamos preparar bases de apoyo de masas para la lucha armada e imprimir un auge a la lid revolucionaria en el país y, además, perseguíamos el objetivo de comprobar la posibilidad de librar allí la lucha armada.

    Decidimos constituir un grupo de operación en el interior de Corea con los compañeros que no pudieron asistir al acto de fundación del ERC, teniendo como principales a Ri Je U, Kong Yong y Pak Jin Yong, con la misión de que, pasando por Singalpha y cruzando la cordillera Rangrim, extendiera su área de acción hasta la provincia Phyong-an del Norte y, en este curso, estableciera organizaciones revolucionarias entre amplios sectores del pueblo. Como su jefe designamos a Ri Je U.

    Ya en 1928, cuando ellos estaban actuando en las zonas de Fusong y Naitoushan, les habíamos dado la tarea de mudar su base de operaciones a Changbai, donde vivían muchos coreanos. Ri Je U, que había procedido así, realizó allí esfuerzos para organizar a las masas y para concientizarlas hasta en profundas regiones del país.

    Concordamos en enviar a la patria otro grupo operativo que dirigiría mi tío Hyong Gwon y lo integrarían Choe Hyo Il, Pak Cha Sok y otros. Este tenía la misión de cruzar el río Amrok, desde un punto de Changbai, y, después, acercarse a Pyongyang pasando por Phungsan, Tanchon y Hamhung.

    En este grupo fue incluido Pak Cha Sok por sus lazos de amistad con mi tío. Antes había ejecutado tareas clandestinas en aldeas vecinas de Jilin. Entonces era maestro de escuela. En el invierno de 1928, junto con Kye Yong Chun y Ko Il Bong, participó en la creación de organizaciones revolucionarias en zonas de Fusong. Precisamente por esa época, no sé en qué circunstancias, él y mi tío se hicieron amigos inseparables. Al enterarse de que éste iba a ser enviado al interior del país, él también quiso ir. Comprendimos sus motivos y, en el acto, lo incluimos.

    En cuanto llegaron a sus zonas de operaciones, los miembros del ERC emprendieron intrépidas acciones.

    Entre los que actuaban en las regiones de Sipingjie y Gong-zhuling, había uno llamado Hyon Tae Hong. Una vez, mientras trabajaba entre las masas en Sipingjie, fue arrestado y llevado a Changchun, pero en el momento de la detención logró darles a sus camaradas el arma que llevaba.

    Los policías lo sometieron a salvajes torturas para saber dónde la había escondido.

    Hyon Tae Hong “confesó” que la había enterrado bajo un álamo, cerca de una estación ferroviaria, y dio el nombre de ésta. Quería tener un chance para fugarse. Embaucados con la estratagema, los policías tomaron el tren que se dirigía hacia el supuesto lugar, llevándolo.

    Transcurrido algún tiempo, Hyon Tae Hong logró derribar con las manos esposadas a los dos escoltas y saltó del tren en plena marcha. Hasta Kalun, en busca de su organización revolucionaria, tuvo que arrastrarse apoyándose en los codos y las rodillas. A duras penas, sus compañeros pudieron liberar sus manos de las esposas con la ayuda de limas.

    Pese a haber vivido esos duros momentos, tan pronto como se restableció, reinició su trabajo en Gongzhuling, pero volvió a ser detenido, esta vez por policías japoneses. Gongzhuling se hallaba bajo jurisdicción nipona, pues era una concesión arrebatada a China. Hyon Tae Hong siguió luchando con entereza durante el proceso de su juicio. Fue condenado a cadena perpetua y recluido en la prisión Sodaemun, de Soul, donde sufrió muchas penalidades hasta que murió a causa de una enfermedad provocada por las crueles torturas.

    A comienzos de la década de los 30, el grupo de Ri Je U se amplió hasta contar con decenas de miembros. Gracias a sus esfuerzos, en tierras de Changbai surgieron sucesivamente agrupaciones antijaponesas, en cada poblado funcionaron escuelas diurnas o nocturnas y con frecuencia se organizaron concursos de oratoria, funciones artísticas, competencias deportivas y otras actividades, lo que sembró el fervor revolucionario entre los habitantes.

    Justamente entonces, los imperialistas japoneses tramaron una escena mañosa para distraer al grupo de Ri Je U. Infiltraron un comando disfrazado de bandoleros y saquearon un poblado de coreanos. Pero Ri Je U no cayó en la trampa, porque le habíamos dado previamente la señal de alarma ante esa horda de bandidos. Hubo aislados choques, sin llegar a combates de envergadura, y sólo unos cuantos resultaron lesionados.

    Posteriormente, el grupo sufrió graves pérdidas por un ataque sorpresivo de una tropa de militaristas reaccionarios confabulados con dicho comando del imperialismo japonés. Pak Jin Yong murió como un héroe en el combate y Ri Je U cayó, por desgracia, en manos de los enemigos.

    Para salvar su honor con la muerte, se clavó un cuchillo de cocina en la garganta, pero como lo hizo con las manos atadas, no pudo quitarse la vida. De inmediato fue entregado a los policías japoneses y llevado a Soul, donde se le condenó a pena capital. Murió poco después, antes de ser ejecutado. Por otra parte, Kong Yong fue asesinado mientras se dedicaba a formar un frente unido con falsos comunistas, que eran invención del imperialismo japonés para atraer y atrapar a los independentistas que actuaban en Manchuria.

    A raíz de la revuelta masiva de los campesinos en Tanchon, recibimos la noticia sobre las trágicas muertes de los camaradas Kong Yong, Ri Je U y Pak Jin Yong. Después de oir del enlace lo que sucedió, por un buen tiempo no pude sobreponerme a la conmoción. En primer lugar, no podía levantar la cabeza sintiendo que había cometido un grave acto de infidelidad ante mi padre.

    Los tres, siendo como eran de los combatientes independentistas más queridos por él, fueron los primeros en llevar a la práctica el viraje de dirección del movimiento nacionalista hacia el comunista.

    Me dolieron tanto las trágicas muertes de Ri Je U, Kong Yong y Pak Jin Yong, no sólo porque perdimos a un competente grupo que debía materializar en el país las resoluciones de la Conferencia de Kalun, sino por las tan lamentables condiciones en que cayeron los pioneros del viraje de dirección, quienes venían esforzándose para alcanzar el propósito de mi padre.

    Cuando murió mi progenitor, Kong Yong y Pak Jin Yong se colocaron al frente del grupo que cargó sobre sus hombros el ataúd. Y dijeron a mi madre que ellos llevarían el atuendo de luto y que a mí no me lo pusiera. Creo que no querían verme en esa indumentaria, porque esto, para un adolescente de 14 años, habría sido demasiado doloroso y triste. Durante tres años seguidos no dejaron de usar sombreros de tela de cáñamo y otras prendas de luto.

    El centro de adiestramiento del Ejército independentista estaba en Wanlihe, a cierta distancia de la ciudad de Fusong. Una o dos veces por semana, Kong Yong venía a nuestra casa para saludar a mi madre y traernos leña en su portacargas. Su esposa, por su parte, nos visitaba a menudo con abultados líos de trup y de yerbas comestibles, recogidas en los bosques. De vez en cuando, Kong Yong dejaba en nuestra casa un saco de granos. Sus atenciones sirvieron de mucha ayuda a nuestra vida.

    Mi madre los trataba como si fueran sus hermanos menores. Si observaba algún error en ellos, se lo advertía con tono tajante, con la seria actitud de una hermana mayor.

    Desde que Kong Yong, consagrado al movimiento independentista vino a Manchuria, su esposa vivió sola en Pyoktong, hasta que se trasladó a Fusong en pos de su marido. Al verla con una huella de quemadura en la cara, consecuencia de un derrame de caldo de jebi hirviente, Kong Yong se disgustó y quiso separarse de ella, porque le resultaba fea.

    Mi madre lo criticó encolerizada:

    —Si estás en tus cabales, ¿cómo puedes decir eso? Deberías recibir sobre una estera de oro a tu esposa, que viajó miles de ríes para unírsete. Pero tú no lo quieres. ¿Qué injusticia es ésta?

    Kong Yong siempre aceptaba de corazón los consejos de mi madre. Aquel día, también reconoció su culpa, y haciéndole una reverencia, pidió perdón.

    Los periódicos me trajeron las primeras noticias sobre las actividades del grupo armado de mi tío Hyong Gwon en el país. No recuerdo exactamente si fue en Haerbin o en otro lugar, donde leí la prensa que me entregó emocionado un camarada. Se escribía que en Phungsan había aparecido un grupo de cuatro personas armadas que, luego de matar a tiros a un sargento de policía, capturó un camión que venía de Pukchong y desapareció en dirección al paso Huchi.

    El compañero que me dio el periódico, no dejaba de repetir que era algo harto jubiloso que se hubieran escuchado disparos en el interior del país. Pero yo, por el contrario, me puse muy intranquilo precisamente por esa causa. ¿Por qué esos disparos en Phungsan, que se podía considerar la primera entrada en el país?

    Recordé el carácter violento de mi tío Hyong Gwon. Presentía que él, sin haber podido dominar su temperamento impulsivo, habría disparado.

    Ya de niño, denotaba tal temperamento varonil que, incluso, podía insistir en que la pared era la puerta y tratar de salir por ésta.

    Al pensar en él, me salta primero a la mente un episodio relacionado con un plato de gacha de sorgo con cáscaras. Eso ocurrió cuando yo estaba en Mangyongdae y él tendría once o doce años.

    Por ese tiempo, todos los días en nuestra casa se servía de comida gacha de sorgo. Se trataba de una papilla hecha con esos granos molidos con cáscaras. Por supuesto, tenía un sabor desagradable, pero lo que resultaba más torturante era el escozor que las cáscaras provocaban, cada vez que se tragaba. Yo también la detestaba.

    Un día, en el momento en que mi abuela le puso delante una escudilla con esa gacha caliente, él dio un violento cabezazo contra la vasija. El golpe fue tan fuerte que la escudilla voló y cayó al suelo vertiendo todo lo que contenía y en la frente del tío apareció una herida. Como era un niño, todavía de poco razonamiento, procedió así como manifestación de repulsa a la pobreza que le obligaba alimentarse sólo con esa gacha.

    Mi abuela le recriminó duramente:

    —¿Cómo es que te quejas de la comida? Se ve que de ti no saldrá un hombre digno.

    Dijo eso de frente, pero, dando la espalda, lloró de pena.

    A medida que iba creciendo, mi tío se sentía molesto por la huella de la herida en su frente. Desde que vino a vivir con nosotros en China, se dejaba crecer los cabellos de la parte delantera y con estos cubría la cicatriz.

    Llegó a China cuando residíamos en Linjiang. Fue una decisión de mi padre con el fin de darle instrucción. Como era educador, si vivía en nuestra casa, podía recibir enseñanza hasta de secundaria, aun sin ir a la escuela. Mi padre pensaba que, con posterioridad, lo prepararía como revolucionario.

    Mi tío se condujo relativamente disciplinado bajo su influencia y control.

    Pero después que murió mi padre, perdió el dominio sobre sí mismo y comenzó a actuar según sus caprichos. Retornaba a él toda aquella manía de cuando había asestado un cabezazo contra el plato de gacha. Esto nos preocupaba mucho. Se apartó del hogar y pasaba el tiempo en viajes, ora iba a Linjiang, ora Shenyang, ora a Dalian, en fin, a todas partes.

    Personas que conocían en algo nuestra familia, decían que estaba así, desasosegado, porque no le gustaba la novia con quien se había comprometido, a insistencia de sus padres, durante el último viaje a la tierra natal.

    Por supuesto, esto podría considerarse una causa. Empero, el principal motivo de su inestabilidad era que no lograba sobreponerse al sentimiento de desesperación y tristeza que le había provocado la muerte de mi padre.

    Al regresar, después de abandonar la escuela Hwasong, lo encontré igual, en un estado de inseguridad, sin sosiego, parecido al de un borracho. La familia atravesaba una situación extremadamente difícil, a duras penas se mantenía con lo poquísimo que ganaba mi madre lavando y cosiendo. Quizás por pena ante esa pobreza Ri Kwan Rin había traído cierta cantidad de dinero y arroz y se quedó en nuestra casa para ayudarla.

    Lo correcto habría sido que él desempeñara el papel de cabeza de familia, en sustitución de su hermano mayor. Y no era que no existiera nada de que pudiera ocuparse. Todavía se conservaba la pequeña farmacia que mi padre nos había dejado. No tenía muchos medicamentos, pero de haberse aprovechado con eficiencia, habría podido contribuir, de algún modo, a nuestra vida. Pero él no se interesó por esto ni una vez.

    Hablando con franqueza, yo consideraba muy incorrecta su conducta. Por eso, un día me encerré en casa y escribí una larga carta que pensaba dejarle. Por lo general, en la época de estudiante de secundaria es cuando uno manifiesta de modo más fuerte el sentido de justicia. Tal vez por esta razón yo no podía pasar por alto cualquier acto que resultara ilógico, sin que me importara que la persona en cuestión fuera mayor de edad o quienquiera que fuese. Dejé la misiva debajo de su almohada y partí hacia Jilin.

    La madre se enfadó mucho porque lo critiqué.

    —Ahora tu tío está deambulando, como las nubes en el cielo, sin apegarse a nada, pero con el tiempo sabrá por dónde debe ir. No lo dudes. Pese a todo, no olvidará a sus antecesores. Cuando se aburra de tanto andar, volverá a casa. Así que no le digas nada, ni le critiques. ¿Dónde has visto que un sobrino reprenda al tío?

    Con estas palabras trató de disuadirme. Ese era su modo de pensar.

    No obstante, la carta quedó donde la puse.

    Después de un año de estudio en la secundaria Yuwen, de Jilin, volví a Fusong para pasar las vacaciones. Y para mi sorpresa, mi tío llevaba una vida estable y tranquila. Significaba que acaeció lo previsto por mi madre. El no me habló nada de la carta que le había dejado entonces. Pero me di cuenta de que había tenido un buen efecto sobre él, quien en el invierno de aquel año se incorporó a la Unión de la Juventud Paeksan.

    Cuando me fui de Fusong, se dedicó por entero a las tareas para ampliar esta organización. Al año siguiente, avalado por los camaradas, ingresó en la UJC. Así fue como se integró a las filas de los revolucionarios, y a partir de 1928, bajo la orientación de la Unión, dirigió las actividades de la Unión de la Juventud Paeksan en Fusong, Changbai, Linjiang y Antu.

    Sólo cuando los vecinos, al leer el periódico, hablaron ruidosamente de que en Phungsan había muerto a tiros un sargento de la policía japonesa, mis parientes de la casa natal de Mangyongdae se enteraron de la detención del tío Hyong Gwon.

    Al recibir la noticia mi abuelo dijo:

    —Siguiendo el ejemplo de su hermano mayor, también él está liquidando a tiros a los japoneses. Está procediendo bien, ocurra lo que ocurra después.

    Algún tiempo más tarde pude tener informaciones sobre todos los pormenores de las acciones en Phungsan de aquel grupo de operaciones en el interior del país.

    Después de cruzar el río Amrok, encaminaron sus pasos hacia Tanchon, y el 14 de agosto de 1930, pararon por un corto tiempo en un campo de arándanos de Hwangsuwon, cerca de la comuna Phabal, en el distrito Phungsan. Y esto despertó la sospecha del sargento de policía, quien en aquel momento pasaba en bicicleta por allí. Este agente era muy malo y desde su llegada en 1919 a tierras de Phungsan, tenía a los coreanos atados de manos y pies. Por eso, los vecinos le llamaban Opasi (Palabra japonesa que significa avispa de picadura venenosa– N. del Tr.), aunque su nombre era Matsuyama. Todos estaban muy resentidos con él.

    Cuando el grupo iba a pasar por delante del puesto policíaco, él lo detuvo y le hizo entrar en el local. Apenas traspasó el umbral de la puerta, mi tío Hyong Gwon lo ajustició sin vacilación alguna. Después pronunció públicamente un discurso de matiz antijaponés. Le escucharon decenas de personas.

    Entre estas se encontraba Ri In Mo, quien fue corresponsal de guerra, y sufrió una larga prisión en Corea del Sur por no haber claudicado y ahora es ampliamente conocido en el mundo.

    El grupo, aunque era perseguido por los enemigos, hizo tentativas de acercarse a los lugares donde se levantaron las llamas de la revuelta campesina.

    Concedíamos mucha importancia a la insurrección campesina de Tanchon. Era lógico que en las zonas por donde pasara la tempestad de la revuelta, deberían existir, sin falta, dirigentes del movimiento y grandes destacamentos de masas revolucionarias organizadas, despiertas y listas en lo político e ideológico. Si los enemigos estaban frenéticos por descubrir en las regiones sublevadas a los promotores, nosotros queríamos hallar entre la multitud alzada, elementos medulares como O Jung Hwa, en Wangqing, Kim Jun, en Longjing y Jon Jang Won, en Onsong. De tener contactos con ellos y ejercer una buena influencia, podíamos preparar bases de apoyo para dar auge a la lucha revolucionaria en el país. Si convertíamos la zona de Tanchon en tal base, podíamos extendernos, por medio de ésta, en dirección a Songjin, Kilju y Chongjin e incluso avanzar hasta Pyongyang, pasando por Hamhung, Hungnam y Wonsan.

    Con este objetivo habíamos dado a este colectivo, guiado por mi tío Hyong Gwon, la tarea de entrar en contacto con los principales directivos de la insurrección campesina de Tanchon.

    El grupo, que abandonó la comuna Phabal, dejando el eco de los disparos, detuvo en el recodo del valle Pong-o un ómnibus donde viajaba el jefe judicial de la estación policíaca de Phungsan y, tras desarmarlo, realizó ante él y los demás viajeros una arenga antijaponesa. A continuación se desplazó a la comuna Munang, distrito Riwon e hizo trabajo político entre los carboneros, en los valles Paedok y Taebawi y en otros distintos puntos. Las condiciones eran adversas, pero actuó siempre de modo impetuoso.

    Mientras se dirigía hacia Pukchong, se dividió en dos: mi tío y Jong Ung, por una parte y, por la otra, Choe Hyo Il y Pak Cha Sok. Al separarse, acordaron reunirse en la cabecera distrital de Hongwon, y partieron en diferentes direcciones.

    A comienzos de septiembre mi tío y Jong Ung asaltaron el templo Kwangje, en el monte Taedok, del distrito Pukchong, donde se estacionaba el cuerpo de búsqueda enemigo, y mientras se movían hacia Hongwon y Kyongpho tuvieron un encuentro cerca del templo Zolbu, en el cual mataron al jefe del puesto policíaco de Jonjin.

    Aquel mismo día mi tío penetró en la cabecera de Hongwon y se acercó a la casa de Choe Jin Yong, designada como lugar de reencuentro.

    Choe Jin Yong se había involucrado por un tiempo en el movimiento independentista. Mi tío y yo lo conocíamos bien. Cuando en Fusong ocupaba el cargo de inspector de la oficina general de servicios de Ansong, venía con frecuencia a nuestra casa. Con anterioridad, siendo en Corea alcalde en un cantón, había sustraído fondos públicos y, al ser descubierto y detestado por la población, se había escabullido al Noreste de China y unido a la junta Jong-ui. Una vez permaneció en mi hogar varios meses y en todo este tiempo mi madre le dio de comer. Al presentir la intención del imperialismo japonés de agredir a Manchuria, abandonó a Fusong bajo el pretexto de que ya era viejo para servir al Ejército independentista. Se había trasladado a Hongwon con el propósito de conseguir, según su propia afirmación, un pequeño huerto frutal y vivir limpiamente el resto de sus años. Pero allá pronto se hizo agente secreto de los imperialistas nipones.

    Mi tío Hyong Gwon no podía saber de esto. Choe Jin Yong lo escondió en un lugar retirado del patio de su casa, alegando que era rigurosa la vigilancia enemiga y luego corrió a delatar la presencia del grupo armado procedente de Manchuria.

    Mi tío fue llevado preso a la policía, donde ya se encontraba Choe Hyo Il. Seguramente fue denunciado también por Choe Jin Yong.

    Apenas entonces mi tío se dio cuenta de que éste era agente de los imperialistas japoneses. Su traición fue totalmente sorpresiva e inesperada. Nadie habría podido imaginar que cayera en este sucio camino de infidelidad aquel hombre que no dejaba de repetir, como si leyera sermones budistas, que no olvidaría, ni muerto, la generosidad de la madre de Song Ju, quien durante varios meses lo había atendido con tanta amabilidad que ni una sola vez le sirvió comida fría o sin algunos tragos aperitivos. Por eso, al oir que él era el delator de mi tío Hyong Gwon, dudé durante un buen rato de lo que escuchaba.

    Por esta razón, aun hoy día sigo diciendo que es muy bueno confiar en las personas, pero no tratarlas con demasiada ilusión. Como la ilusión no tiene fundamento científico, si uno es víctima de ella, puede cometer errores irreparables, por muy clarividente que sea.

    El único que logró escaparse del cerco enemigo fue Jong Ung. Este había sido incluido por mi tío como guía del grupo en el momento de partir hacia el interior del país. Oriundo de Riwon, conocía bien la geografía de las zonas costeras orientales. Pese a todo, posteriormente también fue arrestado en Chunchon. Lo delató un agente. Mi tío permaneció recluido en el calabozo de la estación policíaca de Hongwon y luego fue trasladado a la prisión de Hamhung, donde volvieron a torturarlo con métodos medievales.

    La noticia de su lucha en el tribunal local de Hamhung me llegó por boca de muchas personas.

    Según las informaciones, en la sala del juicio denunció con severidad los crímenes de los imperialistas japoneses y exhortó, en alta voz, a combatir con las armas a los bandidos armados.

    ¿Cuál fue la fuente de la fuerza con la que él se pudo conducir tan dignamente en el tribunal? Creo que fue su fe y lealtad a la revolución. Si hubiera temido a algo más que a la muerte, este algo habría sido la renegación de la fe que hace del hombre un ente justiciero y valiente, el más digno entre todos los seres.

    Choe Hyo Il fue condenado a la pena capital y él a 15 años de reclusión.

    Mi tío y sus compañeros de armas entonaron canciones revolucionarias, dejando un fuerte eco en la sala del juicio. Y gritaron consignas a voz en cuello.

    Con el fin de alargar su lucha en el tribunal los miembros del grupo se dirigieron a la corte de apelación de Soul.

    Los imperialistas japoneses, que probaron la amargura del juicio de Hamhung, efectuaron a puertas cerradas el proceso en Soul y ratificaron los veredictos.

    La pena por ahorcamiento de Choe Hyo Il fue ejecutada poco tiempo después de dictada la sentencia.

    El marchó con una actitud tranquila hacia el cadalso, luego de haber pedido a sus compañeros que siguieran luchando con firmeza.

    El tío Hyong Gwon fue encerrado en la prisión Mapho, de Soul, donde recluían principalmente a los reos con penas de más de 10 años. Allí siguió su lucha. Creo que ya se difundieron con amplitud los hechos que testimonian sus acciones de entonces. Mientras los enemigos maniobraban para lograr la abdicación de los “presos políticos” con pesadas condenas, mi tío pronunció un discurso ardoroso contra tal presión, conmoviendo a una multitud de reclusos que le escuchaban. También se exponía a cualesquier sacrificios, al colocarse al frente en la lucha por mejorar el trato a los presos.

    En medio de la aceleración de los preparativos de la guerra, los japoneses obligaron a estos a fabricar cajas de municiones. Les repartían raciones de alimentos de séptimo grado y les sometían a intensidad de trabajo criminal.

    Indignado, mi tío organizó, con motivo del día del aniversario de la Revolución de Octubre, una huelga en la fábrica de la cárcel contra las inhumanas condiciones de trabajo forzado. En la acción participaron muchos reclusos.

    Decididos a cortar, a todo precio, la influencia que ejercía mi tío, los carceleros lo aislaron en una celda individual completamente a oscuras y, aun no tranquilos, le encadenaron las manos y los pies, de tal forma que al menor movimiento se le hincaban en la carne. Como ración diaria le daban un pegote de arroz mezclado con soya, del tamaño del puño de un niño.

    Aun en medio de estas duras condiciones, no interrumpió sus acciones, razón por la cual las autoridades del establecimiento se quejaron, inquietas, porque estaba tiñendo de rojo toda la prisión Mapho.

    Un día, en el trabajo en la fábrica de la cárcel, Pak Cha Sok le transmitió la noticia de que nosotros estábamos librando intensamente la lucha armada en diversas partes de Manchuria.

    Cuentan que ante esta novedad, el tío, derramando lágrimas por primera vez desde que fuera encerrado detrás de las rejas, estrechó las manos de Pak Cha Sok, y con voz emocionada, manifestó:

    —No podré vivir más que algunos días. Que los compañeros que queden con vida sigan la lucha hasta el fin. Si logras salir de aquí con vida, al terminar tu plazo de reclusión, vete, por favor, a Mangyongdae y háblale a mi madre sobre mí. …Si con el tiempo te encuentras con Song Ju le dirás, entre otras cosas, que yo he luchado, sin claudicar, hasta el final. Estos son mis últimos ruegos.

    Lo siguiente ocurrió cuando cayó completamente extenuado, sin esperanza de levantarse más.

    Al verlo en sus últimas horas, las autoridades de la prisión enviaron a Mangyongdae el aviso de que se permitía la visita al preso.

    Entonces, mi tío Hyong Rok consiguió 40 wones prestados y, junto con un pariente llamado Pong Ju, se fue a Soul y se entrevistó por última vez con su hermano menor.

    “Al llegar a la prisión, un carcelero nos condujo a una celda de enfermos. Otros reos estaban sentados, sólo mi hermano Hyong Gwon se encontraba acostado. Estaba tan gravemente magullado que apenas daba señal de vida. Su aspecto era el de un esqueleto. ¡Ah, cuánto me dolía verlo así! …Al verme trató de hablar algo, pero apenas movía los labios, sin poder emitir sonidos. Se hallaba en un estado tan desastroso que me resultaba difícil creer que era mi hermano menor. Pero él fue quien, por fin, me dijo con expresión sonriente: ‘Mi hermano, yo me voy sin alcanzar el objetivo, pero seguro de la ruina de los japoneses’. En aquel instante pensé que, a pesar de todo, seguía siendo nuestro digno Hyong Gwon.”

    Eso fue lo que me contó mi tío Hyong Rok cuando estuve en mi casa natal, después de haber retornado a la patria. Mis ojos se humedecieron. Y me arrepentí de la crítica que años atrás le hiciera en la carta.

    Mi tío Hyong Rok, quien incluso se desmayó ante el estado tan deplorable de su hermano menor, al recobrarse pidió al carcelero:

    —Déjenme llevarlo a casa para ponerle un tratamiento.

    La respuesta del carcelero fue:

    —No, tu hermano debe quedar aquí vivo o muerto, como el espíritu de la cárcel. De ninguna manera lo llevarás a casa.

    —Hasta que él se restablezca en casa, yo quedaré en la prisión en su lugar. Después él vendrá otra vez aquí. ¿Qué dice?

    —Oye, maldito, ¿dónde existe esa ley que permite la sustitución de un preso?

    —Como ustedes hacen leyes, ¿cómo no podrán sacar una más? Por favor, permítannos proceder así.

    —¿Qué tonterías estás diciendo? Si es malo el hermano menor, lo es también el mayor. Todos los de tu linaje son iguales. ¡Lárgate de aquí, inmediatamente!

    Varios carceleros lo expulsaron de la prisión.

    Al cabo de reflexionar lo que debía hacer, mi tío Hyong Rok dejó en la mano de carcelero 16 wones con estas palabras:

    —Le ruego que atienda bien a nuestro Hyong Gwon.

    Y regresó a Mangyongdae. Sabía que con tan poco dinero no se podía mover el duro corazón de esos verdugos, pero no disponía de más.

    Durante todo un mes, el tío Hyong Rok no pudo dormir. Decía que tan pronto como cerraba los ojos, veía la imagen de su hermano menor.

    Tres meses después de esa visita, el tío Hyong Gwon falleció en la cárcel. Como eso ocurrió a principios de 1936, yo me encontraba en camino de Nanhutou, con mi unidad, después de concluir la segunda expedición al Norte de Manchuria. El tenía 30 años al morir.

    Como se fueron mi padre, mi madre, mi hermano menor e incluso mi tío, no quedaba con vida ninguno de mis familiares que venían sacrificándose por entero en bien de la revolución. Al recibir en medio de las montañas la noticia de su muerte, tomé la decisión de que, por lo menos, yo no debía morir, sino vivir a cualquier precio, para recuperar el país en homenaje a mi tío que murió con el resentimiento del apátrida y fue enterrado en un monte desconocido y sin que nadie cuide de su tumba.

    Ya me he referido antes a la dolorosa situación de mi familia que, aunque recibió el aviso de su muerte, no podía ir a traer su cuerpo inanimado, por falta de recursos para cubrir los gastos y, por eso, el cadáver fue enterrado en el cementerio de la prisión Mapho.

    Instantes antes de expirar, él les habló a otros reclusos sobre lo que venía guardando en secreto.

    —Kim Il Sung es mi sobrino. Ahora está luchando en Manchuria contra los enemigos japoneses, al frente de un poderoso ejército revolucionario. No está lejos el día en que ese ejército irrumpa en el país. Para acogerlo, ustedes también deben luchar con las armas en la mano. Sólo de esta manera es posible expulsar a los enemigos japoneses y emancipar la nación.

    Cada vez que pienso en él, veo ante mis ojos las imágenes de numerosos camaradas que sacrificaron sin vacilación su juventud en el camino de hacer realidad las resoluciones de la Conferencia de Kalun.

    Mi tío Hyong Gwon tuvo una hija llamada Yong Sil, quien, tras la liberación del país, estudió en la Escuela Revolucionaria de Man-gyongdae. Pensaba criarla e instruirla bien para hacer de ella digna heredera de la causa de su padre. Pero esta única descendiente murió durante la guerra, víctima de un bombardeo aéreo.

    Son verdaderamente gloriosas y nobles las proezas de los miembros del Ejército Revolucionario de Corea que allanaron el camino de nuestra revolución.

    Basándose en sus experiencias y lecciones de lucha heroica y a costa de su sagrada sangre, el Ejército Revolucionario Popular de Corea pudo nacer en este mundo como fuerzas armadas revolucionarias permanentes.

    

    

    

    6. Kim Hyok, poeta de la revolución

    

    

    La revolución empieza por ganar camaradas.

    El fundamento del capitalista es el dinero, pero el del revolucionario, el ser humano. Si el primero levanta la torre de su riqueza sobre el cimiento de la moneda, el segundo transforma y reorganiza la sociedad sobre la base de sus camaradas.

    En la juventud tuve muchos compañeros. A unos me unieron lazos afectivos, y a otros el propósito que compartimos en el proceso de la lucha. Todos fueron muy valiosos, y no los habría cambiado ni por miles y miles de toneladas de oro.

    Kim Hyok, a quien las generaciones actuales llaman el poeta de la revolución fue uno de ellos. Dejó una imborrable huella en mi juventud, y aun hoy, a más de medio siglo de su muerte, sigue viviendo en mi memoria.

    Lo conocí un día en que, tras terminar la clase de caracteres chinos, hablaba yo con el maestro Shang Yue en el pasillo, cuando Kwon Thae Sok me avisó que había llegado una visita. Añadió que era un desconocido y estaba esperándome en el portal, junto con un hombre con anteojos, llamado Cha Kwang Su.

    En efecto, los encontré allí. El desconocido, de cara hermosa, como una mujer, llevaba una maleta en la mano. Resultó ser Kim Hyok, a quien Cha Kwang Su elogiaba como un talento, en cada oportunidad. “Me llamo Kim Hyok”, extendió la mano sin titubeos, antes de que me lo presentara éste. La tomé y me presenté.

    De inmediato, sentí un cariño especial hacia el muchacho, no sólo por la reiterada “propaganda” de Cha Kwang Su, sino también por su parecido con Kim Won U.

    Pidiéndole permiso, propuse a Cha Kwang Su.

    —¿No podrás esperar una hora en el albergue con Kim Hyok? Desafortunadamente, la próxima clase es la de literatura que imparte el maestro Shang Yue. Si fuera otra, podría faltar ... Pero ...

    —Caramba, todos ustedes se han vuelto locos por las clases de literatura del maestro Shang Yue. ¿No será que quieres ser literato como Kim Hyok? —bromeó Cha Kwang Su, ajustándose los espejuelos.

    —¿Por qué no? Ahora caigo en que para hacer la revolución, se debe conocer necesariamente literatura. ¿Qué te parece Kim Hyok, no es así?

    Kim Hyok lanzó una exclamación:

    —¡Palabra!, eso lo oigo por primera vez en Jilin. Sin la literatura no se puede hablar de revolución, porque es de por sí tema y fuente de ella. Quisiera ver a ese maestro de tan enorme popularidad.

    —Te lo presentaré en otra ocasión, —prometí y entré en el aula.

    Terminada la clase salí y encontré a Cha Kwang Su y Kim Hyok en el portal, discutiendo sobre algo así como el capital fijo o el variable. El entusiasmo con que departían los amigos, me contagió también. Recordé las palabras elogiosas de Cha Kwang Su de que Kim Hyok era un innato apasionado y me dije con alegría que había encontrado otro excelente camarada.

    —¿Por qué permanecen aquí parados? Les dije que me esperaran en el albergue ...

    Kim Hyok, guiñando un ojo, miró hacia el cielo donde el sol salpicaba sus rayos dorados.

    —¿Por qué meternos entre cuatro paredes como cucarachas, en este día tan espléndido? A propósito, propongo conversar todo el resto del día recorriendo las calles de Jilin.

    —Primero almorzaremos, luego iremos al monte Beishan o al parque Jiangnan. ¿No se dice por ahí que los paisajes del monte Kumgang deben admirarse con el estómago lleno? Kim Hyok vino a verme desde Shanghai, después de recorrer tan larga distancia. Si no le invito a comer algo, seré un descortés.

    —A mí me parece que podré pasar en ayuno varios días aquí, en Jilin, en presencia del camarada Song Ju.

    Kim Hyok era de temperamento apasionado y de acción y palabra vivas.

    Desgraciadamente, en aquel momento no tenía dinero. Por eso los llevé al hotel Sanfeng donde me acogerían con alegría, aunque no pagara. Sus dueños, además de ser buenos, sabían preparar exquisito kuksu. Expliqué mi situación a la dueña, quien trajo seis platos, es decir, dos para cada uno.

    Kim Hyok habló conmigo durante tres noches en mi cuarto alquilado. Al cuarto día, para estar al tanto de la situación de la región de Jilin, fue a Xinantun donde se encontraba Cha Kwang Su.

    A primera vista, me di cuenta de que era un joven fogoso. Si Cha Kwang Su era inquieto, Kim Hyok, apasionado. De ordinario se mostraba tranquilo y manso, como una dama, mas si se le daba un estímulo, hervía como un crisol, despidiendo calor. Considerando que era un peregrino, que había sufrido todos los avatares de la vida, lo mismo que Cha Kwang Su, recorriendo tres países del Oriente, procedía de forma correcta. En la plática, noté que poseía amplios conocimientos y alto nivel teórico. De modo particular, estaba versado en arte y literatura.

    Discutimos mucho sobre la misión del arte y la literatura. Afirmó que el arte y la literatura debían ser himnos para el humano. Posteriormente, después de aspirar la atmósfera de Jilin, desarrolló un poco más su criterio y expresó que debían ser cantos a la revolución. Su concepto de la literatura era muy radicalista. Teniendo en cuenta estas cualidades, le di muchas tareas relacionadas con la labor de ilustración de las masas. Por eso dirigió, a menudo, las actividades del grupo de propaganda artística.

    Fue un buen poeta, de ahí que mis compañeros lo llamaban “Eugéne Pottier”9. Algunos le decían “Heine”. En efecto, Kim Hyok apreciaba a estos poetas más que a otros. De entre los poetas coreanos, fue Ri Sang Hwa10 a quien más estimó.

    Le gustaban generalmente los versos revolucionarios, con tonos altisonantes. Mas, para mi extrañeza, en cuanto a la novela, prefería obras de Ra To Hyang11, de profundo sentimiento, por encima de las de Choe So Hae12, con exposiciones enfáticas.

    Al analizar sus gustos, pensé que en el mundo existen cosas sumamente extrañas. ¡Cuántos casos de armonía entre cosas contradictorias ocurren en nuestra vida! Cha Kwang Su los describió por excelencia con el tropo “relaciones entre la luz y las tinieblas”. Refiriéndose al caso de Kim Hyok, manifestó que su personalidad literaria especial, era resultado de esa armoniosa combinación.

    Kim Hyok, aunque cumplía difíciles y complicadas tareas revolucionarias supo ganar tiempo para escribir excelentes versos. Las alumnas de Jilin, integradas en nuestra organización revolucionaria, los recitaban con gusto llevándolos escritos en sus libros de notas.

    No componía como los demás: escriben un verso, luego tachan y escriben otra cosa; él componía y lo pulía todo en la mente, y sólo cuando le parecía que no necesitaba darle más toques, descargaba su puño sobre la mesa y comenzaba a plasmarlo en el papel. Cada vez que se oía el puñetazo, mis compañeros decían con alegría: “Kim Hyok acaba de poner otro huevo”. Para nosotros era una fiesta común, que él terminara de escribir una poesía.

    Tenía una hermosa novia, llamada Sung So Ok, miembro de la Juventud Comunista. Esbelta y simpática, tenía tal entereza y valor que se colocaría en el cadalso, sin titubeos, si eso fuera necesario para defender la justicia.

    Sung So Ok participó a conciencia en la vida orgánica de la Juventud Comunista.

    En el otoño de aquel año, cuando las acciones masivas contra el tendido del ferrocarril Jilin-Hoeryong, oí su arenga, que resultó elegante.

    Era una de las estudiantes que con mayor afecto recitaba los versos de Kim Hyok, llevándolos consigo. Como recitaba y cantaba con destreza y pronunciaba con tino los discursos, además de que se ponía siempre jogori (Chaquetilla femenina tradicional– N. del Tr.) blanco y chima (Falda tradicional– N. del Tr.) negra sin distinción de estaciones, casi todos los jóvenes de Jilin la conocían.

    El la amaba con fervor, como con fervor percibía y poetizaba la vida, de ordinario. Los jóvenes comunistas amaban, aun dedicándose a la revolución. Hay personas que dicen que los comunistas no tienen cualidades humanas, ni llevan una vida digna, ni profesan amor noble, pero dicen eso porque no saben en absoluto qué tipo de hombres son.

    Muchos de mis compañeros se amaban en medio de la revolución, y contrajeron matrimonio bajo una lluvia de balas.

    En las vacaciones, asignamos a Kim Hyok y a Sung So Ok tareas que debían cumplir entre los moradores de Guyushu, donde se encontraba la casa de los padres de la novia.

    Ellos, mientras las ejecutaban, salían a menudo a las riberas del Yitong, cubiertas de frondosos sauces, donde paseaban o pescaban con cañas. Cuando pescaban, ella desenganchaba del anzuelo el pez que su novio capturaba, y le ponía otro cebo. En el pintoresco monte Beishan y en las riberas del Songhuajiang y Yitong, su amor se hacía cada día más profundo, junto con la revolución.

    Pero, Sung Chun Hak, padre de la muchacha, no miraba con buenos ojos este romance, no sé porqué.

    Era fundador y director de la escuela Changsin, que podría llamarse predecesora de la Samgwang. Vivió y estudió durante varios años en la región de Primorie, en la Unión Soviética. Este contacto con la civilización le hizo tener un modo de pensar considerablemente avanzado en esa época. Cuando en Guyushu transformábamos la escuela Changsin en Samgwang, y reorganizábamos las organizaciones de masa creadas por los nacionalistas, en revolucionarias, en comunistas, él comprendió antes que nadie nuestro objetivo y nos ayudó activamente.

    Ahora, empero, veía con frialdad el amor de su hija, lo que turbaba a Kim Hyok, aunque era un hombre hecho y derecho.

    La madre de ella lo consideraba como una persona de bien, por eso pasaba por alto sus visitas y lo defendía ante su marido, aunque sin enfrentársele. Después de una prolongada y minuciosa observación de la conducta de Kim Hyok, Sung Chun Hak llegó al fin a convencerse de que era un excelente revolucionario, y accedió a la voluntad de su hija. El día que consintió el matrimonio, Kim Hyok y Sung So Ok se tomaron una fotografía, pues en la casa de la muchacha había una cámara.

    La noticia de la muerte de Kim Hyok destrozó a la joven a tal grado, que trató de tirarse a las aguas del Yitong. Mis compañeros la retiraron de la ribera y, a duras penas, la tranquilizaron.

    Con posterioridad, Sung So Ok realizó con abnegación otras actividades revolucionarias y se casó con Choe Il Chon, autor de la “Breve historia del movimiento de la revolución coreana en el exterior”, cuando murió la esposa de éste. Su ideal como mujer era compartir su vida con un hombre revolucionario como Kim Hyok, aunque como madrastra debía atender a sus hijos.

    El fogoso temperamento de Kim Hyok se manifestaba fielmente en la práctica. Fue un revolucionario con alto sentido de responsabilidad y lealtad. Me llevaba cinco años y estudió en Japón, detalles que nunca dejó manifestar, ni por asomo. Siempre aceptaba con honestidad las tareas que le daba. Por eso, le tenía un amor y cariño especiales.

    Desde el verano de 1928, Kim Hyok actuó con Cha Kwang Su en la región del distrito Liuhe. Bajo su dirección se estableció la sociedad de estudio de ciencias sociales (curso especial) y se creó la filial de la Unión de la Juventud Antimperialista, en la escuela Tongsong, en Gushanzi.

    Kim Hyok impartió clases de Historia del desarrollo de la humanidad, Geografía política universal, Literatura y Música. Tenía gran popularidad entre jóvenes y estudiantes en Gushanzi.

    Cuando me dirigía hacia Manchuria del Este, después de salir en libertad, Kim Hyok cumplía misiones de la organización, yendo y viniendo entre Jilin y Guyushu. Antes de partir a Dunhua, le di por escrito la tarea de preparar una nueva publicación y dirigir las organizaciones revolucionarias en Jiangdong, Jilin y Xinantun.

    Posteriormente, en el camino de regreso a Kalun, luego de terminar mi cometido en Dunhua, lo visité de paso y comprobé que cumplía a conciencia las tareas que le había asignado. Le expliqué el plan que había concebido en la cárcel y la misión que yo debía cumplir en Kalun. Muy impresionado, me propuso acompañarme. Le dije que fuera para allí, sin prisa, después de terminar sus tareas. Se mostró apenado, pero se quedó en Xinantun, e impulsó los preparativos para la nueva publicación. Sólo después se presentó en Kalun.

    Después de la Conferencia de Kalun, aceleramos a todo tren la salida de la novedosa publicación. Dado que se había puesto en el orden del día una nueva línea revolucionaria y se formó la primera organización del partido destinada a movilizar a las masas, para llevarla a la práctica, se presentó la imperiosa tarea de editar un órgano que fuera su portavoz ideológico. No se debía postergar ni una hora.

    Como estaba al tanto de esta situación, Kim Hyok escribió artículos también en Kalun, sin dormir por las noches. De acuerdo con su propuesta, a la publicación la denominamos “Bolchevique”.

    Nos propusimos sacarla en forma de revista, y después de realizar suficientes preparativos materiales, al paso que educábamos a las masas en las ideas revolucionarias, convertirla poco a poco en un periódico de muchas páginas y aumentar su tirada. Por fin, el 10 de julio de 1930, salió a la luz el primer número de “Bolchevique”.

    La revista se distribuyó a las filiales de la Juventud Comunista y la Unión de la Juventud Antimperialista, a diversas organizaciones revolucionarias antijaponesas y a grupos del Ejército Revolucionario de Corea, así como a las escuelas bajo nuestra influencia, para que la utilizaran como material de instrucción. Se insertó también una explicación sobre el informe que presenté en Kalun. “Bolchevique” desempeñó un rol verdaderamente importante en la explicación y divulgación de los lineamientos trazados en la Conferencia de Kalun. Durante un tiempo, salió en forma de revista mensual, y luego se convirtió en un periódico semanal, conforme al desarrollo de la revolución y la demanda de los lectores.

    Kim Hyok, en calidad de primer redactor jefe de “Bolchevique”, pasó casi todas las noches en vela escribiendo artículos, hasta que partiera de Kalun. Con un entusiasmo inagotable, no descansó ni una hora.

    Con posterioridad, a principios de agosto de 1930, fue a Haerbin al frente de un pequeño grupo del Ejército Revolucionario de Corea. Para él era un lugar desconocido, pues había actuado principalmente en las regiones de Jilin, Changchun, Liuhe, Xingjing, Huaide y Yitong. Tampoco yo conocía bien de esa ciudad.

    Desde el tiempo de Jilin le concedimos importancia a Haerbin.

    Una buena parte de su población estaba formada por obreros. Para adentrarnos en su clase, debíamos ir con audacia a Changchun, Haerbin y a otras urbes y fomentar allí nuestras fuerzas. Como se manifestó en el batallar contra la instalación de las vías férreas entre Jilin y Hoeryong y contra los traicioneros actos antisoviéticos de los militaristas reaccionarios —que atacaron el ferrocarril Zhongdong—, la clase obrera y los jóvenes estudiantes de Haerbin poseían un firme espíritu revolucionario. Si extendíamos con tacto nuestra red en esa ciudad, podríamos aglutinar a grandes masas en la organización.

    Valoramos así a Haerbin, además, porque allí se encontraba la oficina de enlace de la Internacional. También estaba la organización de la Juventud Comunista auspiciada por la Internacional, con la cual mantenía relaciones la que yo fundé en la secundaria Yuwen, en Jilin. Para tener contactos con dicha agrupación internacional, resultaba indispensable abrir una senda por la que pudiéramos entrar libremente en esa ciudad.

    Al enviar a Kim Hyok, pretendíamos ampliar nuestra organización revolucionaria en el lugar, y a la vez, establecer contactos con la Internacional.

    No se borra de mi memoria la imagen de Kim Hyok, al aceptar, impresionado, esa tarea.

    Kim Kwang Ryol (Kim Ryol) envió con él una carta de recomendación a la Internacional Comunista.

    Al despedirse Kim Hyok estrechó mi mano largo rato.

    Aunque cumplía con ímpetu todas las tareas que le daba, fueran importantes o no, siempre se mostraba triste cuando debía marcharse para actuar solo. Le gustaba trabajar en colectivo. Era enemigo jurado de la soledad.

    Una vez le pregunté por qué temía tanto a la soledad, pues experimentarla a menudo es provechoso para la práctica literaria, a lo que respondió con franqueza que esa había sido su excelente compañera de camino en otros tiempos, en que andaba ultrajado por el mundo, pero, terminada esa vida, dejó de gustarle. Confesó que vivió así durante meses en Jiangdong, y recién le había tomado el gusto a trabajar junto a los amigos en Kalun, sin dormir, mas ahora se veía precisado a soportar otra despedida.

    Tomé su mano y le dije, como si consolara a un niño:

    —Kim Hyok, nos despedimos por la revolución. Cuando regreses de Haerbin, iremos a trabajar juntos en Manchuria del Este.

    Sonrió triste y expresó:

    —Song Ju, no te preocupes por el trabajo en Haerbin. Cumpliré, pase lo que pase, con la misión de la organización y volveré triunfante al lado de mis camaradas. Cuando vayas a Manchuria del Este, llámame a mí primero.

    Así me despedí de Kim Hyok por última vez y para siempre.

    La separación me dejó un vacío en el alma.

    Habíamos comenzado a extender nuestra red en Haerbin, a fines de 1927. Por aquel entonces, en la escuela secundaria No.1 de Jilin, unos alumnos, quienes costeaban sus estudios con su propio trabajo, armaron un fuerte altercado con el reaccionario maestro de Historia, porque éste ultrajó en una clase a la nación coreana, y se fueron a Haerbin. Entre ellos figuraban algunos miembros de la Asociación de Estudiantes Coreanos Cursantes en Jilin, que estuvieron bajo mi dirección.

    Les di la tarea de crear organizaciones en Haerbin. Así, pues, fundaron la Sociedad de amigos estudiantes y un cenáculo de lectura, principalmente con estudiantes coreanos, en el colegio, la escuela de nivel medio industrial y la especializada en medicina. Con sus miembros medulares establecieron, en el otoño de 1928, la filial de la Unión de la Juventud Antimperialista y, a principios de 1930, la de la Unión de la Juventud Comunista de Corea. En las vacaciones envié a Han Yong Ae para dirigirlas. Gracias a la enérgica labor de esas organizaciones, los jóvenes y estudiantes de Haerbin realizaron actividades de gran envergadura en respuesta a la lucha contra el tendido del ferrocarril Jilin-Hoeryong, que se había propagado por toda Manchuria.

    En las agrupaciones revolucionarias de Haerbin se enrolaron muchos excelentes jóvenes. El camarada So Chol, ahora miembro del Buró Político del Comité Central del Partido, trabajó también en la filial de la Juventud Comunista allí.

    La situación de esta ciudad era muy tenebrosa cuando llegó Kim Hyok, al frente de un grupo del Ejército Revolucionario de Corea. Incluso la Sociedad de amigos estudiantes, el cenáculo de lectura y otras organizaciones legítimas se veían obligados a actuar en la clandestinidad. Hubo que camuflar perfectamente la Juventud Comunista y otras agrupaciones ilegales.

    Kim Hyok discutió con los camaradas del lugar las medidas para defender las organizaciones y sus integrantes. De acuerdo con su propuesta, todas las de la ciudad, divididas en varios grupos, se encubrieron del modo más perfecto.

    El, junto con otros miembros del grupo armado, se compenetró con obreros del puerto, jóvenes estudiantes y otros sectores de las masas y les explicó con entusiasmo sobre los lineamientos de la Conferencia de Kalun. Con probada habilidad organizativa y con osadía, educó a los jóvenes y amplió las organizaciones, mientras impulsaba con energía la preparación de organizaciones de base del partido y el trabajo de conseguir armas. Desafiando la tupida red de vigilancia enemiga, estableció también relaciones con la oficina de enlace de la Internacional Comunista.

    Contribuyó mucho a activar la lucha allí. En aras de la revolución recorrió, a lo largo y ancho de la región de la que estaba encargado, hasta que un día entabló una escaramuza con enemigos que asaltaron por sorpresa el edificio de cita secreta en Daoli, Haerbin. Se tiró desde el tercer piso, decidido a suicidarse. Mas, su fuerte cuerpo traicionó su voluntad. Fue detenido y conducido vivo a la cárcel de Lüshun. Murió allí por las brutales torturas y vejámenes.

    Kim Hyok, al igual que Paek Sin Han, fue uno de los representantes de la primera generación de nuestras filas revolucionarias, que consagró su vida y juventud a la patria y la nación.

    Cada camarada revolucionario era más valioso que miles de toneladas de oro, y la pérdida de un talento tan brillante como él fue sumamente dolorosa para nuestra revolución. Al recibir la noticia de su detención, me desvelé varias noches. Transcurrido un tiempo, estuve en Haerbin. Deambulando por las calles y el muelle, donde había estado Kim Hyok, canté para mis adentros una canción suya.

    Lo mismo que Cha Kwang Su y Pak Hun, anduvo a la deriva por lejanas tierras extranjeras, en busca del camino que Corea debía seguir hasta que al fin se estrecharon sus manos y las mías. Cuando pasaba los días entre suspiros, sustentándose a expensas de otros en un cuarto de alquiler en la colonia francesa de Shanghai, recibió una carta de Cha Kwang Su en la que le hablaba de mí: “No dejes pasar tu valiosa vida en Shanghai, ven a Jilin. Aquí existe el dirigente que quisiste tener, y la teoría, y el movimiento. ¡Es tu villa ideal!...” Recibió tres o cuatro misivas con ese contenido. Por fin vino y nos conocimos. Recorrió unos días las calles de Jilin, y luego, declaró asiéndome las manos:

    —Song Ju, echaré mi ancla aquí. Mi vida empieza de nuevo.

    Cha Kwang Su y Kim Hyok intimaron en su época estudiantil en Tokio, Japón.

    Todavía está fresca en mi mente su imagen entonando “La Internacional”, con lágrimas en los ojos, el día de la fundación de la Juventud Comunista.

    Aquel día, con mis manos entre las suyas, Kim Hyok declaró:

    — ... En Shanghai participé una vez en una manifestación junto con estudiantes chinos. Me había unido a esas filas, al verlas avanzar gritando consignas antijaponesas. Cuando se vio impedida la marcha, regresé a mi cuarto alquilado y me pregunté con angustia, qué haré ahora y mañana. Como no pertenecía a ningún partido, ni a ninguna organización, nadie me ordenaría que fuera a un determinado sitio, ni me indicaría o consultaría sobre el lugar y el método de lucha que iba a desplegarse al otro día... Mientras avanzaba en las filas de manifestantes, pensé qué bueno sería si existiera una persona que gritara “adelante” al verme cansado; cuán fuerte me sentiría si contara con una organización o con un dirigente que me indicara la tarea de mañana, al terminar la marcha de hoy; cuán feliz estaría si tuviera camaradas, quienes, derramando lágrimas sobre mi cadáver, cuando yo cayera alcanzado por una bala, gritaran ¡Kim Hyok!, ¡Kim Hyok!, y cuán bueno sería si ellos fueran coreanos y organizaciones de Corea. Así pensé con resquemor avanzando al encuentro de armas enemigas. Pero hoy, además de que tengo la suerte de conocer a buenos camaradas aquí en Jilin, me alisto con orgullo en la Juventud Comunista.

    Fueron palabras muy sinceras.

    Siempre decía que la mayor fortuna de su vida era tener buenos camaradas. Por eso pudo componer la canción “Lucero de Corea” y la divulgó entre las organizaciones revolucionarias.

    Al principio, yo lo desconocía por completo. En Xinantun oí que unos jóvenes la cantaban.

    A escondidas de mí, y con previa consulta con Cha Kwang Su y Choe Chang Gol, la difundió en la región de Jilin. Lo reprendí severamente porque me comparaba con el lucero y hasta compuso una canción sobre mi persona.

    Al propagarse “Lucero de Corea”, mis compañeros comenzaron a llamarme “Han Pyol”. Lo idearon entre ellos, contra mi voluntad. Han Pyol en coreano significa una estrella.

    Quienes propusieron cambiar mi nombre por Kim Il Sung, fueron mis camaradas, Pyon Tae U y otros influentes de Wujiazi, Choe Il Chon y demás jóvenes comunistas.

    Tenía, entonces, tres nombres: “Song Ju”, “Han Pyol” e “Il Sung”.

    Mi nombre de familia es Kim Song Ju y me lo puso mi padre.

    En la niñez me llamaban Jung Son. Mi bisabuela fue la primera en decirme así y otros familiares le siguieron.

    Como yo apreciaba mucho mi nombre de familia, dado por mi padre, no me gustaba que me llamaran por otros. Ni mucho menos permitía que me elogiaran, en discordancia con mi edad, comparándome con la estrella o el sol.

    Mas, no resultó mi severa reprensión y exigencia. Seguían llamándome Kim Il Sung con afecto, aunque sabían que no me gustaba.

    El nombre Kim Il Sung salió por primera vez en la prensa oficial en la primavera de 1931 cuando fui detenido por los militaristas en Guyushu y estuve en la cárcel unos 20 días.

    Mas, la mayoría de los que me conocían, seguían nombrándome Song Ju, como estaban acostumbrados.

    Desde que emprendí la lucha armada en Manchuria del Este, mis compañeros me llamaron sólo por Kim Il Sung.

    Como se ve, estos me presentaron como su dirigente, poniéndome nuevos nombres e incluso componiéndome una canción. Fueron muy consecuentes en ese aspecto.

    Se obstinaron tanto en destacarme, aunque era joven y tenía cortos antecedentes en la lucha, porque sacaron lecciones serias del movimiento de las generaciones precedentes, quienes, portándose cada cual como héroe, y sin tener un centro de unidad y cohesión, se entregaron a riñas sectarias, que llevaron al fracaso a la revolución, y porque se percataron hasta la médula, de la verdad de que para rescatar el país, los 20 millones de habitantes debían unirse en un alma y un propósito y, para lograrlo resultaba indispensable contar con un centro en la dirección, en la unidad y en la cohesión.

    Si tanto afecto y recuerdos guardo de Kim Hyok, Cha Kwang Su, Choe Chang Gol y otros, no es porque compusieran canciones en honor de mi persona y me presentaran como su dirigente, sino porque dieron inicio a esa unidad y cohesión, la cual no había podido lograr nuestra nación, aunque aspiraba a ella con tanta vehemencia; a esa integración auténtica, que es orgullo y gloria de nuestro pueblo, y fuente de su inagotable poderío, y porque fueron precursores que, con su sangre, escribieron esta nueva historia, es decir, la de unión del dirigente y las masas en una sola alma y cuerpo, en el movimiento comunista de nuestro país.

    Los comunistas de la generación nueva, junto a los que hicimos la revolución, no sembraron discordia en las filas con disputas por cargos, ni dañaron, con divergencias de opiniones, la unidad y la cohesión que yo estimaba como la vida. En nuestras filas éstas constituían la piedra de toque para distinguir a los verdaderos revolucionarios de los simuladores. Fue por eso que, aun en la cárcel y el cadalso, las defendieron a costa de la vida, legándoselas como un tesoro a los comunistas de las generaciones siguientes.

    He aquí, justamente, su primera proeza histórica.

    El noble y hermoso espíritu de los comunistas de esa generación, quienes destacaron a su dirigente y se aglutinaron con éste como núcleo, conformó la gran tradición de unidad y cohesión que nuestro Partido caracteriza hoy como una sola alma y un solo cuerpo.

    Cuando los comunistas jóvenes presentaron a su dirigente y llevaron a cabo la lucha revolucionaria, unidos en su torno con una única voluntad y propósito, la batalla por la liberación nacional de Corea puso punto final a la historia del pasado empañada por riñas sectarias y confusiones, y empezó a escribir nuevas páginas.

    Ha transcurrido más de medio siglo desde que Kim Hyok se fue de nuestro lado pero, no se aleja de mi visión su imagen que, muerto de hambre y sueño, y con los pies helados, se abría paso entre las furiosas nevascas de Manchuria.

    Si hubiera sobrevivido, habría realizado muchos trabajos. Cada vez que la revolución tropieza con rigurosos reveses, me acuerdo de mi entrañable camarada Kim Hyok, quien, con su espíritu henchido de patriotismo, mostraba a plenitud su juventud en medio de la lucha, y siento un hondo pesar porque murió muy temprano.

    Para transmitir eternamente a las posteridades la imagen de Kim Hyok, erigimos su busto en la primera hilera en el Cementerio de los Mártires Revolucionarios en el monte Taesong.

    Como no tenemos fotos y murieron sus compañeros de lucha, los escultores pasaron muchas dificultades por no poder determinar sus facciones. Les ayudé a componerlas para perfeccionar su busto.

    

    

    

    7. Verano de 1930

    

    

    Los fraccionalistas del grupo M-L, en lugar de sacar una lección del fracaso de la sublevación del 30 de mayo, volvieron a desatar otra rebelión temeraria en las zonas adyacentes a la ferrovía Jilin-Dunhua, con motivo del primero de agosto de 1930, Día internacional contra la guerra.

    Como consecuencia, surgieron grandes dificultades para nuestra revolución. Fueron descubiertas hasta las contadas organizaciones que habían entrado en la clandestinidad a partir de la sublevación del 30 de mayo. Y aquellas que habíamos recuperado, a duras penas, en varias zonas después de salir de la prisión, también fueron destruidas ante otro ataque inesperado. En todas partes de Manchuria, fueron detenidos y ejecutados en masa magníficos cuadros dirigentes. Los enemigos consiguieron un nuevo pretexto para blasfemar del comunismo y reprimir el movimiento comunista.

    Huelga decir que la rebelión fue de gran ayuda al imperialismo japonés, que procuraba sembrar cizaña entre las naciones coreana y china. A causa de estos dos levantamientos, los coreanos perdieron toda la confianza de los chinos. Recuperarla nos costó mucho en el transcurso de la lucha de guerrillas.

    Después de la sublevación del primero de agosto, los coreanos en Manchuria del Este se percataron profundamente de la peligrosidad del aventurerismo izquierdista y se pusieron a mirar con ojos alerta y de sospecha a los sectaristas serviles a las grandes potencias, que los exhortaron a esa temeraria rebelión.

    En seguida enviamos a trabajadores clandestinos a las regiones del incidente, para evitar que las masas revolucionarias se dejaran engañar otra vez por la agitación de los fraccionalistas.

    Yo también me propuse ir a Jilin y Dunhua para rehabilitar las organizaciones.

    Cuando llegué a Jilin, el ambiente era tan horrible como a raíz del levantamiento del 30 de mayo.

    Procuré buscar a los miembros de nuestras agrupaciones disfrazándome varias veces al día.

    La estación ferroviaria, las puertas de la muralla y los cruces de carreteras de Jilin se convirtieron en puestos de control del enemigo. Los agentes del consulado japonés también andaban presurosos en busca de los revolucionarios coreanos. Dado que el movimiento nacionalista, visiblemente debilitado, tocaba a su fin, los enemigos no querían seguir la pista de los viejos del Ejército de independencia, como después del incidente de An Chang Ho, sino que tendieron la red por doquier, para coger a los jóvenes partidarios del movimiento comunista.

    No podía reprimir mi pena y tristeza por no encontrar personas conocidas en las calles de Jilin, donde hacía algún tiempo hervía la lucha contra la construcción del ferrocarril Jilin-Hoeryong.

    Antes de partir para Jilin, los camaradas me recomendaron que no permaneciera allí por largo tiempo y que me trasladara, de inmediato, a Hailong o Qingyuan; pero, no podía abandonar esta ciudad con facilidad. El recuerdo de los intensos esfuerzos que realicé allí, por tres años consecutivos, sin hacer distinción entre día y noche, con el deseo de allanar un nuevo camino para la revolución me impidió dirigir los pasos hacia otra región. Si no hubiera tenido que soportar tanto en esta ciudad, especialmente en la cárcel, pudiera no haber tenido tanto apego a Jilin. Es natural que uno ame a un paraje en el mismo grado con que se empeña por él.

    Afortunadamente, encontré a un compañero de la Juventud Comunista y, por su conducto, a algunos de esa organización. Los reuní y orienté prohibir que los miembros actuaran abiertamente, y por el momento, pasar a la clandestinidad hasta las agrupaciones legales como las Asociaciones de Niños y de los Estudiantes Coreanos Cursantes en Jilin.

    Discutimos también las vías para hacer realidad las orientaciones de la Conferencia de Kalun, y enviamos a camaradas confiables a distintos lugares, con la misión de restablecer las organizaciones revolucionarias.

    Después decidí salir de allí. Tenía mucho que hacer. Tras arreglar asuntos urgentes en la ciudad, ardía en deseos de rehabilitar las organizaciones destruidas, avanzando hacia Manchuria del Este.

    Me propuse ir a Qingyuan o Hailong, y permanecer oculto por algún tiempo, en casas de camaradas chinos, para después subsanar los daños causados por la rebelión, comenzando por las zonas más afectadas. Tenía la esperanza de restablecer allí el vínculo con Choe Chang Gol, a quien no veía después de la Conferencia de Kalun y, con su ayuda, abrir la ruta a Manchuria del Sur. Qingyuan y Hailong, lo mismo que Liuhe, eran escenarios de las actividades de Choe Chang Gol, quien se empeñaba por crear organizaciones partidistas de base y ampliar la red de la Juventud Comunista, la Juventud Antimperialista y otras agrupaciones de masas. En esas zonas el movimiento revolucionario atravesaba grandes dificultades por el enfrentamiento entre la junta Kukmin y un grupo opositor. Como si lloviera sobre mojado, sobrevino la catástrofe de las organizaciones, como consecuencia de la sublevación del primero de agosto.

    En la frontera de Hailong y Qingyuan, tenía un amigo chino, que fue colega de estudio en Jilin. En la primera etapa de la lucha guerrillera, sirvió en nuestra unidad, hasta retirarse a su casa, después de la expedición a Manchuria del Sur. Pensé que podría permanecer en su morada por algún tiempo, hasta que se calmara un poco la marea de terror blanco, y pasar la crisis sin gran riesgo.

    En la estación ferroviaria de Jilin me despidieron algunas compañeras. Acudieron con vestidos de lujo, como si fueran hijas de casas muy ricas, para que yo pudiera subir al tren sin ser objeto de sospecha de nadie. Los militaristas creían que los caballeros no se interesaban por cosas como el movimiento comunista.

    No fue en la estación principal, sino en otra de los suburbios, donde tomé el tren, para evitar la rigurosa vigilancia. En el vagón, me encontré de improviso con Zhang Weihua.

    Me dijo que iba a Shenyang para estudiar y que poco antes había estado en Jilin para verme y consultar la manera de promover la revolución. Refiriéndose al clima de terror allí imperante, continuó:

    —Los coreanos que conozco se escondieron; solo aparecían soldados y policías y perros de presa de los japoneses. Fui a verte, Song Ju, y no pude encontrarte, ni a ningún otro conocido. Decidí, pues, irme a Shenyang. —Dicho esto, me llevó a su compartimiento de primera clase, sin preguntar ni siquiera mi deseo. Pienso que advirtió que yo precisaba un refugio para evitar el ataque del terrorismo.

    Aquel día era muy riguroso el control de los viajeros. Los policías, que bloqueaban las entradas, examinaban con minuciosidad el documento de identidad de los pasajeros y, en casos particulares, registraban sin más ni más sus bolsillos y equipajes, mientras los empleados del ferrocarril chequeaban los billetes con severidad especial. Las secuelas del levantamiento del primero de agosto se sentían no sólo en las ciudades y el campo, sino hasta en los trenes.

    Con la ayuda de él, pude viajar hasta la estación de Hailong sin novedades. Los policías, que requisaban con rigor a otros pasajeros, no se atrevieron a dirigirle ni siquiera una palabra; iba bien vestido al estilo chino. Yo, sentado a su lado, también fui eximido del control. Los empleados del ferrocarril nos pasaron por alto, sin exigirnos los billetes, todo por su imponente apariencia.

    Yo llevaba en el pecho documentos y datos secretos. Si me hubieran cacheado, no habría salido impune.

    Cuando el tren paró en la estación de Hailong, a través de la ventanilla vi en la plataforma y la salida un cordón formado por los policías del consulado japonés. Instintivamente sentí el peligro.

    Su presencia tensó mis nervios. Policías nipones y chinos eran iguales en su misión, pero si uno caía en las manos de los japoneses, no tenía esperanza de salvación. Por entonces, los revolucionarios coreanos arrestados en Manchuria, eran trasladados, sin piedad, a Corea o metidos en las cárceles de Lüshun, Dalian y Jilin, después de ser sentenciados en los tribunales de la administración de Guandong.

    Cuando estaba mirando indeciso hacia afuera sin decidir mi actitud futura, Zhang Weihua me propuso que fuera con él, a no ser que tuviera un trabajo muy urgente. Y expresó su deseo de ir juntos a ver al padre y consultar el problema de su futuro.

    Tenía el plan de apearme en la estación de Caoshi, para ir directamente a mi lugar de destino. Faltaban aún cinco o seis estaciones. Pero, después de bajarse Zhang Weihua en Hailong, podía correr peligro, porque no tenía a nadie que me protegiera.

    Acepté, pues, su sugerencia.

    Oportunamente, acudió a la estación su padre. Nos dijo que había recibido la noticia de la llegada del hijo, acabado de regresar de Yingkou, después de vender insam y de inmediato salió a recogerlo. Delante de nosotros se paró una carroza muy elegante, escoltada por decenas de guardias privados con pistolas en un estuche de madera al cinturón. Los policías del consulado, perplejos ante la presencia de tan majestuosa e imponente procesión, no se atrevieron a acercarse.

    Subimos al carro y corrimos, seguidos por los guardias, por la calle de la estación ferroviaria, como si quisiéramos que nos admirasen. Aquel día, tomé buen descanso en un lujoso hotel, junto con los de Zhang Weihua.

    El edificio estaba rodeado, doble y triplemente, por los guardias privados.

    Su padre expresó su alegría por volverme a ver y me llevó a una habitación especial, a la que mandó traer, sin cesar, platos exquisitos. Desde que vivía en Fusong, me trataba con cariño especial. Cuando algún huésped preguntaba por mí, respondía en broma, que era su hijo adoptivo. Al comienzo lo decía en chanza, pero, después, en serio.

    En Fusong, trabé amistad con Zhang Weihua, conociendo que era hijo de un hombre muy rico. Desde pequeño, yo tenía una noción genérica del terrateniente como explotador, pero esto no restringió mi relación con él. Me llevaba bien con él, porque, además de ser honrado y concienzudo, tenía fuerte espíritu antijaponés. Al recibir su ayuda en momentos críticos, quedé muy emocionado. Si lo hubiera apartado en el pasado, por ser hijo de un terrateniente, él y su padre no me habrían protegido con sinceridad, en esas circunstancias decisivas.

    Zhang Weihua podía disfrutar de lujo toda la vida, sin necesidad de participar o apoyar a la revolución, pero me ayudó en momentos cruciales, en colaboración con su padre, porque apreciaba mucho su obligación moral hacia mí.

    Desde que ambos éramos alumnos de la escuela primaria de Fusong, mantenía estrechas relaciones conmigo, sin reparar en diferencias económicas ni de nacionalidad. Expresó profunda comprensión y pesar hacia nuestra tristeza por la colonización del país, y respaldó cordialmente nuestra determinación y proyecto de luchar por la recuperación de la patria. Procedía así porque amaba con fervor a su patria y su nación. Vio en el infortunio de la coreana la desgracia de la china.

    Su padre también, aunque rico, fue un patriota que mostró gran entereza en la oposición a las fuerzas extranjeras y abogaba por la soberanía nacional. Su fidelidad patriótica también se reflejaba en los nombres de sus hijos. Dio al primogénito el de “Weizhong”. La segunda sílaba “zhong” corresponde al primer carácter del nombre estatal de China “Zhong Hua Min Guo”.(República de China– N. del Tr.) Y al segundo y tercero los llamó Weihua y Weimin, respectivamente, y si hubiese nacido otro, se habría nombrado Weiguo. La combinación de las últimas sílabas de sus nombres representaba República de China.

    Aquel día, Zhang Weihua me preguntó qué pensaba hacer si los imperialistas japoneses lanzaban el ataque en la primavera o el otoño del año siguiente, a lo cual respondí:

    —Me propongo combatir contra los agresores. He decidido de-sarrollar la lucha armada.

    Me dijo con preocupación que él también sentía la necesidad de participar, pero no sabía si se lo permitirían en la familia.

    Le persuadí:

    —Si desaparece el país, no puede existir hogar. Tú también debes hacer la revolución, si estás dispuesto a batallar contra la vieja sociedad. No hay otra salida. Si no, no tendrás otro quehacer que dedicarte de palabra al comunismo o leer libros en casa preocupándote vanamente por el destino del país. Debes optar por uno de los dos senderos. Tienes que emprender la revolución, sin reparar en el criterio de los padres. Este es el camino que conduce a aportar a China y a salvar tu nación. Tú no tienes otro remedio que hacer la revolución al lado de los chinos. Si los imperialistas japoneses lanzan el ataque, se levantarán no sólo los coreanos, sino también los chinos.

    Así le insuflé el espíritu antijaponés durante los dos o tres días de alojamiento en el hotel. Zhang Weihua aceptó mi recomendación y reafirmó su decisión de hacer la revolución al terminar los estudios.

    Le expresé el deseo de conocer su posterior paradero, diciéndole:

    —En caso inevitable, acudiré otra vez a pedirte colaboración, dame por escrito la dirección de tu alojamiento en Shenyang. —Luego le solicité que me ayudara para poder llegar sin riesgo a mi destino.

    Zhang Weihua aseguró que estaba dispuesto a hacer todo lo necesario para ayudarme y protegerme y me llevó en su carroza hasta la casa de un amigo chino, ubicada en la frontera entre los distritos Hailong y Qingyuan.

    La familia de éste era tan rica como la de Zhang Weihua. No pocos precursores de la revolución china procedían de familias acaudaladas. Por eso pienso a menudo que la revolución china tenía su peculiaridad especial. Gran número de intelectuales y propietarios participaron en el movimiento revolucionario, el comunista, junto con obreros y campesinos.

    Las personas nacidas en hogares holgados, también, si descubren las contradicciones que obstaculizan la independencia del hombre y el desarrollo social, pueden determinarse a participar en el movimiento revolucionario para eliminarlas.

    Creo por tanto que entre las personas con ese origen salen combatientes o precursores que luchan en defensa de los intereses de las masas trabajadoras.

    El problema depende, no de su origen social, sino de su concepción del mundo.

    Quien considera la vida como disipación, no puede hacer la revolución y se limita a disfrutar de la riqueza. Pero, si prefiere una existencia digna a la prodigalidad, participa en la revolución, aunque sea un rico.

    Si se excluyen a los precursores de procedencia propietaria, bajo el pretexto de la revolución clasista, ésta sufre una gran pérdida.

    Pasé algunos días en la casa del amigo chino, siendo bien tratado, como en la de Zhang Weihua. No recuerdo bien si se apellidaba Wang o Wei. Procuré buscar, por su conducto, a Choe Chang Gol, pero fue en vano. Dijeron que había entrado en la clandestinidad, después de la sublevación del primero de agosto.

    Encontré a un miembro de la Juventud Comunista en las cercanías de Caoshi, y le pedí transmitir a Choe Chang Gol una carta en la que le recomendé restablecer, cuanto antes, las organizaciones destruidas en Hailong y Qingyuan y acelerar los preparativos para la lucha armada.

    Al cabo de varios días de estar como huésped en la casa del amigo chino, sentí aburrimiento y molestia. Tenía deseos de desplegar dinámicas actividades en amplias zonas, aun arriesgando mi vida. Para el trabajo revolucionario, debía salir disfrazado, aunque cualquier desliz podía descubrirme. No era fácil volver a Jilin, ni tomar el tren porque el ferrocarril Nanman se encontraba bajo la administración del imperialismo japonés. A pesar de querer ir a Jiandao, no estaba seguro de que podría permanecer en medio del oleaje de detención de comunistas que azotaba aquella región. Con todo, determiné ir para preparar la lucha armada en Manchuria del Este.

    Con ese compañero chino, fui a Hailong y tomé el tren para Jilin. Al llegar allí, cambié de tren para Jiaohe. Allá actuaban varias organizaciones bajo nuestra influencia, y vivían Han Yong Ae, que era mi condiscípula en Jilin, y su tío Han Kwang.

    Tenía el proyecto de encontrar, con su ayuda, un refugio para escapar por algún tiempo de la persecución de los militaristas y rehabilitar y ordenar las organizaciones. Y creía posible establecer, por conducto de Han Yong Ae, vínculos con la organización superior bajo la égida de la Internacional Comunista de la Juventud en Haerbin.

    A comienzos de 1929, ella renunció a los estudios en Jilin, a causa de su situación familiar y volvió a Jiaohe, donde mantenía vinculación con nosotros.

    Tras vacilar un rato, sin saber a dónde ir primero, visité a Jang Chol Ho, que había sido jefe de compañía del Ejército independentista.

    Después que surgió la junta Kukmin, él se separó de la capa superior de su tropa, y regresó a Jiaohe; se ocupaba del negocio en un molino. Decidí visitarlo porque era amigo de mi padre, me quería mucho, y un patriota digno de confianza. Necesitaba un alojamiento provisional para refugiarme hasta encontrar a miembros de la organización.

    Se alegró mucho al verme, pero no me dijo que me quedara en su casa. Al advertir que tenía miedo, no le confesé la causa de mi presencia. Dirigí los pasos hacia la casa de un hombre llamado Ri Jae Sun. Cuando vivía mi padre, daba generosa ayuda material a los independentistas, dedicándose al negocio de una fonda. Me acogió con alegría, pero me llevó a un restaurante chino, donde se despidió de mí, después de comprarme un plato de empanadillas.

    Yo precisaba más un refugio que la comida. Aun sabiendo el motivo de mi visita, me dijo adiós, sin invitarme a pasar una noche en su casa. Reparaba solo en las perjudiciales consecuencias que ello pudiera traerle, haciendo caso omiso de la obligación moral y la amistad del pasado.

    El hecho me dio una seria lección. De no ser por la unidad ideológica, no vale un bledo haber sido amigo del padre. La lucha revolucionaria no se puede cumplir apoyándose sólo en las relaciones amistosas del pasado y en la humanidad. Lo experimenté en carne propia.

    Es una ley que el cambio de ideología y fe acompaña la alteración del sentido de obligación moral y humanitario. Incluso entre personas muy íntimas, que se llevaron bien en un tiempo, tratándose como si fueran hermanos carnales, pueden surgir la discordia y la separación, cuando ocurre un cambio de las ideas. Este trae inevitablemente el quebranto de la amistad y de los lazos camaraderiles, por mucho que se fanfarroneasen acerca de su eternidad. Sin guardar la ideología, no se puede mantener la camaradería y la amistad. Esta es una lección probada con posterioridad, en el curso de nuestra prolongada lucha revolucionaria.

    Al despedirme de Ri Jae Sun me dirigí a la casa de Han Kwang. Abrigué la esperanza de encontrar allí a Han Yong Ae, aunque su tío estuviese ausente por haberse refugiado, y que ella me ayudaría a riesgo de su vida, si conocía mi situación.

    Pero en la vivienda no había nadie. Pregunté a la vecina por su paradero, a lo que respondió que no sabía. Ya no tenía adónde ir, puesto que todos los jóvenes coreanos involucrados en el movimiento estaban escondidos.

    Entre tanto, los policías se dieron a mi persecución, porque alguien me había delatado. “Me cogerán”, me dije desesperanzado, cuando la vecina de Han Kwang se ofreció para salvarme, diciendo:

    —No sé quién es usted, pero sospecho que corre peligro. Entre por favor a la cocina. —Y en seguida mudó a mi espalda el bebé que llevaba a cuestas. Luego añadió—: Siéntese, por favor, y atienda el fogón; permanezca mudo, que voy a contestar a lo que nos pregunten. —Al parecer, yo aparentaba ser más viejo, de modo que podía pasar por padre.

    Me senté en el suelo de la cocina con el chiquillo a cuestas, y me puse a desempeñar el papel que me encomendó. En la lucha revolucionaria, había pasado múltiples vicisitudes y momentos peligrosos que oprimían el corazón, pero nunca había experimentado un caso similar.

    Los policías abrieron la puerta y preguntaron a la mujer:

    —¿Dónde está el joven que acaba de entrar aquí?

    —¿De qué joven hablan? Aquí no ha venido nadie, —contestó imperturbable. Luego añadió en chino—: Si quieren comer, entren. No hay nadie que los vea.

    El bebé en mi espalda no dejó de lloriquear porque yo era un desconocido. Precisaba calmarlo. Pero mi torpeza podría despertar sospecha, y permanecí indeciso removiendo las brasas con un palo.

    —¿Por dónde pudo escapar? ¿No nos habremos equivocado? —discutieron un rato los policías, y luego se dirigieron a otra casa.

    La mujer, con rostro risueño, dijo impasible:

    —Deberá desempeñar el rol de mi “esposo” hasta que los policías abandonen la aldea. Mi marido está en el campo y le diré que regrese. Discutiremos con él qué hacer. Así, pues, usted espere sin preocupación.

    Dicho esto, me puso la mesa, salió al campo y volvió en seguida.

    Poco después reaparecieron los policías y me gritaron que saliera, para enviarme con un recado. Entonces la dueña de la casa respondió tranquila:

    —Está enfermo. Si se trata de un asunto muy urgente, voy en lugar de él. —Y cumplió la orden de los policías.

    Gracias a su colaboración, pude escapar, por un pelo, de ese peligro. Era una humilde mujer, pero muy ingeniosa e improvisadora. Además, tenía alta conciencia revolucionaria.

    Esta desconocida me produjo un impacto imborrable. Fue ella quien me protegió a riesgo de su vida, y no los amigos de mi padre que visité para pedirles ayuda. Actuó con abnegación, sólo movida por la conciencia de ayudar a un revolucionario. El auténtico valor del hombre se comprueba en los momentos críticos.

    Constaté así el noble e inmutable sentido de obligación del pueblo trabajador en el que los revolucionarios podían confiar sin vacilación hasta su vida. Solía decirles a mis compañeros de armas que pidieran ayuda al pueblo, cuando tropezaran con dificultades. Que acudieran al pueblo si tenían hambre, sed o aflicción.

    En efecto, fue una buena mujer. Siento deseos de hacerle reverencia, si aún está viva.

    En el invierno de aquel año, celebramos en Wujiazi una reunión de dirigentes del Ejército Revolucionario de Corea y responsables de las organizaciones clandestinas en Manchuria. En aquella ocasión, conté la historia de esa mujer.

    Los asistentes comentaron:

    —El camarada Song Ju tiene suerte. Así lo dispuso el cielo.

    Les repliqué:

    —Si pude evitar la desgracia, no fue por mi buena suerte. Gracias al buen pueblo, pude escapar de la persecución de los militaristas. Considero que el pueblo representa el cielo, y su voluntad es celestial.

    Desde entonces, la frase “mujer de Jiaohe” resultó ser un pronombre que simbolizaba a nuestro pueblo inteligente y abnegado y a las mujeres dispuestas a arriesgar la vida para salvar a los revolucionarios del peligro.

    Hoy también, cada vez que recuerdo el sofocante verano de 1930, manchado de sangre, me vienen a la memoria Jiaohe y aquella mujer inolvidable. Cuando pienso que aún no he logrado encontrarla, por mucho que rastreé por varios conductos, durante decenios, me arrepiento dolorosamente de no haberle preguntado el nombre, antes de abandonar aquellas tierras 60 años atrás.

    Si supiera su nombre, podría decirlo a todo el mundo.

    Desde la liberación hasta la fecha, muchos de mis bienhechores han venido a verme, recorriendo distintos itinerarios. Entre ellos figuran ancianos canosos, que vi después que nos separamos en tierra foránea hace medio siglo. La mayoría me ayudó en tiempos difíciles, y al entrevistarse conmigo en la tierra liberada, les expresé mi agradecimiento.

    Pero, la mujer de Jiaohe no ha aparecido aún. Puede ser que haya olvidado por completo aquel momento dramático del verano de 1930 como si fuera cosa simple.

    Mi bienhechora de 60 años atrás se ha esfumado silenciosamente en la tierra sin dejar rastros. Es una ley que las piedras preciosas se encuentran a mucha profundidad.

    Cuando su marido volvió del campo, ella me desembarazó de su chiquillo. Todos los episodios de entonces, son como pasajes de una novela detectivesca.

    Al intercambiar saludos con el dueño de la casa, no usé mi verdadero nombre, sino un seudónimo, diciendo que era un revolucionario.

    Mi interlocutor contó que también hacía revolución y se encontraba estático al cortarse el vínculo con su organización, y me advirtió que debía cuidarme del perro grande (agente) de la casa de enfrente. Según él, Han Gwang se había marchado a Manchuria del Norte y Han Yong Ae andaba escondida y por el momento era difícil encontrarla.

    Sus palabras me desesperaron. No podía quedarme en aquella casa, que estaba frente a la del esbirro. Será mejor —pensé—, permanecer un tiempo por aquí oculto, y después, cuando la circunstancia me lo permita, trasladarme a Dunhua. Pero, esto tampoco era factible, porque allí radicaba una base japonesa y la sede del grupo Hwayo del Partido Comunista, y eran muy rigurosas las pesquisas. Casi todos los coreanos fueron detenidos inmediatamente después de la rebelión del 30 de mayo, y sólo quedaron las mujeres. Era dudoso que pudiera poner los pies en aquella zona.

    Al anochecer, guiado por el dueño, fui a una choza solitaria, a unos seis kilómetros de la ciudad de Jiaohe. El viejo matrimonio de esa casa también fue muy afable.

    Aquella noche, experimenté una vez más, en carne propia, que los revolucionarios no tienen más que al pueblo en el que pueden confiar y apoyarse.

    Me acosté, pero no podía conciliar el sueño; pensaba atropelladamente: Pasé varios días sin encontrar a las personas que buscaba. Así es preciso ser osado para superar la adversidad, sin caer en la pasividad. Andarse pasivo es estar liquidado. Es menester pasar a la acción. No se puede hacer nada permaneciendo escondido en lugares como éste. Hay que arreglárselas para salir de esta crisis y revitalizar la revolución en Manchuria del Este.

    Al clarear, de improviso apareció Han Yong Ae. Me dijo que antes de abandonar su casa, en busca de refugio, recibió la información de mi viaje inminente a Manchuria del Este y pidió a su madre que le comunicara si venía a verla un joven con hoyuelo en la mejilla derecha. La veía al cabo de un año de separación.

    Un buen rato nos miramos cara a cara, sin decir una palabra. Fue un encuentro muy alegre tras repetidos fracasos. La muchacha, dada a reir a carcajadas, estaba demacrada, de manera irreconocible.

    Han Yong Ae me informó de la horrible situación de Jiandao.

    Le dije:

    —Es impermisible permanecer escondido. De todas maneras hay que promover el movimiento. Frente a la inminente invasión de los imperialistas japoneses, no debemos quedarnos sentados, sino levantarnos y prepararnos para combatir a los agresores. Es preciso recuperar, lo antes posible, las organizaciones y despertar la conciencia de las masas. No debemos temblar de miedo en el escondite.

    Estuvo de acuerdo, y expresó que mis palabras le habían dado ánimo.

    —Es inútil quedarnos aquí donde no hay nadie. Vamos a Haerbin, allí te pondré en contacto con la organización.

    Ante mi propuesta, se mostró muy contenta, diciendo que estaba desorientada después de la ruptura de los nexos con la agrupación.

    En Haerbin estaba Kim Hyok, lo había mandado para hacer contacto con la Internacional. Decidí ir allá y entrevistarme con sus funcionarios sin esperar a que él regresara para informarme sobre el resultado de sus actividades. Ante la destrucción de las organizaciones, como consecuencia de la rebelión, y en el clima de terror que se cernía pesadamente sobre las ciudades y el campo, como bajo una ley marcial, constaté, una vez más, con mucha pena, la gravedad de los daños causados a la revolución por los aventureros izquierdistas y la necesidad de subsanar sus nefastas consecuencias para propiciar que a partir de la década de 1930 no tuviera tales sacrificios.

    Con la lucha teórica no se podía detener la acción temeraria de los fraccionalistas serviles a las grandes potencias ni de los aventureros izquierdistas. Estos no prestaron oídos a nuestras opiniones razonables y útiles a la revolución. No quisieron comprender nuestra voluntad. El estallido de la sublevación del primero de agosto, que nos preocupaba mucho después de la del 30 de mayo, significó la renuncia total a la propuesta que hicimos en la reunión del partido en la región Jidong.

    Para detener el carruaje del aventurerismo izquierdista que rodaba sin interrupción por la región de Manchuria, se necesitaba la ayuda de la Internacional.

    Yo quería conocer su opinión sobre la sublevación y averiguar si había sido directiva suya o capricho de algunas personas. Si la Internacional había dado esa orden, yo debía discutir con ella, para detener aquello.

    En consideración a la severa vigilancia del enemigo, decidimos subir al tren vestidos de chinos.

    Todo aquel día Han Yong Ae recorrió la ciudad para preparar nuestros vestidos de fiesta y zapatos y conseguir el dinero para el viaje. Para no despertar sospechas de los policías, metimos en la maleta cosméticos con otros artículos. Gracias a su ayuda pudimos viajar hasta Haerbin sin gran riesgo.

    Fuimos a la oficina de enlace de la Internacional, ubicada en la entrada de la avenida Shangfu, cerca del puerto de Haerbin. Luego de presentar a Han Yong Ae a sus funcionarios, les informé de la situación creada en Manchuria del Este como resultado de las sublevaciones del 30 de mayo y del primero de agosto, y di a conocer el proceso de la Conferencia de Kalun.

    En la oficina calificaron de aventureros los dos levantamientos. La persona con quien me entrevisté aseguró que, en su opinión, las resoluciones de la referida reunión convenían a la realidad de Corea y los postulados de la revolución y calificó de estimulante nuestra posición creadora hacia el marxismo-leninismo. Afirmó que la orientación trazada en el evento para la fundación de un nuevo partido y la creación de la Asociación de Camaradas Konsol, organización matriz para el partido, no contradecían el fundamento de un partido en cada país.

    Pude constatar así el apoyo absoluto de la Internacional al principio de la independencia y la actitud creadora, vida de nuestra revolución, y a todas las líneas trazadas por nosotros.

    En la Internacional me preguntaron si quería estudiar en el Instituto Comunista de Moscú, costeado por ésta.

    Yo sabía de su existencia y que estudiaban jóvenes coreanos partidarios del comunismo, que habían sido recomendados por el Partido Comunista de Corea. Lo cursaban Jo Pong Am, Pak Hon Yong y Kim Yong Bom, entre otros. El interés por el instituto de Moscú fue tan grande que se difundió entre la juventud de la región de Manchuria la “Canción de estudio en Moscú”.

    Como no me agradaba apartarme de la práctica revolucionaria, contesté que lo deseaba, pero la situación no me lo permitía.

    En 1989, al entrevistarme con el pastor Mun Ik Hwan, le relaté entre otras cosas la historia de Haerbin. Me dijo que su padre era uno de los que realizaban allí las labores para que los jóvenes seleccionados por la Internacional pasaran a la Unión Soviética.

    La Internacional me encargó entonces la labor de secretario responsable de la Juventud Comunista en la región Jidong.

    Fue en la oficina de enlace de la Internacional que recibimos la noticia de que Kim Hyok se había lanzado desde el tercer piso de una casa y había sido trasladado a la cárcel.

    Por este hecho Han Yong Ae y yo siempre estuvimos pesarosos durante nuestra estadía en Haerbin. Muy dolidos, un día fuimos a Daoli para ver aquel edificio de donde se arrojó Kim Hyok.

    En las tiendas y restaurantes de esta parte de la ciudad se servían todo género de manjares exquisitos, que para nosotros no eran mejores que los dibujados en un papel.

    En la Internacional nos daban para el gasto diario 15 fenes, mucho menos que el ínfimo costo de vida en esta ciudad. Por razones de seguridad, los revolucionarios no podían hospedarse en posadas ordinarias, porque era muy riguroso el registro.

    Para estar fuera de la vigilancia de los policías, sin necesidad de notificar el alojamiento por escrito, debían ir al hotel de los rusos blancos, donde cobraban una exorbitante suma por la comida y el hospedaje. El lujoso inmueble era idóneo para capitalistas con mucho dinero, pero de difícil acceso para personas como nosotros. Al cabo de mucha cavilación, decidí alojarme en aquel hotel lujoso, sin peligro, aunque tuviera que comer una vez al día y alojar a Han Yong Ae en una fonda común, donde las mujeres eran casi eximidas del chequeo.

    El interior del hotel era muy elegante. Disponía de tienda, comedor, salones de juego, baile y hasta de un cine.

    Hospedarme allí, sin el dinero necesario, me creó una situación embarazosa. El primer día una camarera rusa entró a mi habitación y se ofreció para cortarme las uñas. Me vi obligado a rehusar por no tener con qué pagar el servicio. Cuando ella salió, entró otra, que me preguntó por los platos que quería. No tenía otro remedio que mentir, como si hubiera comido en la casa de un amigo, por lo cual me sentía molesto.

    Soportando diariamente ese fastidio, debía abstenerme de comer en el hotel, para ahorrar el dinero. En cambio, nos alimentábamos en la calle por la noche con baratas frituras de maíz, después de terminar el trabajo.

    Una vez, conversando con Liu Shaoqi, quien estuvo de visita en nuestro país, le hablé de este hecho. Entonces, me dijo que en el mismo año también actuó en Haerbin, con algunos comunistas coreanos, porque no había militantes chinos. Y me preguntó si yo no tenía relación con la Internacional. A juzgar por las fechas, parece que me encontré con sus funcionarios inmediatamente después de que Liu Shaoqi se marchó de Haerbin.

    Encomendé a Han Yong Ae la tarea de buscar a los miembros de la organización dispersos.

    Tenía relación con una persona con igual apellido, de la filial de la Juventud Comunista en Haerbin, a la que conoció en Jilin. Por ella encontró a algunos miembros clandestinos y les explicó la orientación de la Conferencia de Kalun.

    Mientras tanto, me compenetré con los obreros del ferrocarril y el puerto donde había actuado Kim Hyok, los cuales estaban bajo la influencia de la organización revolucionaria. Después de reestructurar las agrupaciones clandestinas y restablecer los vínculos entre los compañeros en Haerbin, me despedí de Han Yong Ae, para ir solo a Dunhua. Por la urgencia del trabajo, no tuve suficiente tiempo para expresarle mi gratitud. Han Yong Ae quiso acompañarme, pero no pude aceptar porque los camaradas de Haerbin me pidieron que la dejara con ellos. En Manchuria del Este sentía pesadez en el alma por esa despedida. No obstante, no podía escribirle por razón de la disciplina de la labor clandestina, y nos quedamos sin comunicación.

    Muchos años después supe de su vida posterior a través de datos recolectados por investigadores del Instituto de la Historia del Partido.

    Antes de partir para Dunhua, envié una carta a las organizaciones revolucionarias de Haerbin, precisando las tareas para los militantes de esta ciudad. Mientras trabajaba en eso, Han Yong Ae fue detenida por la policía en el otoño de 1930. Si hubiera sido una muchacha corriente, habría regresado a Jiaohe, por no poder aguantar la añoranza por su hogar, pero se dedicó a las misiones asignadas por mí, trabajando hasta en horas de la noche. Era parca de palabra y dócil, aunque en la labor revolucionaria daba muestras de tenacidad y valentía.

    Tan pronto fue arrestada, la trasladaron a la cárcel de Sinuiju. En aquel tiempo Ri Jong Rak, Pak Cha Sok y otros muchos jóvenes vinculados a la Unión para Derrotar al Imperialismo, fueron detenidos y encarcelados. Ri Jong Rak estaba en la misma prisión que Han Yong Ae.

    Posteriormente, al capitular con el enemigo, le propuso a ésta:

    —Conozco bien a Kim Song Ju y tú recibiste su dirección. ¿Qué te parece unir nuestras fuerzas para hacerlo claudicar? Si estás de acuerdo, ingresas en nuestro grupo creado para este fin.

    En el acto ella le reprochó:

    —Es un acto vil. ¿Cómo recurrir a la vileza de traicionar a

    Kim Song Ju, en lugar de ayudarlo? No quiero, aunque por esto me vea imposibilitada para continuar la revolución después de salir de la cárcel.

    Este hecho fue confesado por Ri Jong Rak, quien con el propósito de hacernos claudicar, penetró en la conferencia de Nanpaizi, celebrada en el invierno de 1938.

    Así fue como me llegaron noticias de Han Yong Ae, de quien no sabía nada hasta entonces, y que mantuvo la entereza revolucionaria, a pesar de las crueles torturas en la cárcel. Si bien hombres como Ri Jong Rak y Pak Cha Sok firmaron el documento de abdicación, tan pronto como experimentaron la vida carcelaria, Han Yong Ae, siendo una mujer, resistió con valentía todos los tormentos.

    Esta actitud me dio gran emoción y ánimo, porque en aquel tiempo numerosos revolucionarios fueron detenidos, por doquier, por el “incidente de Hyesan”13, y en las filas de la lucha aparecieron traidores, que le causaron fuertes pérdidas a la revolución.

    Han Yong Ae trabajó de zapatera en una fábrica de goma de la ciudad de Dandong, en China. Mientras tanto, divulgó entre los compatriotas canciones revolucionarias que cantaba en Jilin, y luchó en defensa de los derechos y los intereses de los obreros, presentando varias reivindicaciones y exhortándolos con energía a materializarlas.

    Con posterioridad, fue a Soul y pasó su juventud en la casa del hijo del señor Hong Myong Hui.

    Se casó tarde, al cabo de varios años de esfuerzos para volver a Manchuria en busca de vínculos con la organización. Aun después de contraer matrimonio conservó la conciencia y la entereza de cuando se dedicaba a la revolución con nosotros. Según se dice, conoció en Soul que luchábamos con las armas en la región del monte Paektu, propinando demoledores golpes al enemigo, y en su fuero interno formuló votos por nuestra victoria, llamando por sus nombres a los compañeros de Jilin.

    Después de la liberación, su marido actuó en la clandestinidad como militante del Partido del Trabajo del Sur de Corea y fue asesinado en el período de la retirada.

    Durante la guerra, Han Yong Ae, como responsable de una organización de la unión de mujeres en un suburbio de Soul, se abnegó para apoyar el frente. Después de muerto el esposo, se mudó a Pyongyang con dos niños, diciendo que venía a verme. Pero, desgraciadamente murió con sus pequeños, víctima de un bombardeo enemigo en la noche del 14 de agosto de 1951, sin lograr el esperado encuentro conmigo.

    Han Yong Ae tuvo una vida limpia. Hasta el último momento vivió con igual aspiración y ritmo que en el período de la lucha en Jilin, cantando, de vez en cuando, las canciones de aquel tiempo.

    Los que hacen la revolución como Han Yong Ae, no deben perder la convicción ni manchar la conciencia, aun cuando se encuentren en un islote solitario.

    Fue otra inolvidable bienhechora. En la etapa difícil me ayudó con sinceridad, arriesgando su vida.

    De regreso a la patria liberada, procuré buscarla, y supe que no residía en el territorio de nuestra República.

    Antes de la liberación no la podía ver, a causa de la guerra antijaponesa que desarrollábamos. Pero nunca olvidé lo ocurrido cuando actuaba junto a mí: aquel día bochornoso de verano en que anduvo, toda sudorosa, para conseguir el vestuario chino necesario para mi disfraz; el viaje en tren, en que hacía frente a los momentos peligrosos con improvisación, para protegerme, cada vez que efectuaban chequeos los policías, y aquellos días de estrechez en que me cedía la mitad de su escasa ración de frituras.

    Todo su servicio para mí fue el producto de la camaradería limpia y sincera, incomparablemente superior a los sentimientos de amor y pasión.

    No puedo contener el pesar ante la idea de que ella murió en Pyongyang, a causa del bombardeo enemigo, sin poder verme.

    Afortunadamente se conservó una foto de su juventud, que me hicieron llegar. Cada vez que me vienen a la memoria mis bienhechores que se alejaron ya de este mundo, veo en la foto el alma hermosa de Han Yong Ae, quien dejó un gran impacto en mi juventud, y le expreso gratitud en mi fuero interno.

    

    

    

    8. Cruzando el río Tuman

    

    

    Mi padre había expresado varias veces que los coreanos residentes en Jiandao tenían un fuerte espíritu de lucha. También yo lo comprobé con nitidez al experimentar la sublevación del 30 de mayo y la del primero de agosto.

    Jiandao y la región septentrional de Corea servían, desde hacía mucho tiempo, de escenario para las actividades de las tropas de voluntarios y de los independentistas. Influenciadas por la Revolución Socialista de Octubre en Rusia, estas zonas fueron las primeras en admitir la divulgación de la corriente ideológica del marxismo-leninismo. Aunque el movimiento comunista en el área de Jiandao había tenido que resistir muchos reveses por el desespero pequeñoburgués de sus dirigentes, no se paralizó el avance revolucionario de las masas populares.

    Por tanto, cuando estuve encarcelado, decidí que una vez emprendida la lucha armada escogería como importante punto de apoyo estratégico, la zona fronteriza septentrional de Corea, con el monte Paektu como centro, y la región de Jiandao.

    Igualmente los imperialistas japoneses les habían echado el ojo desde hacía mucho tiempo. Si pretendíamos tomarlas como lugares de apoyo para la Lucha Armada Antijaponesa, ellos trataron de convertirlas en puntos estratégicos para agredir a Manchuria y Mongolia. Al provocar tales o más cuales incidentes en Manchuria del Este, ya desde comienzos del siglo XX, perseguían el objetivo de fabricar un puente para satisfacer esa ambición.

    En agosto de 1907, con el pretexto de “proteger a los coreanos”, introdujeron sus fuerzas armadas en Longjing en el distrito Yanji, e instalaron allí la “oficina local de la regencia general de Corea”, así como en 1909, instigando al gobierno reaccionario de China, suscribieron el convenio de Jiandao e, incluso, se arrogaron el derecho a tender el ferrocarril Jilin-Hoeryong. Más tarde, dicha oficina local fue ascendida a consulado general de Japón, que tenía no menos de cinco filiales. Esto no fue para ofrecer una vida feliz a los coreanos radicados en Jiandao. Además del aparato del consulado, establecieron por doquier estaciones de policía y crearon un sinnúmero de organizaciones de lacayos como la “Asociación de los residentes coreanos”, para vigilarles con rigor cada paso y movimiento. También la sucursal de la Compañía de Explotación Colonial del Oriente y el círculo bancario extendieron allí sus tentáculos. Manchuria del Este se sometió así, por completo, al control del imperialismo japonés, tanto en el plano político como económico.

    A fin de cuentas, esta región se convirtió en el escenario de una aguda confrontación entre la revolución y la contrarrevolución.

    A medida que se desarrollaba esa situación, ni por un momento se alejó de mi mente la idea de que debía escoger a Manchuria del Este, junto con los extensos bosques del monte Paektu, como punto de apoyo para la lucha armada.

    Después de la sublevación del primero de agosto advertí por diversas señales síntomas de una inminente agresión del imperialismo japonés contra Manchuria y redoblé la decisión de emprender cuanto antes esa batalla mediante la agrupación de los residentes en Manchuria del Este, de fuerte espíritu revolucionario. Así me dirigí hacia allí.

    Cuando expresé, por primera vez, mi opinión al respecto, mis compañeros me objetaron, sugiriendo que irrumpir donde se extendían como telarañas los aparatos represivos y las redes de información del imperialismo japonés, era como arrojarse al fuego con hojas secas a las espaldas. Sin embargo, con audacia llegué allí, dispuesto a hacer la revolución entre los obreros y campesinos.

    Hasta entonces mis actividades se habían realizado, principalmente, entre jóvenes y estudiantes urbanos. Para llevar la lucha a una fase superior, conforme a las exigencias de la línea revolucionaria adoptada en la Conferencia de Kalun, fue necesario que nosotros mismos nos internáramos más profundamente entre obreros, campesinos y demás sectores de las masas, con el fin de prepararlos cuanto antes para la guerra de resistencia contra el imperialismo japonés.

    La Internacional apoyó mi viaje a Manchuria del Este.

    Me dirigí primero a Dunhua, pues ahí la sublevación del primero de agosto causó los mayores daños. Dunhua sirvió de fuente y escenario principal para esta rebelión.

    Allí estaban ubicados la sede de un cuerpo de guardia del ejército japonés, la sucursal del consulado general en Jilin y el cuartel del regimiento No. 677 del antiguo Ejército del Noreste de China. La causa de que en un lugar con tanta densidad de fuerzas represivas del enemigo, surgiera una insensata rebelión como la del primero de agosto, se relacionó con que actuaban allí numerosos aventureristas de izquierda. Dunhua, junto con Panshi, fue sede del grupo M-L y, al mismo tiempo, centro del movimiento por la reconstrucción del Partido Comunista de Corea. También los promotores de la sublevación como Pak Yun Se y Ma Kon la habían escogido como teatro de operaciones.

    En Dunhua existieron organizaciones del Partido, la Juventud Comunista, la Unión de la Juventud Antimperialista y otras revolucionarias constituidas por nosotros, así como actuaron camaradas confiables como Chen Hanzhang, Ko Jae Bong y Ko Il Bong.

    Tan pronto como llegué allí, me alojé en la casa de Chen Han-zhang y, vestido con ropa típica de Shandong, de China, desplegué actividades para remediar las consecuencias de la sublevación.

    Chen Hanzhang, quien estudiaba en la secundaria cuando yo organizaba en Jilin grupos de la Unión de la Juventud Comunista, se incorporó a nuestra organización en Dunhua. Era un modesto y callado miembro de la Unión, pero, más tarde, tras ser ocupada Manchuria por el imperialismo japonés, trabajó como secretario jefe de la comandancia general de la tropa de Wu Yicheng, y luego, como jefe de estado mayor y comandante de división, y comandante de un destacamento de ruta de las Fuerzas unidas antijaponesas del Noreste de China y, por último, como secretario del comité del partido en Manchuria del Sur.

    Era hijo de una familia rica, como Zhang Weihua, pero participó honestamente en la vida de la Unión de la Juventud Comunista, con extraordinario entusiasmo por la revolución; su padre, un conocido hacendado que contaba hasta con centenares de caballos y varios fusiles y su casa, una imponente mansión, rodeada por un muro. Una vez, me dijo en broma, que su familia era blanco de la eliminación, y no pisaba tierra ajena, porque su casa se encontraba en medio de su extensa finca. No sé con exactitud cuántas hectáreas tenía, pero cierto que poseía una gran fortuna.

    Me ofreció una franca hospitalidad; decía que yo era el maestro que le había enseñado el comunismo. Como vivía en la abundancia, su familia no se mostró avara, aunque consumiera gratis sus alimentos.

    Por conducto de Chen Hanzhang y de Ko Jae Bong empecé a encontrar las dispersas organizaciones. Por el día, con traje chino y hablando ese idioma, visitaba a los compañeros y, por la noche, con ropa coreana y usando nuestra lengua, reestructuraba las agrupaciones. Una vez superadas así, en lo fundamental, las consecuencias de la sublevación, organicé el comité de la Juventud Comunista en la zona de Jidong, en Dunhua, según me recomendó la Internacional.

    Tiempo después, envié a Ko Jae Bong y a algunos otros militantes de la Unión, a ciudades y aldeas ribereñas del río Tuman, con la misión de imbuir a las masas la conciencia revolucionaria y constituir las organizaciones del partido.

    Yo abandoné Dunhua después de encargar a Chen Hanzhang la tarea de actuar en la Juventud Comunista en la escuela secundaria de Dunhua.

    Helong fue el primer lugar donde estuve al llegar a Manchuria del Este.

    Allí vivía el compañero chino Cao Yafan, quien había sido miembro de nuestra Juventud Comunista, durante sus estudios en la escuela normal de Jilin. Estaba, además, Chae Su Hang, un compañero coreano. Consideré que si penetraba allí, siguiendo esa línea, podría eliminar las secuelas de la rebelión y ampliar, al mismo tiempo, las organizaciones.

    Fui primero a Dalazi y me encontré con Cao Yafan.

    Me informó que los resultados de la rebelión del primero de agosto eran muy graves y expresó que, después de ésta, no se veían compañeros coreanos, ni sabía donde se escondían. Añadió que algunos de los encarcelados pronto serían puestos en libertad, y me sugirió que entonces me encontrara con ellos.

    Días después, Chae Su Hang vino a verme respondiendo a mi cita. Había sido alumno de la secundaria Tonghung, en Longjing. Cuando yo estudiaba en la secundaria Yuwen, fue a Jilin y matriculó en la normal; a partir de ahí estuvo bajo nuestra influencia y, por fin, emprendió la labor revolucionaria. Como futbolista ganó popularidad entre jóvenes y estudiantes de Jilin. En aquel tiempo, varios muchachos de Helong estudiaban en esta ciudad. Kim Jun divulgó nuestro quehacer en las zonas de Longjing y Onsong, mientras Chae Su Hang propagó nuestra ideología revolucionaria, viajando por las regiones de Helong y Jongsong. Más tarde, este último, junto con el compañero Kim Il Hwan, quien fuera ejecutado, posteriormente, acusado de relacionarse con la “Minsaengdan”, cuando trabajaba como secretario del comité distrital del Partido, implantó organizaciones revolucionarias como las de la Juventud Comunista y la Antimperialista y las asociaciones de campesinos y de mujeres antijaponesas, aglutinando en torno suyo a grandes masas. Asimismo el camarada Pak Yong Sun, el famoso productor de la bomba “Yongil”, se desempeñó en la Juventud Antimperialista en la mina de Badaogou del distrito Yanji.

    Sin embargo, esas organizaciones nacidas a costa de tanto empeño se hicieron pedazos sin remedio, por culpa de dos rebeliones. Gran número de sus miembros medulares fueron detenidos o pasaron a la clandestinidad, y una minoría de los militantes no sabían qué hacer, llenos de inquietudes, por insuficiente forja.

    Esta situación me hizo pensar mucho en el problema de la convicción del revolucionario. Mientras iba desde Kalun hasta Helong, pasando por Jilin, Hailong, Qingyuan, Jiaohe, Haerbin y Dunhua, vi a muchas personas que tenían miedo o vacilaban, sin confianza en la victoria de la revolución, ante la ofensiva contrarrevolucionaria. Es una ley que la fe inmutable en el triunfo de la revolución surge y se afianza a través de la lucha, sólo cuando se comprende, sobre la base de los principios, que existen correctas líneas, estrategia y tácticas susceptibles de despertar simpatía entre todas las personas y movilizarlas, y están preparadas las propias fuerzas revolucionarias.

    Sin embargo, aquellos que incitaron a la sublevación, no presentaron ningún programa, ni estrategias ni tácticas que merecieran ser tomadas por las masas como bandera. La línea revolucionaria que adoptamos en Kalun, todavía no estaba ampliamente difundida entre el pueblo. Organicé una reunión consultiva con Chae Su Hang y algunos otros cuadros de la Juventud Antimperialista y la Comunista y se la expliqué en detalle.

    Destaqué la necesidad de estructurar mejor el núcleo de dirección con compañeros confiables, probados a través de la lucha; recuperar con presteza las organizaciones de masas destruidas y ampliar, sin interrupción, sus filas de militantes. Les asigné, además, la tarea de establecer una zona de organización revolucionaria en cada distrito de la cuenca del río Tuman.

    Enfaticé que si bien los promotores de la sublevación, por temor a la cárcel y al patíbulo, huyeron, dejando a las masas ante las bayonetas, nosotros debíamos remediar pronto esas consecuencias. Los compañeros de Helong me llamaban “joven de Shandong”, al ver que andaba vestido con un traje de ese lugar.

    Wangqing fue el segundo lugar por donde pasé, para encontrarme con O Jung Hwa.

    Fueron los compañeros Kim Jun y Chae Su Hang, quienes me hablaron de él. Desde que frecuentaban Jilin, a menudo me hablaban de distintas personas, que si en equis lugar existía fulano, en otro estaba mengano dedicado a tal oficio, y que si uno era así y otro era inteligente. Por eso, aunque yo estuviera en Jilin, conocía relativamente bien la situación en Jiandao.

    Mientras les escuchaba con atención, me grababa en el cerebro a todas aquellas personas de quienes decían eran inteligentes.

    El procedimiento de mi padre, quien, sólo de oir decir que existía una persona de buena fe, iba a verle, sin importarle dónde residía, para tomarse la mano con él y hacerlo su camarada, me enseñó la verdad de que el cuadro lo decide todo y el triunfo o el fracaso de la revolución depende de cuántos auténticos camaradas se gana.

    Por aquel tiempo, mi disposición me llevaba a que, para ganar a un camarada, no me importaba pasar tres o diez días sin comer. Fue así que vine a Wangqing. Chae Su Hang me acompañó desde Helong hasta Shixian, en el distrito Wangqing.

    Allí me encontré no sólo con O Jung Hwa, sino también con O Jung Hup y con el anciano O Thae Hui.

    La familia de éste era tan numerosa como sólo se veía raramente. El anciano y sus tres hermanos vivieron, al principio, en el valle Kojak del distrito Onsong, en la provincia Hamgyong del Norte y luego, por el año 1914, emigraron a Wangqing. Sus descendientes sumaban decenas, y realizaban actividades revolucionarias, viviendo dispersos en estos dos lugares, separados por el río Tuman. O Jung Hwa fungía como secretario del partido en la zona No.5 del distrito Wangqing y O Jung Hup estaba incorporado a la Juventud Comunista en Yuanjiadian, Chunhuaxiang, del mismo distrito. O Jung Song, hermano menor de O Jung Hwa, realizó misiones en la Juventud Comunista en Shixian, Wangqing y, a comienzos de 1929, se trasladó a Phungri, en el distrito Onsong, donde continuó su labor en calidad de maestro de la escuela Pomun.

    O Jung Hwa también se hizo maestro de la privada Hwasong, en Helong, después de graduado de la secundaria.

    En ocasión de nuestro encuentro en Shixian, le advertí reiteradamente que para educar a las masas en la ideología revolucionaria, él mismo debía ser el primero en hacerse revolucionario y después continuar esa labor entre sus familiares y aldeanos.

    Más tarde, efectuó mejor la concientización revolucionaria dentro de su familia. Entre sus hermanos y parientes, más de diez se mantuvieron revolucionarios hasta morir. No fue casual que de ellos surgieran excelentes comunistas como O Jung Hwa, O Jung Song y O Jung Hup.

    Al terminar el trabajo en Shixian, decidí ir a la zona de Onsong. Yo había nacido en la región occidental de Corea y desde temprano empecé a vivir en el extranjero, por eso, no conocía casi nada sobre la región de los seis pueblos al sur del río Tuman.

    En la época de la dinastía de los Ri, estas zonas sirvieron de habitat para los nobles destituidos. Escaseaban los cereales, el clima era caprichoso y, para colmo de males, la persecución y las fechorías de los mandones eran tan rigurosos que los soldados destinados a la defensa de la frontera, en cuanto los situaban allí, huían a otros lugares. A aquellos que mantenían sus puestos de jerarquía, si se les exigía que fueran allí como mandatarios, se inquietaban, sin excepción. Aun después de nombrados como tales, no querían ir y permanecían como zánganos en Soul, con tales o cuales pretextos. Se decía que eso resultaba un rompecabezas que los gobernantes feudales afrontaron durante cinco siglos.

    Cada vez que Kim Jun me hablaba de esto, le sugería que, aunque nuestros antecesores no habían atendido bien esas zonas, considerándolas estériles, las convirtiéramos, a costa de sangre y sudor, en una fortaleza de la revolución. Según tan grandioso plan, envié allí personas.

    En cuanto a Onsong, se trataba de un lugar que, bajo nuestra influencia, personas como Kim Jun, Chae Su Hang y O Jung Song habían comenzado a habilitar activamente desde finales de la década del 20. Ya en aquel entonces, nos percatamos de la importancia que tenían la zona del monte Paektu y la región de los seis pueblos colindantes con el río Tuman, incluido Onsong, para desarrollar la revolución coreana, y abrigamos el proyecto de convertirlos en puntos de apoyo estratégicos para la guerra revolucionaria antijaponesa. Quisimos, además, propiciar allí una coyuntura para llevar a un nuevo auge la revolución en el interior del país. Por entonces, 100 ó 150 jóvenes de la zona de Onsong estudiaban en Longjing, y, cada vez que regresaban a sus pueblos natales durante las vacaciones, insuflaban el viento de Jilin, bajo la dirección de sus precursores Kim Jun y O Jung Song, quienes mantenían estrechos contactos con nosotros. En Onsong, estaban organizadas las filiales de las Uniones de la Juventud Comunista de Corea y de la Juventud Antimperialista, lo cual era un buen conducto para extender nuestras fuerzas hacia el interior del país. A través de este canal, se propagó nuestra ideología por esas regiones.

    El objetivo que perseguí al internarme en esta zona, fue el de crear la organización partidista en el interior del país y adoptar, al mismo tiempo, medidas encaminadas a hacer realidad la orientación de la Conferencia de Kalun, para así ampliar y desarrollar la revolución coreana en conjunto.

    El primo de O Jung Hwa, quien nos acompañó desde Shixian, fue primero a la aldea Phungri, donde estaba O Jung Song, para dar la noticia de nuestra llegada.

    Nos encontramos con el compañero O Jung Song y con otros miembros de la organización, a la entrada de un valle, en Huimudong, al otro lado de Namyang, en el distrito Onsong. Era la primera vez que veía a O Jung Song. Era más corpulento que O Jung Hwa, y de corazón abierto. Según me había dicho éste, bailaba, cantaba y recitaba versos magistralmente.

    Por la noche, cruzamos sigilosamente, en un barquito, el río Tuman. O Jung Song, además, remaba bien. Miré hacia las montañas y los llanos envueltos en la oscuridad y no pude evitar un fuerte latido del corazón, al volver a pisar la tierra patria, tras cinco años.

    Desembarcamos en Namyangsangthan y le dije a O Jung Hwa cuán alegres estaríamos cuando cruzáramos el Tuman después de alcanzar la independencia del país.

    El asintió y expresó que sentía lo mismo cada vez que lo atravesaba.

    Cruzamos la aldea Namyangsangthan y tomamos el paso que conduce al monte Namyang, donde existía una cabaña ya preparada por O Jung Song. En ella analizamos la labor de las organizaciones revolucionarias y las tendencias de las masas de la zona de Onsong.

    Los lugareños habían tenido bastantes éxitos en la formación de agrupaciones de masas.

    Dirigí durante una semana el trabajo de las organizaciones revolucionarias clandestinas en el interior del país. Así, me di cuenta de que los revolucionarios de la zona de Onsong, aunque constituyeron organizaciones en muchos lugares, no eran muy persistentes en la misión de ampliarlas y desarrollarlas.

    Era un fenómeno general que, una vez instauradas con unos cuantos elementos élites bien conocidos, cerraban las puertas, dejando de aumentar su membresía. Por esta razón, no lograban echar profundas raíces entre las masas.

    Tampoco la Juventud Comunista en Onsong, que nació en la primavera de 1929, como filial de la UJC, se compenetraba con el pueblo, levantando una alta barrera con unos cuantos militantes. Su situación era tal que sólo conservaba el statu quo, haciendo todo lo que estaba a su alcance para impedir la penetración de aires nocivos en su seno, ya que diversas organizaciones y fracciones como la Asociación Jibang, la Jinhung, la Singan o el grupo por la reconstrucción del partido, intentaban atraer a porfía, a los jóvenes.

    Un dirigente de la Juventud Comunista con quien me encontré en Phungri me dijo que nadie se le acercaba al ver que se tornaban rigurosas las artimañas del enemigo, y otro se quejó, arguyendo que no sabía cómo tratar a los vinculados con la unión de jóvenes o la Asociación Singan. Jon Jang Won, quien fue responsable de la asociación de campesinos de Phung-indong, incluso no abrió su alma a sus íntimos parientes, que servían en los organismos enemigos de dominación, aguzando sus nervios ante la posibilidad de que los japoneses extendieran, por esa vía, sus garras hasta las filas revolucionarias, ya que muchos de ellos eran jefes de vecindario, regidores de cantón o policías.

    Todo esto mostraba el estado de desconfianza en las masas.

    De no acabar con tal fenómeno, no sería posible profundizar y promover la revolución en la zona de Onsong, a tenor de las exigencias de la nueva situación.

    Se puede afirmar que la vida del revolucionario comienza por entrar en las masas populares y el fracaso de la revolución se origina por la desconfianza en su fuerza y la renuncia a penetrar en éstas.

    Dije encarecidamente a O Jung Song:

    —No es posible hacer la revolución sólo con unas cuantas personas de buen origen. Hay que confiar con audacia en el pueblo y abrirle, de par en par, las puertas de la organización. Cuanto más tratan de atraer a los jóvenes las organizaciones juveniles con todo tipo de nombres, tanto más ha de esforzarse la Unión de la Juventud Comunista para acometer una ofensiva para ganarlos en mayor número, sin caer en la pasividad. También a los vinculados con la unión de jóvenes o con la Asociación Singan, y a los seguidores y utilizados contra su voluntad por los elementos del grupo por la reconstrucción del partido, hay que despertarlos y conducirlos por la vía correcta para atraerlos a nuestro lado, aunque sólo sea uno más...

    Igualmente a Jon Jang Won le expliqué los principios tácticos para el trabajo con los que servían a los organismos enemigos:

    —El revolucionario no debe asustarse o desanimarse por tener jefes de vecindario, regidores de cantón o policías entre sus parientes. Al contrario, tú tienes que penetrar, por su conducto, en los organismos de dominación enemiga para así paralizar los aparatos inferiores de ésta y prepararte para actuar en grande. Para convertir la zona de seis pueblos, incluido Onsong, en puntos de apoyo estratégicos para la lucha armada, es indispensable, además de imbuir mayor conciencia revolucionaria a las masas, atraer con audacia a esos servidores. Te sugiero que acumules experiencias en esa tarea.

    En Onsong, me causó una inolvidable impresión, mi encuentro, junto a Kim Jun, O Jung Hwa y O Jung Song con obreros donde se tendía el ferrocarril de Wolpha, en el cantón Mipho.

    Desde principios de 1929, el imperialismo japonés empezó a acelerar las obras del ferrocarril a lo largo del río Tuman. Más de mil obreros procedentes de la región meridional y otras diversas zonas de Corea y Jiandao, formaron en la aldea Wolpha un bullicioso barrio, llamado Kaephung. Aquellos que habían construido la vía férrea Jilin-Hoeryong, concurrieron igualmente y trabajaban para ganar algo a duras penas.

    Escuché esto en Jilin y le dije a Kim Jun que se dirigiera a los obreros de las obras para formar una organización entre ellos.

    También él manifestó interés y aseguró que era una labor que merecía acometerse. Más tarde, cumpliéndo lo prometido, fue a Onsong y organizó en la aldea Wolpha la asociación de la juventud obrera y la unión de la juventud antimperialista.

    Quise presentarme en las obras, pero los compañeros de Onsong me rogaron que renunciara a ello, teniendo en cuenta la rigurosa vigilancia del enemigo.

    Estaban obsesionados con mi protección, diciendo que yo era un delegado de la Internacional.

    Procedieron así porque en el interior del país la vigilancia y la persecución de la policía japonesa contra los revolucionarios eran muy rigurosas.

    Por supuesto que me di buena cuenta de que en Corea debía cuidarme y mantener en alto la vigilancia. Sin embargo, deseé estrechar las manos de los obreros y dirigirles siquiera unas palabras estimuladoras, aunque por el momento no pudiera hacer otra tarea de mayor importancia entre ellos.

    Si hasta entonces trabajé con jóvenes y estudiantes fue, en última instancia, para abrir el camino para entrar en la clase obrera. Nuestro objetivo final consistió en movilizarla para emprender y concluir la revolución coreana. ¿Cuánto añorábamos a los obreros de Corea, desde el día en que nos planteamos el programa de liberarlos y decidimos consagrarle sin vacilación hasta nuestra vida?

    Trabajé día y medio junto a ellos, descargando grava, y transportando arena, y comí en su barraca.

    Kim Jun me presentó como su compañero que estudiaba en Yanji y venía a conseguir algún dinero.

    Todavía pienso que fue muy útil que, en aquel entonces, me compenetrara con los obreros. Lo que vi en la barraca, y en las obras no sólo fueron imágenes trágicas de trabajadores que se esforzaban con desesperación para ganar algunos jones. Descubrí además aspiraciones de lucha y empeños en buscar el camino correcto para defender y forjar su destino.

    Esa realidad me causó un gran impacto. Mi corazón ardía en deseo de dedicar todo mi ser en aras de la felicidad de la clase obrera.

    Durante mi permanencia en ese lugar, me encontré, por primera vez, con los compañeros Choe Chun Guk y Choe Pong Song, combatientes antijaponeses procedentes de Onsong.

    Mientras me llevaba hacia el albergue, Choe Chun Guk me explicó que él era minador y escondía cierta cantidad de dinamita para minar el túnel, el día de inauguración del ferrocarril.

    Le dije que en aquella situación del momento era más apremiante estructurar con solidez la organización y concientizar y organizar a los obreros que una aventura como volar el túnel, y sugerí que conservaran esos explosivos para emplearlos con eficiencia en el período de la futura lucha armada.

    En esa ocasión, dediqué muchas horas a charlas con los obreros.

    Les expliqué sin ambages los asuntos relacionados con el combate con las armas, la fundación del partido y el frente unido nacional antijaponés. Sólo cultivar bien el espíritu de la Conferencia de Kalun en la mente de los obreros del interior del país, significaba un gran éxito, ya que era indudable que si lo transmitíamos a uno, esto se difundiría entre diez personas y por boca de cien y de mil, llegaría a los oídos de diez mil, y que, finalmente, nuestra idea se convertiría en el credo y la bandera de todo el pueblo de Corea.

    En cuanto comprendieron nuestra línea, los obreros la apoyaron activamente.

    Esta les dio convicción, a la vez que sus rostros, llenos de alegría por tenerla, reforzaron la mía.

    El mayor éxito en Onsong fue la creación de la organización del partido en la montaña Turu, el primero de octubre de 1930.

    Mientras dirigía las agrupaciones revolucionarias del lugar me percaté de que aunque sus militantes tenían ciertas lagunas en la comprensión de los problemas estratégicos y se mostraban remisos en la labor con las masas, su determinación de lucha y nivel de preparación eran incomparablemente más altos que lo previsto, y llegué a la conclusión de que allí estaban echados los cimientos para constituir una organización del partido.

    Los revolucionarios que venían a la montaña para asistir a la reunión, estaban vestidos, sin excepción, con ropas de leñadores. Jon Jang Won incluso procuró que el responsable de la organización de la aldea Wolpha llevara un trineo de buey hasta cerca del lugar.

    Esta se inició en un sosegado punto de la cima del Turu, por cuyas faldas bordeaba el arroyo Wolpha.

    Ante todo les transmití la línea adoptada en la Conferencia de Kalun y luego expliqué que la tarea primordial para llevarla a la práctica era fundar un partido revolucionario, argumentándoles el porqué de crear una organización, de nuevo tipo, en la zona de Onsong. E indiqué como deberes de ellos, ampliar y consolidar sin descanso sus filas con los mejores elementos de avanzada, probados en la vida orgánica y la práctica, y organizar y movilizar a las masas en la lucha antijaponesa.

    Según mi sugerencia, se admitieron en la organización del partido a O Jung Song, Jon Jang Won, Jon Chang Ryong, Choe Chun Guk, Choe Pong Song y Choe Kun Ju. Como responsable fue elegido O Jung Song.

    Estos compañeros, con el orgullo de militantes, se pusieron de pie por turno para referir sus antecedentes y expresar de modo sucinto sus compromisos.

    Olvidé casi todo de las intervenciones, sin embargo, la de Jon Jang Won aún me viene fresca a la memoria. Luego de asegurar que no olvidaría ni con la muerte la admisión en el partido de una persona como él, con un complicado origen familiar, afirmó que estaba decidido a destrozar sus huesos, tasajear su carne, e incluso, donar su vesícula biliar, si fuera necesario para la revolución. Y agregó que si se convertía en un hombre vil, traicionando a su compromiso, no le importaría que alguien lo despedazara y arrojara a un arroyo. Fueron palabras modestas y algo fuertes, pero pusieron de manifiesto su sinceridad.

    Más tarde, lo cumplió mejor: acumuló grandes méritos en la conversión de Onsong en una zona semiguerrillera y en la ayuda al Ejército Revolucionario Popular de Corea.

    Para garantizar el secreto, no redactamos ningún acta. Tampoco adoptamos declaración o dejamos por escrito explicaciones sobre sus objetivos.

    Los lugareños que asistieron expresaron que se sentían algo tristes porque esta reunión histórica para constituir una organización partidista había sido sencilla y modesta, y agregaron: nos parece demasiado austera, por ser clausurada luego de escucharse sólo algunas decisiones, mientras las organizaciones de los matarifes como la “asociación Hyongphyng” publican sus propósitos ante el mundo.

    Les estimulé con las siguientes palabras: las determinaciones que acaban de expresar son considerablemente más eficientes que centenares de páginas con declaraciones y explicaciones sobre nuestros propósitos; ¿de qué servirá redactar más y más documentos?; no deben pensar que la organización del partido es una institución para dar a conocer su existencia y ostentar su nombre; los militantes del partido son personas que se desempeñan con modestia, así, pues, deben hacer gala de su partidismo y patriotismo en la lucha práctica.

    La aparición de la organización partidista en la zona de Onsong marcó un paso para asentar los cimientos de la fundación del partido en el interior del país, y vino a ser un punto de cambio importante para animar la lucha antijaponesa del pueblo. Gracias a sus actividades se impulsó con rapidez el proceso de concientización y aglutinamiento de las masas en la región de los seis pueblos, y la batalla contra los japoneses cobró un mayor auge.

    Al ver que las masas nos seguían y la revolución ascendía en una forma nueva, Choe Chang Ik, quien estaba allí para ampliar las fuerzas de su grupo, huyó a Soul, abandonando su tierra natal. Después de liberado el país, nos confesó lo ocurrido: “Onsong es mi tierra natal, y por tanto creía que actuaba mi grupo M-L, pero cuando llegué, descubrí personalmente que no existía ninguna fuerza nuestra, sino sólo soplaba el viento de Jilin; batía tan fuerte que todos pertenecían a su grupo, camarada Kim Il Sung; pensaba que usted era un hombre de mucha edad, pero, según supe, era un joven con firme voluntad de unos 20 años, así que renuncié a verle.”

    Se marchó de Onsong a Soul, porque sabía que no nos gustaba el fraccionalismo, ni nos comprometíamos con fraccionalistas como él.

    Constituida la organización partidista, conduje en el mismo lugar una reunión con los trabajadores políticos y los responsables de las agrupaciones revolucionarias clandestinas de la región de los seis pueblos y otras diversas zonas, y emprendí el camino de regreso. Crucé el río en barco desde el embarcadero Ojong; sentía mucho más aliviada el alma que cuando había llegado. La buena marcha del trabajo según mi propósito me animó tanto que me daban deseos de volar por los cielos. Resultó fructífero que irrumpiera en la patria, burlando la línea de la muerte, y enfrentando aventuras.

    La semana que viví en la patria fue ocasión importante para comprobar que la línea revolucionaria adoptada en la Conferencia de Kalun era correcta, aceptable para todos. Así digo que esta línea fue aprobada por el pueblo en la patria.

    Desde entonces los moradores de Onsong comparten su destino con nosotros.

    Después que atravesé sin novedades el río Tuman, en compañía del guía O Jung Hwa, llegué a Chaoyangchuan, en el distrito Yanji, pasando por Liangshuiquanzi y Changdong. En la zona de Yanji, Chaoyangchuan era junto con Longjing, donde ejercíamos más influencia.

    Allí actuaban Ma Tuk Han y Ra Il, miembros del secretariado del Partido y de la Juventud Comunista en la región de Jiandao. También Rim Chun Chu, quien, posteriormente, sería miembro del comité del Partido del Ejército Revolucionario Popular de Corea, realizaba allí labores revolucionarias, colgando a la entrada de la casa la tablilla “Rim Chun Bong, practicante de la Botica de Pongchundang”. Antes de llegar a Yanji, fue detenido por causa de un incidente estudiantil. Mientras trabajaba como especialista en medicina Koryo cumplía la misión de enlace entre dicho secretariado y los distritos.

    Me encontré por primera vez con él en Chaoyangchuan. Para mí fue muy impresionante que, siendo muy joven, dominara bastante la medicina Koryo. De ésta se beneficiaron mucho nuestros guerrilleros durante toda la Lucha Armada Antijaponesa.

    La sublevación del 30 de mayo y la del primero de agosto perjudicaron también seriamente a las organizaciones revolucionarias de Yanji. Allí fueron más graves los actos terroristas del enemigo que en Dunhua. Los revolucionarios vacilaban apocados, en tanto que las masas, carentes de conciencia, escandalizaban, diciendo que todo se arruinaba por culpa del Partido Comunista.

    Discutí con Ma Tuk Han, Ra Il, Rim Chun Chu y otros dirigentes del Partido y de la Juventud Comunista cómo subsanar cuanto antes las secuelas de las maniobras de los aventureristas de izquierda y ampliar e intensificar aún más la lucha revolucionaria.

    Si llegué ex profeso a Chaoyangchuan, atravesando Liangshuiquanzi, sin ir directo a Wujiazi después de haber partido de Onsong, fue porque preví que posteriormente esa zona se convertiría en el escenario de nuestra lucha armada. Significaba que para mí ya había concluido el trabajo básico para allanar en Onsong, Wangqing y Yanji el terreno de masas, necesario para la lucha armada que pronto comenzaría.

    En efecto esta zona devino la más fidedigna base para la guerra antijaponesa.

    

    

    

    9. Transformación revolucionaria

    de la “aldea ideal”

    

    

    Por un tiempo, los independentistas de nuestro país concibieron el proyecto de construir una “aldea ideal” y se esforzaron para llevarlo a la práctica, en diversos aspectos.

    Por “aldea ideal”, cualquiera se imagina una villa, donde todos viven libres y felices, sin explotación, opresión ni desigualdades. Desde antaño, nuestra nación alimentaba ese sueño utópico.

    Se puede decir que ese proyecto de los nacionalistas reflejaba la aspiración y el deseo de nuestros antepasados, de vivir todos en paz y armonía, con abundantes medios de vida.

    El representante de sus partidarios fue An Chang Ho, quien lo había planteado en una charla con Ri Tong Hui, Sin Chae Ho, Ryu Tong Yol y otros, efectuada en Qingdao, en China, tras haberse hecho público el pacto de la “anexión de Corea a Japón”. Después de una seria discusión, los dirigentes del movimiento independentista decidieron comprar tierras a la empresa Dadong administrada por unos norteamericanos, en el distrito Mishan, para roturar una parte y establecer, en la otra, una escuela militar destinada a formar cuadros para su Ejército. El propósito era obtener fondos y formar cuadros en tal “aldea ideal”, y colocar así los cimientos materiales, humanos y financieros para el movimiento por la independencia.

    Aun después de haber fracasado ese plan, An Chang Ho realizó esfuerzos titánicos durante varios años, para reunir el dinero para la edificación de la referida aldea y localizar tierras adecuadas. Se empeñaba así por considerar necesaria una base para el movimiento independentista, que secundara, en lo material, su teoría sobre la “creación de la capacidad”.

    Tratar de establecer “aldeas ideales” constituía, al parecer, una tendencia en el referido movimiento. Muchos nacionalistas trataron de realizar su cándido sueño con la preparación de la capacidad, al establecer granjas mediante la roturación de tierras baldías, y fundar escuelas militares.

    Los caseríos de Liaohe surgieron por efecto de esa inclinación.

    Habían comenzado a establecerlos los nacionalistas que actuaban en la región de Manchuria del Sur. Song Sok Tam, Pyon Tae U (Pyon Chang Gun), Kim Hae San, Kwak Sang Ha, Mun Sang Mok y otros que habían formado parte de esas fuerzas, se detuvieron a la orilla de Liaohe, dando fin a su andar errante hacia el oeste. Trasladarían hasta allí a más de 300 familias de compatriotas y empezarían a construir una villa ideal de coreanos, resguardada del mundo exterior. Dieron al lugar el nombre de Wujiazi (La wu equivale a cinco y la jia, a casa– N. del Tr.) puesto que se establecieron primero los familiares de los cinco nacionalistas mencionados.

    Entre mis compañeros de la escuela secundaria Wenguang, de Jilin, se encontraban jóvenes procedentes de allí y de Guyushu, quienes mencionaban con frecuencia las ventajas del referido lugar.

    Por lo que dirigí mi atención a Wujiazi y decidí, incluso, convertirla en una zona revolucionaria.

    Fui allá en octubre de 1930, desde Manchuria del Este. Inicialmente, tenía pensado celebrar en esta región una gran reunión relacionada con la preparación de la lucha armada, pero, en vista de la situación imperante la consideré desfavorable para ser su sede y elegí a Wujiazi. Decidí permanecer en ella unos meses, preparando la reunión, y a la vez, impulsando la concientización revolucionaria de los aldeanos. Vi que reinaban buenas costumbres y generosidad, tal como se decía.

    En esa región hacían fuertes vientos, por eso no se podían armar techos con tejas, sino con barro. Un techo revestido con barro, saturado de sal, no dejaba gotear la lluvia. Los vecinos levantaron también con ese material cercas bien reguladas. Fabricaban el adobe de esta manera: machacaban el barro con mazos hasta que se endurecía tanto como una piedra, y luego lo cortaban en forma regular. Los campesinos decían con jactancia que ni las balas podrían perforarlo.

    Los fundadores de Wujiazi no permitieron en absoluto que se difundiera en la zona ninguna corriente ideológica extraña, contraria a su ideal y sus dogmas.

    Habían transformado los pantanos en arrozales y levantaron una escuela en cooperación con los campesinos. Igualmente organizaron la sociedad de amigos campesinos, la asociación de jóvenes, la de niños escolares, y otras agrupaciones de masas, así como un organismo de autonomía, llamado ayuntamiento rural. Cada año, el 29 de agosto, fecha de la proclamación de la “anexión de Corea a Japón”, reunían a los vecinos y cantaban la “Canción del día de vergüenza nacional”. No era nada extraño que los moradores consideraran como “país celestial” ese lugar adonde no llegaban de plano las garras de los soldados y policías de Japón, ni de los militaristas reaccionarios de China.

    La mayoría de los pobladores de Wujiazi procedían de las provincias Phyong-an y Kyongsang. Los de esta última estaban bajo la influencia de unos integrantes del grupo M-L, partidarios de la Federación General de la Juventud en Manchuria del Sur, y los de la primera, de la junta Jong-ui, principalmente.

    Teniendo en cuenta que yo procedía de la provincia Phyong-an, en Wujiazi, lo mismo que en Kalun, me alojé a menudo en casas de provincianos de Kyongsang. De lo contrario, era probable que estos lo tomasen a mal.

    Desde Kalun había enviado a algunos miembros del Ejército Revolucionario de Corea, pero no lograron los éxitos deseados, porque no convencieron a los tercos personajes de la zona, quienes, además, contaban con el firme apoyo de los vecinos.

    Me presenté por mediación de mis compañeros y pasé allí el invierno de aquel año. Concedíamos mucha importancia al lugar, y por eso permanecí tantos meses.

    A Wujiazi la teníamos como el último baluarte de las fuerzas nacionalistas en la región central de Manchuria. Si nos desempeñábamos bien, podíamos convertirla en un modelo de concientización revolucionaria en zonas rurales y, sobre la base de esa experiencia, podíamos poner bajo nuestra influencia las aldeas de todo el territorio de Manchuria y de la región fronteriza septentrional de Corea.

    Considerábamos como principal fuerza motriz de la revolución a los obreros, campesinos e intelectuales trabajadores, y de modo particular, poníamos gran empeño en sembrar conciencia revolucionaria en los campesinos, en vista del lugar que estos ocupaban en la composición clasista de la población del país. Representaban más del 80 por ciento. Lo mismo pasaba en la región de Jiandao. Más del 80 por ciento de sus moradores eran coreanos, con una proporción de alrededor del 90 por ciento de campesinos. La persecución de los militaristas y la cruel extorsión de los terratenientes y usureros, los obligaban a vivir en extrema miseria y privación de derechos, y estaban agobiados por la despiadada explotación por la renta de la tierra y los desafueros iguales a los que se imponían a los siervos o esclavos.

    Similar era la situación de los campesinos del interior del país. Esto demostraba que las masas campesinas, junto con la clase obrera, estaban más interesadas en la revolución y debían formar su grueso.

    La concientización revolucionaria del campo constituía el eslabón más importante, prioritario, en la preparación del terreno de la Lucha Armada Antijaponesa entre las masas.

    Al ver que, en virtud de las actividades de nuestros enviados, crecía con rapidez el entusiasmo de los jóvenes por seguir nuestro propósito, los influyentes personajes de Wujiazi lamentaban que estos se teñían de otro color, y blandiendo sus pipas, amenazaron con romperles los huesos a todos los que trataran de introducir el socialismo en la llanura de Liaohe. Algunos manifestaban que Jiandao se había arruinado por culpa del partido comunista, y si soplaba ese viento loco en Wujiazi, no quedaría sana y salva esta zona rural de Liaohe.

    Así, pues, quien actuara con imprudencia, podía ser golpeado por esas pipas.

    Entre los jóvenes se notaba vacilación. Debían avanzar al compás de la marcha del comunismo, pero titubeaban por temor a que los viejos los miraran con malos ojos. Jóvenes de firme carácter discrepaban de los influyentes.

    Al escuchar los informes de los enviados, juzgué que la condición indispensable para la transformación revolucionaria de Wujiazi radicaba en realizar un trabajo eficiente con los personajes influyentes. Sin modificar su mentalidad, no era posible salvarla del vano sueño de la construcción de la “aldea ideal”, ni llevar a la práctica nuestro proyecto de hacer de la región rural de Liaohe un modelo en Manchuria Central. Si lográramos atraerlos a nuestro lado, no tendríamos problemas con los demás.

    No obstante, nuestros enviados no pudieron acercárseles en los tres meses anteriores y se limitaron a rondar en sus alrededores. ¡Tan temidos eran esos personajes! Con sólo habilidad común, no se les podía dirigir la palabra, porque, además de haber participado en el movimiento por la independencia, poseían conocimientos y teorías. El grupo de esos prohombres tenía en un puño a la región.

    Quien manipulaba entre bastidores el ayuntamiento rural y atendía grandes y pequeños asuntos de la población, era el anciano Pyon Tae U. Como autoridad real, controlaba también a los influyentes. Lo llamaban abuelo Pyon el Trotsky, porque hablaba a menudo de esta persona.

    Desde temprano, estuvo involucrado en el movimiento por la independencia y recorrió diversos lugares del interior del país y de Manchuria. Al comienzo, desarrolló actividades docentes, estableciendo escuelas en su tierra natal, Hanchon, en la provincia Phyong-an del Sur, en Jasong, en Daoqinggou, del distrito Linjiang, y en otros lugares. En 1918 fue enrolado en una unidad del Ejército independentista con base en el monte Maoer, de Linjiang. Entonces visitaba a menudo mi casa en esa ciudad para ver a mi padre. Cuando no podía venir, iba mi tío Kang Jin Sok, quien servía de enlace entre los dos.

    Actuó con brío para reforzar el Ejército independentista, ocupando los cargos de jefe de propaganda del cuerpo por la independencia de Corea, subjefe del Ejército para la independencia nacional, jefe del tribunal militar y, a la vez, comandante del destacamento No. 1, del Ejército para la restauración, y jefe de la sección económica de la junta Thong-ui, hasta que, en 1926, se retiró y se enfrascó en la edificación de la “aldea ideal”.

    En un tiempo, en las filas del movimiento comunista, frecuentó la región del Lejano Oriente de la Unión Soviética. Tenía un carné de tapa verde del partido comunista Koryo, al que perteneció.

    Sin ganarnos al viejo Pyon Tae U, era imposible atraer al grupo de esos tercos prohombres e infundir conciencia revolucionaria a la población.

    Al recibir la noticia de mi llegada a Wujiazi, vino a verme Pyon Tal Hwan, hijo de ese anciano, el cual era responsable de la sociedad de amigos campesinos. Me confesó que quería quitar de en medio a los nacionalistas para transformar a Wujiazi, de “aldea ideal”, en aldea revolucionaria, pero no podía hacer nada, por la influencia de su padre y de otros personajes de la población. Y propuso que, en ocasión de mi presencia allí, derrotáramos a los testarudos e inútiles veteranos.

    Yo le pregunté atolondrado:

    —¿Derrotar? ¿Qué quiere decir eso?

    La respuesta fue todavía más graciosa:

    —Crearemos nuestras organizaciones, digan lo que digan ellos, comeremos de otra olla, y así implantaremos el socialismo en Wujiazi.

    —No, no debemos proceder así. Eso conduciría a dividir el pueblo, lo que no se aviene a nuestro lineamiento.

    —¿Qué debemos hacer entonces? No podemos dejar a Wujiazi a disposición de esos retrógrados.

    —Nuestra tarea es logar que ellos nos apoyen. Quiero realizar un trabajo con su padre, ¿qué le parece?

    Pyon Tal Hwan afirmó que no daría ningún resultado, quienquiera que fuese el que hablara con él. Añadió que allí estuvieron personalidades de la junta Kukmin, del Gobierno Provisional en Shanghai y del comité preparatorio de la reconstrucción del partido comunista, bajo el control del grupo M-L, a fin de enraizarse en el lugar, pero todos se fueron disgustados, porque recibieron un trato frío de su padre, que no concedía audiencia a personas comunes, y aun si se tratara de importantes caudillos del nacionalismo, les daba sermones antes de despedirlos.

    —¿No estoy en una situación ventajosa porque su padre era amigo del mío, y usted y yo nos conocemos?—pregunté. Pyon Tal Hwan se mostró dudoso, diciendo que ante la testarudez de quien era como una pared, no valían nada las relaciones de amistad.

    Diez años atrás el muchacho había estado en Linjiang para llevar una carta de su padre al mío.

    Platiqué varios días con Pyon el Trotsky en su casa donde se reunían, de vez en cuando, los personajes de la población.

    El primer día habló principalmente el anciano, quien, arrodajado, manoseó sin cesar su pipa, con actitud imponente. Me trataba como si fuera un niño, si bien declaró que se alegraba al ver al hijo del señor Kim. Me soltó sermones, diciendo “vosotros”, cada dos palabras. Hombre de buen tipo, semblante anguloso y con alto nivel teórico, se imponía desde el primer momento.

    Por eso, cuando me preguntó la edad, le respondí que tenía 23 años, poniéndome cinco más. De lo contrario, si hubiera contestado 18, me habría tratado como a un mocoso. Como yo era precoz, nadie lo dudaba aunque dijera 23. Por aquel tiempo, a todos los que me preguntaban la edad les respondía 23 ó 24. Hacerlo era favorable tanto para la labor con los personajes como para las actividades con los jóvenes.

    Escuché con paciencia sus palabras, guardando las normas de la etiqueta. No le objeté, ni le interrumpí, aun cuando chocaba con la razón.

    Al fin, manifestó que le gustaba conversar conmigo. Otros jóvenes, dijo, tachaban de feudales sus palabras, aunque no entendían ni una sola.

    Un día me invitó a cenar. Explicó que, cuando estaba con vida el señor Kim Hyong Jik, éste le agasajó con comidas en varias ocasiones, y por eso había preparado esa mesa, aunque era modesta.

    En medio del diálogo, el anciano preguntó de sopetón:

    —¿Es verdad que vosotros vinisteis para destruir nuestra “aldea ideal”?

    Recordé en el momento las palabras de Pyon Tal Hwan de que su padre recelaba más de los comunistas que de otros.

    —¿Qué, destruir la “aldea ideal”? ¿Por qué destruirla? Antes les ayudaríamos a los mayores que tantos esfuerzos realizaron para construirla. No poseemos ni siquiera la fuerza para echarla abajo.

    —Ah, ¿sí? Pero los jóvenes de Wujiazi encabezados por mi hijo Tal Hwan murmuran día y noche acerca de la “aldea ideal” y sueñan con quitarse de encima a los viejos e izar la bandera roja sobre nuestro poblado. Según se dice, eres tú, Song Ju, el dirigente que pone en acción a los jóvenes de aquí. Explícame, pues, con franqueza, tu criterio sobre éste. A ver si los jóvenes de Jilin no lo miran con malos ojos como los de aquí.

    —No lo considero malo. ¿Por qué tenerlo entre ojos, si se ha establecido con el objetivo de asegurar un terruño y una vida holgada a los compatriotas que deambulaban por tierras extrañas, después de ser expulsados de su patria? Es una verdadera hazaña que lograran crear este pueblo coreano en el pantano de Liaohe, antes inhabitable. Expreso mi reconocimiento a ustedes, por esta obra.

    El anciano Pyon se atusó satisfecho los bigotes.

    En su perorata desapareció el término “vosotros” dando lugar a “ustedes”.

    —Correcto. Como verás pronto, aquí no existen policías, cárcel ni organismos gubernamentales. Resolvemos todos los problemas de modo democrático entre coreanos, a través de un órgano de autonomía llamado ayuntamiento rural. ¿Habrá en el mundo otra villa ideal como ésta?

    Consideré oportuno ese momento para exponer nuestro punto de vista y posición respecto a la “aldea ideal”.

    —Oiga, considero un acto patriótico que hayan edificado este pueblo, donde está instaurado un órgano de autonomía, y que por métodos democráticos aseguren comodidades a los coreanos para su vida. Sin embargo, ¿podremos alcanzar la independencia del país por ese procedimiento?

    El anciano, quien, arrodajado y sacudiendo su pipa, se portaba autoritario, quedó en vilo, con las cejas arqueadas. Luego suspiró profundamente:

    —No podremos lograr la independencia. Me tocaste en lo vivo. Aunque construimos la “aldea ideal”, no contribuimos al movimiento por la soberanía. Eso me tiene preocupado. Cuán bueno sería si ésta pudiera alcanzarse así.

    No perdí la oportunidad para demostrarle lo absurdo de la construcción de la “aldea ideal”.

    —Es imposible que un pueblo privado de su territorio edifique “villas ideales” en tierras extrañas, —expliqué—. Aunque es cierto que, en virtud de los esfuerzos de ustedes, los ancianos, Wujiazi se ha convertido en un lugar más apropiado para vivir que otros poblados coreanos, no puede considerarse que con eso se haya resuelto la aspiración de los coreanos, que es vivir, sin conocer la explotación y la opresión, en una patria independizada, exenta de japoneses, terratenientes, capitalistas. ¿Cómo puede decirse que se lleva una vida ideal, cuando se tienen deudas con el terrateniente? Si vienen los japoneses a Manchuria, no quedará intacta Wujiazi. La ocupación de Manchuria por los imperialistas nipones es cuestión de tiempo. Ellos no quieren que nuestra nación viva feliz.

    —¿Es que debemos abandonar la “aldea ideal”?

    El viejo esperó impaciente mi respuesta.

    —Queremos reorganizarla en una que luche por la restauración de la patria, por la revolución, y no que viva tranquila, manteniendo ese statu quo.

    —Eso quiere decir que vas a difundir el socialismo en Wujiazi. No, de ningún modo. Me da asco este “ismo”. En el verano del año 1919, cuando tu padre decía en Kuandian que debíamos virar hacia el movimiento comunista, estábamos de acuerdo con ese propósito. Posteriormente, me enrolé en el Partido comunista Koryo y comprobé que todos los comunistas eran locos. Lo que hacían era solamente actos fraccionalistas. A partir de entonces, me da escalofrío la palabra comunismo.

    Diciendo así, sacó el carné de tapa verde del Partido comunista Koryo, y extendiéndomelo, preguntó:

    —Aunque tú te empeñas en impulsar la revolución, ¿no tendrás un carné como éste, verdad?

    Lo hojeé y me lo eché en el bolsillo con presteza. El anciano me miró atónito, sin decir palabra.

    —Lo examinaré después, pues es de un partido que fracasó a causa de riñas sectarias.

    Yo esperaba que me pidiera se lo devolviera, pero no lo hizo. Al contrario, solicitó que le explicara el método especial, si lo teníamos, para lograr la transformación revolucionaria de Wujiazi.

    Expliqué largas horas cómo sembrar la conciencia revolucionaria en Jiangdong, Xinantun, Naitoushan, Kalun, Guyushu y otras aldeas.

    Me prestó mucha atención.

    —Al escucharte caigo en que eres stalinista, pero no me opongo. No obstante, no debes pronunciarte sólo por Stalin. También Trotsky tenía razón al hablar ... —dijo y se puso a comentar sobre su teoría.

    Parecía que no por eso se oponía al marxismo-leninismo.

    Me di cuenta de que tenía una fuerte impresión de esa personalidad. Había conversado yo con muchas personas que se preciaban de dominar la teoría del comunismo, mas esa fue la primera vez que vi a tan rematado partidario de Trotsky.

    Muy extrañado indagué:

    —¿Por qué adora tanto a Trotsky?

    —No lo adoro en realidad. Sólo que no me gusta que ahora los jóvenes rindan culto, ciegamente, a personalidades de grandes países. ¿Qué importa hablar de Trotsky, ni de Stalin? Mas, actualmente los jóvenes sacan a colación, cada dos palabras, una tesis de personajes de grandes países y hacen tal o cual comentario, pero ¿qué de grande tiene esa tesis? Que los rusos hablen sobre las tesis de Stalin o de Trotsky. Los coreanos debemos hablar con el espíritu coreano, sobre la revolución coreana.

    Tenía razón. Tras varios días de charla con Pyon el Trotsky, me di cuenta de que no era un anciano cualquiera.

    Habíamos recelado pensando que era trotskista, y después, dedujimos que no y que actuaba de esa manera para alertar a los jóvenes, respecto a disputas sectarias que le habían causado tanto fastidio. “Ustedes no deben rendir culto ciegamente a tal o cual persona; ¿por qué comentar siempre sobre cosas ajenas, diciendo que si Rusia es así, que si Stalin es de la otra forma?; no es forzoso seguir a Rusia en todo, ¿verdad?”, así hubiera querido manifestar el viejo, seguramente. Es decir, que debíamos vivir con nuestro propio espíritu.

    —Yo no hago caso de lo que hacen los jóvenes, ni de lo que se ocupa mi hijo Tal Hwan. Porque es cosa suya. Pero, no permitiré en absoluto, que se las den de importantes, aprendiendo de memoria, con los ojos cerrados, fórmulas ajenas, sin actuar con su propio espíritu.

    Estas palabras reafirmaron mi convicción de que eran correctos nuestra invariable posición de oponernos al sectarismo, al servilismo a las grandes potencias y al dogmatismo, y mi criterio de llevar a cabo la lucha revolucionaria con las fuerzas del pueblo, confiando en nuestra propia capacidad.

    Quien habló más en el día siguiente, fui yo. Le expliqué en detalle sobre los lineamientos que adoptamos en la Conferencia de Kalun. Le dije que debíamos fundar un partido y un ejército de nuevo tipo; formar el frente unido nacional antijaponés, que integrara a todos los sectores y clases por encima de las diferencias de ideología, religión, posesión, sexo y edad; y rescatar el país con la resistencia de los 20 millones de ciudadanos. Mis argumentos al parecer, lo dejaron profundamente impresionado. En particular, manifestó su total apoyo a mi intención de formar el frente unido nacional antijaponés.

    Los Pyon, padre e hijo, no tenían esposas. Cuidaba el hogar la hija del anciano, mas sólo con ella no era suficiente para disipar el triste y adusto ambiente de la familia.

    Consulté varias veces con mis camaradas para conseguirle una pareja al hijo, y al fin elegí a una muchacha, de apellido Sim, en una aldea vecina, e incluso preparé la boda, movilizando a mis amigos. Aunque me parecía imprudente y me daba vergüenza servir de intermediario a los mayores, porque era yo aún menor de edad, después de la boda todos los vecinos se alegraron como si fuera su propio asunto y no escatimaron palabras de elogio hacia mí afirmando que había cumplido una tarea meritoria.

    Este hecho profundizó la confianza de los influyentes del poblado en mí.

    Un día, Pyon Tal Hwan me informó del estado de ánimo de su padre. Según él, había aleccionado a los personajes del lugar, de esta manera: “Apareció el hombre que puede sustituirnos en el cuidado de la ‘aldea ideal’. Se trata de Song Ju. Si se llama socialismo lo que preconizan él y sus seguidores, podemos aceptarlo sin reparos. No debemos considerar a Song Ju como un joven. Somos unos tipejos arcaicos y atrasados, y debemos entregar Wujiazi por entero a los jóvenes; ayudemos por todos los medios a la causa de Song Ju y de sus amigos”. Tal Hwan me transmitió, además, que otros expresaron su admiración por mis argumentos, afirmando que eran totalmente correctos.

    Volví a ver al anciano Pyon.

    —Vine para devolverle el carné del Partido comunista Koryo —dije, pero el viejo ni siquiera se dignó echarle una mirada. Afirmó que ya no necesitaba tal bagatela.

    Me quedé perplejo: no podía entregarlo porque él no lo quería, ni echarlo al suelo. Posteriormente, ese carné pasó de mano en mano entre mis compañeros, durante unos días.

    En 1946, al año siguiente a la liberación de la patria, el anciano Pyon Tae U visitó a Pyongyang. En esa oportunidad, le recordé lo del carné, entonces, esbozando una sonrisa triste, se mostró profundamente emocionado. Manifestó que al ver al Norte de Corea convertido en una gran villa ideal, en un paraíso terrestre, ya no tenía nada que le aquejara, aunque se muriera en el acto, y se acordó de nuestros encuentros en Wujiazi. Tenía entonces 67 años. Mucho tiempo después, me enteré de la triste noticia de que en el mismo año de nuestra entrevista, falleció en el distrito Yitong, de la provincia Jilin.

    Su hijo Pyon Tal Hwan ejerció en Wujiazi como responsable de la unión de campesinos. Acusado de haber luchado contra los japoneses bajo mi dirección, fue recluido varios años en la prisión de Sinuiju a partir de 1931.

    Así se abrió la vía para la transformación revolucionaria de Wujiazi.

    A partir de ahí, los prohombres del poblado trataron de modo distinto a los enviados del Ejército Revolucionario de Corea. Emulaban entre sí para invitarnos a tomar manjares en su casa.

    Cuando me ocupaba de la transformación revolucionaria de Wujiazi, hice muchos esfuerzos también para ganarme a chinos. Si no lográbamos captar a personajes de ese país, no podíamos establecernos con firmeza en Manchuria Central. Por tanto, si veíamos una posibilidad, por muy pequeña que fuese, nos dábamos sin titubeos a atraerlos a nuestro lado y a utilizarlos, aunque fueran terratenientes.

    En las cercanías de Wujiazi vivía un propietario de tierras llamado Zhao Jiafeng, quien, tras haber disputado con otro, por asunto de la tierra, decidió llevarlo a los tribunales.

    Pero, estaba malhumorado por no saber cómo formular la demanda. Tampoco su hijo sabía, aunque era graduado de una secundaria en una ciudad. Tal vez, había perdido el tiempo sin aplicarse en los estudios.

    Zhao Jiafeng pidió a Kim Hae San, quien ejercía como practicante en Wujiazi, que le buscara a una persona capaz de hacerle el documento.

    Kim Hae San me preguntó si sabía formular quejas.

    Cuando desarrollábamos actividades revolucionarias clandestinas, se publicaron en China libros que explicaban métodos para escribir cartas, oraciones fúnebres y acusaciones, para que sirvieran de referencia a los simples habitantes y a los estudiantes.

    Fui junto con Kim Hae San a la casa del terrateniente, quien me invitó a una opípara mesa con platos chinos y me explicó largas horas el motivo de su decisión.

    Compuse el texto en chino y fui, con el terrateniente, a la cabecera del distrito, para dirigirlo entre bastidores en el proceso. Zhao Jiafeng ganó por fin, en virtud de ese documento. Si hubiera fracasado, habría perdido varias decenas de hectáreas.

    Desde entonces, me defendió resueltamente:

    —Es una requetementira asegurar que el señor Kim pertenezca al partido comunista; no, es un hombre muy bueno; si no fuera por él, habría perdido en el proceso. —Y en cada fiesta me invitó a tomar platos chinos muy exquisitos.

    En mis visitas a su casa, conocí a numerosos personajes chinos y les infundí el espíritu antimperialista.

    A partir de esos momentos, se legalizaron mis actividades revolucionarias y la gestión de la escuela de coreanos en Wujiazi, y se hizo más sólida la base de nuestra lucha revolucionaria en la región.

    Después de atraer a nuestro lado a los prohombres, nos entregamos a transformar de modo revolucionario las organizaciones de masas.

    Primero reorganizamos en Unión de la Juventud Antimperialista la Sociedad de jóvenes, que estaba bajo la influencia del nacionalismo. Con la presencia de un grupo del Ejército Revolucionario de Corea sus miembros de avanzada habían adquirido cierto grado de conciencia, aunque subsistían residuos nacionalistas en muchos aspectos. En primer lugar, no estaban claros ni el objetivo ni las tareas para la lucha. Era reducida la membresía y no se aplicaban métodos correctos en el trabajo. Casi no se organizaban actividades para aglutinar a las masas juveniles; sólo les quedaba el nombre.

    La región de Wujiazi estaba compuesta de aldehuelas separadas, a cuatro, ocho, e incluso 24 kilómetros de distancia. Sin embargo, la Sociedad de jóvenes no estableció filiales en ninguna. Por esa razón no pudo asentarse entre las masas, ni poner en acción a la juventud.

    Algunos propusieron convertirla de inmediato en Unión de la Juventud Antimperialista. Mas, resultaba irracional hacerlo infundadamente, sin tener en cuenta el nivel de preparación política e ideológica, ya que muchos jóvenes se encontraban todavía bajo la égida de los nacionalistas y depositaban cierta esperanza en su organización.

    Los integrantes del grupo del Ejército Revolucionario de Corea, junto con cuadros de la Sociedad de jóvenes, efectuaron en las aldehuelas una labor de motivación ideológica encaminada a fundar la Unión de la Juventud Antimperialista.

    En este proceso se difundió, espontáneamente, nuestra línea revolucionaria entre las masas juveniles. Yo también platiqué diariamente con jóvenes.

    Después de pasar por esta etapa preparatoria, la constituimos en Wujiazi en un aula de la escuela Samsong, con una filial en cada pequeño asentamiento poblacional. Choe Il Chon fue elegido presidente, y Mun Jo Yang, jefe de la sección de organización.

    Con posterioridad, la Sociedad de amigos campesinos se transformó en una Unión, la Sociedad de niños escolares en Cuerpo de niños exploradores, y la filial en Wujiazi de la Asociación de educación femenina de Manchuria del Sur en Asociación de mujeres, gracias a lo cual comenzaron a registrarse cambios en las labores de esas agrupaciones de masas.

    Se alistaron en éstas muchas personas. Casi todos los habitantes de Wujiazi, integrados en las correspondientes organizaciones, llevaban una vida política.

    De igual modo, transformamos el ayuntamiento rural, órgano administrativo de autonomía local, en un comité revolucionario de autonomía. Los precursores de Wujiazi lo habían establecido en la primera mitad de la década de 1920. Su misión principal consistió en atender la economía y la educación, pero, manteniendo relaciones constantes con organismos gubernamentales de China y sus funcionarios, había instaurado organismos como el economato de arroz de Gongzhuling, para asegurar comodidades a la vida de los campesinos.

    Los moradores de Wujiazi se quejaban abiertamente de los funcionarios del ayuntamiento rural, porque no se vinculaban con las masas ni eran honrados.

    En charlas con campesinos, me enteré de que aquellos, impulsados por la codicia, se apoderaban de una parte de los alimentos y artículos de uso diario recibidos del economato de arroz de Gongzhuling, en lugar de distribuirlos equitativamente. Para comprobarlo mandé allí a una persona, la cual, de regreso, afirmó que el ayuntamiento rural estaba corrompido. Según su investigación, era cierto que los directivos de este órgano desfalcaban el dinero recogido a los labradores, para llenar sus bolsillos.

    El alcalde resolvía de modo subjetivo casi todos los problemas del ayuntamiento, por eso se dejaba sentir la arbitrariedad en muchos casos y se ignoraban las opiniones de las masas. La falta de participación de éstas motivó que no se exteriorizaran los defectos de que adolecía el ayuntamiento. Dejando como estaban su aparato y modo de trabajo arcaico, era imposible que funcionara de acuerdo con las demandas de los habitantes, dada la situación en que se transformaban de manera revolucionaria las personas, la vida y los métodos de labor.

    Convocamos a una reunión de consulta a los cuadros del ayuntamiento rural, los jefes de las aldehuelas y las organizaciones de la Unión de campesinos, en la cual hicimos balance de la gestión de dicho órgano, y lo convertimos en un comité autónomo.

    De acuerdo con nuestra voluntad, éste puso fin al subjetivismo y la anarquía y trabajó bien, dando amplio margen a la democracia.

    Gran atención prestamos también al trabajo del economato de venta de arroz de Gongzhuling, bajo su control. Para comercializarlo, los campesinos de Wujiazi tenían que transportarlo en carretas tiradas por bueyes o caballos a Gongzhuling, a 40 kilómetros de distancia. Cuando bajaba el precio, era conveniente guardarlo en un lugar adecuado para volver a ponerlo en venta cuando subiera. Mas, no se encontraba tal sitio en dicho pueblo. Por eso, lo daban a cualquier precio, sin regatear. Para poner coto a esto habían establecido en Gongzhuling el referido economato del cereal, en el otoño de 1927.

    Destinamos a esa dependencia a personas de buena reputación entre los miembros de las organizaciones de masas en Wujiazi. Y enviamos allí a Kye Yong Chun, Pak Kun Won, Kim Won U y otros integrantes del Ejército Revolucionario de Corea, para que ayudaran.

    Desde que controlamos el economato, éste, al tiempo que cumplía su función como organismo comercial legal que aseguraba comodidades a la vida de los campesinos, desempeñó, incluso, la encubierta misión de establecer contactos entre las agrupaciones revolucionarias y proporcionar datos al Ejército Revolucionario de Corea para sus acciones.

    Una de nuestras experiencias en el batallar revolucionario a principios de los años 30, fue convertir el ayuntamiento rural en un comité autónomo, con un mecanismo comercial legal al servicio de la revolución, como lo era el economato de venta de arroz de Gongzhuling.

    Desde Wujiazi enviamos a numerosos trabajadores clandestinos hacia distintos puntos de Manchuria para ampliar las organizaciones y extender el radio de acción. Mandé a algunos a la zona de Kailu. Actuó allí, por cierto tiempo, Pak Kun Won, exmiembro de la UDI y graduado de la escuela Hwasong.

    En Kailu residían muchos mongoles.

    Estaban muy alejados de la civilización, y cuando uno caía enfermo, imploraban a los Dioses, en lugar de aplicar medidas terapéuticas. Por eso, mis camaradas, cuando iban allá llevaban medicamentos que resultaban muy eficientes. A partir de entonces sus moradores brindaron buen trato a los coreanos que viajaban hasta ese sitio.

    A fin de elevar el nivel político y práctico de los responsables de las agrupaciones organicé un cursillo para éstos y sus integrantes medulares.

    Cada noche, durante dos o tres horas, Cha Kwang Su, Kye Yong Chun y yo impartíamos por turno clases sobre la línea revolucionaria y la orientación estratégica y táctica jucheanas, que trazamos en la Conferencia de Kalun; el método de trabajo político entre las masas; los procedimientos para ampliar las organizaciones y fortalecerlas de modo cualitativo; el de educación de sus miembros y la dirección sobre su vida orgánica.

    Después de terminado el cursillo, llevé, de un lugar a otro, a los responsables de las organizaciones, para explicarles los variados métodos de trabajo: el de crear agrupaciones, el de formar a miembros de avanzada, el de distribuir tareas y hacer el balance de su cumplimiento, el de efectuar las reuniones, el de entablar charlas, y otros.

    Los dirigentes de Wujiazi se adentraron en las masas, llenos de convicción.

    Mucho dedicamos, además, a la ilustración y educación de los habitantes. La fuerza primordial la dirigimos a la educación.

    Entre los integrantes del Ejército Revolucionario de Corea y de las organizaciones clandestinas elegimos a jóvenes competentes, los designamos como maestros en la escuela Samsong y los orientamos a que modificaran de modo revolucionario, y por propia iniciativa, el contenido de la enseñanza.

    Después que nos hicimos cargo directamente del plantel, fueron eliminadas las viejas asignaturas que predicaban ideas del nacionalismo y el feudalismo confucianista, dando lugar a otras nuevas de contenido político. Igualmente, quedó abolido el pago de los estudios. El comité autónomo suministraba los fondos para su mantenimiento. Desde el invierno de ese año, todos los niños en edad escolar estudiaron allí, sin necesidad de pagar.

    Por primera vez, los comunistas coreanos impartimos la enseñanza gratuita en Guyushu, Kalun y Wujiazi. Posteriormente, incluimos el artículo de educación gratuita obligatoria en el Programa de 10 Puntos de la Asociación para la Restauración de la Patria. Así que, repito, la escuela Samsong, de Wujiazi, junto con la Jinmyong, de Kalun, y la Samgwang, de Guyushu, tiene una alta significación, porque por primera vez en la historia docente de nuestro país, ofreció la enseñanza sin cobrarla.

    Concentramos los esfuerzos, asimismo, en los planteles nocturnos para los jóvenes, adultos y mujeres, que no podían ir a la escuela.

    Los establecí no sólo en el poblado principal, sino también en las aldehuelas de la periferia, e incorporé a ellos a todos los jóvenes.

    Llevando adelante la experiencia de la publicación de “Bolchevique” en Kalun, edité en Wujiazi la revista “Amigo campesino”, que cumplió el papel de órgano de la Unión de campesinos. Si los artículos de “Bolchevique” eran algo difíciles de entender, los de ésta resultaron sencillos y comunes para que los agricultores los comprendieran con facilidad. “Amigo campesino”, al igual que “Bolchevique”, se distribuyó hasta en Jiandao.

    A la sazón, difundimos muchas canciones revolucionarias entre los aldeanos mediante los alumnos. Les enseñábamos en una clase melodías como “Bandera roja” e “Himno a la revolución” y se propagaban en el mismo día por todo el poblado.

    Organicé en Wujiazi un grupo artístico, que actuó bajo la dirección de Kye Yong Chun, teniendo por base la escuela Samsong.

    En ese tiempo me ocupé de perfeccionar el libreto de “La Florista” que había empezado a escribir en la etapa de Jilin. Varios ensayos se habían efectuado ya con ese guión. Le di el último toque y Kye Yong Chun organizó los ensayos para llevarla a escena con miembros del grupo artístico antes mencionado.

    Estrenamos la ópera en la sala de reuniones de la escuela Samsong, con motivo del 13 aniversario de la Revolución de Octubre.

    Después de la liberación del país quedó en el olvido durante mucho tiempo, hasta que, a principios de la década del 70, nuestros escritores y artistas la adaptaron al cine y a una novela, bajo la dirección del camarada Kim Jong Il, y así volvió a representarse en su género original y en otros. Este puso gran empeño en esta tarea.

    Con el apoyo y respaldo total de la población de Wujiazi, convertimos la región rural de Liaohe en una sólida base operativa del Ejército Revolucionario de Corea en un corto lapso. Trabajamos con los campesinos tanto en las cercanías de Jilin como en las de Changchun; mas no los concientizamos de modo tan revolucionario como a los de Wujiazi.

    Kim Kwang Ryol, enlace de la Internacional, quedó muy admirado al ver nuestros logros allí. La referida organización nos observaba con interés, porque presentamos una línea revolucionaria original e impulsábamos la revolución de manera independiente. Parece que en su departamento del Oriente discutieron mucho sobre nosotros en aquel tiempo. Probablemente enviaron su enlace movidos por esta curiosidad: en Corea han surgido revolucionarios de la nueva generación, completamente diferentes a los comunistas existentes. No pertenecen a ninguna fracción, sino que actúan con autonomía, sin hacer ruido. Y según se dice, poseen un sólido asiento entre las masas. ¿Qué tipo de hombres serán?

    Kim Kwang Ryol estuvo en la oficina de enlace de Haerbin. Después visitó a Wujiazi, donde habló con mis compañeros, con los jefes de las organizaciones revolucionarias y con los viejos influyentes. Después se entrevistó conmigo. Me dio mucho estímulo. Expresó su activo apoyo y aprobación a los lineamientos y orientaciones revolucionarios que tracé, y afirmó que los jóvenes comunistas de Corea estaban abriendo un camino original en el movimiento comunista y en la lucha de liberación nacional colonial, y que, en este proceso, se habían acumulado ya muchas experiencias.

    Mostró asombro ante nuestra línea del frente unido nacional antijaponés. Cómo explicaría, me preguntó, su actitud de tender la mano a las inveteradas fuerzas nacionalistas, a los religiosos e incluso a los propietarios, mientras en el movimiento comunista internacional se entabla una seria discusión en cuanto a la definición de los partidarios y simpatizantes de la revolución.

    Contesté:

    —No es posible hacer la revolución sólo con las fuerzas de un reducido número de comunistas y los obreros, campesinos pobres y asalariados; para derrotar al imperialismo japonés, debemos movilizar las fuerzas medias; no sé qué ocurre en otros países, pero en Corea, la mayoría de los capitalistas nacionales y los religiosos se oponen a las fuerzas extranjeras, y sólo un puñado de terratenientes, capitalistas entreguistas, elementos projaponeses y los traidores a la nación, miran con malos ojos la revolución; nos proponemos organizar una resistencia nacional, movilizando a todos los demás; la llave para lograr la independencia de Corea, con los esfuerzos de su pueblo, radica en ganarnos a todos los antijaponeses.

    El enlace manifestó:

    —Me gusta mucho que usted resuelva todos los problemas de manera independiente, sin ceñirse a lo definido en los clásicos.

    Luego me recomendó que fuera a estudiar a Moscú.

    —Tiene usted un futuro espléndido. Es importante la práctica, mas debe estudiar —insistió. Y abriendo su maleta donde se veían un traje, una camisa, una corbata y un par de zapatos nuevos, añadió que la Internacional depositaba en mí una gran esperanza, y por eso sería bueno que aceptara.

    Todo hacía ver que en la sede de esta organización internacional recibió la tarea de convencerme de ir a estudiar a Moscú.

    Respondí a Kim Kwang Ryol:

    —Agradezco mucho la atención que ustedes me dirigen. Mas iré a Manchuria del Este y me ligaré al pueblo. Si voy a la Unión Soviética y tomo su pan, me convertiría en un proruso. No quiero serlo. Me da mucha pena que existan en Corea diversas fracciones, tales como el grupo M-L, el Hwayo, el Soul14, y otros; no quiero seguir por esa vía. Estudiaré el marxismo-leninismo por los libros.

    Cha Kwang Su, Pak So Sim y otros compañeros habían preparado en Thorozhu artículos de uso diario necesarios para mis estudios en Moscú y me aconsejaron que fuera allí.

    En la tercera decena del mes de diciembre de aquel año, convoqué en Wujiazi una reunión de comandantes del Ejército Revolucionario de Corea y responsables de las organizaciones revolucionarias. Su objetivo era analizar las lecciones y experiencias de la lucha para llevar a la práctica los lineamientos de la Conferencia de Kalun, y ampliar y desarrollar, aún más, el movimiento revolucionario, conforme a los requerimientos de la situación del momento.

    Por entonces, Japón, con el garrote de hierro del militarismo y echando mano de todos sus recursos nacionales, aceleraba la preparación de una guerra agresiva enfilada a establecer más colonias y expandir su territorio, y eliminaba, sin escrúpulos, todo lo que pudiera ser un obstáculo en ese camino.

    Nos propusimos ocupar posiciones en Manchuria del Este y realizar preparativos para hacerle frente a la posible agresión nipona. Por eso era preciso pasar balance a las tareas realizadas en la región de Manchuria Central y adoptar las medidas necesarias para la preparación de la lucha armada.

    En aquel foro participaron todos los miembros medulares del Ejército Revolucionario de Corea y los responsables de las organizaciones revolucionarias, entre estos Chae Su Hang, quienes, pese al duro frío, de 30 grados bajo cero, recorrieron largas distancias, procedentes de las regiones de Jiandao, Onsong y Jongsong. Muchos revolucionarios jóvenes se conocieron e intimaron en aquel evento, y discutieron exhaustivamente sobre el futuro de la revolución coreana.

    El debate se centró en la necesidad de fortalecer, de modo decisivo, las acciones en Manchuria del Este. Trasladar el escenario principal de la lucha a esta región era nuestra irrevocable aspiración. No podíamos postergarlo, en vista de la situación creada en la revolución. Por esa razón, aun estando en Wujiazi, yo tenía puesta la mente en Manchuria del Este y esperaba con ansias el día de partir hacia allá.

    En la reunión propuse también misiones para acelerar los preparativos de la Lucha Armada Antijaponesa y estrechar la solidaridad con las fuerzas revolucionarias internacionales.

    Todo el proceso de la cita demostró palpablemente nuestra decisión de lanzar una decisiva ofensiva contra los enemigos, pasando del movimiento juvenil y estudiantil y el clandestino en áreas rurales, a la fase del combate armado. Si la Conferencia de Kalun había sintetizado la voluntad de la nación coreana de restaurar la patria, tras vencer al imperialismo japonés, por la fuerza de las armas, la de Wujiazi la reafirmó, e iluminó la senda hacia el campo de la guerra antijaponesa.

    La reunión de Wujiazi colocó el puente que nos condujo a los jóvenes comunistas, desde la Conferencia de Kalun hasta el campo de batalla, pasando por los dos foros de Mingyuegou celebrados en la primavera y en diciembre de 1931 y otro efectuado en Songjiang.

    Nuestro movimiento juvenil y estudiantil llegaba, por fin, en la década de 1930, a la etapa de la lucha armada. Se puede afirmar que Wujiazi cumplió el papel de trampolín en esta trayectoria.

    Al salir de allí, Mun Jo Yang me acompañó unos cuatro kilómetros y me despidió con lágrimas.

    

    

    

    10. Hombres inolvidables

    

    

    Al encontrarme con el camarada Fidel Castro, en Pyongyang, estuve hablando con él durante largas horas sobre nuestras experiencias de lucha en el período de la revolución antijaponesa. El camarada Fidel Castro me hizo diversas preguntas, una de las cuales se refería a cómo solucionamos en su transcurso el problema de las provisiones.

    Le dije que existía el método de arrebatárselas a los enemigos, pero que el pueblo era el que nos las proporcionaba invariablemente.

    También en la época del movimiento juvenil y estudiantil y de las actividades clandestinas, el pueblo nos daba comida y albergue.

    El Gobierno Provisional en Shanghai y las juntas Jong-ui, Sinmin, Chamui y otras entidades del Ejército independentista, establecían cada cual leyes, en virtud de las cuales recaudaban fondos entre los compatriotas y recogían donaciones, pero nosotros no procedimos así. En el quehacer revolucionario hubo casos en que se necesitaban recursos financieros; no obstante, no podíamos implantar una ley para conseguirlos mediante impuestos. De hecho, no correspondía a nuestro ideal, eso de atar a los ciudadanos con leyes o reglamentos para recaudar dinero andando con libros de registro, de una casa a otra, apuntando la cantidad de contribuciones hechas. Nuestra posición era comer lo que nos ofreciera el pueblo, y no sentirnos molestos, aunque no nos ayudara.

    Pero, bajo cualquier circunstancia, éste nos prestó ayuda, incluso al precio de sacrificios supremos. Siempre consciente y listo, atendió a los revolucionarios, tal cual fueran sus propios hijos. Por eso, invariablemente confiamos en él. Donde había pueblo, no nos ocurrió, ni una vez, que quedáramos sin comer.

    Si en nuestra lucha que iniciamos de cero, con las manos vacías, llegamos a obtener victoria tras victoria, fue enteramente gracias al pueblo que nos apoyó y nos ayudó. Hyon Jong Gyong, Kim Po An y Sung Chun Hak, de Guyushu; Ryu Yong Son, Ryu Chun Gyong, Hwang Sun Sin y Jong Haeng Jong, de Kalun; y Pyon Tae U, Kwak Sang Ha, Pyon Tal Hwan, Mun Si Jun, Mun Jo Yang, Kim Hae San, Ri Mong Rin y Choe Il Chon, de Wujiazi, son personas inolvidables que nos ayudaron de todo corazón en las zonas del sur y en la parte central de Manchuria.

    Los habitantes nos hospedaban con toda sinceridad, sirviéndonos expresamente platos de arroz, aunque ellos comían gachas.

    Cohibido por las molestias que les causaba, de vez en cuando, me quedaba en la escuela para dormir en el cuarto de guardia nocturna, con el pretexto de estar muy atareado y tener que pasar la noche en vela. En Kalun, una de las aulas de la escuela Jinmyong nos sirvió de dormitorio y en Guyushu y Wujiazi una de la Samgwang y otra de la Samsong.

    Cuando dormía con un mokchim en un aula de la Samgwang, venía Hyon Kyun con aire enfadado y me tiraba de la mano para llevarme a su casa.

    Hyon Kyun, militante de la UDI y del Ejército Revolucionario de Corea era una persona inteligente, correcta y generosa.

    Su hermano mayor, Hyon Hwa Gyun, militó en la Unión de campesinos en Guyushu y prestó valiosa colaboración a nuestras tareas.

    Además de que los dos hermanos actuaban en nuestras organizaciones, su padre también participaba en el movimiento independentista, razón por la cual en esa familia me trataron con especial cordialidad y atención.

    Hyon Ha Juk, padre de Hyon Kyun, era una figura que disfrutaba de alta posición y autoridad entre los independentistas. Ha Juk fue su nombre público, siendo el original, Jong Gyong. La gente de Guyushu solía llamarle señor Ha Juk. Entre los coreanos radicados en Manchuria, no había nadie que no lo conociera por ese nombre.

    Mi padre, hablaba a menudo del señor Hyon Ha Juk, y mantuvo con él estrechos lazos de amistad. Con frecuencia se veían e intercambiaban opiniones, no como simples amigos, sino como camaradas con las mismas ideas, respecto al movimiento independentista, en aras del cual hacían abnegados esfuerzos, respetándose y ayudándose recíprocamente, sobre la base de una fervorosa fraternidad.

    El señor Hyon Ha Juk fue presidente del comité de legalidad central de la junta Thong-ui15; miembro del comité central de la junta Jong-ui; y en la época de la junta Kukmin, jefe de la sección política del partido revolucionario de Corea, del cual los nacionalistas decían que era el único partido nacional. Tenía un profundo conocimiento del comunismo, a la vez que simpatizaba y se llevaba bien con los jóvenes que seguían esta doctrina.

    Mientras Kim Hyok, Cha Kwang Su y Pak So Sim creaban, en Liuhe, la sociedad de estudio de ciencias sociales y las filiales de la UJA en distintas partes, él desempeñó, a menudo, el papel de conferencista para ilustrar a la juventud. El señor Hyon Ha Juk fue frecuentemente recordado por quienes asistieron a las clases que impartía en el colegio de Wangqingmen y en la escuela secundaria Hwahung.

    Cada vez que yo iba a Guyushu, hacía que me alojara en su casa.

    Me decía invariablemente:

    —Considera que estás en casa de un tío.

    Era más de 10 años mayor que mi padre.

    Permanecía en su hogar durante 10 ó 20 días e, incluso, más de un mes, cuando tenía que trabajar entre las masas. En uno de esos años, celebré hasta la fiesta Tano, junto con su familia.

    Con la situación que atravesaban no resultaba nada fácil hospedar a alguien, no un día, sino varias semanas. Al entregar los arriendos al terrateniente, de la cosecha quedaba una exigua cantidad de provisiones y, por encima, si daban de comer a los revolucionarios, los de la casa apenas se alimentaban con gachas.

    En esta morada procuraban agasajarme con sinceridad, con diferentes comidas apetitosas. Unas veces me servían carne de pollo o cuajadas y puré de soya, y otras, sopa de hojas de alcachofa.

    Si las mujeres de la casa se ponían a moler soya para hacer cuajada, yo, con las mangas al codo y sentándome a su lado, daba vueltas a la piedra de moler. Todavía recuerdo cómo Kim Sun Ok, la joven esposa de Hyon Hwa Gyun, de unos veintidós o veintitrés años, no podía levantar su cara encendida por la timidez, cada vez que me sentaba delante de la piedra de moler y prestaba ayuda.

    Hyon Ha Juk pertenecía a la Kukmin, organización nacionalista, pero decía públicamente que formaba parte del bando renovador den-tro de esta institución y que, con el tiempo, participaría en el movimiento comunista.

    Oí que después que yo me fui de Guyushu, se refugió en Xian, para ponerse a salvo de las riñas intestinas de la Kukmin. Me pareció que, como hacia allí se dirigían las unidades de Zhang Xueliang, él les siguió confiando en este hombre. Zhang Xueliang tenía fuerte sentimiento antijaponés, razón por la cual no pocas personas pensaban librar el movimiento antijaponés bajo su protección. Antes y después del incidente de Manchuria, numerosos independentistas coreanos que actuaban en las tres provincias del Noreste de China, mudaron sus escenarios de operaciones a Shanghai, Xian, Changsha y a otras partes.

    Después de emancipada la patria, cada vez que pasaba por el noreste de China, en avión o en tren, en viaje de visita al extranjero, pensaba, mirando las montañas y ríos familiares de Manchuria, en Guyushu, en el señor Hyon Ha Juk y en sus descendientes. Y me decía: “El señor Hyon Ha Juk ya se habrá ido de este mundo, pero quedarán sus vástagos, al menos uno o dos. ¿Por qué no aparecen? Como ignoro su paradero, no puedo hacer nada, aunque ellos sí podrían escribirme.” Y me decía a mí mismo que es fácil recibir favores, pero difícil recompensarlos.

    En la primavera de 1990, tuve, de modo inesperado, un encuentro emocionante con los descendientes del señor Hyon Ha Juk.

    Kim Sun Ok, esposa de su hijo mayor, donó a nuestro Museo de la Revolución, la vasija de latón en que yo comía cuando me alojaba en su casa y las piedras de moler que usaban para hacerme cuajada de soya. Las había guardado durante 60 años. Sobre este hecho se escribió un artículo en la revista “Toraji”, que editan los coreanos residentes en Jilin. Y nuestro periódico “Rodong Sinmun” lo reprodujo.

    Me emocionó sobremanera la noticia de que vivían mis bienhechores, de quienes no supe durante seis décadas. Estaba decidido a que, cuando se liberara el país, pagaría sin falta y con creces, las deudas contraídas en Guyushu. Y como se presentó la ocasión, deseaba mucho verlos, ofrecerles una comida modesta preparada con mis manos y compartir los recuerdos.

    Kim Sun Ok también manifestó su deseo de verme y que después podría morir tranquilamente.

    En marzo de 1990, Kim Sun Ok fue invitada en mi nombre. Pero, una vez frente a frente, me encontré con una anciana de más de 80 años, quien, desgraciadamente, apenas podía caminar como consecuencia de la vejez.

    La acompañaban seis familiares, cuyos rostros me eran desconocidos. Entre ellos, estaba el hijo de Hyon Kyun. Las comisuras de su boca se parecían mucho a las de su padre. Al observar, al menos, esa semejanza, tuve la impresión de que su difunto padre había revivido y estaba ante mí.

    A Kim Sun Ok y sus acompañantes los alojamos en una residencia de protocolo que se edificó para importantes huéspedes extranjeros, y le organizamos viajes y visitas por la patria, durante un mes.

    Me daba mucha pena que Kim Sun Ok casi no oía, pronunciaba con mucha dificultad y tenía muy afectada la memoria. Fue un milagro que me encontrara con uno de mis bienhechores, por quienes venía interesándome a lo largo de 60 años. Pero con esa generosa persona no podía comunicarme libremente. Esperaba que podríamos evocar durante largas horas, la época que vivimos en Guyushu, completando recíprocamente los recuerdos. Me desanimé a más no poder al ver esfumarse esta esperanza.

    Sus acompañantes casi no sabían de las actividades de Hyon Ha Juk, ni de su destino. Por eso, les expliqué en detalles cómo su antecesor había luchado por la independencia de Corea y ayudado en nuestra labor revolucionaria. Esto era, además, el deber de quien conocía bien su vida.

    No es que los descendientes continúen por sí solos la causa de sus antecesores por el simple motivo de que por sus venas corra la misma sangre. Sólo aquellos que conocen bien las proezas de lucha de sus antepasados y saben considerarlas sinceramente como valiosas, pueden llevar adelante, con firmeza, la causa revolucionaria iniciada por la generación de sus abuelos o padres.

    Junto con Kim Sun Ok, en el lugar del encuentro, estaban Kong Kuk Ok, Mun Jo Yang y Mun Suk Kon. Estos dos últimos prestaron valiosa colaboración a nuestras labores revolucionarias en Wujiazi.

    Kong Kuk Ok era hija de Kong Yong, quien, cuando murió mi padre, llevó, en mi lugar, el sombrero de cáñamo y otras prendas de luto durante tres años. No recuerdo bien en qué año fue, pero sí que estudiaba en la secundaria Yuwen, de Jilin, cuando al ir a Fusong para pasar las vacaciones, encontré en nuestra casa a la esposa de Kong Yong, con una niña a la espalda, esa misma mujer que por poco es despedida por su marido, a causa de una huella de quemadura en el rostro. La nena era precisamente Kong Kuk Ok.

    A raíz de la liberación del país, mientras dirigía en Pyongyang una reunión de la Unión de campesinos, encontré a un delegado procedente de Pyoktong y le pregunté si no sabía dónde estaban los familiares de Kong Yong. Suponía que como éste era oriundo de Pyoktong, posiblemente su viuda e hija residirían allí.

    El contestó que en Pyoktong había realmente muchas personas con el apellido Kong, pero que nunca había oído hablar de que allí vivían los familiares de Kong Yong.

    Su respuesta me desanimó en grado superlativo. Se localizaban familiares de otros mártires, y los de Kong Yong no daban señales, lo que hacía sentir un vacío en el corazón.

    Estábamos en los preparativos para establecer en Mangyongdae una escuela para hijos de revolucionarios. Con anterioridad ocurrió que después de pronunciar en el estadio público de Pyongyang, un discurso de saludo a los ciudadanos, con motivo de mi retorno a la patria, fui a visitar, al cabo de 20 años, la casa natal en la que me esperaban mis abuelos. En esa ocasión, los condiscípulos de la primaria que vinieron a mi encuentro, propusieron levantar en el lugar de la Sunhwa, donde mi padre fue maestro, una escuela secundaria que llevara mi nombre. Trataron de persuadirme: “Como Mangyongdae es un sitio de renombre por ser donde nació el General Kim, convendría edificar un plantel grande y llamarla ‘Escuela Secundaria Kim Il Sung’”.

    En mi tierra natal no había, hasta entonces, una escuela secundaria.

    Les expliqué:

    —Perecieron numerosos patriotas que con las armas en las manos, lucharon junto conmigo en las montañas. En el momento de morir, me rogaron que cuando se independizara Corea, instruyera a sus hijos e hijas para hacerlos excelentes revolucionarios. Nunca dejé de pensar en ejecutar, tal como fue, su última voluntad; es decir, cuando se lograra la soberanía de Corea, daría sin falta educación a sus hijos, de manera que continuaran la causa de sus padres. Una vez restaurada la patria, se torna más firme esta resolución. En Mangyongdae debemos construir no una escuela secundaria, sino un colegio para hijos de revolucionarios caídos.

    Los aldeanos preguntaron que cuántos de estos muchachos había y si realmente eran tantos como para levantar un colegio; opinión que tenían hasta importantes dirigentes del Partido y de la administración. No podían ni siquiera suponer el gran número de hombres que ofrendaron la vida por el país.

    Yo, que enterré incontables cuerpos inanimados de mis camaradas, en montañas y orillas de ríos foráneos, no podía menos que asombrarme cada vez que veía personas así.

    Entonces, levantamos en Mangyongdae el Colegio para Hijos de Mártires Revolucionarios, con los fondos obtenidos principalmente de las contribuciones patrióticas de arroz, que los campesinos entregaron de la primera cosecha después de la reforma agraria.

    Fueron enviados numerosos cuadros a diversas partes del país y al Noreste de China para localizar a los hijos de los mártires que debían estudiar en ese plantel. De China, llegaron cientos. Incluso algunos compañeros que hoy son miembros del Buró Político del CC de nuestro Partido, se repatriaron por aquellos años, guiados por el camarada Rim Chun Chu.

    Algunos que ganaban su subsistencia vendiendo cosas como colorantes o cigarros, vinieron por sí solos, al enterarse del establecimiento de aquella escuela. Había entre ellos, tanto vástagos de militares independentistas, como de patriotas que cayeron en la lucha antijaponesa, militando en organizaciones de obreros o campesinos.

    Pero, Kong Kuk Ok no aparecía, ni era localizada.

    En ocasiones en que viajaba a las regiones de la provincia Phyong-an del Norte, me interesaba por el paradero de los familiares de Kong Yong y rogaba a los trabajadores locales que los buscaran.

    Si iba al colegio para pasar alguna fiesta, junto con esos niños, y veía cómo bailaban y cantaban alegremente, me embargaba un sentimiento nostálgico, pues en esos momentos aparecía ante mis ojos el rostro de la esposa de Kong Yong, cuando venía a nuestra casa, en Xiaonanmen, arrastrando sus alpargatas y llevando sobre la cabeza un bulto con yerbas comestibles, y la carita de Kong Kuk Ok, que sujeta a la espalda de su madre, chupaba los dedillos de su mano.

    Apenas en 1967, encontramos a Kong Kuk Ok. Ya su madre había fallecido. Si hubiera sabido que Kim Il Sung era el mismo Kim Song Ju, habría venido corriendo a verme. Supongo que, además de que ignoraba quién era Kim Il Sung, pensaba en cómo sería tratada su familia por el Partido Comunista que había tomado el poder, habiendo sido su marido militar independentista, y por eso no habló, ni a sus hijos, de este hecho.

    Después que encontramos a Kong Kuk Ok, la matriculamos en la Escuela Superior del Partido. Graduada, trabajó en el comité urbano del Partido en Pyongyang y luego, en el museo de materiales históricos del Ministerio de Ferrocarriles. Ahora está en su casa, jubilada.

    Kim Po An, de Guyushu, al igual que Hyon Ha Juk, fue amigo de mi padre. En la tropa independentista llegó a dirigir una compañía.

    Me reprochaba porque nunca iba a su casa, alojándome sólo en la de Hyon Ha Juk. En las ocasiones en que le visitaban algunos de mis compañeros, les explicaba que con Kim Hyong Jik mantenía muy buenas relaciones y que también tenía en consideración a Song Ju, razón por la cual no podía entender por qué no venía a su hogar.

    Después de enterarme de esto, nunca dejaba de visitarle, cuando iba a Guyushu.

    Kim Po An, tenía una farmacia y las modestas ganancias que de ahí provenían, las donaba como fondos de auxilio a la escuela Samgwang, que manteníamos nosotros. Siendo poseedor de un alto sentido pedagógico, estaba extraordinariamente interesado por el trabajo de ilustración de niños y jóvenes. Si le invitábamos a impartir alguna conferencia en el centro Samgwang, aceptaba gustosamente.

    Se lamentaba de que los coreanos radicados en Guyushu ni siquiera sabían contar el dinero y que con gente tan ignorante era imposible alcanzar la independencia de Corea.

    La gente de hoy no creerá en eso de que personas viejas ignoraban contar el dinero, pero efectivamente, no lo sabían muchos de los chinos y coreanos inmigrantes que por aquel tiempo vivían en la provincia de Jilin. Además de que la provincia y los distritos emitían monedas distintas, tenían diferentes valores los varios tipos de dinero, entre otros, billetes bancarios de Jilin, dayang de Fengtian, xiaodayuang y dayang de plata de Jilin, razón por la cual, quien no tenía cierto grado de instrucción no podía hacer cálculos en el mercado.

    Reuníamos a los campesinos en las escuelas nocturnas y, en las clases de Aritmética, les enseñábamos a sacar cuentas.

    Cuando las personas a quienes Kim Po An menospreciaba, por ser ignorantes que no sabían ni calcular el dinero, llegaron a resolver sin dificultad cuentas de suma, resta, multiplicación y división, él exclamó contento: “Ahora sí, está muy bien. De hecho, los coreanos por naturaleza son gente inteligente.” Y afirmando que “le gustaba ver el progreso de los ignorantes a la altura de los instruidos”, visitaba las escuelas nocturnas y asistía a las clases en la Samgwang.

    Los alumnos de cursos superiores de este plantel eran por igual, ingeniosos e inteligentes. De entre ellos, las figuras que se me quedaron profunda e inolvidablemente grabadas en la mente fueron Ryu Chun Gyong y Hwang Sun Sin.

    Las dos ingresaron en la escuela recomendadas por organizaciones revolucionarias de Kalun. Ryu Yong Son, padre de Ryu Chun Gyong, era maestro en la escuela Jinmyong, y ayudaba mucho en nuestro trabajo revolucionario. En esa época, Ryu Chun Gyong y Hwang Sun Sin frisaban en los 14 ó 15 años.

    Les encargábamos el traslado de armas, cada vez que de Guyushu partíamos de regreso a Kalun o Jilin. La gente de los militaristas registraba con menos rigor a las mujeres.

    Las dos jóvenes siempre cumplieron con abnegación estos servicios. Escondían las armas debajo de las faldas y nos seguían a unos 50 metros de distancia. En varios puntos de control, mientras a nosotros nos sometían a registros, a ellas las dejaban pasar, sin prestarles atención.

    Al liberarse el país, Hwang Sun Sin se repatrió y se dedicó a la agricultura en su tierra natal. Trabajó muy bien, con el ánimo de cuando estudiaba en la escuela Samgwang y era integrante del Cuerpo de niños exploradores. Fue conocida como recordista en cosecha y disfrutó del respeto y el amor entre sus coetáneos. Después de la guerra, actuó por algún tiempo como diputada a la Asamblea Popular Suprema.

    Ryu Chun Gyong se quedó en Manchuria, yendo de un lugar a otro, y sólo en la última parte de su vida, manifestó deseos de estar en la patria tal como le ocurrió a Ri Kwan Rin. Y se repatrió en 1979.

    De haber regresado al país cuando joven, como hizo Hwang Sun Sin, habría llegado a ser una conocida personalidad y así la segunda mitad de su vida hubiera sido más animada y beneficiosa para la sociedad y el pueblo. Era la más inteligente y escribía y hablaba mejor que otras alumnas de la escuela Samgwang. Prometía un porvenir alentador.

    En Antu, donde llevábamos a cabo los preparativos para la fundación de las guerrillas, recibí de ella una carta. Manifestaba el deseo de unirse a nosotros para continuar su lucha. Pero, no le escribí invitándola a venir, porque además de que pasábamos momentos muy ocupados, en vísperas del inicio de combates armados, pensé que una vez empezados éstos, resultaría difícil para las compañeras andar siguiendo a los hombres.

    En aquella época, aunque abogábamos por la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, las considerábamos no aptas para la lucha armada.

    Si, al repatriarse, hubiera tenido, al máximo, unos 50 años, le habríamos dado instrucción para incorporarla a actividades sociales. Cuando encontrábamos personas que antes habían participado de modo directo o indirecto en la lucha revolucionaria, hacíamos que estudiaran, aunque tuvieran una edad algo avanzada, y que realizaran tareas políticas desempeñando cargos apropiados. Este era nuestro principio. Por muy inteligente y capaz que sea una persona, perderá su capacidad mental, quedará al margen de lo que ocurra en el mundo y se le herrumbrará la concepción de la vida, si durante mucho tiempo se aparta de las actividades sociales y se encierra entre las paredes de la casa.

    A raíz de la liberación del país, un buen número de participantes directos e indirectos en la lucha revolucionaria permanecieron en el olvido, sin haber sido ascendidos a puestos convenientes. Durante mucho tiempo, los fraccionalistas no promovieron como cuadros a los excombatientes antijaponeses, alegando que a pesar de sus buenos antecedentes, no servían, por falta de instrucción. Aun cuando eso fuera verdad, tenían que haberles dado instrucción, de manera que pudieran cumplir bien con sus tareas. Al contrario, los rechazaron y les dieron la espalda.

    Por eso, nosotros adoptamos medidas para que a los hijos de los mártires revolucionarios y a los colaboradores de la lucha revolucionaria que se localizaban, se los educara en centros docentes, como la Escuela Superior del Partido o el Instituto Superior de Economía Nacional y, luego, los promovimos como cuadros, de acuerdo con sus grados de capacitación.

    Hasta los veteranos combatientes de la revolución llegan a ser elementos retrógrados de la época, si no estudian, ni asisten a las actividades en las organizaciones.

    Pasando por estos procesos de formación, un gran número de excombatientes, hijos de mártires y cooperantes de la Lucha Revolucionaria Antijaponesa, fueron promovidos como competentes miembros de la dirección del Partido y del Estado y como conocidos activistas sociales.

    Mun Jo Yang fue uno de ellos. En el período en que actuaba en Wujiazi, como jefe de la sección de organización de la UJA, ayudó notablemente a nuestro trabajo, en unión de Pyon Tal Hwan, Choe Il Chon, Ri Mong Rin y Kim Hae San. Escribió mucho, junto con nosotros pronunció con frecuencia discursos y participó con entusiasmo en la creación de organizaciones de masas. Si no me equivoco, nos reuníamos más en su casa que en cualquier otra.

    Durante mi permanencia en Wujiazi, fui objeto de cordiales atenciones en el hogar de Mun Si Jun, hermano mayor de Mun Jo Yang, y en el de Choe Il Chon.

    Mun Si Jun era una persona generosa. Nos daba de comer durante meses, sin cobrarnos. Para agasajarnos, sacrificó hasta un cerdo. Y nos rogaba que independizáramos, a cualquier precio, el país. Tengo la impresión de que todo esto ocurrió ayer. Me alojé en esa casa por largo tiempo.

    En cada comida me servían ajos aliñados de un sabor particularmente exquisito. Tenían un gusto tan original que lo recordé en el momento del encuentro con Mun Suk Kon, hija de Mun Si Jun, después de la liberación. Por eso, la invité a mi casa con el fin expreso de que enseñara a prepararlos.

    Durante mis viajes por provincias, nuestra gente también suele ponerme en la mesa ajos salados, pero su sabor no puede compararse con aquellos que en Wujiazi comía tan apetitosamente con un plato de mijo con agua.

    Hace algún tiempo, Mun Jo Yang festejó su octogésimo aniversario. En recuerdo de la época que pasamos en Wujiazi, le envié un ramo de flores y le obsequié un banquete.

    En Wujiazi, me alojaba durante semanas enteras también en la casa de Choe Il Chon, presidente de la UJA y redactor de “Amigo campe-sino”. Le llamaban también Choe Chon o Choe Chan Son.

    Choe Hyong U, que aparece como el autor de la “Breve historia del movimiento de la revolución coreana en el exterior”, es el seudónimo, con que él solía firmar las obras que escribía en Soul, a raíz de la liberación del país.

    Era la figura más ilustrada en Wujiazi. No tenía la inspiración poética de Kim Hyok, pero sí, una notable capacidad como prosista. Fue por esta razón que, aconsejado por nosotros, durante varios años actuó como trabajador clandestino en Changchun, a la vez que desempeñaba el cargo de director de la corresponsalía del periódico “Tong-a Ilbo”. Reunió muchos materiales referentes a mis labores y, con frecuencia, escribió y publicó buenos artículos a nuestro favor.

    Choe Il Chon era considerado “persona bajo vigilancia”, por quien se interesaba la red de servicios de inteligencia japonesa. Delante de la entrada del edificio de la corresponsalía de este periódico, había siempre un agente; lo vigilaban por turno, gendarmes o agentes secretos japoneses. Esto era porque, en Changchun, continuó su trabajo con jóvenes y en estrecha relación con personalidades patrióticas del interior del país, difundió muchos materiales sobre nosotros. Al iniciarse nuestra lucha armada en el Este de Manchuria, envió a las guerrillas antijaponesas varios jóvenes de vanguardia, que había preparado dentro de la UJA. Justamente, en ese decursar de la práctica revolucionaria, formó y perfeccionó su abierto y apasionante estilo de redacción, con el cual reflejó y describió felizmente hechos y aspectos reales de la lucha de liberación nacional de los coreanos residentes en Manchuria en su “Breve historia del movimiento de la revolución coreana en el exterior”.

    Durante su permanencia en Shenyang y Beijing, viajó varias veces a Soul y divulgó, entre conocidas personalidades y habitantes de diversos sectores, noticias sobre los éxitos de la Lucha Armada Antijaponesa. Después de fundada la Asociación para la Restauración de la Patria, explicó el programa de esta organización. Como efecto de su actividad divulgadora, la Sociedad Lingüística Coreana y el Movimiento folclórico, que dirigía Ri Kuk Ro, aprobaron de modo total el “Programa de 10 Puntos de la Asociación para la Restauración de la Patria” y, en virtud del espíritu de ese documento, trabajaron por la protección de la cultura y el espíritu de la nación.

    Al recrudecerse la persecución y la vigilancia de las autoridades japonesas, se llevó a Soul materiales sobre nuestra lucha y el movimiento independentista, que él mismo reunió en los recorridos por diferentes regiones de Manchuria, que realizaba para el periódico “Tong-a Ilbo”. Los entregó, en su totalidad, a Ri Kuk Ro, quien estaba al frente de la Sociedad Lingüística de Corea. Entre estos documentos había también una colección de la revista “Amigo campesino”, que editábamos en Wujiazi.

    Antes de volver a Manchuria expresó:

    —Son materiales de valor de tesoro nacional. No tengo posibilidad de conservarlos porque vivo bajo vigilancia y persecución del enemigo. Cuando se independice el país, quisiera escribir un libro de historia con estos. Le ruego, señor Ri, que los guarde bien, hasta entonces.

    Esa documentación, cuidadosamente conservada por Ri Kuk Ro, tal como le había rogado Choe Il Chon, fue devuelta inmediatamente después de la liberación del país, a éste, quien de un golpe escribió la “Breve historia del movimiento de la revolución coreana en el exterior”. Aunque la obra fue impresa en papel recuperado, que contenía incluso granitos de arena, disfrutó de popularidad. Había un número tan grande de lectores que jóvenes intelectuales que se especializaban en historia o literatura, tuvieron que leer la copia hecha con sus manos.

    En aquel tiempo, en el Sur, se respiraba un ambiente aterrador, como consecuencia de que las autoridades militares norteamericanas implantaron como “política estatal” el anticomunismo y la oposición al Norte, y aseguraban, por la fuerza de las armas, su aplicación. Aun en medio de estas circunstancias, Choe Il Chon publicó muchas caricaturas con temas de la lucha antijaponesa, que sirvieron para sembrar un sentimiento antijaponés y antimperialista entre niños y jóvenes.

    Fue realmente sorprendente que hubiera logrado concentrar toda su energía espiritual en la creación de una obra de la magnitud de la “Breve historia del movimiento de la revolución coreana en el exterior”, en Soul, donde reinaba el caos político y social.

    En la esfera política sudcoreana, ocupó sucesivamente importantes cargos como jefe del departamento político del Partido Revolucionario de Corea, director de departamento del CC del Partido Renovador, miembro del comité de recibimiento al General Kim Il Sung y miembro ejecutivo de la Federación por la Soberanía Nacional. Y en unión con Ryo Un Hyong, Hong Myong Hui, Kim Kyu Sik y otras personalidades, luchó con abnegación por la agrupación de las fuerzas democráticas y la reunificación del Norte y el Sur. Desgraciadamente, fue asesinado en Soul por los reaccionarios en el período de la Guerra de Liberación de la Patria.

    Su “Breve historia del movimiento de la revolución coreana en el exterior” quedó inconclusa. Su plan original era escribir un segundo tomo y, después, un tercero, pero, como se sumergió en la caótica vida política sudcoreana, no pudo disponer de suficiente tiempo. Dicen que en el segundo tomo pensaba escribir, en toda su magnitud, sobre nuestras actividades revolucionarias.

    Si hubiera vivido más, indudablemente dicho libro habría visto la luz y entonces habrían aparecido interesantes materiales sobre nuestra historia revolucionaria.

    Como ha transcurrido un largo período de tiempo, quedan pocas personas vivas de las que podrían recordar los años de la Lucha Revolucionaria Antijaponesa. Aun son menos las que saben de nuestras iniciales misiones revolucionarias.

    También mi facultad evocativa tiene su límite. Muchos episodios se olvidaron y hay sucesos que son tan borrosos que me es difícil recordar con acierto las fechas y las personas implicadas.

    Entre las personas que nos ayudaron en nuestro quehacer en el Sur y en la parte central de Manchuria, nos dejó una impresión especialmente fuerte, Jon Kyong Suk, la novia de Kim Ri Gap.

    Kim Ri Gap fue el protagonista del incidente del “Restaurante Kumgang” (“Restaurante Taesong”) y fue presentado también en la “Breve historia del movimiento de la revolución coreana en el exterior”.

    En la primavera de 1930, en la casa de O Sang Hon (O Chun Ya), situada en barrio Fuxing, de Jilin, los policías japoneses del consulado de Japón, disfrazados de chinos, sorprendieron a Kim Ri Gap y lo llevaron a Changchun, amordazado y con las manos y las piernas atadas.

    Fue condenado a nueve años de reclusión y encerrado en la cárcel de Dalian.

    Los padres de Jon Kyong Suk se oponían a que se casara con un revolucionario como Kim Ri Gap, pero esta rechazó, de modo resuelto, la voluntad de ellos, abandonó la casa y fue a Dalian, siguiendo al novio. Tenía entonces 18 ó 19 años. Se colocó en una fábrica textil y se desempeñó como responsable de la organización de la UJC, mientras envolvía con franca atención a su novio preso. De esto me habló Dong Changrong, quien era secretario del comité especial del Partido Comunista de China en el Este de Manchuria. Me dijo que, mientras él realizaba el trabajo partidista clandestino en Dalian, se encontró una vez con ella. Conmovido ante su ardiente y sincero amor, expresó que “después de verla, comprendí que son muy firmes la entereza y la voluntad de las mujeres coreanas”.

    Yo también admiré las nobles cualidades de Jon Kyong Suk. Y, al mismo tiempo, evoqué su imagen de cuando me había preparado comida y prevenido disimuladamente sobre el plan de terrorismo de la junta Kukmin. Me encontraba entonces en Wangqingmen, para asistir al congreso de la Federación General de la Juventud en Manchuria del Sur. Asimismo, pensé que Kim Ri Gap era una persona muy dichosa.

    Sería imposible mencionar todos los hechos referentes a tan numerosos bienhechores. Cuando los comunistas de la nueva generación estaban transitando por toda la extensa Manchuria para salvar la nación, ellos nos dieron de comer y, para que pagáramos los estudios y los viajes, pusieron en nuestras manos el dinero ahorrado, jon a jon.

    Todavía no se sabe del destino o paradero de un interminable número de esas generosas personas. Ojalá que aparezcan siquiera ahora, y entonces me vería aliviado del pesar que llevo en el corazón. Qué bueno sería que pudiera ofrecerles aunque fuera una comida y compartir los recuerdos que se acumularon a lo largo de decenas de años.

    Pero así nunca podré recompensarles sus esfuerzos abnegados y las sinceras atenciones que me ofrecieron.

    Creo que para ellos la suprema retribución y más valioso regalo de mi parte, son mis esfuerzos para ofrecerle al pueblo una vida mejor y mayor dicha, y completar la revolución que inicié con su ayuda. Hasta que no recompense al pueblo de esta manera, nadie puede decir que ha cumplido con su deber de comunista.

    

    

    

    

    

    CAPITULO V. EL PUEBLO ARMADO

    (Enero de 1931 — abril de 1932)

    

    

    1. Territorio martirizado

    

    

    Entrando en 1931, el tornado del terrorismo blanco, desatado con motivo de los motines del 30 de mayo y del primero de agosto, azotó con mayor fuerza el territorio de Manchuria. Por doquier el enemigo armó, los desafueros de represión sangrienta, para extirpar de raíz las fuerzas revolucionarias que los comunistas y patriotas de Corea habían preparado, a duras penas, durante varios años.

    Ya en Manchuria del Este, descubrí que la situación era más tirante que en el Sur y en la parte central. Además, las consecuencias de las rebeliones fueron más serias y desastrosas. Al ver en la puerta Nan, de Dunhua, cabezas de rebeldes en picotas, pude colegir la demencial ofensiva enemiga contra los revolucionarios.

    Aun después de esas dos insurrecciones, los fraccionalistas serviles a las grandes potencias, pegados al dogmatismo y el heroísmo pequeñoburgués, no cesaron de organizar centenares de rebeliones a título de conmemorativas, con motivo del día de la ruina del país, el de la Revolución de Octubre, el aniversario de la sublevación de Guangzhou y de otras diversas efemérides, así como huelgas de cosecha y atemorizantes motines. Esto dio lugar a la ola de terrorismo que el enemigo proseguía por años.

    En este curso, fueron destruidas casi todas las organizaciones revolucionarias de Jiandao. No sólo los miembros medulares que lucharon a la vanguardia, sino también, aquellas personas que les suministraron alimentos, andando en pos de ellos, fueron detenidos o

    condenados a muerte. Igualmente las agrupaciones que un año antes restablecimos, cuando salimos a las riberas del río Tuman, fueron dañadas en gran medida.

    De los rebeldes, algunos se rindieron voluntariamente ante el enemigo o se alejaron de las organizaciones revolucionarias

    Cuando íbamos a los caseríos para reanudar el engranaje de la organización que había entrado en la clandestinidad hubo también quienes no se acercaban a nosotros, mirándonos de reojo. Incluso existieron los que nos daban la espalda o recelaban, sin miramientos, de todos los comunistas, sin distinción de su pertenencia y fracción, argumentando: “Jiandao fue arruinado por culpa del partido comunista”; “por los desafueros del partido comunista, todo el territorio de Jiandao se sumergió en un mar de sangre y fuego”, “si uno baila al son que le toca el partido comunista, toda su familia es masacrada”.

    En Mingyuegou, Ri Chong San, miembro del comité regional del partido en Wong, luego de enumerarme sus sufrimientos después de las sublevaciones, se quejó:

    —Aunque la instancia superior me apremia con obstinación a que vaya a las masas, para reconstruir y ampliar las organizaciones, si hablo con sinceridad, ya no tengo deseo, ni ánimo para encontrarme con las personas. No sólo aquellas que me respetaban como revolucionario, sino también, las que se admitieron en la organización avaladas por mí, desde hace algunos meses huyen, tan pronto como me ven; entonces, ¿cómo se puede continuar la revolución en mi triste situación? Después de pasar los vientos de la rebelión, se ha tornado muy adversa la opinión pública de Jiandao. De vez en cuando, me surge la duda de si, en lugar de vivir así, como objeto de repudio, no sería más cómodo ganarme el sustento en cualquier lugar, renunciando a la revolución. Eso sí, es fácil decirlo, pero, ¿cómo podría desistir, así como así, del propósito que abrigué como revolucionario, consciente de las lecciones de sangre? De todas maneras, se necesita alguna medida, pero no me surge una buena idea, y así permanezco, quejándome de esta tumultuosa situación.

    Estos eran los sufrimientos de Ri Chong San y, al mismo tiempo, los míos. Todos los revolucionarios de Jiandao los experimentaron entre 1930 y 1931. La realidad resultaba tan tenebrosa que incluso, él, un veterano revolucionario, honesto y serio, lo confesaba ante mí.

    Desde luego, no abandonó la revolución a mitad.

    Más tarde, volví a verle en Antu. Me dijo que cuando yo recorría diversos distritos ribereños del río Tuman fue trasladado al comité regional del partido en esta ciudad. Parecía que tenía mucho más ánimo que cuando estaba en Wengshenglazi.

    Manifestó con gran satisfacción que le iba bien el trabajo en el nuevo puesto.

    —Ya pasó, como una pesadilla, esa época.

    Quiso expresar así, sucintamente, el cambio surgido en su vida. No pude descubrir en su rostro ni pizca de la expresión triste, deplorable de cuando se había quejado de que las personas se apartaban de su lado.

    Sin embargo, en la época en que me encontré con él en Weng-shenglazi, los revolucionarios de Manchuria se sentían angustiados porque el pueblo no se les acercaba, mientras experimentaban la amargura del terrorismo blanco.

    También viví con el mismo sufrimiento. Fue, precisamente, entonces, cuando tomaba atole muy aguado con kimchi de mostaza, y debía resistir el hambre por la noche, acostado con un mokchim en un cuarto de un hogar ajeno, en donde penetraba el viento frío. El hambre era una de las calamidades más grandes que teníamos en esa época. Reitero que en aquel período sufrimos mucho en Jiandao por el frío y el hambre.

    Yo siempre debía tolerar el frío más que nadie, pues pasaba el invierno sin vestirme con ropa enguatada. Cuando iba a una casa que no tenía colchas, solí dormir, sin quitarme la ropa exterior. Eso me pasó cuando fui a la de Ri Chong San: no tenía almohadas ni colchas, así que me acosté con toda la ropa, pero el frío no me dejó dormir en toda la noche.

    El sufrimiento fue tan grande que tiempo después, en Antu, recordé lo ocurrido esa noche. Al escucharme, mi madre me confeccionó, en unos pocos días, una prenda enguatada bastante holgada, a guisa de chaqueta para carretero. Me la puse y, cada vez que debía pasar la noche en casa con similar situación, dormía hecho un ovillo cubierto por ésta y con el mokchim envuelto en un pañuelo, por almohada.

    Estas peripecias eran del todo tolerables para mí. En la primavera de ese año, en Jiandao, no pude dormir ni una noche a pierna suelta. Me resultaba imposible calmar el alma por el recuerdo de los camaradas asesinados y la preocupación acerca de las organizaciones destruidas, sumados al frío y el hambre que sentía.

    Además, me molestaban la desesperación y la soledad que tenía por el glacial trato del pueblo. Acostado con la cabeza sobre los brazos, en un cuarto frío, luego de haber visto que las masas no se franqueaban conmigo, no podía conciliar el sueño porque me venía a la memoria tal escena.

    Francamente, desde hacía mucho tiempo habíamos cifrado una gran esperanza en la región de Jiandao, porque excepto en Yanji, donde existían muchas fracciones, en otras zonas no era tan evidente su influencia. Esto había creado condiciones favorables para que, con rapidez, se formara una nueva generación de comunistas e impulsara la revolución de modo original en esas zonas. Durante varios años de incansables esfuerzos y empeños, mis compañeros hicieron eficientes preparativos para llevar allí la revolución antijaponesa a una fase superior.

    Así y todo, las dos sublevaciones perjudicaron seriamente aquella torre que levantaron a costa de tanto trabajo. Aunque la tendencia izquierdista sedujera temporalmente a las masas con sus palabras y consignas ultrarrevolucionarias, su nocividad fue tan grave, tan catastrófica, como ya mencioné. No exagero si digo que la izquierda es el reverso de la derecha.

    Salimos así, apresuradamente, a Jiandao, dejando para otro momento los demás quehaceres, también para suplir las pérdidas causadas por la izquierda y acelerar la preparación para transitar cuanto antes hacia la lucha armada.

    No obstante, cuando vimos que era tan seria la catástrofe allí, con-tra la esperanza con que llegamos, y que, para colmo, sus habitantes desconfiaban de los revolucionarios y les daban la espalda, no podíamos aguantar la pena.

    Si los luchadores del pueblo son repudiados por éste, que les diera la vida, ¿habrá mayor tristeza para ellos? Cuando un revolucionario pierde, siquiera un solo día, la confianza y el apoyo del pueblo, ya no se puede afirmar que tiene vida como tal.

    El frío trato de las masas a los revolucionarios en general, independientemente de a qué pertenecían, nos produjo tanta amargura y angustia, porque a causa de las insurecciones se habían desprestigiado los comunistas, las masas habían dejado de confiar en sus dirigentes y se separaban de las organizaciones, y surgió una barrera de desconfianza y malentendido entre los pueblos de Corea y China. Estos eran los factores que más nos atormentaban.

    Sin embargo, no cedimos ante esos sufrimientos, esos pesares y esas angustias. Si no hay dificultades en el camino de la lucha revolucionaria, eso no es una revolución. Cuanto mayores sean las pruebas, con tanto más valor debe superarlas el revolucionario, con fuerte voluntad y lleno de convicción.

    También en 1931, impulsamos con paciencia nuestra labor para acabar con las consecuencias de la insurrección del 30 de mayo en la región de Jiandao, porque éstas constituían el primordial obstáculo para llevar a la práctica la orientación de la Conferencia de Kalun. Si no se eliminaban cuanto antes, ni se reajustaban las filas revolucionarias, no era posible salvar la revolución del peligro, y mucho menos profundizarla y desarrollarla.

    Cuando me marché a Manchuria del Este, después de la Conferencia de Wujiazi, planteé dos tareas fundamentales para mí y mis compañeros.

    Una era analizar las consecuencias de la sublevación del 30 de mayo. Aunque no fuimos, desde luego, sus promotores, ni dirigentes, necesitábamos analizarlas y resumirlas desde diversos ángulos, y con exactitud, sobre una base científica.

    A pesar de los sucesivos fracasos, en Manchuria del Este aún seguían en pie fanáticos terroristas y partidarios de la línea de Li Lisan, quienes incitaban a las masas a una insensata lucha violenta.

    Esta orientación de Li Lisan, consistente en lograr el “triunfo primero en una o algunas provincias”, aplicación dogmática de la tesis de Lenin sobre la posibilidad de la victoria de la revolución socialista en un país, sirvió de fuerte incentivo para empujar a las masas hacia el motín.

    Como fue formulada por un hombre que tenía el poder real del Partido Comunista de China y emitida a través del sistema organizativo, muchas personas la siguieron durante largo tiempo, hasta que él fue sustituido y se reveló que su teoría era aventurerismo de izquierda. Pese a que experimentaban amargura por los sucesivos fracasos y reveses, no se libraban de la dulce utopía que les había inculcado Li Lisan.

    Si hubieran estudiado las consecuencias de la sublevación del 30 de mayo, se habrían desprendido de esa ilusión.

    Nos decidimos a dar la alarma contra el arribismo, la ambición de notoriedad y el heroísmo pequeñoburgués de los fraccionalistas serviles a las grandes potencias.

    Además, me convencí de que el balance de la rebelión devendría un punto de viraje histórico, que concedía a los revolucionarios la posibilidad de asimilar la estrategia, las tácticas y los métodos científicos de la conducción de las masas.

    Otra tarea fue establecer una correcta línea organizativa, para aglutinarlas en una sola fuerza política y armar con ésta a los comunistas de la joven generación.

    A los de la región de Jiandao, les faltaba un idóneo lineamiento organizativo que pudiera servirles de guía para restaurar y arreglar las agrupaciones destruidas y para ampliarlas y consolidarlas.

    Los fraccionalistas serviles a las grandes potencias que actuaban en Manchuria del Este, también cometieron un grave error izquierdista al organizar a las masas. Insistiendo en la “teoría de la revolución clasista”, admitieron en su organización sólo a los campesinos pobres y peones y a los obreros, mientras que definían a otros sectores, como objetos ajenos a la revolución. El resultado fue que los no militantes, indignados, difundían el rumor de que el comunismo era tal cosa y que reunía sólo a pobres tan despreciables como arena metida en granos descascarillados, mientras rechazaba a los restantes.

    Para acabar con esa tendencia de puertas cerradas y agrupar en un haz a todos los sectores patrióticos, fue indispensable eliminar la inclinación servilista y dogmática de recurrir sólo a las tesis de los clásicos o a las experiencias de otros países, así como trazar y materializar, sin tardanza, un acertado lineamiento organizativo para atraer y abarcar a todas esas fuerzas patrióticas sin desdeñar ninguna.

    Definí estas misiones como primera etapa del objetivo del recorrido por Jiandao y apresuré el paso hacia Manchuria del Este. Sin embargo, por desgracia, cuando iba hacia Changchun, junto con Ryu Pong Hwa y Choe Tuk Yong, después de dirigir las actividades de las organizaciones de masas en Guyushu, fui detenido, sorpresivamente, por las autoridades militaristas reaccionarias que habían recibido información de su agente sobre nuestro viaje. Estas vigilaban con rigor nuestros movimientos. Tenían un agudo olfato, comparable con el de la policía japonesa. Incluso conocían que íbamos a Manchuria del Este para preparar la lucha armada.

    Las autoridades militaristas, percatadas de que en Manchuria central, Guyushu servía de base principal para las actividades de los comunistas coreanos, instigaron a la administración del distrito Yitong, a enviar allí a su inspector con la misión de vigilar rigurosamente cada paso nuestro.

    Allí vivía un terrateniente chino llamado Li Chuoliu, quien espiaba a hurtadillas nuestras actividades, en contacto con el referido inspector.

    Fue este Li, quien le había soplado el hecho de que nos dirigíamos de Guyushu hacia Changchun. Fuimos detenidos en Danantun, por miembros del cuerpo de defensa, movilizados con urgencia, según la información del inspector, y encerrados en una reclusión de la administración distrital. Allí nos interrogaron durante varios días y luego nos enviaron a Changchun, donde vivimos unos 20 días en la cárcel. Era mi tercera estancia en prisión.

    En Changchun permanecían Li Guanghan, director de la escuela secundaria Yuwen y el maestro Ha. Ellos, informados de nuestra detención, acudieron a las autoridades militaristas y protestaron con severidad: “Declararon inocente a Kim Song Ju en la cárcel de Jilin, ¿por qué ustedes vuelven a encarcelarlo? Nosotros mismos lo garantizamos.” Afortunadamente, me pusieron en libertad, gracias a sus gestiones.

    Si no vacilaron en salvarme en un momento tan crítico, creo, fue porque eran personalidades que comprendían y simpatizaban con el comunismo. Me dejaron una inolvidable impresión para toda mi vida, porque invariablemente se apiadaban de mí y me protegían con sinceridad, y comprendían nuestra causa.

    Ya en Manchuria del Este, efectuamos, ante todo, un cursillo en Dunhua, para los combatientes del Ejército Revolucionario de Corea y miembros medulares de las organizaciones revolucionarias.

    Ahí trazamos las tareas y las vías para dedicarnos de lleno a la preparación de la lucha armada; explicamos las cuestiones de principios relacionadas con el aseguramiento de la dirección unificada sobre las organizaciones de base del partido, y cómo agrupar en la organización a las masas dispersas. Ese cursillo merece llamar labor preliminar para la “Conferencia Invernal de Mingyuegou”, que se efectuó en diciembre de ese año.

    Después, orienté el trabajo de las organizaciones revolucionarias de las zonas de Antu, Yanji, Helong, Wangqing, Jongsong y Onsong.

    Sobre la base del perfecto conocimiento de la situación real de Jiandao y de la zona de los seis pueblos a orillas del río Tuman, a mediados de mayo de 1931, convocamos a los cuadros del partido y de la Juventud Comunista a una reunión en el hogar de Ri Chong San, en Wengshenglazi. En la historia está inscrita también con el título de “Conferencia Primaveral de Mingyuegou”.

    Wengshenglazi significa roca que emite un ruido como el de una jarra. Antes de la ocupación de Manchuria por Japón, Mingyuegou se llamó también Wengshenglazi. Los japoneses al instaurar allí una estación ferroviaria, lo denominaron Mingyuegou, nombre que se quedó definitivamente para transmitirse a las posteridades.

    Ahora Mingyuegou es la capital del distrito Antu, pero cuando dicha reunión, pertenecía al distrito Yanji.

    En ese evento participaron decenas de cuadros del partido y de la Juventud Comunista, miembros del Ejército Revolucionario de Corea y trabajadores clandestinos. Creo que estuvieron Paek Chang Hon y casi todos los demás revolucionarios renombrados de entre los comunistas de la joven generación de Jiandao.

    Pronuncié un discurso que luego se publicó bajo el título de “Rechacemos la línea del aventurerismo de izquierda y materialicemos la línea organizativa revolucionaria”, en el cual se comprendían las dos tareas que concebí en el camino de Manchuria del Este.

    Como habíamos planteado antes, en la cita analizamos y examinamos con detenimiento la esencia del motín del 30 de mayo y expusimos una línea organizativa revolucionaria, encaminada a aglutinar con firmeza a las masas trabajadoras y a agrupar sólidamente en torno suyo a todos los sectores antijaponeses, para hacer de toda la nación una sola fuerza política.

    Para hacerla realidad discutimos las tareas de constituir con firmeza un núcleo dirigente y elevar su papel independiente; restablecer y adecuar las organizaciones de masas destruidas y admitir en éstas a diversos sectores; forjarlas en la práctica e intensificar la lucha conjunta y la amistad y solidaridad entre los pueblos de Corea y China; así como se definieron los principios tácticos para pasar gradualmente del combate de poco alcance al de gran envergadura, de la lucha económica a la política y combinar con habilidad la batalla legal con la ilegal. Para finalizar, quedó subrayada la cuestión de superar de manera estricta la tendencia al aventurerismo de izquierda.

    En resumidas, puede afirmarse que la Conferencia Primaveral de Mingyuegou, efectuada en mayo de 1931, fue una reunión para conquistar a las masas. El mayor obstáculo hacia este objetivo radicaba, justamente, en ese aventurerismo. Así, pues, lo criticamos con audacia.

    En cuanto censuramos la izquierda y presentamos nuestra línea organizativa de altos vuelos, los participantes aplaudieron unánimemente.

    En el foro, intervinieron numerosas personas y sus discursos, sin excepción, fueron revolucionarios. Todos los oradores destacaron que, como la agresión de Japón contra Manchuria era un problema de tiempo, deberían prepararse a la perfección para desplegar una lucha a muerte. Ya que fue un encuentro de numerosos veteranos revolucionarios, hubo muchas palabras que merecían escucharse y tomarse como referencia.

    Aprendí mucho durante esta reunión.

    Una vez clausurada, envié a trabajadores políticos a todos los lugares de Jiandao y al interior de Corea.

    Después que dirigí algún tiempo las labores de las organizaciones del partido y de masas en Mingyuegou, me fui hacia Antu. Quise tomarlo temporalmente como punto de apoyo de las misiones, para avivar la revolución en Jiandao y en el interior de Corea.

    Como era un lugar montañoso, muy apartado del ferrocarril, de carreteras y ciudades, llegaban menos los tentáculos del imperialismo japonés y, por estar rodeado de inaccesibles montes y bosques, resultaba muy favorable para mantener contactos con las organizaciones de la zona de los seis pueblos y del interior de Corea, sin hablar ya de Yanji, Helong, Wangqing, Hunchun, Fusong, Dunhua y Huadian, en China, así como para organizar y entrenar la guerrilla e impulsar la creación de organizaciones del partido. También era muy buena la composición de sus habitantes.

    Por añadidura, como estaba situado cerca del Paektu, el monte ancestral, nosotros, que no olvidábamos ni por un momento a la patria, recibíamos un gran estímulo y consuelo espiritual, al ver su imagen sublime y majestuosa. En días de cielo trasparente, se divisaban sus picos de un blanco grisáceo recortados en el lejano espacio suroeste, y cada vez que abarcábamos con la vista su apacible panorama sentíamos un fuerte latido en el corazón, impulsados por el deseo de rescatar, arma en mano y cuanto antes, la patria perdida. Aunque debíamos emprender la lucha armada en tierra extraña, alejados de la patria, nuestro unánime anhelo era hacer sonar los disparos de la guerra antijaponesa, en ese sitio desde donde se contempla el Paektu.

    Terminado el cursillo en Dunhua, ya en abril estuve en Antu para dirigir las labores de las organizaciones de masas.

    Por entonces, mi madre padecía una enfermedad crónica. Como en aquel tiempo la medicina no estaba tan adelantada, ni siquiera tenía ella un correcto diagnóstico y se limitaba a tomar un medicamento tradicional hervido, diciendo que le parecía que en su estómago se agitaba un jok.

    No reparaba absolutamente en su mal tan crítico y sólo se preocupaba por mí, que andaba por el mundo, sin tener dinero suficiente, mientras que invertía todas sus fuerzas en el trabajo de la Asociación de mujeres.

    Al volver a Antu al cabo de dos meses, no podía quitarme la inquietud por mi madre.

    Sin embargo, una vez en Antu, me sentí bastante aliviado, pues la vi con el rostro más animado que lo previsto. Si bien me aconsejaba siempre que me dedicara por entero a la obra por la recuperación del país, sin pensar en la familia, no cabía en sí de alegría, cada vez que la visitaba, y trataba de disimular su estado de salud.

    En el patio de la casa, mi abuela de Mangyongdae salió descalza a mi encuentro y me abrazó. Vino a Manchuria el año en que murió mi padre y permaneció en Fusong, junto a mi madre, compartiendo la pobreza de la familia sin regresar a su tierra natal. Cuando mi familia se mudó de Fusong para Antu, ella la acompañó. Una vez aquí se alojó en casa de los abuelos de Yong Sil, por línea materna, en Xinglongcun, pero comía y dormía alternativamente allí y en mi casa.

    Yong Sil fue la única hija de mi tío Hyong Gwon.

    Desde que lo encarcelaron, a su esposa Chae Yon Ok le embargó una profunda tristeza. Era lógico que sus nervios se resintieran porque se lo llevaron a la cárcel desgraciadamente, cuando ella acababa de dar a luz una hembra.

    Después que mi tío fue condenado a 15 años de prisión, le envié una carta recomendando que volviera a casarse, confiando su hija a otra familia. Pero no lo aceptó. Dijo que mientras su cuñada viuda no actuaba así y criaba a sus tres hijos en medio de la pobreza, ella no podía casarse con otro hombre, tanto más cuanto que aún vivía su marido, y que si actuaba así, cuán triste se pondría él. “Si yo contrajera matrimonio con otro hombre, abandonando a Yong Sil, prosiguió, ¿crees que podría dormir a pierna suelta y tragar alimentos? Te sugiero que no vuelvas a decirme esas cosas.” Ella era virtuosa y tenía fuerte voluntad.

    No bien trasladada a Antu, mi madre la envió a casa de sus padres en Xinglongcun, para que cambiara su estado de ánimo.

    Mi abuela la acompañó y la ayudaba en los quehaceres, mientras le servía de compañía para conversar. Mientras tanto, si se acordaba de su nuera mayor, acudía para cocerle plantas medicinales y prepararle comida. Padeció, en silencio, muchos sufrimientos para atender a sus dos nueras enfermizas.

    Si mi abuela permaneció unos años en tierra extraña y no regresó a su pueblito natal, fue por su condición de madre política bondadosa y bienhechora, que lamentaba la situación de sus dos sufridas nueras.

    El día de mi llegada a Antu, ella durmió a mi lado.

    Me desperté muy avanzada la noche, y descubrí que mi cabeza reposaba en su brazo. Seguro que cuando me dormí profundamente ella deslizó la almohada y abrazó mi cabeza. No me atreví a trasladar la cabeza a la almohada, porque su cariño me llegó a lo más íntimo del alma.

    Mi abuela no estaba dormida y me preguntó en voz baja:

    —¿No has olvidado tu tierra natal?

    —No, abuelita. Ni por un momento me he olvidado de Man-gyongdae. De veras, quiero ver a mis parientes de allí.

    —Con franqueza, he venido aquí, a Manchuria, para llevármelos a todos ustedes. Aunque no podía hacerlo contigo, quise regresar junto con tu madre y hermanos. Pero tu madre no lo acepta obstinadamente. Dice que, por haberse ido su marido de este mundo, no puede desandar con ligereza el camino andado, porque está decidida a no cruzar otra vez el río Amrok, antes de restaurar el país. Su determinación es tan firme que cuando partía de Fusong, ni una vez volvió su mirada hacia atrás. Por eso no volví a sugerirle que regresara conmigo a la tierra natal. Si vivir aquí es más beneficioso para la independencia de Corea, no insistiré más, me iré sola a Mangyongdae. Si añoras a tu tierra natal y a tus abuelos, escríbenos, de vez en cuando. Entonces, consideraré eso como nuestro encuentro. Sabes que no puedo viajar con frecuencia por aquí.

    Mas no cumplí ni una vez esta petición.

    No le escribí, pensando que lo reemplazarían la aparición frecuente de mi nombre en los periódicos de la patria y las informaciones acerca de los éxitos de combate de la Guerrilla Antijaponesa.

    Mi abuela dio un ligero suspiro y continuó:

    —Para que puedas entregarte a tu causa tu madre debería estar sana, pero me inquieta porque pone demasiado empeño en el trabajo, sin reparar en su salud que empeora de día en día.

    Al escucharle, me embargó la preocupación por mi madre y no volví a conciliar el sueño. Muchas ideas me cruzaron por la mente, al acordarme de mi obligación como primogénito encargado de una familia, como nieto mayor de la de Mangyongdae.

    En aquella época, entre los jóvenes que participaban en la revolución, junto a nosotros, estaba muy de moda, el criterio de que los valientes, puestos en el camino de la lucha, debían olvidar, necesariamente, a la familia. Era opinión general de los revolucionarios jóvenes que quien pensara en los suyos, no podría acometer una gran empresa.

    Desde temprano, critiqué tal tendencia y dije que si uno no amaba a su familia, tampoco podía hacerlo con sinceridad con su patria y con la revolución.

    Entonces, ¿cuánto la amaba y atendía yo? Mi invariable concepto de la lealtad a la familia era que entregarme por entero a la revolución venía a ser la máxima expresión del amor hacia ella. Ni una vez pensé en una lealtad a la familia, desvinculada de la revolución, pues su destino y el de la patria estaban inseparablemente ligados. Es opinión común que la seguridad del país debe preceder a la de la familia. El infortunio de aquel ejerce su influencia, inevitablemente, sobre varios millones de familias que lo constituyen. Así es como para proteger la seguridad y la felicidad de su familia, cada uno debe defender su país, y para alcanzar este objetivo, ha de cumplir con responsabilidad la misión que tiene como ciudadano.

    Sin embargo, hacer la revolución no puede ser pretexto para olvidar la familia. El amor hacia ésta es, precisamente, una fuerza motriz que estimula al revolucionario a la lucha. Si se enfría dicho sentimiento, se aplaca su fervor.

    Conocía yo este principio de la correlación entre la familia y la revolución, aunque no tenía una clara noción de cómo debía atenderla quien estuviera decidido a consagrar todo su ser a la revolución.

    Por la mañana, escudriñé la casa por dentro y por fuera. Había muchas tareas que esperaban por la mano de un hombre. Ni siquiera existía suficiente reserva de leña.

    Decidí aprovechar esa oportunidad para atender los quehaceres de la familia, para ayudar a mi madre. Ese día, lo dejé todo para otra ocasión y subí a la montaña en compañía de Chol Ju. Queríamos traer leña.

    Pero, entonces, vi que mi madre había regresado del pozo y nos seguía con un rodete y una hoz. No supe cuándo advirtió nuestro propósito. Le imploré que volviera a casa, pero, en vano.

    —¿Crees que os acompaño sólo para ayudaros?, —dijo con amplia sonrisa—. Quiero charlar contigo en la montaña. Sabes que ayer, por la noche, hablaste únicamente con tu abuela.

    Sólo entonces llegué a comprender el propósito de mi madre. De hecho, en la casa, mi abuela se apoderaba de mi ser. Si ella me soltaba, me seguían mis hermanos menores y no me dejaban en libertad.

    Mientras recogíamos leña, mi madre no se apartó de mi lado, charlando conmigo.

    —Oye, Song Ju, ¿conoces a un tal Choe Tong Hwa?

    —Sí. El se dedica al movimiento comunista, ¿no?

    —Estuvo en nuestra casa días atrás. Me preguntó cuándo tú regresarías a Antu y pidió que si volvías se lo avisara. Agregó que quería entablar una lucha de palabra.

    —No me digas, ¿qué quiere con eso?

    —Dijo que no le gusta que tú andes por todas partes, difundiendo que la sublevación del 30 de mayo fue un error. Se quejó de que un hombre tan inteligente como tú, lo censurara con tanta saña, pese a que lo apoyaba y respaldaba la instancia superior. Dime, ¿no le estás cogiendo ojeriza a los demás?

    —Es probable, mamá. Parece que existen personas a quienes no agradan mis argumentos. ¿Cómo piensas tú?

    —Qué sé yo de las cosas del mundo. Pero no me gusta ver que muchas personas sean asesinadas o detenidas. Si desaparece la flor y nata, ¿quién va a hacer la revolución?

    Me sonaron muy agradables estas palabras modestas, pero precisas y claras. El pueblo siempre juzga correcto. Reafirmo que no existen fenómenos sociales que él no pueda analizar.

    —Tienes razón. Has considerado el problema de forma más justa que Choe Tong Hwa. La revolución sigue siendo perjudicada por la sublevación. Ya lo ves. Estoy aquí en Antu para remediar la situación.

    —Entonces deberías trajinar tan atareado como en la primavera pasada. Dedícate a tus tareas, sin ocuparte, como ahora, de asuntos de la familia.

    Eso era el quid de lo que ella quería hablarme. Creí que para decírmelo sacó a colación aquel día lo de Choe Tong Hwa.

    A partir de ahí, me entregué exclusivamente a la constitución de las organizaciones, según su deseo.

    Antu también sufrió mucho por la sublevación del 30 de mayo. Encima, allí no marchaban con satisfacción las tareas para organizar a las masas. Para imbuirles la conciencia revolucionaria resultaba necesario, en primer lugar, ampliar las organizaciones del partido, engrosar sus filas e implantar un ordenado sistema de dirección sobre éstas.

    A mediados de junio de 1931, constituimos el comité regional del partido en Xiaoshahe, en el distrito Antu, con Kim Jong Ryong, Kim Il Ryong y otros miembros medulares, y le confiamos enviar a sus trabajadores políticos a Erdaobaihe, Sandaobaihe, Sidaobaihe, Dadianzi, Fuerhe, Chechangzi, para crear organizaciones de base.

    Una vez estructurado dicho comité, ampliamos las agrupaciones de la Juventud Comunista en Liushehe, Xiaoshahe, Dashahe, Antu y demás zonas, así como formamos allí organizaciones antijaponesas, entre otras, la Asociación de campesinos, la Unión antimperialista, la Asociación de ayuda a la revolución y el Cuerpo de niños exploradores.

    Así fue como, en el verano de ese año, en la zona de Antu, concluyó el trabajo básico para organizar a las masas. No había ninguna aldea que no tuviera su organización.

    El mayor valladar para la transformación revolucionaria de Antu, era la división de las filas en grupúsculos.

    Antu estaba dividido por el río en las aldeas Henan y Hebei donde funcionaban por separado diferentes asociaciones juveniles. La de Hebei estaba patrocinada por los descendientes de la junta Jong-ui y, la otra, por Sim Ryong Jun y otras personalidades de la junta Chamui. Estas dos agrupaciones se miraban de reojo y censuraban una a otra, e, incluso, se extendía allí la línea de la organización juvenil del grupo M-L, dirigida por Choe Tong Hwa, razón por la cual era muy complicado el movimiento juvenil.

    Dada la situación, no nos limitamos a restaurarlas, sino que educamos y orientamos a sus militantes para fusionarlas en una. Como criticamos sin piedad, y nos guardamos aun de las mínimas expresiones del intento de dividir el movimiento juvenil, también Choe Tong Hwa, habituado a las riñas sectarias, no podía menos que considerar con prudencia nuestra opinión de que en la zona de Antu se debía formar una organización juvenil unificada.

    En el curso de la transformación revolucionaria de Antu, también los elementos hostiles recrudecieron sus intrigas obstruccionistas.

    En lugares como Kalun y Wujiazi, los alcaldes actuaban, sin excep-ción, bajo nuestra influencia, pero en Xinglongcun, ocupaba este puesto un agente que servía al perverso terrateniente Mu Hanzhang. Espiaba cotidianamente las tendencias de los aldeanos y los movimientos de las organizaciones de masas y luego acudía a la ciudadela, para informarlo a sus amos. Convocamos a todos los hombres y mujeres, ancianos y niños de Xinglongcun para una reunión de protesta y lo expulsamos de allí.

    Días después, Mu Hanzhang vino a verme y discutió conmigo:

    —Ya presentía que usted, señor Kim, era un comunista. Pero, lo que me intranquiliza es que yo siempre estoy en Jiuantu y aquí queda sólo mi guardia privada. Si esos necios se percatan de quién es usted y le hacen daño, me convertiré en un enemigo de todos los comunistas. Por eso, tampoco me es fácil pasar por alto lo que sucede ahora. Si lo saben los japoneses, me degollarán primero. Así que debemos resolver el problema en favor de ambas partes. Sugiero que usted se marche de aquí. Si no tiene dinero para el viaje, le facilitaré la cantidad que necesite.

    Le escuché hasta el fin, y contesté:

    —Usted no tiene por qué inquietarse tanto. Estoy seguro que pese a ser un terrateniente, mantendrá su conciencia como chino y odiará al imperialismo japonés, que se abalanza para tragarse a su país. Creo que tampoco tendrá causa para oponérsenos y dañarnos. No quiero tachar de malos, ni a usted ni a los miembros de su guardia, que son jóvenes de China. Si usted fuera un hombre mezquino, no le abriría así mi corazón. Le pido, por favor, que deje de preocuparse por mí y cuídese de que no sea censurado como un “perro” de los enemigos japoneses.

    No quiso hablar más y partió de Xinglongcun.

    Más tarde, Mu Hanzhang y los miembros de su guardia, adoptaron una posición neutral y nos trataron con prudencia, en tanto que el alcalde recién nombrado, cumplió con cautela sólo sus deberes administrativos inevitables tanteando el estado de nuestro ánimo.

    Si no hubiéramos plasmado a su debido tiempo la orientación de organizar a las masas en Antu, no habríamos amansado a un gran terrateniente como Mu Hanzhang en el territorio devastado de Jiandao, por donde había pasado el huracán del terrorismo blanco, ni lo hubiéramos convertido en un ser inofensivo, mediante su neutralización.

    La fuerza de las masas organizadas es, realmente, inagotable, y ante ésta, no puede concebirse el término imposible.

    Las organizaciones revolucionarias de Xinglongcun y de sus contornos, iban incrementando con vigor su fortaleza.

    

    

    

    2. Incidente del 18 de Septiembre

    

    

    En el verano y el incipiente otoño de 1931, después de hacer que las organizaciones revolucionarias de Antu marcharan por su órbita, con el propósito de alcanzar mejores resultados trabajé en los locales de Helong, Yanji y Wangqing, para incorporar en su seno a las masas que se habían dispersado, como consecuencia de la sublevación del 30 de mayo.

    El Incidente del 18 de Septiembre estalló cuando actuaba en Dunhua manteniendo relación con Antu, Longjing, Helong, Liushuhe, Dadianzi y Mingyuegou. Llevaba a cabo mi labor con los activistas de la Juventud Comunista en una aldea cercana a Dunhua.

    El 19 de septiembre, temprano en la mañana, Chen Hanzhang vino de prisa y me avisó del ataque a Shenyang por el ejército Kwantung.

    —¡Es la guerra! ¡Los japoneses acabaron por encenderla!

    Se sentó fatigado en el poyo, exhalando un gemido pesado, como quien llevara encima una gran carga. Pronunció la palabra guerra, con voz triste y solemne.

    Fue un hecho previsto desde hacía mucho y que ocurrió aproximadamente en el tiempo que se suponía. No obstante, resultó un choque tremendo para mí, que tuve el presentimiento de la inminencia de las calamidades para la nación coreana y cientos de millones de chinos, y del cambio trascendental de mi destino.

    Más tarde, por diversas fuentes supimos con claridad todo el proceso del acontecimiento.

    En la noche del 18 de septiembre de 1931, fue volado el ferrocarril en posesión de una compañía ferrocarrilera japonesa de Manchuria, en Liutiaogou, al oeste de Beidaying, Shenyang. Bajo el absurdo pretexto de que las tropas de Zhang Xueliang lo habían dinamitado atacando la guarnición de Japón, los imperialistas nipones se lanzaron al ataque sorpresivo, ocupando, de un golpe, Beidaying, y se apoderaron del aeropuerto de Shenyang, en la mañana del día 19.

    Sucesivamente, grandes ciudades de la región noreste de China como Andong, Yingkou, Changchun, Fengcheng, Jilin y Dunhua, además de Shenyang, fueron tomadas por el ejército Kwantung y por las tropas llegadas del otro lado del río Amrok. En menos de cinco días, los agresores ocuparon la mayor parte del extenso territorio de las provincias Liaoning y Jilin y extendieron el área de conflicto hacia Jinzhou.

    Fue a la velocidad de un relámpago, al pie de la letra.

    Los imperialistas japoneses responsabilizaban del incidente a la parte china, tergiversando la verdad, pero nadie quiso creer en su falsa propaganda, pues todo el mundo conocía bien su astuta naturaleza. Como más tarde fue reconocido por los mismos promotores del incidente, la voladura del ferrocarril de propiedad japonesa, premeditada para prender su mecha, fue ejecutada por el aparato de espionaje del ejército Kwantung. Entonces escribimos para la prensa, denunciando el suceso de Liutiaogou como una patraña del imperialismo japonés para conquistar a Manchuria.

    En la mañana del 18 de septiembre de 1931, poco antes del hecho en cuestión, uno de los autores de este complot, el coronel Doihara Kengi (jefe del organismo de servicio especial en Shenyang), apareció de repente en Soul, cuando las tropas Kwantung estaban alerta. Visitó a Kanda Masatane, oficial superior del estado mayor del ejército japonés en Corea y le explicó el motivo de su visita, dejando entrever que así evitaría la molestia de los periodistas. Esto significaba que se refugiaba de antemano en Corea, para eludir el acosamiento del enjambre de corresponsales que le molestarían con el estallido del incidente de Manchuria.

    A la misma hora, según se dice, el general de ejército Watanabe Gotaro, jefe del cuartel general de aviación de Japón, llegó a Soul y asistió a un banquete en un restaurante denominado Paekunjang, junto con su homólogo, el general Hayashi Senguro, comandante del ejército estacionado en Corea. Debería calificarlo de procedimiento demasiado sosegado y circunspecto para personas que preparaban un choque tan espantoso como el de Manchuria.

    La lectura de estos datos históricos me hace recordar, no sé por qué, el hecho de que en la víspera de la guerra coreana, Truman se encontraba en su finca de recreo. La similitud que descubrimos en las dos diferentes contiendas, el Incidente del 18 de Septiembre y la guerra coreana, no consiste sólo en que ambas fueron desatadas de modo sorpresivo, sin declaración. En sus procedimientos constatamos la astucia y la desvergüenza propias de los imperialistas y su naturaleza agresiva y dominacionista contra otros países.

    Aunque hay personas que consideran la historia como una acumulación de sucesos no repetidos, no podemos desestimar en absoluto la semejanza y la tendencia común entre acontecimientos particulares.

    Que Japón provocara un incidente, como el del 18 de Septiembre para ocupar a Manchuria, era un hecho consumado, muy claro para nosotros. Lo vaticinamos más de una vez: con el asesinato de Zhang Zuolin16, que perpetraron los imperialistas japoneses con dinamita; el suceso de Wanbaoshan que engendró una seria oposición entre los pueblos coreano y chino, y el de la “desaparición” del capitán Nakamura, del estado mayor del ejército Kwantung, quien se ocupaba de espiar disfrazado de “agrónomo”.

    Especialmente, el de Wanbaoshan me causó un fuerte choque.

    Esta es una pequeña aldea, situada a 28-32 kilómetros al noroeste de Changchun. Allí se desencadenó un conflicto entre coreanos inmigrados y aborígenes chinos por un canal de riego. El canal que abrían los coreanos para cultivar arroz con el agua del Yitong, invadió sembrados de los chinos. Además, el embalse en este río podía originar inundaciones en la temporada de lluvia. Por estas razones, los nativos se oponían a la obra.

    Los japoneses incitaron a los campesinos coreanos a que lo llevaran a cabo obstinadamente, resultando que el litigio se extendió hasta Corea, y que causó pérdidas humanas y materiales. Ellos aprovecharon con habilidad el pleito de índole local que se observaba a menudo en el campo, para meter cizaña entre las dos naciones.

    Si los japoneses no hubieran sembrado la discordia y hubieran existido entre los campesinos personas cultas, con juicio razonable, el litigio habría terminado como una simple disputa verbal, sin convertirse en actos violentos, que produjeron daños materiales y humanos. El hecho fomentó la enemistad entre los pueblos coreano y chino, profundizando más el malentendido y la desconfianza entre ellos.

    Sin poder dormir reflexioné: ¿Para qué se necesita una contienda sangrienta entre dos pueblos que sufren similares desgracias, por culpa de los imperialistas japoneses? ¡Qué vergonzoso! ¡Pelean furiosos por un canal de irrigación, cuando las dos naciones deben luchar, codo con codo, en un mismo frente, bajo la gran bandera antijaponesa! ¿Por qué y por quién se produjo esta catástrofe? ¿Quién saca provecho y quién sufre daños?

    Deduje que podía ser una farsa premeditada y el prólogo de algún acontecimiento terrible. Era sospechoso que los japoneses del consulado de Changchun se inmiscuyeran en un pleito eventual entre agricultores, pretendiendo la “defensa” de los intereses de los coreanos. ¿Ellos no se habían apoderado de las tierras cultivables de Corea, por medio de leyes de rapiña como el “censo de la tierra” y practicaban una despiadada política agrícola colonial? ¿Cómo, de repente se convertían en “protectores” de nuestros campesinos? Era una ridícula caricatura política. Resultaba dudoso también que la corresponsalía del periódico “Kyongsong Ilbo” en Changchun, comunicara presurosa el litigio de Wanbaoshan a su editora y que en Corea esparcieron con premura los extras con el tema.

    Era posible, pensé, que el cerebro paranoico del imperialismo japonés hubiera tramado con éxito tamaña intriga aprovechando con presteza ese insignificante problema regional, para enemistar a los pueblos de Corea y China. Entonces, ¿para qué necesitaba de esta patraña?

    Mientras nos dedicábamos al reajuste de las organizaciones revolucionarias en parajes remotos de Jiandao, los imperialistas japoneses se preparaban de prisa para algo.

    La “desaparición” del capitán Nakamura, que aconteció en el verano del mismo año, poco después del caso de Wanbaoshan, llevó las relaciones chino-japonesas al borde de la guerra. Con motivo de ésta, en el territorio de Japón tuvieron lugar sucesivamente actos inquietantes. Jóvenes oficiales de Tokio celebraron exequias en memoria de Nakamura, en el templo Yasukunigingia, pintaron con su sangre la bandera nacional, y la colocaron encima del templo, para excitar a la población a una guerra. Múltiples entidades interesadas en Manchuria efectuaron conferencias conjuntas sobre el problema de Manchuria y Mongolia, vociferando ruidosamente que se podía resolver sólo con el uso de la fuerza.

    Juzgué que la agresión del imperialismo japonés a Manchuria, era cuestión de tiempo. Tenía fundamentos para afirmarlo.

    Como está definido en el “memorial de Tanaka”, conquistar sucesivamente a Corea, Manchuria, Mongolia, China y el resto de Asia, fue la principal política japonesa conforme a la cual la rueda de acero del Japón militarista, cautivado por la ambición de ser el dueño absoluto de Asia oriental, rodaba sin cesar.

    Los imperialistas nipones aprovecharon la “desaparición” del capitán Nakamura para concentrar en Shenyang fuerzas del ejército Kwantung y ponerlas en posición de ataque.

    Chen Hanzhang expresó su inquietud y angustia:

    —Casi estamos inermes frente a la agresión del ejército japonés a Manchuria.

    Había depositado cierta esperanza en la banda militarista de Zhang Xueliang, del Kuomintang. En una ocasión manifestó que, aunque vacilantes por el momento, si se producía algo que dañara la soberanía nacional, se verían obligados a resistir, para mantener su prestigio ante la nación china y bajo la presión de cientos de millones de habitantes.

    Le expliqué que estar confiado en la resistencia de los militaristas del Kuomintang era forjarse vanas ilusiones:

    —Acuérdate del atentado a Zhang Zuolin. Si bien está claro que fue un complot del ejército Kwantung y existen pruebas evidentes, la banda militarista del noreste de China no investigó el hecho, ni preguntó acerca de la responsabilidad a ese ejército. E incluso, permitió la presencia de los japoneses ante el ataúd de la víctima. ¿Debemos tomarlo sólo como manifestación de cierta prudencia, de debilidad y vacilación? El Kuomintang trae cientos de miles de soldados al área del soviet central de Jiangxi, con miras a eliminar al Partido Comunista y “moler” al ejército rojo obrero-campesino. Tiene la ambición de extirparlos, aun cediendo una parte del territorio nacional al imperialismo japonés. Su línea es la de liquidar las fuerzas comunistas y estabilizar la situación política del país, antes de atacar al enemigo foráneo. Después del asesinato de su progenitor, Zhang Xueliang se inclinó definitivamente hacia el Kuomintang y sigue a ciegas su oprobioso lineamiento. No habrá resistencia, y abrigar expectativas es absurdo.

    Chen Hanzhang me escuchó serio, pero sin expresar aprobación. No quiso renunciar a sus esperanzas en Zhang Xueliang, e insistió:

    —Sí, es verdad que éste sigue la línea del Kuomintang. Pero, se verá obligado a resistir a los agresores cuando sea evidente la pérdida completa del territorio noreste, su base política, militar y económica.

    Fue entonces cuando se desencadenó el Incidente del 18 de Septiembre y las tropas de Zhang Xueliang con cientos de miles de efectivos se retiraron de Shenyang, sin hacer ninguna resistencia. Por eso, Chen Hanzhang, atónito ante la noticia, vino presuroso a verme, y me dijo:

    —Camarada Song Ju, fui un soñador estúpido e ingenuo.

    Hizo una pausa para contener la excitación que le estremecía, y continuó.

    —¿Cuán necio fui al pensar que personas como Zhang Xueliang se aprestarían a defender la tierra noreste de China. Es un cobarde y un general derrotado, que ha traicionado la confianza de la nación china y renunciado a la resistencia antijaponesa. Antes visité Shenyang y vi que toda la ciudad estaba llena de soldados suyos. En las calles pululaban los militares con armas modernas. No obstante, se retiraron sin disparar una bala. ¡Qué lamentable! ¿Cómo podemos comprenderlo?

    Chen Hanzhang, comúnmente paciente y tranquilo, estuvo muy excitado aquella mañana y se lamentó en voz alta.

    Posteriormente, Zhang Xueliang se pronunció por la lucha antijaponesa y contribuyó a la cooperación entre el Kuomintang y el Partido Comunista. Pero durante el incidente de Manchuria, tenía mala reputación.

    Invité a Chen Hanzhang a la habitación y le consolé.

    —Cálmate, camarada Chen. Desde antes, preveíamos la agresión del ejército japonés a Manchuria. No hay, pues, motivo para escandalizarse. De ahora en adelante debemos observar muy atentos el desarrollo de la situación y hacer preparativos para enfrentarla.

    —Por supuesto. Pero, de todos modos, me siento demasiado indignado y resentido. Parece que yo abrigaba excesivas expectativas sobre Zhang Xueliang. Anoche no pude conciliar el sueño. Atormentado toda la noche por aflicciones, he venido directamente aquí. Camarada Song Ju, ¿sabes cuántos son los soldados del ejército del noreste de Zhang Xueliang? Por lo menos, 300 mil. No es una cifra simple. Pero, abandonaron a Shenyang en una noche, sin disparar siquiera una bala … ¿Puede ser tan cobarde e impotente nuestra nación china? ¿Va arruinándose así la patria de Confucio, Zhu Geliang, Dufu y Sun Zhongshan?

    Chen Hanzhang se lamentó golpeándose el pecho. Por sus mejillas corrían sin cesar las lágrimas.

    El infortunio de su nación le había indignado y entristecido mucho. Este sublime sentimiento es inherente sólo a los que aman a la patria y sus sagrados derechos inalienables.

    En cierta ocasión, también derramé lágrimas, a escondidas, al pie de un pequeño pino de mi aldea natal, pensando en mi patria pisoteada por los enemigos japoneses. Fue en un domingo en que estuve en la colina Mangyong, hasta la puesta del sol, por no poder aguantar la indignación después de ver a un viejo molido a puntapiés por un policía japonés, en la ciudadela de Pyongyang.

    Estuve muy apenado y triste, preguntándome como Chen Han-zhang: ¿Cómo es posible que nuestro país, que se enorgullecía de cinco mil años de historia, se arruinase, de la noche a la mañana? ¿Cómo lavar esta vergüenza?

    En este aspecto, Chen Hanzhang y yo experimentamos iguales ofensas. Si antes, la comunidad de ideales nos unió, desde aquel día, la similitud de posiciones reforzó nuestra amistad. Como el proverbio que dice: los hombres con igual enfermedad se familiarizan, podría expresar que, en tiempos de infortunio, se profundizan la amistad, la camaradería y el cariño entre las personas. Gracias a igual posición, objetivo y causa, los pueblos y comunistas de Corea y China pudieron estrecharse fácilmente, como si fueran hermanos. Si los imperialistas se coaligan temporalmente para sus ganancias, los comunistas realizan su firme unidad internacionalista, en aras de la liberación y el bienestar de los seres humanos, su meta de lucha común. Percibí la aflicción de Chen Hanzhang, como la mía, y las desgracias de la nación china, como las de la coreana.

    Si Jiang Jieshi, Zhang Xueliang y otros caudillos políticos y militares, capaces de movilizar cientos de miles y hasta millones de soldados, hubieran tenido, por lo menos, el patriotismo y la perspicacia de que disponía un joven de Dunhua, la situación se habría desarrollado de otra manera. Si se hubieran unido con los comunistas, desistiendo de la política anticomunista, y puesto el destino de la nación por encima de los intereses particulares y de su partido, y si hubieran exhortado al pueblo y a todas las fuerzas armadas, a la resistencia antijaponesa, habrían podido detener, al comienzo, la agresión del imperialismo japonés y defender honrosamente el territorio y el pueblo.

    Pero no tenían en consideración ni la patria ni la nación.

    Antes del ataque japonés a Manchuria, Jiang Jieshi dictó al ejército de Zhang Xueliang, en el noreste de China, la orden de “mantener prudencia y evitar el choque, por todos los medios, cuando exista provocación por parte del ejército japonés”, a fin de impedir previamente la resistencia del ejército. Este hecho provocó, más tarde, la indignación de cientos de millones de chinos.

    Después del Incidente del 18 de Septiembre, el gobierno de Jiang Jieshi, en Nanjing, publicó una declaración capituladora llamando al pueblo y al ejército de China a mostrar serenidad y paciencia, sin resistir al ejército japonés, lo cual los desanimó. Podría afirmarse que el destino de Manchuria estaba determinado, antes de los acontecimientos de ese día. Para colmo, envió a un delegado a Tokio, para negociaciones secretas con el gobierno japonés, mediante las cuales Jiang Jieshi cometió un acto vendepatria, al acordar la concesión a Japón de la zona fronteriza soviético-china, bajo la condición de que éste no ocuparía otras regiones.

    Si Jiang Jieshi ejecutó, sin vacilación, este acto traidor sin reparar ni siquiera en su propio orgullo como presidente de un gran país con cientos de millones de habitantes y millones de kilómetros cuadrados de superficie, fue porque temía más al fusil de su pueblo dirigido a los terratenientes, capitalistas entreguistas y burócratas del Kuomintang, que al cañón de Japón.

    En fin, las tropas del noreste con 300 mil soldados se retiraron ante el ataque del ejército Kwantung, cuyos efectivos no alcanzaban ni a la vigésimoquinta parte de aquellos, dejando atrás la extensa tierra de Manchuria con inagotables recursos naturales.

    Alenté a Chen Hanzhang, que permanecía melancólico.

    —La situación actual no nos permite confiar en ningún partido, banda militarista o fuerza política. Solo debemos tener confianza en nosotros mismos y en nuestra propia fortaleza. La realidad nos exige armar a las masas y levantarnos en la guerra antijaponesa. Tenemos que tomar las armas para salvarnos.

    Chen Hanzhang me apretó las manos, sin decir nada.

    Estuve con él hasta la noche, procurando darle ánimo. De ser por el destino trágico del país, yo debía estar más triste que él. Si Chen Hanzhang había perdido una parte de su patria, yo era hijo de una nación esclava, privada completamente de su territorio nacional.

    Me rogó que fuéramos a su casa y, al día siguiente, nos dirigimos a Dunhua.

    El Incidente del 18 de Septiembre estremeció no sólo a Corea y China, sino al mundo entero. Ese cañonazo lo dejó otra vez atónito, como cuando Japón ocupó a Corea. La humanidad lo consideraba como inicio de un nuevo conflicto mundial.

    Japón describió este acontecimiento como un hecho eventual, de importancia regional, que se podía resolver mediante negociaciones entre China y Japón, pero los pueblos del orbe no comulgaron con ruedas de molino. La justa opinión pública mundial condenó la ofensiva de Japón a Manchuria, como criminal acto agresivo contra un Estado soberano y exigió el retiro de su ejército de la zona ocupada.

    Sin embargo, los imperialistas, encabezados por los estadounidenses, mostraron simpatía hacia la agresión de Japón, con disimulada esperanza de que éste dirigiera la punta de lanza de su ataque hacia la Unión Soviética. La Liga de las Naciones envió a Manchuria una delegación de investigación, con Lytton al frente, que adoptó una posición ambigua, en vez de distinguir lo bueno de lo malo, manteniéndose al lado de la justicia, y no pudo declarar a Japón como agresor.

    El cañonazo de la guerra que estremeció el continente, y la huida precipitada de grandes fuerzas de Zhang Xueliang, ante la furiosa ofensiva del ejército japonés, desalentaron a cientos de millones de personas. El mito del “invencible ejército imperial”, originado por el triunfo en la guerra chino-japonesa y la ruso-japonesa, se mostró como tal. Olas de terror, acompañadas de rencor e indignación, azotaron Corea, Manchuria y el resto del continente asiático. En medio de ese oleaje de temor, todas las fuerzas armadas y políticas, organizaciones revolucionarias, personajes preocupados por el destino del país y otras personalidades comenzaron a mostrar su verdadera faz.

    La explosión del Incidente del 18 de Septiembre empujó a las zonas montañosas a la mayoría de las fuerzas restantes del Ejército independentista, que estaba a punto de descomponerse y al seno del imperialismo japonés a las personas que se pronunciaban por el incremento de la capacidad. Mientras los soldados de las tropas independentistas retornaban, alicaídos, a sus tierras natales, tras enterrar sus viejos fusiles, los reformistas nacionales vociferaron acerca de la amistad con Japón. Y aquellos que insistían en la resistencia de salvación nacional, con sucesivas declaraciones de independencia, se apresuraron a emigrar hacia el extranjero cantando “Nostalgia”. Hubo también independentistas que huyeron a Jinzhou, Changsha y Xian, en pos de las tropas de Zhang Xueliang, que abandonaron las zonas donde actuaban hasta ayer.

    Con los sucesos del 18 de Septiembre, en el seno de la nación se aceleró el complicado proceso de descomposición que distinguía a los patriotas de los vendepatrias, a los antijaponeses de los pronipones, y al espíritu de sacrificio del conservadurismo. Según su concepción de la vida, cada cual se pegó al polo positivo o negativo. El incidente de Manchuria jugó el papel de piedra de toque, al revelar la inclinación y la naturaleza de los integrantes de la nación.

    En Dunhua, Chen Hanzhang y yo deliberamos sobre el citado hecho, durante varios días. Al comienzo, estábamos perplejos. Resultaba claro que debíamos tomar las armas, pero no podíamos decidir por dónde y cómo empezar la empresa, frente al impetuoso avance del ejército japonés. Mas, recuperamos enseguida la paciencia y analizamos con agudeza el desarrollo de la situación.

    Pensé mucho en la influencia que la agresión del imperialismo japonés a Manchuria ejercía sobre la revolución coreana.

    La invasión del ejército japonés y su ocupación de Manchuria significaban la aparición del enemigo en nuestro flanco. Bajo el “convenio Mitshuya”, desde hacía varios años, los funcionarios japoneses habían reforzado la represión sobre los independentistas y comunistas de Corea, con ayuda de los militaristas reaccionarios de China. Pero, muy rara vez se expedían a Manchuria los soldados y policías japoneses estacionados en Corea. Lo prohibía el acuerdo concertado anteriormente con China.

    La misión de detectar y arrestar a los revolucionarios coreanos en esta región estaba encargada a los policías del consulado japonés allí acreditado.

    Antes del incidente de Manchuria, las tropas ocupantes de Corea no pudieron entrar en la región noreste de China. Sólo se estacionaban allí dos compañías suyas que, bajo permiso de la parte china, se quedaron en Hunchun, cuando se retiraban de su ataque a Siberia durante la guerra civil en Rusia.

    Pero, después del 18 de Septiembre, Manchuria se convirtió en un ruidoso escenario del ejército japonés. Decenas de miles de sus soldados, procedentes de Corea, Shanghai y Japón, invadieron, como marea, el lugar. El territorio de Manchuria se transformó en la primera línea de batalla, donde se hallaban confundidos los soldados de ambas partes. Y la frontera entre Corea y Manchuria se eliminó de hecho.

    Su ocupación podía crear, sin duda alguna, grandes dificultades para nuestra lucha en esta región, que considerábamos como punto de apoyo para nuestras acciones. Dado que un objetivo de Japón al agredir a Manchuria, consistía en estrangular la enérgica batalla de liberación nacional del pueblo coreano en esa región y facilitar la preservación del orden social en Corea, debíamos estar dispuestos a enfrentar la amenaza del ejército y la policía nipones en nuestras ulteriores actividades.

    Pensé que el garrote de hierro de la “nueva ley de mantenimiento de la seguridad pública”, vigente en Corea, caería también sobre la cabeza de los coreanos residentes en Manchuria.

    Si Japón establecía allí un Estado títere, se crearía otra gran barrera para nosotros. Efectivamente, la existencia del “Estado manchú” fabricado por Japón, posteriormente, constituyó un tremendo obstáculo para nuestra actividad.

    La ocupación de Manchuria por Japón empujaría a la miseria a cientos de miles de coreanos residentes allí. La libertad de los inmigrantes coreanos, que vivían fuera del yugo de la política del gobernador general, en zonas sin enemigos nipones, podía terminar como un sueño de primavera, y su abandono del país natal, para establecerse en tierra extraña, perdería su sentido.

    No obstante, no pensamos sólo en la situación desfavorable después del Incidente del 18 de Septiembre. Si hubiéramos caído en el pesimismo y la pusilanimidad, viendo sólo los puntos negativos, habríamos quedado impotentes, embargados por la desesperación.

    Entonces recordé, sin querer, un proverbio coreano que dice: “Para cazar un tigre, hay que entrar en su madriguera”, el cual, como una filosofía de la vida, concebida por nuestros antecesores sobre la base de experiencias acumuladas en varios milenios, me insinuó una profunda verdad.

    “Manchuria se ha convertido en la guarida del tigre. Es aquí donde podemos cazar la fiera, el imperialismo japonés. Ya ha llegado la hora de luchar con las armas. Es en estas circunstancias en que debemos ganar, en una batalla decisiva, para recuperar la dignidad humana.” Con este pensamiento, decidí emprender los combates, sin perder la oportunidad.

    Para la victoria en la guerra, los imperialistas japoneses fortalecerían la dominación colonial y el saqueo económico en nuestro país, para cubrir la necesidad de materiales bélicos. Las contradicciones nacionales y clasistas llegarían al extremo y el espíritu antijaponés del pueblo coreano cobraría auge. Si organizábamos las fuerzas armadas y emprendíamos la guerra antijaponesa, las masas populares nos darían respaldo material y espiritual.

    Cientos de millones de chinos también se levantarían para la resistencia nacional antijaponesa.

    A la agresión a Manchuria, sucederá mañana la invasión al territorio principal de China, envolviendo el país en el fragor de una guerra total. Huelga decir que el pueblo chino, con fuerte espíritu de independencia, no permanecería como mero espectador ante el peligro que se cernía sobre su patria. Teníamos a nuestro lado un gran número de comunistas y patriotas de ese país, listos para defender la soberanía nacional, frente a la agresión imperialista, y cientos de millones de hermanos chinos, amantes de la libertad y la independencia. Si ayer ellos expresaron pesar por los coreanos privados de su país, mañana pasarían de simples simpatizantes a ser aliados dignos de confianza, que apuntarían a un mismo blanco en una misma trinchera.

    Tendríamos a nuestro lado un gran ejército aliado, que era el pueblo chino.

    Si Japón extendía la guerra al interior de China, esto provocaría un choque frontal con los intereses de las potencias europeas y norteamericana, lo cual sería la mecha del nuevo conflicto mundial. La prolongada guerra chino-japonesa y el enrolamiento de Japón en el conflicto mundial, le traerían la escasez y el agotamiento de recursos humanos y materiales.

    La ocupación de Manchuria significaba para Japón, la ampliación de su área de dominación, y esto implicaba el debilitamiento inevitable de su fuerza de administración. No podría asegurar la anterior densidad en su gobernación colonialista.

    El imperialismo japonés sería condenado como agresor, por el mundo entero, y se vería aislado en el plano internacional.

    Preví que todo esto, desde el punto de vista estratégico, abriría una coyuntura favorable para nuestra revolución.

    Con el inicio de la retirada general de las tropas de Zhang Xueliang y el avance impetuoso del ejército agresor de Japón, acontecieron, ante nosotros, sucesos asombrosos. Funcionarios de los organismos de administración y policía del departamento de seguridad pública, interrumpieron sus labores y escaparon a la desbandada. En el transcurso de varios días, las entidades locales de la administración militarista cerraron sus puertas.

    Con la huida de las tropas de Zhang Xueliang fue paralizado el sistema de dominación militarista.

    El ejército agresor se entregó a ampliar los éxitos de la guerra, sin poder dirigir la fuerza al mantenimiento del orden social. Como resultado, en la región de Manchuria se creó un estado anárquico que duró algún tiempo. Esta situación, pensé, continuará cierto tiempo, hasta que el imperialismo japonés establezca su sistema de dominación en China. Este lapso nos ofrece una buena oportunidad para organizar libremente las fuerzas armadas. No debemos perder esta ocasión.

    La revolución entraba en una nueva etapa de cambios.

    Había llegado el momento en que cada cual debía decidir qué hacer para cumplir la tarea asignada por la revolución coreana y entregarse en cuerpo y alma para llevarla a cabo.

    El Incidente del 18 de Septiembre fue una agresión contra el pueblo chino y, a la vez, contra los habitantes y comunistas coreanos residentes en Manchuria. Nosotros, los comunistas coreanos, teníamos que darle la respuesta merecida.

    Sentí necesidad de acelerar la creación de las fuerzas armadas.

    

    

    

    3. Armas contra armas

    

    

    El Incidente del 18 de Septiembre nos planteó la imperiosa tarea de iniciar, sin demora, la guerra antijaponesa. Sobrevino la coyuntura más propicia para responder con el fogonazo de la justicia al cañoneo de la injusticia, presagio de una nueva guerra mundial.

    Con la noticia de la agresión del imperialismo japonés a Manchuria, los revolucionarios salieron de la clandestinidad y ocuparon sus posiciones. Podría decirse que los atronadores cañonazos de aquel otoño alertaron en sumo grado a la población. No la amilanaron, al contrario, la despertaron y la despabilaron. Este territorio arrasado por la represión enemiga volvió a respirar una atmósfera de lucha.

    Juzgamos que había llegado la oportunidad para forjar a las masas en el crisol de la batalla.

    Francamente, todos, en Manchuria, se habían dado a reflexionar desilusionados por el fracaso de la rebelión. Para llevar la revolución a una etapa superior, resultaba indispensable infundirles convicción, lo cual no era posible regando proclamas, ni mucho menos con inútiles palabrerías.

    Para insuflarles fuerza y convicción a las masas acostumbradas a la derrota, había que movilizarlas a una nueva lucha y conducirlas a la victoria, pasara lo que pasara. Sólo una batalla exitosa podía sacarlas del estado de acoquinamiento, como de una pesadilla. A menos que se forjaran así, no sería posible que el combate armado diera un gran resultado, aunque lo iniciaran unos cuantos precursores.

    La explosión del 18 de septiembre dio motivo para que los habitantes de la región de Manchuria del Este se levantaran nuevamente en combate. Las huelgas, rayanas en rebelión, de la población del interior del país, les transmitieron un fuerte estímulo.

    Aquí se sucedieron, una tras otra, contiendas de arrendatarios e insurrecciones campesinas antijaponesas, entre las cuales las más representantes fueron las de las granjas Tongchok, de Kowon, Puri, de Ryongchon, y Tamok, de Kimje.

    En la zona de Ryongchon continuó la lucha de los campesinos, aun después de 1929. Sus organizaciones actuaron con habilidad en vinculación con nosotros. Habíamos enviado allí a muchos trabajadores clandestinos.

    Más de tres mil campesinos de Yonghung y más de dos mil de Samchok se alzaron contra el imperialismo japonés, el cual, después de dicho incidente, redobló el pillaje y la represión fascistas pretextando el “estado de emergencia”.

    En estas circunstancias, promovimos la Huelga de la Cosecha Otoñal en la región de Jiandao.

    Los comités de lucha, organizados en distintos lugares, habían realizado preparativos perfectos: formaron grupos de propaganda y piquetes bajo su control, imprimieron volantes y proclamas, y determinaron las consignas. Luego entraron en acción por zonas jurisdiccionales de organización revolucionaria. Al principio, fue una batalla económica legal para rebajar el arriendo.

    Algunos historiadores la habían denominado “rebelión de recolección otoñal”, pero no lo considero adecuado. No fue ni imitación ni calco de la rebelión del 30 de mayo, sino resultó una lucha masiva victoriosa, desarrollada sobre la base de un nuevo principio táctico, después de eliminar las infaustas consecuencias de la idea izquierdista de Li Lisan. Si en la mencionada rebelión los fraccionalistas habían desempeñado el papel principal, en la Huelga de la Cosecha Otoñal los comunistas de la nueva generación tomaron el timón y dirigieron a las masas.

    El medio esencial de ésta no fue la violencia. En contraste con la rebelión del 30 de mayo en que se perpetraron sin escrúpulos incendios y asesinatos, prendiendo fuego a estaciones distribuidoras de energía eléctrica e instalaciones de enseñanza y eliminando a todos los terratenientes y propietarios, los participantes de la Huelga de la Cosecha Otoñal actuaron de modo disciplinado y en estrecha cooperación con regiones vecinas, bajo la dirección unificada de los comités de lucha, con reclamos justos, como el sistema de pago de tres o cuatro décimos de la cosecha.

    La demanda por la rebaja del arriendo no fue un exceso, sino justa, teniendo en cuenta la situación de los campesinos que languidecían en la miseria. Por eso, la administración de la provincia de Jilin tuvo que aceptar que debía entregarse el arriendo por el sistema de pago de tres o cuatro décimos de la cosecha (30-40 por ciento para los terratenientes y 60-70 por ciento para los arrendatarios).

    No se ejerció violencia sobre los propietarios de tierras que dócilmente accedieron a las exigencias de los campesinos. Sólo se aplicó a terratenientes recalcitrantes que se negaban de modo rotundo a la exigencia del comité de lucha, y a soldados y policías que reprimían con las armas a los huelguistas. En el caso de los segundos, se sacaron directamente de sus campos la porción de la cosecha correspondiente a seis o siete décimos, o extrajeron por la fuerza la misma cantidad de sus graneros.

    Fueron blanco de la lucha también la piratesca Junta Financiera para la Explotación Colonial del Oriente, los usureros, y organizaciones reaccionarias como la sociedad de residentes coreanos, que ayudaba a la dominación del imperialismo japonés.

    Poco después de regresar a Antu, procedente de la región de Yanji, donde dirigí la referida manifestación, vino a verme Choe Tong Hwa, quien estaba huyendo de la policía japonesa desde la rebelión del 30 de mayo, para expresarme su preocupación acerca de que la Huelga de la Cosecha Otoñal iba cobrando un carácter violento. Me asombré ante su brusco cambio de actitud respecto a la violencia, ya que fue el promotor de la referida rebelión en la región de Antu y que, posteriormente, se propuso entablar una polémica conmigo porque la había calificado de insensatez izquierdista.

    —Camarada Song Ju, ¿qué pasa? ¿Cómo puedo comprender que ustedes, que censuraron las acciones del 30 de mayo como insensato acto izquierdista, empleen la violencia en una lucha puramente económica? —preguntó, y con los brazos cruzados daba vueltas a mi alrededor. Parecía muy satisfecho, creyendo que me había tocado en lo más vivo.

    —Me parece que usted está equivocado. ¿Acaso considera iguales la violencia que estamos empleando en la Huelga de la Cosecha Otoñal y la “roja”, que ustedes pregonaron en la rebelión del 30 de mayo?, —espeté sin pensar en que responder a una pregunta con otra, no encaja a la etiqueta.

    —Desde luego puede existir una diferencia, pero eso es insignificante, la violencia es la violencia, sea como sea.

    —Sólo hacemos uso de la fuerza cuando nos asisten razones y motivos justificados. Por ejemplo, si un terrateniente no acepta la demanda de los arrendatarios, se abre por la fuerza su granero, y, cuando los soldados y policías detienen a los huelguistas, se valen también de la fuerza física para rescatar a los camaradas. ¿Es que debemos comportarnos con benevolencia ante los enemigos que reprimen brutalmente nuestra huelga?

    —No los acuso, por desconocer el principio general del marxismo de oponerse a la violencia con la violencia. Lo que quiero decir es que no es el momento para utilizar la fuerza, frente a frente. La rebelión del 30 de mayo es ya un cuento viejo. Desgraciadamente, nuestra revolución entró en una etapa de decadencia.

    —¿Etapa de decadencia?

    —Sí, en este tiempo debemos dar dos pasos atrás. Quizá la época del reaccionario Stolypin, no fue más tenebrosa que ahora. ¿No vio usted que el ejército Kwantung ocupó de un golpe todo el territorio de Manchuria? Se retiraron los 300 mil hombres de Zhang Xueliang. En estas circunstancias deben conservarse las fuerzas revolucionarias, sin ponerse al descubierto, ¿sabe? Si ponen nerviosos a los enemigos con desatinos, puede que en Manchuria del Este se produzca otra horripilante operación punitiva como la del 1920.

    Choe Tong Hwa insistió en que debía impedirse que la Huelga de la Cosecha Otoñal se convirtiera en una lucha violenta, y dejar de tomar las armas. También se opuso a mi proyecto de la lucha armada, tachándolo de extemporáneo y de castillo de arena.

    Realmente, me costó mucho sostener esa polémica con Choe Tong Hwa. Tenía un cerebro privilegiado y un elevado conocimiento del comunismo. Era difícil convencerlo con argumentos comunes. Con frecuencia citaba palabras clásicas para demostrar la justeza de sus palabras, y resultaban como anillo al dedo.

    En definitiva, su fundamento partía de la consideración de que la revolución había entrado en una etapa de decadencia. Veía, sí, la ofensiva armada de gran envergadura del imperialismo japonés, la huida de las huestes de Zhang Xueliang, la descomposición del Ejército independentista y otros factores desfavorables, pero no los brotes insurreccionales de los habitantes del interior del país y de Manchuria del Este. Seguramente, se encontraba ante mi vista un ciego, que, aunque tenía los dos ojos bien abiertos, no veía la realidad.

    La ofensiva de la contrarrevolución y la retirada de los cobardes, no podían significar, de ningún modo, un período de descenso de la revolución. El problema dependía de la reacción de su sujeto, las masas populares.

    Choe Tong Hwa, lo mismo que todos los demás comunistas de su generación, menospreció el poderío de las masas populares. No vio en éstas al sujeto de la revolución, ni confió en su fuerza, sino que la subestimó.

    Sus argumentos sobre el tiempo de estancamiento de la revolución, hicieron que me percatara de la diferencia esencial entre los comunistas de la anterior generación y nosotros. Todas las divergencias partían de cómo se consideraba a las masas populares. Por eso nos tratábamos como desconocidos, sin llegar a unir las fuerzas, aunque perseguíamos un mismo objetivo y un mismo ideal.

    Dije a Choe Tong Hwa:

    —Aunque usted lo tome por una impugnación, debo decirle que este es un momento de auge de la revolución, en que el pueblo se alza con violencia, sin doblegarse ante la agresión del imperialismo japonés. No desaprovecharemos esta coyuntura; estamos decididos a concientizar y organizar a las masas, en mayor grado, después de terminada la Huelga de la Cosecha Otoñal, para llevar la lucha antijaponesa a una etapa superior. Es una decisión que no cambiará ni se alterará, no importa qué sesgo tome la situación.

    Choe Tong Hwa no me replicó, y se marchó apurando el cáliz de la amargura.

    Aunque personas de su catadura trataron de frenar nuestro avance, esgrimiendo las desventajas de la violencia revolucionaria, dirigimos la Huelga de la Cosecha Otoñal llenos de convicción, sin desviarnos, ni una pizca, del camino que trazamos.

    Más de 100 mil campesinos de Jiandao libraron combates sangrientos, desde septiembre hasta finales de 1931, sin amilanarse por la cruel represión de los soldados y policías de Japón y los militaristas reaccionarios.

    En este proceso hubo numerosos episodios casi de leyenda, que demostraron el heroico espíritu de la nación coreana. La historia del combate cuerpo a cuerpo de los habitantes de la región de Kaikou sobre el helado río Tuman con los soldados y policías de Japón y Manchuria, corrió de boca en boca entre la población de este territorio y dejó una profunda impresión.

    También en medio de las llamaradas de la referida huelga se divulgó la anécdota sobre el último y trágico momento de la luchadora Kim Sun Hui. Era miembro de la guardia roja de Yaoshuidong y del comité de la Huelga allí.

    Un soldado de la tropa punitiva le preguntó qué tenía dentro de su abultado vientre, tocándola con la bayoneta. Ella, mirando fijamente a los miembros de la guarnición japonesa y a los policías del consulado que la rodearon, lanzó esta famosa respuesta: “Será un rey en el mejor caso, y en el peor, un merodeador de la calle como tú. Los enemigos se quedaron atónitos. La mujer se cortó la lengua para guardar el secreto de la organización, y con sus 22 primaveras murió quemada por esos salvajes.

    La Huelga de la Cosecha Otoñal terminó con la victoria de los campesinos, dando fe a los habitantes de Manchuria del Este. Por primera vez llegaron a tener clara conciencia de que el triunfo en el combate dependía decisivamente de la inquebrantable voluntad de las masas y del método de dirección y, con admiración por los jóvenes comunistas de la nueva generación que los condujeron al triunfo, se aglutinaron con firmeza alrededor de ellos.

    Por el éxito de la Huelga, las masas, por sí solas dedujeron la causa del fracaso de la rebelión del 30 de mayo, y pudieron descubrir y confiar, a pie juntillas, en la verdad de que no es la magnitud de la violencia el factor principal de las conquistas en la lucha. Todos se convencieron de que la derrota de esa rebelión no radicó en la poca violencia empleada, ni el triunfo de la Huelga en su mayor uso. La fuerza no fue, en modo alguno, omnipotente. Sirvió sólo como medio para alcanzar el objetivo.

    Sólo la violencia justa y a la medida que oportunamente sirva a un noble fin, puede asegurar la victoria y contribuir de manera auténtica a la transformación de la sociedad y al progreso de la historia. Apoyamos sólo tal violencia.

    El quid del problema residía en cómo movilizar, organizar y dirigir a las masas. Los comunistas de la nueva generación crearon un ejemplo. La Huelga de la Cosecha Otoñal resultó un combate peculiar, que vinculó estrechamente la forma económica y la política y combinó de modo adecuado métodos pacíficos y violentos, manteniendo invariablemente la iniciativa y arrastrando a los enemigos a una situación pasiva. Lo mismo puede decirse de la Huelga de Miseria Primaveral, que tuvo lugar al año siguiente.

    Con ella, se fortalecieron la solidaridad entre los pueblos coreano y chino y los vínculos revolucionarios entre los comunistas de ambos países.

    Sirvió, asimismo, de excelente coyuntura para concientizar y forjar a las masas populares. En ese combate hombres sencillos y comunes se formaron como luchadores y revolucionarios. Las organizaciones revolucionarias de Manchuria del Este ampliaron sus filas con elementos medulares fogueados en esa Huelga, lo cual resultó afortunado también para la inminente lucha armada.

    Muchos revolucionarios jóvenes, formados en la Huelga de la Cosecha Otoñal, constituirían posteriormente la armazón de las guerrillas en distintos distritos de Manchuria del Este.

    Mientras dirigía esa protesta no dejé de profundizar en el proyecto para la lucha armada. El heroísmo masivo y el indoblegable espíritu de combate que manifestaban los habitantes de Manchuria del Este, me estimularon infinitamente cuando estaba concibiendo la línea para la nueva fase de la revolución y me infundieron la convicción de que nos apoyarían y respaldarían, cuando entabláramos con las armas en la mano combates sangrientos contra el imperialismo japonés.

    En octubre de 1931, cuando las llamas de la Huelga de la Cosecha Otoñal se propagaban por todo el territorio de Manchuria del Este, estuve en la región de Jongsong, en la provincia Hamgyong del Norte, con el objetivo de consultar el asunto de la lucha armada con compañeros del interior del país, retirar a los enviados de la zona de los seis pueblos y asignarles una importante tarea relacionada con esta lucha. Me guiaron a esa zona los compañeros Chae Su Hang y O Pin.

    Jongsong era la tierra natal de Chae Su Hang y allí estaba la casa de los padres de su esposa. Los suyos habían partido en las postrimerías de la Vieja Corea, o sea, inmediatamente después de la “anexión de Corea a Japón”, para mudarse a Jingu, en el distrito Helong. Su bisabuelo fue asesor del gobernador de Jongsong.

    Aunque pasó su adolescencia en Jiandao, añoraba siempre el pueblito natal que guardaba recuerdos de su niñez. Cada vez que iba conmigo a Jongsong, no cabía en sí de alegría.

    Pero esta vez se veía triste. Creía que las olas de la Huelga de la Cosecha Otoñal se habían llevado también los almiares de su casa.

    —¿No expropiaron nada en tu casa? —pregunté con discreción.

    Su padre era un rico terrateniente y ocupaba el cargo de director de la empresa Toksin, que los pobres tenían entre ojos.

    —Nada de expropiación. Antes de que nos lo exigieran los campesinos, les distribuimos el arroz directamente en las parcelas por el sistema de los tres décimos.

    —Así debía proceder la familia del secretario del comité distrital del partido. Pero, ¿por qué tienes esa cara tan triste?

    —Me dijeron que persuadiera a mi padre para que dejara el cargo de director, pero él no accede.

    Chae Su Hang no sabía que su padre ejercía ese cargo por recomendación de la organización revolucionaria. Por el rigor de la disciplina, el padre no podía decirlo a su hijo, aunque éste estaba disgustado con él por eso.

    Era comprensible, pues, que tuviera tal estado de ánimo. Entre los que ocupaban cargos importantes en los organismos del partido a nivel superior, existían izquierdistas que imponían sin miramientos a los de nivel inferior exigencias extremas en perjuicio de los intereses de la revolución, metiéndolos así en una embarazosa situación. Incluso achacaron a Chae Su Hang el “error” de no romper con su padre, desde una posición clasista, y por el mismo motivo, lo destituyeron del cargo de secretario del comité distrital del partido, si bien poco después lo restituyeron.

    Para sacarlo de su pesadumbre, traje a colación el tema de la lucha armada. Entonces dijo en broma que, en cuanto se organizara nuestro ejército, sería el primero en alistarse y se convertiría en un ametrallador.

    —No te va bien lo de militar; naciste para ser un civil, —bromeé sonriendo. Pero estas palabras también encerraban una verdad. Yo lo consideraba un trabajador político nato. Si hubiera sobrevivido e ingresado en el ejército revolucionario, seguramente habría sido comisario político de regimiento o división.

    Cuando fundé la guerrilla y libraba de lleno la lucha armada, fue detenido y asesinado por tropas punitivas japonesas en las cercanías de Dalazi.

    O Pin tenía fama de deportista desde la época de la escuela secundaria de Tonghung, en Longjing. En las competencias efectuadas en el distrito Hunchun había ganado en lucha tradicional y recibió como premio un buey. Era sencillo, alegre y ágil. Yo consideraba que tenía rasgos para ser un excelente comandante del ejército revolucionario. Por aquel entonces cogí la costumbre de calibrar a las personas, en cuanto las conocía, pensando qué puesto podrían ocupar en las huestes revolucionarias. La imperiosa situación en vísperas de la guerra antijaponesa me convirtió en tal “calculador”.

    Tomamos una barca en Shijiaping y cruzamos el Tuman. Nos detuvimos en el centro de selección de soya, de la Cooperativa de almotacén de este grano, en Dongguanzin, cuya tarea era clasificar, pesar y envasar en sacos la soya que el imperialismo japonés saqueaba en Manchuria, para enviar a Japón. Disfrazados de jornaleros procedentes de Jiandao, conversamos con los obreros, mientras los ayudábamos. Al saber que veníamos de Jiandao, trajeron a colación la Huelga de la Cosecha Otoñal. Por lo general, sus opiniones eran pesimistas: ¿Qué sacarían de cosas como ésa, ahora que los japis han agredido a Manchuria, cuando antes de su ocupación fracasaron muchas rebeliones en Jiandao?; esta lucha tendrá, en última instancia, el mismo destino que la rebelión del 30 de mayo; es inútil emprender cualquier forma de combate; si no, vean al victorioso ejército japonés; ¿a quién va a apelar nuestra nación pequeña y débil ahora, cuando esa organización internacional de grandes potencias aboga por Japón? Estas fueron expresiones comunes.

    Esas palabras me dieron gran impacto en tres aspectos: primero, para estar al tanto de lo que piensa el pueblo, los revolucionarios deben compenetrarse siempre con las masas; segundo, a fin de iniciar la lucha armada es necesario, ante todo, impulsar más la tarea de politizarlas y organizarlas; y tercero, ninguna forma de combate puede tener éxito, si las masas no se movilizan de modo activo, con plena conciencia de su significado.

    Al escuchar esas palabras, pesimistas y defraudadoras, sentí la imperiosa necesidad de que los comunistas de Corea infundiéramos a la nación la esperanza de su independencia y renacimiento, emprendiendo lo antes posible acciones armadas.

    Aquel día convoqué una reunión en la casa de Choe Song Hun, jefe de la sociedad de jóvenes de la aldea Kwangmyong, con los enviados políticos y responsables de las organizaciones clandestinas en el interior del país, para discutir las tareas de las entidades revolucionarias del lugar con respecto a la lucha con las armas.

    Les expliqué que el brusco cambio de la situación, después del Incidente del 18 de Septiembre, y las lecciones históricas del movimiento de liberación nacional antijaponés en nuestro país, nos planteaban la urgente misión de ir a la lucha armada bien organizada, y recalqué que era una exigencia legítima y un salto cualitativo en nuestra revolución. Luego planteé dos tareas: hacer perfectos preparativos militares y asentar un sólido terreno entre las masas, para dicha causa.

    Los participantes, impresionados por lo de la lucha armada bien organizada, que sería un fenomenal suceso, expusieron opiniones creadoras y pronunciaron discursos entusiastas, para ayudar a la creación de destacamentos armados.

    El tema del alistamiento de las fuerzas revolucionarias destinadas a organizar y desplegar la contienda, se había discutido y acordado ya en la reunión de Kongsudok, en mayo de 1931. Por lo tanto, la de la aldea Kwangmyong analizó las tareas prácticas para las organizaciones revolucionarias del interior del país en vísperas de ese acontecimiento. Fue una voz de mando, un aviso preliminar de la lucha armada, a los revolucionarios y demás habitantes dentro de Corea. El activo respaldo expresado en la reunión, me redobló el ánimo.

    Después de permanecer un día en Jongsong, regresé a Jiandao y me despedí de Chae Su Hang y de O Pin. Acordamos volver a reunirnos en Mingyuegou a mediados de diciembre, para hacer el balance de los preparativos de la lucha armada y discutir los procedimientos concretos, y estrategias y tácticas para llevarla a cabo.

    Con posterioridad dediqué todas mis actividades a la organización de la reunión de Mingyuegou.

    Generalmente, la mención de este tipo de trabajo hace pensar primero en la elaboración de un informe, resoluciones y otros documentos, pero en aquel tiempo eso significaba para mí meditar sobre los problemas concernientes al lineamiento a trazar y hacer reflexiones para definir la estrategia y las tácticas. Llevar las ideas a un papel era un proceso secundario.

    De modo particular, dediqué muchas horas a la determinación de la forma de lucha armada.

    Era cierto que también la teoría marxista-leninista destaca la importancia de ésta. Mas no da una definición concreta de sus formas, pues no puede existir una receta que se avenga a toda época y país. Me esforcé para no ser dogmático al definir cómo sería la nuestra.

    Con la decisión de profundizar en el debate sobre la materia y discutir las tareas ante la nueva situación, visité el comité especial del partido en Manchuria del Este para hablar con Dong Changrong. Como íbamos a crear las fuerzas armadas e iniciar la guerra antijaponesa en el territorio de Manchuria, no podíamos ignorar la cooperación con los comunistas chinos.

    El tema de la lucha armada estaba también en el orden del día entre los comunistas chinos de la región de Manchuria.

    A raíz del Incidente del 18 de Septiembre, el Partido Comunista y el Ejército Rojo de Obreros y Campesinos de China exhortaron a hacerle frente a la agresión del imperialismo japonés, movilizando las masas y a asestarle golpes, directamente con las armas.

    Los comunistas coreanos y chinos, quienes debían apuntar sus fusiles a un mismo blanco, se enfrentaban a la inminente misión de cooperar estrechamente y apoyarse unos a otros, formando un frente común tan sólido, que ninguna maza pudiera destruir.

    Dong Changrong, acabado de ser nombrado secretario del comité especial del partido, estuvo a punto de caer víctima de una “operación punitiva” japonesa, pero se salvó milagrosamente y, por entonces, se encontraba en la ciudad de Longjing. El también quería verme. Mas era peligroso entrar en esa ciudad, porque en sus calles pululaban los agentes secretos, por eso pedí al comité especial del partido que lo enviara a Mingyuegou. Me comunicaron que su secretario, quien no conocía el estado de cosas en Jiandao, había sido identificado por los agentes y llevado a la cárcel, mientras andaba de aquí para allá en busca de la sede, que estaba ahora en otro lugar. La inesperada noticia me desanimó. No tenía con quién discutir el asunto. Luo Dengxian, secretario del comité provincial del partido en Manchuria, y Yang Lin, responsable de su comisión militar, habían dejado a Shenyang después del Incidente del 18 de Septiembre y no se sabía su paradero, mientras Yang Jingyu estaba encerrado en prisión.

    Decidí sacar de la cárcel a Dong Changrong a toda costa, y discutí con los camaradas cómo hacerlo. Se ofreció uno cuyo sobrenombre era Ko el Tesoro. Tenía las manos muy ágiles, como las de un prestidigitador y “escamoteaba” con habilidad. Era capaz de sacar, en un abrir y cerrar de ojos, una estilográfica del bolsillo de su interlocutor, sin que éste lo notara. Por eso, en los lugares por donde él pasaba, se armaba con mucha frecuencia un escándalo por la “pérdida” de algún que otro objeto.

    Penetró en la ciudad de Longjing donde birló ex profeso un objeto ajeno. Fue suficiente para que lo detuvieran y llevaran a la cárcel, donde se encontró con Dong Changrong. Allí entretuvo a los policías con tanta habilidad, que pocos días después pusieron en libertad al secretario del comité especial del partido. Así, éste pudo participar en la reunión de cuadros del partido y la Juventud Comunista de Mingyuegou. La llamábamos, por conveniencia, “Conferencia Invernal de Mingyuegou”.

    A ella, celebrada a mediados de diciembre de 1931, asistieron más de 40 jóvenes combatientes que a través de su abnegada entrega se habían ganado el afecto y la confianza de las masas, entre ellos Cha Kwang Su, Ri Kwang, Chae Su Hang, Kim Il Hwan, Ryang Song Ryong, O Pin, O Jung Hwa, O Jung Song, Ku Pong Un, Kim Chol, Kim Jung Gwon, Ri Chong San, Kim Il Ryong, Kim Jong Ryong, Han Il Kwang y Kim Hae San.

    En aquellos días probé, por primera vez, el yongchaekimchi, en Mingyuegou. El día de mi llegada a un valle de este lugar, Ri Chong San me invitó a cenar. Sirvieron gachas de maíz con frijoles y yongchaekimchi que me resultaron muy exquisitos. Este kimchi saben prepararlo muy bien los moradores de Kilju y Myongchon, de la provincia Hamgyong del Norte. Actualmente se sirve incluso en los banquetes oficiales.

    Un día, mientras transcurría la reunión, Ri Kwang trajo cinco faisanes. Como le daba pena que los delegados tomaban sólo mijo y gacha de maíz, había ido a cazarlos junto con algunos activistas de la Juventud Comunista.

    Aquella noche, Ri Chong San, muy satisfecho porque le habían traído esas aves exquisitas, preparó kuksu (una especie de fideo tradicional.– N. del Tr.) con fécula de patatas. En el valle de Mingyuegou existía esta harina, mas era difícil conseguir arroz.

    Cha Kwang Su, a quien se le llenaba la boca de agua cuando veía ese plato, la cogió con Ri Kwang:

    —Mira, estimado tío de Wangqing, ¿a cuántos estómagos crees que pueden llenar estos cinco faisanes?

    El padecía de un mal estomacal muy grave, por eso, a veces, no comía nada o bien poco; sin embargo, en los lugares donde se reunían muchos jóvenes, hacía como que era un comilón y se moría de hambre.

    —Eh, señor de Jilin, no me alce la voz, pues sé que no tiene capacidad ni para dar cuenta de un plato de gacha de maíz. ¿Sabe, Campechanote, que esos animales, cabalgando sobre mis hombros junto a un fardo de granos, terminaron por dejarme molido? —bromeó Ri Kwang.

    Cha Kwang Su, excitado, dijo que, como la carne de faisán no era suficiente, los delegados se dividieran en dos cuartos, de modo que en uno de éstos tomaran kuksu con esa carne, y en otro con pollo.

    Mas todos se opusieron. En fin, nos reunimos todos en un cuarto y comimos kuksu con una mezcla de carne de faisán y de pollo en un ambiente armonioso. Pak Hun, quien tenía muy buen apetito, consumió tres raciones, lo cual le costó el apodo “El ministro del kuksu” .

    Con el objetivo de efectuar con eficiencia la reunión, convocamos en la casa de Ri Chong San una sesión preliminar, en la que discutimos la agenda, decidimos quiénes participarían y su reglamento interno.

    La reunión plenaria duró diez días. Examinamos de modo concentrado el tipo de lucha armada que íbamos a desplegar, porque de su solución dependían el tipo de organización militar, el de sus bases, y otras cuestiones.

    Como no existía el Estado, no podíamos aspirar a una lucha con un ejército regular, ni estaban maduras las condiciones para movilizar de inmediato a todo el pueblo en una sublevación armada. Me incliné, naturalmente, a la guerra de guerrillas.

    Lenin la definió como una forma de combate auxiliar que se origina inevitablemente cuando el movimiento de las masas llega, en efecto, a una sublevación o cuando en una guerra civil sobreviene un período intermedio entre las batallas de gran envergadura. Me daba mucha pena que él la considerara así, temporal y auxiliar, y no como una vía de combate principal. Porque en aquel tiempo estudiaba con interés no la guerra regular, sino la de guerrillas. Reflexioné mucho sobre si ésta convendría o no a la realidad de nuestro país, en el caso de adoptarla como opción principal de la lucha que deberíamos librar con fuerzas armadas revolucionarias permanentes. Volví a leer “Métodos de combate de Sun Zi”17 y “Sanguozhi”18 y entre los libros militares de nuestro país, “Tonggukbyonggam”19 y “Pyonghakjinam”20.

    Hubo quienes sostenían que la guerra de guerrillas databa del siglo V de nuestra era, pero no se sabía, en concreto, en qué país y cómo se llevó a cabo.

    La que despertó mayor interés en Marx y Engels fue la acción de los destacamentos armados de campesinos rusos durante la guerra ruso-francesa en 1812. Las gestas de Zenis Dawidov, héroe guerrillero de esa contienda, y del general Kutuzov, quien dirigió con habilidad las operaciones conjuntas del ejército regular y las guerrillas, inflamaron mi curiosidad por este tipo de combate.

    A la hora de definirla como pilar, la Guerra de la Patria Imjin21 me dio a pensar en muchas cosas. Consideré las victoriosas acciones de los voluntarios un ejemplo que ocupaba un lugar especial en la historia de la guerra de guerrillas. Me tenían embriagado el heroísmo y los variados métodos de combate de renombrados comandantes de los voluntarios, como Kwak Jae U, Sin Tol Sok, Kim Ung So, Jong Mun Bu, el bonzo Sosan Taesa, Choe Ik Hyon y Riu Rin Sok. Los términos guerra de guerrillas se apoderaron de mi mente en vísperas de la gran confrontación que íbamos a entablar contra los imperialistas japoneses, armados hasta los dientes.

    Los fundadores del marxismo-leninismo, empero, determinaron que podía efectuarse sólo contando con un Estado que pudiera servir de retaguardia o con el apoyo de un ejército regular. Estas condiciones adicionales me crearon un dolor de cabeza, y me empujaron a un complicado proceso de meditación para decidir la forma de la lucha armada. ¿Será posible la guerra de guerrillas en la situación de Corea, donde no existe un Estado que le sirva de retaguardia ni un ejército regular? Nadie dio respuesta a esta incógnita, que para nosotros era un tema muy serio.

    A nuestro alrededor se produjeron sucesivos acontecimientos dramáticos que incitaban a la revolución. Hubo sublevaciones entre los soldados y oficiales patrióticos del antiguo ejército del Noreste de China disgustados por el entreguismo de Jiang Jieshi y Zhang Xueliang. Además Wang Delin, Tang Juwu y Li Du se alzaron con-tra Zhang Xueliang y se separaron de sus huestes. También se rebeló el general Ma Zhongshan y exhortó a levantarse en armas contra Japón. Teniendo como eje a tales personajes, fueron organizadas unidades antijaponesas en diversas regiones de Manchuria y comenzó un movimiento del ejército para la salvación nacional.

    Tales hechos crearon coyunturas muy favorables para nosotros, que aspirábamos a luchar con las armas.

    En la reunión manifesté que a lo largo de la historia existieron dos formas de lucha armada, una regular y otra guerrillera, siendo la regular la principal y la de guerrillas auxiliar, que entre estas dos debíamos escoger una; que en mi opinión la guerra de guerrillas era más adecuada a la realidad de nuestro país, y que en las condiciones de éste, donde era imposible la regular, debíamos establecer la guerrillera como la vía fundamental de lucha, sin circunscribirnos a las normas existentes.

    —La muy variable guerra de guerrillas es, exactamente, la principal forma de la lucha armada que debemos adoptar. En nuestro país, desprovisto de Estado, es imposible hacerle frente al imperialismo japonés con una guerra regular. En vista de que debemos combatir a un poderoso ejército agresor con fuerzas armadas inferiores en tecnología militar y en número, debemos librar dinámicos combates guerrilleros. No hay otra salida.

    Los jóvenes no tenían ninguna noción de lo que es la guerrilla, porque solamente habían visto las tropas militaristas de Zhang Xueliang, las de Japón, y el Ejército independentista.

    Expliqué, pues, las diferencias entre ejército regular y guerrilla, y que para vencer a los poderosos agresores nipones, debíamos llevar a cabo ágiles operaciones mediante la combinación de unidades grandes y pequeñas, asaltos por sorpresa, emboscadas, actividades y trabajo clandestino políticos, labores productivas, en fin, todas las misiones militares, políticas y económicas, y que para ello era indispensable organizar guerrillas capaces de pelear, concentrándose y dispersándose libremente.

    Algunos compañeros manifestaron sus dudas: ¿Podremos derrotar a los enemigos con esa forma de lucha?, ¿Venceremos a un gran ejército de millones de soldados, equipados con tanques, cañones, aviones y otras armas modernas, sofisticadas, con fuerzas no regulares como la guerrilla, sin retaguardia estatal ni apoyo de un ejército regular, y más, en territorio ajeno?

    Eran comprensibles esas preocupaciones.

    Yo mismo valoré varias veces esas posibilidades.

    Si nos enfrentábamos con unos fusiles a Japón, una potencia militar, ¿no nos convertiríamos en hazmerreir del mundo? ¿Con qué convicción trataríamos de derrotarlo, cuando los voluntarios, el ejército independentista y los 300 mil soldados de Zhang Xueliang no pudieron evitar el destino de la luz de un candil ante una tempestad? ¿Acaso tenemos estatalidad, territorio, o riquezas?

    Declaré a los delegados:

    —Somos hijos de un pueblo esclavizado, despojado de la estatalidad, del territorio, de los recursos naturales, del país. Somos jóvenes con las manos vacías, que vivimos en tierra extraña, como en una casa ajena, alquilada. Sin embargo, desafiamos sin titubeos a los imperialistas japoneses. ¿En qué confiamos? Estamos decididos a iniciar la guerra antijaponesa confiando en el pueblo. Para nosotros éste representa el Estado, la retaguardia y el ejército regular. Si comienza la guerra, todos los integrantes del pueblo se convertirán en soldados. Por esta razón, podemos decir que la guerra de guerrillas, que vamos a desarrollar, será una guerra popular.

    El debate duró largas horas, hasta que al fin nos pusimos de acuerdo en cuanto a cómo organizar y llevar a cabo la lucha armada, principalmente con métodos guerrilleros.

    Estos permiten asestar golpes políticos y militares a los enemigos, conservando las propias fuerzas, y derrotarlos con un potencial reducido a pesar de su superioridad numérica y tecnológica. Quedamos convencidos de que si organizábamos y desplegábamos la lucha armada con el método de combate guerrillero, bajo el activo apoyo de las masas populares y valiéndonos de las condiciones naturales y geográficas favorables, finalmente podríamos vencer a los enemigos.

    De esta manera, definimos la guerra de guerrillas como la forma principal de nuestra lucha, y la adoptamos como un lineamiento, mientras otros la veían como un medio auxiliar de la guerra regular, lo cual fue una decisión científica y creadora apropiada a nuestra realidad.

    Al terminar el debate sobre este asunto, analizamos las vías para ponerlo en práctica.

    Primero discutimos sobre la creación de las fuerzas armadas revolucionarias. Acordamos que comenzaríamos con guerrillas pequeñas en todas las regiones y las equiparíamos, para convertirlas, gradualmente en un gran ejército. En una primera etapa organizaríamos batallones, que iríamos ampliando hasta formar el ejército revolucionario popular. Seguidamente examinamos la manera de adquirir las armas.

    El análisis sobre la creación de la guerrilla cedió lugar a la cuestión de la base operativa. Nos preguntábamos: ¿Dónde asentar la base para las acciones de la guerrilla antijaponesa? ¿En las montañas, ciudades, aldeas, en el interior del país o en Manchuria, teniendo en cuenta que estos están ocupados por el imperialismo japonés? Intercambiamos opiniones exhaustivas sobre el particular.

    Cualquier ejército necesita un punto de apoyo, lo cual conocen, incluso, los alumnos de primaria.

    Como nuestras fuerzas armadas iban a actuar sin retaguardia estatal ni respaldo de un ejército regular, sólo podían sostener la guerra de guerrillas durante largo tiempo, si contaban con una base donde pudieran descansar con tranquilidad, reordenar sus filas, proveerse de armas y municiones, ejercitarse y atender a los heridos, después de terminados los combates. Por lo tanto, a la par que organizar las guerrillas, debíamos preparar sus bases también por nuestra cuenta.

    Al final de una entusiasta discusión llegamos a la conclusión de que las estableceríamos en las zonas montañosas de Jiandao, donde estaban bien preparadas las masas, y eran favorables las condiciones geográficas y para el suministro de materiales. En el extenso territorio de Manchuria la dominación enemiga no se ejercía con tanto rigor como en Corea, por lo que acordamos instalarlas allí por el momento, y cuando existieran las condiciones, trasladarnos al interior del país para asentarnos en la zona selvática del monte Paektu y la cordillera de Rangrim. Estas bases debían tener principalmente la forma de zonas liberadas, fuera del dominio enemigo, y crearse, necesariamente, en la región montañosa, en las riberas del río Tuman, favorable para asegurar las operaciones en el interior de Corea y recibir la ayuda de su población. Allí había muchas aldeas que tenían buenas condiciones para el suministro de materiales y para la defensa, pero desfavorables para el ataque de los japoneses.

    Al pasar al tema de la elección de los terrenos para esas bases, Ri Kwang, O Pin, Kim Il Hwan y otros compañeros expusieron, a porfía, buenas opiniones. Según sus propuestas decidimos ubicarlas en baluartes naturales como Yulangcun, Niufudong, Wangyugou, Hailangou, Shirengou, Sandaowan, Xiaowangqing, Gayahe, Yaoyinggou, Dahuanggou, y Yantonglazi, en los que estaban concentradas masas revolucionarias que se establecieron allí para evitar las operaciones punitivas del imperialismo japonés después de la Huelga de la Cosecha Otoñal, e incluso, funcionaba la guardia roja para proteger a éstas y a las agrupaciones revolucionarias.

    A medida que se profundizaba y concretaba la discusión, se plantearon infinidad de complicados problemas prácticos pertinentes para administrar y mantener las bases por largo tiempo, a saber: cómo dirigir la producción agrícola y la gestión de la economía, de qué manera establecer un taller de reparación de armas y un hospital, quién iba a encargarse de los asuntos administrativos de la población y cómo resolverlos.

    Consideramos, asimismo, preparar entre las masas el terreno para la lucha armada, formar un frente común antijaponés de los pueblos coreano y chino e intensificar las actividades de la organización del partido y de la Juventud Comunista.

    Todas eran importantes cuestiones que debían resolverse sin falta para desenvolver la lucha armada, principalmente, con métodos guerrilleros, y por eso cristalizaron en lineamientos.

    Fue, en verdad, una gran obra creativa, de profundo contenido. Tuvimos que examinarlo todo con mentalidad propia y alistar las bases con nuestras fuerzas, dado que en ninguna época y en ningún país había antecedentes de lucha guerrillera que nos pudieran servir de modelo en la práctica revolucionaria de nuestro país. Resultó una tarea ineludible para nosotros, los comunistas coreanos, obligados a librar una guerra de guerrillas en condiciones peliagudas, sin precedentes en la historia, porque debíamos hacerlo sin retaguardia estatal, ni apoyo de un ejército regular.

    Si para solucionar la referida tarea hubiéramos introducido de manera dogmática las experiencias de otros países, donde se efectuaron combates guerrilleros en operación conjunta con las fuerzas armadas regulares, tomando por punto de partida el apoyo de éstas, habríamos sufrido graves e irreparables derrotas.

    En una ocasión ulterior me visitó un luchador latinoamericano, quien me pidió que le hablara de mis experiencias de la guerra de guerrillas.

    Le expliqué algunas adquiridas en la lucha antijaponesa y al final le dije que en este tipo de guerra no existían fórmulas universales, pues es una gigantesca lucha creativa que necesita del máximo uso de la inteligencia humana; que nuestras experiencias le podrían servir de cierta ayuda, mas no debían aceptarlas de manera mecánica, tomándolas como algo absoluto; que crearan y aplicaran métodos y formas de lucha adecuados a la realidad de su país, porque cada nación tiene una realidad peculiar, y que en esto reside precisamente, el secreto de la victoria.

    El visitante permaneció meditabundo un buen rato y al cabo expresó que su país tenía muchas zonas montañosas, pero hasta entonces, sin tomar en cuenta esta tipicidad, se inclinaban a las guerrillas urbanas, por eso quizá eran pocos los éxitos y muchas las pérdidas; en adelante desarrollaría el movimiento de resistencia, principalmente, con combates de guerrillas en las áreas montañosas, conforme a la realidad.

    Terminamos la reunión con el acuerdo de que de regreso a nuestras respectivas zonas, nos entregaríamos a la organización de las guerrillas.

    Dentro de pocos días se fundaría nuestro ejército, las fuerzas armadas que ansiábamos tener con tanta vehemencia, cada vez que perdíamos a familiares y camaradas por la cruel represión y “operaciones punitivas” de los agresores imperialistas japoneses. Muy conscientes de este hecho, nos levantamos, y a una vez, cantamos el “Himno a la revolución” y “La Internacional”, cuyas majestuosas y vigorosas melodías expresaron nuestro juramento ante la amada patria y la revolución.

    En la Conferencia de Mingyuegou participaron también Dong Changrong y otros comunistas chinos. Eran preclaros revolucionarios, que desde el principio, y a partir de las peculiaridades de Manchuria del Este, donde los comunistas y demás habitantes coreanos constituían la absoluta mayoría de la población, concedieron mucha importancia a la amistad entre el pueblo coreano y el chino y a la colaboración de los comunistas de ambos países.

    Dong Changrong pidió, repetidas veces, que se pronunciaran sobre asuntos importantes los compañeros coreanos que durante largo tiempo habían luchado y que acumulaban muchas experiencias en la región.

    Arengué en chino y coreano, alternativamente, sobre mi proyecto de la organización de las filas armadas y su lucha, circunscribiéndome a lo que debatimos en la reunión.

    Los camaradas chinos expresaron su total apoyo a mi programa. Estuvieron de acuerdo con nosotros en todos los problemas, en especial, en la forma de la guerra de guerrillas, la organización de éstas y sus bases. La lucha armada de los pueblos coreano y chino contra el enemigo común, el imperialismo japonés, comenzó a estremecer el continente y empezó a cimentarse, en medio de sangrientas batallas, la tradición de la gran amistad entre Corea y China.

    La Conferencia Invernal de Mingyuegou, celebrada en 1931, dio inicio a la Lucha Armada Antijaponesa y registró un nuevo e histórico cambio en el movimiento de liberación nacional antijaponés y en el movimiento comunista en nuestro país. En ésta se profundizó y desarrolló el lineamiento de la lucha armada, trazado en la Conferencia de Kalun. Si ahí se afirmó la voluntad de la nación coreana de llevar el movimiento de liberación nacional antinipón a una etapa superior, la del combate con las armas, en la de Mingyuegou se ratificó esta voluntad y se proclamó, de modo formal, la guerra para derrotar al imperialismo japonés bajo la consigna “¡Armas contra armas, violencia revolucionaria contra la violencia contrarrevolucionaria!”. Exactamente en esta ocasión, quedó determinada la esencia del principio estratégico y táctico que fijara el rumbo de la guerra de guerrillas, y sobre su base, se crearon los más disímiles y ricos métodos de contienda armada.

    Después de la Conferencia, al pie de la roca Paekbawi, conversé con Dong Changrong sobre varios temas. En aquella oportunidad, si no recuerdo mal, me contó una anécdota sobre Kim Ri Gap, encerrado en la cárcel de Dalian, y Jon Kyong Suk, quien le asistía desde afuera, mientras participaba en las actividades de la Juventud Comunista, como obrera en una fábrica textil.

    Me pidió que le ayudara mucho en su trabajo, diciendo que, según el análisis de la composición de habitantes y miembros de las organizaciones del partido en Manchuria del Este, la mayoría la conformaban camaradas coreanos.

    —En Manchuria del Este los coreanos constituyen el grueso para la lucha revolucionaria. Sólo apoyándose en ellos será posible la victoria en la guerra de guerrillas. Por muy obstinado que sea Japón para sembrar la discordia, los comunistas de ambos países podrán superar prejuicios nacionales. El comité especial del partido se propone prestar especial atención al trabajo con los camaradas coreanos. Esperamos que nos ayuden. Confío en usted, camarada Kim Il Sung.

    Acepté de modo efusivo su petición.

    —No se preocupe por la solidaridad entre las dos naciones, pues nosotros le prestamos también esmerada atención. El fogonazo de la guerra de guerrillas eliminará totalmente la desconfianza temporal entre los pueblos de Corea y China.

    Riéndonos con alegría, nos estrechamos fuertemente las manos.

    Posteriormente, Dong Changrong y yo recordamos con frecuencia esos días.

    Cada vez que visitaba a China, el ex Primer Ministro Zhou Enlai decía, en los brindis o en las conversaciones, muchas palabras conmovedoras sobre las profundas raíces de las tradiciones de amistad entre Corea y China, enfatizando que ésta llegó a su fase suprema con la fundación de la Guerrilla Antijaponesa a principios de la década de 1930, y con la lucha común de las fuerzas armadas de ambos países contra el imperialismo japonés.

    Entonces me recordaba de la Conferencia de Mingyuegou, en la cual reinaron cálidos sentimientos de amistad entre Corea y China, y surgían, desde lo más profundo de mi corazón, Wei Zhengmin, Dong Changrong, Chen Hanzhang, Wang Detai, Zhang Weihua, Yang Jingyu, Zhou Baozhong, Hu Zemin, y otros entrañables comunistas chinos, con quienes nos abrimos paso entre una lluvia de balas.

    Creo que la amistad, en tanto que sentimiento humano, puede ser sólida sólo cuando se establece a través de relaciones interpersonales concretas, y tal sentimiento no se enfría, aunque pase el tiempo.

    

    

    

    4. Preparativos para la lucha sangrienta

    

    

    En las conclusiones de la Conferencia de Mingyuegou, se señaló la necesidad de desplegar de modo organizado la lucha armada y se exigió que yo tuviera el papel precursor y de núcleo en ésta.

    —Que Kim Il Sung dé el inicio. Es una ley que en todo haya muestra y ejemplo.

    Con estas palabras, los camaradas se despidieron de mí.

    Me quedé en Mingyuegou hasta que se fueron todos los participantes de la reunión y, luego de separarme de Dong Changrong, me dirigí a Antu. Desde todos los puntos de vista, Antu era un lugar apropiado para las acciones guerrilleras.

    Como se subrayó en la Conferencia de Mingyuegou efectuada en diciembre, reconocimos que para la creación de los destacamentos armados debíamos prestar atención primordial a la iniciación de la labor con el Ejército de salvación nacional, —fuerzas armadas antijaponesas de China constituidas en diversas partes de Manchuria, a raíz del Incidente del 18 de Septiembre—, y así fue como decidimos mantener las fuerzas principales de la organización en Antu y Wangqing, sus puntos de concentración.

    De vuelta a Xinglongcun, permanecí algunos días en la casa de Ma Chun Uk junto con mis familiares y luego nos trasladamos a la aldea Kalbat, en el valle Tuqidian, en Xiaoshahe, y después me entregué a los preparativos para la fundación de la Guerrilla Popular Antijaponesa. Xiaoshahe era un poblado bien organizado; allí las condiciones nos favorecían mucho más que en Xinglongcun. Como existía una fuerte agrupación clandestina, difícilmente se asomaban agentes enemigos, motivo por el cual los militares y policías casi no realizaban aquí operaciones de “castigo”.

    Nuestros esfuerzos para la creación de la Guerrilla Popular Antijaponesa tropezaron, desde el comienzo, con múltiples obstáculos. Esperaban solución muchos y difíciles problemas, de carácter político-militar, en particular, los concernientes a los hombres, las armas, el adiestramiento, las provisiones, las bases de apoyo masivo, y las relaciones con el Ejército de salvación nacional.

    Considerábamos los hombres y las armas como los factores de mayor importancia para la constitución de las filas armadas. Pero estábamos muy necesitados de ambos.

    En cuanto al factor humano, nos referíamos a personas con preparación político-militar. Requeríamos jóvenes que conocieran las cuestiones políticas y militares y que estuvieran dispuestos a luchar con el fusil en la mano y por largo tiempo, en aras de la patria y el pueblo.

    En un año y medio, perdimos a casi todos los integrantes de la armazón del Ejército Revolucionario de Corea. Sólo en un año, cayeron o fueron encarcelados los elementos principales de esta organización, entre otros Kim Hyok, Kim Hyong Gwon, Choe Hyo Il, Kong Yong, Ri Je U y Pak Cha Sok. Por añadidura, en enero de 1931, Ri Jong Rak, que se desempeñaba como jefe de compañía, junto con Kim Kwang Ryol, Jang So Bong y Pak Pyong Hwa, fue atrapado por las garras de la policía del consulado de Japón, mientras trataba de conseguir armas, llevando consigo folletos referentes al ERC. Kim Ri Gap, quien era ducho en asuntos militares, fue arrojado a la cárcel, y Paek Sin Han pereció en un combate. Además, Choe Chang Gol y Kim Won U no tenían señal de vida, sin que supiéramos las causas.

    De entre los restantes miembros del ERC, los que poseían experiencia militar eran tan pocos, que podían contarse con los dedos de las manos, y ni siquiera podían incluirse en las filas armadas, pues habían sido movilizados para el trabajo político entre las masas. En Antu, Cha Kwang Su era el único joven procedente del ERC, que quedó a mi lado en los días tan atareados de la fundación de la guerrilla.

    Quienes tienen en las manos el poder estatal, pueden cubrir con facilidad las necesidades de efectivos militares recurriendo a leyes de movilización o sistemas de servicio militar obligatorio, pero nosotros no podíamos valernos de tales métodos. Con aparatos legales o a la fuerza, no se puede movilizar a las masas hacia la revolución. Una vez, el Gobierno Provisional en Shanghai introdujo un artículo en la constitución, según el cual todos los ciudadanos asumían obligación tributaria y de servicio militar, pero el pueblo no sabía ni siquiera que se había adoptado tal ley. Era muy lógico que no surtieran efecto edictos o decretos de un gobierno en el exilio, que ejercía su facultad privado de la soberanía nacional, además de que estaba instalado en un rincón, dentro de una colonia de otro país.

    En la revolución de liberación nacional en las colonias es imposible lograr que las personas empuñen las armas por medios legales como la ley de movilización o el servicio militar obligatorio. En ésta, las exhortaciones de su líder y de los precursores sustituyen las leyes, y la conciencia político-moral de cada persona y su fervor combativo determinan su participación en el ejército. Las masas empuñan el fusil por sí solas, para su propia emancipación, sin exigencias o mandatos de nadie. Esta es una manifestación de la naturaleza del pueblo que tiene la independencia como su vida y está dispuesto a hacer sacrificios supremos para defenderla.

    Basándonos en ese principio, comenzamos a buscar en Antu y sus contornos, a los elementos que debían integrar la guerrilla. En guardias rojas, vanguardias de niños, piquetes de obreros, brigadas locales de choque y en otras agrupaciones paramilitares, había muchos jóvenes vigorosos que deseaban entrar en ella. En medio de las tempestades de las Huelgas de la Cosecha Otoñal y de Miseria Primaveral, crecieron de modo vertiginoso esas organizaciones y progresaron irreconociblemente los jóvenes.

    Sin embargo, no podíamos admitir, a la ligera, a cualquier persona que lo deseara, sin tener en cuenta su grado de preparación. En el Este de Manchuria los jóvenes y otros adultos todavía no estaban aptos en lo militar. Para garantizar las fuentes de recursos humanos para la guerrilla, se precisaba intensificar el adiestramiento político-militar de los jóvenes de la guardia roja, vanguardia de niños y de otras agrupaciones paramilitares.

    Pero, no tenía a mi lado a ningún cuadro capaz de dirigir esos ejercicios. Resultaba imposible que me encargara solo del adiestramiento militar de todos los jóvenes de la zona de Antu. Yo mismo, aunque me formé durante algún tiempo en la escuela Hwasong, casi no sabía nada de las prácticas militares necesarias para manejar una guerrilla, un ejército de nuevo tipo. Cha Kwang Su, de origen estudiantil, las conocía todavía menos que yo. Y como Ri Jong Rak estaba en la cárcel, ya no quedaba nadie en quien depositar esperanza. De haber existido alguien del nivel de Ri Jong Rak, le habría encomendado atender los asuntos militares y yo me habría dedicado totalmente al trabajo político, empero, no había esa posibilidad, situación ésta que me impacientaba.

    Para mi extrañeza, cada vez que me veía en trances difíciles sentía más la necesidad de camaradas.

    Cuando nos hallábamos ante este apuro, vino Pak Hun, una persona prometedora, procedente de la Academia Militar de Huangpu. Jiang Jieshi era su director y Zhou Enlai, subdirector político. En aquel plantel había muchos jóvenes coreanos. Sus cadetes tuvieron el papel principal en la rebelión de Guangzhou, denominada por los chinos “soviet de tres días”.

    Pak Hun y An Pung huyeron a Manchuria al fracasar esa revuelta, en la que habían participado. Pak Hun tenía fuerte complexión física y su lenguaje y comportamiento eran abiertos, característicos en hombres uniformados. Hablaba más en chino que en coreano y prefería los trajes de esa nación a los nuestros. El fue precisamente mi “asesor militar”.

    Como consecuencia de la traición de Jiang Jieshi a la revolución (incidente del 12 de abril), fracasó la alianza Kuomintang-Partido Comunista y, con esto, cayó el telón de la primera guerra revolucionaria interna. Después de este suceso, de las zonas meridionales vinieron a Manchuria, huyendo del terrorismo de Jiang Jieshi, Yang Rim, Choe Yong Gon, O Song Ryun (Jon Kwang), Jang Ji Rak, Pak Hun y otros muchos graduados de la Academia Militar de Huangpu, la escuela de oficiales de Guangdong, el centro de adiestramiento militar de Yunnan y de otras instituciones militares, tras haber tomado parte en la revolución china.

    Dicho con franqueza, al oir mencionar la Academia Militar de Huangpu, deposité una gran esperanza en Pak Hun.

    Una de las excepcionales habilidades de Pak Hun era disparar en el combate con una pistola en cada mano. Era un tirador formidable. Tenía una puntería del “diablo”.

    Otra consistía en su impresionante voz de mando. Resultaba un instructor de una voz asombrosa, capaz de poner en movimiento, con facilidad, a unidades de 10 mil ó 20 mil efectivos, sin necesidad de usar el megáfono. Si él gritaba algo en la meseta del valle Tuqidian, lo oía toda la aldea.

    Los jóvenes de Antu, seducidos por su don de mando, le miraban embelesados.

    —Tiene una voz tan fuerte que le puede oir también el emperador de Japón en su palacio en Tokio. ¡¿De dónde nos cayó esta joya?!

    Así exclamó una vez, Cha Kwang Su, mirando cómo Pak Hun dirigía los ejercicios de entrenamiento de los miembros de la guardia roja. Quien lo admiraba más, era precisamente Cha Kwang Su. Los dos hombres se llevaban muy bien, aunque a menudo sostenían disputas sobre cuestiones teóricas.

    Gracias a que Pak Hun adiestró bien a la unidad que organizamos en Antu, con posterioridad se ganó en Wangqing, el calificativo de “Unidad de universitarios”. En todo el curso de la guerra antijaponesa, los integrantes de nuestra unidad guerrillera fueron estimados por haber sido siempre ordenados, bajo una rigurosa disciplina, y decentes en el lenguaje y el aspecto. Ni Yang Jingyu pudo disimular su admiración ante nuestro ejército revolucionario, siempre disciplinado, animoso y culto. En esos momentos, pensaba en Pak Hun y en su voz que estremecía todo el campo de Tuqidian.

    Una cualidad más que lo destacaba como instructor, era su exigencia. Hay que reconocer que gracias a su extraordinaria firmeza los alumnos llegaron a asimilar con mucha rapidez los conocimientos militares.

    El problema era que, de vez en cuando, les aplicaba castigos físicos. Si veía a uno realizando mal los movimientos en orden cerrado o violando la disciplina, con los ojos fuera de las órbitas le regañaba, o lo pateaba o le imponía alguna sanción. No valía que le advirtiéramos que, en un ejército revolucionario, estaba prohibido de modo terminante los castigos corporales.

    Un día, regresé a casa junto con Pak Hun quien, al terminar los ejercicios, tenía la voz enronquecida. Mientras caminábamos le dije:

    —Tú, compañero Pak, tienes algo que huele a militarote. ¿Dónde aprendiste esas barbaridades?

    Al oir las palabras “oler a militarote”, me miró con una expresión sonriente.

    —Nuestro instructor era una persona muy severa y de carácter duro. No sé si aquel alemán me legó este hábito. De todas maneras, para llegar a ser un buen militar, hay que sufrir suficientes latigazos.

    Las huellas de la instrucción militar a lo alemán se manifestaban de diversas maneras en Pak Hun. En sus clases teóricas, le concedía más tiempo al tema referente al ejército prusiano. Hablaba mucho de la valentía del soldado inglés, de la agilidad del francés, del sentido de precisión del alemán y de la tenacidad del ruso y, en esas ocasiones, exhortaba a sus discípulos a hacer del nuestro un ejército omnipotente, que poseyera todas estas cualidades.

    La mayor parte de los ejercicios que dirigía no se correspondía con las peculiaridades de la guerra de guerrillas a que aspirábamos. Trataba de explicar la formación en columnas a lo napoleónico y la de líneas frontales a lo inglés y se empeñaba mucho en hacer tales formaciones con sus alumnos que apenas sumaban veinte.

    Yo, que asistía al ejercicio, durante el receso, le manifesté en voz baja mi opinión:

    —Compañero Pak, ¿qué dirías si abreviamos, sustituyendo por una explicación corta, el ejercicio de esa formación en líneas frontales a la inglesa? Sería otra cosa si aquí fuéramos a librar guerra del tipo de la batalla de Waterloo, pero como quiera que, en zonas montañosas tendremos que acometer, de inmediato, una guerra guerrillera contra un enemigo equipado con cañones y ametralladoras, me pregunto para qué nos serviría el aprendizaje de esos anticuados métodos.

    —¿Para hacer una guerra no es necesario asimilar, de todas maneras, ciertos conocimientos militares?

    —Por supuesto, son provechosos los conocimientos militares generales, ideados en otros países, pero hay que escoger y enseñar los que puedan aplicarse de inmediato. Es aconsejable que dejes de pensar en hacer tragar por entero lo que aprendiste en la escuela militar.

    Lo que le dije aquel día, fue una sugerencia para mantener a raya su dogmatismo en los ejercicios.

    Una vez, le encomendé la tarea de dirigir las prácticas de tiro de unos 10 y tantos miembros de la guardia roja. Todo el día les puso a ejercitarse una y otra vez para apuntar y hacer fuego en el punto central de la parte inferior del cuerpo enemigo, teniendo como blancos unos postes clavados en un terreno llano.

    Le expliqué que los ejercicios no deberían hacerse de esa manera; hacía falta aprender primero lo imprescindible para la guerra de guerrillas, renunciando a cosas que no se avenían a la realidad, sobre todo, conceder preferencia a ejercicios relacionados con los combates en la montaña; y que debíamos desechar con decisión lo que no nos conviniera y crear nosotros mismos, con aunada sabiduría, uno tras otro, métodos que no existían en reglamentos de instrucción.

    Pak Hun aceptó con seriedad mi opinión.

    Después de esto, las prácticas se efectuaron principalmente en torno a lo que hacía falta para la guerra de guerrillas. Se impartieron conocimientos que podían aplicarse de inmediato, entre otros, los elementales movimientos en orden cerrado, procedimientos de manejo de armas, y métodos de camuflaje, de señalamiento, de utilización de lanzas, de exploración de movimientos del enemigo, de desplazamiento por senderos montañosos, de manejo de garrotes, de arrebatar armas y de distinguir gente propia de la del adversario durante encuentros nocturnos.

    Al principio, Pak Hun enseñó cosas que le venían a la cabeza, sin planificarlas, pero con posterioridad, dirigió los ejercicios de modo sistemático, según un programa de clases.

    Más tarde, recordando ese entonces, confesó: “Todos los conocimientos que había adquirido en la Academia Militar de Huangpu provenían de las cinco potencias militares del mundo. Eran el análisis y la síntesis del arte de la guerra de distintas naciones y épocas. Me sentía orgulloso de haberlos aprendido en esa famosa institución militar, que podía considerarse foro de la instrucción marcial en la China contemporánea, y creía que, si los difundía en el Este de Manchuria, todos me aplaudirían. Pero me equivoqué totalmente. En lugar de aplausos, tropecé con una reacción fría. Los jóvenes aceptaban mis clases, no como nociones vitales e imprescindibles, sino como ordinarias que podían ser ignoradas. Comprendí en lo hondo que el arte militar que había aprendido durante varios años, aunque de nivel mundial, resultaba incompleto, casi ineficiente para operaciones guerrilleras. Me sentí decepcionado de mí mismo, por haberlo creído absoluto, como si fuera un código universal, y comprendí la imperiosa necesidad de crear una teoría militar que se correspondiera con la guerra de guerrillas. Desde entonces, adopté un modo de pensar a nuestra manera, ajustado a la revolución coreana, despojándome de los dogmas”.

    Entre los “ministros para el adiestramiento” en la zona de Antu, se destacó, además, Kim Il Ryong. No poseía tantos conocimientos sobre la guerra moderna como Pak Hun, pero preparó a los soldados con abnegación, valiéndose de las experiencias prácticas que acumuló cuando combatía en el Ejército independentista.

    A nuestro alrededor se agruparon varias decenas de leales jóvenes, con instrucción política y militar recibida en los ejercicios de adiestramiento y la ampliación de las filas de la guardia roja, vanguardia de niños, cuerpo de niños exploradores y de otras entidades paramilitares. Reunimos en Antu a los camaradas que habían sido enviados a actuar en diferentes distritos adyacentes al río Tuman, y jóvenes seleccionados entre los forjados y probados en el curso de la Huelga de la Cosecha Otoñal y la de Miseria Primaveral. De todas partes del Este de Manchuria, sobre todo, de Antu y Dunhua, llegaban muchos.

    Escogimos los 18 más avanzados, incluyendo a Cha Kwang Su, Kim Il Ryong, Pak Hun, Kim Chol (alias Kim Chol Hui) y Ri Yong Bae y con ellos constituimos, como primer paso, un grupo guerrillero. Al propio tiempo, orientamos proceder de la misma manera en Yanji, Wangqing, Helong y Hunchun. Comenzaron a surgir así, uno por distrito, grupos armados de 10 a 20 personas. La orientación adoptada en la Conferencia de Mingyuegou fue que, una vez creados esos grupos, con poco personal, se emprendieran cautelosas operaciones para conseguir armas, acumular experiencias y ampliar las filas hasta que, maduras las condiciones, se constituyeran, por distritos, destacamentos armados de mayores dimensiones.

    El proceso de formación de los grupos guerrilleros fue acompañado por sangrientas acciones para obtener armas. Entre todas las tareas difíciles, ésta resultaba la más riesgosa.

    El ejército agresor del imperialismo japonés reforzaba de modo incesante su poderío terrestre, aéreo y naval con modernas armas y equipos producidos en serie por su industria de guerra. En contraste, no contábamos ni con retaguardia estatal que nos suministrara armas, ni tampoco con dinero para comprar ni un solo fusil. Lo que necesitábamos no eran cañones, ni tampoco tanques. De inmediato, hubieran sido suficientes fusiles, revólveres, granadas de mano, y otras armas ligeras. De haber existido en el país alguna fábrica que las produjera, las habríamos conseguido con la ayuda de la clase obrera, pero no había tal cosa. Desgraciadamente, no nos beneficiamos en absoluto de la industria de nuestro propio país para armarnos.

    Así no quedó otra alternativa que lanzar la heroica consigna: “¡Armarnos con lo arrebatado al enemigo!”.

    En cuanto regresé a Antu, desenterré los dos revólveres que mi padre había dejado bajo el cuidado de mi madre. Alzándolos dije a mis camaradas:

    —Mírenlos, son herencia de mi padre. El no era ni combatiente voluntario, ni tampoco pertenecía al Ejército independentista, pero hasta el momento de morir los llevó consigo. ¿Por qué motivo? Consideraba la lucha armada como forma superior de la gesta para la reconquista de la independencia del país. Y ésta fue su última aspiración. En el momento de heredar estos dos revólveres, tomé la firme decisión de hacerla realidad, en su lugar. Ya ha llegado la hora. Apoyándonos en estas dos armas, iniciemos la marcha independizadora. Por ahora, este es todo nuestro arsenal, pero imagínense el día en que se multipliquen por 200, 2 000, 20 000. Con 2 000 fusiles podríamos seguro liberar al país. Como tenemos este capital, vamos a invertirlo, aumentándolo a 2 000, a 20 000 fusiles.

    No pude continuar porque al pensar en mi padre que se había ido de este mundo demasiado temprano, sin llegar a ver realizado su propósito, sentí un nudo en la garganta.

    Al plantearse en el orden del día la obtención de armas, Pak Hun me preguntó qué había hecho con varias decenas de armas que, según había oído, me había donado el hijo de una familia rica de Fusong. Se refería a Zhang Weihua. Una vez, en la época en que desarrollábamos actividades en Wujiazi, él nos visitó y trajo consigo 40 fusiles del arsenal de la guardia privada de su casa. Los distribuimos a los miembros del Ejército Revolucionario de Corea.

    Al conocerlo, Pak Hun se mostró muy desanimado y dijo que la única salida era disponer de dinero. Propuso ir a las aldeas que habíamos convertido en revolucionarias, para exhortar a los campesinos a hacernos donaciones.

    No aceptamos su sugerencia. Habría sido otra cosa si este trabajo se hubiera llevado a cabo entre gente rica, pero no se podía considerar justo sangrar los bolsillos de obreros y campesinos pobres para comprar armas. Por supuesto, habría resultado mucho más fácil recaudar contribuciones que arrebatar armas, arriesgando la vida.

    Nosotros escogimos el camino difícil, renunciando al otro. Reconocía que comprar armas era también un método, pero procuré no recurrir a éste en la medida de lo posible. Extender la mano al pueblo pidiéndole dinero, no era un procedimiento nuestro, sino del Ejército independentista.

    Aun cuando hubiéramos recaudado contribuciones, no habríamos sacado gran provecho, pues, una vez, el camarada Choe Hyon compró a una tropa de gandules de bosque una ametralladora en mil 500 wones. Esto significaba que, por esa época, cuando un toro costaba más o menos 50 wones en el mercado, para adquirir un arma como aquélla debían venderse unas 30 cabezas de ganado vacuno. No podíamos pasar por alto tal precio.

    Al cabo de muchas discusiones, fuimos al monte Naitoushan, donde recogimos unos cuantos rifles que la gente del Ejército independentista había enterrado. También otros distritos emularon en recoger armas que pertenecían a esa gente.

    Después de la batalla de Qingshanli, las unidades independentistas bajo el mando de Hong Pom Do enterraron en Dakanzi cantidad de armas y municiones, antes de retirarse hacia la frontera ruso-manchú.

    La guarnición japonesa, informada de esto por medio de un agente secreto, se las llevó por montones, en decenas de camiones. Luego de la Conferencia de Mingyuegou, los camaradas de Wangqing enviaron gente a Dakanzi y recogieron casi 50 mil balas de los huecos removidos entonces por los de la guarnición nipona.

    Cuando dispusimos de algunos fusiles pasamos a acciones directas, apoyándonos en estos, para arrebatarles las armas a los enemigos.

    Como primer blanco de asalto, fue escogida la casa del terrateniente Shuang Bingjun, quien mantenía un cuerpo de defensa de unas 40 personas. Su jefe era Ri To Son, que, con posterioridad, sería ajusticiado por la unidad del camarada Choe Hyon, mientras se hacía tristemente famoso como comandante del “cuerpo selecto”.

    Ese cuerpo de defensa tenía por cuartel dos barracas, una dentro y otra fuera de la tapia de barro de la mansión del terrateniente.

    Después de una previa exploración, constituimos el grupo de asalto con integrantes del grupo guerrillero y de la guardia roja y atacamos por sorpresa la mansión, en el poblado principal de Xiaoshahe. En esta acción nos apropiamos de más de 10 fusiles.

    Esa forma de hacerse de armas, se llevó a cabo intensamente, en campañas de masas, en todos los lugares de la cuenca del río Tuman.

    Bajo las consignas “¡El arma es nuestra vida!” y “¡Armas contra armas!” las masas revolucionarias, sobre todo, los grupos guerrilleros, los miembros de la guardia roja, de la vanguardia de niños y de las brigadas locales de choque, indistintamente de que fueran hombres o mujeres, viejos o niños, lucharon a vida o muerte, para quitarles armamentos al ejército invasor del imperialismo japonés, a los policías japoneses y manchúes, a los terratenientes projaponeses y a los burócratas reaccionarios.

    Por esa época, comenzó a circular la voz “¡Yochangbuyoming!”, lo que en coreano significa “necesito sólo el arma y no la vida”. Si alguien irrumpía en una aduana, o en el cuartel de un cuerpo de defensa o de seguridad pública, o en una mansión y gritaba “¡Yochangbuyoming!”, encañonando con el fusil, los cobardes burócratas, terratenientes reaccionarios y policías temblaban aterrorizados y entregaban sus armas.

    “¡Yochangbuyoming!” fue una frase que se utilizó y difundió ampliamente, como una moda, en todas las zonas del Este de Manchuria, donde actuaban organizaciones revolucionarias.

    O Thae Hui, padre de O Jung Hwa, y el tío de éste, lograron inmovilizar a policías y miembros de cuerpos de autodefensa, con la pata de una mesa de cocina convertida en falsa pistola, y gritando “¡Yochangbuyoming!”, y enviaron las armas así conseguidas a la guardia roja. Esta noticia llegó hasta Antu. Admiramos la ingeniosidad y valentía de esos ancianos.

    Más tarde, al encontrarme en Wangqing con O Thae Hui, le pregunté:

    —¿Cómo pudieron elaborar un plan tan ingenioso?

    El viejo me explicó con expresión sonriente:

    —En la noche, también las patas de una mesa parecían pistolas. Como nosotros no teníamos fusiles, ni tampoco bombas de mano, arranqué una de esas patas. La situación apremiante me obligó a pensar en esto, tal como dice un refrán: el que tiene sed cava el pozo.

    El anciano tenía razón. Con ese sentimiento fue que nos arrojamos valerosamente a la lucha para conquistar armas. Era una pelea sumamente difícil, que exigía máxima iniciativa e ingenio.

    Para obtener armamento, los revolucionarios y otros habitantes progresistas en el Este de Manchuria, a menudo se disfrazaban con inigualable habilidad de gendarmes o militares del Ejército de salvación nacional, o de funcionarios del consulado japonés, o de personas con mucha fortuna e influencia, o de comerciantes, y se conducían en perfecta armonía con la situación. Hubo, incluso, casos de mujeres que derribaron con toletes de lavar o garrotes a militares o policías para quitarles sus armas.

    Las acciones para armarnos constituyeron la apertura y batalla preliminar de la guerra de resistencia de todo el pueblo. Entraron en función todas las organizaciones revolucionarias y toda la población y, al llegar el momento en que la revolución exigía armas, las masas se arrojaron sin titubeo al combate por conseguirlas. En este proceso se concientizaron, es decir, se dieron cuenta de cuán grande era su poderío.

    Nuestra consigna de que cada cual consiguiera su arma, mostró enorme vitalidad en todas partes.

    Es verdad que en esas acciones perdimos a numerosos camaradas revolucionarios. En cada uno de los fusiles que conseguimos entonces, estaban impregnados su sangre y ardiente espíritu patrióticos.

    Bajo la consigna de apoyarnos en nuestras propias fuerzas, nos esforzábamos, al mismo tiempo, para fabricar armas.

    Como primer paso, confeccionamos armas blancas, como sables y lanzas, con hierro forjado en herrerías. Después, pasamos a hacer revólveres y bombas de mano.

    De entre los revólveres, el más perfeccionado y eficiente resultó el “pijikae”, hecho por militantes de la UJA, en Nangou, del distrito Wangqing. Los habitantes de la provincia Hamgyong del Norte, llamaban al fósforo “pijikae” como en ruso. Y el nombre del revólver “pijikae” provenía del hecho de que utilizaba, a manera de pólvora, fósforos de fricción.

    Hasta el cañón del revólver lo hicieron ellos mismos, con hojalata.

    De los talleres de armas del Este de Manchuria, los más conocidos fueron el instalado en la cueva del peñasco Suri en Shenxian de Jingu, en el distrito Helong; el de Nangou, del distrito Wangqing; y el del valle Zhujia, de la aldea Nanyangcun, de Yilangou, en el distrito Yanji.

    En la cueva del peñasco Suri se produjeron incluso bombas de mano con pólvora conseguida por la organización revolucionaria de la mina de Badaogou, en el distrito Yanji.

    Al principio, fabricaron bombas detonantes, pero producían sólo tremendo ruido, casi sin efecto mortífero. Para superar este defecto, hicieron bombas de polvos de pimiento. Eran más eficientes que las anteriores, aunque tampoco provocaban casi ninguna baja, si bien esparcían un olor irrespirable.

    Después, los compañeros de Helong lograron inventar las que en vez de polvos de pimiento se llenaban de pedacitos de hierro y provocaban muchas bajas. Estas fueron las famosas Yongil. Con posterioridad, hicimos venir a Pak Yong Sun, quien se encontraba en Helong, y organizamos en Dafangzi, Xiaowangqing, cursillos de dos días, sobre cómo producirla, para difundirlo por todo el Este de Manchuria. En esa actividad participaron trabajadores de los talleres de armas, procedentes de diferentes distritos de Jiandao, y miembros de las jefaturas de las guerrillas.

    El primer día impartí una clase de cómo producir pólvora. En aquellos talleres se conseguía ese material, necesario para las bombas, sustrayéndolo en secreto de las minas. Pero este procedimiento siempre resultaba riesgoso, porque los enemigos imponían un riguroso control. Entonces, logramos obtenerla con materias primas que recogimos sin dificultad en los hogares. En las clases se enseñó esta novedosa vía para generalizarla en todas partes.

    Pak Yong Sun explicó la fabricación de las bombas, su uso y mantenimiento. Toda la historia de su producción en Helong, mediante inventos con el espíritu de apoyarse en los propios esfuerzos, fue objeto de la unánime admiración de los participantes de los cursillos. Eran muy talentosos los camaradas Pak Yong Sun y Son Won Gum, quienes dirigieron el taller de armas en la cueva del peñasco Suri. Posteriormente, este se convirtió en una segura base de fabricación y reparación de armamento del Ejército Revolucionario Popular e hizo grandes aportes durante la guerra de resistencia antijaponesa.

    Si algún escritor sintetiza y reproduce con lenguaje expresivo los episodios que testimonian el inigualable espíritu de sacrificio, el valor, la habilidad de adaptación a las circunstancias y el extraordinario sentido creador que nuestro pueblo reveló en la obtención de armamento, podría crear una impresionante epopeya.

    Las masas populares, que a lo largo de decenas de miles de años estuvieron marginadas de la historia, como fuerza de trabajo barata, en medio de la ignorancia y el obscurantismo, estas humildes gentes que se veían obligadas a aceptar como predestinada su desgracia de ser apátridas, si bien lamentándose con los dientes apretados y derramando lágrimas y sangre, por fin se alzaron en la sagrada lucha emancipadora, para forjar su destino con sus propias fuerzas.

    Cada vez que veía las armas que las organizaciones locales arrebataban al enemigo o producían, reafirmaba con orgullo cuán justa era nuestra resolución de hacer la revolución coreana confiando y apoyándonos en el poderío de nuestro pueblo.

    A la vez que acelerábamos los preparativos para la fundación de las fuerzas armadas revolucionarias, de carácter permanente, prestamos atención especial al establecimiento de las bases de apoyo entre las masas para la Lucha Armada Antijaponesa. Concientizar y forjar de modo ininterrumpido a las masas populares en medio de la lucha práctica para prepararlas sólidamente con vistas a la guerra de resistencia antijaponesa, devenía exigencia imprescindible de nuestra revolución en avance; precisamente en la movilización voluntaria y total de las masas estaba la garantía del triunfo final.

    La pérdida sin precedentes en la agricultura de 1930 y, como consecuencia, la llegada de la cruenta hambruna, nos sirvieron de condiciones propicias para desenvolver contiendas masivas en el Este de Manchuria, como continuación de la Huelga de la Cosecha Otoñal. Aprovechándonos del espíritu combativo de las masas crecido en el curso de esa manifestación, determinamos efectuar la de Miseria Primaveral, para acusar a los imperialistas japoneses y a los terratenientes pronipones. Comenzó con campañas de préstamo de cereales, es decir, pedir a los terratenientes anticipo de provisiones y se extendió de modo vertiginoso terminando en acciones de arrebato de alimentos a estos y a los japoneses, y en lucha violenta para castigar a sus lacayos.

    En el fragor de la Huelga de Miseria Primaveral la formación del espíritu y rasgos revolucionarios en la población del Este de Manchuria alcanzó una etapa más alta. Aun cuando la ofensiva contrarrevolucionaria tornábase virulenta, los comunistas coreanos se compenetraron con las masas para, con paciencia, ilustrarlas y educarlas. Las organizaciones de masas abrieron sus puertas de par en par, y las foguearon sin tregua en el proceso de la práctica.

    Pero, no en todas partes este trabajo se desplegó con viento en popa. Hubo casos en que, para implantar un ambiente y espíritu revolucionarios en una aldea, perecieron varios revolucionarios y, otras veces, se vieron obligados a aceptar, en silencio, situaciones en que, sin poder descubrir sus misiones verdaderas, eran objeto de insoportables menosprecios y de desconfianza por parte de los habitantes.

    Podría decir que yo mismo experimenté uno de esos casos, en el poblado Fuerhe, situado en un punto importante del camino que iba de Antu a Dunhua.

    Sin pasar por allí, no se podía viajar libremente a Dunhua o a las zonas del Sur de Manchuria y, de no lograrse imprimir rasgos y espíritu revolucionarios a sus habitantes, resultaba imposible garantizar nuestra seguridad en Xiaoshahe, Dashahe, Liushuhe y en otras aldeas vecinas.

    La organización envió a varios trabajadores competentes, pero sufrieron sucesivos fracasos. Era preciso establecer una organización; empero, todo el que se presentaba allí caía preso y perdía la vida. No había manera de resolver el problema. Kim Jong Ryong, llamando reaccionaria a esta aldea, se lamentaba de que aunque presentía que existían espías o alguna organización blanca, le resultaba imposible descubrirlos. Cada vez que oía eso, me parecía extraño.

    En Fuerhe, había un miembro de nuestra organización, apellidado Song, pero él solo no podía detectar a los reaccionarios, ni sembrar conciencia revolucionaria entre su población. Era imprescindible que alguien penetrara en esa aldea, arriesgando la vida, y la convirtiera de reaccionaria en revolucionaria, castigando a quienes lo merecían y creando las organizaciones que hacían falta.

    Por eso me ofrecí para ir.

    Cité al camarada Song a Xiaoshahe y acordamos de antemano:

    —En cuanto vuelva a su aldea, procure difundir la noticia de que como en su casa sentían falta de brazos han contratado a un criado. Así podré ir como sirviente.

    El compañero Song, meneando la cabeza y abriendo desmesuradamente los ojos, se opuso a mi idea:

    —¿Por qué quiere arriesgarse, yendo adonde hay muchos reaccionarios? Además, ¿cómo puede hacerse pasar por sirviente?

    Tampoco la organización aprobó mi plan.

    Pese a estas objeciones, me senté sobre el trineo tirado por un buey, al lado de Song, y partimos hacia Fuerhe. Disfrazado de muchacho lerdo, con la cara sucia y el pelo largo y enmarañado, penetré en la “cueva de los reaccionarios”.

    Unas horas después, cuando Song y yo estábamos comiendo, irrumpió en la aldea un grupo de policías montados, levantando nubes de polvo. No se podía saber por qué conducto recibieron la noticia, pero fueron enviados desde Antu, con toda urgencia.

    Al oir el inquietante vocerío de los niños que jugueteaban afuera, salí al patio y comencé a partir leña con un hacha. Podría decir que me encontraba en un trance parecido al experimentado en Jiaohe, en la casa de aquella mujer anónima.

    Los policías preguntaron quién era yo.

    Song les explicó que era su criado. Uno de ellos movió la cabeza extrañado y dijo:

    —Nos informaron que un jefe comunista vino aquí para impartir orientaciones…

    Parece que se habían imaginado que encontrarían a un jefe elegante, en traje a la moda, pero al verme vestido con un desgastado saco y con la cara embarrada, se desanimaron por haber corrido inútilmente.

    Sospeché que en nuestras filas existía algún elemento espurio que se entendía con el enemigo, puesto que de mi presencia en Fuerhe sólo sabían algunas personas de la dirección.

    En cuanto se fueron los policías, miré a Song y vi su rostro pálido y que, de su frente, brotaba sudor de susto.

    Desde el siguiente día, madrugaba para traer agua del pozo, partir leña, barrer el contorno de la casa y calentar el alimento para el buey. Después Song y yo, sentados sobre el trineo íbamos al monte. Eso ocurría diariamente. Una vez en el bosque, ora atendíamos documentos, ora recogíamos leña, ora hablábamos de nuestro trabajo. En esas ocasiones encomendé a Song una tarea tras otra.

    Pronto toda la aldea me conoció como un “criado” laborioso. Los vecinos me tomaban por un muchacho bondadoso, algo lelo. Si los bordes del pozo se helaban, las mujeres me hacían señales con las manos y me rogaban que rompiera pronto la capa de hielo. Yo aceptaba cordialmente esas demandas, porque cuanto más trabajos me exigieran realizar tanto más me parecería a un “sirviente”, y cuanto más solicitudes o ruegos ejecutara de modo sincero, tanto más difícil les resultaría a los espías descubrir en mí rasgos de un revolucionario.

    Un día, en una casa vecina a la de Song, hubo una boda. Algunos aldeanos vinieron a rogarme batir la masa de arroz cocido para hacer tok. Creían que como yo era “criado” sabría cumplir con habilidad este trabajo.

    Mi abuelo, quien había envejecido en el cultivo de la tierra, no dejaba de repetir que un verdadero agricultor debía conocer bien tres faenas: manejar el arado, cortar yerbas y mover el mazo para batir arroz. Pero, yo nunca lo había hecho. Nuestra familia era tan pobre, que no podía darse el lujo de comer tok. Estaba preocupado porque si aceptaba la demanda de los vecinos, corría peligro de ser descubierto, y si, por el contrario, la rechazaba, podría considerarse no propio de mi condición de “criado”. Por eso, al principio les dije que no podía ayudarles por tener mucho trabajo. Pero como vinieron a insistir varias veces, no pude resistir más.

    Cuando entré en la casa de la boda, sus dueños se contentaron por tener más brazos de ayuda. Quitando el mazo de la mano de un vecino algo viejo y flaco, me lo entregaron a mí con estas palabras: “Oye, el sabor de esta comida dependerá de ti. Muestra toda tu habilidad.” Ajena a mi embarazosa situación la dueña de la casa estaba muy apurada para traer en una artesa el arroz que acababa de sacar de la olla. Al verla me daba risa, pero, por otra parte, me sentía un poco aturdido. Los vecinos formaron un corro para admirar la destreza del “sirviente”. En el campo, constituía un espectáculo, una parte de la vida, ver cómo se amasaba el arroz cocido.

    Mientras humedecía ambas palmas para empuñar bien fuerte el mazo pensé: (En fin, veamos qué sale de esto. Batiré con toda mi fuerza. A fin de cuentas, este trabajo también debería realizarlo el hombre. Por ser “criado” no podría estar preparado para todo. Lo peor que puede pasar es que digan que soy un mal trabajador.)

    En este momento, Song, que comprendió mi embarazosa situación, me salvó:

    —Oye, hombre, ¿cómo puedes manejar el mazo con ese brazo? ¿Cuántas veces te dije que te lo cuidaras bien? —Con fingida seriedad me recriminó, y dirigiéndose a los dueños de la casa, dijo exaltado—: Este hombre no puede hacer este trabajo, pues ayer, mientras recogía leña, se lesionó un brazo. Pero, como se trata de una fiesta de mis vecinos, yo les ayudaré.

    Aquel día, al agasajar a los huéspedes con el tok las mujeres lo sirvieron en platos, pero a mí me lo dieron en la mano. No me molestaba ese trato menospreciador de los aldeanos. Al contrario, lo consideraba favorable para mi labor.

    Así, pues, no fue nada fácil el proceso de crear un ambiente revolucionario en Fuerhe. Decíamos que el mismo proceso en Wujiazi en-frentó muchas peripecias, aunque comparado con el de Fuerhe, aquel se podría considerar como un paseo. Permanecí en este poblado alrededor de un mes y medio, y en ese tiempo, logré establecer una organización y ajusticiar al agente, con la movilización de los jóvenes de avanzada.

    De regreso a Xiaoshahe, conté a los camaradas lo que pasé en Fuerhe. Al escucharme, se desternillaron de risa. Les declaré:

    —No hay lugar donde no puedan actuar los revolucionarios. Si hasta ahora, no ha ocurrido así es porque no entramos en las masas, sólo flotábamos como gotas de aceite en el agua. Hacíamos la revolución como señoritas.

    Una vez, después de fundar la Guerrilla Popular Antijaponesa, estuve en Fuerhe, al frente de la unidad. Entré en la aldea, a caballo, ya hecho jefe de la guerrilla, y organicé un mitin, en el cual pronuncié también un discurso. Fue indecible la sorpresa de los habitantes cuando me reconocieron.

    Aquella joven mujer que me hacía señas con la mano para que rompiera la capa de hielo, al verme montar, después de terminar mi alocución, no supo dónde meterse mientras decía con voz casi asustada:

    —Eh, ¡¿no es este hombre aquel muchacho que estuvo aquí como “criado”?! ¡Y ahora, es jefe del ejército revolucionario!

    Así vencimos los obstáculos que nos salían al paso.

    Pero el problema más serio seguía sin resolverse. Se trataba de las relaciones con las unidades del Ejército de salvación nacional, que costó mucha sangre a los comunistas coreanos.

    

    

    

    5. Nuevas fuerzas armadas

    

    

    La primavera de 1932 fue más que agitada por los acontecimientos que conmovieron al mundo. El imperialismo japonés, que había ocupado a Manchuria, creó el títere Estado manchú, e instaló al frente de él a Pu Yi, último emperador de Tsing, destronado por la revolución nacional de Sun Zhongshan. Organismos venales de difusión de Japón y publicaciones projaponesas de China y Manchuria, abogaron a coro por la “colaboración armoniosa de las cinco nacionalidades” y la construcción de “la tierra de felicidad” en elogio al Estado manchú, mientras la opinión pública progresista de Asia y el resto del orbe, lo rechazó y condenó de modo enérgico.

    La atención del mundo se centraba en el trabajo de la comisión investigadora de la Liga de las Naciones, que acababa de llegar a Japón, con la misión de aclarar causa y responsabilidad de la provocación del Incidente del 18 de Septiembre.

    Ese grupo, encabezado por Sir Lytton, asesor del Consejo Confidencial de Inglaterra, y constituido por representantes de potencias como EE.UU., Alemania, Francia e Italia, fue recibido en audiencia por el emperador de Japón y se encontró con el primer ministro, el titular de las fuerzas armadas terrestres y el del exterior. Luego viajó a China, donde se entrevistó con Jiang Jieshi y Zhang Xueliang, y, en Manchuria, con el teniente general Honjo, comandante en jefe del ejército Kwantung, así como efectuó una inspección al lugar donde se desencadenaron los sucesos. Japón y China compitieron acaloradamente en hospedajes y acogidas al grupo, para atraerlo a su lado. La suposición de que si los investigadores lograban descubrir la verdad y la Liga de las Naciones ejercía presión, Japón debía retirar sus fuerzas armadas de Manchuria, era comentada, no sólo en los círculos políticos, sociales y de prensa, sino hasta entre alumnos primarios y ancianos en tertulias, que se habían tornado sensibles a cuestiones políticas.

    No obstante, nosotros, que nos preparábamos para la lucha armada en Antu, casi no prestamos atención a esos rumores infundados, enfrascándonos sólo en los ejercicios militares. Todos los días, las integrantes de la Asociación de mujeres de Xiaoshahe, traían hasta el campo de Tuqidian, nuestro almuerzo en artesas colocadas sobre sus cabezas.

    En la segunda decena de marzo, organizamos en Antu un adiestramiento de corta duración (cursillos), para los miembros de la dirección de las pequeñas guerrillas, constituidas en diferentes distritos del Este de Manchuria. Llegaron al valle Tuqidian, en Xiaoshahe, casi 20 personas.

    El programa estaba concebido para dos días: en el primero, teoría y el otro, ejercicios prácticos. Impartí una clase política sobre lineamientos y orientaciones de la revolución coreana y otra referente al reglamento interno de las guerrillas y sus principios de acción. La práctica la dirigió Pak Hun en su mayor parte. Durante esos cursillos, ampliamos de modo gradual la esfera de adiestramiento; comenzamos, por cosas elementales, como movimientos en la formación y reglas de arme y desarme, y pasamos después a asuntos tácticos, concernientes a la organización de asaltos y emboscadas.

    Antu se convirtió en la principal base de los comunistas coreanos, en el centro de sus actividades para fundar la Guerrilla Popular Antijaponesa. De los distritos que rodeaban al río Tuman, llegaban con frecuencia a Xiaoshahe trabajadores clandestinos y enlaces, para entrar en contactos con nosotros. De boca en boca corrió, hasta en el interior del país, la noticia de que estábamos creando guerrillas en Antu. Vigorosos jóvenes, de alrededor de 20 años, procedentes de Corea y de Manchuria, concurrieron a Antu, exponiéndose al peligro, y solicitaron su ingreso.

    Precisamente en ese período, Pyon Tal Hwan, mientras conducía a Antu a ocho jóvenes de Wujiazi que deseaban alistarse, fue apresado por policías japoneses y encarcelado. El anciano Pyon Tae U, quien me visitó a raíz de la liberación del país, lamentó mucho que su hijo no había podido realizar su propósito de ingresar en la guerrilla y que hubiera pasado en vano, varios años en prisión.

    De los distritos de Jiandao, de donde nos llegó el mayor número de voluntarios fue de Yanji. En esta zona se concentraban organismos de administración y aparatos represivos del enemigo y funcionaba intensamente su red de inteligencia. A principios de abril de 1932, se constituyó un destacamento provisional para Jiandao, mandado por el coronel Ikeda, teniendo como fuerza principal al regimiento 75 de la brigada 38, perteneciente a la 19 división de Ranam, y reforzado por otras unidades de artillería, ingeniería y comunicación. Esa fuerza cruzó el Tuman e irrumpió en Yanji y en otras zonas de Jiandao, con el fin de emprender operaciones de “castigo” en el Este de Manchuria.

    En vista de esta situación, las organizaciones clandestinas de allí, enviaron a Antu, a numerosos jóvenes deseosos de alistarse. Había también otros muchos que, sin recomendaciones de organización alguna, venían por sí mismos, al escuchar noticias de nosotros.

    Chen Hanzhang, procedente de Dunhua, apareció ante mí acompañado por un joven chino llamado Hu Zemin quien era profesor en la escuela normal de Helong.

    Hubo días en que nos llegaban grupos de unos 10 jóvenes. En el camino, muchos fueron interceptados y asesinados por el Ejército de salvación nacional.

    Por esa época, en el noreste de China pululaban agrupaciones antijaponesas de todo tipo, entre otras, la tropa de autodefensa del Noreste, la tropa contra Jilin, el Ejército de salvación nacional antijaponés, el Ejército de voluntarios antijaponeses y las tropas de gandules de bosque, las huestes de sable grande y de lanza roja. Estas fuerzas, de índole nacionalista y llamadas por lo general Ejército de salvación nacional, estaban constituidas por militares patrióticos que, después de la ocupación de Manchuria por el imperialismo japonés, se habían separado del antiguo ejército del Noreste, bajo la bandera antijaponesa de salvación nacional, y por dignatarios civiles patrióticos y campesinos.

    Podrían mencionarse como más conocidas las que comandaban Wang Delin, Tang Juwu, Wang Fengge, Su Bingwen, Ma Zhanshan, Ding Chao y Li Du.

    En el Este de Manchuria, la de Wang Delin era la más numerosa. Una parte de su época juvenil, la pasó este hombre en las selvas de Muling y Suifenhe, como “héroe del verde bosque” al frente de una pandilla de bandoleros, sin tener ningún criterio o propósito. Después, al adherirse con sus subalternos al ejército de Jilin, bajo la jurisdicción de Zhang Zuoxiang, se hizo oficial ya con aspecto de militar del ejército regular. Hasta antes del Incidente del 18 de Septiembre mandó el tercer batallón del séptimo regimiento, de la tercera brigada del antiguo ejército de Jilin. La gente civil llamaba a su unidad “antiguo tercer batallón”.

    Al invadir el ejército japonés a Manchuria, Ji Xing, comandante de brigada y superior de Wang Delin, se rindió y se entrevistó con el comandante en jefe del ejército Kwantung. Después de jurar fidelidad al imperio japonés, fue nombrado comandante en jefe de la guarnición de Jilin.

    Wang Delin, indignado ante la traición de su superior, se rebeló y proclamó la lucha antijaponesa de salvación nacional. Entró en las montañas, al frente de unos 500 soldados, creó el Ejército popular de salvación nacional de China y designó a Wu Yicheng, comandante en jefe del frente. Así comenzó la guerra de resistencia al ejército agresor japonés.

    Fueron sus subalternos leales Wu Yicheng, Shi Zhongheng, Chai Shirong y Kong Xianyong, quienes, teniendo por base de operaciones la zona de Luozigou mantenían a raya a los enemigos en la región de Jiandao, y más tarde, con su sangre, estrecharon los lazos con nuestras guerrillas.

    En las regiones montañosas del Sur de Manchuria, operaba la legión de autodefensa de Tang Juwu, y, en la provincia Heilongjiang, la unidad de Ma Zhanshan resistía al ejército japonés que avanzaba hacia el norte. En las remotas zonas de Antu se refugió la unidad del comandante Yu, que estaba bajo la autoridad de Wu Yicheng. La gente de ese destacamento actuaba con mucho desenfreno.

    Todas esas tropas, sin excepción, consideraban a los comunistas coreanos como lacayos del imperialismo japonés y que los coreanos eran los principales culpables de la irrupción del ejército nipón en la tierra manchú.

    Encima de que los imperialistas japoneses continuaban sus maniobras encaminadas a sembrar la discordia entre los pueblos coreano y chino, hasta entonces no se había borrado de la memoria de los chinos la mala impresión que habían recibido de los coreanos en la rebelión del 30 de mayo y el incidente del Wanbaoshan.

    La testaruda capa superior del Ejército de salvación nacional, no poseía facultad de discernimiento político y de penetración, para comprender que, tanto la coreana como la china eran naciones oprimidas, obligadas por igual a sufrir calamidades y desgracias por los agresores japoneses; que los coreanos no podían convertirse en lacayos de sus enemigos, tal como no lo podían ser los chinos; ni eran enemigos unos de otros. Además, su hostilidad en cuanto al comunismo, no tenía motivo alguno. Esto se relacionaba con el hecho de que las personas de la capa superior del Ejército de salvación nacional provenían, en su mayoría, de las clases ricas. Esa gente inventó, a su manera, la fórmula de que coreano significaba comunista, y éste, fraccionalista, que a su vez devenía lacayo del imperialismo japonés, y, tomándola por norma, persiguió y asesinó de modo implacable a jóvenes y adultos coreanos.

    En ciudades y zonas llanas, el ejército agresor japonés perpetraba actos brutales y en áreas rurales y montañosas que no estaban ocupadas por éste, miles y decenas de miles de soldados del Ejército de salvación nacional vigilaban los caminos, manteniéndonos en completa inmovilidad. Sus actos hostiles constituyeron una grave dificultad que amenazaba la existencia misma de nuestra joven guerrilla.

    Como se oponían a los comunistas coreanos no sólo los imperialistas japoneses, sino también las tropas de gandules de bosque e incluso las unidades independentistas, nos hallábamos, en el verdadero sentido de las palabras, asediados de enemigos por los cuatro costados, en total aislamiento.

    Sin mejorar las relaciones con las tropas antijaponesas, resultaba imposible legalizar la existencia de nuestra guerrilla y sus actividades. Y de no lograrlo, no podíamos ni ampliar nuestras filas, ni librar abiertamente operaciones militares.

    Organizamos la unidad, pero como no podíamos legalizarla, nos vimos obligados a permanecer inmóviles en los cuartos traseros. Sólo saliendo al mundo exterior, podíamos ver la luz, pero no teníamos esa posibilidad. Seguíamos vestidos de civiles, y no hacíamos más que manosear los máuseres, encerrados en cuartos interiores de casas ajenas, sin dejar de lamentar: “¿Cómo vamos a librar la lucha antijaponesa en estas circunstancias?” La situación empeoró tanto que únicamente nos era posible escondernos en aldeas coreanas, y en otras partes no podían aparecer, ni siquiera, nuestras sombras. Sólo en las noches, unos cuantos salíamos afuera subrepticiamente.

    Este fue el motivo por el cual, al inicio, nos llamáramos guerrilla secreta.

    Teníamos que andar huyendo no sólo del ejército japonés, sino también, del Ejército de salvación nacional y de las restantes fuerzas del ex ejército manchú, e incluso debíamos cuidarnos de algunos nacionalistas coreanos que eran hostiles a los comunistas, y de los reaccionarios. El problema se volvió realmente muy grave, porque si salíamos abiertamente, nos hacían fuego y perpetraban fechorías, llamándonos comunistas. Ocurría igual en Yanji, Helong, Wangqing y Hunchun.

    Mas, no por eso podíamos alojarnos sólo en las casas de los comunistas. Era un problema bastante serio el hecho de que si íbamos en grupos de decenas de hombres a esas moradas y consumíamos sus provisiones, los anfitriones, que de por sí eran pobres, se verían más apretados.

    Todo habría ido bien y nos habríamos animado a luchar, si hubiéramos logrado legalizar nuestra guerrilla y, de esta manera, andar en filas en pleno día, al son de marchas y siendo saludados por los habitantes, así como realizar el trabajo de divulgación entre éstos. Pero no podíamos hacerlo, lo que nos angustiaba mucho.

    Cada vez que nos reuníamos, no dejamos de discutir acerca de cómo legalizar la guerrilla y mejorar las relaciones con las unidades antijaponesas.

    Se debatió de modo más serio el problema de si sería correcta o no la alianza de los comunistas con los nacionalistas chinos. No eran uno o dos los camaradas que se preguntaban si no significaría abandono del principio clasista y conciliación, eso de que nosotros, los comunistas, nos asociáramos con el Ejército de salvación nacional, cuya capa superior estaba integrada por gentes procedentes de familias ricas y, por eso, protegía los intereses de las clases de terratenientes, capitalistas y burócratas. Insistieron en que con ese ejército se podrían mantener buenas relaciones de modo temporal, pero nunca de alianza, y que sería necesario contrarrestar por la fuerza sus actos hostiles.

    Esto resultaba muy peligroso.

    Con la firme actitud de que, por la comunidad de objetivos de lucha y de situaciones, el Ejército de salvación nacional podía ser nuestro aliado estratégico en la guerra antijaponesa, pese a adolecer de ciertas limitaciones, insistí en formar con él un frente conjunto, yendo más allá del mejoramiento de nuestras relaciones. Comoquiera que hasta entonces, nunca se había planteado el problema de un frente conjunto entre dos fuerzas armadas con diferentes ideologías e ideales, tuvieron lugar acaloradas discusiones.

    La formación del frente de este carácter con las tropas antijaponesas, se presentó también como un tema serio en el Partido Comunista de China. Su comité especial en el Este de Manchuria venía prestando atención al ejército de Wang Delin desde hacía mucho tiempo y envió a siete u ocho comunistas competentes con la tarea de trabajar en sus unidades. Nosotros lo hicimos con Ri Kwang y otros comunistas.

    Por conducto de enlaces, me informé varias veces, de que Ri Kwang se enfrascaba en esa tarea en la unidad de Tong Shanhao.

    Al recrudecerse los atropellos del Ejército de salvación nacional, hubo quienes consideraron ilusorio el frente conjunto y propusieron responderle con el fuego para vengar a nuestra gente caída. Me costó trabajo aplacarlos. Eso de tener por enemigo al Ejército de salvación nacional y tomar represalias por el daño que nos hacía, no correspondía a la gran misión y deber antijaponeses, además de ser insensato y podría arrastrar a nuestra joven guerrilla al suicidio.

    No sólo en Jiandao, sino en toda la extensión de Manchuria, los comunistas y guerrilleros estaban muy preocupados a causa del Ejército de salvación nacional.

    La guerrilla organizada en cada distrito contaba con tan escaso personal, que apenas si llegaba a unas cuantas decenas. Y, esos pocos efectivos corrían el peligro de ser aniquilados en el caso de caer en manos del Ejército de salvación nacional, razón por la cual, aunque teníamos afán por incrementarlo, no encontrábamos la manera de hacerlo.

    Dada esa realidad, pensé que sería racional que nuestra guerrilla se adhiriera, de modo provisional, a la unidad del comandante Yu y actuara como escuadrón volante suyo. Supuse que al actuar amparados por el nombre del Ejército de salvación nacional, nos sería posible estar a salvo de actos desatinados y conseguir cierta cantidad de armas, y de trabajar con tacto, podríamos atraerlo al lado de los comunistas y hacerlo nuestro seguro aliado. Después lo sometí al debate de los camaradas.

    Para examinar el asunto, en la casa de Kim Jong Ryong, en Xiaoshahe, que servía de sede de la organización del partido, efectuamos un encuentro que duró todo un día, y que es conocido hoy como reunión de Xiaoshahe. Hubo controversias muy acaloradas. Desde la mañana hasta avanzada la noche, discutimos hasta sentir dolor en la garganta, acerca de si sería posible, y si resultaría beneficioso, actuar como escuadrón volante dentro de una unidad del Ejército de salvación nacional. Tanto los fumadores, como los que no sabían fumar, no dejaban de echar humo con cigarros liados a mano. Todavía recuerdo cuánto me dolían los ojos y qué difícil era respirar, a causa de la pesada atmósfera. Entonces, yo no fumaba.

    Finalmente, mi idea fue apoyada.

    En la reunión se decidió enviar un delegado a la unidad del comandante Yu, perteneciente al Ejército de salvación nacional para negociar sobre la materia y fui designado para esta misión. No me propusieron los camaradas, sino yo mismo lo planteé.

    Entre nosotros no había ninguno con experiencia en diplomacia militar. Por eso, se examinó con seriedad el problema de quién podría ser ese delegado. No faltó preocupación por si la otra parte lo recibiría; por si, una vez iniciada la negociación, no nos plantearían exigencias desatinadas, poniéndonos en una situación difícil; y si, por algún disgusto, no asesinarían a nuestro compañero. Unánimemente se subrayó la necesidad de enviar a una persona capaz de hacer frente, con habilidad, a estas posibles circunstancias.

    No había entre nosotros uno que estuviera a esta altura. Para entrevistarse con el comandante Yu, hacía falta escoger a una persona de edad, y los más viejos eran Pak Hun, Kim Il Ryong y Hu Zemin. Kim Il Ryong me llevaba más de 10 años, pero no hablaba bien el chino. Los restantes tenían de 18 a 20 años, y, al igual que Cao Yafan, acababan de salir de las escuelas.

    Propuse que me enviaran. Pero se opusieron. Decían que como era el jefe, el comandante Yu podría inferir que yo era comunista y eliminarme, lo que haría muy difícil la situación, y que lo conveniente sería elegirlo de entre los camaradas chinos como, por ejemplo, Chen Han-zhang, Cao Yafan o Hu Zemin, a uno hábil en diplomacia.

    Pregunté a los compañeros el motivo por el que el comandante Yu me mataría. Su respuesta fue: ¿Cómo saber eso? Si vas allá y te matan como a cualquier “gaolibangzi”, todo se acabará. Como están asesinando a otros, ¿por qué no lo harían contigo? Es aconsejable que no te vayas, pues en estos días los del Ejército de salvación nacional están persiguiendo con más rabia a jóvenes coreanos, con motivo del incidente de la unidad de Guan, en Wangqing.

    Este suceso fue escenificado por la guerrilla secreta de Ri Kwang al desarmar a la unidad mencionada. Como consecuencia, empeoraron de modo vertiginoso las relaciones entre la guerrilla y el Ejército de salvación nacional y se creó una situación aún más difícil para las operaciones guerrilleras. Un enlace, procedente de Wangqing, me contó que, después de este hecho, varios guerrilleros fueron detenidos y asesinados por el Ejército de salvación nacional como represalia. Más o menos en la misma época, el camarada Kim Chaek, por poco es ultimado por una tropa de gandules de bosque, en el Norte de Manchuria.

    Pese a todo, me mantuve en mis trece. Y no fue porque sobresaliera en el arte diplomático, ni tampoco poseyera una fórmula especial con el que pudiera ablandar al comandante Yu, sino porque era una realidad innegable, que el destino de la guerrilla dependía del resultado de las negociaciones con ese hombre y también nuestro éxito o fracaso se decidía por el establecimiento de relaciones con aquel ejército. De no ganarlo como aliado, no podíamos ni siquiera salir de las casas, ni mucho menos pensar en la lucha guerrillera en el Este de Manchuria. Además, pensaba que si no lograba superar con éxito esa crítica situación e iniciar la contienda armada, no tendría la dignidad como hijo de Corea ni razón para seguir viviendo.

    Hablé a mis camaradas:

    —Si se teme a la muerte, no se puede hacer la revolución. Comoquiera que yo hablo bien el chino y en el movimiento juvenil tuve que experimentar contratiempos en varias ocasiones, de ir allá, con toda seguridad me veré con el comandante Yu. Así pues, tengo que ir.

    Por fin, logré persuadirlos. Emprendí el camino acompañado por Pak Hun, Chen Hanzhang, Hu Zemin y otro joven chino. Era una ruta sumamente riesgosa, sin ninguna garantía de seguridad.

    La sede del mando de la unidad a la que íbamos, se encontraba en Liangjiangkou. Nos pusimos de acuerdo en que si la gente del Ejército de salvación nacional nos preguntaba de dónde veníamos, diríamos que de Jilin y no de Antu. Era peligroso mencionarle el nombre de cualquier zona del Este de Manchuria, donde estaba emplazada nuestra guerrilla.

    En el camino hacia Dashae, nos encontramos con un destacamento del comandante Yu. Una columna de varios cientos de hombres marchaba a nuestro encuentro, con actitud marcial y soberbia, y flamantes banderas con la inscripción “comandante Yu”. Daba la impresión de reproducir algo descrito en la “Historia de los tres reinos”. Como hacía poco tiempo habían batido a una unidad japonesa en Nanhutou, arrebatándole incluso una ametralladora, se hablaba extraordinariamente de su hazaña.

    —¿No sería mejor evadirla? —Hu Zemin me miró con expresión inquieta.

    —No, vamos a su encuentro.

    Dije y seguí caminando. Los cuatro acompañantes se colocaron a mis lados, y todos marchamos, caminando acompasadamente.

    Al vernos, los del Ejército de salvación nacional nos gritaron:

    —¡Eh, “gaolibangzi”, vengan acá! —Y sin ton ni son, quisieron arrestarnos.

    Protesté en chino diciéndoles que también librábamos la lucha antijaponesa como ellos, por lo que no había motivo para detenernos. Me preguntaron si yo no era coreano. Les respondí con aire de dignidad que sí, que lo era, y señalando a Chen Hanzhang y Hu Zemin dije que ellos eran chinos.

    —Ibamos a ver a su comandante por un asunto urgente. Guíennos.

    Al exigirles así, con tono imponente, ellos, algo encogidos, dijeron que les siguiéramos.

    Cuando caminamos algún trecho, un jefe con uniforme de oficial del antiguo ejército del Noreste de China, dio la orden de servir el almuerzo e hizo que nos encerraran en una casa campesina.

    Momentos después, para mi sorpresa, vi entrar a Liu Benchao, mi maestro en la secundaria Yuwen, de Jilin. Había impartido en ese plantel clases de caracteres chinos y, posteriormente, pasó a trabajar en la escuela secundaria Wenguang y en la de Dunhua. Tenía estrechos lazos de amistad con el profesor Shang Yue y también conocía bien a Chen Hanzhang. Los alumnos le seguían con mucho afecto y respeto, porque, además de ser bondadoso y muy culto, les conseguía buenos libros y escribía excelentes versos y los recitaba con gusto ante sus discípulos.

    En el momento de reconocerlo, Chen Hanzhang y yo emitimos exclamaciones de regocijo y corrimos a su encuentro. Parece que ese sentimiento se manifestó tan fuerte por la situación adversa en que nos hallábamos.

    El señor Liu Benchao, sin poder disimular su alegría y sorpresa, me hizo pregunta tras pregunta:

    —¡¿Cómo te encuentras aquí, Song Ju?! ¿Qué te trajo por aquí? ¿A dónde ibas? ¿Por qué te arrestaron?

    Cuando terminé de relatarle, en pocas palabras, lo que nos ocurrió, ordenó en voz alta a sus subordinados:

    —Atiendan bien a estos hombres. Preparen un buen almuerzo, yo comeré con ellos.

    Después supimos que en cuanto se inició la invasión del ejército japonés a Manchuria, él abandonó la docencia y entró en la unidad del comandante Yu, desempeñándose entonces como jefe de su estado mayor.

    Mientras comíamos, el señor Liu Benchao nos contó que, imposible de aguantarse ante la ruina del país, vistió el uniforme, pero que tenía muchos dolores de cabeza, por luchar con unos subordinados totalmente ignorantes y groseros. Y nos preguntó si no queríamos quedarnos allí y trabajar junto a él. Aceptamos su propuesta y rogamos que nos ayudara a ver al comandante Yu. Dijo que eso era posible, si íbamos con él, porque éste se dirigía hacia la ciudadela Antu en aquel momento, dejando Liangjiangkou.

    Yo le hablé entonces:

    —Señor profesor, ¿no sería útil organizar una unidad de coreanos? ¿No cree usted que el sentimiento de odio a los imperialistas japoneses es más fuerte en los coreanos que en los chinos? ¿Por qué entonces las tropas antijaponesas no dejan de maltratar y asesinar a los coreanos, impidiéndoles luchar contra los agresores?

    —¡Ah! Yo también me he preguntado esto. He dicho repetidas veces que no procedan así, pero no dejan de hacerlo. Son gentuzas brutas e ignorantes, que no saben quiénes son los comunistas. ¿Por qué es malo que ellos se opongan a Japón?

    El señor Liu Benchao se mostró indignado.

    Pensé con júbilo: “¡Por fin, todo salió bien. Ya estamos salvados!” En el acto, envié a Pak Hun a Xiaoshahe para que transmitiera a los camaradas la noticia de que nosotros nos encontrábamos seguros y que se divisaba una perspectiva de legalización de nuestra guerrilla, porque disfrutábamos de sincero apoyo por parte del jefe del estado mayor de la unidad del comandante Yu.

    Al terminar de comer nos pusimos en camino hacia la ciudadela Antu, siguiendo al señor Liu Benchao.

    Tenía a su disposición un caballo y por eso le insistimos lo montara, pero su respuesta fue:

    —¿Cómo quieren que yo vaya montado, mientras ustedes andan a pie? Caminemos juntos y continuemos nuestra conversación. —Todo el trayecto hasta la ciudadela lo hizo a pie.

    Casi todos los soldados de las tropas antijaponesas portaban brazaletes con una misma inscripción “Bupasi buyaoming”, lo que significaba no temer a la muerte y no dañar al pueblo.

    En contraste con el inamistoso aspecto que denotaba la tropa, su máxima era de lo más sana y combativa. Esta inscripción me animó a tener un hilo de esperanza en el feliz resultado de mi entrevista con el comandante Yu.

    Guiados por el señor Liu Benchao, aquel mismo día pudimos encontrarnos sin dificultad con el comandante Yu. Este nos acogió cortésmente y nos dio trato de alto grado. Quizás pensó en el prestigio de su jefe de estado mayor. O quizá tuvo la ambición de mantenernos a su lado, al haberse enterado de que éramos jóvenes vigorosos, capaces de pronunciar discursos, escribir proclamas y manejar las armas, habiendo recibido instrucción secundaria.

    Tal como suponía, el comandante Yu nos propuso entrar en su unidad y a mí me pidió ocupar el cargo de jefe del grupo de divulgación de la jefatura.

    Mi intención era crear nuestro propio ejército y obtener su legalización, pero él me invitó a desempeñar esta plaza, poniéndome en una situación sumamente delicada. Si rechazaba la propuesta, se irritaría sin duda y, posiblemente, también el señor Liu Benchao se vería en una posición bastante molesta.

    Pese a que el asunto se puso algo feo, estimé que quizás tendríamos buena suerte, con tal que nos ganáramos la confianza de ese hombre. Así fue como acepté su sugerencia:

    —Haremos tal como usted dice, señor comandante.

    El comandante Yu se mostró muy satisfecho. En el acto ordenó a un subalterno escribir el certificado de mi nombramiento.

    Fui designado jefe de divulgación del cuartel general, Hu Zemin, subjefe del estado mayor y Chen Hanzhang, secretario. Fue un resultado absurdo, ajeno a nuestros deseos, no obstante en nuestra situación teníamos que subir inevitablemente por aquella escalera. De hecho, estos “sombreros” que como un relámpago nos cayeron, surtieron un enorme efecto para la legalización de nuestra guerrilla.

    Comparando mi situación de cuando me veía encerrado en el cuarto trasero de alguna casa ajena, con la que se me creó al penetrar en lo profundo del corazón de la unidad del comandante Yu, según la recomendación del señor Liu Benchao, exclamé jubiloso para mis adentros: “¡Ahora sí, todo saldrá bien!”

    Pero, al anochecer del mismo día, presenciamos un suceso inesperado. La gente del Ejército de salvación nacional trajo escoltado a la ciudadela a un grupo de 70 u 80 jóvenes coreanos que iban de Yanji a Fuerhe.

    Al ver desde cierta distancia a esos jóvenes, que no disimulaban su indignación y sorpresa, corrí adonde estaba el señor Liu Benchao.

    —Señor profesor, ocurre algo grave. Sus soldados trajeron detenidos a un montón de jóvenes coreanos. ¿Cómo puede haber entre ellos elementos projaponeses? Seguro que ninguno lo es. ¿No sería necesario averiguar si hay o no, lacayos de los japoneses, antes de decidir su destino?

    Liu Benchao dijo:

    —Song Ju, ve y ocúpate tú de eso. Tenemos confianza en ti.

    —Señor profesor, yo solo no puedo decidirlo. Es preciso que usted me acompañe. Además, ya se conoce que usted es buen orador. Si habla, se conmovería hasta el perro del japonés. En vez de pensar en convencerlos para que luchen contra los japoneses, ¿qué sentido tiene seguir matando a los que no son sus secuaces?

    —Song Ju, como tú hablas bien, no hace falta que vaya a conferenciar yo también. Ve tú solo.

    Y con un ademán de las manos me hizo salir.

    Como acababa de decir el profesor Liu, efectivamente, en mis años de estudiante conferenciaba con frecuencia. En los recorridos por Jilin, Dunhua, Antu, Fusong, Changchun y otras regiones, pronunciaba muchos discursos para denunciar el designio del imperialismo japonés de agredir a Manchuria y exhortaba a la unidad entre los pueblos coreano y chino. Y el señor Liu Benchao conocía bien este hecho.

    —Profesor, si hablo en coreano, ¿cómo podrán saber, los señores de su unidad, qué estoy diciendo? ¿Acaso, no sospecharían que hago mala propaganda?

    Al escucharme, volvió a hacer ademanes con sus manos, apurándome a salir sin miramiento.

    —Song Ju, no te ocurrirá nada. Lo más que podrás hacer es propaganda comunista. Yo te lo garantizo. Te digo que puedes hablar tranquilamente.

    Ya él sabía que yo, involucrado en el partido comunista, me dedicaba a ese movimiento.

    —También la propaganda comunista debemos hacerla cuando haga falta. ¿Qué mal encuentran en ello?

    Si no hubiéramos confiado recíprocamente, no me hubiera atrevido a hablar así ante él. Si me hubieran matado al considerarme comunista y, por ende, lacayo de los imperialistas japoneses, la cosa habría terminado ahí. No hubiera existido manera de evitarlo. Sin embargo, no ocurrió nada gracias a los íntimos lazos de amistad entre el señor Liu Benchao y yo.

    Desde la época de la escuela secundaria Yuwen, nos llevábamos bien, sin cumplidos. Entonces me envolvió con sinceros y generosos sentimientos.

    Cuando estábamos enfrascados en la plática entró en el estado mayor el comandante Yu. Mirando a los jóvenes arrestados, dijo que al parecer habían detenido a otros miembros del partido comunista y, meneando la cabeza, se preguntó cuándo ese partido pudo multiplicarse tanto en tierras de Manchuria.

    Sin perder un instante, el señor Liu Benchao, guiñándome, dijo que el jefe de propaganda saliera pronto afuera y conversara con los detenidos. Y continuó, con tono interrogativo, que era imposible que todos los coreanos fueran comunistas y todos éstos, lacayos de los imperialistas japoneses.

    El comandante Yu se puso muy colérico y bramó:

    —¡¿Que no lo son?! ¿Acaso no fueron los comunistas quienes se rebelaron para arrebatarnos la tierra e, incluso, introdujeron aquí a esos japoneses?

    Su prejuicio sobre los coreanos resultaba mucho más obstinado y ciego que lo esperado. Y no menos recalcitrante era su errónea opinión acerca de los comunistas.

    A cualquier precio tenía que convencerlo de su equivocación. Así lo decidí internamente y me atreví a decirle:

    —Señor comandante, ¿de dónde sabe usted que es malo el partido comunista? ¿Lo leyó en algún libro u oyó hablar así? Si no, ¿por qué dice que son malos los comunistas?

    —¿De qué libro dices? Lo sé de oídas. Todos los que tienen boca, afirman que ellos son perversos. Por eso, lo serán.

    Me quedé sorprendido, por una parte, y, por la otra, me tranquilicé diciéndome: “todo saldrá bien”. Estaba seguro que existían todas las posibilidades de reparar la situación, pues no se trataba de una opinión formada sobre la base de la experimentación directa, sino un malentendido provocado por rumores.

    —Si usted, señor comandante, se guía ciegamente por lo que dicen otros, sin tener su propio criterio, ¿cómo puede cumplir con su gran causa?

    Como Chen Hanzhang y Hu Zemin, presentes allí, eran comunistas, y hasta el jefe del estado mayor nos apoyaba, el comandante Yu se hallaba asediado por nosotros.

    Juzgando propicia la oportunidad, continué:

    —Señor comandante, ¿a qué serviría seguir matando a estos jóvenes valiosos? ¿No sería beneficioso utilizarlos, aunque fuera una vez, como brigada de choque? Si no hay por ahora suficientes fusiles, podríamos entregarles lanzas. Vamos a probar si pelean bien o no contra los japoneses. De combatir valerosamente, no habría cosa mejor. No tiene sentido matarlos simplemente.

    El comandante Yu, luego de prestar atención a mis palabras, me dijo:

    —Parece que tienes razón. Bueno, tú, jefe de divulgación, ve y resuelve este problema.

    Fui donde los jóvenes detenidos e hice circular entre ellos disimuladamente, un papelito en que escribí: “Mientras no haya pruebas, no reconocerán, en absoluto, que son militantes del partido comunista. En cuanto a los volantes ‘A los soldados antijaponeses’, que se descubrieron en el registro corporal, dirán haberlos encontrado por casualidad en un lugar cualquiera.” Nadie sabía cómo apareció y llegó a sus manos aquel papelito.

    Al acercarme, todos me miraron con ojos llameantes de odio. Me pareció que sospechaban de mí como si se tratara de un miserable que servía de lacayo al comandante Yu.

    Sintiendo en todo mi cuerpo su mirada hostil, les pregunté:

    —¿Entre ustedes hay quienes oyeron alguna vez mencionar el nombre de Kim Song Ju?

    Con esta pregunta comenzó a disiparse el pesado ambiente de tirantez y en el local se escucharon murmullos. Unos dijeron que sí y otros, no.

    —Yo soy Kim Song Ju. Ahora estoy desempeñando el cargo de jefe del grupo de divulgación de esta unidad del comandante Yu. Este acaba de darme la tarea de inquirir si ustedes quieren o no luchar, uniéndose al Ejército de salvación nacional. Díganme: ¿quiénes están dispuestos a pelear junto con nosotros?

    El local se llenó de un vocerío unánime: “¡Lucharemos!”

    Le transmití al comandante Yu, tal como era, la disposición de ellos y le sugerí admitirlos en nuestra unidad y probarlos en el combate contra los japoneses.

    Al aceptar la propuesta, se resolvió, conforme a nuestro plan, el problema de la vida y destino de aquellos jóvenes.

    Ante nosotros se despejó un amplio horizonte para la realización del frente conjunto antijaponés.

    En el preciso momento en que casi llegábamos al umbral de la legalización de nuestra guerrilla, nos puso un obstáculo el consejero coreano que manipulaba por detrás al comandante Yu. Era un veterano nacionalista, perteneciente al bando de Kim Jwa Jin22. Se dedicó a la agricultura en Nanhutou hasta el Incidente del 18 de Septiembre, cuando se unió al Ejército de salvación nacional. Como tenía instrucción e inteligencia, disfrutaba de una profunda confianza por parte del comandante Yu.

    Era el estratega que azuzaba a éste a reprimir a los comunistas. Esta vez también armó un alboroto, diciendo que admitir, sin realizar averiguaciones, a no menos de 70-80 personas, resultaba imprudente e insensato. Y advirtió que entre ellas podrían existir elementos projaponeses. De no cerrar su boca, había la posibilidad de que volvieran a surgir graves obstáculos para nuestras actividades.

    Un día pregunté, de paso, al comandante Yu.

    —He oído que en su unidad hay un coreano, ¿por qué me lo están escondiendo?

    El comandante Yu se mostró algo sorprendido de que todavía no nos viéramos y mandó a un ordenanza a traerlo.

    Cara a cara vi que era un hombre alto y robusto.

    Fui el primero en comenzar la conversación:

    —Encantado, señor. Como usted nos lleva en edad y en experiencia de vida, espero de su parte muchas opiniones justas para nosotros, jóvenes y casi ignorantes.

    El también se presentó. Manifestó que como coreano recibió con mucha satisfacción la noticia de que un joven coterráneo que hablaba bien el chino, había venido a la jefatura y ayudaba al comandante Yu como jefe del grupo de divulgación.

    Como se atrevió a mencionar su condición de coreano y hablar acerca de la nación, le dije, sin perder la ocasión:

    —Entonces, ¿por qué sigue matando a los que quieren pelear con-tra los japoneses en vez de reunirlos en el mayor número posible? ¿Es justo matarlos porque tienen otra ideología? No habría mayor injusticia que la impuesta a los coreanos que, además de estar dolidos por no poder vivir en su tierra patria, son arrestados y asesinados hasta por el Ejército de salvación nacional aquí en Manchuria, donde se refugiaron. Hay que unirlos, independientemente de su ideología, pertenezcan o no al comunismo o al nacionalismo, y guiarlos a luchar contra los imperialistas japoneses. ¿Qué se gana con rechazarlos y exterminarlos?

    El hombre reconoció que yo tenía razón y me miró con atención penetrante. Así se eliminó el segundo muro.

    El comandante Yu sonrió al ver que nuestra conversación concluyó en un ambiente cordial.

    Le propuse que si tenía confianza en mí, sería mejor que me concediera un cargo de jefe con la facultad de luchar al frente de un destacamento formado por coreanos, haciendo que un hombre como Hu Zemin desempeñara, a la vez, el de jefe de divulgación.

    También el señor Liu Benchao apoyó mi opinión, calificándola de justa.

    El comandante Yu preguntó de dónde conseguiríamos armas, en caso de integrar aparte una unidad con los coreanos.

    Le contesté:

    —No se preocupe por eso. No le extenderemos una mano de limosna. Equiparemos a la unidad con fusiles arrebatados al enemigo.

    Se mostró muy satisfecho con mi respuesta.

    —Bueno, organiza la unidad. Pero, ¿qué haría yo si después ustedes dirigen contra nosotros los fusiles que les entregamos?

    —Puede estar tranquilo. Nunca habrá tal traición. Y aun cuando supongamos que ocurra, ¿una unidad tan fuerte como la suya, no podría aplastar a unos novatos como nosotros?

    Pero fue él quien, rompiendo en una risa ruidosa y haciendo ademanes con sus manos, dijo que yo había tomado en serio su broma.

    Como era posible que el comandante Yu se enfadara si desde el comienzo tratábamos de separarnos del Ejército de salvación nacional, le rogué que en su calidad de máximo jefe de este destacamento, le pusiera un nombre.

    El señor Liu Benchao, que estaba a su lado, intervino:

    —Que se le diga escuadrón volante. Sería bueno llamarle escuadrón volante de coreanos.

    La sugerencia fue aceptada tanto por el comandante Yu, como por mí.

    La tarea de echar los fundamentos para legalizar la guerrilla secreta llegó a feliz término con el nacimiento del escuadrón volante. Al reunir en éste a los miembros de la guerrilla secreta de Antu y a aquellos 70 u 80 jóvenes que habían sido detenidos en la unidad del comandante Yu, oficializamos nuestra unidad. Cogidos de la mano, Chen Hanzhang, Hu Zemin y yo salimos de la oficina del comandante. Toda la noche caminamos alrededor de la ciudadela, sin dejar de repetir “¡Es nuestra victoria!”, “¡Un gran éxito!”

    Hu Zemin me tendió un cigarro y me invitó a aspirar su humo. Decía que en días festivos como aquél, estaba bien embriagarse un poco con aguardiente o, si no lo había, por lo menos con el humo de un cigarro.

    Por primera vez en mi vida aspiré una bocanada, pero me sentí ahogar y tosí un largo rato. Los tres nos reímos a carcajadas.

    Hu Zemin bromeó:

    —Uno que no es capaz de tragar ni el humo de un cigarro, ¿cómo va a mandar toda una guerrilla?

    Cuando regresé a Xiaoshahe y transmití la noticia de la victoria en las conversaciones, los compañeros metidos en un apartado cuarto me levantaron en vilo, y cargándome en hombros, salieron como un remolino al patio, gritando vivas, que estremecían todo el caserío.

    Kim Il Ryong, famoso por su voz sonora, incluso cantó “Arirang”. Era inaudito que él, de complexión robusta, entonara una canción tan nostálgica en aquel día festivo en que se necesitaba una alegre y rítmica melodía para danzar o una vigorosa marcha.

    Kim Chol (Kim Chol Hui), zarandeándole el brazo, preguntó:

    —Oye, hermano, ¿qué te pasa? ¿Por qué lo cantas inoportunamente, en un día tan alegre como hoy?

    —No lo sé tampoco. Me salió de la boca contra la voluntad. Pero, de todas maneras, ¿no vencimos incontables escollos como el paso Arirang?

    Kim Il Ryong dejó de cantar y, arrasado en lágrimas miró a Kim Chol.

    Al escucharle, me sumergí en una profunda meditación. Como dijo él, ¿por cuántas vicisitudes tuvimos que pasar para ver la llegada de este día? Podía afirmarse que la vida de Kim Il Ryong era, literalmente, una acumulación de esas pruebas. Experimentó el movimiento nacionalista como miembro del Ejército independentista y, más tarde, el comunista. Además, tuvo una vida de errante en Corea, en Manchuria y en Primorie, suspirando y derramando muchas lágrimas.

    “Arirang” era una miniatura en esa vida llena de martirios. En aquel minuto de la historia a partir del cual debía reemplazar el suspiro por la sonrisa y transitar del truncamiento al ataque, quiso despedir con esa melodía un pasado repleto de pesares y cantar a sus anchas, bajo el cielo azul, la alegría que le daba ese nuevo despegue.

    Si no nos hubiéramos encontrado con el profesor Liu Benchao en medio del camino, ¿qué hubiera sido de nuestro destino y de la guerrilla? Cada vez que recuerdo al profesor, ya difunto, suelo tributarle en silencio mi gratitud.

    Liu Benchao fue quien se mostró más jubiloso que nadie al concluirse con éxito las de liberaciones con el comandante Yu. Cuando partimos de la ciudadela, nos acompañó hasta un lugar lejano de su cuartel y, dándonos un fuerte apretón de manos, expresó con voz alegre y emotiva:

    —Ya no somos enemigos, sino hermanos y ejércitos amigos, y derrotaremos juntos a los invasores imperialistas japoneses.

    Cuando me llegó la noticia de su muerte lloré a lágrima viva, recordando esos inolvidables días de las conversaciones en la ciudadela de Antu y la vida en la secundaria Yuwen.

    Al ganar en el diálogo con el comandante Yu, logramos legalizar la existencia y las actividades de la guerrilla y tener un ejército con el que podíamos aliarnos en la guerra de resistencia contra el imperialismo japonés. Además, llegamos a convencernos de que sostener la gran bandera del amor al país, a la nación, permite formar un frente común y luchar aun junto a los nacionalistas de otro país, por encima de las diferencias de ideologías e ideales.

    Esta convicción ejerció una gran influencia sobre mi vida política, que dura ya más de medio siglo. Siempre que se presentaba el problema de atraer a los nacionalistas de distintas concepciones y a diversos sectores de personalidades procedentes de la clase propietaria con complejos antecedentes de vida, y veía a quienes vacilaban o actuaban por sus prejuicios, solía orientarlos a tener un amplio corazón, basándome en los resultados de las conversaciones con el comandante Yu.

    En Xiaoshahe comuniqué en detalle a Ri Kwang, quien se empeñaba en el trabajo con las tropas de salvación nacional de China, el contenido de los contactos con el comandante Yu y el motivo de haber organizado el escuadrón volante coreano, y le asigné la tarea de formar sin tardanza, uno también en Wangqing, donde actuaba él, tomando como referencia la experiencia en Antu.

    El operaba en la clandestinidad. Le envié una compañía para darle la posibilidad de formar una agrupación similar y pasar de las actividades clandestinas a las legales.

    Por escuadrón volante se entendía una tropa especial compuesta por coreanos. El nuestro y el de Ri Kwang eran los únicos que operaban legalmente en relación con las huestes de salvación nacional.

    Se puede decir que al denominarnos así, adoptamos una medida táctica para asegurar las actividades legales de nuestra guerrilla, estrechar los contactos y formar el frente conjunto antijaponés con dichas tropas de salvación nacional.

    Una vez organizado el destacamento, y mediante su ampliación y reorganización, impulsamos con todas las fuerzas los preparativos para fundar la Guerrilla Popular Antijaponesa en un corto espacio de tiempo.

    La empresa de estructurar sus filas estuvo acompañada de muchos debates.

    Algunos compañeros se inquietaban, en gran medida, por ser pocos los de procedencia obrera en las filas de la guerrilla. Según un análisis, de más de 100 candidatos a guerrilleros, la mayoría era de origen estudiantil o campesino. Asustados ante esta realidad, ciertos camaradas preguntaban si esa minoría proletaria no implicaría una violación del principio marxista-leninista en la organización del ejército revolucionario y si no sería un factor para su deterioro en el futuro.

    Les expliqué con paciencia:

    —La insistencia en que la clase obrera debe ser el componente principal del ejército revolucionario, es el principio universal de la ciencia militar del marxismo-leninismo, pero no hay por qué aplicarlo de manera mecánica. En nuestro país, el campesinado constituye mayoría absoluta y los obreros se encuentran en una extrema inferioridad numérica en comparación con aquél. Sin embargo, esto no es motivo para esperar a que su número se acreciente, postergando la fundación de la guerrilla. Nuestra gente tanto de origen campesino como estudiantil, posee una fuerte conciencia revolucionaria y espíritu nacional comparables con los de la clase obrera. Aunque sea diferente su procedencia, basta con combatir con la ideología de ésta. Un mayor número de campesinos o de intelectuales no significa un factor que corrompa al ejército revolucionario.

    En la implantación del sistema de mando tampoco absolutizamos las fórmulas existentes, sino que formamos las filas y establecimos la graduación de tal manera que hubiera más combatientes ejecutores de las órdenes, que quienes las emitieran, de acuerdo con la peculiaridad y el requerimiento de la guerra guerrillera. Es decir, simplificamos en grado sumo el sistema de mando. No implantamos por separado en la unidad la sección de intendencia, ni el cargo de su jefe. Preparábamos a todos para que se desempeñaran como cocineros, lavanderos, combatientes y, en el caso necesario, como trabajadores políticos.

    Si hubiéramos contado con un libro como “Sobre la guerra”, de Clausewitz23, ¿de cuánto nos habría servido? Nuestro nivel era tal que apenas conocíamos que el sistema de 3:3 de las formaciones fue inventado por Napoleón. En cuanto a Clausewitz, no sabíamos nada más que su nombre.

    En la Segunda Guerra Mundial conseguí, por primera vez, “Sobre la guerra”, y pudo granjearse con facilidad mi simpatía por insistir en la necesidad de acrecentar el número de combatientes mediante la simplificación del sistema de mando.

    La Guerrilla Popular Antijaponesa se organizó con la compañía como unidad principal de combate. Fui elegido como Comandante en Jefe que fungía, a la vez, en el cargo de comisario político.

    El uniforme lo confeccionábamos con telas teñidas de caqui con colorantes sacados del roble. En el pecho, a la izquierda, cosíamos un pedazo de tela roja pentagonal con el número de la compañía. Y establecimos que en la gorra se llevara como símbolo una estrella roja y las piernas se protegieran con polainas blancas. Verdaderamente, nos sentimos muy satisfechos al perfeccionar, gradualmente, el reglamento del uniforme como proceso final para la fundación de la guerrilla.

    Según este reglamento completado al cabo de reiteradas consultas, las integrantes de la Asociación de mujeres se movilizaron para confeccionarlo.

    También mi madre enferma entregaba toda su devoción a esta tarea, cortando la tela o manejando la máquina de coser.

    A finales de abril de 1932, en Antu convocamos la última reunión preliminar para organizar la Guerrilla Popular Antijaponesa, en la cual examinamos definitivamente sus candidatos, definimos la fecha y el lugar de su fundación, reafirmamos las zonas de operaciones inmediatas, y adoptamos las medidas generales relacionadas con sus actividades.

    Después de este evento los que aspiraban a ingresar se reunieron en Xiaoshahe, pasando por Liujiafenfang (Facaitun), en la desembocadura del Sandaobaihe. De entre más de 100, apenas recuerdo ahora a Cha Kwang Su, Pak Hun, Kim Il Ryong, Jo Tok Hwa, Kombo (apodo), Jo Myong Hwa y Ri Myong Su, procedentes de Xiaoshahe; Kim Chol (Kim Chol Hui), Kim Pong Gu, Ri Yong Bae y Kwak (no recuerdo el nombre), delegados de Xinglongcun; Ri Pong Gu y Pang In Hyon, representantes de Sanrenfang, Ri Hak Yong y Kim Tong Jin (del interior del país), Pak Myong Son y An Thae Bom (Yanji), Han Chang Hun (Manchuria del Sur) y Kim Jong Hwan.

    Esto sucedió en la mañana del 25 de abril de 1932. En un terreno elevado del valle Tuqidian tuvo lugar el acto de fundación de la Guerrilla Popular Antijaponesa

    En un claro de un bosque de alerces, se alinearon los combatientes que estrenaban uniformes y portaban fusiles, y a un lado se congregaban los habitantes venidos de las zonas de Xiaoshahe y Xinglongcun.

    Eché una mirada cariñosa a los guerrilleros, alegres y llenos de vigor, pero, de súbito, me surgieron en la mente diversos sucesos del pasado. Me preguntaba qué trayectoria debieron recorrer nuestros compañeros para organizar estas fuerzas armadas; cuántas veces reunirse y discursear; cuántos montes inaccesibles atravesar, y cuántas pérdidas dolorosas experimentar. La Guerrilla Popular Antijaponesa era una inapreciable hija de nuestra revolución, nacida a costa de difíciles caminatas, testimonios de sentidas lágrimas, de batallas sangrientas y sacrificios de innumerables compañeros.

    Impulsado por el deseo de tener en el valle Tuqidian a todos los compañeros muertos y otros desaparecidos que no podían ver la llegada de ese día, empecé a hablar con voz emocionada.

    No bien declarada la fundación de la Guerrilla Popular Antijaponesa, los guerrilleros prorrumpieron en ¡hurras! y los habitantes me dieron efusivos aplausos.

    El Primero de Mayo, día de fiesta combativa de los obreros de todas las naciones, nuestra guerrilla entró en la cabecera del distrito Antu, enarbolando la bandera roja, y desfiló con paso firme, al compás de trompetas y tambores.

    Kim Il Ryong, elegido como jefe guerrillero, fue el primero en cantar.

    Ese día, tanto los ciudadanos, como los oficiales y soldados de las tropas antijaponesas chinas, acudieron a la calle y levantando sus pulgares, nos enviaron saludos de bienvenida y aplausos de felicitación.

    Después que la columna regresó del desfile al valle Tuqidian, Cha Kwang Su y Kim Il Ryong corrieron hacia mi casa para invitar a mi madre, que guardaba cama.

    Ella, con el rostro enfermizo, entrecejo arrugado, y canosa, nos miró con ojos sonrientes. Se acercó a Ri Yong Bae y tanteó largo rato el fusil, la canana y la estrella. Luego pasó a Kim Chol, Jo Tok Hwa, Kim Il Ryong, Pang In Hyon y Cha Kwang Su, acariciando, por turno, sus fusiles y hombros.

    Poco a poco, sus ojos se llenaron de lágrimas, y por fin, expresó:

    —Bravo. Ya me siento tranquila por tener nuestro ejército. Quiero que derrotéis al enemigo japonés y rescatéis sin falta al país.

    También su voz temblaba mucho. Sin duda, pensaba en el esposo y otros patriotas que habían abandonado este mundo, ansiando la restauración de la patria, y no en su dedicación a nosotros.

    Más tarde, las guerrillas surgieron una tras otra, en Yanji, Wangqing, Hunchun, Helong y varias zonas más de Manchuria del Este. Otros firmes comunistas coreanos, entre ellos, Kim Chaek, Choe Yong Gon, Ri Hong Gwang y Ri Tong Gwang las organizaron, sucesivamente, en Manchuria del Norte y del Sur y dirigieron la boca del cañón hacia el enemigo.

    La primavera de 1932 avanzaba en medio de los disparos de la gran guerra antijaponesa.

    

    

    

    

    

    

    CAPITULO VI. AÑO DE PRUEBAS

    (Mayo de 1932—febrero de 1933)

    

    

    1. Hacia Manchuria del Sur

    

    

    Después de creadas las condiciones para la libre actividad de la Guerrilla Antijaponesa y proclamada su fundación, entre nuestros compañeros se analizó detenidamente el problema de cómo dar el primer paso.

    De regreso a Xiaoshahe tras el desfile efectuado en la ciudadela, alojamos a los guerrilleros, divididos en grupos de tres o cuatro, en habitaciones desocupadas de casas de campesinos, y les dimos algunos días de descanso, mientras discutíamos para determinar el rumbo de las actividades de la guerrilla. El debate se efectuó en un fervoroso ambiente, como en Kalun y Mingyuegou, con disímiles opiniones.

    Eran diferentes tanto la noción de la guerra guerrillera, como la opinión y la explicación de sus tácticas. No podía ser unísona la voz del colectivo, que estaba integrado por más de cien jóvenes, con distintos grados de instrucción, trayectorias de vida y afiliaciones organizativas.

    Sus sugerencias podían clasificarse, a grandes rasgos, en tres categorías.

    A la primera corresponde la doctrina de pequeños grupos, consistente en crear muchos conjuntos armados, con una estructura simple y para maniobras rápidas, para derrotar al enemigo, mediante incesantes combates de desgaste, sin ceñirse a la composición de estructuras por compañías, batallones, regimientos y divisiones. Sus partidarios consideraban necesario dividir la guerrilla en grupos minúscu-

    los y actuar en todas partes, según un plan unitario de operación del estado mayor, para aniquilar a los imperialistas japoneses.

    Sostuvieron que la batalla guerrillera con ellos como unidad principal podría ser una nueva forma en la lucha de liberación nacional en las colonias.

    Favorecían esa teoría muchos de los jóvenes llegados de Dunhua y Yanji, más influenciados que los de otras regiones, por el aventurerismo izquierdista de Li Lisan. En su modo de pensar quedaban aún sus consecuencias venenosas.

    Cha Kwang Su la criticó con vehemencia, calificándola de blanquismo moderno. Estuve de acuerdo con él.

    Su esencia consistía en evitar el choque frontal de grandes unidades, en vista de las formidables fuerzas del imperialismo japonés, y poner en acción a diminutos colectivos, para lanzar bombas a los caudillos del enemigo, como lo hicieron Ra Sok Ju y Kang U Gyu, incendiar organismos de su dominación y castigar a elementos projaponeses y a traidores nacionales.

    Se trataba de una variante del terrorismo, disfrazado de guerra guerrillera.

    Adoptarla significaba abstenerse del combate con grandes unidades, y por consiguiente un retroceso en el método de lucha. No la podíamos admitir.

    Antes y después de la fundación de la Guerrilla Popular Antijaponesa, en Japón y China se produjeron dos incidentes sorpresivos, protagonizados por patriotas de nuestro país. Uno fue el lanzamiento de explosivos por el mártir Ri Pong Chang, hacia la carroza de dos caballos en que viajaba el emperador de Japón, delante de la puerta Sakuradamon del Palacio Real de Tokio; y el otro, la bomba arrojada por el mártir Yun Pong Gil, en el parque Hongkou, en Shanghai, el 29 de abril del mismo año. El primero no cumplió su objetivo de eliminar al emperador, por no haber acertado al blanco, mientras el segundo logró matar en el acto al general de ejército Sirakawa, comandante del ejército japonés en Shanghai; a Murai, cónsul general en la misma ciudad; a Kawahasi, jefe de la asociación de los japoneses allí residentes, e hirió gravemente al ministro acreditado en China, al jefe de la novena división, a un almirante y a otros varios caudillos militares y políticos que estaban reunidos en el parque Hongkou para festejar el natalicio del emperador, lo cual produjo gran repercusión en el interior y el exterior.

    El 9 de enero de 1932, día siguiente al arresto de Ri Pong Chang, acusado por haber lanzado el explosivo contra el emperador y su séquito, el diario “Kuomin Ribao”, órgano del Kuomintang, notificó el hecho con grandes titulares “Atenta el coreano Ri Pong Chang”, “Se salva el emperador japonés del percance”, y otros periódicos informaron ampliamente de su acción como noticia especial. Disgustados sobremanera por la información, las tropas y la policía de Japón dislocadas en el lugar, asaltaron y destruyeron la editora del “Kuomin Ribao” y cerraron todos los periódicos que informaron del “percance”.

    La acción de Yun Pong Gil fue elogiada por los pueblos coreano y chino. Después del suceso del parque Hongkou, renombradas personalidades sociales de China pidieron entrevistas con Kim Ku, organizador y manipulador entre bastidores del hecho. Conmovidos por el firme espíritu de resistencia y el heroísmo de la nación coreana, hasta los caudillos del gobierno reaccionario del Kuomintang, que tenían una posición capitulacionista ante la agresión de Japón, prometieron cooperación económica a los coreanos residentes en su país.

    Ri Pong Chang y Yun Pong Gil fueron, por igual, subordinados de Kim Ku e integrantes del cuerpo de patriotas coreanos, auspiciado por éste. Su principal método de lucha antijaponesa fue el terrorismo.

    Poco después de las acciones de Ri Pong Chang y Yun Pong Gil, en Dalian, al fracasar el atentado contra el jefe del ejército Kwantung fueron detenidos miembros del mencionado cuerpo, enviados por Kim Ku. Tenían el plan de eliminar, además, al director del ferrocarril de Manchuria y al recién designado jefe del departamento de asuntos exteriores, aprovechando que importantes personajes militares y políticos de Japón acudirían a la estación ferroviaria para darle la bienvenida a la comisión de investigación encabezada por Lytton, de la Liga de las Naciones, que venía de Fengtian a Dalian. Kim Ku envió a sus hombres para asesinar también al gobernador general de Corea.

    En consonancia con aquel ambiente, en que An Jung Gun era elogiado como héroe nacional, por haber matado a tiros a Ito Hirobumi, y en que Corea y las sociedades de sus compatriotas residentes en América, Primorie y Manchuria, se agitaban por la noticia de las acciones de Ri Pong Chang y Yun Pong Gil, el terrorismo cautivó a muchos jóvenes coreanos con ardiente odio al enemigo. No fue, pues, extraño que apareciera la referida teoría y se sometiera a discusión en la reunión destinada a determinar el rumbo de la actividad de la Guerrilla Popular Antijaponesa. Sus partidarios aseguraban que si actos loables como el acometido por Yun Pong Gil, se producían sin interrupción en todas partes de Corea, Japón y China, se estremecería el baluarte de la dominación del imperialismo japonés.

    Otra insistencia residía en pasar, de inmediato, a la ofensiva militar general. Si personas como Kim Il Ryong mostraban interés por el grupo armado, Pak Hun, Kim Chol (Kim Chol Hui) y otros, abrigaban la esperanza de un enfrentamiento armado inmediato. Era comprensible, hasta cierto punto, que Pak Hun, quien había presenciado en la gran ciudad sólo las impetuosas acciones de decenas de miles de soldados del ejército regular y de masas sublevadas, subrayara la necesidad de emprender sin demora el ataque general, menospreciando la actividad de los grupos armados. Pero, parecía extraño que Kim Chol, que estaba sujeto a un contrato de matrimonio, y en contraste con su carácter dócil, pronunciara un fervoroso discurso, haciendo hincapié en la necesidad de ampliar las dimensiones de la lucha desde la arrancada.

    Los que se pronunciaban por la ofensiva general, también tenían sus argumentos: Japón ha realizado con facilidad su objetivo de ocupar a Manchuria, a partir del Incidente del 18 de Septiembre, y conquistó Shanghai y otros puntos importantes del territorio principal de China. En las tres provincias orientales24, ha nacido el Estado títere que izó la bandera del “Estado manchú”. ¿Cuál será el siguiente blanco? Sin dudas, el territorio principal de China y la Unión Soviética. Aunque hoy el ejército japonés no acelera el ritmo de ofensiva, observando el desarrollo de la situación, es obvio que atacaría a China y la Unión Soviética bajo cualquier pretexto. Por eso, iniciar la operación militar frontal con las unidades formadas, es dar un golpe a la nuca del imperialismo japonés, que se hunde en el lodazal de la guerra. Pasar a una ofensiva dinámica, es la orden que la historia le da a nuestra guerrilla.

    Kim Il Ryong rechazó sencillamente esa insistencia radicalista, al citar un refrán que dice: “Extiende las piernas, según el largo del cobertor”. En efecto, fue una propuesta temeraria y subjetiva que no tenía en cuenta el grado de preparación de la Guerrilla Popular Antijaponesa.

    Por supuesto, el lineamiento para la lucha armada, que trazamos en la Conferencia de Kalun, preveía el choque frontal con el imperialismo japonés. Y no había duda de que la forma principal debía ser el enfrentamiento militar organizado y total. Pero, optar por este sendero, sin preparación previa, significaba el suicidio para la guerrilla que acababa de nacer.

    La tercera opinión priorizaba la prudencia, argumentando que debíamos conocer al enemigo y a nosotros mismos, para salir siempre victoriosos, o de lo contrario, no podríamos evitar la derrota.

    Los discretos arguyeron: Nuestro enemigo es fuerte. Y, ¿nosotros? En número y en cualidad, no pasamos de ser un embrión. Nadie duda que ganaremos en fortaleza. Pero ahora es preciso incrementar las fuerzas, con paciencia, cualitativa y cuantitativamente, actuando con cautela. En consideración al carácter prolongado de nuestra lucha, debemos acumular sin descanso la fuerza para derrotar, de un golpe, al enemigo cuando se vea debilitado.

    Este criterio fue censurado por ser tibio y ambiguo. No se podía calcular el momento oportuno.

    Esta disputa no surgió por primera vez en Xiaoshahe. Una discusión similar tuvo lugar, tanto en Guyushu, donde organizamos el Ejército Revolucionario, como en Kalun donde definimos el lineamiento de lucha armada y en la Conferencia de Mingyuegou, en la que aprobamos la resolución de desarrollar la guerra guerrillera organizada. Aquéllos que no llevaban mucho tiempo en la vida organizativa con nosotros, no podían conocer, pues, a fondo nuestros propósitos.

    Podría decirse que las divergencias sobre el importante problema de la orientación de nuestra actividad fue un ejemplo vivo que mostraba la inmadurez de la joven Guerrilla Popular Antijaponesa. Nuestra unidad estaba integrada por jóvenes de diferentes oficios y grados de conocimientos y procedencias regionales y organizativas. Los había que leían regularmente publicaciones como el diario “Tong-a Ilbo” y el “Joson Ilbo” y textos de la escuela secundaria, con vistas a su constante superación. En tanto, otros ingresaron con el dulce sueño de la transformación social, que les había inspirado la lectura de los cuentos “Un pequeño vagabundo”, de Jiang Guangci y “Evasión”, de Choe So Hae, mientras que algunos no habían recibido ninguna instrucción escolar, pero experimentaron varios años de superación política en organizaciones revolucionarias, como la guardia roja y la vanguardia de niños, hasta alistarse, con el fusil conseguido por su cuenta. Por esta razón, era natural que se manifestara la diferencia del nivel intelectual en la comprensión de conceptos y fenómenos.

    Dada esa situación, nos vimos obligados a dirigirle atención especial a la labor organizativa y política encaminada a asegurar la identidad ideológica, la unidad de acción y la unificación de costumbres en la guerrilla. Estimamos que el primer paso era tomar medidas para hacer comprender al unísono los principios tácticos y las líneas importantes de la guerrilla, y advertimos que, sin esto, la recién nacida Guerrilla Popular Antijaponesa podría correr el riesgo de fracasar desde el inicio.

    Recorriendo la aldea en compañía de Cha Kwang Su expliqué a los camaradas que no comprendían nuestro intento táctico:

    “La doctrina de grupos armados encierra la idea de seguir las huellas de An Jung Gun. Es una quimera porque se propone derrotar al imperialismo japonés con el terrorismo. Aunque Ito Hirobumi fue ajusticiado, la dominación de Japón continúa. Además, creó el ‘Estado manchú’ y ahora extiende sus tentáculos al territorio principal de China. Puede darse el caso en que la Guerrilla Popular Antijaponesa deba actuar separada en grupos, pero estos no pueden ser la unidad fundamental de combate.

    “El planteamiento de pasar de inmediato a la ofensiva armada total, es irreal. Resulta absurdo proponer el choque frontal de una guerrilla con poco más de cien hombres, contra el ejército japonés con millones de efectivos. Es ingenuo el intento de derrotar a cientos de miles de enemigos, con el ataque de cien guerrilleros. Camaradas, por favor, no subestimen al adversario.

    “¿Qué debemos hacer? Por el momento actuaremos por compañía. Los grupos no podrían surtir el efecto esperado. Si se amplía la unidad, será posible actuar con destacamentos más grandes, pero ahora es racional maniobrar por compañías. Como saben ustedes, no estamos en condiciones de formar grandes unidades desde el principio. La guerra antijaponesa no puede terminar con unos cuantos combates. Es preciso, pues, dar el primer paso con una pequeña unidad y acumular y engrosar incesantemente las fuerzas armadas en el curso de la guerra, esperando la oportunidad para obtener la victoria definitiva, mediante la batalla decisiva unida con la sublevación armada de todo el pueblo. Debemos efectuar rápidas maniobras con armas ligeras para dispersar al enemigo concentrado, y derrotarlo por separado, evitar sus grandes unidades y eliminar las pequeñas y, de esta manera, asegurar siempre la superioridad estratégica y táctica sobre el adversario, y vencer al imperialismo nipón con incesantes combates de desgaste. Así debe ser la guerra de guerrillas, y he aquí su admirable virtud. Camaradas cautelosos, ustedes se proponen acumular las fuerzas sigilosamente, sin combatir, hasta que llegue la oportunidad para derrotar de un golpe al enemigo. ¿Les parece que pueda darse esa oportunidad por sí sola, sin lucha, sin sacrificio, sin derramar sangre? Sepan que nadie nos ofrecerá en bandeja la oportunidad para independentizar el país. Tenemos que crearla a través de la lucha.”

    Con estos términos les hice comprender nuestro propósito.

    Desde luego, no todos me comprendieron en seguida. Algunos no quisieron retirar sus propuestas, insistiendo con obstinación.

    Pensé que sólo la lucha práctica podría concluir nuestra polémica, preñada de divergencias, aclarando quién tenía razón, y no escatimé horas para el estudio de la orientación de la actividad de la guerrilla.

    Ante nuestra unidad, que emprendía la marcha de la guerra antijaponesa, se presentaban las siguientes tareas: primero, forjar la Guerrilla Popular Antijaponesa en medio de la lucha práctica; segundo, engrosarla en corto tiempo, cuantitativa y cualitativamente; tercero, asentar un sólido terreno de masas, como punto de apoyo del ejército revolucionario y aglutinar en torno suyo a amplias masas de diversas clases y sectores.

    En la expedición a Manchuria del Sur hallamos la vía para cumplirlas, y la definimos como estrategia principal del año 1932.

    Nuestro destacamento organizado en Antu tenía rasgos peculiares que lo distinguían de las guerrillas de otros distritos y áreas. Si éstas estaban integradas por jóvenes oriundos de su región, la de Antu fue organizada con elementos avanzados seleccionados en varios distritos de Manchuria del Este y el Sur y otros progresistas procedentes del interior del país. Mientras aquellas tenían por principio de actuar estacionadas en su región, nuestra unidad se propuso actuar en la parte del monte Paektu y en amplias áreas adyacentes a los ríos Amrok y Tuman, sin limitar su teatro de operaciones a uno o dos lugares.

    Desde el punto de vista topográfico, Antu resultaba una zona muy favorable para este tipo de guerra. No obstante, no podíamos permanecer sólo allí. Nuestra guerrilla, recién surgida, necesitaba salir a extensos territorios para crecer y templarse en la inclemencia y arraigar entre el pueblo. Era preciso guardarse de emprender la lucha apresuradamente, al igual que era impermisible matar el tiempo sentado en un lugar, pretendiendo sólo la preservación de las fuerzas.

    He aquí una causa importante por la cual optamos por la expedición, como el primer paso de la Guerrilla Popular Antijaponesa.

    La marcha hacia Manchuria del Sur tenía por objetivo principal e inmediato, establecer relaciones con las tropas independentistas que operaban en las zonas ribereñas del río Amrok. Nos propusimos formar el frente común con las de Ryang Se Bong, estacionadas en Tonghua, Manchuria del Sur.

    Contaban con centenares de hombres y se llamaban también Ejército revolucionario de Corea.

    Cuando en Antu se fundó la Guerrilla Popular Antijaponesa, Ryang Se Bong logró victorias en los combates contra el ejército japonés y el manchú, en cooperación con la legión autodefensiva de Tang Juwu. La noticia nos llegó hasta Xiaoshahe, alegrándonos mucho.

    Pak Hun meneó la cabeza y opinó que Ryang Se Bong, nacionalista partidario de la junta Kukmin, empapado hasta el tuétano de espíritu anticomunista, no desearía la cooperación con nosotros. Le hablé de la necesidad de formar, por todos los medios, el frente unido con las tropas independentistas, señalando que no podía existir ninguna razón por la cual los compatriotas de una misma sangre no unieran sus fuerzas en el objetivo común, de la lucha antijaponesa, cuando ya habíamos realizado el frente conjunto con el Ejército de salvación nacional de China.

    Consideré factible la cooperación con Ryang Se Bong, en vista de nuestras relaciones personales, pues él tenía intimidad con mi padre y me amaba mucho. Ya en mi niñez, escuché decir que Kim Si U y Ryang Se Bong se hermanaron con mi padre en Huadian, y se retrataron juntos por este motivo. La intimidad entre el comandante Ryang y mi padre fue extraordinaria. De no ser por esta hermandad, no habría escrito para mí una carta de recomendación a la escuela Hwasong, ni visitado la secundaria Yuwen, para darme dinero cada vez que venía a Jilin. En aquel tiempo, me veía obligado a ahorrar al máximo para costear los estudios, prescindiendo de comprar siquiera una torta, cuando otros la comían. El dinero que recibía de él, pues, me sirvió de gran ayuda en momentos urgentes.

    Aunque mi relación con Ryang Se Bong se hizo tibia a causa de la desilusión por la junta Kukmin, después de lo ocurrido en Wangqingmen, en mi mente permaneció intacto el sentimiento de gratitud hacia él.

    No fue casual que se me ocurriera la idea de ir a verle cuando me devanaba los sesos para hacer que la guerrilla recién fundada se abriera paso. Además de la intención del frente común, tenía el ardiente deseo de escuchar los consejos y palabras estimulantes de este hombre con varios años de experiencias en acciones.

    En comparación con nosotros, excitados por la alegría de la expedición, sin probar aún lo que era el combate, el comandante Ryang Se Bong era un general invencible. Más de una vez juramos ante los independentistas no imitar el modo de luchar de su ejército, lo cual no tenía el sentido de desestimar sus experiencias y técnicas militares, sino dejar de seguir su hábito de no apoyarse en la fuerza del pueblo.

    Al experimentar el terrorismo blanco desatado por la junta Kukmin en Wangqingmen, decidí, conteniendo la indignación, cortar los vínculos con los viejos del Ejército independentista. Pero, en aras de la gran obra común para la liberación nacional, nos propusimos no cuestionar los errores del pasado. Censurando el pretérito no podíamos realizar la cooperación.

    En Manchuria del Sur, además del destacamento de Ryang Se Bong, actuaban los antijaponeses mandados por comunistas coreanos, como Ri Hong Kwang y Ri Tong Kwang. En mayo de 1932 el primero organizó un destacamento que se llamó Ejército de voluntarios obrero-campesinos de Panshi. Más tarde, se transformó en guerrilla de Manchuria del Sur, del 32 cuerpo del Ejército Rojo Obrero-Campesino de China, y en primer cuerpo del Ejército Revolucionario Popular del Noreste de China.

    Ri Hong Kwang gozó de reputación no sólo por su destacada estrategia y singular arte de mando, sino también porque publicaciones del enemigo, como el periódico del ejército Kwantung y el del Estado manchú, informaron de él equivocadamente como si fuera una “generala”.

    Con respecto a esa información tergiversada había una anécdota hilarante. De regreso a su base después del asalto a Dongxing, mandó a una guerrillera a interrogar a los prisioneros. Se presentó a sí misma diciendo: “Soy Ri Hong Kwang”, y luego les exigió que hablaran acerca de la disposición de los policías y el plan de “punición”.

    Al retornar, los prisioneros difundieron el rumor de que “Ri Hong Kwang es una joven hermosa de unos 20 años”. Así comenzó a circular ese bulo entre los soldados japoneses.

    Si Ri Hong Kwang mostró sin reserva su inteligencia y coraje de estratega a través de la lucha armada, Ri Tong Kwang se destacaba como cuadro político, en la construcción del partido y la concientización y organización de las masas. Su nombre era bien conocido en Manchuria del Este desde la segunda mitad de la década de 1920.

    Quienes me contaron la historia de Ri Tong Kwang fueron Kim Jun, So Chol y Song Mu Son. Desde que asistía a la secundaria Tonghung, en Longjing, descollaba como dirigente del movimiento estudiantil. La noticia de su evasión de la prisión de Longjing, donde estaba encerrado por el primer incidente del partido comunista de Jiandao, llegó hasta Jilin.

    En el verano de 1930 me encontré en Haerbin con el camarada So Chol, quien me comentó, de paso, que Ri Tong Kwang me conocía. Me dijo que me había visto durante la conferencia de An Chang Ho, en Jilin, y después en la conferencia de campesinos de la región de Panshi, efectuada en Wulihezi. Recomendé a So Chol que le informara nuestra estrategia de lucha y mi esperanza de que tendríamos la oportunidad de intercambiar saludos y luchar, mano a mano, en una misma trinchera.

    Cuando preparamos la expedición a Manchuria del Sur, él era el secretario del comité regional del partido en el distrito Panshi. Más tarde, desempeñó el cargo de secretario del comité especial del partido en Manchuria del Sur y jefe del departamento de organización del comité provincial de Manchuria del Sureste.

    Como en el Este de Manchuria, en el Sur también los comunistas coreanos constituían la armazón de las fuerzas armadas antijaponesas.

    Nos propusimos establecer relación con ellos. Juzgué muy útil para el desarrollo de la Guerrilla Popular Antijaponesa que las tropas recién formadas sostuviesen encuentros para intercambiar sus valiosas experiencias y consultar medidas de combate. En efecto, mantuvimos estrechos nexos con las guerrillas de Manchuria del Sur a lo largo de todo el trayecto de la Lucha Armada Antijaponesa. En este decursar, estuve inseparablemente unido con Ri Hong Kwang, Ri Tong Kwang y Yang Jingyu.

    En Liuhe, Xingjing, Panshi y en otros muchos lugares del Sur de Manchuria se habían creado nuestras organizaciones. A este fin habíamos enviado gran número de magníficos cuadros de la Unión de la Juventud Comunista y la Antimperialista, mientras actuábamos en su región central. Entre ellos figuraban Choe Chang Gol y Kim Won U. Pero, estas agrupaciones sufrieron una seria devastación después del Incidente del 18 de Septiembre.

    Nuestra marcha a Manchuria del Sur podía abrir una coyuntura favorable para rehabilitarlas e inspirar vigor a los revolucionarios apocados.

    Algunos historiadores escriben como si después de la fundación de la Guerrilla Popular Antijaponesa nuestras actividades se hubiesen ido viento en popa, sin obstáculos ni vicisitudes, pero, la revolución no es una obra tan sencilla.

    Después de definirse la marcha a Manchuria del Sur como primer itinerario de la novel guerrilla, tuvimos que soportar muchos tormentos psicológicos y contratiempos, hasta llevarla a hecho.

    En mayo de 1932, en la casa de Kim Jong Ryong, donde radicaba la sede del comité regional del Partido, nos reunimos con los dirigentes del partido y la Juventud Comunista de varios distritos de Manchuria del Este y discutimos problemas de la expedición y de la creación de su base. Nuestro proyecto sobre esta marcha disfrutó de unánime apoyo de los asistentes. Lo aceptaron con mucho gusto también aquellos jóvenes que, divididos en dos o tres grupos, desarrollaban una acalorada polémica en el seno de la unidad.

    Cuando acelerábamos los preparativos Cha Kwang Su, nombrado jefe del estado mayor del destacamento, apareció con aire serio y me propuso:

    —Camarada jefe, ¿qué le parece si partimos de Xiaoshahe, dentro de algunos días, a propósito de la expedición? No es bueno que convoyes del enemigo pasan a menudo por la carretera cercana y, además, se siente gran escasez de alimentos. ¿Cómo Xiaoshahe, con sus cuarenta hogares, podrá seguir sustentando más de cien bocas suplementarias, por muy generosa que sea?

    Conocía de sobra de la carencia de víveres, puesto que hacía poco los campesinos, hambrientos, se habían levantado en la sublevación primaveral.

    Pero, el tránsito frecuente de vehículos del enemigo no podía ser motivo para anticipar nuestra partida.

    No aprobé su propuesta de escurrirnos de Antu, y le planteé.

    —Camarada jefe de estado mayor, ¿qué le parece probar un combate, ya que nos alzamos en armas?

    —¿Un combate?

    —Sí, con la unidad formada, hay que empezar la batalla. No hay por qué permanecer con los brazos cruzados, observando de cerca el movimiento del enemigo. Marcharemos cuando se nos antoje, pero, después de hacer sonar una vez los tiros en tierras de Antu. Sin combates, no se puede hablar de forjar a los soldados. Si los organizamos bien, podremos conseguir los materiales necesarios para la expedición.

    Cha Kwang Su aceptó de buena gana mi propuesta.

    El mismo día salió a la carretera, junto con Pak Hun, para una exploración topográfica. Fue un reconocimiento para elegir el lugar adecuado para una emboscada. Propusieron que la tendiéramos en el paso de la montaña Xiaoyingzi para abalanzarnos sobre una tropa de transporte. La sugerencia estaba acorde con mi proyecto. Consideraba la emboscada como la forma general de combate más apropiada para la guerrilla.

    Aquel paso se hallaba en la zona intermedia entre Antu y Mingyuegou. Era un atajo que conducía de Dadianzi a Dashahe, y distaba, en línea recta, unos 16 kilómetros de Xiaoshahe. Era un monte no abrupto, por cuyos valles serpenteaba el camino. Resultaba muy apropiado para la emboscada. El enemigo transportaba por esta vía materiales de guerra para sus unidades dislocadas en la región de Antu.

    Oportunamente, nos informamos, por medio de una organización local, de que una unidad de transporte del ejército títere manchú acababa de partir de Mingyuegou hacia Antu, llevando armas y materiales de intendencia. Al mando de un grupo escogido para la expedición, realicé la marcha forzada nocturna hacia el paso Xiaoyingzi, donde lo aposté a ambos lados del camino.

    No es razonable organizar la emboscada por la noche. En medio de la oscuridad que impide distinguir al enemigo de los nuestros, el asalto es más productivo que ella. Recuerdo que a lo largo de todo el período de la guerra antijaponesa fueron muy pocas las que efectuamos por la noche.

    Pero, por aquel entonces, por falta de experiencias, no lo tuvimos en consideración. Por fortuna, con el favor de la luz del plenilunio pudimos evitar el desastre de pelear entre nosotros.

    El convoy llegó avanzada la noche. Los guerrilleros de la primera línea, cien metros hacia adelante, hicieron la señal convenida. La columna estaba formada por 12 trineos tirados por caballos.

    Estaba tan excitado y tenso que podía percibir los latidos de mi corazón. En aquel instante constaté en mis fibras que todo lo que acomete uno por primera vez lo pone nervioso, inquieto o aprensivo. Pak Hun, a mi lado, se mostraba muy intranquilo. Siendo así el estado de ánimo de ese graduado de la Academia Militar de Huangpu con experiencias de combate, se podrá imaginar el estado psicológico de otros guerrilleros.

    El primer grupo de emboscados dejó pasar al enemigo. Cuando la mitad de la columna entró en el área del segundo grupo, disparé con la pistola subiendo a una roca. Casi simultáneamente sonaron disparos y gritos, estremeciendo todo el valle.

    Pudimos distinguir, sin dificultad, a los nuestros por la toalla blanca atada al brazo, pero los enemigos, sorprendidos, dispararon a ciegas, sin hacer distinción entre nosotros y los suyos. Apoyados en sus trineos, más de diez adversarios resistieron febrilmente. De dilatarse el tiroteo, la circunstancia se nos podía tornar desfavorable.

    Al cabo de diez minutos de fuego, nos lanzamos al ataque y concluimos la pelea en un santiamén. El enemigo se rindió, con más de diez bajas entre muertos y heridos, y otros tantos quedaron prisioneros. Exceptuando a un sargento japonés, todos eran soldados del ejército títere manchú.

    Pronuncié un breve discurso de contenido antijaponés ante los enemigos que capitularon.

    Aquella noche volvimos a Mazhoutun (Muzhao), con diez trineos cargados de trofeos: 17 fusiles, una pistola, gran cantidad de harina, suficiente para un mes de consumo de cien hombres, telas, botas, entre otros. Resultó abundante teniendo en cuenta que era el primer combate.

    Pasada la medianoche, encendimos una hoguera en medio del patio, y sentados en derredor comimos bolitas en la sopa, hechas con esa harina. Fue un modesto banquete para festejar el triunfo inicial.

    Hasta aquel momento mi corazón no había dejado de palpitar con fuerza. La comida tenía un sabor especial, pero, lo más agradable fue mi humor. Hasta hoy, al cabo de 60 años, recuerdo con frescura el placer y la emoción desbordante que saboreé aquella noche por la primera victoria.

    Cha Kwang Su, que miraba fijamente la fogata, dejando correr las lágrimas por debajo de sus lentes de miope, tomó con fuerza mis manos, y exclamó con voz ronca:

    —Mira, Song Ju, no fue un hueso difícil de roer.

    Esta fue la impresión del jefe de estado mayor sobre la primera batalla.

    Mi opinión fue similar y podía resumirse en estos términos: Lo que es combatir no es nada extraordinario. Lo puede hacer cualquiera, con tal de que tenga arma y coraje. El enemigo no era tan fuerte como nos lo imaginábamos. Hay que ver a aquéllos que se pusieron de rodillas ante nosotros, con las manos en alto. Debemos preparar acciones más grandes, llenos de confianza. Podemos vencer. Somos capaces de triunfar.

    —¡Qué bueno sería si tuviéramos aquí a Kim Hyok! Si estuviera vivo, ya habría improvisado versos. ¡Qué lamentable, que se alejó tan temprano de nosotros! ¿Por qué no están aquí Kim Hyok, Sin Han, Ri Kap, Je U, Kong Yong y otros muchos?

    Así murmuró Cha Kwang Su, enjugándose las lágrimas que le corrían por las mejillas. Recordó con mucha pena a los compañeros que se marcharon para siempre de nuestras filas, sin ver el nacimiento de la Guerrilla Popular Antijaponesa.

    Yo también pensé en los camaradas que dieron sus vidas en la lucha para crearla. Ante mis ojos aparecieron, con viveza, sus rostros, profundizando mi dolor y tristeza. Si estuvieran vivos, nuestra unidad sería más fuerte.

    Cha Kwang Su, de pie frente a la hoguera, con los lentes en la mano, usó de la palabra, haciendo gestos:

    —Compañeros, hemos dado el primer paso. Hemos logrado la primera victoria. ¿A quiénes pertenece el triunfo? A nosotros, que estamos aquí sentados.

    Abrió los brazos como si quisiera abrazar y levantar en alto a los oyentes, y continuó:

    —Si tomamos el fusil, tenemos que disparar con él y triunfar. ¿No les parece? Esta noche eliminamos un convoy. Esto no deja de ser una escaramuza. Pero significa el inicio de nuestra gran empresa. En otras palabras, un pequeño arroyo, nacido en una profunda y remota montaña, comenzó a correr hacia el inmenso mar.

    Cha Kwang Su nunca estuvo tan excitado como aquella noche.

    Pronunció un magnífico discurso, mucho más vivo y persuasivo que lo que puedan expresar estas líneas que escribo refrescando la memoria. Es una lástima que no pueda reproducirlo tal y como lo dijo.

    —Camaradas, ¡qué provechoso es combatir! Nos proporcionó armas, víveres, ropas, calzado… Esta noche he aprendido una grande y profunda verdad dialéctica. Ahora repartiremos los fusiles arrebatados al enemigo. Y con estos acabaremos con otros enemigos. Tendremos más armas y alimentos. Contaremos con ametralladoras y cañones. Llenaremos los talegos de arroz y marcharemos con vigor. A los imperialistas japoneses les arrebataremos armas y alimentos, como lo hemos hecho hoy hasta derrotarlos definitivamente. Este será nuestro modo de vivir y luchar.

    Terminado su discurso, fui el primero en aplaudir. Todos expresaron su aprobación con entusiastas aplausos.

    Después, alguien se levantó y cantó. No puedo precisar si era Jo Tok Hwa o Pak Hun, pero fue una canción muy hermosa.

    Así dimos el primer paso, llenos de confianza.

    

    

    

    2. La última imagen

    

    

    Uno de aquellos días en que mi unidad estaba enfrascada en preparar la expedición, vino a Xiaoshahe, mi hermano Chol Ju para verme. La noticia del asalto de la Guerrilla Popular Antijaponesa a una caravana de transporte del ejército títere de Manchuria, dirigida por un asesor japonés, en el paso Xiaoyingzi, llegó hasta las regiones de Dunhua y Yanji, más allá de los límites de Antu. Por doquier hacían entusiastas comentarios, sobre esa victoriosa acción. Las organizaciones revolucionarias de Songjiang, Dadianzi y Liushuhezi, mandaron incluso enlaces a Xiaoshahe, expresamente para conocer los detalles.

    Al inicio, creí que mi hermano aparecía con igual misión y lo traté como de ordinario.

    Mas, como negando mi conjetura, no hizo ni una pregunta sobre la emboscada. Pasó todo el día sin decir una palabra, ora observando a los guerrilleros ejercitarse en formación, ora tejiendo alpargatas, junto con los integrantes del destacamento expedicionario en el cuarto contiguo a la jefatura. En la lista de los artículos necesarios para la expedición, determinados por la comandancia, figuraban las alpargatas.

    Cambiando de opinión, juzgué que había venido para ayudar en los preparativos de la partida del destacamento expedicionario. Entonces fui a la aldea, para ver al responsable de la organización de campesinos. A la hora de la comida, cuando regresé, estaba esperándome y me dijo que quería regresar. Lo invité a comer conmigo, mas no lo aceptó, insistiendo en volver. Parecía que quería decirme algo, pero no se atrevía, limitándose a mirarme inquieto, con expresiones inusuales en él. Intuí que no había venido a Xiaoshahe para ayudar en el alistamiento de la expedición, que existía otro motivo. Si tenía un problema que no acababa de plantearme de seguro estaría relacionado con mi madre o con él.

    No entré en la comandancia. Acompañé a Chol Ju hasta las afueras de la aldea. En el camino le pregunté de sopetón.

    —¿Ocurrió algo en Tuqidian?

    Dije Tuqidian para no mencionar la casa. No sabía por qué, me daba miedo pronunciar esta palabra.

    —No, nada, —respondió, forzando una sonrisa. Era capaz de esbozar cualquier sonrisa que pudiera engañar mis ojos, porque, además de ser un buen actor, sabía hablar con rico humor. Mas, la de aquel momento tenía un matiz triste e inmediatamente, por una parte, se estropeó. Tratando de esquivar mi mirada, dirigió la suya hacia el espacio, por encima de mis hombros.

    —¿Qué te preocupa? Si te marchas sin decírmelo, no podré estar tranquilo. Dímelo, sin más reparos.

    Suspiró profundamente y manifestó de mala gana:

    —Se agravó la enfermedad de mamá. En dos días no ha probado ni una cucharada.

    Estas palabras llegaron a mis oídos, como un trueno. Me estremecí como alcanzado por la corriente. Mi madre padecía de un mal crónico, eso sí lo conocía.

    Aunque en Badaogou, rara vez caía en cama, en Fusong se enfermó muchas veces, a partir de la muerte de mi padre y de mi partida hacia Jilin para estudiar. Chol Ju me lo había notificado en cartas.

    Inicialmente, temí que le aquejara un mal endémico. Muchos habitantes de la región estaban atacados por uno así. Se decía que crispaba las manos, inflamaba los nudillos y causaba malestar en la garganta, privándolos de la capacidad laboral, hasta conducirlos a la muerte, antes de llegar a los 30 años de edad.

    Una de las razones por las que O Tong Jin fue a Fusong, después de la muerte de mi padre, y le aconsejó a mi madre que se mudara a Jilin, radicó precisamente en evitar que ella cogiera ese mal.

    Cuando regresé a casa en las vacaciones, constaté que no la aquejaba esa enfermedad, sino una fiebre causada por la fatiga. Entonces pensé con desconsuelo, que el cansancio acumulado en toda su vida de martirio había terminado por lesionar su salud, pues no conocía el descanso. Mas, que no padeciera esa terrible epidemia, me aliviaba un tanto.

    En Antu, comenzó a sufrir una enfermedad estomacal, que le decían jok por aquel tiempo. Se quejaba de que en su interior algo muy grande trataba de subir constantemente hacia la garganta. Ahora pienso que pudo ser un cáncer en el estómago.

    Los médicos le diagnosticaron jok , pero no pudieron prescribir una receta. Todos los medicamentos resultaron inútiles. Cuando sentía esa crisis, se acostaba, o ayunaba, o tomaba unas cucharadas de papilla muy aguada. Esto era lo único que la aliviaba.

    Mis compañeros se esforzaron mucho para curar a mi madre. Todos mis amigos, quienes trabajaban conmigo en la Juventud Comunista, le enviaban medicamentos. Si en el periódico anunciaban uno que les parecía eficaz, lo compraban sin tomar en consideración el precio, y lo enviaban por correos. Llegaron esos paquetes tanto de Jilin y Shenyang, como de Haerbin y Longjing.

    También especialistas en medicina Koryo de la región de Antu prestaron sincera asistencia a mi madre. Los de Dashahe la trataron sin pedir que les pagaran.

    Los ojos congestionados de Chol Ju y su triste semblante me delataron que la enfermedad de mi madre había llegado a su fase final. Le pregunté si tenían cereales en casa, y me respondió que se habían agotado.

    Al día siguiente, compré un mal(Medida cúbica tradicional; equivale a 15 kilogramos.-N. del Tr.) de mijo con el dinero que me facilitaron mis compañeros y me dirigí hacia Tuqidian. Calculé que con esta cantidad los tres miembros de mi familia (mi madre, Chol Ju y Yong Ju) podrían sustentarse un mes, y al cabo de este período, yo regresaría de la expedición a Manchuria del Sur.

    Teniendo en cuenta la situación de mi familia, que ni siquiera tenía suficiente para una gacha aguada, esos 15 kilogramos de mijo representaban una cantidad tan enorme, que se podría celebrar incluso una boda.

    Sin embargo, yo no estaba satisfecho, en lo más mínimo. Aunque las correas me apretaban fuerte los hombros, no sentía que pesaban. En comparación con el afecto que me profesaba mi madre, parecía que resultaban tan ligeros como una plumita.

    Una vez, mi padre me contó sobre Ri Rin Yong, jefe del cuerpo de voluntarios de las 13 provincias.

    Su elección para esa jefatura resultó bastante dramática y aleccionadora. Cuando fueron a verle los jefes de las unidades de voluntarios de la región del Este para proponerle fuera su comandante, él atendía a su anciano padre, quien pasaba los últimos días de su vida. Declinó la petición, argumentando que a los voluntarios podría dirigirlos otra persona, pero cuando muriera su padre, no lo podría volver a ver. ¿Cómo me atrevería a salir de la casa, dijo, abandonando a mi padre que no se sabe cuándo va a expirar?; no quiero ser un hijo infiel.

    Sólo a los cuatro días accedió a la petición.

    Los voluntarios de todo el país se reunieron bajo el mando de Ri Rin Yong. Su número llegó a no menos de 8 000. Poco después se le unieron las unidades de Ho Wi y Ri Kang Nyon, aumentando a 10 mil los efectivos. También se le incorporaron 3 000 hombres armados con rifles del ejército de la Vieja Corea.

    Los jefes de las unidades de voluntarios de todo el país eligieron a Ri Rin Yong como su comandante, y bajo su mando emprendieron el avance hacia Soul. Su objetivo final era atacar esa ciudad, destruir de un golpe la junta de asuntos políticos y militares, y anular el pacto de protección.

    Cuando las tropas de voluntarios caían sobre Soul, de acuerdo con el plan de operaciones, murió el padre de Ri Rin Yong. Este confió el mando a otra persona y regresó a su tierra natal, como si tal cosa. Este acto, junto con la noticia de la derrota de la vanguardia dirigida por Ho Wi, trajo el desastroso resultado de hacer decaer la moral y favorecer la descomposición.

    Cuando dirigía el movimiento estudiantil, discutí sobre esa conducta de Ri Rin Yong con miembros de la Asociación de Estudiantes Coreanos Cursantes en Jilin. Muchos lo censuraron y calificaron de cretino. Comentaron muy excitados que no había sido un hombre, ni un patriota, ya que, con la noticia de la muerte de su padre, abandonó el mando de 10 mil voluntarios, y eso en perjuicio de la gran operación contra Soul.

    Empero, no todos lo criticaron. Hubo quienes que lo defendieron. Incluso lo elogiaron como hijo fiel sosteniendo que era natural y justo, que una persona se condujera así ante la muerte del padre.

    Actualmente, se llama hijo leal a quien lo es tanto al país como a los padres, pero en aquel tiempo sólo al que rendía lealtad a éstos.

    Objeté que la conducta de Ri Rin Yong no podía ser el prototipo de auténtico hijo fiel.

    —Puede llamarse hijo verdaderamente fiel, sólo quien ama por igual al país y a la familia. ¿Cómo podría serlo quien aprecia sólo a ésta, haciendo caso omiso de la desgracia de su tierra patria? Ya llegó la hora de rectificar en nuestra noción confucianista lo que es fidelidad filial. Si Ri Rin Yong hubiera visitado la tumba de su padre y le hubiera hecho reverencias con una taza de licor servida y virutas de incienso encendidas, después de cumplir su responsabilidad y objetivo, su nombre hubiera brillado más entre los descendientes.

    Esta declaración cayó como una bomba sobre las ideas caducas de quienes estaban impregnados hasta la medula de la moral feudalista y el concepto confucianista de fidelidad filial.

    Los miembros de la Asociación de Estudiantes Coreanos Cursantes en Jilin, divididos en dos grupos, prosiguieron la discusión acalorada, unos decían que mis palabras había que tomarlas en consideración, pues valían, y otros que no.

    Hoy, para los miembros de nuestra Juventud Trabajadora Socialista o de la Unión de Niños, este tema es tan sencillo y claro que no merece ser debatido, pero es cierto que en aquel tiempo resultaba muy difícil de comprender y determinar cuál opinión era correcta y cuál no. Para que todo el pueblo tuviese conciencia y tomase por propia convicción, como un solo hombre, el axioma de que la auténtica fidelidad filial es amar por igual al país y a la familia, se necesitó toda una historia, decenas de años y vivencias, sellada con sangre y lágrimas.

    En camino hacia mi casa en Tuqidian, con la carga de mijo a las espaldas, me acordé de la referida anécdota de Ri Rin Yong. No sé porqué me asaltó la idea de que era correcta su conducta. Fue verdaderamente extraño que yo, que, juntando mi voz a las de mis compañeros, había acusado de cretino a aquel jefe de voluntarios, descubriera una pizca de justeza en su proceder, simpatizara con él aunque fuese para mis adentros, y lo comprendiera un poquito.

    Es difícil e imposible olvidar a la familia por dedicarse a la revolución. Esta se hace en bien de los seres humanos, y siendo así, ¿cómo los revolucionarios pueden ignorar a los suyos y estar impasibles ante el destino de sus padres e hijos? Siempre consideré la felicidad de la familia y el destino del país desde una misma óptica. Desde hacía mucho tiempo sostenía que si la patria pasa por una situación adversa, tampoco las familias pueden estar tranquilas, y si éstas se opacan, también la fisonomía del país se oscurece. En virtud de esta convicción, y por primera vez en la historia de las guerras, enviamos sin vacilación un regimiento a la retaguardia enemiga para salvar a la familia de un soldado. Esta es una moral y una obligación camaraderil, que sólo los comunistas coreanos pueden cumplir.

    En los primeros tiempos, me esforcé por ser fiel a este precepto. Después de salir de la cárcel y trasladar el escenario de mis actividades a Manchuria del Este, pasé, de vez en cuando, por mi casa, con medicamentos para mi madre enferma, aprovechando momentos disponibles, mientras iba y venía de aquí para allá, por zonas con Dunhua y Antu como centro.

    No obstante, esto terminó por disgustar a mi madre. Al aumentar las veces que visitaba la casa, me llamó un día a su lado y me aconsejó:

    —Si quieres hacer la revolución, dedícate por entero a ella; y si quieres atender los quehaceres domésticos, entrégate a estos. Opta por una de esas alternativas. En mi opinión sería bueno que te dedicaras a la revolución, sin preocuparte por la familia, porque Chol Ju está conmigo y podemos mantenernos por nuestra propia cuenta.

    A partir de entonces, reduje las visitas a mi hogar.

    Después de organizada la Guerrilla Popular Antijaponesa, estuve muy rara vez allí. Me arrepentí de esto. Me mortificó la idea de que debía haber cumplido con mi obligación moral como hijo, aunque mi madre lo rechazara. Efectivamente, no era fácil ser fiel a la familia, y a la vez, al país.

    A medida que me acercaba a Tuqidian, mi paso se aceleraba, sin querer. Empero, mi estado de ánimo se tornaba cada vez más pesado. Al pensar que iba a encontrarme con mi madre gravemente enferma, me sentía desasosegado.

    En las charcas, los juncos bastante altos se mecían por el viento. Por la abundancia de esta planta, la aldea era llamada Juncal, pero, desde años atrás, cuando los de Kim Pyong Il empezaron a hacer y vender vasijas de barro, este recóndito lugar se transformó, adjudicándose el nombre de Tuqidian. Crucé el tronco que hacía las veces de puente y me encaminé a la aldea de arriba. De pronto, me saltó a la vista la familiar choza con techo de pajas. La cerca de retamas, hecha con torpeza, estaba inclinada a un lado y la techumbre daba la impresión de abandono, porque no se cambió la paja a su debido tiempo. Esa era mi casa que, durante varios años, no fue atendida por manos masculinas.

    No bien traspuse el portillo y entré en el patio, cuando se abrió la puerta de la choza.

    —¡Mamá! —grité acercándome rápidamente hacia ella, que sonreía apoyada en la jamba.

    —Sabía que eras tú, por los pasos.

    Mi madre no cabía en sí de alegría, tocando las correas del saco de mijo que puse en el poyo. Yo estaba dispuesto a recibir un reproche por esa visita, mas, felizmente, no me reprendió.

    Mientras intercambiábamos palabras de saludo, traté de percatarme de su estado de salud por su semblante, voz y movimientos. Por la apariencia no se diferenciaba mucho de como estaba en el invierno anterior, pero se notaba que había perdido vigor, en considerable medida. Sus senos lucían feáccidos, su cuello había adelgazado y en sus cabellos se entreveían canas. Pensé con tristeza cómo el tiempo pudo marcar tantas huellas lastimeras en mi querida madre.

    Dialogué con ella hasta muy pasada la medianoche. ¿Hasta dónde avanzó el ejército japonés? ¿Cómo actuaría la guerrilla? ¿Cómo iba yo a hacer alianza con el señor Ryang Se Bong? ¿Qué debíamos hacer en la base guerrillera? Las preguntas no tenían fin.

    Mi madre guió el hilo de la conversación sólo hacia asuntos políticos. Si se planteaban los de la vida familiar y su estado de salud, se expresaba concisa, para sacar a colación inmediatamente otros temas, de modo que no tuve menos que seguirle.

    Por su interés en encubrir su enfermedad ante mí, juzgué que en la misma medida era grave su estado e intuí que le quedaban pocos días de vida. Sentí que algo frío corría por mi espinazo e interiormente me atraganté de lágrimas.

    Al día siguiente, preparé y tomé temprano el desayuno y fui al monte junto con Chol Ju para cortar leña. Había dado vueltas alrededor de la choza y me encontré con que quedaban sólo uno o dos haces. Si antes de partir trajera unas cargas, me sentiría en cierto grado aliviado.

    Una vez puestas manos a la obra, se me antojaba recogerla en tal cantidad, que alcanzara para unos meses, aunque en realidad no ocurrió así. Como no era un monte profundo, no existían árboles secos, por eso corté, a pesar mío, arbustos de shi.

    —Oye, Chol Ju, ¿no existe otro que rinda más como leña?

    Mi hermano, alzándose el pantalón de percal, contestó:

    —Completemos la carga con cualquier árbol. Nos va a reprender mamá si se da cuenta de esto.

    En apariencia, era aún niño, pero por sus palabras colegí que ya tenía uso de razón.

    Mientras manejaba la hoz, el muchacho miraba inquieto, de cuando en cuando hacia la aldea. Estaba intranquilo por si la madre advertía que cortábamos leña a escondidas. El sabía que no le gustaba que yo tuviera preocupaciones por los quehaceres domésticos.

    Di hozadas a brazo partido a los arbustos.

    Con la caída del sol, bajamos cargados. Cuando llegamos a un recoveco, desde donde se divisaba el juncal, avisté la figura de mi madre en un rincón del patio. Durante la bajada, que había realizado apoyándome en un bastón, no pude librarme de pesadas obsesiones. Me dolía mucho despedirme de mi madre tan enferma, para emprender la expedición. No podía orientarme. Habíamos fijado el tiempo del viaje en uno o dos meses; sin embargo, nadie podía prever qué ocurriría con mi destino, ni qué cambios se impondrían a la ruta de mi unidad.

    Divagué: ¿Deberé sostener unos años más la lucha clandestina como hasta ahora? ¿Deberé así pasar por casa, una vez cada algunos meses, para consolar a mi madre y consultar sobre los problemas de la familia? ¿Proceder así sería cumplir con mi obligación moral como hijo ante ella que ha pasado toda su vida en penurias y sufrido los martirios espirituales más intensos? Hace poco que mi abuela regresó a su tierra natal, y si ahora me marcho de Antu, como si tal cosa, ¿cómo se sostendrá mi madre enferma, desasosegada y desamparada? No obstante, por el problema de mi familia, ¿debo desistir del plan de la expedición a Manchuria del Sur, que forma parte del lineamiento para las actividades de la guerrilla para este año?

    —¡Vaya!, ¿creías que en esta zona montañosa va a agotarse la leña?, —soltó su disgusto mi madre, quien nos esperaba al lado del portillo.

    Sonreí, secándome el sudor, en lugar de responderle.

    —Tú te comportas extraño. No hiciste eso en Fusong, ni te lo noté allá más cerca, en Xinglongcun. Estos días, sin embargo, te preocupas demasiado por cosas familiares.

    Su voz estaba empañada.

    —Hace tiempo que no huelo a yerba y ahora me siento eufórico, —dije haciéndome el que no había oído sus palabras y me interné en el patio.

    Aquella noche, por primera vez durante muchos meses, nos sentamos a la mesa los cuatro. Estaba servido un plato de loinas, que me resultaron muy exquisitas. Pregunté dónde las habían conseguido, a lo que respondió mi madre que mi hermano menor las había pescado y secado, ensartadas debajo del alero, para agasajarme cuando yo viniera. Estuvo muy preocupado, añadió, por no tener en casa nada para preparar comidas para tal caso. Por la emoción era difícil servirme de esas loinas, del tamaño de un dedo, por eso dejé algunas en el plato.

    Cuando se quedó dormido el hermano menor, mi madre, quien estaba con la espalda apoyada en la pared, se enderezó para decirme en tono grave:

    —Veo que has cambiado algo en comparación con otros tiempos. No esperaba que cuidaras de tu madre trayendo a cuestas incluso un saco de cereales. Sé que lo hiciste porque estoy enferma. Agradezco tu devota atención, pero no soy de los que se dejan consolar por esas cosas. ¿Crees que en Fusong crucé junto contigo montañas abruptas en el esfuerzo por ampliar la Asociación de mujeres, para recibir hoy tal consuelo? Tienes que cumplir tu gran causa. Debes llevar a efecto el testamento de tu padre, ¿estamos? ¿Cuántos coreanos se encuentran en una situación peor que la mía? No te preocupes por mí. Sigue tu camino a pasos acelerados.

    Su voz vibraba de vehemencia.

    Levanté la cabeza. Ella se interrumpió, apretándose los labios. Vivía yo el supremo momento en que sus consejos, síntesis de su concepto de la vida, prendían en lo profundo de mi corazón, sacudiendo mi alma como un huracán.

    Después de tomar aliento, prosiguió:

    —Lo mismo puedo hablar de esa leña. Si no tuvieras tareas que cumplir, hubiera sido comprensible tu proceder … Pierde cuidado en cuanto a la familia. En este mundo no existen tu madre y tus hermanos, ¿comprendido? Si llevas a feliz término la revolución fuera de tu hogar, pudiera ser que yo me reponga. Así, pues, márchate de inmediato con tu destacamento. Este es mi deseo.

    Mi respuesta no se hizo esperar:

    —Tendré presente su voluntad. Esta noche dormiré aquí; mañana saldré para Xiaoshahe, y luego me marcharé con mi unidad a Manchuria del Sur, para encontrarme con el señor Ryang Se Bong.

    Sentí un fuerte acceso de llanto y volví la cabeza hacia la pared.

    También mi madre, entristecida, atrajo hacia sí el cesto de la costura y se puso a coser un botón a mi chaqueta del uniforme.

    Me acordé de lo que vi el día del sepelio de mi padre.

    Ella no se vistió de luto, ni fue a la tumba. Nos puso luto sólo a nosotros, los tres hijos, y nos mandó al cementerio. Acompañaron el ataúd mi tío, O Tong Jin, Jang Chol Ho, Ryang Se Bong y otras decenas de independentistas, pero mi madre no fue.

    Días después, en la fiesta Tano, le imploramos que nos acompañara a la tumba. Mas ella no lo aceptó, diciendo que fuéramos nosotros y que no hacía falta allí su presencia. Preparó, sin embargo, comidas de ofrenda y nos instruyó, punto por punto, cómo encender el incienso, cómo servir la taza de licor y de qué manera hacer las reverencias. Creo que mi madre no nos acompañó para no mostrarnos sus lágrimas.

    Ella visitaba sola la tumba de su marido. Sólo una vez faltó a su costumbre, cuando apareció en Fusong Ri Kwan Rin, quien no había asistido al entierro. Mi madre la guió hasta la tumba. La muchacha lloró en memoria del difunto con tanta tristeza, que estuvo a punto de desmayarse. Mi madre la consoló.

    Era muy afectuosa y poco propensa a las lágrimas. Tenía tan firme temperamento, como rara vez se podía apreciar entre las mujeres. Me queda la perpetua memoria de sus asombrosas cualidades que admiré en mi adolescencia.

    Por eso, a pesar de que padecía de soledad en cama pudo apresurar, sin titubeos, mi camino, y darme serios consejos que, prendidos en mi alma y cuerpo, se convertirían en una máxima para toda la vida. Quizá en ese momento habría tenido la sensación de darme varazos.

    Estimo que mi madre no fue una mujer común. Por la misma razón, considero excepcional a la señora Jang Kil Bu, madre de Ma Tong Hui. Me encontré con ella después de la liberación. Pero no derramó lágrimas. Otras mujeres lloraron todas en el encuentro conmigo, pero ella no.

    Le dije que se mudara a Pyongyang donde existían muchos compañeros de armas de su hijo, pero la anciana manifestó que quería localizar a los enemigos que habían delatado a su hijo, y se marchó a su pueblito natal, sin que nadie lo advirtiera.

    No tenía sueño. Salí y me puse a pasear a lo largo de la cerca de retamas, medio derrumbada, tomando el fresco Chol Ju se me unió en silencio.

    Nos sentamos sobre un haz de leña y dialogamos. Mi hermano se reprochó de que hasta entonces no había ayudado bien a la madre, por estar ocupado en las actividades de la Juventud Comunista, pero que, en adelante, lo haría, para que no me preocupara por los asuntos de la familia. Yo había querido recomendarle eso, pero él lo dijo por sí mismo, lo cual me alivió.

    A la mañana siguiente, preparamos puré de soya, y nos resultó exquisito. Después de terminar el desayuno, fui a ver al vecino Kim Jong Ryong, para consultar sobre el destino de mis hermanos. Le dije francamente que yo debía ir de inmediato a Manchuria del Sur, pero por la situación de mi familia, no podía marcharme de Tuqidian. Me pidió que le confiara todos esos asuntos y perdiese cuidado, porque atendería bien a mis hermanos y a mi madre enferma.

    Regresé a casa y preparé el viaje.

    Estaba arreglando los cordones del calzado, cuando mi madre sacó de un armario cuatro billetes de a cinco yuanes y me los extendió:

    —Guárdalos; en tu vida errante te verás necesitado de dinero en muchas ocasiones. El hombre debe llevar alguna suma en sus bolsillos para casos de emergencia. ¿No oíste decir a tu padre, que en las postrimerías de Tsing, Sun Zhongshan logró salir de la reclusión de una embajada extranjera, con ayuda de un limpiador, a quien había sobornado con unas monedas?

    Los recibí, mas por el temblor de la mano no pude meterlos en el bolsillo. Permanecí indeciso, sin saber qué hacer.

    Sabía yo demasiado claro que en esos 20 yuanes se personificaba la agobiante vida de mi madre. Los había reunido, fen a fen, lavando ropas ajenas y cosiendo para otros, quehaceres que le agrietaron las manos. Con esa suma se podía comprar un buey mediano, –por entonces una res costaba 50 yuanes–, o sustentarse un año mis dos hermanos y ella.

    Descendí del poyo, tambaleándome como si el peso de esos billetes me quitara el equilibrio, y di el saludo de despedida con profundas reverencias: “Hasta luego, mamá, quédate con salud”. Lo que yo pensaba en ese momento era que no debía matizar mis palabras de despedida con un tono inusitado, que le arrancara lágrimas. Por eso había tratado de usar palabras comunes y gestos habituales.

    —Andando, hijo, apresúrate.

    La madre forzó una sonrisa en su semblante enfermizo, moviendo la cabeza.

    Di un paso y oí que por detrás de mí, se cerraba la puerta. Avancé un poco más, pero, sin poder alejarme de la casa, empecé a darle vueltas. Lo hice una, dos, tres veces … con los 20 yuanes en la mano.

    En esos cortos minutos, revivieron en mi mente fragmentos de la obsesión que toda la noche anterior mantuvo en su poder mi alma; ¿Cuándo podré volver a pisar este patio? ¿De veras es prometedor el camino que voy a tomar? ¿Qué me esperará en esta senda? ¿Podrá mejorarse mi madre en ese tiempo?

    Sumergido en esta reflexión seguía rondando alrededor de la choza, cuando volvió a abrirse la puerta y se dejó oir un severo reproche de mi madre:

    —¿Qué te preocupa todavía? ¿Por qué vacilas? Tú, que tomaste la determinación de rescatar al país, ¿cómo podrás cumplir la gran causa con esa flaqueza de espíritu y preocupaciones por cosas domésticas? Antes de inquietarte por la situación de la familia, tienes que pensar primero en tus tíos encarcelados, en tu país arrebatado, en tu pueblo. Hace ya 22 años que los japoneses nos privaron del país. Así que tú, hijo de Corea, debes pensar y actuar en grande. Si en adelante se te ocurre volver a esta casa, por preocupaciones por mí, no te acerques ni a esta puerta. No recibiré a tal hijo.

    Las palabras de mi madre estremecieron mi alma como un trueno.

    Apoyada la cabeza en el marco de la puerta, como si lo dicho le hubiera privado de toda su fuerza, me tendió una mirada llena de afecto, entusiasmo y enojo. Su imagen se me pareció a aquella cuando me había mandado, —sin permitirme que pasara en casa un solo día—, a Linjiang, la misma noche en que llegué a Badaogou, después de recorrer 400 kilómetros.

    Admiré por primera vez tan entera y sublime estampa, radiante de fervor y rectitud. Parecía que por ese ardor y esa justicia, que le corrían por dentro, fuera a convertirse en cenizas de un momento a otro.

    Hasta entonces creí que conocía perfectamente a quien me dio la vida y me crió. Mas, en aquel momento, me miraba desde tan elevada altura de espíritu y de alma, que yo ni siquiera podía alcanzar con la imaginación.

    Esa imagen no era la de una madre, antes bien la de una maestra. No cabía en mí de orgullo y felicidad por tener tan excelente y benefactora progenitora.

    —Hasta pronto, mamá.

    Me quité la gorra y volví a hacer profundas reverencias. Después caminé a grandes pasos hacia las afueras de la aldea.

    Al pasar el tronco, tendido como puente en la aldea de abajo, volví la cabeza y divisé su figura vestida de blanco, que me miraba apoyada la mano en el marco de la puerta. Fue la última visión que retuvo mi retina. ¿De qué parte de aquel cuerpo débil emanaría el espíritu tan noble y acerado que conmovió tan fuerte mi corazón? Si no hubiese estado enferma tan excelente madre, ¿cuán alegre iría yo por este camino? Apreté los labios para aguantar el deseo de llorar.

    No se trataba de una despedida ordinaria, que uno experimenta decenas o centenares de veces, a lo largo de su existencia, sino de un adiós definitivo que me dejó un lancinante recuerdo para toda la vida. No volví a ver a mi madre.

    Meses después, recibí la triste noticia de su muerte. Lo primero que sentí, fue el arrepentimiento por no haberle dicho palabras más afectuosas en el momento de la última despedida. Sin embargo, era cierto que no podía proceder de otro modo, porque ella no deseaba una separación sentimental.

    Aun ahora, convertido en un anciano, no me olvido de lo ocurrido en aquel momento. En la vida, cada persona se enfrenta alguna que otra vez a situaciones semejantes. Y según el cambio que toma su destino entonces, por muy pequeño que sea, llega a un punto considerablemente distinto de lo original. Si en aquella oportunidad se hubiera quejado de la situación de la familia y hubiera dicho una sola palabra que fuera capaz de aflojar los tornillos de mi determinación, ¿qué consecuencias se habrían producido en el corazón de este hijo, que estaba dispuesto a volar hacia el inmenso espacio?

    A partir del momento en que abandoné la planicie de Xiaoshahe, al frente de las filas de la joven Guerrilla Popular Antijaponesa, recorrí, durante decenas de años, junto a mis compañeros de armas, un camino preñado de combates sangrientos, de duros inviernos y de hambre, que rebasan los límites de la imaginación humana. Ahora, llevo medio siglo en la creación y la construcción, bajo la bandera del socialismo.

    En este azaroso y difícil camino en bien de la patria y la nación, siempre que me enfrento a una situación adversa que pone a prueba mi convicción revolucionaria, pienso, antes que en ningún ideal o tesis filosófica, en las palabras de mi madre en esa despedida, y recuerdo su última imagen vestida de blanco, mirándome alejar, y entonces, reafirmo mi determinación.

    

    

    

    3. Alegría y tristeza

    

    

    Coincidiendo con la expedición de la Guerrilla Popular Antijaponesa a Manchuria del Sur, la unidad del comandante Yu envió un destacamento de 200 hombres a la región de Tonghua, bajo el mando del jefe de su estado mayor, Liu Benchao, quien era su brazo derecho. El objetivo de ese viaje consistía en lograr la alianza con la legión autodefensiva de Tang Juwu y, por mediación suya, conseguir armas. Por entonces, al citado comandante le dolía la cabeza por la escasez de armas, y la legión autodefensiva en el territorio de Manchuria del Sur, cuya base principal se encontraba en la provincia Liaoning, poseía muchas y mejores que su unidad del Ejército de salvación nacional.

    El señor Liu Benchao, al ser informado de nuestra expedición, se presentó en Xiaoshahe, para proponerme que fuéramos juntos a Manchuria del Sur, porque ellos también habían recibido la orden de ir hacia allá, es decir, el destino era el mismo. Añadió que si íbamos juntos, me facilitaría una entrevista con Tang Juwu, y que si teníamos contactos con éste, podríamos resolver armas.

    Acepté con mucho gusto. En efecto, nos hacía gran falta el armamento. Y si íbamos junto con una unidad del Ejército de salvación nacional, podríamos evitar choques con las tropas chinas antijaponesas, aunque nos encontráramos en el camino, y estaría garantizada nuestra seguridad.

    Tang Juwu fue jefe del regimiento No. 1 de la guarnición provincial de la región oriental de la parte noreste de China hasta después del Incidente del 18 de Septiembre cuando organizó la legión popular autodefensiva de Liaoning, con el objetivo de luchar contra Japón para salvar el país. Mandaba más de 10 mil hombres. Sus tropas, con base de acciones en la zona de Tonghua, sostenían combates difíciles, principalmente en la región de Manchuria del Sur, contra unidades del ejército Kwantung, acantonadas en Shenyang, y solían efectuar operaciones conjuntas con unidades del ejército revolucionario de Corea, bajo la égida de la junta Kukmin.

    En los primeros meses la legión popular autodefensiva de Liaoning tuvo alta moral y alcanzó bastantes éxitos en los combates. Pero, cuando la balanza se inclinó a favor de la parte japonesa y se crearon múltiples dificultades, Tang Juwu comenzó a vacilar.

    Aunque la Liga de las Naciones había enviado a Manchuria un grupo de investigación, presidido por Lytton, para analizar lo sucedido el 18 de Septiembre, el ejército de Japón seguía alcanzando más éxitos, sin muchas restricciones. A principios de enero de 1932, el imperialismo japonés ocupó Jinzhou y, el 28 del mismo mes, provocó un incidente en Shanghai mediante una vandálica conspiración. Con el argumento de que cinco bonzos japoneses habían sido maltratados en Hongkou, Shanghai, destruyeron fábricas y comercios chinos, asesinaron a policías, y seguidamente, movilizando la infantería de marina, lanzaron un ataque de grandes dimensiones, sobre esa ciudad. El propósito radicaba en convertir a Shanghai en cabeza de puente para agredir al territorio principal de China. Los caudillos de los círculos militares de Japón abrigaban la quimera de que, si ocupaban a Shanghai en un combate relámpago, podrían someter de un golpe a toda China.

    Los soldados y demás habitantes de Shanghai emprendieron de inmediato un heroico contraataque, y asestaron un duro golpe a las tropas agresoras. Sin embargo, la resistencia fracasó por la traidora y vendepatria política del gobierno reaccionario del Kuomintang, encabezado por Jiang Jieshi y Wang Jingwei, y el incidente de Shanghai bajó su telón con la concertación del humillante “convenio de Songhu”, de corte contrarrevolucionario.

    El fracaso hizo decaer la moral del Ejército de salvación nacional, de la legión autodefensiva, de las demás fuerzas armadas patrióticas y del resto del pueblo, partidarios de la lucha antijaponesa.

    El incidente y la aceptación del “convenio de Songhu” mostraron que esa política del gobierno del Kuomintang constituía el mayor obstáculo para las fuerzas antijaponesas de salvación nacional. La piara de reaccionarios del Kuomintang no sólo esquivó la ayuda a la resistencia en Shanghai, sino que la impidió y consideró criminal. Jiang Jieshi y Wang Jingwei interrumpieron ex profeso el suministro de materiales bélicos al ejército de ruta No. 19 y confiscaron los fondos de socorro que remitían a esta ciudad desde todo el país, mientras que perpetraban, sin escrúpulos, actos tan vergonzosos como el de dar a la marina la orden secreta de abastecer de alimentos y hortalizas a los nipones.

    Los reaccionarios del Kuomintang, además de ser reacios a la lucha contra Japón, imposibilitaron que el pueblo la llevara adelante. Sus fusiles apuntaban a los antijaponeses en todos los lugares y tiempos. Estas personas, quienesquiera que fuesen, debían caer víctimas del terrorismo o del cadalso del Kuomintang.

    Muy temprano, Jiang Jieshi arguyó que si China iba a parar a manos del imperialismo, ellos podrían sobrevivir, aunque en situación de esclavos sin patria; pero si llegaba al poder el Partido Comunista, no podrían subsistir ni siquiera así. Esto demuestra que él y su caterva de reaccionarios temían y se guardaban más de la revolución popular que de las fuerzas agresoras imperialistas y eran rematados lacayos y esclavos de estos.

    Los actos vendepatria de Jiang Jieshi ejercieron influencia ideológica negativa sobre las altas esferas del Ejército de salvación nacional y de la legión autodefensiva, relacionadas, por tal o cual conducto, con el Kuomintang y que representaban los intereses de los antiguos militaristas, los burócratas y los políticos.

    El poderío del ejército japonés, camino de la expansión, fue también un factor que hizo decaer la moral del Ejército de salvación nacional. La comisión de investigación de la Liga de las Naciones, presidida por Lytton, propuso en su informe que Manchuria quedara, no bajo el monopolio de Japón, sino al amparo de una administración internacional. Pero Japón prosiguió sus acciones bélicas, sin hacerle caso. Sus fuerzas armadas avanzaron, poco a poco, sobre Shanhaiguan y Manchuria del Norte. Ocuparon de modo paulatino este vasto territorio, concentrándose en dirección a Rehe.

    Antes de su avance hacia Manchuria del Norte, el imperialismo japonés había puesto en marcha los órganos de inteligencia del ejército Kwantung para descomponer a las fuerzas armadas de la región noreste de China en el terreno político y tramar, con sus agentes, sobornos y complots, que hicieran que sus brigadas, divididas en grupos, recelasen unas de otras o se enredasen en riñas por la hegemonía.

    Cuando querían atacar a Ma Zhanshan, atrajeron a Su Bingwen, y cuando aquel fue derrotado, aniquilaron de un golpe a éste. De tal manera aplastaron fácilmente y por separado las fuerzas antijaponesas de Manchuria del Norte.

    Ese proceso de descomposición no pudo menos que ejercer influencias sobre Wang Delin, en Manchuria del Este, y Tang Juwu, en la del Sur.

    Este había levantado la bandera de la salvación nacional antijaponesa, dejándose llevar por el ímpetu revolucionario del pueblo, pero no desplegó acciones enérgicas y audaces, sino que procedía con cautela, acomodándose a la situación.

    A la sazón, Ding Chao, Li Du, Xing Zhanqing y otros muchos comandantes de tropas antiniponas eran presa de la quimera de que, únicamente apoyándose en la Liga de las Naciones, podrían resolver todos los problemas, sin necesidad de luchar con energía. Incluso, sostuvieron esta absurda argucia: “Zhang Xueliang no hace frente al ejército japonés para eliminar a los bandidos comunistas. Primero hay que derrotar a estos, para poder expulsar a aquel. El Partido Comunista introdujo a los japoneses”.

    En la primavera del año en que habíamos partido a Manchuria del Sur, Zhou Baozhong fue detenido por una unidad de la legión autodefensiva. Entonces preguntó a sus jefes por qué se llamaban legión autodefensiva, a lo que respondieron de esta manera: El término autodefensiva significa conservar las propias fuerzas, cosa difícil de lograr. Siendo así, ¿cómo podemos combatir a los japoneses? Si estos no nos atacan, no tenemos por qué molestarlos; a esto llamamos autodefensa.

    Tales eran el modo de pensar y el criterio político de la legión autodefensiva. Tang Juwu perdió la convicción y vacilaba. Dejó actuar las unidades a su albedrío, no las controlaba. Se puede afirmar que fue una medida oportuna, que el comandante Yu enviara a Liu Benchao a la zona principal de la legión autodefensiva en ese momento.

    Mi destacamento expedicionario partió de Xiaoshahe el 3 de junio por la tarde y, guiado por el presidente de la asociación de campesinos de Shahe (Xaxiaoshahe), cruzó el río Erdao y llegó a la aldea Liujiafenfang. Habíamos establecido un corto itinerario para el primer día. Decidimos pernoctar y efectuar trabajo político allí.

    Me explicaron que esa aldea comenzó a llamarse así desde que una persona de apellido Liu estableció un molino harinero.

    Después de comer, encendimos una hoguera en el amplio patio del molino.

    Atraídos por la noticia de la llegada de la guerrilla, vinieron, incluso, vecinos de aldeas contiguas. Los responsables de las organizaciones allí habían recogido, de casa en casa, esteras y troncos secos y vigas para que estos pudieran sentarse.

    Los concurrentes se contaban por centenares. Charlamos hasta muy pasada la medianoche, sentados apretadamente alrededor de la hoguera.

    Me hicieron muchas preguntas. En mi vida recibí tantas de una vez, pese a que realicé muchos trabajos organizativos y políticos entre el pueblo. Tuve que hablar tantas horas con los reunidos, que me vi imposibilitado de seguir, por haberme quedado afónico.

    Inicialmente me preguntaron qué tipo de ejército era la guerrilla y qué diferencia existía entre ésta y el Ejército independentista. Conocían que hacía un mes había surgido en Xiaoshahe la Guerrilla Popular Antijaponesa. Esas interrogantes parecían sencillas y corrientes, mas, en el fondo, estaban latentes la esperanza por las fuerzas armadas recién nacidas y dudas acerca de su capacidad. Si el Ejército independentista y la Guerrilla Popular Antijaponesa luchaban por la independencia de Corea, ¿por qué complicar las cosas fundándola aparte? ¿Acaso la nueva guerrilla tenía capacidad para vencer al ejército japonés, con el cual no podía ni el independentista? Si así fuera, ¿cuál era la garantía? En general fueron estos, según recuerdo, los aspectos que quisieron conocer los vecinos de la aldea Liujiafenfang, que habían sido bastante molestados por el Ejército independentista y se habían desilusionado enésimas veces por sus derrotas. Traté de explicar de modo fácil y claro, en la medida de lo posible:

    “La Guerrilla Popular Antijaponesa no es cosa del otro mundo. Es un ejército del pueblo que lucha contra el imperialismo japonés, al pie de la letra; la forman hijos de obreros y campesinos como ustedes, y jóvenes estudiantes e intelectuales. Su misión es dar al traste con la dominación colonialista del imperialismo japonés y alcanzar la independencia y la libertad social de la nación coreana.

    “La Guerrilla Popular Antijaponesa es un ejército de nuevo tipo, diferente a los voluntarios y al independentista. Si la idea rectora de éste es el nacionalismo burgués, la de la Guerrilla Antijaponesa es comunista. Con palabras fáciles, esta es una teoría que exige construir un mundo donde todos vivan con libertad e igualdad, sin diferencias de ricos y pobres, de humildes y privilegiados.

    “En contraste con el ideal del Ejército independentista, de edificar una sociedad cuyos dueños serían los adinerados, el de la Guerrilla Popular Antijaponesa es levantar otra, donde los trabajadores serán protagonistas. Si ese ejército ve en los hombres comunes, como ustedes, a ayudantes y simpatizantes con el movimiento para la restauración, nosotros los consideramos como encargados y protagonistas de la revolución antijaponesa. De igual modo, si aquel trata de alcanzar la liberación del país, depositando mucha esperanza en las fuerzas extrajeras y valiéndose de éstas, nosotros nos proponemos rescatarlo, confiando más en nuestros propios esfuerzos y apoyándonos en estos.

    “Es cierto que el Ejército independentista, heredero de la causa de los voluntarios, atravesó por mucho para sostener combates sangrientos contra los agresores japoneses, durante más de una decena de años en montañas y campiñas de Manchuria y en la región septentrional de la patria. Mas, su capacidad ha venido debilitándose poco a poco, y ahora, su existencia está en peligro. Por esa razón, fundamos un nuevo ejército, que es precisamente la Guerrilla Popular Antijaponesa, con la decisión de llevar al triunfo la sagrada causa de la restauración de la patria, que ellos no pudieron lograr.”

    Un joven aldeano preguntó cuántos miles formaban los efectivos de la Guerrilla Popular Antijaponesa.

    Respondí que, como estaba recién organizada, no tenía miles, sino unos centenares, y que, aunque en ese momento no era numerosa, se multiplicaría en miles y decenas de miles, en un futuro no lejano.

    El mismo joven quiso saber qué procedimientos debía seguir para ingresar en nuestra guerrilla.

    Manifesté que estos no existían, ni fórmulas especiales, que recibiríamos a todos los jóvenes dispuestos a luchar, pero que debían tener buena preparación física, y que podían lograr el ingreso mediante la recomendación de la organización revolucionaria o la presentación directa de una solicitud a nuestra unidad.

    Al escucharlo, inmediatamente me rodearon varios jóvenes y preguntaron si los recibiría allí mismo, pues querían solicitar su ingreso.

    Para nosotros eso significaba una gran suerte.

    —Aceptados. Pero, no tendrán armas por cierto tiempo. Deberán conseguirlas ustedes mismos en el campo de combate. Si aun así quieren alistarse, los aceptaremos aquí mismo.

    Imploraron que los dejáramos ir, aunque no les diéramos armas.

    Así, llegamos a tener varios bisoños. Fue un inesperado regalo de la aldea Liujiafenfang a nuestra joven guerrilla. No podíamos contenernos de alegría ante esos presentes. Teniendo en cuenta la situación de entonces, en que a veces perdíamos dos o tres compañeros en nuestro esfuerzo por conseguir a un camarada revolucionario, no sería difícil imaginar la felicidad de aquel momento por haber admitido en nuestras filas, de una vez, a cerca de una decena de muchachos.

    Para los revolucionarios, quienes hacen noche en el camino, azotados por el viento, y, en ocasiones, deben echarse a la boca puñados de nieve para mitigar el hambre, existe una delicia especial que nunca pueden saborear los burgueses y politicastros, y es la satisfacción espiritual al conocer a nuevos compañeros de armas. Tuvimos un grande y sublime placer cuando personas, que hasta poco antes nos eran desconocidas, solicitaban formar parte de la guerrilla, decididas a sacrificar su vida, y cuando les entregamos uniformes y armas. Otros no podrían experimentarlo jamás. Lo consideramos una alegría y delicia a nuestro estilo.

    Aquella noche los guerrilleros organizaron una velada en homenaje a los recién incorporados. Cantamos también Cha Kwang Su y yo.

    El gran provecho que logramos a costa de tan pocos esfuerzos, fue a causa de que inmediatamente después del Incidente del 18 de Septiembre la opinión pública se enfocaba, en gran medida, a la Guerrilla Antijaponesa.

    Los jóvenes pensaban que los coreanos no podían vivir tranquilamente tampoco en Manchuria, porque la había ocupado Japón, y en vista de ello, debían lanzarse a una batalla de vida o muerte. Era un sentimiento generalizado.

    La charla duró hasta la madrugada. Sólo entonces extendimos pajotes y esteras al lado de la hoguera y dormimos al aire libre, por primera vez, después de creada la Guerrilla.

    Los vecinos armaron un escándalo, diciendo qué cara tendrían si dejaban a los guerrilleros dormir a la intemperie en una aldea de coreanos. Pero no nos alojamos en los hogares campesinos que nos destinaron los responsables de las organizaciones. Cierto que declinamos la invitación de los aldeanos para no perjudicar sus intereses, no obstante, considero que lo hicimos empujados por nuestro estado de ánimo romántico, pues pensábamos que los revolucionarios debían aceptar con más gusto lechos rudos que cálidas camas.

    Cuando regresábamos de la expedición, pernoctamos de nuevo en aquella aldea. Lo hicimos delante de la casa del anciano chino llamado Lu Xiuwen. Allí existía un espacioso lugar que había sido depósito de patatas. Lo cercamos con pajotes que improvisamos con pajas de gramíneas y encendimos en el centro una hoguera. En estas condiciones pasamos la noche.

    Al vernos comer y prepararnos para dormir al aire libre, en lugar de entrar en su casa, el anciano me invitó a que me alojara en su cuarto, si no quería permitirlo a mis subalternos.

    —Si usted, señor Song Ju, fuera un desconocido, sería otra cosa, pero nos conocemos desde el tiempo de Jiuantu, ¿no?, —me dijo con pena, quejándose de que yo no le daba un trato distintivo.

    En efecto, nos conocíamos. Cuando mi familia se había hospedado en un cuarto de la fonda de Ma Chun Uk, lo vi allí dos o tres veces. Su vivo y entusiasta porte de entonces me había impresionado con fuerza.

    Expresó que no podía acostarse tranquilo, mientras comían y dormían a la intemperie los muchachos que regresaban de una expedición antijaponesa de mil ríes. Charló conmigo hasta muy altas horas de la noche.

    Estaba al tanto de la situación, como ocurría en general con los demás vecinos de la aldea Liujiafenfang. Conocía que después del Incidente del 18 de Septiembre, el ejército japonés había fabricado un estado fantoche llamado “Manchú”, cambiando el nombre de la ciudad de Changchun por Xinjing, a la hora de fijarla como su capital, y asentó en el trono a Puyi.

    Otro tema del diálogo con el anciano, al cual todavía guardo en mi memoria, fue sobre An Jung Gun. Confesó que entre los mártires de Corea, era a él, a quien profesaba mayor respeto.

    —El señor An Jung Gun fue un gigante del Oriente. Si no, vea que incluso el generalísimo Yuan Shikai compuso un verso en loor de su justo acto.

    Las palabras del anciano me causaron un hondo efecto.

    Después que mató a Ito Hirobumi, An Jung Gun fue conocido entre los chinos como un ser legendario. Algunos influyentes tenían colocado en la pared su retrato y lo cuidaban como un legado.

    —¿Cómo conoce tan bien de An Jung Gun, aunque no es usted coreano?, —pregunté como de paso, admirado por el profundo afecto que le guardaba.

    —En Manchuria, no hay quien no lo conozca. Incluso hubo personas que propusieron levantarle una estatua de bronce en la estación ferroviaria de Haerbin. Por eso, digo a mis hijos: si quieren ser revolucionarios, sean de la talla de Sun Zhongshan, y si quieren ser una figura, sean como An Jung Gun. Mire, jefe, ahora que ha fundado un ejército, ¿por qué no quita de en medio a caudillos como el comandante en jefe del ejército Kwantung?

    No pude dejar de sonreir, al oir estas cándidas palabras.

    —¿De qué sirve matar a ese bicho? Como surgió un segundo Ito Hirobumi, después de la muerte del primero, si matamos a Honjo, aparecerá otro. Con el terrorismo, no iremos lejos.

    —¿Entonces, de qué manera va a combatir, jefe?

    —Dicen que el ejército Kwantung tiene 100 mil efectivos, quiero, pues, hacer frente a esos 100 mil.

    El anciano Lu Xiuwen, conmovido, estrechó fuertemente mis manos, durante largo rato.

    —¡Qué magnífico hombre es usted, comandante Kim! Es justamente de la talla de An Jung Gun.

    Respondí sonriendo:

    —No merezco ese elogio. No soy tan excelente como An Jung Gun, pero estoy decidido a no vivir como esclavo sin patria.

    Al otro día, cuando la guerrilla partía de la aldea, Lu Xiuwen, muy apenado por la despedida, nos acompañó largo trecho. Cada vez que recuerdo a Liujiafenfang, viene a mi memoria también el emocionante encuentro con ese anciano.

    A la siguiente noche mi unidad vivaqueó cerca de Erdaohaihe y luego prosiguió la marcha, hasta que tuvo un inesperado encuentro con la vanguardia de una tropa agresora del imperialismo japonés, que se trasladaba desde Fusong en dirección a Antu. Siempre que emprendíamos el camino, colocaba al frente de las filas una avanzada compuesta por tres o cuatro hombres. Precisamente, ésta había entablado una escaramuza con la vanguardia enemiga.

    En aquel momento, francamente, quedé perplejo. Era el primer combate después de fundada la Guerrilla, y además, el primer choque con el ejército japonés que se jactaba de no tener contrarios. En el paso Xiaoyingzi habíamos asestado al enemigo el primer golpe en una emboscada, de acuerdo con un minucioso plan trazado de antemano, pero ahora ocurría otra cosa. El adversario no era la mezquina hueste títere de Manchuria, sino una tropa japonesa ágil y pertinaz, que tenía rica experiencia de combate. En comparación con ésta, éramos unos novatos con una sola lección.

    Todavía no conocíamos cómo se debía librar ese tipo de encuentro.

    Tanto desde el punto de vista del objetivo de la expedición como desde el del principio fundamental de la guerra de guerrillas, resultaba aceptable evitar, en la medida de lo posible, ese choque inútil que podía ejercer influencias negativas en nuestras acciones durante una larga marcha. En los antiguos libros de guerra se instruía “phisilkyok-ho”, es decir, esquivar al enemigo fuerte y golpear al débil.

    ¿Qué hacer entonces?

    Toda la unidad me dirigió una mirada tensa, en espera de mi decisión. Me percaté de que la mejor solución era ocupar un lugar favorable para mantener la iniciativa, antes de que llegara el grueso del enemigo, y ordené desplazarse rápidamente hacia la ladera norte de la colina, desde donde disparaba nuestra vanguardia, y envié un grupo al sur del sendero. De esta manera, golpeamos con una descarga cerrada a la avanzada enemiga desde el norte y el sur de la senda.

    No tardó en aparecer la columna principal nipona. Los soldados, cargados de bagajes personales, venían jadeantes por el camino. A primera vista, deduje que era una compañía. Al darse cuenta de que su vanguardia había sido aniquilada, trataron de cercarnos.

    Ordené no disparar, hasta que yo no diera la señal con la pistola. Observé al frente, esperando que los soldados entraran en el radio de acción de nuestras armas, porque teníamos pocas balas.

    Hice un disparo y toda la unidad empezó a descargar simultáneamente.

    Traté de aquilatar la moral de los guerrilleros, prestando oído a los disparos que sonaban en diversos puntos. Cada uno de esos tiros reflejaba el estado de ánimo, tenso y excitado, y, a la vez, la pérdida de control y la precipitación.

    Los enemigos cayeron por racimos, pero, confiando en su superioridad numérica, recobraban con presteza la formación de combate y atacaban con furia a ambos lados de nuestra posición.

    Separé a unos hombres del grueso emplazado al norte y al sur del camino y los coloqué rápidamente en ambos flancos de la posición. Tan pronto como ocuparon sus puestos, aniquilaron con diestra puntería a los que por allí se acercaban.

    No obstante, las fuerzas principales de la tropa enemiga no retrocedían ni un paso, antes bien avanzaban con obstinación, hacia nuestra línea. Defendimos con firmeza la posición, haciendo rodar las piedras cuesta abajo, pero los soldados prosiguieron el ataque a riesgo de sus vidas.

    En un momento en que aflojó un tanto ese avance, di la orden de contraataque a toda la unidad. Sonó la corneta estremeciendo el bosque. Los guerrilleros se lanzaron colina abajo como un relámpago, aniquilando sin cuartel a los soldados en fuga. Toda la compañía enemiga, excepto unos contados fugitivos, fue eliminada. En medio del combate cuerpo a cuerpo, Kim Il Ryong gritaba “cayó otro”, cada vez que derribaba un soldado.

    Algunos guerrilleros cayeron.

    Los sepultamos en esa colina anónima y efectuamos ante sus tumbas un acto funebre. Pronuncié palabras de despedida con voz trémula, ante los expedicionarios que, con las gorras en la mano, no podían contener el llanto. No me acuerdo de ninguna de las palabras que dije entonces. Sólo recuerdo que al levantar la cabeza, terminado mi discurso, vi que se convulsionaban fuertemente los cuerpos de los guerrilleros, y que me estremecí al reparar en que sus filas habían mermado en cierta medida, en comparación con el momento de la partida de Liujiafenfang.

    Transcurridos unos minutos, dispuse continuar la marcha. Todos formaron una columna en el camino, excepto Cha Kwang Su que seguía echado de bruces sobre una tumba. No podía separarse, porque los habíamos sepultado sin ataúd y los dejábamos sin resguardo.

    Subí por la ladera y, sacudiéndole los hombros, grité:

    —¡Kwang Su!, ¿qué te pasa?, ¡levántate!

    Mi grito resultó tan alto y penetrante que el muchacho se puso de rodillas como movido por un resorte.

    Bajé el tono y le susurré al oído:

    —Los guerrilleros nos miran la cara … ¿Dónde dejaste ese ánimo con que querías levantarte ocho veces si te caías siete?

    Cha Kwang Su enjugó sus lágrimas, se puso al frente de la columna y empezó a caminar en silencio.

    Posteriormente, me arrepentí por largo tiempo de aquello. Al recibir la noticia de que Cha Kwang Su había caído en un combate, cuatro meses después de la referida batalla, lo primero que me vino a la cabeza fue este arrepentimiento:

    “…¿Por qué hablé de ese modo a Cha Kwang Su en aquel momento? ¿No tenía otra manera de decirle que se levantara?…”

    Por lo demás, después de esa pérdida de compañeros de armas, yo mismo perdí el apetito y no pude dormir durante varias noches.

    Todos los caídos eran miembros medulares que, desde la etapa de la UDI, siguieron conmigo un mismo camino, compartiendo penas y alegrías.

    Huelga decir que no hay lucha sin víctimas. La revolución es acompañada por la muerte, irremediablemente. Cuando se registran tales o cuales pérdidas en trabajos pacíficos encaminados a transformar la naturaleza, ¿cómo no se sufrirían muertes en la lucha bélica, en que se movilizan todas las armas y medios posibles para alcanzar la victoria? Sin embargo, consideramos demasiado cruel e injusta la que sufrimos en la frontera Antu-Fusong. Pensaba por qué les tocó tan discriminada pérdida a nuestras filas, que recién daban sus primeros pasos, por muy cruel que fuera la muerte que acompañara la revolución.

    Matemáticamente, resultaba una pérdida no muy grande, pues cayeron menos de diez hombres. No es nada la privación de una decena de vidas, en comparación con las batallas modernas, donde mueren miles o decenas de miles de una vez. Pero no calculamos sólo así la pérdida de nuestros compañeros de armas. La matemática no podía servirnos como medio para medir el valor del ser humano.

    Cada combatiente que siguió el camino de lucha junto con nosotros fue un ser tan valioso que no se podía comparar con nada en este mundo. Mi máxima era que no debíamos canjear a un guerrillero por cien enemigos. Nuestros adversarios estaban en condiciones de reclutar en un día miles y decenas de miles de hombres en virtud de la ley de movilización y otras, y enviarlos masivamente al campo de batalla, mas, nosotros no contábamos con tales medios físicos ni poder coercitivo. Aun suponiendo que los tuviéramos, habríamos considerado muy valioso a cada camarada revolucionario. Para conseguir a uno con quien se pudiera compartir un mismo propósito, o a un compañero de armas, con quien afrontar la vida o la muerte, y crear una organización con tales personas, son indispensables esfuerzos incansables.

    Por esta razón, en todo el proceso de la Lucha Revolucionaria Antijaponesa no consideré batalla sonada, la que nos costara una vida, aunque elimináramos cien enemigos.

    Los historiadores estiman victorioso el combate en la frontera Antu-Fusong, porque, convirtiendo hábilmente la escaramuza en un contraataque, aniquiló a una compañía enemiga. No hay dudas que resultó victorioso. Su significado no sólo consistió en que la joven Guerrilla Popular Antijaponesa derrotó a toda una compañía del ejército regular, sino también en el hecho de que por primera vez en la historia de la lucha guerrillera hizo añicos el mito de esas fuerzas armadas japonesas que se jactaban de no tener adversarios en el mundo. Con esa batalla, nos convencimos de que, si bien ese ejército era poderoso, podía tener contrarios, y no era invencible, ni ajeno a la retirada, y que si dirigíamos con habilidad las batallas con métodos apropiados a las peculiaridades de la guerra de guerrillas, podríamos derrotarlo, con reducidas fuerzas.

    Sin embargo, ese combate nos resultó muy costoso, porque cayeron cerca de diez hijos de la primera generación de la UDI.

    “Perdimos cerca de 10 compañeros de armas para derrotar una compañía enemiga, y ¿cuántas bajas debemos sufrir para combatir más de 100 mil efectivos del ejército agresor del imperialismo japonés, acantonados en Corea y Manchuria”, pensé mirando hacia atrás, hacia la colina, al alejarme de ese campo de combate en la frontera Antu-Fusong, envuelto aún en humo, y donde estaban sepultados mis compañeros. Aquel primer combate, nos hizo ver unanimemente que sufriríamos muchas penalidades y pérdida de vidas en el proceso de la guerra de guerrillas.

    La contienda antijaponesa que sostuvimos durante diez y tantos años, a partir de la mencionada batalla, acompañó en efecto padecimientos, dificultades y sacrificios que no se pueden medir, según la consabida concepción humana de la conflagración.

    

    

    

    4. ¿Es imposible la cooperación?

    

    

    En la ruta de la marcha de la Guerrilla Popular Antijaponesa, entre Antu y Tonghua, había muchas montañas escarpadas y valles profundos, como los de la zona norteña fronteriza de nuestro país. De Antu a Fusong, corre la cordillera Changbai, y entre Fusong y Tonghua se alza la cadena montañosa Longgang, formada por los abruptos montes Sanchaziling y Sandaolaoyeling, entre otros.

    Atravesándolas, la unidad continuó su difícil andar, casi por un mes. De día, caminábamos abriéndonos paso por entre los árboles, para evitar el choque con el enemigo en las carreteras y, por la noche, efectuábamos trabajo político y ejercicios de combate en las aldeas de coreanos donde nos alojábamos.

    Pasamos algunos días en Fusong, en labores con las organizaciones revolucionarias. Allí me encontré con Zhang Weihua.

    Apenado por nuestra muy corta estadía, me pidió que aplazara dos o tres días la partida, en consideración a la amistad establecida en el tiempo escolar. Yo tenía deseos de ceder a su solicitud. Fusong era un sitio inolvidable, guardaba incontables recuerdos del pasado.

    No obstante, debía ordenar reanudar la marcha, al cabo de tres o cinco días, como estaba previsto. Por muy hechizantes que fuesen las evocaciones, y muy dolorosa la separación del amigo entrañable, tenía que soportar la tristeza de la despedida de Zhang Weihua, en aras de la esperada entrevista con el comandante Ryang Se Bong.

    Fusong distaba, según se decía, aproximadamente 200 kilómetros de Tonghua. Como para confirmar el proverbio: “tras un monte, hay otro más grande”, ante nosotros aparecían montañas cada vez más escarpadas, haciendo más difícil nuestro avance. Mientras recorríamos más de cien kilómetros, a través de picos empinados y valles profundos, todos estábamos rendidos y aparecieron enfermos. Me sentía muy fatigado.

    Ya cerca de Tonghua, Cha Kwang Su me propuso tomar uno o dos días de descanso en Erdaojiang, antes de entrar en la ciudad.

    —¿Descansar a la misma entrada de Tonghua, después de haber renunciado a permanecer más tiempo en Fusong y de recorrer de un tirón 200 kilómetros? Es un planteamiento impropio de ti, Cha Kwang Su.

    No podía aceptarlo y le contesté con sorna aunque adivinaba vagamente su propósito.

    Cha Kwang Su, sin contestar, se quitó los anteojos y se puso a limpiarlos con el pañuelo. Era un hábito característico que manifestaba cada vez que quería persistir en algo.

    —Todos están cansados a más no poder. Usted, camarada jefe, también ha llegado al último extremo. Dirá que no, pero, mis ojos no me engañan. Hay enfermos que apenas caminan apoyándose en otros. Con este aspecto mísero, ¿cómo podremos aparecer ante el comandante Ryang?

    —El señor Ryang Se Bong no es un hombre tan mezquino que no sepa comprender.

    —Supongamos que el comandante sea así, de amplia visión, pero, ¿qué haremos con los ojos de centenares de sus soldados? Sería lamentable que nos calificaran de soldadesca. Temo que nuestra difícil caminata sea en vano.

    Noté en su tono que nadie podría hacerle retroceder. Además, pensé que su preocupación no era infundada. Resultaba muy posible que los soldados del Ejército independentista en Tonghua nos desdeñaran, por nuestra miserable apariencia. Entonces, podía fracasar nuestro plan de realizar la cooperación. Me parecía que no había nada malo en recuperar las fuerzas, con un par de días de descanso en Erdaogang, como propuso Cha Kwang Su, y entrar en la ciudad de Tonghua, marchando en filas bien formadas y con ánimo.

    Ordené acampar y envié un enlace al comandante Ryang, para comunicarle que la Guerrilla Popular Antijaponesa había llegado de Antu para cooperar con el Ejército independentista y estaba descansando en las cercanías de Tonghua.

    En la aldea Erdaojiang descansamos esperando el regreso del enlace.

    El puesto de mando radicaba en una casa con un molino de agua. El matrimonio anciano que allí vivía, me atendió cordialmente.

    Al ver que yo impartía una clase política ante unos diez guerrilleros para explicar las reglas de conducta, necesarias para la labor con el Ejército independentista, el dueño me reprendió por no atender a su consejo cordial.

    —Los sabios de la antigüedad dijeron que si uno habla mucho pierde fuerza, si se alegra en exceso, llega al malhumor y si se enoja con frecuencia, pierde voluntad. Pensar poco, preocuparse poco, trabajar poco, hablar poco y reir poco, son fundamentos y exigencias de las normas de vida saludable, que se transmiten desde antaño. Pero un jefe, que habla, se preocupa y piensa tan mucho como usted, ¿cómo puede conservar la fuerza y recuperar la salud? Por añadidura, vosotros sois guerreros llamados a independizar a Corea.

    El anciano me explicó detenidamente decenas de métodos para preservar la salud, difíciles de memorizar; subrayó que debía cuidarme bien para la gran obra, que no podía terminar en corto tiempo, por lo cual me vi obligado a suspender la clase, encomendándola a Cha Kwang Su.

    Supimos así que el viejo era un adorador de Ho Jun25 y lo que nos explicó por largo tiempo eran las normas de higiene mencionadas en la enciclopedia de medicina “Tong-ui Pogam”. Estaba versado en esta materia, si bien no se sabía dónde y cómo había adquirido los conocimientos.

    Antes de partir de Erdaojiang, él entregó a Cha Kwang Su varios sobres con semillas de loto y píldoras de kugija, mezcladas con miel, y dijo que, aunque no era mucho, agradecería que las emplearan para fomentar la salud del jefe.

    Yo no podía recibir así como así el tonificante preparado con esmero y lo rehusé con delicadeza:

    —Gracias, abuelo. Le agradezco su bondad, pero no puedo aceptar el medicamento. ¿Acaso, nosotros, los jóvenes, no podremos vivir por falta de vigor y sangre? Usted, que ha sufrido toda la amargura de la vida, sin un momento de bienestar, es quien debe tomarlo, para ver el día de la independencia de Corea.

    El anciano, un poco enojado, se obstinó en entregárnoslo.

    —El tónico no vale mucho para nosotros que ya hemos vivido toda una vida. Vosotros sois la vanguardia llamada a independizar a Corea. Si somos como un tocón podrido, vosotros sois el pino y el bambú verdes.

    Partimos de Erdaojiang tan pronto como el enlace regresó de Tonghua y nos informó que el comandante Ryang, al recibir mi carta, estaba dispuesto a saludar la entrada en Tonghua de la Guerrilla Popular Antijaponesa y había impartido a sus subalternos la tarea de preparar la bienvenida. Los guerrilleros, pelados en Erdaojiang y con pantalones bien planchados, marcharon marcialmente hacia la ciudad, ora a paso firme, ora coreando canciones revolucionarias, según la voz de mando del superior.

    Ya en la carretera, encomendé el mando de la columna a Kim Il Ryong, y volví a discutir con Cha Kwang Su el plan de negociaciones con Ryang Se Bong. Enfoqué todo mi pensamiento y reflexión a la inminente labor con el Ejército independentista. Aunque el anciano de la casa del molino me enfatizó, más de una vez, la necesidad de observar estrictamente las normas para preservar la salud, es decir, proscribir pensar, preocuparse, trabajar, hablar e, incluso, reir en exceso, no podía respetar ese reglamento tan restrictivo. Teníamos que pensar, desvelarnos y discutir mucho y más que nadie, puesto que todo nuestro trabajo era, de principio a fin, un proceso especial hacia lo nuevo, y debíamos andar un camino inexplorado.

    Me interesaba por la actitud que adoptaría Ryang Se Bong en la conversación con la Guerrilla Popular Antijaponesa. En cuanto a su resultado, Cha Kwang Su se mostraba dudoso desde el comienzo, mientras yo tenía siempre una optimista expectativa.

    Al desplegarse ante nosotros el panorama de la ciudad de Tonghua, me vino a la memoria una grata anécdota acerca de Ryang Se Bong. Cuando guardaba cama, mi padre la contó como de paso, a mí y a mi madre, recordando, uno a uno, a sus compañeros de lucha.

    En vísperas del Movimiento del Primero de Marzo, en la aldea natal del comandante Ryang, comenzaron a convertir campos de secano en arrozales, por iniciativa de la asociación de financiación mutua de campesinos pobres, a la que estaba afiliada su familia. Conocedor de que el arrozal rendía mucho más por unidad que el campo de secano, el comandante apoyó activamente la obra. Pero, los viejos de la alta jerarquía de la agrupación se opusieron obstinadamente, con el argumento de que no se tenían suficientes conocimientos del cultivo del arroz. Hasta poco antes de la siembra primaveral, continuó diariamente esa acalorada disputa nunca antes vista entre los veteranos conservadores y los jóvenes emprendedores.

    Estos no pudieron vencer la necia porfía de aquellos. Con la llegada del período de siembra, la asociación indicó sembrar mijo y cebada en aquellos terrenos de secano que los jóvenes habían propuesto convertir en arrozales. Los ancianos suspiraron con alivio, al ver que las faenas se efectuaban de acuerdo con su propósito, sin ser perjudicadas por los jóvenes.

    Mas Ryang Se Bong, que era jefe del grupo juvenil, acechaba la oportunidad para su proyecto. Una noche en que croaban las ranas anunciando la temporada del transplante de los retoños de arroz, salió al campo con su buey, aró varias parcelas de mijar y cebadal que reverdecían, y las anegó, sin que lo vieran.

    Al conocer cómo los sembradíos de mijo y cebada se habían transformado en arrozales, los viejos, atónitos y coléricos, lo amonestraron:

    —Que te parta un rayo. Hiciste fracasar la siembra de la asociación. Tú también serás mendigo si se malogra el cultivo de este año.

    En el otoño, Ryang Se Bong recogió 72 sacos de arroz en las mismas parcelas que daban apenas 27 de mijo o cebada.

    Los veteranos quedaron boquiabiertos, elogiándolo:

    —Verdad que Ryang Se Bong es un hombre extraordinario.

    Desde entonces, en su aldea y otras vecinas muchas casas comenzaron a cultivar arroz. Y aquellos viejos obstinados que dirigían a su capricho la asociación, aceptaron de buena gana lo que proponía Ryang Se Bong.

    ¿Por qué evoqué esa anécdota, mientras me acercaba a Tonghua? Quizá porque mi reflexión estaba encaminada a justificar mi previsión en cuanto a las negociaciones con el comandante.

    Poco antes del Movimiento del Primero de Marzo, él abandonó su tierra natal(Cholsan) y se asentó en el distrito Xingjing, en Manchuria del Sur, donde conoció a mi padre.

    Por esa época, fungía como inspector de la junta Thong-ui. Fundada la Jong-ui, fue nombrado jefe de compañía, cuadro importante y favorito del comandante O Tong Jin. Su compañía estuvo estacionada en Fusong, donde me había encontrado con él.

    Algún tiempo después de nuestra mudanza de Badaogou a Fusong, fue destinado al distrito Xingjing, y Jang Chol Ho llegó a Fusong, como su sucesor. Cuando apareció la junta Kukmin, como resultado de la fusión de las tres existentes, los jefes del Ejército independentista decidieron encargar el mando militar a Ryang Se Bong, poseedor de un temperamento recto y capacidad de ejecución, y que disfrutaba de la confianza de la población. Tenía notable influencia, no sólo en el ejército, sino también en el seno del Partido revolucionario de Corea, integrado por veteranos de las tres juntas.

    El comandante Ryang siempre me profesaba amor cordial, diciendo que él se había hermanado con Kim Hyong Jik. En Jilin, me prestó gran ayuda económica, al igual que O Tong Jin, Son Jong Do, Jang Chol Ho, Ri Ung, Kim Sa Hon y Hyon Muk Kwan.

    Con motivo del incidente en Wangqingmen, recibimos una mala impresión de las altas esferas de la junta Kukmin y durante mucho tiempo, no apareció la oportunidad de encontrarnos con Ryang Se Bong, jefe militar de esta agrupación reaccionaria. No obstante, yo estaba convencido de que no se habían alterado su cariño y confianza hacia mí.

    Estos recuerdos me inspiraron simpatía por Ryang Se Bong, como hombre y patriota. No quise acordarme de otros sucesos, que echarían sombra sobre nuestras acciones para la colaboración. Procuré traer a la memoria sólo acontecimientos que podían proyectar perspectivas optimistas a nuestras negociaciones. Esto era explicable por el instinto de autopreservación, de apartarme de pruebas desfavorables para el éxito de las conversaciones.

    Los 20 distritos de la región oriental de la parte noreste de China, incluyendo Tonghua, se encontraban bajo el mandato civil y militar de Yu Zhishan. En un tiempo, fue general, jefe del 30 cuerpo, nombrado por Zhang Zuolin, pero más tarde, perdió la confianza de Zhang Xueliang por no haber mostrado habilidad para aplastar la rebelión del Cuerpo Sable Grande en junio de 1930. Tenía ubicadas las tropas de defensa provincial, equivalentes a una brigada, en los puntos importantes de la región y se enseñoreaba como su mandatario supremo. Después del Incidente del 18 de Septiembre, organizó el comité de seguridad de allí, presidido por él mismo, y cooperó activamente con el gobierno títere de la provincia Fengtian, teniendo relación con los caudillos del ejército Kwantung.

    Con la garantía de la colaboración de Yu Zhishan, éste encargó la preservación del orden público de esta zona a la guarnición independiente, el ejército manchú y la policía, sin dislocar sus grandes fuerzas. La mayor parte del ejército Kwantung fue enviada al Norte de Manchuria.

    Aprovechando esta oportunidad, la Legión Popular Autodefensiva de Liaoning, al mando de Tang Juwu, asedió la ciudadela del distrito Tonghua, en cooperación con el Ejército revolucionario de Corea, mandado por Ryang Se Bong. El personal de la filial del consulado japonés incluyendo su responsable, Okitsu Yoshiro, y sus familiares, esperaban, dentro del cerco, auxilio.

    Informada de esta situación, la comandancia del ejército Kwantung envió a cien policías para socorrer a sus compatriotas, y esperaba la ayuda de las tropas de Yu Zhishan, puesto que todos sus soldados se habían marchado a Manchuria del Norte. Las tropas de Yu Zhishan, divididas en dos, empujaron a las fuerzas aliadas de Ryang y Tang, desde el norte y la dirección de Fengcheng.

    Itagaki, jefe del estado mayor del ejército Kwantung hizo una alocución radial, en la que dijo: “Compatriotas en Tonghua, mañana por la mañana llegará la tropa de refuerzo procedente de Fengtian, les ruego que resistan con tenacidad hasta entonces”.

    En coincidencia con la llegada a Manchuria de la delegación investigadora de la Liga de las Naciones, después del Incidente del 18 de Septiembre, las tropas antimanchúes y antijaponesas de la región de Fengtian, amenazaron por doquier al ejército agresor de Japón y al títere de Manchuria. Por eso era muy alto el ánimo del Ejército revolucionario de Corea y de la legión autodefensiva que controlaban la ciudadela de Tonghua.

    Fue en la tarde del 29 de junio, cuando la Guerrilla Popular Antijaponesa entró en esta ciudad.

    En varios lugares se veían las consignas: “¡Bienvenida la Guerrilla Popular Antijaponesa!”, “¡Abajo el imperialismo japonés!”, “¡Independicemos a Corea!”. Centenares de soldados del Ejército independentista y ciudadanos, salieron a la calle para darnos un caluroso recibimiento aplaudiendo y agitando las manos. Al parecer, Ryang Se Bong quiso aprovechar la llegada de la guerrilla como un punto de viraje en el desarrollo y la ampliación del movimiento independentista.

    Nuestra expedición se dividió en dos grupos. Los soldados del Ejército de salvación nacional, al mando de Liu Benchao, fueron a casas de chinos, bajo la guía del delegado de la comandancia de la legión autodefensiva; y, los de la Guerrilla Popular Antijaponesa, nos alojamos en viviendas de coreanos.

    Después de llevarnos a la casa que nos designaron, los soldados del Ejército independentista no quisieron volver, sino charlaron con nosotros. Su impresión sobre nuestra unidad fue mejor de lo que creíamos. Dijeron que al recibir la noticia se imaginaron unos burdos con lanzas o escopetas de mecha, pero que los que habían llegado eran mozos aseados como los de un ejército regular.

    Aquella noche, visité al comandante Ryang Se Bong en su casa. Me acogió con alegría. Le saludé preguntando por la salud de él y la esposa y transmití saludos de mi madre.

    —Aun después de la mudanza a Antu, mi madre le recordaba a menudo a usted. Decía que cuando murió mi padre, el señor comandante Ryang, junto con otros amigos, preparó los funerales y me recomendó para la matricula en la escuela Hwasong y que yo no debía olvidar esa benevolencia.

    El movió la mano en señal de desaprobación.

    —¡No hay de qué! Tu padre y yo nos hermanamos. Además, nunca podré recompensar los consejos que me dio. Y tu madre, ¿cómo se encuentra de salud? Por rumores conozco que sufre mucho por una enfermedad del estómago después de la mudanza a Antu.

    —Sí, parece que está grave. En los últimos meses, guarda cama muy a menudo.

    Nuestra conversación comenzó así con el intercambio de palabras de saludo.

    Me referí a la impresión que recibí al entrar en la ciudad de Tonghua.

    —Mientras centenares de sus subalternos nos daban la bienvenida, aplaudiendo a lo largo del trayecto, nosotros derramamos lágrimas de emoción. Sus rostros resplandecientes nos alegraron.

    —Nuestros soldados no saben combatir como es debido, pero, sí, son hospitalarios.

    —Son palabras modestas. Antes de partir de Antu, supimos que su unidad rodeó y conquistó con facilidad la ciudadela de Tonghua, en cooperación con la Legión popular autodefensiva de Liaoning.

    —No merece elogio. Si no hubiésemos conquistado una ciudadela con decenas de miles de hombres del cuerpo autodefensivo, no tendríamos derecho a comer.

    Eso me dijo y, sin embargo, me contó en detalle toda aquella batalla.

    Aquel día, el diálogo no avanzó más, y pasé la noche en su casa. No le había explicado el motivo de mi visita, ni él me lo había preguntado. Aunque me inquietaba un poco no haber sido interrogado acerca del objetivo de nuestra expedición, el generoso y cordial acogimiento me afianzó la convicción de que las conversaciones serían fructíferas.

    A la mañana siguiente, después de desayunar, entramos en la conversación principal.

    Fue el comandante Ryang quien comenzó:

    —Como sabes, jefe, ahora la tierra manchú se ha convertido en una colmena. Incontables avispas se han sublevado para inyectar su veneno a Japón, el intruso. Tang Juwu, Li Chunrun, Xu Yuanyuan, Sun Xiuyan, Wang Fengge, Deng Tiemei, Wang Tongxuan … son avispas de la región oriental de la parte noreste de China, y son muchas también en el Este y el Norte de Manchuria. Pienso que en estas circunstancias, si luchamos con las fuerzas unidas, podríamos triunfar. ¿Qué te parece, jefe?

    Su propuesta coincidía con la misión de nuestra expedición. Fue muy grato y feliz que hubiese reflexionado en la cooperación y la propusiera con iniciativa.

    Me admiró la amplia visión con que analizaba el movimiento de independencia en su conjunto, y con mucho gusto acepté su planteamiento.

    —Estoy de acuerdo con luchar con las fuerzas unidas. Hemos venido a verle a usted, para consultar este asunto. Creo que si se unen las tropas coreanas, y lo hacen las chinas, y si los patriotas y pueblos de Corea y China luchan unidos como un haz, podrán vencer al imperialismo japonés.

    Ryang Se Bong me escuchó esbozando una sonrisa.

    —Si tú, jefe, estás de acuerdo, vamos a deliberarlo detenidamente.

    —Comandante, la situación nos exige la unidad, pero desgraciadamente, en el seno de nuestra nación existe la discordia. No se han cohesionado ni las filas comunistas, ni las de nacionalistas, y mucho menos estas dos. En esta situación, ¿cómo podremos combatir contra Japón, un enemigo tan poderoso?

    —Esto se debe enteramente a la política incorrecta del ala izquierdista. Dicen que tú, jefe, también perteneces a la izquierda, y lo sabrás bien. Ellos perdieron la confianza del pueblo a causa de luchas violentas. Con la contienda de arrendatarios transformaron a los campesinos en insurgentes y eliminaron a los terratenientes, bajo el pretexto de no sé qué mayo rojo … Los chinos, pues, se muestran indiferentes con los coreanos, como la vaca con la gallina. Todo por causa de los partidarios del movimiento comunista.

    Eso lo podían expresar sólo quienes sentían repugnancia por los actos violentos de los comunistas. No pensé que lo decía por hostilidad a los obreros y campesinos o por simpatía hacia los terratenientes y capitalistas. Antes de iniciar el movimiento de independencia, él mismo vivió en extrema pobreza como agricultor. Cada año, desde fines de diciembre, debía sufrir el acosamiento del terrateniente por las deudas. Como arrendatario, su situación casi no difería de la del esclavo. Era descendiente de un campesino pobre, que sobrevivía a duras penas mitigando el hambre con gachas de panizo mezcladas con menestras de nabo.

    Así, no juzgué que su censura acerca de la lucha violenta organizada por los comunistas, fuese para objetar ese ideal en sí, ni para defender la idea capitalista que se le oponía. Lo que satirizó y criticó fue el tipo de movimiento y el método de lucha de algunos comunistas. No obstante, la posición y la actitud hacia la metodología no dejaba de influir en la concepción y el punto de vista sobre el ideal. Desgraciadamente, el error izquierdista cometido por los noveles comunistas en su dirección sobre el movimiento de masas, desterró dolorosamente el afecto por el comunismo de la mente de muchas personas que sentían simpatía por la nueva corriente ideológica. En el curso de la conversación que sostuve con el comandante Ryang Se Bong, experimenté una vez más, las graves consecuencias de los errores de los comunistas de la anterior generación en Manchuria.

    Aun reconociendo esas intolerables fallas, me vi en la necesidad de rectificar su prejuicio de describir la lucha masiva en su conjunto como acto perjudicial que redunda en socavar la unidad nacional:

    —Como indicó usted, comandante, es verdad que los dirigentes del Partido Comunista de Corea se desviaron en exceso en la lucha clasista. Por sus insensatos actos izquierdistas, nosotros también sufrimos grandes daños. A fin de cuentas, ellos dieron lugar a que tomaran a los coreanos por esbirros de los japoneses. Con todo, comandante, a mi parecer, es un fenómeno inevitable el que los campesinos se subleven contra los terratenientes. Como sabe usted, por haberse dedicado a la agricultura por largo tiempo, ¿qué utilidades corresponden en el otoño a los terratenientes y cuántas a los campesinos? Despojados de todo cuanto cosechan, trabajando a brazo partido, estos no tienen nada, ni siquiera para mitigar el hambre, y se lanzan a la lucha por la existencia. Entonces, ¿se podrán calificar de malos, sin ton ni son?

    El comandante Ryang permaneció mudo, no sé si porque le disgustaba mi argumentación de la inevitabilidad de la lucha de masas o la juzgaba justa.

    Aquel día, en la unidad del Ejército independentista se efectuó un mitin para dar la bienvenida a la Guerrilla Popular Antijaponesa. Entre sus soldados, muchos jóvenes recibieron influencia comunista por parte de los miembros de la Unión para Derrotar al Imperialismo y otros trabajadores clandestinos, que habíamos enviado desde Liuhe y Xingjing. El acto, auspiciado, principalmente, por ellos, fue muy solemne y fervoroso. Participaron también muchos coreanos residentes en la ciudad de Tonghua.

    En la concentración, en que anfitriones y huéspedes hicieron uso de la palabra alternativamente y cantaron también por turno, se pusieron de manifiesto las diferencias características entre la Guerrilla Popular Antijaponesa y el Ejército independentista. Los soldados de éste tuvieron profunda impresión de la sinceridad, la modestia y el optimismo de los guerrilleros, y de su vida disciplinada y entusiasta. Sobre todo, envidiaron mucho nuestras canciones revolucionarias y los fusiles modelo 38.

    Algunos, perplejos, murmuraron entre sí: “De dónde salieron de repente esos guerreros tan fogosos”, mientras otros dijeron: “Deseamos que se realice la cooperación con ustedes. ¿No saben cómo marchan las conversaciones con el comandante Ryang?”

    Ese día, éste visitó a la Guerrilla Popular Antijaponesa, y manifestó que quería ver a los combatientes mandados por Song Ju. Los nuestros lo acogieron con fervor, aplaudiendo y saludando militarmente con la mano, para que tuviera buena impresión. Pero, el ambiente amistoso se transformó de improviso en hostil, en virtud del discurso anticomunista del comandante Ryang.

    “Para lograr la independencia de Corea deben prescindir de actos útiles al enemigo. Pero, ahora el Partido Comunista los perpetra. En las fábricas, hacen pelear a los obreros con los capitalistas; en el campo, a los campesinos con los terratenientes y en el hogar, a la mujer con su marido, pronunciándose por el feminismo. Siembran la discordia entre los compatriotas y levantan una barrera de desconfianza entre naciones diferentes, vociferando sobre la expropiación y el derrocamiento.”

    Su intervención causó indignación a nuestros camaradas. Cha Kwang Su, palideciendo, lo miró con resentimiento.

    Me disgustaba también su alocución anticomunista. No podía comprender el motivo.

    —Comandante, nosotros no somos gente que se dedica a actos útiles al enemigo. Luchamos por la liberación de la nación coreana y por los intereses de las masas trabajadoras. En la batalla por la independencia de Corea, los obreros, los campesinos y demás masas trabajadoras deben constituir las fuerzas principales; no se puede triunfar, apoyándose sólo en algunos héroes y mártires, como se hizo en el pasado.

    Al escucharme, nuestros camaradas criticaron a una la junta Kukmin: ¿No es un acto provechoso al enemigo, el que ésta asesinara en Wangqingmen a seis patriotas jóvenes, inocentes? Y a pesar de ese gran crimen ante la nación, el colectivo de la Kukmin se atreve a reprendernos por imaginarios actos útiles al enemigo.

    Las voces de protesta se alzaron acá y allá.

    El comandante Ryang, muy enojado, nos injurió. Sus ofensas que rebasaban los límites de la ética me dejaron atónito. Me pareció extraño que, de pronto, nos reprendiera perdiendo el control de sí mismo. ¿Sería que nuestras palabras habrían herido su dignidad, o que alguien, disgustado por la cooperación, le había dicho algo para difamarnos? Sin dudas, su enojo debía tener una causa.

    Me empeñé en persuadirle con paciencia.

    —Señor, no hay por qué enojarse tanto. Con el paso del tiempo podrá comprender quiénes somos. Para profundizar la comprensión mutua, considero necesario el frecuente contacto entre su tropa y nuestra guerrilla.

    No respondió.

    Regresé a la casa con cierta expectativa y con la confianza de que podría convencerlo con incansable persuasión, a pesar de que su posición anticomunista parecía ser inconmovible. Si se puede decir que desconfiar de otros es una manifestación de una especie de chovinismo, confiar debe ser considerado como la cúspide del humanitarismo. Yo consideraba que para los patriotas de un país ocupado por extranjeros, el supremo humanitarismo implicaba lograr la unidad nacional y liberar con las fuerzas unidas a sus padres, hermanos y compatriotas.

    Fue con este fin que, al mando de la guerrilla nacida hacía un mes, recorrí 400 kilómetros para visitar a Ryang Se Bong.

    Aquel día, tras la ruptura del diálogo, un miembro de nuestra organización en la ciudad de Tonghua, nos informó que el Ejército independentista tramaba una conspiración para desarmar a la Guerrilla Popular Antijaponesa.

    Aunque era increíble esa información, nos retiramos como relámpago de Tonghua, previendo el peor de los casos. Así quedamos separados del señor Liu Benchao.

    La Guerrilla Popular Antijaponesa se vio obligada a abandonar Tonghua, para evitar el choque con el Ejército independentista, sin cumplir la tarea apremiante de la colaboración antijaponesa. En su seno se percibía un sombrío humor. Cha Kwang Su caminaba con pasos pesados y sin decir nada, en la retaguardia de la columna, observando nuestro itinerario dibujado en su libreta.

    —Camarada Kwang Su, ¿por qué está de mal humor, como si estuviera enojado? —dije riendo adrede, al percatarme de su estado de ánimo.

    El interrogado, como si estuviera esperando esta oportunidad, se metió la libreta en un bolsillo, refunfuñando:

    —Entonces, en estas circunstancias, ¿debemos reir? Sinceramente, me muero de rabia. La penosa caminata de 400 kilómetros resultó infructuosa. ¿No es así?

    —¿Por qué el camarada jefe de estado mayor considera fracasadas las negociaciones con el Ejército independentista?

    —¿Cree que fueron exitosas? No. A fin de cuentas, el comandante Ryang ha preparado una conspiración para desarmarnos, en lugar de colaborar con nosotros.

    —Parece que el camarada jefe de estado mayor ha visto solo la expresión del rostro de la capa superior, sin observar el de la inferior. ¿No ha observado la admiración y envidia que los soldados del Ejército independentista expresaron al ver nuestra guerrilla? Prefiero dar mayor importancia a este hecho, que al rumor sobre esa jugareta. Lo importante no es el gesto del sector superior, sino la actitud de la capa inferior. Veo en su actitud la posibilidad de cooperación.

    Dije eso no por tener firme convicción; sólo expresé mi presentimiento y deseo.

    En mi fuero interno me acongojaba, me atormentaba este pensamiento: ¿por qué es tan difícil la colaboración de la Guerrilla Popular Antijaponesa con el Ejército independentista, cuyos integrantes son coterráneos, cuando se realiza entre tropas de diferentes nacionalidades, como entre Ryang Se Bong y Tang Juwu, y nosotros y el comandante Yu? ¿Será imposible la cooperación con el comandante Ryang?

    Si el Ejército independentista tenía o no, en efecto, la intención de desarmarnos, permaneció incógnito largo tiempo. Yo deseaba que la información fuese infundada, pese a que debía ser cierta por haberse ofrecido por miembros de nuestra organización. Y, aunque fuera cierta, no estaba dispuesto a reprender al comandante Ryang. Es una ley que el pensamiento tiene su límite y para rebasarlo se necesitan muchas horas y experiencias. Por eso, al partir de Tonghua, no me apresuré en dar la conclusión de que los vínculos con el Ejército independentista eran imposibles.

    Por el contrario, abrigué la esperanza de que vendría el día en el cual el comandante Ryang comprendiera nuestra sinceridad y entrara por la puerta de la colaboración. El patriotismo es como el río o arroyuelo que corre hacia el mar de la alianza con el comunismo.

    Varios años después, el comandante Choe Yun Gu, del Ejército independentista, se pasó, junto con su unidad, al Ejército Revolucionario Popular de Corea, y recordó conmigo el verano de 1932. Según sus palabras, hubo tal conspiración y su autor no fue el comandante Ryang, sino su subalterno, el jefe de estado mayor. Cuando Ryang Se Bong procuraba cooperar con la Guerrilla Popular Antijaponesa, éste nos denigró entre bastidores, mediante propaganda anticomunista, y preparó con sus subalternos fieles la artimaña para quitarle las armas a nuestra unidad.

    Choe Yun Gu disipó por completo nuestra duda sobre el comandante Ryang Se Bong. Aseguró que éste se sentía muy apenado por la ruptura de los vínculos con nosotros y que no estaba comprometido en dicha conspiración, lo cual me tranquilizó. Me alegraba sobremanera constatar, una vez más, que fue un hombre limpio y honesto en cuanto al espíritu patriótico y al sentido y obligación moral, aunque ya se había alejado de este mundo. No habrá cosa más agradable y satisfactoria que reafirmar la honestidad de un hombre, a quien se estimara así varios decenios atrás, y conservar, pues, una pulcra e inmaculada imagen de él.

    Su error consistió en no haber podido advertir el rejuego del enemigo. Aun siendo un hombre recto y de carácter firme, ignoraba que el jefe de estado mayor intrigaba bajo su nariz, para impedir la colaboración con nosotros. Y no penetró sus negras entrañas, cuando difamaba con perversidad a los comunistas. Murió con ese resentimiento, engañado por las patrañas del enemigo.

    En vísperas de la muerte, el comandante Ryang Se Bong cambió de la posición anticomunista hacia la procomunista. Por entonces, el interior del Ejército independentista era muy complejo. Se recrudecían los perniciosos actos de espías y agentes sobornados y surgían desviados y desertores. Por otra parte, se alzaban voces exigiendo la cooperación con los comunistas.

    Ryang Se Bong ya no podía desestimar a los comunistas. Reconoció el advenimiento de un nuevo período en el que los comunistas, como fuerza principal de las revoluciones coreana y china, ejercerían influencia predominante, y analizó con seriedad su posición, decidiendo al fin la alianza con los comunistas.

    El comandante Ryang, quien no podía determinar la colaboración con nosotros, por falta de comprensión del comunismo y presa de un sentimiento hostil, ajeno a su voluntad, giró hacia la alianza con los comunistas, marcando un punto trascendental en su vida y en la historia de la lucha del Ejército independentista. Su opción por la alianza con los comunistas se hizo real con la acción conjunta que efectuó con Yang Jingyu. El también tenía el propósito de cooperar con nosotros.

    Los imperialistas japoneses temían, más que todo, a que la unidad de Ryang Se Bong se diera las manos con nosotros. La colaboración del Ejército Revolucionario Popular de Corea con el Ejército independentista significaba la realización de la unidad política y militar del comunismo y el nacionalismo en el movimiento de liberación nacional en nuestro país, lo cual era una gran amenaza para el enemigo.

    Las instituciones de gendarmes y policías y los organismos de espionaje de Japón, llevaron adelante, de modo planificado, la conspiración para asesinar a Ryang Se Bong y socavar, desde adentro, al Ejército independentista. En ese complot se involucraron la gendarmería de Fengtian y el organismo de Hukushima del gobierno general de Corea. La “guerrilla de la región oriental, del organismo de servicio especial del ejército Kwantung”, también andaba tras él y lo vigiló.

    Se dice que más de cien mil yenes de los fondos de servicio secreto, fueron invertidos en la operación para asesinar a Ryang Se Bong. Pak Chang Hae y otros agentes de Xingjing, también fueron movilizados en esa treta.

    A fin de distraerlo, los enemigos le enviaron a un traidor apellidado Wang, quien tenía relación con él desde antes y ayudaba al Ejército independentista. Un día, Wang lo visitó y le dijo que el ejército antijaponés de China quería verle para prestarle ayuda a su unidad. Engañado por esas palabras, dejó de ser prudente y salió tras Wang, para ir a Dalazi, donde dijo le esperaba ese ejército.

    A mitad de camino, el traidor sacó la pistola y le amenazó:

    —No soy el Wang Mingfan de ayer. Si quieres vivir, entrégate al ejército japonés.

    El comandante Ryang sacó su arma, y gritó en tono imperativo, pero los enemigos, emboscados en un sorgal, abrieron primero fuego al unísono.

    Como describió Choe Il Chon en una ocasión, “palabras de Pak Je Sang, de que admitiría el castigo de Kyerim (Corea), pero no un cargo jerárquico ni favores del rey japonés”, se hicieron totalmente reales en el alma del comandante Ryang. Su indoblegable espíritu de resistencia atemorizó a los enemigos.

    A veces pienso: “Si él hubiera optado, un poco antes, por el camino de la alianza con los comunistas, su destino habría sido distinto.” Tal vez sea esto reflejo de la vana esperanza abrigada para atenuar la aflicción por su desaparición.

    “Yo no puedo continuar la lucha antijaponesa, pero vosotros debéis quedar con vida e ir en busca del comandante Kim Il Sung. No hay otro camino para salvarse.”

    Fue la voluntad expresada por el comandante Ryang a sus subalternos antes de cerrar los ojos. No fue un simple deseo, sino, más bien, una declaración a favor de los comunistas, posición que le costó la vida a un patriota que derrumbó el muro anticomunista.

    Para cumplirla, cuatro años después, más de 300 soldados del Ejército independentista, que nos habían dado la bienvenida cuando entramos en la calle de Tonghua, fueron al monte Paektu, al mando del comandante Choe Yun Gu, para unirse al Ejército Revolucionario Popular de Corea. Entonces los recibí en Huadian.

    Los coreanos del distrito Huanren enterraron al comandante Ryang en un monte cerca de la aldea, sin hacerle túmulo, para que los enemigos no pudieran descubrir el lugar.

    Pero los japoneses encontraron el lugar, lo exhumaron; cortaron la cabeza del muerto y la colgaron en una calle de Tonghua.

    Los familiares del comandante Ryang sufrieron vejámenes intolerables. Por no poder aguantar el acoso de los soldados y policías de Japón y Manchuria, cambiaron su apellido Ryang por Kim, se retiraron a un remoto paraje montañoso del distrito Huanren, a más de 400 kilómetros del ferrocarril y vivieron en la soledad, como los topos en el subsuelo.

    Después de la liberación, mandé a nuestros hombres al Sur de Manchuria para traerlos. Y regresaron a la patria Yun Jae Sun, esposa del comandante Ryang, sus hijos y el yerno.

    —Señora, después de la muerte del comandante, habrá sufrido usted muchas penalidades bajo la constante persecución de militares y policías de Japón.

    Yun Jae Sun, sin responder a mis primeras palabras, lloró, estremeciéndose un buen rato.

    —Respetado General, al ver su rostro parece que se me disipa toda la tristeza acumulada. Esquivar el acoso no pudo ser una dificultad considerable. Usted si habrá pasado múltiples dificultades para expulsar a los enemigos japoneses.

    —Me siento culpable por no haberle escrito nunca. Estuve muy atareado en el período de la lucha.

    —Estimado General, los culpables somos nosotros. En aquel paraje montañoso, escuchábamos noticias acerca del General. Cada vez que nos llegaban noticias, reprobé, para mis adentros, a mi esposo que murió en tierra extraña, por no haberlo seguido.

    —No obstante, el comandante Ryang luchó indoblegablemente hasta que se le agotó la fuerza.

    Posteriormente, matriculamos a su hijo, Ryang Ui Jun, en la Escuela Revolucionaria de Mangyongdae.

    Durante la Conferencia Conjunta del Norte y el Sur en abril de 1948, el señor Kim Ku visitó este centro docente, donde se encontró con el hijo del comandante Ryang, lo cual le causó gran asombro.

    —Nunca me imaginé que las autoridades del Norte de Corea die-ran instrucción hasta al hijo de un comandante del Ejército independentista en esta escuela establecida para la formación de los descendientes de combatientes de la guerrilla.

    —Aquí estudian no sólo los hijos e hijas de los guerrilleros, sino también los de los patriotas caídos mientras actuaban en el interior del país incorporados en asociaciones de obreros y campesinos. No discriminamos a los que murieron en la lucha por la patria, independientemente de la organización a que pertenecieran.

    Kim Ku, conmovido, exclamó:

    —Este colegio es símbolo de la unidad nacional.

    Graduado de la escuela, Ryang Ui Jun sirvió de cuadro político en una unidad de las fuerzas aéreas, y después del armisticio, murió en un accidente de aviación.

    La fatal noticia me causó mucho desasosiego porque pensaba que se había cortado el linaje del comandante Ryang.

    Mas, afortunadamente, Ryang Ui Jun tenía un hijo, llamado Ryang Chol Su. Pero, estaba inválido, víctima de la parálisis infantil.

    El Partido procuró que pudiera terminar, como otros niños sanos, todos los cursos escolares de la primaria, secundaria y universitarios, durante 14 años. En los cuatro años de estudio en la Universidad Kim Il Sung, todos los días, sus colegas lo llevaban en triciclo hasta su clase en el piso 17. El respeto de nuestros descendientes de la segunda y la tercera generación, por los mártires patrióticos se expresó en el cálido afecto al nieto inválido de un mártir.

    Hoy, Ryang Chol Su, como escritor en servicio activo de la República, crea obras desde la cama.

    Tiene dos varones y una niña. A la luz del linaje, son bisnietos y bisnieta del comandante Ryang. En chusok, fiesta del otoño, visitan, junto con sus padres, el cenotafio del bisabuelo en el Cementerio de los Mártires Patrióticos. Ellos no conocen aun la aflicción y el infortunio que sufrió él en vida.

    Hago votos porque esos inocentes no se atormenten por la pesada carga psicológica en el dilema del anticomunismo y el procomunismo.

    

    

    

    5. Con el ideal de la unidad

    

    

    Apresurábamos el paso rumbo a Liuhe, que, junto con Xingjing, Tonghua, Huadian y Panshi, era ampliamente conocido como importante punto político y estratégico del movimiento independentista de Corea en la región de Manchuria del Sur. Allí existían, además de independentistas de la vieja generación, muchos jóvenes combatientes que aspiraban al comunismo. También funcionaba en Hanihe, del distrito Liuhe, el centro de cursillos Xinxing, que en los anales del movimiento independentista de nuestro país se conoce bien como la primera escuela militar.

    Escogimos a Liuhe como un hito de nuestra caminata, con el fin de desplegar allí, de lleno, actividades políticas para ampliar el terreno de masas de la Guerrilla Popular Antijaponesa. Además, perseguíamos el objetivo de imbuir la conciencia revolucionaria a los ciudadanos de zonas como Sanyuanpu, Gushanzi, Hailong y Mengjiang, por donde pasaríamos en el camino de regreso a Antu, y, al mismo tiempo, fortalecer la labor de engrosar las filas de la Guerrilla. En esto radicaba una de las tareas estratégicas que nos propusimos al definir el Sur de Manchuria como destino de nuestra expedición.

    La unidad se detuvo primero en Sanyuanpu, Gushanzi, Liuhe y Hailong, donde trabajó con las organizaciones revolucionarias.

    Después del Incidente del 18 de Septiembre, en esas zonas fueron dañadas seriamente o deshechas por el terrorismo blanco del enemigo, casi todas las organizaciones que los comunistas de la joven generación habían establecido a costa de su sudor y sangre, durante varios años. Incluso, había algunas que ya no podrían reorganizarse, pues todos sus militantes habían sido detenidos o asesinados.

    Hailong fue el lugar que sufrió el mayor embate ya que allí estaba ubicado el consulado japonés y el enemigo se obstinaba más en extender sus tentáculos. Sin embargo, por doquier existían personas que buscaban con ansias la línea organizativa.

    En todos los sitios donde estuve me encontré con militantes de las organizaciones partidistas de base, nacidas de su matriz, o sea, la primera organización del Partido; con miembros medulares de las Juventudes Comunista y Antimperialista y con responsables de la Unión de campesinos, la Asociación de mujeres antijaponesas y del Cuerpo de niños exploradores, para conocer el estado de sus actividades y discutir las tareas revolucionarias y de lucha inmediatas. Esto me permitió descubrir algunos problemas inadmisibles en el modo de pensar y actuar de esos militantes.

    El primer asunto fue que después del Incidente del 18 de Septiembre empezó a propagarse una tendencia derrotista.

    Se expresó, ante todo, en la creencia de que se había acabado todo, al ver que Japón ocupó hasta a Manchuria. Muchas personas dijeron: Japón venció a Rusia que tiene el mayor territorio del mundo y también derrotó al imperio Tsing; ahora se le hace la boca agua para tragarse el territorio principal de China, tras haberlo hecho con Manchuria; no se sabe cuán poderosos son los ejércitos de Estados Unidos y de Inglaterra, pero les sería difícil resistir al japonés; y esperar la independencia de Corea, cuando existe la posibilidad de que Japón conquiste a todo el mundo, es igual a sentarse a ver pasar el tiempo. Esta ilusión con el ejército nipón, surgida en ocasión de las guerras Tsing-Japón y Rusia-Japón se fomentaba y difundía todavía más en esa época.

    Incluso había quienes pensaban que hablar sobre la posibilidad de vencer con la fuerza de la nación coreana al imperialismo japonés, no pasaba de ser palabrería huera. Si tal criterio se fomentaba, podía dar lugar al capitulacionismo: ¿por qué hacer una revolución que no triunfaría?

    De no acabar con ese derrotismo, no era posible aglutinar al pueblo, ni movilizar en la lucha a grandes fuerzas patrióticas.

    En la unidad seleccionamos a guerrilleros y jefes bien preparados en el plano político y práctico y los enviamos a las masas para que dieran conferencias y charlas explicativas sobre el tema del Incidente del 18 de Septiembre y las perspectivas de la revolución coreana.

    La noticia de la Lucha Armada Antijaponesa atrajo la mayor atención de los oyentes. Estos sentían especial curiosidad por conocer la dimensión y los principios estratégico-tácticos de la Guerrilla Antijaponesa. Dije lo mismo que en el discurso ante los habitantes de Liujiafenfang, y retumbaron las efusivas aclamaciones.

    El tema de más interés en nuestras conferencias y conversaciones, fue el combate en la frontera Antu-Fusong. El aniquilamiento de una compañía enemiga resultaba un éxito tan insignificante, que ni siquiera se podía comparar con la victoria de Japón que se había tragado de un bocado el vasto territorio de Manchuria, y además, establecido allí el “Estado manchú”. Sin embargo, las masas escucharon con mucha atención el relato sobre esa acción. Les admiró tanto la novedad de que la joven Guerrilla Popular Antijaponesa, que daba sus primeros pasos cuando Japón se presentaba como gobernador de Manchuria, aniquilara a una compañía de su ejército en pleno día y sobre una carretera.

    Los oyentes querían conocer pormenores de cada faceta del combate y hasta detallados gestos cobardes de soldados enemigos cuando huían, renunciando a resistir y lanzaban ráfagas de preguntas para confirmarlos. Nos veíamos obligados a explicárselos dos o tres veces.

    Mientras sintetizaba el impacto sobre las masas del resultado de esta batalla, pude reafirmar que para convencerles de la posibilidad de lograr la independencia del país, con la propia fuerza de la nación, se necesitaban más acciones concretas que palabras, y que era importante mostrarles el poderío de la Guerrilla mediante operaciones reales.

    Otro asunto fue que, con motivo de la fundación de la Guerrilla, empezó a mostrarse entre muchos jóvenes una inclinación a absolutizar la lucha armada y a menospreciar las actividades revolucionarias clandestinas. Ellos despreciaban la vida orgánica, considerando que no valía de nada reunirse día y noche y ocuparse de meras palabrerías o de esparcir volantes, cuando el enemigo lo destruía todo, sin piedad, con tanques, cañones y aviones, y que era más provechoso matar, aunque fuera un japonés más, levantándose, arma en mano, porque con actividades clandestinas no se conseguiría nada.

    Ellos ignoraban que la lucha armada la llevaban a cabo jóvenes de avanzada formados mediante la vida orgánica, y que, sin contar con el inmenso embalse que significaba la organización, era imposible estructurar las filas armadas, y mucho menos ampliarlas. Puede decirse que también eso era producto del infantilismo de izquierda, nacido del Incidente del 18 de Septiembre.

    No resultaba tan difícil dar a conocer a las masas la razón de que la base de la Guerrilla Antijaponesa radicaba en la organización; que fuera de ésta resultaba imposible hablar ni emprender la lucha revolucionaria, y que si dejaba de actuar, acabaría la vida del enorme cuerpo orgánico de la revolución. Les explicamos de manera comprensible que los comunistas coreanos habían podido fundar la Guerrilla Popular Antijaponesa en todas partes de Manchuria y comenzar una guerra de resistencia, porque hasta entonces las masas revolucionarias actuaron bien de manera organizada.

    Tratar de enfrentar con sus mismos métodos a la junta Kukmin, constituía otro problema. Los reaccionarios de la Kukmin intensificaban en Manchuria del Sur el terrorismo contra los comunistas y los nacionalistas del grupo radicalista inclinado a cambiar el rumbo.

    Los militantes de las Juventudes Comunista y Antimperialista en la zona de Liuhe insistían en oponerse de manera violenta al bando de derecha de la Kukmin, tan habituado al terrorismo como a comer. No querían acceder de inmediato ante nuestros argumentos de la inconveniencia de responder en esta forma a la violencia de la Kukmin. Dijeron que si la pasaban por alto, sin hacerle frente de la misma manera, se fomentaría.

    Para hacerles entender el por qué era ilógico oponérseles con el terrorismo y que proceder así devenía una locura que perjudicaría mucho a la revolución, tuve que emplear largo rato en explicar:

    —La masacre de patriotas por la junta Kukmin es, desde luego, un grave e imperdonable delito y la muerte de esas buenas personas a mano de compatriotas resulta una tragedia de la que no podemos lamentarnos en ningún lugar. Por los crímenes que comete, la Kukmin será eternamente condenada por la nación y las posteridades. Desde luego, comprendo la decisión de ustedes de enfrentarla tildándola de jauría de asesinos. Sin embargo, antes de sacar filo a la espada de la venganza, deberíamos meditar profundamente en la causa de esa desgracia. Les sugiero que no consideren malos a todos los miembros de la Kukmin, esgrimiendo la conversión de ésta en guarida del bando de derecha del nacionalismo. El meollo del problema consiste en que el imperialismo japonés, con el propósito de convertirla en reaccionaria, le infiltraba a sus lacayos, con la tarea de corromperla, sin tregua. Fomenta con astucia la división y la confrontación en el seno de la Kukmin, mientras vigila con ojo avizor a su bando radicalista, fuerza emergente. Si derrotamos por la vía del terrorismo a la junta Kukmin, esto proporcionará alegría y beneficio sólo a los imperialistas japoneses. Así que debemos denunciar las intrigas del enemigo y detectar sus agentes infiltrados, mientras aislamos a la capa superior reaccionaria de la Kukmin. No olvidemos que la garantía para que resurja la nación radica en la unidad.

    Los jóvenes aprobaron con la cabeza mi argumento y afirmaron que todo quedaba claro.

    A la par que encauzábamos así sus tendencias, les encomendamos la tarea de restablecer y reajustar con presteza las organizaciones revolucionarias destruidas y agrupar en torno suyo a un mayor número de personas; formar elementos medulares y enviarlos a las unidades armadas; ampliar la organización del partido con jóvenes comunistas procedentes del obrerismo y el campesinado, probados en la práctica, así como fortalecer la labor con las tropas chinas antijaponesas.

    Durante la permanencia de nuestra unidad, en Sanyuanpu, Gushanzi, Liuhe y Hailong, un gran número de jóvenes ingresaron voluntariamente. Fue como el resumen de nuestras intrépidas actividades políticas en Manchuria del Sur.

    Con miras a resolver problemas en la empresa de avivar el movimiento revolucionario de la zona de Liuhe, era necesario elevar el papel de los militantes de la primera organización del Partido, sobre todo, Choe Chang Gol y los miembros medulares de la Juventud Comunista, enviados a actuar allí. Por esta razón, nos empeñábamos tanto en conocer la dirección de Choe Chang Gol, con quien no teníamos contactos desde hacía un año. Cuando nos encontráramos con él, discutiríamos exhaustivamente cómo profundizar y desarrollar la revolución en Manchuria del Sur, acorde a las nuevas circunstancias en que la ocupación de Manchuria por el imperialismo japonés se había hecho realidad y, emprendíamos la lucha armada, y le daríamos orientaciones concretas de trabajo. Podía considerarse como nuestro delegado enviado a Manchuria del Sur.

    Liuhe era su zona de acción, según una resolución de la Unión para Derrotar al Imperialismo, y, además, él estaba profundamente relacionado con este lugar. Aquí inició su vida en el Ejército independentista y también fue recomendado por Ryang Se Bong para matricular en la escuela Hwasong.

    Cerrado ese plantel, regresó a la compañía a que había pertenecido y se desempeñó como asesor del Ejército independentista, en tanto que dedicaba todo su ser para ampliar la esfera de influencia de dicha Unión, por la vasta región de Manchuria del Sur, con Liuhe como centro. Y por esa época participó en el asalto a la sucursal del consulado japonés, situada en la cabecera del distrito Jinchuan.

    Si las filas de la Unión para Derrotar al Imperialismo pudieron ampliarse y desarrollarse con rapidez en Liuhe, Xingjing y otras zonas de Manchuria del Sur, fue por la destacada lucha, la habilidad y probada capacidad de trabajo de Choe Chang Gol, —quien puede decirse era el dueño de allí—, sumadas a los incansables esfuerzos de Kim Hyok y Cha Kwang Su. Aunque estuviera en el Ejército independentista que prohibía la penetración de nuevas corrientes ideológicas, no sólo no ocultaba su naturaleza comunista, sino que, por el contrario, tomó la iniciativa de la concientización de los soldados progresistas, transformando a muchos de ellos en partidarios del comunismo. Su amplia visión y audacia en el trabajo directo con las personas eran tan admirables que su jefe no informaba a sus superiores sobre él, aunque sabía que realizaba actividades políticas hasta en lugares distantes no menos de cuatro kilómetros del cuartel, ausentándose varios meses.

    Liuhe se hallaba bajo una fuerte influencia de los fraccionalistas y los elementos del bando conservador del nacionalismo, muy habituados a las intrigas anticomunistas. Los elementos del grupo M-L, al crear una supuesta “sociedad de vecinos” en el distrito Panshi, se enfrentaron a las agrupaciones nacionalistas en Manchuria del Sur, mientras que, en el seno del Ejército independentista, ya en peligro de dividirse por la confrontación entre el bando radicalista y el conservador, algunas personas del grupo de izquierda, aspirante al socialismo, aceleraron la formación de un frente unitario nacional en contubernio con los grupos Hwayo y Sosang.

    Personajes del bando conservador, sobre todo, Hyon Muk Kwan y Ko I Ho, emprendieron una gran ofensiva reaccionaria contra los seguidores de la corriente ideológica comunista.

    Inmerso en tan complicado ambiente, Choe Chang Gol organizó la Juventud Antimperialista en la zona de Liuhe e iba ampliando sus filas con rapidez.

    Los fraccionalistas empezaron a censurarle, preguntándole qué tipo de agrupación era la Juventud Antimperialista de Liuhe, cuando existía la Federación General de la Juventud en China, única para los jóvenes coreanos residentes en ese país. Los del grupo M-L, con el propósito de desintegrarla desde su interior, infiltraron elementos espurios. Citaron a Danigou a decenas de jóvenes, de la zona de Panshi, con los cuales constituyeron una organización terrorista, llamada “cuerpo de garrote”, luego comunicaron a la policía falsos partes de que el Ejército independentista preparaba un motín en Sanyuanpu. Una vez hecho esto, y confabulados con los policías, arremetieron con histérica violencia contra los cuadros de la Juventud Antimperialista.

    Choe Chang Gol frenó esa vileza y sacó del peligro a las víctimas.

    No respondió con represalias militares a las provocaciones de los fraccionalistas. Desde el inicio, era abierto en el trato con la gente y la realización de los trabajos. Cuando, más tarde, nos encontramos en Kalun, expresó que le resultaba asombroso que mientras veía cómo padecían esos cuadros las heridas o vómitos de sangre por los garrotazos de los fraccionalistas, hubiera podido mantener la ecuanimidad, sin disparar contra éstos.

    Cha Kwang Su era el que más se alegraba cuando íbamos a Liuhe. No escondía, como si fuera un niño, su emoción imaginándose el encuentro con Choe Chang Gol. El, al igual que éste, tenía establecidas singulares relaciones con Liuhe. Cuando Choe Chang Gol, mandado por Ryang Se Bong, andaba con una pistola de seis tiros a la cintura, Cha Kwang Su estaba instruyendo a niños como maestro. Entonces, se hicieron camaradas por la comunidad de sus objetivos.

    Una vez, Choe Chang Gol, recordando su primer encuentro con Cha Kwang Su, dijo en broma:

    —Aunque yo, Choe Chang Gol, soy un hombre que mira hacia arriba, quedé atraído a primera vista por Cha Kwang Su. En apariencia es campechano, pero en sus entrañas guarda inapreciables tesoros. En su cabeza están ubicados unos diez Carlos Marx.

    Mientras le escuchaba, Cha Kwang Su se limitó a sonreir.

    Choe Chang Gol continuó:

    —Yo, Choe Chang Gol, si fuera señorita, sería la primera en escoger como esposo a este campechano. Parece que las señoritas de Jilin están ciegas.

    En su época de Jilin, Cha Kwang Su era todavía soltero. Así, pues, Choe Chang Gol siempre decía con fingida seriedad que le serviría de casamentero y que el día de su boda, cuando, montando a caballo, fuera a casa de su novia para llevársela, le seguiría como palafrenero.

    Cada vez que se veían, bromeaban excitados: “Como soy el hermano mayor y tú el menor, es lógico que me respetes”, sin embargo, su compañerismo era tan auténtico y fervoroso que los demás lo envidiaban. Ese sentimiento de amistad se profundizó más en aquellos días en que iban ampliando las filas de las Juventudes Comunista y Antimperialista a lo largo y ancho de Liuhe, Xingjing y Tieling. Choe Chang Gol y Cha Kwang Su establecieron juntos la filial de Gushanzi de la UJC y las organizaciones de ilustración, con el nombre de Sociedad de estudio de ciencias sociales, en diversos distritos de Manchuria del Sur, entre otros, Xingjing, Liuhe y Panshi, con Wangqingmen como eje.

    Esa sociedad asumía la misión de estudiar y divulgar el marxismo-leninismo y la teoría directriz de la revolución coreana. Funcionaba similar a como hoy se aplica el sistema de enseñanza superior por correspondencia. Se citaba a los jóvenes para darles lecciones unos quince días en la temporada de receso de la agricultura, y en otras estaciones del año, recibían las clases en sus lugares de residencia con un intervalo de algunos meses, o se les enviaban los materiales necesarios.

    Los miembros de esa sociedad, una vez repasadas las lecciones, sin auxilio de nadie, y consultando textos de referencia, se reunían una vez por semana, para debatir lo asimilado, y si tenían dudas las aclaraban, con el método del catequismo por escrito, hasta aprender todo lo estudiado.

    En el otoño del año escogido para efectuar el congreso de la Federación General de la Juventud en Manchuria del Sur, al escuchar en Liuhe las explicaciones de Cha Kwang Su sobre las actividades de esa sociedad, quedé asombrado por la originalidad y novedad de su administración y consideré a tres compañeros de armas (Choe Chang Gol, Cha Kwang Su y Kim Hyok), promotores de esa institución, como personas con audacia y fuerte espíritu creativo. Ese método de gestión, ideado por ellos en medio de la práctica, me convenció de que, pese a las condiciones difíciles de la lucha clandestina, si usábamos bien el cerebro, podíamos educar con todo éxito a los jóvenes como precursores de la época, como forjadores de la historia.

    Mientras conducía la unidad hacia Sanyuanpu, me imaginaba la escena del encuentro que iba a tener con Choe Chang Gol, también sentí un fuerte latido del corazón, no menos que Cha Kwang Su.

    Iban a ser dos años que no nos veíamos, desde que se constituyó la primera organización del partido en Kalun. En ese tiempo, Choe Chang Gol trajinaba para fundar otras y ampliar toda forma de agrupación de masas en la vasta región de Manchuria del Sur, incluidos Liuhe, Xingjing, Hailong, Qingyuan y Panshi, así como en los preparativos de personal y materiales necesarios para la creación de las fuerzas armadas permanentes, al mando de un destacamento del Ejército Revolucionario de Corea. En la primavera de 1931, transformó la comandancia de Jiljiang del Ejército Revolucionario de Corea en el Ejército Revolucionario Dongfang y fue elegido como su comandante. Esta noticia me la transmitió su enlace, quien añadió que Choe Chang Gol estaba preocupado por la discordia con el grupo reaccionario de la junta Kukmin.

    Más tarde, se interrumpieron sus contactos con Liuhe, lo que me inquietaba seriamente. Me sentía así no sólo porque él era un innato aventurero y optimista que se entregaba sin miramientos, por entero, a cualquier tarea, sin detenerse a pensar, sino también porque era un comunista que actuaba en medio de la vigilancia de los grupos reaccionarios de la Kukmin, organización que ya había empezado a tomar el terrorismo como medida omnipotente. Era objeto de especial vigilancia, visto desde la posición de esta junta.

    A finales del año, en que se produjeron los sucesos de Wangqingmen, los reaccionarios de la Kukmin detuvieron y trataron de asesinar en Daniugou a seis jóvenes comunistas, entre otros a Choe Chang Gol y Choe Tuk Hyong. Este hecho quedó inscripto en la historia como incidente de Liuhe.

    En esa ocasión, las fuerzas renovadoras de la Kukmin, aspirantes a la nueva corriente ideológica, elevaron el grado de reproche contra el bando reaccionario. Choe Chang Gol, una de sus víctimas, rechinaba los dientes y juraba que se vengaría de la capa superior de la Kukmin, ya fascistizada.

    Al recibir esta noticia, envié a Pak Kun Won a Liuhe, para que le entregara una carta en la que le decía:

    “La confrontación con la Kukmin, independientemente de su forma, es inútil y perjudicial.

    Entre compatriotas que aspiran a enfrentarse a Japón, no puede ni debe producirse derramamiento de sangre. ¿No somos nosotros quienes nos hemos dominado, si bien a duras penas, aunque atravesamos por el dolor de perder a seis compañeros en Wangqingmen? Te conducirás con prudencia y nunca con ligereza e insensatez.”

    Después del incidente de Liuhe, la Kukmin se dividió en dos bandos, con motivo de la sesión del comité ejecutivo y la conferencia del partido revolucionario de Corea, efectuadas en agosto de 1930. Hyon Muk Kwan, Ryang Se Bong, Ko I Ho, Kim Mun Go y Ryang Ha San, entre otros, abogaron obstinadamente por defender la orientación existente y forzaron a llevarla a cabo, en tanto que personas del grupo de jóvenes, como Ko Won Am, Kim Sok Ha, Ri Jin Thak, Ri Ung, Hyon Ha Juk y Ri Kwan Rin se les enfrentaron y calificaron ese partido de fascista y antipopular, que debía desarticularse y reorganizarse en vanguardia de la revolución de clases, para representar a los desposeídos y, al mismo tiempo, ejercer una dirección clasista sobre los campesinos coreanos en Manchuria. Esta era una insistencia renovadora y favorable al cambio de rumbo.

    A causa de esta diferencia de ideales, los dos bandos se dieron a una lucha sangrienta, para echar a pique y liquidar uno a otro.

    El grupo prokukmin, con permiso del gobierno de la provincia Fengtian y sobornando hasta a funcionarios gubernamentales, militares y policías de China, se lanzó a una guerra terrorista, para aniquilar al grupo antikukmin. En ese proceso, asesinó a cinco adversarios, incluido Ri Jin Thak. Como respuesta, el antikukmin asaltó la sede de la junta Kukmin y fusiló a Kim Mun Go, jefe de la compañía No.4 y, más tarde, declaró su retiro de la junta y creó una organización titulada comité antikukmin, para derribarla.

    Mi preocupación por la seguridad de Choe Chang Gol se basaba en tal fondo político. En un punto a unos 400 metros de Sanyuanpu, ordené a la unidad aumentar el ritmo de la marcha. Nos puso alas en los pies la ansiedad de ver, cuanto antes, a Choe Chang Gol.

    Una vez en Sanyuanpu, sin embargo, quedamos atónitos y desesperados al escuchar la infausta noticia que nos transmitieron los miembros de la organización del lugar. Según nos dijeron, Choe Chang Gol había sido detenido por los derechistas de la Kukmin cuando dirigía el trabajo de la filial de la Juventud Comunista en Gushanzi, y nadie conocía a donde lo habían llevado. También un joven de apellido Pak, de la filial en Sanyuanpu, vino a vernos, al conocer de la llegada de la guerrilla, con una información similar. Agregó que lo habían asesinado en Jiangjiadian, en el distrito Jinchuan, haciendo circular luego el rumor de que lo habían matado por ser agente del partido comunista. Además, existían quienes afirmaban que resultó asesinado cuando cumplía sus misiones viajando entre Hailong y Qingyuan.

    De todos modos, parecía cierto que ya no estaba en este mundo.

    Atenazado por la indignación y la tristeza, no pude hablar, ni derramar lágrimas.

    ¿Cómo habría podido alejarse de nuestro lado de modo tan inmerecido, ese hijo de la Unión para Derrotar al Imperialismo, que ardía siempre en pasión y fervor? Un gran pesar nos invadió con tan irresistible fuerza como el que experimentamos en la loma anónima de la frontera Antu-Fusong.

    Para nuestra revolución era, ciertamente, una dolorosa pérdida, el asesinato de un auténtico compañero de armas, como Choe Chang Gol, en esos días tumultuosos en que la lucha armada surgía en el escenario histórico con la disciplinada y uniformada imagen de Guerrilla Popular Antijaponesa, y cuando su disparo sonó alto, como preludio de la nueva época en el vasto territorio de Manchuria.

    Cha Kwang Su, sentado a mi lado, regaba con sus lágrimas el yerbazal que se marchitaba bajo el sol abrasador.

    Quise ver a sus familiares y me dirigí hacia Gushanzi, con la unidad. Su esposa salió a nuestro encuentro, trayendo a su hijito, aun incapaz de andar sobre sus pies, y en compañía de su cuñado. Era una mujer tan fuerte que no lloró ante nosotros, sino que, al contrario, nos solicitó que le admitiéramos en la guerrilla para ocupar el lugar de su esposo, quien había deseado luchar, arma en mano, contra los enemigos japoneses.

    Cambiamos el programa de la marcha y pasamos una noche junto a sus familiares.

    Por la mañana, cuando partimos del caserío Gushanzi, la viuda nos acompañó hasta un lejano lugar.

    No encontré palabras para consolarla y me limité a abrazar al pequeño y darle palmaditas en una mejilla. El niño, que apenas tenía dos dientes, se parecía mucho a su padre. Tocando con sus manitas mi rostro, dijo sólo “papá”. La mujer prorrumpió en sollozos por primera vez. Yo también sentí algo húmedo en los ojos y, con la mejilla del pequeño junto a la mía, miré algún tiempo, en silencio, hacia Gushanzi.

    —Señora, criemos bien a este niño y hagamos que herede la causa de su padre.

    No pude hablar más, tenía un nudo en la garganta

    La unidad se alejó unos dos kilómetros de Gushanzi, cuando Kim Il Ryong, al ver una gran sombra en nuestros rostros, propuso disparar en homenaje al difunto. Consideró, sin dudas, que eso podría cambiar nuestro estado de ánimo. Así era de profundo su modo de pensar, quizá por haber pasado incontables sufrimientos y penalidades.

    Expresé:

    —No quiero creer en su muerte, por rumores. Sin ver el cadáver, ¿cómo podremos hacer disparos de despedida?

    Atravesamos Mengjiang y llegamos a Liangjiangkou, donde recibimos una información asombrosa. Se decía que unos 20 soldados del Ejército independentista, escondidos en la zona de Fusong, junto con una unidad china, compuesta de 70 ú 80 efectivos, preparaban un complot para asaltar y desarmar a nuestra unidad. El promotor era, precisamente, el Ejército independentista de la junta Kukmin. Este, al conocer el itinerario de la Guerrilla Popular Antijaponesa, de Mengjiang hacia Liangjiangkou, acudió a esa tropa china antijaponesa y le avisó que nuestra unidad era el grueso del ejército comunista. Uno y otra nos esperaban emboscados en un caserío por donde debíamos pasar.

    De esto conocimos por miembros de la Juventud Comunista en Liangjiangkou. Allí había muchos militantes de la organización y jóvenes que yo conocía. Tan pronto como llegamos acudieron a comunicarme lo que ocurriría.

    Entre los guerrilleros se alzó, violenta, la demanda de liquidar a los terroristas de la Kukmin y vengar a Choe Chang Gol. Hasta aquellos compañeros que unieron sus voces a la mía, cuando persuadíamos a los jóvenes de Liuhe, que gritaban insistiendo en acabar con los terroristas de la Kukmin y vengar a Choe Chang Gol y los seis mártires del valle Huaimao durante la preparación del Congreso de la Federación General de la Juventud en Manchuria del Sur, acudieron al mando y, argumentando que nuestra paciencia tenía un límite, me sugirieron que les quitáramos esos malos hábitos, mediante una lucha bien organizada. Era fácil hablar así, pero el problema no podía solucionarse con sencillez. Sobre todo, los adversarios nos superaban numéricamente.

    No obstante, esa desigualdad de fuerzas no era un gran problema. El mayor rompecabezas consistía en que no eran enemigos. Disparar una contra otra entre las unidades armadas que luchaban por el objetivo común de la salvación nacional antijaponesa, resultaría una especie de caricatura que sólo podría reproducir la tan caótica situación de comienzos de la década de 1930. Era absurda una guerra fratricida entre la Guerrilla Popular Antijaponesa y el Ejército independentista, pero era más extraño que éste y las tropas chinas antijaponesas se aliaran para atacarnos.

    Si entraban en batalla, habría un vencedor y un vencido. Sin embargo, en ese combate, ni uno ni otro podría evitar, como era natural, la censura moral. No habría guirnaldas de laurel que adornaran el cuello del vencedor, ni lágrimas para consolar el sacrificio del vencido.

    Cometer la imprudencia de atacar a las unidades armadas chinas, podría crear un insalvable obstáculo para nuestras actividades. Se rompería el frente conjunto con las tropas de salvación nacional, formado a costa de tantos esfuerzos, y volveríamos a la situación del principio, en que matábamos el tiempo limpiando armas encerrados en cuartos interiores de casas ajenas. El ataque al Ejército independentista traería no menos consecuencias negativas. Si la unidad del ejército comunista arremetía contra él, el pueblo nos daría la espalda y nos trataría con frialdad. Y los elementos anticomunistas nos censurarían, considerando que se les brindaba una buena oportunidad para ello.

    Este no era el resultado que deseábamos. No se podía siquiera imaginar que la Guerrilla Popular Antijaponesa y el Ejército independentista enfrentaran sus armas en una sangrienta lucha. Sin embargo, éste preparaba tal contienda, en un lugar allende el río Songhuajiang.

    Cada vez que recuerdo el verano de 1932, lo primero que me viene a la memoria es ese suceso. No pude conciliar el sueño y me costó mucho trabajo buscarle una salida a ese inesperado problema de acuerdo con el programa político de la unidad nacional y la gran obra de salvación nacional antijaponesa. Podría decir que su solución me quitó diez años de vida.

    Tampoco podía contener mi creciente indignación y repulsa hacia la Kukmin, que cometía contra nosotros, compatriotas, toda clase de vilezas de las que hasta las bestias se avergonzarían, mientras que, ni una vez, se atrevió a entablar un combate digno contra el ejército japonés, enemigo común. Consulté con los jefes quienes, coléricos, insistieron en aplicar duros castigos a los fascistas de la Kukmin. Todos pidieron:

    —Debemos quitarles definitivamente esos malos hábitos para que no vuelvan a desafiarnos. Tenemos que darles una buena lección de modo que nunca manchen sus manos con la sangre de compatriotas.

    Cha Kwang Su, con ojos fulgurantes, gritó que ya era hora de vengar a los compañeros asesinados a manos de la Kukmin.

    En este sentido, las agrupaciones armadas que estaban a nuestro alrededor en aquel entonces, eran, sin excepción, enemigas. Lo eran tanto el Ejército independentista y las tropas de salvación nacional, como los grupos de bandidos y los Cuerpos lanza roja y sable grande. Si la Guerrilla Popular Antijaponesa cayó en tal situación adversa, fue por la falta de testigos como Liu Benchao que podía identificarnos como escuadrón volante del Ejército de salvación nacional. Aunque habíamos logrado legalizar nuestra unidad por su conducto, siempre nos encontrábamos en peligro de ser atacados desde diversos ángulos, si no nos acompañaba un poderoso aval como él.

    Mientras regresábamos de Tonghua, la tropa del comandante Yu abandonó Antu, y junto con la de Wang Delin, marchó a la lejana zona del distrito Ningan. Antu se convirtió en tierra de nadie. Las tropas de autodefensa se rindieron, una a una, al ejército japonés, sin un combate de envergadura. Algunas ya habían abandonado la consigna antimanchú y antijaponesa, convirtiéndose en reaccionarias, que se movían según la batuta de los asesores nipones. Esta fue la razón por la que decidieron aniquilar a nuestra unidad, considerada como el grueso del ejército comunista.

    Los remanentes del Ejército independentista, cegados por la propaganda anticomunista de la junta Kukmin, trataron de desafiarnos, con ayuda de las tropas antijaponesas convertidas en reaccionarias, por no conocer nuestro propósito. Reflexioné profundamente sobre el particular. Pese a que constituían un colectivo armado derechista, convertido ya en una banda, no podíamos tomar represalias contra ellos o castigarlos con métodos militares, porque tenían la misma sangre que nosotros y arriesgaban su vida en la lucha por salvar a la nación. Debíamos persuadirlos, pasara lo que pasara, por medios políticos. En tal grado estimamos el frente unido antijaponés.

    Así fue como unos compañeros, encabezados por Pak Hun, se dirigieron hacia Erdaobaihe, donde permanecía la unidad del Ejército independentista.

    —Pak Hun, hoy tu arma no es el revólver, sino la voz. No debes disparar ni una bala, sino usar la palabra para disuadir a los del Ejército independentista. Como tienes el don de la palabra y un carácter abierto, podrás influir en ellos para prevenir un conflicto entre compatriotas. Debes tener presente que, en ningún caso, está permitido echar mano al arma. Si hacemos sonar un tiro aquí, se echará a pique el frente unido con los nacionalistas. ¿Qué te parece? Es una tarea que no concuerda con tu temperamento. ¿Puedes cumplirla?

    Pak Hun se rascó la cabeza sonriendo.

    —Aunque es una misión delicada, trataré de cumplirla.

    Aun después de despedir a Pak Hun, deambulé largas horas por la ribera del Songhuajiang. Deseé para mis adentros que no sonara un disparo, por lo menos esa noche.

    Me mortificaba, además, la incertidumbre de si los podría persuadir.

    Desde luego, era un agitador competente, con habilidad para cualquier tarea. Mas, cuando se pone furioso, actuaba con violencia, sin pensar en las consecuencias. Ese carácter, que me recordaba a un oso, me tenía constantemente preocupado.

    A sabiendas de ese defecto, lo envié sin titubeos al campo del Ejército independentista, porque no existía otro activista mejor.

    Sólo Cha Kwang Su igualaba a Pak Hun en aptitud para la referida misión. La situación exigía que mostrara su habilidad. Pero la muerte de Choe Chang Gol le produjo tan fuerte impacto que aún no había logrado controlarse.

    “Pak Hun, regresa triunfante”, me decía repetidamente para mis adentros, sin dejar de mirar hacia Erdaobaihe. Felizmente, no ocurrió lo que tanto me preocupaba.

    Los del Ejército independentista comprendieron a nuestros compañeros que les exhortaron encarecidamente colaborar en el logro de la unidad de las fuerzas patrióticas.

    Aunque descontentos por el procedimiento de sus superiores, no se habían manifestado en su contra. Ahora, arrepintiéndose con sinceridad de su vacilante actitud, entregaban sus armas, decidiéndose de buena gana a unirse a la Guerrilla Popular Antijaponesa.

    Aunque a los jefes de ese ejército no les gustaba tal fusión, los subalternos, sintiendo en sus fibras la necesidad de colaborar y luchar con fuerzas mancomunadas, en lugar de un enfrentamiento, se estrecharon las manos con nosotros. Esto representaba un primer paso en nuestra unión con el Ejército independentista.

    En definitiva, logramos superar sin contratiempos una prueba más. Fue, de hecho, una fortuna que pudiéramos mostrar generosidad y paciencia, impropias de jóvenes veinteañeros, para cumplir el programa político de la gran unidad nacional, en el momento en que nos resultaban casi insoportables la indignación y el rencor hacia la Kukmin, causados por la muerte de Choe Chang Gol, sumada a la ruptura con Ryang Se Bong. Si en ese tiempo, perdido el juicio, e impulsados por el sentimiento de venganza, hubiéramos derribado a la Kukmin o entablado un choque armado con los soldados del Ejército independentista, no habríamos podido mirar hoy con tanta dignidad y orgullo a los integrantes de la joven generación. Tampoco habríamos sido testigos de esa escena histórica en que más de 300 soldados del comandante Ryang vinieron a unirse al Ejército Revolucionario Popular de Corea, enarbolando la bandera de la colaboración y desafiando el cortante frío invernal.

    En el mundo no hay un sentimiento más puro y sublime que el amor a la patria, a la nación.

    El espíritu de la unidad nacional puede considerarse el máximo meollo de ese amor. Los comunistas coreanos, desde que levaron anclas y pusieron proa hacia la liberación nacional, hasta la fecha, y en cualquier lugar y momento, han conservado invariable y cuidadosamente el ideal de la unidad nacional y no han escatimado esfuerzos para hacerlo realidad.

    

    

    

    6. Junto con el Ejército de

    salvación nacional

    

    

    Mientras permanecía en Liuhe, envié un enlace a Panshi para entrar en contacto con Ri Hong Gwang y Ri Tong Gwang. Al concluir la expedición al Sur de Manchuria, cuando nos encontrábamos en camino de regreso, ellos estaban enfrascados en operaciones guerrilleras. La Guardia roja armada (conocida como cuerpo de cazaperros), que habían formado después del Incidente del 18 de Septiembre, para combatir a los títeres pertenecientes a la asociación Pomin y a otras agrupaciones projaponesas, al llegar septiembre de 1932, se convirtió en un ejército de obreros y campesinos voluntarios de Panshi.

    Quedó integrado por jóvenes coreanos, en su totalidad fogueados y probados en diversas formas de la lucha masiva, como la adquisición de cereales, castigos a lacayos, arrebato de armas y rebelión antijaponesa. A partir del verano de 1932, Ri Hong Gwang y Ri Tong Gwang se esforzaron por establecer zonas guerrilleras antijaponesas.

    Circulaban muchas anécdotas sobre su ingeniosidad excepcional durante la campaña de castigo a los títeres.

    Mi propósito no sólo consistía en hacerles una visita de cortesía, pues eran dueños de esas zonas del Sur de Manchuria, sino, principalmente, en comprendernos recíprocamente. En particular, quería compartir experiencias de lucha.

    Otro asunto que me interesaba era conocer qué concepción y actitud tenían con respecto al porvenir de la revolución coreana. Igualmente deseaba hacerles saber mi opinión e intención en cuanto a tareas inmediatas de los comunistas coreanos y escuchar sus pareceres.

    Lo más importante consistía en intercambiar criterios acerca de cuestiones prácticas, entre otras, cómo asegurar las relaciones interzonales de los comunistas coreanos que habían iniciado la lucha armada de manera dispersa, en distintas partes de Manchuria, cómo coordinar acciones entre los vecinos, y con cuáles métodos realizar la colaboración, el apoyo y la cooperación, en las actividades. Tenía intención de conferenciar, además, con Kim Chaek, Choe Yong Gon, Ri Hak Man, Ri Ki Dong y Ho Hyong Sik, quienes actuaban en el Norte de Manchuria. Puede decirse que el Sur y el Norte de Manchuria eran nuestros vecinos y flancos. La cooperación con estos constituía un importante eslabón y palanca que ejercía una enorme influencia en el desarrollo general de la lucha armada.

    El enlace que fue a Panshi, logró alcanzar nuestra unidad, apenas cuando, luego de abandonar Hailong nos acantonamos en Mengjiang, y me informó que no había podido ver a Ri Hong Gwang ni a Ri Tong Gwang porque estaban trabajando en otras localidades, razón por la cual dejó mi carta a la organización clandestina del lugar.

    Postergué, pues, el encuentro con ellos y llevé a cabo trabajos militares y políticos en toda su amplitud. El objetivo general que perseguimos era aumentar el arsenal y ampliar las filas. Se necesitaban, pues, animados trabajos políticos y labores de diplomacia militar.

    Mengjiang nos ofrecía ciertas ventajas en este sentido. Entre sus mandarines había muchos condiscípulos míos de la secundaria Yuwen, de Jilin. Vistos según su procedencia, fueron estudiantes mansos que no formaban parte de ningún bando, ni de izquierda, ni de derecha, ni tampoco participaban en movimientos políticos, pero sí se aplicaban con afán en los estudios. Y la ciudad se encontraba prácticamente en su poder. Al concluir los estudios secundarios trabajaron en el organismo de administración distrital del gobierno de Kuomintang hasta la invasión japonesa a Manchuria, cuando se alistaron en la tropa de autodefensa, en la que llegaron a ocupar importantes cargos.

    Allí radicaba el delegado del cuartel general de la legión de autodefensa de Tang Juwu, que tenía su sede en Tonghua. De fructificar las negociaciones con él, por intermedio de mis colegas, había posibilidad de conseguir armas. Dándome cuenta de esta situación, decidí que nos quedáramos y trabajáramos a fondo con esa tropa.

    Sin embargo, otros jefes de la unidad no se mostraron interés por este trabajo. En su mayoría, casí consideraban una aventura entrar en contacto con dichas fuerzas. Decían que, mientras por diferencia de criterios habían abortado hasta las negociaciones con Ryang Se Bong, que era coreano, resultaría imposible obtener armas mediante el diálogo con esa tropa, sobre todo, cuando ésta se encontraba en descomposición; y que, teniendo en cuenta que en algunas de sus unidades actuaban instructores japoneses y estaban tramando el aniquilamiento de los comunistas, ellos no podían aprobar que el mismo comandante se metiera en esta trampa.

    Tuve que explicarles que me preocupaba poco la presencia de instructores japoneses en las unidades de la legión de autodefensa. Si tenían capacidad para descubrir a los comunistas, nosotros poseíamos suficiente coraje para burlar su vigilancia y, penetrando en el mando de este ejército, convencer a los superiores para que aceptaran nuestra propuesta. Su estado de descomposición, al contrario, podría resultarnos favorable para alcanzar con facilidad nuestro objetivo. Llegarían a comprender que era más beneficioso cedernos las armas a nosotros, que librábamos la lucha antijaponesa, que entregarlas a los nipones o a los bandoleros, o simplemente arrojarlas. Como habíamos logrado entendernos y establecer esa cooperación con el terco comandante Yu, no había motivo para no poder hacerlo con la tropa de autodefensa.

    No obstante, los jefes me imploraron que pensara con más prudencia en mi plan, argumentando que la exitosa negociación con el comandante Yu, había sido pura casualidad, que apenas si podría darse una vez en mil casos, porque no se habría conseguido si no hubiera servido en aquella unidad el señor Liu Benchao.

    Volví a tratar de convencerles; les dije que para los comunistas no era digno permanecer encerrados en cuartos traseros y ocuparse sólo de palabrerías; que indudablemente fue grande la contribución del señor Liu Benchao para la legalización de la guerrilla, pero no era correcto interpretar ese éxito como simple casualidad, porque si no hubiéramos tomado la iniciativa para mejorar las relaciones con el Ejército de salvación nacional, tampoco el señor Liu Benchao habría podido ayudarnos; y que el problema se reducía a actuar con audacia e iniciativa.

    Por fin, acompañado por un enlace, me dirigí hacia el puesto de mando de la legión de autodefensa.

    El sitio estaba repleto de soldados y en el portalón había un incesante trajín de carretas cargadas de materiales bélicos.

    A la entrada, nos hizo detener un centinela, quien con acento regional de Shandong preguntó: “¿Qué buscan aquí?” Sus negros ojos estudiaban con atención no nuestros rostros, sino nuestros uniformes de guerrilleros y las gorras con la estrella de cinco puntas, muy distintos de los suyos.

    Le contesté imitando un poco el regionalismo de Shandong:

    —Somos de Antu, del escuadrón volante. Yo soy su comandante. Me llamo Kim Il Sung. He venido a ver a tu comandante. Guíanos a él.

    —¿Kim Il Sung? ¿Pero el escuadrón volante de Kim Il Sung no es comunista?

    También el segundo vigía, en cuyo rostro había nítidas huellas de viruela, me miró receloso, repitiendo mi nombre para sí. En algún lugar, habría oído que la unidad de Kim Il Sung era comunista y ahora lo recordaba.

    —Somos el escuadrón volante del comandante Yu. ¿No lo conoces?

    Ante mi actitud autoritaria, el de las marcas de viruela dijo:

    —Sí, lo conocemos. En Nanhutou su unidad le arrebató al ejército japonés una ametralladora. El comandante Yu es una persona formidable.

    Y levantó el pulgar de una mano.

    Había dado resultado mi tarjeta de presentación de escuadrón volante del comandante Yu. Era válida donde estaban las tropas chinas antijaponesas. Por eso, para prevenir choques con éstas, durante las marchas, siempre nos valíamos del nombre de escuadrón volante de coreanos del Ejército de salvación nacional.

    Un rato después, el guardia con pronunciación regional de Shandong, que había ido al edificio del cuartel, reapareció junto con un hombre bastante fornido. Por esa época, la gente del Ejército de salvación nacional seguía vistiendo los uniformes de cuando servían en el antiguo ejército de Zhang Xueliang. Pero, el oficial que acababa de aparecer a la entrada, tras el centinela, llevaba extrañamente un saco de mangas cortas, pantalones que no le llegaban ni a las rodillas y zapatos de paisano, hechos de tela. Y brillaban sus cabellos engrasados.

    —¿A quién veo? ¿No eres el responsable Kim Song Ju?

    Era Zhang, mi condiscípulo de la Yuwen, a quien no le decíamos su nombre, sino su apodo “Zhang el Larguirucho”. Me llamó responsable, teniendo en consideración que en la escuela, ejercí responsabilidad en la biblioteca. También entonces él solía tratarme amablemente de “responsable Kim” o “responsable Song Ju”.

    Cogidos de las manos, evocamos un buen rato los tiempos escolares. Hablando de tiempo, nos encontrábamos al cabo de tres años. Me había arrepentido de haberme ido de prisa de Jilin al salir de la cárcel, sin siquiera despedirme de los maestros y colegas. A primera vista, esto podría considerarse inevitable, porque andaba muy atareado con la idea de sacrificarlo todo en aras de la revolución. Sin embargo, esta falta, a veces me hacía sufrir, oprimiendo pesadamente mi corazón como un plomo.

    Con Zhang ante mis ojos, a mi mente comenzaron a acudir múltiples hechos y episodios, así como el sentimiento de optimismo estudiantil de la época escolar de Yuwen, que yo creía que habían desaparecido detrás del horizonte. Hasta tenía la impresión de hallarme, no en el patio de un cuartel, donde se oían ruidosas pisadas de botas, sino en medio del jardín repleto de aroma de lilas, de la escuela secundaria Yuwen; y que si Zhang y yo, cogidos de mano como estábamos, diéramos algunos pasos más allá del portalón del cuartel, llegaríamos al parque Beishan y a las orillas del río Songhuajiang, para dejarnos acariciar por el vientecillo.

    Fueron recuerdos con efectos de un perfume embriagador.

    Zhang me tomó del brazo, sin cumplidos, como solía hacer cuando era estudiante, y riendo ruidosamente a cada rato, me condujo a su oficina.

    —Es una lástima que en la foto de graduación no haya aparecido la imagen del responsable Kim. —Dijo mientras me invitaba a sentarme.

    —Cuando nos retratamos, no dejamos de recordarte. Decíamos que si el responsable Kim no hubiera abandonado la escuela, habría sido premiado como mejor alumno. ¿La revolución te atrajo con tanta fuerza como para renunciar hasta a los estudios secundarios?

    Con expresión sonriente le contesté con una alegre broma:

    —Sí, desde luego. Veo que tú tampoco pudiste resistir a su seducción. Ya eres todo un oficial de la tropa de autodefensa con una pistola ametralladora al cinto.

    Zhang parpadeó y dio golpecitos sobre el dorso de mi mano.

    —Tienes razón. Hasta antes del Incidente del 18 de Septiembre fuimos unos mentecatos, ajenos a lo que ocurría en el mundo. Apenas cuando Japón irrumpió en Manchuria, nos despertamos del sueño.

    —¿Ves, no te decía yo que el hombre no puede vivir fuera de la política?

    —Entonces te oía por el reverso de las orejas. ¡Ay, no sé por qué la situación cambia tan espectacularmente! En esta Manchuria reina un ambiente siniestro, como si hubiera sido arrasada por una tempestad enloquecedora.

    Pensé que Zhang calificaba con justeza la situación.

    El curso que la historia describía con Manchuria como su escenario, estaba repleto de cambios sorprendentes que realmente asombraban al mundo. Y estas alteraciones dejaban consecuencias implacables en los destinos de las personas. Hasta algunos años atrás, Zhang había aspirado a estudiar Historia en la Universidad de Beijing. Pero, al presenciar cómo Japón se tragaba a Manchuria, renunció resueltamente a ese sueño y se alistó en la tropa de autodefensa.

    Nadie habría imaginado que el señor Liu Benchao, considerado el más erudito entre los eruditos y aficionado a interpretar los idílicos versos de Dufu26, sería jefe del estado mayor de una unidad del Ejército de salvación nacional y recorrería campos de batallas.

    —Oye, responsable Kim, gracias al Incidente del 18 de Septiembre, yo también me he hecho todo un héroe uniformado.

    Y rio tristemente.

    —Tú no eres el único con uniforme. Yo también me hice militar y llegué hasta aquí, a Mengjiang. Y ahora estamos sentados frente a frente no sólo como dos condiscípulos, sino también en calidad de militares y comentamos situaciones generales. ¡Qué feliz coincidencia!

    Zhang dijo que todo esto se debía a los japoneses y que también a su “merced” las personas se tornaban algo inteligentes.

    Supe que en la unidad de Zhang servían algunos otros condiscípulos de la secundaria. Por la noche pude encontrarme y conversar con ellos hasta muy tarde. Ya no eran jóvenes de cuando, aislándose por completo de la política, sólo soñaban con hacer carrera y alcanzar fama.

    Con voces iracundas, condenaron a Japón y se burlaron de Jiang Jieshi, calificándolo de la criatura más deformada que tuvo el pueblo chino. Al verlos así, cambiados, no pude menos que sentirme muy satisfecho.

    Hablamos de las acciones conjuntas entre la Guerrilla Popular Antijaponesa y la legión de autodefensa. Los colegas que estaban en la dirección de ésta, saludaron la cooperación con nuestra unidad.

    Pude, pues, penetrar sin dificultad en el interior de la unidad de autodefensa y entrevistarme también con el delegado del cuartel general de la legión de autodefensa en Mengjiang.

    Uno de esos días, acepté la invitación de Zhang y pronuncié un discurso ante los miembros de la jefatura de esa unidad. Estuvo también el delegado del cuartel general.

    Inicié mi alocución con un enérgico llamamiento: “¡Señores, marchemos juntos!”

    “La legión de autodefensa y la Guerrilla Popular Antijaponesa deben esforzarse por ejecutar acciones conjuntas. Hostilizar a la Guerrilla Popular Antijaponesa, poniéndole la etiqueta de ejército comunista, significa entorpecer la lucha antijaponesa y beneficiar a Japón…

    “Ambas tienen que auxiliar al ejército de independentistas coreanos y formar un frente conjunto. Es preciso estar ojo avizor ante las taimadas artimañas del imperialismo japonés, que mete cuña entre los pueblos coreano y chino, y aprovechándose de sus discordias, los debilita para dominarlos.

    “La tropa de autodefensa debería convencer a los destacamentos Sable Grande y Lanza Roja y a otras fuerzas de civiles, así como a las pandillas de bandoleros para que dejen de asesinar y saquear a inocentes habitantes coreanos y chinos, y hacerles participar de modo activo en la lucha antijaponesa. Todos los destacamentos armados de civiles, grandes y pequeños, deben agruparse en fuerzas antijaponesas de salvación nacional…

    “Entre algunas tropas antiniponas se observa que, temiendo el poderío del ejército japonés, ora huyen al interior de China, ora se rinden. Tengamos presente que la capitulación y el abandono de la causa a medias, significan la muerte.”

    Este fue en síntesis el contenido de mi intervención.

    El auditorio manifestó su aprobación fervorosamente.

    Después de esta alocución, el delegado del cuartel general nos entregó unas decenas de armas.

    Permanecimos casi dos meses en Mengjiang. Protegidos por la tropa de autodefensa, hicimos propaganda entre las masas, a la vez que efectuamos ejercicios y acrecentamos nuestras filas con vigorosos jóvenes escogidos. Al partir de Antu, no pasábamos de 40, pero en Mengjiang nuestra fila llegó casi a 150 efectivos. Al oir que Kim Song Ju entraría en acción al formar un gran ejército, continuamente venían jóvenes procedentes de Mengjiang y de sus contornos, y solicitaban el ingreso. Allí actuamos con libertad como si el poder estuviera en nuestras manos.

    Por medio del enlace que habíamos enviado a Antu supimos que en el Este de Manchuria la situación era muy favorable. Al leer la carta de Kim Jong Ryong, traída por aquel enviado, nos enteramos de que las fuerzas restantes de nuestro destacamento, que dejamos en Antu, crecieron mucho en este lapso y que en Wangqing, Yanji y Hunchun se constituyeron guerrillas de más de 100 personas cada una.

    Decidimos mudar nuestro escenario de actividades a la zona central (Wangqing), del Este de Manchuria, donde la lucha guerrillera comenzaba a pasar de la etapa embrionaria a la de pleno desarrollo y allí, mancomunando las fuerzas con los destacamentos de otros distritos, librar la contienda armada, a una escala más ambiciosa. Precisamente una de las lecciones de la expedición al Sur de Manchuria, consistió en que en la etapa en que el poderío de la guerrilla era débil, resultaba favorable y efectivo desplegar sus acciones manteniendo cierta base de apoyo.

    Trazamos la trayectoria de la marcha de tal modo, que pudiéramos llegar directamente a Antu, sin pasar por Fusong. En el camino, el destacamento tropezó varias veces con bandoleros y grupos remanentes de tropas antijaponesas derrotadas. Codiciando nuestros modernos fusiles, intentaron arrebatárnoslos a la fuerza. Por eso, tuvimos que atravesar por algunas situaciones peligrosas.

    En uno de esos momentos, apareció inesperadamente, como un instructor marcial de cuentos antiguos, un viejo generoso, que perteneció a la junta Chamui, y nos guió sin más novedades, hasta Liangjiangkou por una ruta montañosa. Las escaladas nos sirvieron de valioso ejercicio, a la vez de preparación para la prolongada lucha guerrillera posterior.

    Casi al partir de Liangjiangkou, vimos llegar uno de los regimientos del comandante Yu. Se le llamaba unidad de Meng. Chen Han-zhang, secretario del comandante Meng, venía con ese regimiento.

    Al verme de lejos, corrió a mi encuentro con los brazos abiertos y gritando jubilosamente.

    —Song Ju, ¡cuánto tiempo sin vernos!

    Me abrazó y dio vueltas como si no nos hubiésemos visto durante decenas de años.

    Después de la negociación con el comandante Yu en Antu no habíamos vuelto a encontrarnos. En el lenguaje del tiempo, sólo habían pasado tres meses. Pero Chen Hanzhang parecía haber confundido estos tres meses, por tres o treinta años, pues sus ojos no dejaban de envolverme con un ardoroso sentimiento de amor camaraderil.

    Yo también me dejé llevar por el irrefrenable júbilo que se saborea en encuentros milagrosos, al cabo de larguísimas separaciones. Tres meses no representan más que una insignificante parte de la vida de una persona, empero sentí que en este tiempo había transcurrido un tramo importante de la mía.

    Se dice que si hay muchos altibajos y experiencias en la vida, el tiempo se hace más largo, y creo que es cierto.

    —Como no sabíamos donde se encontraba tu unidad, pedimos informaciones a varios lugares. Nos dijeron que había vuelto del Sur de Manchuria, pero nadie conocía el paradero. Y de pronto nos llega la noticia de que en Liangjiangkou, el ejército comunista comenzó a unirse con los independentistas.

    Esto me dijo después que me presentó al comandante Meng.

    —Gracias, Chen. Yo también te echaba de menos. Pero, ¿cómo es que estás en Liangjiangkou?

    —Wang Delin nos ordenó actuar aquí hasta la primavera del año próximo. ¿Qué te parece, no quieres quedarte en Liangjiangkou con nosotros, por algún tiempo?

    La misma propuesta nos hizo el jefe Meng.

    Acepté su invitación, con la esperanza de que, de permanecer con el regimiento de Meng, podría consolidar más el frente común con el Ejército de salvación nacional que habíamos formado con tantos esfuerzos.

    Comoquiera que el regimiento de Meng había pertenecido al ejército regular de Zhang Xueliang, hasta rebelarse y separarse de éste, tenía modernos armamentos y equipos. Poseía incluso cañones y ametralladoras. Su capacidad combativa era incomparablemente superior a otras unidades, que andaban equipadas con unos cuantos fusiles, sables o lanzas. Durante nuestra permanencia en Liangjiangkou, esta unidad protegió con seguridad a la Guerrilla Popular Antijaponesa.

    Ante la poderosa ofensiva del ejército japonés, la mayoría de las tropas antijaponesas que por aquel tiempo se crearon en Manchuria, quedaron desarticuladas o capitularon, pasando a operar bajo su mando. La de Wang Delin siguió inclandicable con su enorme fuerza. Pero, incluso, sus unidades se estaban retirando hacia Dongning, en la parte oriental de Manchuria, y al territorio de la Unión Soviética, hasta donde no llegaba el fuego del ejército japonés. Su impotencia y su proceso de desintegración fueron la causa de que muchos de nuestros dirigentes militares y políticos llegaran a desconfiar de ellas. Había quienes consideraban inútil un frente conjunto con esas tropas chinas y argumentaban que no había manera de frenar el estado de vacilación y confusión en que se encontraban, en tanto otros insistían en romper esos lazos que no auguraban buen resultado y que la Guerrilla Popular Antijaponesa debía luchar por sí sola. Eran modos de pensar tan peligrosos que ninguno podía ser aceptado.

    Renunciar al frente conjunto antijaponés significaba empujar al lado del enemigo a decenas de miles de efectivos y hacerle el juego al designio táctico de los imperialistas japoneses de aplastar, por separado, a las tropas antijaponesas.

    El carácter vacilante e inconsecuente de éstas, fruto de las limitaciones clasistas de sus altas esferas, partía principalmente de su miedo al enemigo. Para ponerle fin a esa vacilación y prevenir un colapso, hacía falta intensificar la labor con las tropas y, al propio tiempo, insuflarles fe en la victoria, con batallas.

    Ante esta realidad imperiosa, analizamos las medidas para esa labor, en dos sesiones del comité de soldados antijaponeses que efectuamos en Liangjiangkou, con la asistencia de Chen Hanzhang, Ri Kwang, Hu Zemin y otros trabajadores políticos que actuaban en el Ejército de salvación nacional, y de cuadros militares y políticos provenientes de diferentes distritos del Este de Manchuria.

    En la reunión, escuchamos primero el informe sobre la marcha del trabajo con el Ejército de salvación nacional, e intercambiamos experiencias de este proceso, y examinamos y sintetizamos situaciones y tendencias de las tropas antijaponesas.

    Dado que la mayoría absoluta de éstas, renunciando a la guerra de resistencia, se retiraban hacia zonas seguras o, capitulando ante el enemigo, degeneraban en huestes reaccionarias, el ejército japonés estaba ampliando los territorios ocupados sin obstáculos. En vista de esta situación, los participantes en las sesiones adoptaron una resolución, según la cual las fuerzas conjuntas, integradas por nuestro destacamento, la unidad de Wu Yicheng y el regimiento de Meng, efectuarían operaciones de asalto a las cabeceras de los distritos Dunhua y Emu para asestar golpes al ejército japonés y animar a los militares y demás habitantes patrióticos.

    El jefe del regimiento, saludó nuestro plan de acción.

    La unidad del Ejército de salvación nacional, de 2 000 efectivos, subdividida en tres grupos, avanzó, respectivamente, en dirección a la línea ferroviaria Jilin-Dunhua, a Yanji y a Dunhua, en tanto nuestro destacamento, junto con el regimiento de Meng, se desplazó a lo largo de caminos montañosos, pasando por el lado oriental de Fuerhe y de Dapuchaihe, y llegó a la selva cercana a Dahuanggou, al sur de Dunhua. Desde allí, enviamos a Dunhua un grupo de exploración para comprobar, una vez más, la exactitud de los datos enviados por Ko Jae Rim sobre el movimiento y la posición del enemigo.

    En la capital del distrito Dunhua, se estacionaban enormes fuerzas: una unidad de guarnición japonesa, el puesto de mando de la tercera brigada, el cuarto y noveno regimientos de la guarnición de Jilin del ejército títere manchú, el grupo de custodia del aeródromo, la policía del consulado japonés y la títere manchú.

    Los enemigos tendieron una rigurosa red de vigilancia en los fuertes de las puertas de la muralla y a la entrada de la oficina local del consulado.

    A las tres de la madrugada del 2 de septiembre, las unidades conjuntas atacaron, al unísono, la capital amurallada del distrito Dunhua. La nuestra avanzó en dirección a la puerta Sur, en tanto, la del Ejército de salvación nacional, que mandaba Hu Zemin, irrumpió en la ciudad, a través de las entradas Oeste y Norte

    Las fuerzas aliadas, al penetrar rápidamente en la muralla, asaltaron la jefatura del enemigo, luego aplastaron, de un golpe, el puesto de mando de la brigada, la representación del consulado y los puestos policíacos, así como propinaron fuertes golpes a una subunidad de la brigada. Controlábamos toda la situación.

    Los enemigos, espantados, se vieron obligados a movilizar hasta dos aviones, que nos atacaron con ametralladoras y bombas.

    Se produjo una confusión entre las filas del Ejército de salvación nacional. De mantenerse esta situación al clarear, había posibilidad de que el curso del combate se tornara desfavorable para nosotros y que sufriéramos serias pérdidas. Les expliqué a Chen Hanzhang y a Hu Zemin el cambio brusco de la batalla y propuse un nuevo plan táctico, de retirarnos de las posiciones que ocupábamos y golpear al enemigo por el método de distracción.

    En virtud de éste, nuestro destacamento se colocó en la cota suroeste de la capital distrital y las unidades del Ejército de salvación nacional ocuparon otra al sur de Guantunzi. Desde estas posiciones, diezmamos en una emboscada a los enemigos que nos perseguían. Los de las unidades del Ejército de salvación nacional, al ver que la situación que creían desfavorable, tomaba otro rumbo bruscamente, persiguieron con ánimo redoblado, al adversario que huía.

    Las publicaciones de entonces, apenas difundieron noticias acerca de este combate. No sé bien el motivo, pero quizás fue por la censura informativa de las autoridades japonesas, que era rigurosa. La gente no supo, ni siquiera, que a principios del otoño del vigésimo segundo año de la ruina del país, se desarrolló en Dunhua tal batalla.

    Por sus características, el combate de la ciudadela de Dunhua se parecía al de la de Dongning, en septiembre de 1933. Ambas operaciones fueron planificadas y llevadas a cabo, basándose en la cooperación entre nuestra unidad y las fuerzas del Ejército de salvación nacional. Y también, en cuanto a la envergadura, los dos combates resultaron más o menos parecidos. No obstante, el primero significó la primera contienda de este tipo en la historia de lucha común de los pueblos coreano y chino, ejecutada victoriosamente contra el ejército japonés, en forma de una operación conjunta de la Guerrilla Antijaponesa y de las unidades chinas antijaponesas.

    —Los chinos habían estado casi totalmente postrados ante la fama militar de Japón que había vencido de un golpe a dos potencias como Tsing y Rusia. Pero hoy, se han liberado totalmente de este aturdimiento. Logramos la emancipación espiritual, antes que la territorial.

    Así exclamó Chen Hanzhang, al abrazarme. Recuerdo de modo nítido que, en aquel instante, de sus ojos rodaron lágrimas.

    —Song Ju, siempre estaremos juntos en este camino.

    Dijo con tono emocionado, tomando mis manos. Cuando pronunció “este camino”, se refería a la lucha común. Hasta que cayó en un combate, se mantuvo fiel a ese juramento.

    Más o menos una semana después de la batalla de la ciudadela del distrito Dunhua, nuestro destacamento, otra vez en unión con el Ejército de salvación nacional, llevó a cabo una operación parecida a aquella contra la cabecera del distrito Emu. Aquí también triunfamos. Esta se conoció poco en el mundo, pero las detonaciones que se oyeron allí, dejaron un eco de mucha trascendencia.

    

    

    

    7. Xiaoshahe en otoño

    

    

    De regreso a Liangjiangkou convoqué a una reunión incluso a los guerrilleros de Xiaoshahe que no tomaron parte en la expedición a Manchuria del Sur, para hacer un balance de los primeros seis meses de la Guerrilla. Desde luego, abordamos, principalmente, el tema de dicha expedición. Los guerrilleros reconocieron por unanimidad que durante ese período nuestras filas armadas crecieron y se desarrollaron de modo vertiginoso y llegaron a tener la convicción de que era del todo posible vencer al imperialismo japonés con la guerra de guerrillas.

    Con miras a llevar esta contienda a una nueva etapa, planteamos en la reunión las siguientes tareas:

    Primero, mudar la base de la Guerrilla Popular Antijaponesa a la región de Wangqing;

    Segundo, profundizar el trabajo con el Ejército chino de salvación nacional antijaponés;

    Tercero, dirigir con acierto la lucha guerrillera que empezaba a extenderse con mucha fuerza en la región de Manchuria del Este, acelerar la creación de las bases revolucionarias y defenderlas con firmeza.

    Entre estas tres, la que provocó la discusión más seria fue el traslado del centro de acciones de nuestra Guerrilla a Wangqing.

    Discutí varios días seguidos sobre el asunto con los cuadros políticos y militares que procedían de Antu, Yanji y Helong.

    Los de Antu se oponían. Disgustados preguntaban por qué debía ir a Wangqing la guerrilla fundada en Antu, y qué quedaría allí si se mudaba. Era sencillamente la insistencia de quienes no se libraban de la mezquina concepción regional.

    Al contrario, los de Yanji y Helong argumentaron que era justo y oportuno, tanto desde el aspecto estratégico como desde el topográfico, que la unidad de Antu, punto de origen y caldo de cultivo de la Guerrilla, se trasladase al corazón de Jiandao, donde se concentraba un mayor número de coreanos. Afirmaron que la presencia allí de ese destacamento con más capacidad combativa produciría grandes cambios en las acciones de los de Yanji, Hunchun, Helong y otros distritos colindantes.

    Igualmente, los de Antu reconocieron que desde el punto de vista topográfico Wangqing era un “lugar muy adecuado”. Su ventaja radicaba, ante todo, en que se hallaba cerca de Corea. La región de los seis pueblos al otro lado del río estaba muy influenciada por el “viento de Jilin”, por lo cual podía servir, a la larga, de una segura fuente de recursos humanos y materiales para la lucha guerrillera. Aprovechándola como un trampolín, podríamos dar un auge a la revolución en el interior del país. Las masas del territorio de Wangqing poseían una destacada capacidad de lucha y espíritu revolucionario, que se habían manifestado, sin reservas, en el apoyo a las batallas de Qing-shanli y Fengwugou, las que podrían considerarse cúspides en la historia combativa del Ejército independentista. Wangqing era el centro de actividades de la Junta de administración militar del Norte. Los centenares de integrantes del Ejército independentista y los cadetes de la escuela militar, que actuaban en esa zona, se sustentaban con cereales cultivados por sus habitantes.

    Así y todo, no podíamos trasladarnos allí, sin más ni más. Por tanto, durante varios días seguidos centramos la discusión en dos opciones: si librábamos con nuestras propias fuerzas la lucha guerrillera con base en el distrito Antu, o si, prosiguiendo actividades legítimas junto con el Ejército de salvación nacional, se iban ampliando, poco a poco, las unidades de coreanos.

    Consideré muy importante consolidar la legitimidad de la Guerrilla Popular Antijaponesa, lograda con sangre, si bien nuestras operaciones fueran restringidas, en cierta medida, a causa de la acción conjunta con el Ejército de salvación nacional, y mostrar a los hermanos chinos, —quienes consideraban a los coreanos residentes en Manchuria como unos segundos japoneses—, que nuestra nación no era esbirro del imperialismo japonés, ni su patrulla de avanzada, y que las unidades armadas de los comunistas coreanos que ellos catalogaban projaponesas, no lo eran en realidad, sino antiniponas desde todo punto de vista.

    Optamos al fin por la propuesta de defender sin desmayo la legitimidad de la Guerrilla, actuando por cierto tiempo junto al Ejército de salvación nacional, y por otra parte, ampliar las filas armadas extendiendo la esfera de su influencia con la lucha práctica, para fundirlas cuando fueran bastante nutridas.

    Después de aprobado este proyecto, mandé a personas seleccionadas a Yanji, Helong, Hunchun y otras regiones de Manchuria del Este. Envié varios competentes activistas secretos a las unidades del Ejército de salvación nacional en Luozigou. Hacia Wangqing salió, además, un destacamento expresamente organizado. Dejé a Kim Il Ryong en Antu. Mi unidad volvió a reducirse de cien y tantos efectivos a unos 40 hombres.

    Al ver que yo enviaba a menudo a integrantes de mi unidad a otros distritos, los cuadros del comité especial del partido en Manchuria del Este se mostraban contentos. Me habían recomendado en varias ocasiones que seleccionara a muchachos bien preparados de mi unidad, flor y nata de la guerrilla, y los destinara a reforzar los destacamentos en otras regiones.

    Habían transcurrido cuatro meses desde que mi unidad partió de Xiaoshahe para emprender la expedición a Manchuria del Sur. La naturaleza en Liangjiangkou adquiría cada día más el intenso color otoñal. Si uno salía por la mañana, se encontraba con que la hojarasca revestida de escarcha alfombraba el suelo aquí y allá, anunciando la inminente llegada del durísimo invierno continental.

    El cambio de estaciones y el enfriamiento del tiempo me hicieron pensar en mi madre enferma. Mas, eso no dejaba de ser pura preocupación, pues no podía intentar ir a Tuqidian, en Xiaoshahe, para verla.

    Ardía en deseos de verla, pero había tenido que aplazar la visita varias veces.

    Se acercaba la fecha de la partida hacia Manchuria del Norte. Un día Cha Kwang Su me entregó un paquete de medicamentos, —no sé dónde lo consiguió—, recomendándome que fuera a Tuqidian. Al ver que titubeaba, me echó en cara que yo no merecía lo que valía mi nombre y manifestó que en lo adelante no hablaría conmigo si en verdad era un hombre que ni siquiera sabía estimar a su madre.

    Así fue como me puse en marcha hacia Tuqidian.

    Lo que me preocupaba en el camino, con el paquete de medicamentos en la mano, era si mi madre, no me reprocharía, diciendo que me ocupaba de cosas triviales. Pensé que en ese caso, si le decía que se lo mandaba Cha Kwang Su, se alegraría.

    El saco de mijo que le había llevado, ya hacía mucho que se habría agotado. ¿Con qué recursos se mantendrá la familia, dado que la madre no puede trabajar? Esta me dijo, encarecidamente, que no pensara más en la familia, como si no existieran ella y mis hermanos, arguyendo que la araña no hacía telarañas en la boca del hombre vivo, pero del dicho al hecho hay mucho trecho: ¿Cómo dejar de pensar en quien me dio la vida, y en mis hermanos?

    A medida que me acercaba a Tuqidian, los pies me pesaban. Me inquietaba al pensar si se habría agravado la enfermedad de mi madre, pero lo que más me preocupaba era que volvía de Manchuria del Sur sin realizar por completo la alianza con el comandante Ryang. Cuando lo dijera a mi madre, se sentiría muy apenada. Seguro que ella me apresuró con tanto empeño a emprender el camino hacia Manchuria del Sur, porque le había alegrado y complacido, hasta más no poder, que su hijo iba a establecer una alianza con el amigo de su esposo. A mi madre no le agradaba que los jóvenes volvieran las espaldas a los precursores del movimiento independentista, poniendo en tela de juicio sus ideologías.

    El problema que más me presionaba era cuál sería su estado de salud. Cuando me despedí de ella, ni siquiera digería papilla muy aguada. Si no había mejorado durante mi ausencia, ahora se encontraría muy grave, sufriendo mucho más. Fue difícil hacer una conjetura certera.

    Aceleré el paso, sin poder ahuyentar esa inquietante idea que me atenazaba el alma.

    No logré desprenderme de ella aun cruzando la familiar pasarela de tronco en Tuqidian.

    Anteriormente, cada vez que la pasaba, mi madre abría la puerta, para mi extrañeza. Ella tenía un sentido especial que le permitía distinguir a los hijos, según sus pasos. Mas aquel día no se abrió la puerta, contra mi esperanza, ni se veía humo por la chimenea, señal de la preparación de la cena, ni las siluetas de mis hermanos llevando leña o sacando agua.

    Con una zozobra y tensión que me congelaban la sangre en las venas, acerté a duras penas a tirar de la anilla de la puerta. En el acto estuve a punto de derribarme en el poyo. Se veía vacío el lecho de mi madre. Fulminó mi mente la idea de “llegué tarde”, cuando se me acercó en silencio Chol Ju y me abrazó por los hombros, sin que yo supiera de dónde salía.

    —¿Por qué vienes ahora?, —balbució en mi pecho, frotando su cara bañada en lágrimas.

    Su cuerpo se convulsionaba fuertemente. Y soltó un llanto de voz ronca, como un niño.

    Entonces apareció Yong Ju y me abrazó por el costado izquierdo.

    Dejé caer el paquete de medicamentos sobre el poyo y abracé con fuerza a mis dos hermanos. No era necesario preguntarles por mi madre, porque el llanto de ellos lo decía todo. ¡Cómo ocurrió esa desgracia en mi ausencia! ¿Por qué a mi madre no le tocó disfrutar de la última dicha de ver a su hijo a la hora de su muerte? ¡Mi mamá, nacida en medio de una miseria que la acompañaría toda su existencia! Cuando murió su marido, había tragado lágrimas apretando los labios, pensando en la desgracia del país martirizado y sucumbió tras consagrar cuerpo y alma, no para sí, sino para la felicidad del prójimo.

    Como siempre estaba inquieta por si yo, enternecido por los sentimientos, terminara por malograr la gran causa, ¿no se habría apresurado a irse de este mundo por creer que su vida era una carga para mi persona, entregada a la revolución?

    Acariciando el marco de la puerta, en que mi madre estuvo apoyada con la mano en la última despedida de mí, pensé cuán feliz me sentiría si volviera a verla allí, aunque me hiciera reproches más severos que entonces.

    —Dime, Chol Ju, ¿mamá no dijo para mí algunas palabras en su último momento?

    En aquel instante pasó por el portillo la señora Kim y respondió en lugar de Chol Ju:

    —Tu madre me dijo: “… si viene mi hijo Song Ju después de mi muerte, trátalo, por favor, como yo lo traté en vida. No lo dejes trasladar mis restos si viene sin lograr la independencia de Corea y si quedan los japoneses con vida. No lo dejes acercarse siquiera a la puerta. Pero Song Ju no regresará del combate sin alcanzar su objetivo; no creas que digo esto por el orgullo que tengo de mi hijo.” Después me pidió que le dejara abierta la puerta, y se quedó mirando largos minutos hacia la pasarela de tronco.

    Las palabras de la mujer me llegaron al oído tan tenuemente, como si procedieran de un lejano “país celestial”.

    Sin embargo, capté con claridad, sin omitir ni un detalle, el profundo y trágico sentido que encerraba cada una.

    Abrazado a los dos hermanos, tendí la mirada hacia la pasarela de tronco. Y traté de imaginarme la nostalgia de mi madre por mí y su pena por no ver a su amado hijo en el momento de expirar. Mas no había llegado todavía al umbral de esa imaginación, cuando de repente prorrumpí en llantos.

    Tras llorar varios minutos, levanté la cabeza y mi vista chocó con la empañada de la vecina, la cual era tan tierna y comprensiva, que por poco la tomo por la de mi progenitora.

    —Vecina, le agradezco los esfuerzos que hizo por atender a mi madre.

    En medio de la tristeza y el dolor que me desgarraban el corazón, recobré la razón, aunque fuese por un rato, y atiné a decir esas palabras de gratitud a la mujer, quien fue su última acompañante en vida.

    La vecina sollozó más fuerte:

    —Por nada. No pude venir a verla con frecuencia. Por nuestra negligencia, no se encontraba al lado de su madre una persona que le ayudara a peinar siquiera. Sus hermanos se ausentaban frecuentemente por cosas de la revolución. Un día su madre me pidió que le cortara al rape los cabellos, a la usanza de los muchachos, porque sentía un hormigueo… Pero no me atreví a manejar las tijeras. ¡Qué cabello más brillante y liso! Me negué. Me imploró que le satisficiera ese deseo, diciendo que si no tuviera esa molestia, se sentiría tan aliviada que podría volar incluso por el cielo …Por eso yo …esos cabellos…

    Sin terminar sus palabras, se deshizo en lágrimas.

    Pensé que no debiera oir esas palabras. Sentí que se me partía el corazón. Toda la vida mi madre rodeó a sus hijos con una solícita atención, pero estos ni siquiera tuvieron la oportunidad de manifestarle su lealtad, peinándole los cabellos, sentados al lado de su lecho de muerte.

    Antes, cuando vivía en Fusong, vi que un niño de mi edad, con su madre enferma a cuestas, recorría, sudando a mares, desde Nandianzi hasta Xiaonanmen, en busca de un médico. Lo llamamos hijo fiel. Las palabras de la vecina me recordaron, no sé porqué, la figura de aquel niño.

    En comparación con él, yo no podría objetar, si me llamaran hijo infiel. ¿Qué hice por mi madre, con más de 20 años de edad que tengo? En mi niñez la invitaba a sentarse en la parte más confortable del cuarto y trataba de calentar con mi hálito sus manos frías cuando regresaba del pozo. Por la mañana, en mi intento de aliviarla de sus quehaceres, echaba pienso a las gallinas y traía agua en un cubo.

    Pero, desde que me dediqué a la revolución, no hice casi nada en bien de mi madre. ¿Nuestros antepasados no habrían inventado expresamente para mí el refrán: “El amor corre de arriba abajo y no de abajo arriba” ¿Este es un axioma verdaderamente excelente. No oí hasta ahora decir que haya hijo que atendiera y respetara a sus progenitores con una lealtad que superara al amor de ellos.

    —Chol Ju, ¿mamá no dijo nada a vosotros?, —pregunté pensando que no debía ser limitado a las palabras de la vecina el testamento que mi madre dejara en este mundo.

    Mi hermano se restregó los ojos con el dorso de la mano y respondió con voz ronca.

    —Dijo que te ayudáramos bien, que si procedíamos así y nos hacíamos revolucionarios como tú, estaría tranquila en el otro mundo …

    Así resultaba que toda la capacidad espiritual de mi madre se empleó en aras de la revolución, aun en el último momento de su vida.

    Seguidamente fui a ver su tumba, junto a mis hermanos.

    El túmulo, revestido de un césped que dibujaba un melón, se encontraba en una ladera donde se erguía un olmo viejo, solitario.

    Me quité la gorra e hice reverencias junto con mis hermanos.

    —Mamá, soy yo, Song Ju. Perdona a este hijo infiel. Me demoré en Manchuria del Sur, por eso he venido ahora a verte.

    Mientras decía así para mis adentros, en cuclillas, Chol Ju, sin más ni más, empezó a excavar con las manos al pie de la tumba. De sus ojos rodaban sin cesar las lágrimas.

    —¿Qué haces? —dije, extrañado. Mi hermano, sin darme respuesta, sepultó en el hoyo el paquete de medicamentos que traje de Liangjiangkou.

    El mudo proceder de mi hermano dio paso a la tristeza que llenaba como humo mi corazón. Me eché de bruces sobre el túmulo y lloré afligido largo rato. Podría decirse que retorné, del revolucionario, al hombre común. En esos momentos parecía que todas las cosas del universo, personificadas en ese promontorio, lloraran la tragedia que representaba la pérdida de mi madre.

    Mas, sobre mi cabeza, un infinito cielo azul de otoño seguía mirando la Tierra como antes, con alegría. Pensé cómo ese cielo podría estar tan impasible ante nuestra desgracia.

    Así perdí a mi querida madre. La desgracia sobrevino un aciago día de verano de 1932, cuando se registraba el vigésimosegundo aniversario en la historia de ruina del país. Si éste no se hubiera arruinado, mi madre habría vivido más años. Su enfermedad se había originado del sufrimiento, y éste de la pérdida de la tierra patria.

    Eran inenarrables los trabajos y penalidades que había arrostrado en bien de sus hijos. Si se calculara por diez la devoción que manifesté a mi madre, se contaría por miles o por decenas de miles el amor que ella me prodigó.

    Una vez, mientras desarrollaba actividades clandestinas, caí en el cerco de los enemigos en la ciudad de Fusong, junto con cuatro o cinco miembros de la Juventud Comunista. Debíamos romperlo y salir de la ciudadela, aun entablando una refriega, pero no teníamos armas. Por eso pedí a mi madre que trajera las de mis compañeros en Wanlihe.

    Ella aceptó con gusto la petición.

    —¡No faltaba más! Iré a traerlas.

    Fue y regresó, sin novedad, con dos pistolas Mauser. Al entregárselas mis compañeros les habían quitado el seguro, a petición de mi madre, de modo que pudiese usarlas en caso de emergencia. Ella pasó por la puerta de la ciudad con esas pistolas escondidas entre costillas de res. Uno de los policías que guardaban ese punto le preguntó, indicando la artesa de carne.

    —¿Qué cosa es?

    —Carne de res, —respondió como si tal cosa mi madre.

    Los policías examinaron sólo los papeles que cubrían la artesa y le permitieron pasar.

    Me quedé atónito al comprobar que las pistolas estaban cargadas con el seguro quitado.

    —¡Qué barbaridad! Pudo haber ocurrido una desgracia.

    —Pedí a tus amigos que me las cargaran. Quería disparar con esto a los policías si rebuscaban en mi artesa. Se habrían abalanzado sobre mí dos o tres policías a lo sumo. Estaba decidida a disparar en este caso sobre uno de ellos, por lo menos, y suicidarme.

    Estas palabras contenían un noble espíritu que no se podía explicar nunca por nuestras vivencias o por nuestro sencillo modo de pensar. Se trataban de una osadía y un amor auténtico, que ni siquiera se podrían remedar sin la comprensión y simpatía ferviente con la causa de los hijos.

    Un día, cuando vivíamos en un cuarto de la casa de Ma Chun Uk, en la ciudad de Jiuantu, mis compañeros estuvieron arreglando los revólveres, y por un error se disparó uno e hirió a mi madre en una pierna. Era una herida peligrosa con riesgo para su vida, si no se atendía debidamente.

    Desde aquel momento no pudo salir. Si alguien preguntaba por ella, contestábamos que se había caído al sacar agua y dislocado una pierna. Guardó cama, cubierta por un cobertor, pero no llamó al médico. Mi tío Hyong Gwon la atendió a escondidas. Pese a tal situación, no nos reprendió, ni se mostró disgustada con quien provocó el accidente.

    Este, muy afligido, trató incluso de suicidarse.

    Al conocerlo, mi madre mostró un tremendo enojo, reprendiéndolo:

    —No seas tonto. Eso ocurrió por la torpeza con que manejaste ese hierro. Felizmente no sucedió una mayor desgracia. ¿Suicidarte por tal nimiedad, tú que ya eres un hombre hecho y derecho? Ni pensar en eso, sino en guardar bien el secreto. Si se propala, traerá una desgracia tanto a vosotros como a esta familia. Y no podréis cumplir vuestra causa.

    Mi madre temía, más que a la herida en su pierna, a que la policía se diera cuenta que poseíamos armas.

    Los de Ma Chun Uk tampoco divulgaron aquel incidente.

    La mejor cualidad de mi madre fue que amaba a mis compañeros como a sus propios hijos. Los trataba igual que a mí. Les suministraba fondos para sus actividades, en ocasión de sus visitas a mi casa, conseguidos con el lavado de ropas ajenas y con la costura. Obreros de la empresa maderera y trabajadores temporeros que andaban en busca de insam traían a menudo percal y le pedían que les confeccionara ropa. Por ese servicio ganaba al día 70-80 fenes, en el mejor caso, un yuan. Aunque vivía en la pobreza, no era calculadora en el uso del dinero. Apartaba de lo ganado lo indispensable para la compra de arroz, los gastos para la mudanza y el alquiler de la vivienda. En el uso del resto era muy generosa. Cuando la visitaban mis compañeros, compraba algunos kilos de fideo y carne de cerdo y preparaba empanadillas y bolitas de pasta en sopa. Asimismo, les entregaba los ahorros para que los utilizaran en sus actividades.

    —Madre, —decían mis amigos—, ¿cómo va a mantener a la familia si nos entrega todo el capital, pues de por sí es pobre su vida? —a lo que respondía:

    —Si muere un hombre, no es por falta de dinero, sino por ser corto su destino.

    Aunque ellos permanecieran en mi casa meses enteros a veces, no se mostraba ni por asomo disgustada, sino los trataba invariablemente como a sus propios hijos. Por eso, entre los participantes del movimiento juvenil en Manchuria los que estuvieron en mi casa algunos días, la llamaban, no “madre de Song Ju”, sino “nuestra madre”.

    No sería exagerado decir que dedicó toda su vida a la preparación de comidas para los revolucionarios. Cuando mi padre vivía, debía atender a patriotas sin que pudiera ir a ninguna velada. En Linjiang, casi todas las noches, preparó comidas para las visitas. No bien nos acostábamos, cubriéndonos con el cobertor, llamaban a la puerta varios amigos de mi padre, e introduciéndose en el cuarto, bromeaban: “¿Durmiendo tranquilos en esta época tumultuosa?”. Entonces mi madre debía levantarse y preparar de nuevo comida. Los huéspedes dormían en un cuarto de mi casa.

    Ella tomó parte también en la revolución, sin dejar de atender a los revolucionarios. Inició sus actividades en Fusong, donde se había alistado en la filial de la zona de Baishan, de la Asociación de educación femenina en Manchuria del Sur, y se dedicó a la ilustración de mujeres y niños. Después de la muerte de mi padre se ocupó también de las gestiones de la Asociación de mujeres.

    A su desarrollo de ayudante de la revolución a encargada directa de ella, contribuyeron mucho la influencia de mi padre y la mía, pero puede afirmarse que fue también muy grande la de Ri Kwan Rin. Cuando ésta se hospedaba en mi casa, involucró a mi madre en las tareas de dicha asociación.

    Si mi madre hubiera profesado sólo el amor materno, yo no podría recordarla con tan cálido cariño. El que me prodigó, no fue un simple amor maternal, sino uno auténtico y revolucionario, con el que me hizo saber que yo era un hijo del país, antes que ser el suyo, y debía ser fiel a la nación antes que a los padres. Toda su existencia fue para mí un manual que me instruyó en el verdadero concepto de la vida y la revolución.

    Si mi padre fue el antecesor que me cultivó el indoblegable espíritu revolucionario de alcanzar a toda costa la restauración del país, aun desplegando la lucha de generación en generación, mi madre fue una agradecida maestra que me dio a conocer el principio de las actividades del revolucionario, según el cual, este, una vez elegido su camino, debe esforzarse sólo para cumplir el objetivo hasta sus últimas consecuencias, sin dejarse llevar por los sentimientos ni andarse por las ramas.

    Si el amor entre los padres y sus hijos es ciego, no puede ser sólido. Sólo cuando sea auténtico y noble el espíritu que lo inspira, puede resultar eterno y sublime. El espíritu que sustentaba con vigor el amor de mi madre hacia mí y mi fidelidad hacia ella en aquella época de la pérdida del país, lo constituía el patriotismo. Precisamente, en aras de este amor a la patria mi madre sacrificó hasta su derecho maternal de exigir a sus hijos serle devotos.

    Partí de Tuqidian sin poder poner un cipo en su tumba. Se colocó uno con su nombre, sólo después de la liberación. Lo hicieron los habitantes del distrito Antu en su memoria. También anotaron los de sus tres hijos.

    Después de la liberación de la patria sus restos fueron trasladados a Mangyongdae, según su última voluntad, junto con los de mi padre.

    Después de retornar a la patria no pude prestar atención, por un tiempo, a los restos de mis padres, sepultados en tierras foráneas, porque la situación era muy complicada y tenía muchas tareas. En las montañas y campiñas de Manchuria, donde pasé la juventud, no sólo se encontraban los restos de mis padres, sino también los de innumerables camaradas, quienes cayeron abriéndose paso, junto conmigo, en el mar de fuego de la revolución. Y sobrevivían sus hijos. Decidí que no podía trasladar los de mis padres antes de hacerlo con los de mis compañeros de armas caídos y traer a la patria liberada a sus hijos, que ellos me habían recomendado.

    Entonces vino a verme Jang Chol Ho para convencerme de que trasladara los restos de mis progenitores a mi tierra natal.

    Me dijo que yo eligiera un terreno adecuado en Mangyongdae y él se encargaría de trasladarlos. Entre los que tenían relaciones conmigo desde la época de Manchuria, Jang Chol Ho era el único que conocía dónde estaban las tumbas de mis padres. Le costó mucho trabajo trasladar los restos.

    Cuando yo desplegaba la lucha armada, los enemigos trataron de excavarlas con mucha tenacidad. Sin embargo, los habitantes de Fusong y Antu las defendieron y cuidaron a conciencia, burlando la vigilancia, hasta el día de la liberación. Kang Je Ha, mi maestro de la época de la escuela Hwasong junto con su mujer e hijos, y con comidas de ofrenda, visitaba dos veces al año, en las fiestas Hansik y Chusok, la tumba de mi padre, que se encontraba en Yangdicun, para hacer ceremonias en su memoria y cortar las hierbas.

    Con la muerte de mi madre, me convertí en protector de mis dos hermanos y cabeza de la familia. Pero la revolución no me permitió cumplir con ninguno de esos papeles. Me vi obligado a dejar a mis hermanos, llorosos de tristeza, en el valle de Xiaoshahe, donde susurraban melancólicos los juncos, para ir con pasos pesados, y sin una promesa de regreso, hacia la inhóspita tierra de Manchuria del Norte.

    

    

    

    8. En la meseta Luozigou

    

    

    Distaban horas del momento de la entrada del ejército japonés en Antu. Terratenientes pronipones prepararon sus banderines para saludarlo. El Ejército de salvación nacional no podía permanecer por más tiempo en Liangjiangkou. Al regimiento de Meng llegó la orden de retirada en dirección a Luozigou y Wangqing, donde había montañas y mesetas.

    En vista del brusco cambio de la situación, nosotros también decidimos abandonar Antu, junto con el Ejército de salvación nacional. Esta resolución fue acordada en una reunión del comité de trabajo con soldados, efectuada en Liangjiangkou. La orientación general consistía en mudar la base de actividades a Wangqing, pero, por el momento, establecernos en Luozigou, donde se concentraban las unidades del Ejército de salvación nacional que se retiraban. Y allí continuar el trabajo con estas tropas antijaponesas. También la unidad del comandante Yu se fue a Luozigou.

    Cuando estábamos atareados en los preparativos para la salida hacia el Norte de Manchuria, llegó a Liangjiangkou mi hermano menor Chol Ju.

    —Hermano, quisiera unirme a tu destacamento. Sin ti, no podría vivir más en el valle Tuqidian, —me confesó, antes de que le preguntara, el motivo de su visita.

    Comprendía por qué quería ir con nuestra unidad. Para los adolescentes de su edad, que son muy susceptibles, no podía menos que ser insoportable vivir interminables días, en un remoto valle de Xiaoshahe, donde había fallecido la madre, y alimentarse con comidas ajenas.

    —Si hasta tú abandonas el valle Tuqidian, ¿qué será de nuestro Yong Ju? Le costará mucho sobreponerse a la soledad.

    —Me da mucha pena que dos bocas coman en casa ajena. Si se queda solo el menor, nos sentiríamos menos deudores.

    Pensaba que Chol Ju tenía razón, pero no podía aceptar su propuesta. Como tenía 16 años, sería capaz de adaptarse a la vida militar en la unidad, si le poníamos un fusil al hombro. En comparación con su edad, era alto y apuesto, aunque todavía sus huesos no se habían endurecido lo suficiente, razón por la cual podría ser una carga para la guerrilla. Y, sobre todo, él asumía la pesada responsabilidad de reforzar la labor de la Juventud Comunista en Antu.

    —Si tú me solicitarás esto dos ó tres años después, lo aceptaré en el acto. Pero, ahora no puedo satisfacer tu deseo. Aguanta unos años más las dificultades y la soledad en que vives. Te lo ruego. A ver si eres capaz de impulsar de modo formidable la labor de la Juventud Comunista, a la vez que probar la vida de criado en casas ajenas o de jornalero temporal. No debes menospreciar las actividades clandestinas, porque son tan importantes como las acciones armadas. Ocúpate del trabajo de la Juventud Comunista, y cuando llegue el momento, vendrás al ejército revolucionario.

    Traté de persuadirlo de varias formas, para que no se mantuviera en sus trece. Finalmente, lo llevé a la tabernucha a la orilla del lago. Era una sala fría y poco acogedora. El viento que penetraba por las rendijas de las ventanas hacía temblar las cintas de papel que las tapaban, provocando lúgubres sonidos.

    Pedí aguardiente y algo de comer para acompañarlo. Sobre la mesa aparecieron dos platos de cuajada de soya congelada y en el medio, una botella.

    Al verlos, los ojos de Chol Ju se llenaron de lágrimas. Como él sabía que yo no bebía, se daba cuenta de lo que significaba una copita de ese aguardiente.

    —Chol Ju, perdona a este hermano que no puede aceptar tu ruego. No creas que no quiero tenerte a mi lado. El dolor me desgarra el corazón por verme obligado a dejarte. Chol Ju, lo siento mucho, pero tenemos que despedirnos otra vez.

    Algo excitado por el aguardiente pude hablar de un solo tirón, lo que me habría sido difícil con la mente despejada. Pero, aún en este estado, no pude evitar que los ojos se me nublaran.

    Salí para que Chol Ju no me viera llorar, pero él también se levantó y me siguió, dejando la copa que iba a levantar.

    —Te comprendo, hermano.

    Al pronunciar estas pocas palabras, se me acercó por detrás y me cogió la mano por un instante.

    Así me despedí de mi hermano menor. Y nunca más volvimos a vernos.

    Cada vez que evoco aquel otoño en la orilla del triste y desolado lago, me arrepiento con profundo dolor por no haber estrechado por más tiempo y más calurosamente aquella mano del hermanito, que había cogido y soltado calladamente la mía. Aun hoy pienso que fue una separación demasiado desgarradora.

    Si hubiera aceptado la solicitud de Chol Ju, quizás no se habría ido de este mundo tan temprano, antes de cumplir los 20 años. Vivió como un fuego y se apagó también así.

    Apenas con 10 años estuvo involucrado en organizaciones revolucionarias. En Fusong, era responsable de divulgación de la Unión de Niños Saenal, y en Xiaoshahe, fue secretario del comité zonal de la Juventud Comunista.

    Después de separarse de mí, en Liangjiangkou, logró preparar a numerosos militantes de la UJC y enviarlos al Ejército Revolucionario Popular de Corea. Por su propia voluntad, hizo además ese difícil trabajo con tropas antijaponesas. Al lado de los soldados de éstas, participó en el asalto a la zona urbana de Dadianzi. Según se cuenta, la unidad antijaponesa bajo el mando de Du Yishun, con la que Chol Ju tenía relación, peleó con honor contra la unidad de castigo de Jiandao, del ejército japonés.

    Con posterioridad, al asumir el pesado cargo de jefe del departamento de trabajo con tropas antijaponesas de Antu, entró en contacto también con una de esas unidades, que mandaba Xu Kuiwu, estacionada en Sasumphe de Cangcaicun, en Fuyandong, distrito Yanji. Xu Kuiwu era un caudillo caprichoso y testarudo que, pese a que pretendía luchar contra los japoneses, se mostraba ciegamente hostil a los comunistas coreanos, aunque al principio se llevaba bien con los coreanos.

    Comenzó a tratar fríamente a los comunistas coreanos, desde que las militantes de la Asociación de mujeres de Fuyandong rescataron una muchacha coreana de la Juventud Comunista, que él había detenido para hacerla su concubina. Esta joven sufrió esa desdicha, mientras, junto con integrantes del grupo artístico, llevaba a cabo un trabajo de divulgación en esa unidad antijaponesa. Una vez en las manos de Xu Kuiwu, ninguna mujer podía salvarse, sin antes satisfacer sus exigencias.

    Así relevaba con frecuencia a sus concubinas.

    Después de ese suceso, los coreanos no podían penetrar en su unidad. Ni los que otrora se tuteaban con él, podían acercársele. Sufriendo de melancolía por amor, ordenaba a sus inferiores perseguir y reprimir a los coreanos.

    En aquellos días, Chol Ju, junto con el camarada Rim Chun Chu, quien tenía licencia de doctor en medicina Koryo, visitó a Xu Kuiwu.

    —Señor caudillo, como hemos oído que usted se siente muy enfermo, venimos a expresarle nuestro pesar.

    Aunque Chol Ju le hizo un saludo cortés, hablando corrientemente en chino, Xu Kuiwu no se molestó siquiera en mirarles. No quería ni ver, ni hablar con coreanos.

    —Con la esperanza de quitarle el mal, he invitado a un buen médico tradicionalista. ¿No desearía usted que le asista?

    Apenas entonces, Xu Kuiwu pareció prestar oídos a las palabras de Chol Ju, pues dijo que si efectivamente era un hábil galeno en medicina tradicional, se sometería al examen.

    Al cabo de algunos días de tratamiento con acupuntura, manifestó su indecible satisfacción porque, gracias al médico Rim, ya se sentía con la cabeza despejada, libre de la jaqueca que le venía atormentando insoportablemente.

    Este suceso le sirvió a Chol Ju de feliz oportunidad para poder entrar y actuar, de modo legal, entre los soldados de la unidad de Xu Kuiwu.

    Tiempo después, éste, al integrarse a nuestro ejército de ruta, fue nombrado jefe del décimo regimiento y peleó bien hasta el fin. Este hombre que decía le era imposible vivir, ni un solo día, sin opio y mujer y cometía muchas insensateces, luego de integrarse en el ejército revolucionario, llegó, incluso, a pertenecer al Partido Comunista.

    Cuando yo, en nombre de la unidad, le felicité por su ingreso en el Partido, manifestó:

    —Camarada jefe del ejército, hoy, al ingresar en el Partido, pensé en su hermano. Sin su ayuda yo no habría podido acoger un día tan feliz como éste. —Y me contó cómo Chol Ju trajo al camarada Rim Chun Chu para curarle del mal que sufría y le ayudó con paciencia, para que no se desviara del camino de la lucha antijaponesa. Me dijo todo esto de tal modo, que tenía la impresión de escuchar una narración antigua.

    Chol Ju murió en junio de 1935, combatiendo heroicamente cerca de Chechangzi. De esta desgracia me enteré cuando me encontraba a orillas del lago Jingbo.

    Quizá es por esta razón, que hasta hoy día, vuelvo a pensar en mi hermano cada vez que veo un gran río o lago.

    Muerto Chol Ju, Yong Ju quedó prácticamente desamparado, sin ningún protector. Desde que la familia de Kim Jong Ryong se trasladara a la base guerrillera de Chechangzi, tuvo que sustentarse trabajando en casas ajenas, ora como mozo, ora como cuidador de niños. Como por ese tiempo el ejército japonés Kwantung arrestaba a todos los de mi familia y otros allegados para utilizarlos en su operación de “retorno” con respecto a mi persona, Yong Ju se vio obligado a cambiar hasta su nombre y procedencia y llevar una vida errante, recorriendo no sólo las tres provincias del Noreste de China, sino también ciudades y zonas rurales de la profundidad de este país. Así llegó hasta Beijing, donde permaneció algún tiempo.

    Después de la liberación del país, pude leer datos referentes a la persecución de Yong Ju, encontrados entre los documentos abandonados por policías japoneses al huir.

    Cuando trabajaba en la fábrica de cerveza de Xinjing, dejándose vencer por la añoranza de la tierra natal, viajó a la patria, donde permaneció cerca de tres meses. Apareció en Mangyongdae portando un traje negro y zapatos blancos.

    Su aspecto era tan gallardo e imponente que mi abuelo llegó a pensar que su nieto menor había vuelto a casa hecho todo un dignatario y con fortuna. Yong Ju les dijo a sus abuelos que estudiaba en un instituto superior de Changchun, para que no tuvieran preocupaciones. Como la policía le perseguía y había hecho circular su foto, aun hallándose en su tierra natal no pudo permanecer en Mangyongdae. Tuvo que refugiarse en casa de la tía mayor, hasta que se fue otra vez a Manchuria.

    El destacamento de 40 personas de la Guerrilla Popular Antijaponesa, que abandonó Liangjiangkou, avanzó hacia el Norte, en dirección a Nanhutou, pasando por Dunhua y Emu, y escalando montañas. Efectuamos actividades políticas en el famoso poblado Fuerhe, donde yo había experimentado la vida de “criado” y luego, en las cercanías de Haerbaling, en el distrito Dunhua, atacamos una caravana del ejército japonés, que participaba en las obras del tendido de la vía Dunhua-Tumen. Después de este combate, me encontré con Ko Jae Bong, en Toudaoliangzi, en el distrito Dunhua.

    Había abandonado Sidaohuanggou, donde era grave la represión del enemigo, cambiando su escenario de operaciones para Toudaoliangzi. Allí, trabajaba de maestro en el colegio de campesinos, que auspiciaba una organización clandestina. Este poblado distaba sólo 12 kilómetros de la cabecera del distrito Dunhua. En esa ocasión vi también a su madre.

    Repartimos entre los hogares la harina de trigo que conseguimos en aquel ataque y compartimos con los habitantes las comidas que hicieron con ella. Y los rollos de algodón, que le arrebatamos al enemigo en el mismo combate, los entregamos al colegio de campesinos para que les hicieran uniformes a los alumnos.

    Nuestro destacamento salió de Toudaoliangzi y continuó su marcha hacia el Norte, y en el camino cumplió misiones con unidades antijaponesas en zonas cercanas a Guandi y en las de Nanhutou, y después, en territorio de Wangqing, averiguamos la situación del trabajo de las organizaciones del partido y de la UJC, y de las agrupaciones de masas. Al mismo tiempo, nos entrevistamos con personalidades de diversos sectores de la población. Estas gestiones resultarían preparatorias para establecer la base de nuestras actividades en esa región.

    Ni en este nuevo lugar aflojamos en la labor con las unidades antijaponesas. Me dirigí a Lishugou para hacer una visita al destacamento de Guan Baoquan, al que una vez había hostigado de modo injusto el escuadrón volante de Ri Kwang para arrebatarle unos cuantos fusiles. Guan Baoquan ya no estaba. Desapareció sin dejar huellas, después de renunciar la lucha antijaponesa. Hablando con franqueza, si me hubiese encontrado con él, pensaba darle disculpas en nombre de los camaradas de Wangqing, conversar acerca de las vías para la lucha común, y, de esta manera, liquidar las discordias y fricciones que se habían creado temporalmente entre las unidades armadas coreanas y chinas.

    Si Guan Baoquan había huido, por lo menos quería ver al resto de su unidad, razón por la cual envié enlaces en su busca. Aparecieron unos cien soldados antijaponeses que quisieron constatar qué tipo de destacamento era el de Kim Il Sung, que había golpeado al ejército japonés en la cabecera del distrito Dunhua.

    Pronuncié ante ellos un discurso franco. Primero reconocí como acto inamistoso el que, con el fin de conseguir armas, el escuadrón volante de Wangqing había agredido a los soldados de la unidad de Guan Baoquan, y luego pasé a hablar de la lucha común de los pueblos coreano y chino y de las misiones de las tropas antijaponesas.

    Mi discurso tuvo una positiva repercusión entre los militares antinipones. Un oficial llamado Kao Shan confesó que él también pensaba renunciar a la resistencia antijaponesa, tal como había hecho Guan Baoquan, no obstante ahora estaba decidido a seguir el camino justo. Posteriormente, peleó bien en el frente antijaponés cumpliendo su promesa. Así fue como se consiguió la reconciliación con la unidad antijaponesa, cuestión que constituía en Wangqing un gran dolor de cabeza.

    En Luozigou, reunimos el comité de soldados antijaponeses con el fin de corregir desviaciones izquierdistas que se observaban en la labor con sus unidades para incorporarlas en mayor escala en el frente conjunto antijaponés. Esto ocurrió cuando las tropas del Ejército de salvación nacional, concentradas en la ciudadela de Dongning, se preparaban intensamente para retirarse hacia el interior de China, transitando por territorio soviético. Nos esforzamos para impedirlo a todo precio y retenerlas en el frente antijaponés. De no alcanzar ese objetivo, nuestras acciones guerrilleras podían tropezar con graves dificultades. Las fuerzas punitivas del enemigo, dispersas en operaciones para destruir a las unidades antijaponesas, estarían entonces en condiciones de concentrarse y estrangular de un golpe a nuestras guerrillas que se encontraban en su etapa de infancia, contando sólo con unos cientos de efectivos. La correlación de fuerzas se nos volvería decididamente desfavorable.

    El ejército japonés intensificaba su ofensiva contra las fuerzas que se le oponían, para realizar su plan de ocupar todas las pequeñas ciudades de Manchuria. Tenían incluso la intención de apoderarse de la totalidad de las capitales de distrito.

    En la reunión participamos de 30 a 40 personas, entre otras Ri Kwang, Chen Hanzhang, Wang Runcheng, Hu Zemin, Zhou Bao-zhong y yo. Ri Kwang y yo representábamos a la parte coreana y Chen Hanzhang, Wang Runcheng, Hu Zemin y Zhou Baozhong, a la china.

    El principal asunto de la cita era el examen de las medidas para prevenir la deserción del Ejército de salvación nacional y reforzar el frente conjunto antijaponés.

    Primero se analizó el error de la guerrilla de Wangqing.

    El punto de partida del equívoco en cuestión lo constituyó el “incidente Kim Myong San”, acaecido en esta unidad. Ese coreano servía en el “cuerpo de defensa”, en el tiempo de Zhang Xueliang, hasta el Incidente del 18 de Septiembre, cuando se rebeló y pasó a la guerrilla de Wangqing, al frente de seis chinos subalternos. Como había sido un famoso cazador, fue también buen combatiente. Cuando él vino los camaradas de la guerrilla de Wangqing se alegraron diciendo que les había caído del cielo un tesoro.

    Pero, ocurrió que uno de aquellos seis soldados chinos, al ir a una zona de ocupación enemiga en misión de exploración, consumió sin pagar, un plato de panecillos dulces en un comedor de Dakanzi. No tenía dinero. Y al regresar a la unidad, confesó francamente el hecho.

    Los izquierdistas que ocupaban importantes puestos en el comité distrital del partido, le pusieron la etiqueta de elemento nocivo que afectaba el honor de la guerrilla y lo fusilaron. Llegaron a más de 10, los soldados chinos ejecutados en Wangqing en virtud de las directivas de la sección militar del comité distrital.

    Los restantes soldados chinos que vinieron con Kim Myong San, asustados ante este ambiente de terror, se fugaron, pasando a la unidad de Guan Baoquan, estacionada en las cercanías de Macun. Al escuchar esa propaganda de boca de los fugitivos, Guan Baoquan sintió el peligro, razón por la cual trasladó su unidad a un profundo valle, muy alejado de la zona de estacionamiento de la guerrilla. Y acechó oportunidades para asesinar a los comunistas coreanos.

    El día del aniversario de la Revolución de Octubre, los habitantes de Wangqing confluyeron en el lugar del acto. Portaban armas primitivas como lanzas y garrotes. Procedieron así para acentuar el ambiente festivo.

    Al juzgar de modo equívoco que esa concentración formaba parte de los preparativos de ataque a su unidad, Guan Baoquan se encolerizó y ordenó fusilar a varios coreanos, entre otros a Hong Hae Il, Won Hong Kwon y Kim Un Sik, este último le servía de jefe de estado mayor y era el encargado de impulsar la educación de los soldados y el movimiento del frente unido como trabajador clandestino de la guerrilla. Fue un golpe inesperado, tal cual dice un refrán: “Garrotazo a varazo”.

    Con posterioridad, la unidad de Guan Baoquan renunció a la lucha y se fraccionó en diminutos grupos que comenzaron a bajar a zonas ocupadas por los enemigos. La guerrilla de Wangqing los desarmó varias veces bajo el pretexto de impedir su capitulación. E incluso, llegó a fusilar a algunos desertores por no entregarle dócilmente sus armas.

    Este suceso sirvió de incentivo a los remanentes de la unidad de Guan Baoquan, para emprender acciones de venganza contra los comunistas coreanos. Si encontraban a jóvenes coreanos, de quienes sospechaban estar involucrados en el movimiento comunista, los fusilaban sin miramientos. La guerrilla de Wangqing, fundada algunos meses atrás, sufrió muchas pérdidas humanas al ser asediada por las unidades antijaponesas.

    La inmadurez e insensatez reveladas en ese trato con las tropas antijaponesas, debilitaron de modo brusco las relaciones entre los coreanos y los chinos y arrastraron a la revolución coreana al borde de un abismo difícil de salvar.

    Los asistentes a la reunión criticaron con tono inclemente a los jefes de la guerrilla de Wangqing, quienes, aun después de haber llevado al fracaso las relaciones con unidades antijaponesas, estaban planeando las llamadas represalias. Y en varias horas de discusiones reafirmaron los principios y normas de acción en el trabajo con el Ejército de salvación nacional y llegaron a un entendimiento común.

    Otro problema analizado fue el referente a cómo sujetarle los pies a este ejército, para retenerlo en Manchuria y hacerlo continuar la lucha antijaponesa.

    Esa agrupación militar se creía incapaz de hacerle frente al ejército nipón, aunque contaba con decenas de miles de efectivos. Al considerar real la teoría de la supuesta “omnipotencia”, difundida por los mismos japoneses, reconocieron que, efectivamente, en este mundo no habría fuerza que resistiera a Japón, ni tampoco un ejército que se enfrentara al japonés. Como consecuencia, casi renunciaron a pelear. Su única preocupación era buscar la manera de refugiarse en lugares seguros, en el interior de China, donde todavía no llegaban las llamas de la guerra, sin caer prisioneros o muertos a mano de los agresores.

    En Jiandao, el ejército japonés comenzó a dirigir su principal ofensiva contra las unidades de Wang Delin. Si se desataba este ataque en toda su amplitud, había posibilidad de que también Luozigou cayera pronto en manos del enemigo.

    Los reunidos decidieron defender, a cualquier precio, esta ciudad, en unión con el Ejército de salvación nacional. Y para esto se precisaba convencer a Wang Delin para que desistiera de su plan de retirarse al territorio soviético. La intención del Ejército de salvación nacional consistía en llegar a la profundidad del país, transitando por este itinerario. Entre sus caudillos y soldados era tendencia pasar la frontera chino-soviética. Así procedieron las unidades de Li Du y de Ma Zhanshan con decenas de miles de efectivos para huir al interior.

    La única vía para detener esta desbandada era llevar a feliz término una batalla contra el ejército japonés, y así sacarle de la cabeza a esa gente toda idea ilusa y el miedo hacia el “invencible ejército imperial”.

    De entre los presentes, Zhou Baozhong resultaba la persona apropiada para convencer a Wang Delin. Se desempeñaba como consejero de éste en virtud de la autorización de la Internacional Comunista.

    Por tanto, le recomendé que tratara de disuadirlo, a todo precio, para que no se retirara y se incorporara al frente conjunto con nuestra guerrilla.

    —Somos capaces de librar la guerra de guerrillas durante mucho tiempo, apoyándonos en los coreanos residentes en el Este de Manchuria. El problema está en el Ejército de salvación nacional. Y usted tendrá que convencer por todos los medios a Wang Delin para que se mantenga aquí y continúe la resistencia hasta el fin. Ellos quieren ir a la Unión Soviética, no para hacer la revolución socialista en Siberia, sino para huir al interior de China, transitando por este país.

    Zhou Baozhong meneó la cabeza, arguyendo que era una tarea casi irrealizable.

    —Ustedes hablan así porque todavía no los conocen hasta sus entrañas. De hecho, el Ejército de salvación nacional es una manada de cobardes. Es una pura soldadesca que al ver siquiera un avión japonés arrojando volantes, tiembla de miedo y emprende la fuga. Es imposible ir al combate con ellos. En mi vida he visto gentes tan miedosas. Sería una quimera pensar en batir al ejército japonés en unión con el Ejército de salvación nacional.

    No eran pocos los que, al igual que Zhou Baozhong, insistían en la imposibilidad del frente conjunto. Hubo divergencias de opiniones y fueron criticados los sostenedores de ese criterio. Cada cual se creía un héroe, genial y dirigente. Como el llamado comité de trabajo con los soldados del Ejército de salvación nacional era provisional, constituido por los que actuaban en diversas partes, no había a quien se pudiera catalogar de líder.

    No obstante, presidí la reunión y pudo desarrollarse hasta el fin. Ocupé ese lugar no por haber sido superior en rango, sino porque los compañeros chinos me eligieron alegando que era un veterano en la labor con el Ejército de salvación nacional.

    Esta fue la cita de Luozigou, la última para el comité de trabajo con los soldados del Ejército de salvación nacional, pues con su conclusión fue disuelto.

    En virtud de la resolución adoptada allí, Ri Kwang y yo, Chen Hanzhang y Zhou Baozhong, y Hu Zemin, acordamos trabajar, respectivamente, en las unidades de Wang Delin, Wu Yicheng y Chai Shirong. Estos dos últimos eran subalternos del primero.

    Algún tiempo después, Chen Hanzhang nos envió la alentadora noticia de que la unidad de Wu Yicheng prometía actuar conforme a la orientación de la reunión de Luozigou.

    Yo estaba trabajando en el destacamento de Wang Delin cuando las hordas japonesas irrumpieron en la zona de Luozigou. Los enemigos se dieron cuenta de que si el grueso de nuestra unidad llegaba a formar un frente conjunto con la de Wang Delin, la situación les sería muy desfavorable. Por eso, aceleraron una ofensiva con enormes fuerzas. Wang Delin huyó de Luozigou, sin pensar en pelear. Interminables filas de miles y decenas de miles de soldados, tal como las hojas otoñales llevadas por un torbellino, se fugaron ante el huracán de fuego, dirigiéndose hacia la frontera chino-soviética.

    Sólo con las guerrillas, de unas cuantas decenas de personas, era absolutamente imposible defender a Luozigou. Nos vimos obligados a retirarnos junto con el Ejército de salvación nacional en dirección a Dongning. Estábamos decididos a detener su huida, aunque tuviéramos que seguirlo hasta ese distrito. En el camino sufrimos muchas peripecias, pues en el repliegue con un escaso número de combatientes teníamos que librar escaramuzas con fuerzas enemigas muy superiores. Como todo esto ocurría en medio de un intenso frío de diciembre, muchos soldados antijaponeses murieron congelados.

    Marchando junto con la unidad de Wang Delin, yo no dejaba de disuadirlo. Si hubiera aceptado mi consejo, habríamos podido tender un frente común y, sobre esta base, librar con éxito la lucha armada antijaponesa en el Noreste de China. Pero no lo hizo y, finalmente, se trasladó al interior de China, pasando por tierras soviéticas.

    Renunciamos de modo definitivo a negociar con Wang Delin y cambiando el itinerario, marchamos en dirección a Wangqing. Me sentí desanimado y triste cuando tuve que regresar, sin alcanzar nuestro objetivo, del lugar desde donde se divisaba la frontera chino-soviética. Para llegar allí habíamos cubierto cientos de kilómetros a partir de Luozigou. Pensé: “Mientras hasta el Ejército de salvación nacional, con sus decenas de miles de efectivos, emprende la fuga, sin atreverse a resistir al ejército japonés, ¿cómo podrá sobrevivir en este invierno nuestra unidad, que quedó tan sólo con 18 integrantes? ¿De qué nos valdremos para sobreponernos a este trance tan severo?”

    Dieciocho personas podrían considerarse un grupo tan insignificante como “un grano de mijo en el mar”, que los japoneses solían mencionar con jactancia.

    Hubo varias causas para que el destacamento, de 40 miembros, se redujera así. Unos cayeron en los combates y otros se quedaron atrás, enfermos. A algunos les dimos de baja por motivos de salud y a unos cuantos les dejamos ir a casa porque se manifestaron incapaces de seguir luchando. Los menos resistentes resultaron los de mayor edad, procedentes del ejército independentista, y los oriundos de áreas rurales.

    Los camaradas que desde la época de Jilin se incorporaron a la lucha como militantes de la UJC, se quedaron en las filas hasta el fin. Mientras al frente de esas 18 personas me dirigía hacia Wangqing, abriéndome paso entre múltiples peligros, comprendí, una vez más, que sólo aquellas fogueadas en organizaciones son capaces de conservar hasta el último momento su fe y cumplir con el deber moral del revolucionario, en cualquier circunstancia, por muy difícil que sea.

    En el camino hacia Wangqing nos encontramos con un enlace de Wu Yicheng y desde aquel momento estuvimos juntos. Se llamaba Meng Zhaoming.

    Al principio, lo detuvimos para indagar quién era. Como pululaban espías de los japoneses por todas partes, debíamos ser muy prudentes en cuanto a la gente desconocida. Meng Zhaoming poseía el certificado de miembro de la asociación antijaponesa, emitida en virtud de un convenio entre el comité de trabajo con los soldados del Ejército de salvación nacional y las tropas antijaponesas. Este documento se entregó tanto a los guerrilleros como a los soldados de estas unidades. Se había acordado que sus portadores serían protegidos y auxiliados recíprocamente por ambas partes. Meng Zhaoming tenía, además, una solicitud de refuerzo de Wu Yicheng dirigida a Wang Delin. Nos convencimos plenamente de que era un enlace de Wu Yicheng que se dirigía a Tianqiaoling.

    Había tenido motivo para tomar este camino.

    —Estuve en Dongning para entregar esta misiva, pero como Wang Delin había huido, mi viaje resultó inútil. Al regresar a Laomuzhihe me enteré que Wu Yicheng se había retirado a Hongshilazi, dejando atrás sólo un batallón. Y para colmo, hasta esta unidad se había ido, según me dijeron, a Xiaosanchakou (Tianqiaoling). Y ahora voy en su busca. A pesar de todo, debo luchar contra los japoneses, aunque me muera en esto.

    Era firme su espíritu antijaponés. Luego de lamentar que en las tres provincias del Noreste del país no había una personalidad capaz de controlar la situación, me preguntó:

    —¿Quién cree usted, señor jefe, que va a vencer? ¿Nosotros o Japón?

    —Seguro que venceremos nosotros. Un escritor de Occidente dijo que el hombre nació para triunfar y no para ser vencido. Usted y yo estamos abriéndonos paso por entre gruesas capas de nieve para alcanzar la victoria. ¿No es así?

    Decidí buscar, junto con Meng, a aquel jefe de batallón, que se habría ido en dirección a Xiaosanchakou.

    Depositando el futuro del frente conjunto en ese batallón, pensamos en persuadirlo por todos los medios para que, por lo menos, siguiera combatiendo.

    Meng Zhaoming siguió con nosotros hasta Wangqing y participó en la defensa de Yaoyinggou. Fue nuestro acompañante inolvidable, quien nos ayudó en los momentos más difíciles y compartió con nosotros un mismo destino. En 1974 me escribió una carta, en la cual evocó, de modo emocionante, nuestro encuentro en la meseta de Luozigou.

    Por ella, me enteré de que el exenlace de Wu Yicheng, quien trabó amistad con nosotros en esos aciagos días, se dedicaba en Dunhua a la agricultura como miembro de una comuna.

    Fue en Laoheishan, según recuerdo, donde atravesamos las circunstancias más críticas. Hasta llegar allí sufrimos mucho, pero no nos sentimos aislados porque nos acompañó el Ejército de salvación nacional, aunque parecía una soldadesca. Pero, después que todos ellos se fugaron a tierras soviéticas, en aquella extensa meseta nos quedamos sólo nosotros, 18 almas. Como Zhou Baozhong se había llevado a otra parte las fuerzas que Wang Delin había dejado al cruzar la frontera, nos vimos en una soledad y aislamiento total.

    Los aviones lanzaban volantes que nos aconsejaban la “capitulación”, y por tierra nos acosaban, por los cuatro costados, bandadas de soldados japoneses “punitivos”. El intenso frío de Laoheishan, desconocido en nuestro país, hasta en altas zonas montañosas, y la capa de nieve que llegaba hasta la cintura, nos impidieron la marcha. Estaban acabándose las provisiones que habíamos acumulado, puñado a puñado, alimentándonos con lo que obteníamos cada día con medidas provisionales. Y los uniformes que llevábamos desde mayo, en Xiaoshahe, eran jirones, que dejaban casi al descubierto la piel.

    Fue en esos instantes que tuvimos la milagrosa suerte de encontrarnos con un buen anciano, apellidado Ma, quien nos salvó de aquel trance tan crítico. Esto ocurrió el día 31 de diciembre, según el calendario lunar. Visto desde el aspecto ideológico, no poseía ningún criterio político ni pertenencia a nada, pero en cuanto a la política del Kuomintang, la detestaba considerándola muy mala. Tampoco simpatizaba con el comunismo. En pocas palabras, era una persona más que pesimista. Sin embargo, resultó ser un hombre honesto y generoso, que no se sentía tranquilo sin ofrecer favores a sus semejantes.

    Poseía dos casas. En la de abajo nos alojamos nosotros y en la de arriba, un grupo de militares que se separaron del Ejército de salvación nacional. En su mayoría eran antisoviéticos que se quedaron en Manchuria, desistiendo de cruzar la frontera, porque la Unión Soviética era un Estado comunista. Entre ellos había también algunos su-balternos del jefe de aquel batallón que Wu Yicheng había dejado en Laomuzhihe.

    Tan pronto como llegamos, Meng Zhaoming se fue a la otra casa para diagnosticar, según su expresión, la intención de aquellos hombres. Le dije que tratara de tantear si estaban dispuestos a unirse y actuar en común con nosotros. Propuso que como conocía a muchos subalternos del jefe de batallón Guo, primero iría a averiguar qué estaban pensando y en caso de entreverse alguna esperanza, entonces yo negociara oficialmente con ellos.

    Pero, Meng Zhaoming volvió con los hombros caídos y me contó con una expresión sombría:

    —No sirven para nada, mucho menos para el frente conjunto. Ya estaban conjurando para hacerse bandoleros.

    Por su parte, el viejo Ma nos informó que tramaban un complot para desarmarnos. Es decir, querían reforzar su pandilla de salteadores con las armas que nos arrebataran.

    Llegada la situación a este extremo, no tuvimos otra alternativa que preocuparnos profundamente por nuestro propio destino y por el porvenir de la revolución.

    Cuando a nuestro alrededor pululaban miles y decenas de miles de soldados de las tropas antijaponesas, nos pareció posible alcanzar de inmediato la victoria, empero, una vez que se habían fugado todos y, encima, en nuestra fila sólo quedaban 18 personas, no podía orientarme. Aunque vayamos a Wangqing, ¿qué podríamos hacer con una docena de fusiles? En Yanji se encontrarían, al máximo, unas cuantas decenas, y, para colmo, aquellos soldados perdidos, gente ignorante y brutal, estaban conspirando para arrebatarnos las armas. ¿Qué haré? Estamos en una meseta desconocida en Luozigou, pero después nos resulta incierto el camino de regreso a Wangqing. Hubo instantes en que me preguntaba: “¿Ahora qué tengo que hacer? ¿Botaré el fusil y volveré a las actividades clandestinas, o continuaré la lucha armada, aunque sea penosa?”

    Si digo que no hubo esos momentos de vacilación, significaría tergiversar la realidad y falsificar la historia. No niego, ni tengo motivo alguno para hacerlo, que entonces el síntoma de incertidumbre se observó no sólo en mí, sino en el resto del grupo.

    Hasta el acero se altera, si se oxida. Es una ley. Y el hombre no es acero, sino un ser más débil y muy variable. Pero, se puede decir que es más firme que el acero. Porque si éste no es capaz de prevenir por sí solo el fenómeno de oxidación, aquel, sí posee capacidad para controlar y coordinar por cuenta propia sus cambios ideológicos. El problema no está en la vacilación, sino en cómo superarla. Se le dice al ser humano rey del universo, porque sólo él tiene la facultad de controlarse a sí mismo; y se le llama al revolucionario gran persona, porque es un ente firme, creador y abnegado, que sabe producir lo necesario, partiendo de la nada, y convertir lo adverso en favorable. No sabía qué hacer, estaba desorientado. Aunque se viniera abajo el cielo y se abriera la tierra, debíamos seguir con la lucha armada, pero los guerrilleros que me quedaban, eran muy jóvenes, no tenían aún veinte años. En cuanto a mí mismo, no se podía decir que tenía suficiente experiencia. Cuando andábamos por las calles de Jilin, ora escribiendo volantes, ora pronunciando discursos, todos éramos héroes, mas, en esta situación resultábamos, sin excepción, escolares primarios. Para las actividades clandestinas encontrábamos múltiples vías, pero una vez que perdimos todo un ejército amigo, de decenas de miles de efectivos, y nos vimos solos en esta despoblada meseta, donde quedaban sólo desertores y otros militares ocasionales, resultaba una tarea difícil para nuestra fuerza allanar el camino que debí-amos seguir los 18.

    Los desertores que ocupaban la casa de arriba, pensaban en hacerse bandoleros; nosotros no podíamos en absoluto actuar así. Si llegábamos adonde estaban las masas organizadas, hallaríamos algún método, pero supimos que la aldea coreana más cercana estaba a unos 80 km de distancia. Y a lo largo de este tramo no había un valle, sin fuerzas japonesas.

    Toda una serie de interrogantes e ideas me atormentaron sin cesar:

    “¿Tan penosa es la revolución? Pensábamos que la concluiríamos sin dificultad, en dos o tres años, ¿cómo es posible, pues, que ahora se encuentre al borde del barranco? ¿Acaso en esta desolada meseta termina la marcha de nuestro destacamento que partió de Antu con pasos marciales al ritmo del clarín?

    “¿Cuántos días y noches pasamos casi sin comer, ni dormir, para formar este destacamento? Enfrascado en su organización, ¿no, me vi impedido de estar al lado de mi madre, ni en sus últimos momentos de vida, y tuve que separarme derramando lágrimas de mis queridos hermanitos? ¿Y en aras de este destacamento, no sacrificaron su juventud y vidas Choe Chang Gol y Cha Kwang Su?” Este último cayó en una misión de exploración en Dunhua. Al pensar en el camino transitado y en el que deberíamos seguir, sentí un gran peso en el corazón, como si todo el globo terráqueo me oprimiera.

    Mientras, sentado delante del fogón, me dejaba llevar por múltiples recuerdos y meditaciones, se me acercó silenciosamente el viejo Ma e inquirió:

    —¿Eres tú el jefe?

    —Sí, yo.

    —Y, ¿por qué tienes los ojos llenos de lágrimas?

    —Quizás por la nevasca que nos azotó.

    Le di esa respuesta, aunque en realidad lloraba preocupado por el porvenir.

    El anciano estuvo observándome un buen rato, atusando su larga barba.

    —Pareces preocupado por la gentuza de la casa de arriba, pero pierde cuidado. Esta noche te llevaré a un lugar seguro, donde podrás reponerte suficientemente. Si descansas una veintena de días, estudias y comes bien, tu mente funcionará con lucidez como la de Zhu Geliang.

    En plena noche, nos sacudió para despertarnos del profundo sueño en que habíamos caído y nos dio de comer empanadillas que tenía para la fiesta de año nuevo. Después, nos condujo a una cabaña, a más de 20 kilómetros de su casa, en medio de un espeso bosque, que ni un avión podría descubrir.

    Había un solo cuarto donde cabía apenas una estera y, pegado, un pequeño depósito, en el cual vimos un corzo y algunas liebres que el viejo había cazado con lazo, y sacos de trigo y maíz, así como piedra moledora.

    —El cuarto es estrecho, pero si cubren el suelo con pajas secas, podrán pasar más o menos los momentos más difíciles. Quédense aquí resguardados y recuperen las energías. Las noticias del mundo exterior se las traeré con intervalos de algunos días. Y cuando se vayan, les serviré de guía.

    Mientras hablaba, encendió el fogón. Nos sentimos tan agradecidos que todos derramamos sentidas lágrimas. No es frecuente tener la suerte de encontrar en una meseta desolada a un bienhechor tan honesto como el anciano Ma. Incluso, hubo quien bromeara diciendo que nos estaba protegiendo “Dios”.

    Permanecimos en aquella cabaña poco más de 15 días. Aprovechamos este tiempo para recuperarnos, realizar estudios y cazar corzos.

    En la cabaña, el viejo Ma tenía guardados muchos libros. Había novelas, libros políticos y biografías de grandes personalidades. El anciano, si bien vivía de la caza en aquel remoto lugar montañoso, era una persona muy instruida. Leíamos con avidez, pasando un libro de mano a mano, por lo que las cubiertas y hojas quedaron desflecadas.

    Después de terminar un texto, organizábamos un conversatorio o debates sobre un tema. Cada cual trataba acaloradamente de hacer valer su opinión, citando hasta palabras de Marx o Lenin. Era moda que cada uno tuviera memorizadas algunas tesis de los creadores del marxismo o ingeniosas frases de famosos autores. Donde se reunían jóvenes, se criticaba incluso a Sun Zhongshan. Estaba también en boga adorar a alguien, como también cuestionar a una gran personalidad idolatrada por todo el mundo.

    Cada cual se consideraba superior a otros. Todos se creían figuras y héroes.

    En aquella cabaña, también debatimos seriamente acerca de la orientación de nuestras actividades posteriores: ¿separarnos e irnos a casa? o ¿dirigirnos a la aldea coreana en Wangqing y reuniendo a los del escuadrón volante, engrosar las filas y seguir luchando?

    Todos se manifestaron dispuestos a continuar la lucha, excepto uno que se nos había unido en Hailong, quien confesó que, por motivos de salud, no podría seguir la lucha armada junto a nosotros. Realmente, en el aspecto físico, no estaba preparado para acciones guerrilleras.

    No le hicimos reproches, ni consideramos cuestionable su caso.

    —Si no pueden ir con nosotros, es preferible que lo digan aquí con franqueza. La revolución no se hace de modo coercitivo. No es posible por fuerza oficial o amenaza. Por eso, quien quiera irse, pues que se vaya, y que queden aquí los dispuestos a luchar.

    En calidad de jefe manifesté así mi criterio. Les concedí suficiente tiempo.

    Algunos días después, nos reunimos otra vez para escuchar la decisión de cada cual. Dieciseis juraron que seguirían, aunque tuvieran que morir en este camino. Sólo dos pidieron permiso para irse del destacamento.

    El de Hailong volvió con su solicitud. Y rogó que no lo consideráramos cobarde. No pudimos rechazar su ruego.

    Pero, le dije:

    —Si te resulta difícil andar con nosotros, puedes irte a casa. No te lo cuestionaremos. Pero en el actual estado, no te dejaremos ir. Tu uniforme está hecho jirones como el de un mendigo. ¿Cómo quieres aparecer con ese aspecto lamentable ante tus padres? Te irás de todas maneras, pero primero vamos a una aldea coreana, donde te haremos un nuevo traje y, además, necesitarás también dinero para el viaje.

    Otro compañero manifestó su deseo de pasar a la Unión Soviética para realizar estudios.

    —Si te vas allá, así como así, sin recomendación de nadie, ¿quién sabrá si podrás estudiar o tendrás que trabajar? ¿No sería mejor que fueras con nosotros a Wangqing y trabajaras hasta que se hagan los contactos necesarios y después te vayas con una recomendación de la organización?

    Los dos estuvieron de acuerdo conmigo y aseguraron que así procederían.

    Más tarde, guiados por el viejo Ma, pudimos abandonar sin problemas la meseta Luozigou. Nos condujo hasta Zhuanjiaolou, en el distrito Wangqing. Fue realmente una persona amistosa, meticulosa y generosa. Algunos años después, al entrar la lucha guerrillera en su época de pleno desarrollo, cuando castigábamos implacablemente a los enemigos en el interior y el exterior de la base guerrillera, me fui a la meseta Luozigou, llevando conmigo cierta cantidad de tejidos y provisiones, pero el anciano Ma ya había fallecido.

    Hasta hoy, en mi memoria queda claramente la imagen del viejo Ma, de hace 60 años atrás. Una vez insinué a los escritores la idea de que escribieran una ópera o drama teniéndolo como personaje original. El episodio legendario sobre el viejo Ma podría constituir un excelente tema para obras operísticas o dramáticas.

    Fue un milagro de entre los milagros el que en aquel invierno no muriéramos de hambre, de frío o segados por las balas. Todavía hoy me pregunto a veces: ¿Qué fue lo que nos dio fuerza para resurgir por encima de las pruebas? ¿Qué fue lo que nos animó a seguir enarbolando la bandera de la lucha antijaponesa, a ser triunfadores, sin darnos nunca por vencidos, ni relegados? Y me respondo a mí mismo con pleno orgullo: “Fue el sentido del deber ante la revolución”.

    Si no lo hubiéramos tenido, seguro que habríamos caído en la profunda nieve y nunca nos habríamos podido levantar.

    Estaba consciente de que si nos desplomábamos, nunca resurgiría Corea. Si hubiéramos pensado que aunque nosotros muriéramos, habría otros prestos a salvar la patria, no nos habría sido posible emerger de entre las avalanchas de nieve en la meseta de Luozigou.

    

    

    

    

    

    NOTAS

    

    

    1. Gobierno Provisional en Shanghai —Creado en abril de 1919, en esta ciudad china, por independentistas antijaponeses de Corea.— 2

    

    2. Syngman Rhee (1875-1965) —Integró el consejo de ministros en el Gobierno Provisional en Shanghai. Fue partidario de la doctrina del fideicomiso. Fungió como presidente del Sur de Corea de 1948 hasta 1960, cuando fue derrocado por el Levantamiento Popular del 19 de Abril, y emigró a EE.UU.— 4

    

    3. Gran “operación de castigo” de 1920 —Se trata de la indiscriminada masacre contra los coreanos perpetrada por el imperialismo japonés en esa fecha en las zonas de Jiandao.— 28

    

    4. Batalla de Qingshanli —Combate sostenido en octubre de 1920, en Qingshanli, en el distrito Helong, de la provincia Jilin, en China. En esta acción, las unidades del Ejército independentista aniquilaron un gran número de efectivos del imperialismo japonés.— 38

    

    5. Batalla de Fengwugou —Se libró en junio de 1920 en Fengwugou, distrito Wangqing, provincia Jilin, China. Allí los agresores nipones sufrieron una seria derrota ante la unidad de independentistas coreanos bajo el mando de Hong Pom Do.— 38

    

    6. Grupo Hwayo —Constituido a principios de la década de 1920 por participantes del incipiente movimiento comunista coreano. Lo denominaron Hwayo, martes, por haber nacido Marx tal día.— 41

    

    7. Choe Tok Sin (1914-1990) —Hijo de Choe Tong O, director de la escuela Hwasong, donde estudió el Presidente Kim Il Sung. Emigró a China después de la ocupación de Corea por el imperialismo japonés. Luego de la liberación del país, en el Sur de Corea ocupó sucesivamente los cargos de comandante de cuerpo de ejército, de ministro de asuntos exteriores y de embajador en Alemania Occidental. En el período de la gobernación de Pak Jong Hui, se exilió a EE.UU. Con posterioridad, se estableció en la República Popular Democrática de Corea, donde se desempeñó como vicepresidente del Comité por la Reunificación Pacífica de la Patria y presidente del Partido Chondoísta Chong-u.— 42

    

    8. Grupo M-L —Fracción creada a mediados de la década de 1920, y que causó considerables daños al movimiento comunista y al obrero de Corea.— 51

    

    9. Eugéne Pottier (1816-1887) —Poeta representativo de la literatura de la Comuna de París. Al fundarse la primera Internacional Comunista ingresó en ésta, y cuando se proclamó la Comuna de París fue miembro de ella. Escribió la letra de “La Internacional”, “El insurrecto” y otros himnos.— 89

    

    10. Ri Sang Hwa (1901-1943) —Conocido poeta de Corea, oriundo de Taegu, en la provincia Kyongsang del Norte, perteneció a una escuela literaria burguesa, pero después del Levantamiento Popular del Primero de Marzo entró en la “KAP”, organización literaria progresista. Es autor de “¿La primavera llega también al campo arrebatado?”, “Canción del mar” y “El alma esperando la tormenta”.— 89

    

    11. Ra To Hyang (1902-1927) —Oriundo de Soul, escritor que se desempeñó como corresponsal de los periódicos “Kyemong” y “Sidae Ilbo”. Al principio perteneció a una sociedad literaria burguesa, pero después del Levantamiento Popular del Primero de Marzo creó obras que criticaron la sociedad de entonces. Publicó más de 20 novelas cortas, entre otras “Hijo de sirvientes”, “Antes de buscar al yo”, “Molino de agua” y “El mudo Sam Ryong”, y tres novelas largas.— 89

    

    12. Choe So Hae (1901-1932) —Nacido en Songjin (hoy ciudad Kim Chaek), en la provincia Hamgyong del Norte, desde temprana edad fue autodidacto. Por un tiempo llevó una vida errante en Manchuria. Al volver a Corea escribió una serie de novelas entre otras “Patria”, “Evasión”, “Hambre y matanza” y “La muerte de Pak Tol”.

    En 1925 participó en la creación de la “KAP”.— 89

    

    13. “Incidente de Hyesan” —Se refiere a dos oleadas de detenciones, una en el otoño de 1937, y otra en 1938, que las fuerzas policíacas y militares japonesas llevaron a cabo en las zonas ribereñas del Amrok para descubrir y reprimir a las organizaciones revolucionarias coreanas y sus militantes.— 119

    

    14. Grupo Soul —Una de las fracciones del incipiente movimiento comunista de Corea, surgida en la década de 1920 al dividirse la sociedad juvenil de Soul.— 158

    

    15. Junta Thong-ui —Institución del movimiento independentista de Corea, constituida a principios de la década de 1920 al fusionarse, en el distrito Huanren, en el Noreste de China, la sociedad de coreanos, la comandancia del ejército de restauración y otras diversas agrupaciones.— 162

    

    16. Asesinato de Zhang Zuolin —Fue tramado por el imperialismo japonés como pretexto de su agresión a Manchuria. Ocurrió en junio de 1928, cuando el tren en que Zhang Zuolin regresaba de Beijing a Shenyang, fue volado sobre un puente ferroviario, cerca de esta ciudad.— 197

    

    17. “Métodos de combate de Sun Zi” —El más antiguo manual de guerra que se conoce en China. Se considera que su autor fue Sunwu, del país Wu.— 223

    

    18. “Sanguozhi” —Manual de historia de la época de los tres reinos de China. Fue redactado por Chen Shou, del país Jin.— 223

    19. “Tongukbyonggam” —Manual militar de Corea, editado en 1450. Trata principalmente de la historia de guerras.— 223

    

    20. “Pyonghakjinam” —Manual militar de Corea redactado en 1787. Se refiere en esencia a los ejercicios o maniobras.— 223

    

    21. Guerra de la Patria Imjin —Comenzada por la agresión de Japón a Corea duró siete años (1592-1598). Se le llama también intrusión japonesa Imjin.— 223

    

    22. Kim Jwa Jin (1889-1930) —Nacido en Hongsong, en la provincia Chungchong del Sur, participó en el movimiento por la independencia de Corea. En 1913 entró en el Cuerpo de restauración de Corea. Al emigrar a Manchuria organizó, junto con So Il y otros, la junta de administración militar del Norte. Ocupó importantes cargos en la junta Sinmin, a la vez que desarrolló operaciones militares antijaponesas.— 269

    

    23. “Sobre la guerra”, de Clausewitz —El autor (1780-1831), de origen prusiano, escribió esta obra cuando era director del colegio de guerra de Berlin. En ésta analizó las diversas guerras llevadas a cabo por Napoleón I. Fue editada en 1832.— 275

    

    24. Tres provincias orientales —Se trata de las tres provincias del Noreste de China: Jilin, Heilongjiang y Fengtian (actualmente Liaoning).— 281

    

    25. Ho Jun (1545-1615) —Conocido médico coreano. Escribió “Tong-ui Pogam”, un extenso manual de Medicina, constituido por 25 tomos, clasificados en cinco partes.— 327

    

    26. Dufu (712-770) —Conocido poeta chino de la época de la dinastía Tang.— 369

    

    

    

    

    

    

    

    

    

    

    

    

    

    

    

    

    

    

    

    

    

    

    

    

    

    

    

    

    

    

    

    

    

    

    

    

    

    

    

    

    

    

    Impreso en la República Popular Democrática de Corea