La más importante tarea que hoy enfrentan los partidos y pueblos revolucionarios es defender y desarrollar la causa del socialismo. Este, pese a sufrir vicisitudes, sigue siendo el objetivo de su lucha y la aspiración de la humanidad progresista. Lo muestra patentemente el hecho de que numerosos partidos revolucionarios del mundo han firmado la Declaración sobre la defensa y el desarrollo de la causa del socialismo, adoptada en Pyongyang, en abril del presente año.
La manera de llevar adelante esta obra depende de cómo se consolida el partido que la dirige, y cómo se eleva su papel rector. Se puede decir que la historia de la lucha por el socialismo es la de la construcción del partido de la clase obrera y de sus actividades. Todo ese sangriento batallar que han sostenido la clase obrera y demás masas populares trabajadoras muestra que tanto la clave de la victoria como la causa del fracaso están en la construcción del partido y sus actividades.
Ahora, cuando los partidos revolucionarios inician un nuevo combate por el socialismo, presentando la Declaración de Pyongyang como programa de su acción común, es de suma importancia hacer un balance correcto de las históricas experiencias y lecciones de la construcción del partido. Esto se presenta como una acuciante tarea también para lograr que nuestros cuadros y militantes agudicen la vigilancia ante las maquinaciones de los enemigos clasistas de toda laya encaminadas a destruir los partidos revolucionarios de la clase obrera, los fortalezcan sin cesar y eleven aún más su papel rector para seguir impulsando con energía la causa del socialismo.
La bancarrota del socialismo en varios países proporciona serias lecciones. A este respecto, lo más importante es conocer con certeza por qué se derrumbaron en una mañana los partidos que por decenas de años dirigieron la causa del socialismo en un difícil bregar. Porque la dirección del partido representa la vía respiratoria de esta causa.
El socialismo es una sociedad progresista que refleja la exigencia de las masas populares por la independencia, y el avance de la humanidad hacia él es el rumbo de la marcha de la historia. Este proceso está orientado por el partido de la clase obrera, y el progreso de la sociedad socialista demanda que este se consolide y desarrolle de manera incesante. A la luz del curso general de la historia de la humanidad el reciente derrumbe de los partidos en el poder bajo el socialismo y el retorno del socialismo al capitalismo en algunos países pueden considerarse como un fenómeno temporal, como una desviación del trayecto normal.
Es también un fenómeno anormal teniendo en cuenta las circunstancias y condiciones en que se desarrollaban y actuaban esos partidos. Desde este punto de vista, el socialismo es incomparablemente más ventajoso que el capitalismo. En la sociedad socialista desaparecen las condiciones sociales, económicas y clasistas que restringen la consolidación del partido y sus actividades, se amplía su terreno socio-clasista y crece la posibilidad de que en virtud de su política popular disfrute del apoyo y la confianza de las masas populares. Sin embargo, se desmoronaron esos partidos, lo cual está relacionado con el hecho de que no se habían fortalecido ni actuaban como era debido.
La tarea más importante en la estructuración del partido de la clase obrera y sus actividades es consolidar su base ideológico-organizativa.
Ya que es una organización política creada sobre la base de la ideología de la clase obrera, cómo preparar su cimiento ideológico-orgánico viene a ser el factor principal que determina su existencia. Ese cimiento tiene que establecerse sólido en todo el proceso de su desarrollo, a partir de los preparativos para su fundación. Esta tarea cobra mayor importancia cuando se plantea el asunto del relevo en su dirección. Porque en esos momentos los enemigos clasistas internos y externos, los conspiradores y los aspiracionistas cegados por la ambición de poder, intensifican de modo más abierto sus maniobras.
El partido gobernante en el régimen socialista puede desbaratar cualquier conjura de los imperialistas y demás enemigos clasistas para destruirlo, con tal de que cuente con una sólida base ideológico-organizativa. Los actos traidores en su seno ponen en mayor peligro su existencia que las intrigas subversivas externas, mas la posibilidad de impedirlos depende de la consistencia de la referida base. Si en su seno se mantienen con firmeza los principios revolucionarios y se estructuran con solidez sus filas en lo ideológico y organizativo, su dirección no será acaparada por los traidores a la revolución, y aun cuando esto ocurra, no tendrán posibilidad de imponer fácilmente lineamientos contrarrevolucionarios a sus organizaciones y militantes. No obstante, en muchos partidos, a causa del viento de liberalización burguesa, se debilitó la base ideológico-organizativa, oportunidad que aprovecharon los traidores para implantar abiertamente su línea contrarrevolucionaria. De modo particular, al no prepararse como es debido las filas de cuadros, armazón de la base ideológico-organizativa, y dar pie a su degeneración ideológica, no pocos de estos no pudieron distinguir certeramente lo revolucionario de lo contrarrevolucionario, y aun cuando se percataron de la naturaleza contrarrevolucionaria de los traidores, les siguieron ciegamente simpatizando con sus ideas o les adularon pensando primero en ampararse ellos mismos. Desde luego que los auténticos comunistas no desistieron de su conciencia partidista, sino lucharon para salvaguardar el partido y el socialismo. Mas su batalla no pudo vencer el regolfo contrarrevolucionario producido por la prolongada degeneración de sus partidos.
Otro asunto importante en el desarrollo del partido de la clase obrera y sus actividades es consolidar su terreno entre las masas.
Como representa los intereses de las masas populares, echar sus raíces entre estas es la condición sine qua non para su existencia. Nunca puede sobrevivir al margen de su apoyo.
Para consolidar ese terreno, el partido en el poder bajo el socialismo tiene que hacer bien su labor con las masas y dotarlas de modo firme con las ideas socialistas, al tiempo que poner en plena acción las ventajas del régimen mediante una eficiente edificación del socialismo. El partido de la clase obrera es por su naturaleza de las masas populares y lucha en defensa de sus intereses, por eso cuando estas se le oponen, quiere decir, precisamente, que se oponen a sí mismas. Pero, si ese partido, por no organizar y dirigir con tino la construcción del socialismo, no exhibe justamente la superioridad de este régimen ni supera los viejos métodos y estilos de trabajo como el burocratismo, y las manifestaciones de corrupción y degeneración como el soborno, puede separarse de las masas. En cuanto al burocratismo, este se manifestó también en la primera etapa de la construcción del socialismo. Dado que en la mente de los funcionarios pervivían los resabios de las ideas caducas y carecían de experiencias en la administración de la sociedad socialista, era inevitable, hasta cierto punto, que se tolerasen viejos métodos y estilos de trabajo. Pero, por entonces, estos no producían consecuencias tan graves que pusieran en peligro las conquistas de la revolución, ya que los obreros y campesinos prestaban mucho apoyo al partido y al poder socialista que los habían liberado de la explotación y opresión. Sin embargo, con el paso del tiempo, a medida que se enervaba la conciencia clasista de las personas y se crecían sus exigencias vitales, mientras las filas de cuadros se engrosaban con integrantes de la nueva generación carentes del temple revolucionario, el burocratismo fue cobrando un cariz todavía más grave, e incluso aparecieron muchos fenómenos de corrupción y degeneración que en el primer período de la construcción socialista se manifestaban en medida limitada. Como se trata de cosas que surgen de los vestigios de ideas caducas y de la ideología burguesa, y no de la naturaleza del partido de la clase obrera y la sociedad socialista, son posibles de conjurar, si este intensifica la labor ideológico-organizativa y entabla el combate contra ellas. Sin embargo, como muchos partidos no prestaron la requerida atención a esta labor, no lograron vencer el burocratismo, la corrupción y degeneración y otras manifestaciones malsanas. Por otra parte, como consecuencia de una ineficiente educación de las masas populares para pertrecharlas de las ideas socialistas y de que abrieron sus puertas a la penetración ideológica y cultural del imperialismo, gran parte de las masas, embotada su conciencia política, se dejó engañar por las intrigas antisocialistas de los imperialistas y reaccionarios. Si ellas hubieran asimilado con firmeza las ideas socialistas, no habría ocurrido que un buen número de personas se dejaran embaucar por los contrarrevolucionarios y se opusieran a los partidos y gobiernos, aunque los traidores al socialismo y los reaccionarios utilizaron los defectos de esos partidos en el poder para desorientar las opiniones sociales bajo el rótulo de la “democracia” y “publicidad”.
El proceso de degradación de los partidos gobernantes en el socialismo, que acarreó la frustración de este, se inició con el abandono de los principios revolucionarios que regían en su consolidación como partidos de la clase obrera. Estos se estipularon hace mucho tiempo por el marxismo-leninismo. Partiendo de la necesidad de la existencia de la vanguardia de la clase obrera para guiar su lucha revolucionaria hacia la victoria, los creadores de la doctrina marxista fundaron la Unión de los Comunistas como una organización política de la clase obrera y la Primera Internacional, y desplegaron intensas actividades para desarrollar bajo la dirección de esta el movimiento comunista internacional. En este proceso formularon una serie de principios para la construcción del partido. Lenin, a la vez que los defendía, desarrolló la correspondiente teoría de acuerdo con las nuevas circunstancias históricas, en que el capitalismo pasaba a la etapa imperialista y maduraba la revolución proletaria; definió como fuerza motriz de la revolución al campesinado pobre junto con la clase obrera y, sobre este nuevo fundamento clasista, creó un partido revolucionario. Al triunfar en Rusia la Revolución Socialista de Octubre bajo la dirección de este partido leninista, esos principios marxista-leninistas fueron reconocidos como universales para los partidos comunistas y obreros.
La nueva época de la independencia, en que las masas populares forjan su destino por sí mismas y de manera creadora, exigió perfeccionar la teoría de la edificación del partido en un nuevo plano. La tesis marxista-leninista, como pertenecía a la etapa en que los partidos de la clase obrera luchaban principalmente por tomar el poder, no dio explicaciones concretas al problema de cómo deberían consolidarse y actuar después de conquistarlo. Una vez que llegaron al poder y establecieron regímenes socialistas, se les plantearon numerosos problemas teórico-prácticos que debían solucionar para su consolidación y sus actividades como organización política rectora de la sociedad. No obstante, muchos de ellos, al aferrarse de modo dogmático al marxismo-leninismo alegando que lo tomaban por su guía directriz, no desarrollaron la teoría de su establecimiento conforme a las exigencias de la realidad de la edificación socialista. Por consiguiente, no lograron resolver de modo correcto nuevos problemas que encaraban en su propia consolidación y sus actividades, como por ejemplo, integrar con firmeza sus filas en lo ideológico-organizativo y reforzar sus cimientos de masas, en correspondencia a su posición en el poder. Al revelarse la limitación de la teoría marxista-leninista sobre la construcción del partido, los revisionistas contemporáneos la aprovecharon para arrastrar a los partidos de la clase obrera por el camino de la degeneración. Bajo el pretexto de desarrollar esa teoría conforme a las circunstancias y condiciones del momento, le eliminaron su esencia revolucionaria, debilitaron de modo sistemático a los partidos y paralizaron su facultad rectora.
La sociedad socialista exige consolidar de modo incesante el partido de la clase obrera y elevar su papel directivo. Al margen de la correcta orientación política del partido esta sociedad, basada en el colectivismo, no puede mantenerse ni allanar victoriosamente el camino de la edificación del socialismo y el comunismo por nadie transitado. A medida que en ella se disfruta de una vida estable durante largo tiempo, es posible que desaparezca de modo paulatino el espíritu revolucionario y surjan manifestaciones de blandenguería entre no pocas personas, sobre todo entre los integrantes de la joven generación que no experimentaron la explotación y opresión ni conocieron dificultades. Esta realidad exige fortalecer el partido, elevar su rol rector e intensificar la formación revolucionaria de los miembros de este y del pueblo. Sin embargo, no pocos partidos gobernantes en el socialismo descuidaron esta tarea, al considerar que no había problemas si después de implantar el régimen socialista se efectuaba bien solo la edificación económica. Aunque esta es una tarea importante para el partido en el poder, luego de establecido el régimen socialista, si se ocupa unilateralmente de ella, prestando poca atención a su propio fortalecimiento y a la formación revolucionaria de sus militantes y de demás sectores del pueblo, es posible que fracase la misma edificación económica e incluso se pierdan los logros del socialismo.
El que se hayan derrumbado en cadena los partidos en el poder y los regímenes socialistas, no en uno o dos países sino en varios, está relacionado con que no implantaron el Juche en la estructuración y actividades de sus partidos.
Establecer el Juche constituye un requisito fundamental para la construcción del partido revolucionario de la clase obrera y sus actividades. Este es una organización política autónoma que lucha contra toda forma de dominación y sometimiento y por realizar la independencia de las masas trabajadoras. Por esta razón, debe analizar y resolver con su propia cabeza y sus propias fuerzas todos los problemas relacionados con su perfeccionamiento y sus actividades. Por supuesto, en el primer período del movimiento comunista internacional fueron necesarias la orientación y ayuda de un centro internacional en la tarea de fundar los partidos para el caso de aquellos países que no tenían preparados los núcleos comunistas.
Con el desarrollo de la historia y el avance de la revolución, en diferentes países se formaron esos núcleos y las fuerzas revolucionarias y sus respectivos partidos llegaron a ser capaces de hacer la revolución de manera independiente, de acuerdo con su realidad concreta. En estas condiciones históricas resultó inadecuado que un centro internacional dirigiera en forma unitaria a los partidos y los movimientos revolucionarios de numerosos países, razón por la cual la Internacional dejó de existir.
Aunque esta se disolvió, en las relaciones entre los partidos comunistas y obreros persistieron los hábitos anteriores, los cuales se manifestaron en aceptar por entero los lineamientos y políticas del partido de un país grande que inició primero el camino del socialismo. Se pueden aceptar las valiosas experiencias de otros, pero aun en este caso hay que aplicarlas con espíritu creador, conforme a la realidad nacional. Como quiera que es diferente la realidad concreta de cada país, si uno asimila de modo dogmático las experiencias ajenas, no puede construir con éxito el socialismo. Pero, no fueron pocos los partidos que, por estar acostumbrados a introducir por entero los lineamientos y políticas de otro, siguieron procediendo de la misma manera aun cuando aquél abandonaba los principios socialistas y abrazaba el camino revisionista, y finalmente llegaron a aceptar hasta la línea de matiz contrarrevolucionario que imponían los renegados del socialismo. Como consecuencia, en la Unión Soviética y en diversos países de Europa Oriental se desintegraron sucesivamente los partidos en el poder y, casi al mismo tiempo, corrieron igual destino sus regímenes socialistas. Estos sucesos no habrían ocurrido si dichos partidos hubieran solucionado todos los problemas que enfrentaban en su consolidación y sus actividades, con sus propios criterios y de acuerdo con las demandas de sus pueblos y la realidad de sus países, asumiendo la actitud de protagonistas y responsables de su revolución.
El proceso de hundimiento de los partidos que tomaron el poder a través de la ardua lucha revolucionaria y se dedicaron durante decenas de años a la construcción del socialismo, y de derrumbe de sus regímenes ha arrojado serias lecciones.
Una de estas lecciones históricas enseña que para dar cima a la causa del socialismo, es preciso defender de modo firme la pureza de la ideología socialista.
Las experiencias de la historia muestran que cuando se deteriora la ideología, se degradan también el partido de la clase obrera y el régimen socialista, y a la larga dejan de existir. Coincidieron con el deterioro ideológico tanto la aparición de traidores en el seno de los partidos y la desintegración de estos en lo ideológico-organizativo como la alteración del estado de ánimo de los pueblos. Si se degenera la ideología, se vuelven ineficaces las potentes fuerzas económicas y militares, e inevitablemente se desmorona el régimen socialista a pesar de que haya pasado por un proceso de desarrollo de decenas de años.
El revisionismo, el dogmatismo y el servilismo a las grandes potencias son las corrientes ideológicas más peligrosas que corroen el socialismo.
La ideología que se opone directamente a la socialista es la burguesa, que, sin embargo, no es capaz de frenar su fuerza de atracción. Esa ideología refleja las exigencias codiciosas de las clases explotadoras y no puede encubrir su esencia reaccionaria por más que se adorne con palabras hipócritas. Es lógico que las masas populares trabajadoras no acepten esta ideología, reflejo de las demandas de las clases explotadoras que violan su independencia, sino la socialista que representa su exigencia por esta. Por eso, en el plano ideológico los imperialistas y los capitalistas utilizaron el revisionismo, derivado de la modificación de la ideología socialista, en favor de sus intereses. Esta corriente sigue siendo, tanto en el pasado como en el presente, el principal peligro para la causa del socialismo. Como reflejo de la ideología burguesa aparecida en el seno del movimiento comunista, obstruyó en los países capitalistas el camino de transición revolucionaria hacia el socialismo, mientras en los socialistas sirvió de medio ideológico para la estrategia de “transición pacífica” de los imperialistas a la vez que abría las puertas a la restauración del capitalismo. Por muy mañosamente que se enmascare el revisionismo contemporáneo, debemos percatarnos de su esencia reaccionaria, y rechazarlo de modo tajante.
También el dogmatismo y el servilismo a las grandes potencias constituyen peligrosos agentes ideológicos para el cumplimiento de la causa del socialismo. Impiden que la ideología socialista manifieste justamente su vitalidad. Si uno se empapa de ellos, baila al son de otros en vez de actuar según su propio criterio y, por consiguiente, introduce el revisionismo si lo hacen otros y a la larga, presa de la ilusión sobre los países capitalistas desarrollados, llega a introducir a ciegas sus métodos. Nos incumbe resolver todos los problemas de conformidad con las demandas de nuestro pueblo y la realidad de nuestro país, siempre con la convicción en la idea Juche y sin tolerar la mínima expresión de estas tendencias.
Otra lección histórica sacada del derrumbe de los partidos en el poder y los regímenes socialistas en varios países, consiste en que para culminar la causa del socialismo es imprescindible solucionar de modo correcto la continuidad de la dirección.
De ninguna manera se puede considerar que la responsabilidad por el derrumbe de estos partidos recae en sus masas de militantes. En cualquier país, ellas apoyaron con sinceridad la causa de su partido de la clase obrera y se sintieron apenadas por su desmoronamiento. El problema está en no haberse podido asegurar de modo correcto la continuidad de la dirección revolucionaria.
El destino de la causa socialista que allana su camino en medio de los encarnizados combates contra los enemigos de clase, depende de la dirección que recibe. La lucha por el socialismo se desplegó en numerosos países durante un largo período histórico, pero no siempre tuvo una dirección acertada. La guía sobre la causa del socialismo puede asegurarse de modo excelente solo cuando se cuente en su centro con un dirigente destacado. Para los pueblos no hay mejor suerte que ser guiados por un líder en quien depositan su absoluta confianza, por poseer brillante perspicacia, sobresaliente capacidad rectora y nobles rasgos morales y por haber realizado inapreciables proezas. Esto, por supuesto, no significa que el pueblo que no tenga un gran hombre a quien aprecie como su líder, no sea capaz de realizar la obra del socialismo. La más importante cualidad del dirigente que la guía es su fidelidad a esta y al pueblo. Él adquiere su sabiduría, capacidad rectora y rasgos morales entre las masas populares. Estas son su maestro, y divorciado de ellas nadie puede ser dirigente destacado. Compenetrarse siempre con las masas, prestar oído a sus opiniones y resolverlo todo apoyándose en sus fuerzas, esto es asegurar una dirección justa, y quien posee tal rasgo de orientador popular es un genuino dirigente del pueblo. Ignorar la voluntad del pueblo y no confiar en su fuerza es naturaleza de renegado. De tomar el poder tales traidores, el pueblo padece inenarrables desgracias. El mayor infortunio para él es no tener un buen guía.
Para solucionar con acierto el problema de la continuidad de la dirección en la sociedad socialista es preciso que el partido sea fuerte. Por lo general las cualidades y capacidades de los dirigentes del movimiento comunista se forman en el curso de fogueo y temple, en medio de la fiera lucha de clases, pero en el caso de los de la nueva generación en la sociedad socialista, este proceso transcurre en lo principal mediante las actividades en el partido y la práctica de la construcción socialista. Y para escoger un dirigente sobresaliente hace falta que el partido sea fuerte. La experiencia de la historia muestra que si se resuelve con previsión la continuidad de la dirección sobre la base de consolidar el partido en el plano ideológico-organizativo y de observar los principios partidistas, es totalmente posible elegir un destacado y competente dirigente, fiel a la causa socialista y al pueblo, y así impulsar con éxito esta obra.
El derrumbe de los partidos en el poder y los regímenes socialistas en diferentes países constituye una gran pérdida para la causa independiente de los pueblos. Pero, será posible fundar partidos más revolucionarios y combativos y bajo su guía, impulsar sin cesar la obra del socialismo, si se sacan lecciones del fracaso y allanan de modo independiente y creador el camino revolucionario para su constitución.
La amarga lección de la desintegración de los partidos en el poder y el derrumbe de los regímenes socialistas en varios países, nos exige reconocer con más claridad la justeza del lineamiento original de nuestro Partido con respecto a su constitución y esforzarnos con mayor energía para llevarlo a la práctica.
Nuestro Partido siempre ha solucionado, desde una posición original y a nuestra manera, todos los problemas que se han presentado en relación con su estructuración y sus actividades. Si hubiera procedido imitando a otros, no habría podido evitar perjuicios. En su trayectoria pasada también hubo presiones del exterior e intrigas de los fraccionalistas serviles a las grandes potencias, que le exigieron seguir lo que hacían otros. Sin embargo, no retrocedió ni un paso de su línea original. Como estructuró sus filas y actuó a nuestra manera, aun en la situación tan compleja como la actual conduce con pujanza la revolución y su construcción como un destacamento combativo unido con una sola voluntad.
Al fundar y dirigir el Partido revolucionario, basándose en la idea Juche, el gran Líder, compañero Kim Il Sung, formuló y sistematizó integralmente la teoría original sobre su construcción, y acumuló imperecederos méritos e inapreciables experiencias a este respecto, los cuales constituyen un sólido fundamento y garantía para fortalecerlo y desarrollarlo sin interrupción como un partido revolucionario de tipo jucheano.
La idea Juche es la única doctrina rectora de nuestro Partido.
La directriz de un partido viene a ser el ideal básico que le indica el objetivo de lucha y los principios y vías para alcanzarlo. Determina el carácter del partido y define la orientación fundamental de su construcción y actividades. El partido es una organización política de las personas que profesan una misma ideología, razón por la cual concebir una idea rectora científica y revolucionaria constituye un importante asunto que ha de solucionarse con preferencia en su edificación. Solo contando con esa idea el partido puede darles a conocer a sus militantes y otros sectores del pueblo la justedad de su causa, infundirles la confianza en la victoria, alcanzar la unidad y cohesión ideológico-volitiva de sus filas y de la revolución, así como llevar al triunfo a esta y su construcción, valiéndose de acertadas estrategias y tácticas.
Las directrices de los partidos revolucionarios de la clase obrera tienen comunidad en el sentido de reflejar los intereses y las exigencias de las masas populares, sujeto de la revolución, por la independencia, pero, inevitablemente, se distinguen por sus propias características, porque cada nación se encuentra en la situación diferente. En otros tiempos se enfatizó solo la necesidad de que todos los partidos poseyeran una consabida idea directriz, mientras se menospreciaba el asunto de que cada uno de ellos debía actuar de manera independiente, contando con la idea propia y desarrollándola de modo creador. Esto impidió que cada país construyera el partido e impulsara la revolución conforme a su realidad y de manera independiente. Solo al concebir y desarrollar una correcta idea rectora desde una posición independiente y creadora, es posible conformar de la misma manera el partido y llevar a buen término la revolución y su construcción, tomando como guía esa doctrina.
Sin embargo, formular la idea directriz de acuerdo con la situación propia y con la realidad en desarrollo, no debe ser motivo para abstenerse de los principios revolucionarios que han de mantenerse invariablemente en la construcción del partido y sus actividades. Estos principios deben sostenerse inmutables, porque el carácter clasista y la misión histórica del partido no pueden alterarse, aunque deben solucionarse en forma creadora los problemas teórico-prácticos relacionados con su construcción y actividades, de acuerdo con sus deberes y condiciones de actuar que cambian en el proceso del cumplimiento de la causa del socialismo. Renunciar a ellos con el pretexto del cambio de las circunstancias y condiciones conduce, precisamente, a destruir el partido revolucionario y traicionar a la causa de las masas populares.
Al concebir la idea Juche, el gran Líder, compañero Kim Il Sung dio una espléndida solución al problema de la ideología directriz del Partido, en consonancia con los requerimientos de nuestra época y la realidad de nuestro país. La justeza y la vitalidad de la idea revolucionaria se determinan por su modo de representar con acierto las demandas de las masas populares por la independencia y sus intereses y de señalar con fundamentos científicos el camino para alcanzarlos. La idea Juche refleja más correctamente la exigencia fundamental de la clase obrera y otras masas populares trabajadoras, y dilucida del modo más científico la vía para su materialización. Esa demanda consiste en librarse de la explotación y la opresión del hombre por el hombre y disfrutar a plenitud de una vida independiente y creadora como dueños del Estado y la sociedad. Por reflejarla con acierto y dilucidar de manera integral la vía para satisfacerla, la idea Juche deviene la más perfecta doctrina revolucionaria de la clase obrera que representa una nueva era en que las masas populares han emergido en el escenario histórico como forjadoras de su propio destino. Cuando el partido se estructura y despliega sus actividades tomando esta doctrina por guía, es posible que se fortalezca y desarrolle sin cesar e impulse con éxito los procesos revolucionario y constructivo. Esta verdad fue comprobada de modo práctico en nuestra revolución.
Formar un partido de carácter masivo, del pueblo trabajador, constituye la orientación principal que el nuestro mantiene invariablemente.
Tiempos atrás, el partido se consideró como una organización política que representa y defiende los intereses de una determinada clase, y como un arma de la lucha clasista. Es la vanguardia que batalla por satisfacer la exigencia y aspiración de su clase, pero si existe solo para servirle a ella, no puede completar su misión como partido revolucionario, ni gozar de un amplio apoyo de las masas populares. Las condiciones históricas de nuestra época, en que esas masas han surgido como forjadoras de su propio destino, requieren estructurar el partido de la clase obrera con un carácter masivo, que represente los intereses de todo el pueblo y abarque a los elementos avanzados de todas las clases y sectores trabajadores. En la sociedad socialista donde los sectores de masas se transforman en trabajadores socialistas y la estructura social y clasista va simplificándose más y más, la conversión del partido de la clase obrera en uno de carácter masivo se presenta como la exigencia más perentoria.
Con la presentación de la teoría sobre la construcción del partido de carácter masivo al percatarse científicamente de la exigencia de nuestra época y la realidad concreta de nuestra revolución, el gran Líder, compañero Kim Il Sung, abrió un nuevo camino para la edificación del partido revolucionario. Esta teoría se basa en el principio de la idea Juche de que las masas populares son las dueñas de la revolución y de la labor de construcción y tienen la fuerza que las impulsa. La causa del socialismo es la obra de y para las mismas masas. Hoy, cuando el socialismo se ha convertido en aspiración de grandes masas populares y su terreno socio-clasista se ha ampliado extraordinariamente, el partido en lucha por la causa socialista debe transformarse, lógicamente, en uno de carácter masivo que represente los intereses de todos los sectores del pueblo y se arraigue en ellos.
Pero esto no debe ser motivo para debilitar o alterar su carácter revolucionario de clase obrera. Este carácter clasista se determina por su ideología rectora y objetivos de lucha, y el carácter revolucionario se manifiesta en su fidelidad a la idea revolucionaria de la clase obrera y la causa socialista. La causa de esta clase se concuerda con los intereses de todo el pueblo y la clase obrera puede culminarla con éxito solo cuando agrupe en su torno a amplias masas populares. Por eso, es requisito legítimo para la construcción del partido revolucionario estructurarlo como una organización de carácter masivo que defiende los intereses de todo el pueblo e incorpora como sus elementos componentes no solo a la clase obrera, sino también al campesinado y la intelectualidad trabajadora. Las experiencias demuestran que si el partido no se organiza así, puede convertirse en un colectivo político minoritario de los comunistas cuando la revolución pasa por la prueba. Construirlo con un carácter masivo que defienda con firmeza las exigencias de las masas populares por la independencia y sus intereses y se arraigue en ellas, es lo único que garantiza con firmeza los estrechos vínculos entre él y las masas y permite llevar adelante con éxito la causa del socialismo, apoyándose en las inagotables fuerzas populares aglutinadas en torno suyo.
El gran Líder, al fundar un partido revolucionario, orientado por la idea Juche, que defiende los intereses de las masas populares y comprende a los elementos avanzados de entre los obreros, campesinos y trabajadores intelectuales, sobre la base de la línea de construcción del Partido de carácter masivo, creó un modelo brillante en la materialización de esta. Él hizo estampar en la insignia de nuestro Partido el martillo, la hoz y el pincel como símbolos del obrerismo, el campesinado y la intelectualidad trabajadora, de acuerdo con su peculiaridad como partido de carácter masivo, así como lo orientó a identificarse con las masas y servirles con lealtad para garantizar su vida independiente y creadora. Nuestro Partido se ha fortalecido y desarrollado como una invencible organización revolucionaria que disfruta del absoluto apoyo y confianza de las masas populares e integra el poderoso sujeto de la revolución uniéndose con ellas en un ente socio-político en que comparten el mismo destino. Esto es un inapreciable fruto de la línea de construir el partido de carácter masivo, presentada por el gran Líder, y deviene firme garantía para todas nuestras victorias.
Asegurar la uniformidad de la ideología y la dirección constituye el principio fundamental de la edificación de nuestro Partido.
La solidez y la vitalidad del partido revolucionario se afirman con la unidad de ideología y dirección. Solo si esto se logra, es posible alcanzar la unidad ideológico-volitiva de todas sus filas y ejercer una correcta orientación sobre la revolución y su construcción.
La uniformidad de la ideología y la dirección dentro del partido se alcanza en la mejor forma solo cuando se cuenta con la guía de un destacado líder. Al poseer extraordinaria clarividencia, sobresaliente capacidad rectora y nobles virtudes, el líder traza políticas y líneas en reflejo exacto de la exigencia por la independencia y los intereses de las masas populares y organiza y conduce con precisión sus actividades creadoras. No puede considerarse partido revolucionario el que no sigue a la ideología y la dirección del líder, ni hereda su causa.
Dicha uniformidad en el seno del partido se asegura por la disciplina centralizada. Puede garantizarse a plenitud con tal de que se implanten el sistema y el orden de trabajo centralizados, según los cuales todas las organizaciones y los militantes del partido ejecuten obligatoriamente su política y línea y se muevan al unísono en virtud de las disposiciones del comité central.
Esa uniformidad no contraviene a la democracia, sino, más bien, asegura fomentar una democracia auténtica. Si se admite en el partido una democracia sin principios, sin unicidad de ideología y dirección, existe la posibilidad de que esta se vea frenada por el burocratismo y la arbitrariedad que se manifiestan entre los funcionarios carentes del temple partidista, y que se destruyan su unidad y cohesión y se promueva la división por elementos espurios agazapados en sus filas. Si en el pasado algunos partidos se dividieron en grupos diminutos y finalmente dejaron de existir a causa del fomento de la indisciplina y el desorden y la aparición de fracciones, ello guarda mucha relación con la no observancia de la unicidad de ideología y dirección, acentuando solo la democracia.
Con tal de que una y otra se combinen de modo correcto, podrá lograrse una auténtica unidad camaraderil entre los militantes, asegurarse una identidad volitiva entre los superiores y los inferiores, así como llevarse a feliz término la política y la línea del partido. Nuestro Partido, que presentó como principio fundamental de su construcción asegurar esa uniformidad, estableció firmemente entre sus militantes el sistema de ideología única y el de dirección única, gracias a lo cual se pudo fortalecer y desarrollar como un invencible destacamento combativo, que piensa y se mueve como un solo hombre bajo la guía del Líder. Nuestra experiencia en la integración del Partido demuestra que solo cuando la democracia se asegure a base de lograrse de modo consecuente dicha unidad en el seno del partido, es posible que este, monolíticamente unido con una sola ideología y voluntad, impulse con dinamismo la revolución y la labor de construcción.
Estrechar la unidad y cohesión constituye la tarea central de nuestro Partido en su consolidación.
La unidad y cohesión es la vida del partido y la fuente de su poderío. Si se quiebran, no puede subsistir. Ellas constituyen la premisa de la unidad política e ideológica de toda la sociedad. La principal fuerza que acelera el desarrollo de la sociedad socialista y la fuente de su invencible poderío están en los esfuerzos de las masas populares unidas con firmeza, y como un solo cuerpo, en torno al partido y al líder. La unidad política e ideológica de toda la sociedad no es concebible al margen de la unidad y cohesión del partido. Este es la fuerza medular que liga ideológico y orgánicamente a las masas populares con el líder. Para lograr la unidad política e ideológica de toda la sociedad mediante la sólida aglutinación de ellas en torno al líder, es preciso, ante todo, que sus fuerzas medulares, las filas del partido, estén unidas y cohesionadas.
La más firme unidad y cohesión del partido son las ideológicas, volitivas, morales y voluntarias de todos sus militantes alrededor del líder. La unión obligatoria o la practicista no puede durar mucho, ni vencer las severas pruebas de la revolución. Solo la unidad y cohesión monolíticas con el líder como centro y basadas en una sola ideología y voluntad y la obligación moral revolucionaria, pueden ser inquebrantables, capaces de superar cualesquier dificultades y pruebas.
La tarea de afianzar la unidad y cohesión del partido debe profundizarse sin interrupción. Dejar de hacerlo, con la satisfacción de tenerlas implantadas, entraña el peligro de que se debiliten poco a poco y acaben por destruirse. Es de especial importancia llevar a cabo una acertada lucha por defenderlas, cuando se plantea el relevo de las generaciones de la revolución y se torna compleja la situación interna y externa. La experiencia histórica demuestra que en esos trances aparecen aspiracionistas y traidores que tratan de destruir la unidad y cohesión del partido.
En fin de cuentas, esa batalla está enfilada contra toda clase de corrientes ideológicas espurias que las carcomen. Las más peligrosas de ellas son las contrarrevolucionarias, incluyendo el sectarismo. Si estas son admitidas en el seno del partido, se formarán grupos contrarios que lo llevarán a la destrucción. Para preservar la unidad y cohesión es necesario, además, tener a raya el regionalismo, el amiguismo y otros agentes ideológicos malsanos. El regionalismo y el amiguismo son caldo de cultivo del sectarismo, y si se toleran, pueden proliferar hasta formar fracciones, destruyendo la unidad y cohesión del partido. Siempre debemos estar alerta, sin olvidar el hecho de que los agentes espurios, opuestos a esta unidad y cohesión, pueden emanar de los remanentes de ideas caducas o introducirse desde el exterior.
La experiencia histórica dice que si no se presta atención a la consolidación de la unidad y cohesión del partido creyendo que en la sociedad socialista ya no se destruirán, puede crearse una grave situación como la aparición de fuerzas sectarias que desafíen al partido en contubernio con las fuerzas contrarrevolucionarias exteriores. Tomar con fuerza las riendas del trabajo de afianzar la unidad y cohesión del partido y profundizarlo, considerándolo como tarea central para la consolidación de este, dará la posibilidad de que esta tarea sea continuada y desarrollada generación tras generación.
Hace ya mucho tiempo que nuestro Partido alcanzó su unidad y cohesión inquebrantable, pero, no satisfecho con ello, siguió impulsando la lucha para fortalecerlas con el Líder en su centro, logrando así hacerlas tan sólidas que no se inmutan aun en la complicada situación actual.
Tomar el factor ideológico como principal es orientación invariable de nuestro Partido en la consolidación del partido.
Como es una organización política de personas con la misma ideología, es indispensable que sus filas sean estructuradas teniendo como lo fundamental el aspecto ideológico. Esto significa integrar las filas con personas fieles a la causa del socialismo, dando principal importancia al grado de su aceptación de la ideología del partido como su credo. Solo entonces se pueden asegurar la firme unidad ideo-volitiva y el fuerte carácter revolucionario del partido, así como elevar el papel de vanguardia de los militantes en la lucha revolucionaria y la labor de construcción. Por lo tanto, cuando se estructuren esas filas se debe tener en cuenta siempre, y principalmente, el nivel de conciencia de las personas y su grado de fidelidad a la causa socialista, considerando como referencia sus condiciones y orígenes socio-clasistas. Por ser una sociedad donde se han eliminado las clases hostiles y convertido todos sus miembros en trabajadores socialistas, no hay que infringir ese principio de conceder la importancia primordial a la idea con respecto a la estructuración de las filas del partido. También en la sociedad socialista pueden darse casos de que algunos, carentes de una preparación política e ideológica, traten de militar en el partido persiguiendo ambiciones de notoriedad e intereses egoístas. Individuos de tal laya no merecen ser militantes, pero si son admitidos se corre el peligro de menoscabar la autoridad y el prestigio del partido y causar su debilitamiento.
Para consolidar el partido, con el factor ideológico como lo esencial, es de suma importancia estructurar las filas de sus cuadros con trabajadores infinitamente fieles a este, al líder y a la revolución. Los cuadros son las fuerzas medulares del partido, los educadores de las masas y los dirigentes de la revolución. De su composición cualitativa depende mucho la solidez del partido. Los cuadros deben tener capacidad, pero, ante todo, una firme ideología. Su primera cualidad es la fidelidad al partido, al líder y a la revolución. Formar sus filas basándose en esa fidelidad constituye la cuestión fundamental que se relaciona con el destino del partido. El obstáculo principal que se presenta en la integración de las filas de cuadros, teniendo en cuenta fundamentalmente su disposición ideológica es la violación de principios partidistas como admitir el favoritismo y el nepotismo en ese trabajo de cuadros. Si esto sucede, es posible que penetren en sus filas personas sin preparación e incluso elementos extraños.
Para asegurar la pureza de las filas de cuadros, nuestro Partido estableció un estricto procedimiento de nombramiento y destitución de cuadros, y los promueve y ubica según el principio de consulta colectiva y de aprobación unánime de los comités correspondientes.
Así, es posible seleccionar y promover como cuadros a personas fieles y competentes, probadas en la práctica revolucionaria. La experiencia de nuestro Partido muestra que solo cuando se estructuran las filas de los militantes y las de cuadros, ateniéndose principalmente a sus ideas, es posible consolidar el partido en lo ideológico y organizativo y, sobre esta base, ir completando su causa a través de varias generaciones.
Realizar la uniformidad ideológica es tarea básica de nuestro Partido.
El proceso de la construcción del socialismo y el comunismo es el de proveer a toda la sociedad con la única ideología revolucionaria, la de la clase obrera. Nuestro Partido ha presentado como tarea general de nuestra revolución uniformar a toda la sociedad con la idea Juche y ha venido esforzándose con tesón para conquistar las fortalezas ideológica y material del socialismo y el comunismo transformando la ideología, la técnica y la cultura según los requisitos de dicha idea.
Lo principal para lograr la uniformidad ideológica es pertrechar a todos los miembros de la sociedad con una misma ideología. El hombre es dueño de la sociedad y su conciencia ideológica define su valor y cualidad y regula todas sus actuaciones. Por eso, para modificar a toda la sociedad a base de una sola ideología hay que empezar por la educación y transformación ideológicas de las personas.
El hombre no solamente es el sujeto en la transformación de la naturaleza y la sociedad, sino también en su propia remodelación. El cambio y el desarrollo de las condiciones objetivas de la sociedad ejercen su influencia sobre la transformación ideológica del hombre. En especial, los del régimen social influyen mucho sobre los de la conciencia ideológica. Pero el cambio de las condiciones objetivas no trae de por sí el de la conciencia ideológica. Esta refleja la demanda y los intereses del hombre y tiene una estabilidad relativa. Aun cuando hayan cambiado las circunstancias y condiciones objetivas, no puede transformarse si el hombre no acciona para lograrlo. Al despreciar la transformación ideológica pensando que el establecimiento del régimen socialista hará que la gente llegue a tener espontáneamente la ideología correspondiente, se da paso para que resuciten las ideas caducas también en esa sociedad. Modificar las ideas es más difícil que cambiar las relaciones sociales y desarrollar las fuerzas productivas. Los residuos de los conceptos obsoletos son muy conservadores y rebrotan si se les dan oportunidades. En especial, las condiciones del enfrentamiento con el imperialismo imponen que la transformación ideológica sea acompañada de una seria lucha de clases. De ahí la necesidad de dirigir mayor fuerza a esa labor y anteponerla con seguridad a las demás.
Para lograr la uniformidad ideológica de todos los miembros de la sociedad es imprescindible contar con una excelente ideología. En la conciencia ideológica del hombre no pueden existir vacíos. De no poseer una ideología tal que pueda ahuyentar la caduca, es imposible realizar con éxito la transformación ideológica.
El gran Líder, compañero Kim Il Sung creó excelentes riquezas ideo-espirituales para efectuar esta tarea al darle vida a la idea Juche y esclarecer en forma general cómo debe vivir y luchar un revolucionario, y mostrar él mismo ejemplos brillantes dirigiendo la difícil lucha revolucionaria durante cerca de siete décadas. Su ideología revolucionaria e historia de lucha sirven de inmejorables manuales y modelos para alcanzar la uniformidad ideológica de la sociedad. También los ejemplos de fidelidad al Partido y al Líder y del espíritu de sacrificio para con la patria y el pueblo, mostrados por los mártires revolucionarios antijaponeses, los heroicos soldados de la Guerra de Liberación de la Patria y los héroes de la revolución y la construcción socialistas, constituyen un valioso caudal para la transformación ideológica.
Los pensamientos caducos no ceden su lugar por sí solos por que exista una ideología destacada. Por supuesto, cuando una ideología es eminente, en la misma medida, resulta grande su fuerza de atracción. Pero cuando los imperialistas y otros reaccionarios perpetran toda clase de viles maquinaciones para desacreditar la ideología socialista y embellecer y retocar los pensamientos reaccionarios burgueses, no es de ninguna manera fácil lograr que la gente acepte las ideas avanzadas. Solo mediante el combate por erradicar esos pensamientos e infundir la avanzada ideología socialista es posible educar y transformar a las personas por vía revolucionaria. Desarrollar con energía la labor ideológica encaminada a lograr este objetivo constituye la más importante tarea que se presenta ante los partidos que edifican el socialismo. Únicamente cuando lleva a feliz término esta labor el partido revolucionario puede asegurar firmemente el triunfo de las ideas socialistas y realizar con éxito la uniformidad ideológica de la sociedad.
La transformación ideológica de la sociedad requiere que se dé prioridad a la educación de los miembros del Partido. Es decir, educar primero a estos para que lo hagan con gentes de avanzada, y estas con las amplias masas. Es un eficiente método para educar y transformar a todos los miembros de la sociedad a la manera de hacerlo uno con diez personas, estas diez con cien, estas cien con mil, y estas mil con diez mil. Los miembros del Partido son, por naturaleza, trabajadores políticos, y la actividad política para educar y transformar a las masas es su misión principal. De no priorizar su educación ideológica, ellos no pueden cumplir con esta misión, y, además, pueden degenerarse en lo ideológico. En lo que respecta a la aparición de traidores a la revolución en algunos partidos gobernantes en el socialismo, no podemos considerar que ellos se opusieron al socialismo desde el comienzo, sino que, degenerándose poco a poco, tomaron el camino de la traición a consecuencia del deficiente trabajo de educación y forja revolucionaria de los cuadros y militantes. También esta lección nos exige prestar siempre la atención primordial a educarlos y templarlos por vía revolucionaria.
Con vistas a la exitosa forja ideológica de los militantes es preciso fortalecer su vida partidista, que es un crisol para ella. Si los militantes se alejan de esa vida y se ponen fuera del control de su organización, pueden contagiarse con el liberalismo y degenerarse ideológicamente. Los militantes tienen que participar a conciencia en las actividades partidistas partiendo de las demandas de su vida política. Nuestro Partido ha implantado un ordenado sistema de vida orgánica para que a través de esta sus miembros puedan hacer brillar su vida política y cumplir con su misión. Ha guiado a todas sus organizaciones a forjar sin cesar, de manera revolucionaria, a sus integrantes a través de su vida partidista, al organizarlos y orientarlos acertadamente de modo que ellos, con un correcto concepto de la organización del Partido, participen en ella de modo consciente conforme a las normas estipuladas en los Estatutos.
La transformación ideológica se realiza mediante la educación y la lucha ideológicas. La educación ideológica tiende a pertrechar a las personas con las ideas revolucionarias y se realiza a través de determinados sistemas, formas y métodos. Nuestro Partido ha establecido en su seno un ordenado sistema para ello, lo ha puesto en funcionamiento regular y ha profundizado y desarrollado sin cesar sus formas y métodos conforme a los requisitos de la realidad en desarrollo. La lucha ideológica es una forma importante de la transformación ideológica que se efectúa por el método de la crítica, y esta es un tonificante que protege al hombre de males ideológicos. Nuestro Partido ha hecho que en su seno reine una sana atmósfera de crítica, de manera que mediante esta se desarrolle la lucha ideológica, la que a su vez, forja por vía revolucionaria a los cuadros y otros militantes.
Para transformar en lo ideológico la sociedad el Partido debe responsabilizarse también de la educación de las masas. La máxima manifestación del amor por el pueblo consiste en pertrecharlo con la conciencia de independencia y despertarlo en lo ideológico, y el delito más grave ante él es paralizarle esa conciencia y degradarlo ideológicamente. Educarlo con responsabilidad es una expresión de ilimitado amor por él.
Las organizaciones del partido, al tiempo que guíen a todos los cuadros y demás militantes para cumplir en amplia escala la labor política entre las masas, tienen que movilizar a las organizaciones de trabajadores para educarlas. Esto es un principio de nuestro Partido para la dirección de las masas. Conducir de modo correcto a dichas agrupaciones es tarea importante que un partido en el poder bajo el socialismo debe cumplir en calidad de organización política rectora de la sociedad. Si bien las organizaciones de trabajadores deben actuar de manera independiente, no es permisible que se aparten de la dirección del partido de la clase obrera. Dado que en la sociedad socialista este es el más fidedigno representante de los intereses de las masas populares, ellas tienen que actuar en todo caso sobre la base de su lineamiento y orientación. Abogar por su “independencia” al margen de la dirección del partido significa, a fin de cuentas, dar pie a que se conviertan en instrumentos de las fuerzas contrarrevolucionarias que se oponen al socialismo. El partido gobernante en el socialismo tiene que ofrecerles una dirección eficiente para que puedan llevar a cabo hábilmente, con independencia e iniciativa creadora, la educación y transformación de las masas de diversos sectores y capas conforme a sus deberes y peculiaridades como mecanismos de educación ideológica. Las normas de la vida orgánico-ideológica en el partido sirven de modelo a las agrupaciones de trabajadores. Pero, como estas, a diferencia del partido constituido por elementos avanzados del pueblo trabajador, abarcan a amplias masas y tienen sus peculiaridades, han de desarrollar su vida orgánico-ideológica, conforme a estas.
El método principal para la educación de las masas lo constituyen la explicación y la persuasión. Es imposible modificar las ideas de las personas con órdenes administrativas o con métodos coercitivos. Una ideología, en todos los casos, debe ser aceptada como credo a través de la explicación y persuasión. Los cuadros deben explicar y persuadir siempre a las masas, sin descanso y con paciencia. La influencia con ejemplos positivos es un poderoso vehículo para formar a las personas. Los ejemplos positivos ejercen una gran influencia porque son progresistas y hermosos, y convienen a las demandas de los hombres por la independencia. Exaltarlos constituye de por sí una crítica a lo negativo y enseña cómo superarlo. La experiencia de nuestro Partido muestra que no hay hombre que no pueda educarse y transformarse con una correcta explicación, persuasión y la influencia con ejemplos positivos.
En la educación de las masas es preciso, en especial, dedicar una gran fuerza a los jóvenes y niños. En la revolución una generación antecesora debe dejar a la siguiente un elevado espíritu revolucionario y capacidad creadora. Es necesario, claro está, dejarle también bienes materiales, pero estos se echarán a perder, por entero, por muy abundantes que sean, si sus integrantes carecen del espíritu revolucionario y es exigua su capacidad creadora. Si observamos los países en que se ha restaurado el capitalismo, no fueron pocos los jóvenes que estuvieron a la cabeza de la oposición al socialismo. La responsabilidad recae en el partido que no los guió por un camino correcto. Educar a los jóvenes y niños de manera revolucionaria y guiarlos así a salvaguardar resueltamente el régimen socialista y llevar a término la revolución en relevo de la generación anterior, constituye otra tarea importante del partido en el poder. La historia alecciona elocuentemente que si falla en esta educación se llegan a perder hasta las conquistas de la revolución selladas con sangre.
Hoy en nuestro país la juventud lucha con abnegación, bajo la dirección del Partido, para un mayor florecimiento del socialismo, y todos los jóvenes y niños crecen como fidedignos continuadores de la revolución. Esto prueba con claridad lo justa que es la dirección de nuestro Partido que dedicó grandes fuerzas a la instrucción y educación de las nuevas generaciones. Sin vanagloriarnos con estos éxitos debemos prepararlas mejor como revolucionarios de tipo jucheano.
Asegurar la dirección política sobre toda la sociedad es misión fundamental de nuestro Partido.
En la sociedad socialista el partido revolucionario de la clase obrera tiene por misión guiar bajo su responsabilidad el destino del pueblo y asegurarle una vida independiente y creadora. Para cumplirla tiene que ejercer con certeza su dirección política sobre todas las esferas de la vida del país: política, economía, cultura, defensa nacional, etc. Su responsabilidad por el destino del pueblo no puede separarse jamás de su posición dirigente. Para un partido revolucionario, renunciar a su posición y papel rectores es evadirse de esa responsabilidad. Elevar dicha posición y papel para poder ejercer seguramente su dirección política sobre la sociedad es una orientación básica para la construcción del partido gobernante en el socialismo.
El gran Líder, compañero Kim Il Sung condujo sabiamente a nuestro Partido a consolidar su posición y elevar su papel como orientador político de la sociedad. Nuestro pueblo confía enteramente su destino al Partido del Trabajo de Corea considerándolo como su único conductor político, y está firmemente determinado a seguirlo hasta culminar la causa revolucionaria del Juche.
La dirección del partido revolucionario sobre la revolución y su construcción debe ser de carácter político, basada en la política.
Ante todo, ha de elaborar correctamente la política. Su lineamiento y política tienen que reflejar exactamente la demanda de las masas populares por la independencia y sus intereses y, para ello, debe escuchar con atención su deseo y exigencia. Nuestro Partido, considerándolas como sus maestras, se compenetró siempre con ellas, prestó oídos a sus voces y trazó la política reflejando sus demandas e intereses. De este modo ha podido evitar en este aspecto las desviaciones tanto derechistas como izquierdistas, y su política disfruta del absoluto apoyo de las masas. A la par de elaborar correctamente la política, el partido debe guiar a sus organizaciones a materializarla de modo consecuente. Una tarea importante de estas a todos los niveles es organizar, controlar y orientar su ejecución. Solo cuando lo hagan con acierto, esa política podrá hacerse realidad en la vida práctica y se impulsarán con éxito la revolución y la construcción.
El partido debe poner en acción con tino el entusiasmo revolucionario y la actividad creadora de las masas populares, anteponiendo la labor política a todas las demás. Su priorización es un requisito intrínseco de la sociedad socialista.
Solo por métodos políticos es posible dar rienda suelta al celo revolucionario y la actividad creadora de las masas populares trabajadoras convertidas en dueñas del Estado y la sociedad. Si a contrapelo de la naturaleza de la sociedad socialista se aplican métodos capitalistas, moviendo a las gentes por dinero o coerción, ello trae como resultado el deterioro del mismo régimen socialista, además de impedir que se pongan en juego como es debido su celo revolucionario y actividad creadora. Lo único que permite consolidar el régimen socialista y exhibir su superioridad en todos los aspectos es el método revolucionario de aumentar este celo y actividad dando prioridad a la labor política. Al anteponer la labor política a todas las demás nuestro Partido ha podido impulsar con fuerza la revolución y su construcción ateniéndose al elevado entusiasmo revolucionario y actividad creadora de las masas populares y poner en pleno despliegue las ventajas del socialismo a nuestro estilo, centrado en estas.
Materializar la línea de masas revolucionaria es una orientación invariable que mantiene nuestro Partido para dirigir la revolución y su construcción.
La línea de masas revolucionaria es un principio para las actividades basado en el punto de vista de que el sujeto de la revolución y la construcción son las masas populares. Su requisito fundamental es que estas ocupen la posición de dueño y desempeñen los papeles correspondientes en la revolución y su construcción. Un partido revolucionario que representa los intereses de las masas populares y les sirve ha de adoptar necesariamente dicha línea como principio fundamental de su actividad y materializarla de modo consecuente en todo el decursar de su lucha por el socialismo.
Para aplicarla perfectamente en sus actividades, el partido debe mejorar ininterrumpidamente los métodos y estilos de trabajo de sus funcionarios. Mediante estos establece sus relaciones con las masas, y de los métodos y estilos de labor que ellos empleen dependen en gran medida el apoyo y la confianza que se gane entre las masas. En la sociedad socialista también es probable que surjan prácticas de abuso de poder y de burocratismo entre los funcionarios que no tienen preparación adecuada. Originalmente el abuso de poder y el burocratismo son métodos de gobierno de la vieja sociedad, donde se oprime y explota al pueblo. La experiencia demuestra que si los funcionarios los practican, llegan a separar al partido de las masas acabando por arruinarlo. Y para un partido gobernante en el socialismo combatirlos de manera intransigente constituye una tarea importante que no permite descuidos ni por un momento.
Nosotros hemos venido prestando una gran atención a la lucha por eliminar viejos métodos y estilos de trabajo considerando que en las filas de nuestros cuadros se verifican cambios de generaciones elevándose la proporción de los que carecen del temple revolucionario. Nuestro Partido, bajo la consigna: “¡Servimos al pueblo!”, ha orientado a todos los funcionarios a trabajar con fidelidad en bien del pueblo y estrechar más los lazos con él. Como resultado, entre ellos se han establecido ese método revolucionario y estilo popular de trabajo: defender los intereses de las masas populares, compenetrarse con ellas y laborar con su apoyo, compartir con ellas las penas y las alegrías, la vida y la muerte, y conducirlas a fuerza de sus propios ejemplos. La profunda confianza y apoyo de que goza nuestro Partido entre el pueblo, es el brillante resultado de sus incansables esfuerzos por ejecutar cabalmente la línea de masas revolucionaria en sus actividades e implantar entre los funcionarios el método revolucionario y estilo popular de trabajo.
Debemos ir materializando de modo más consecuente nuestra autóctona teoría sobre la construcción partidista, cuya justeza y vitalidad fueron comprobadas plenamente en la práctica, para seguir fortaleciendo a nuestro Partido y, bajo su guía, llevar a cabo la obra revolucionaria del Juche.
Fortalecer la unidad y solidaridad con los partidos revolucionarios es, para el nuestro, un requerimiento importante para cumplir exitosamente sus deberes internacionalistas, junto con los nacionales que asume.
La misión fundamental de un partido revolucionario es la de realizar la independencia de las masas populares. Esta tarea no solo es una empresa nacional sino también la común de la humanidad, y la lucha por lograrla en cada país está estrechamente ligada con la batalla por asegurarla en todo el mundo. Un mundo que tenga esa independencia es aquel que se haya librado de la dominación y sojuzgamiento, la intervención y opresión, y donde todos los países y naciones ejerzan plenamente su soberanía como dueños de su destino. A medida que avanza el proceso de independización en el mundo, se van creando mejores circunstancias internacionales para el desarrollo independiente de cada país y nación. De igual forma, la victoria en la lucha de las masas populares por la soberanía en países particulares acelera la independización en todo el mundo por engrosar las fuerzas que la llevan adelante. En condiciones en que los imperialistas y demás fuerzas reaccionarias de toda laya frenan aliados la obra de las masas populares por su independencia; que las fuerzas reaccionarias la desafían, coaligadas en el ámbito internacional, es indispensable que todos los partidos revolucionarios y los pueblos que aspiran a la soberanía le hagan frente unidos.
Pueblos del mundo se incorporan en el mismo frente de lucha por la independencia, por la comunidad de objetivos y tareas que se plantean. “¡Pueblos del mundo que defienden la independencia, unámonos!”, esa ha de ser la consigna común de los pueblos en nuestra época.
Para que los pueblos en pro de la soberanía desarrollen unidos sus luchas, deben ser sus partes medulares, los partidos revolucionarios, los primeros en fortalecer la unidad y solidaridad internacionalistas.
Fortalecerlas constituye un importante factor de la victoria de la causa de las masas populares por la independencia. Si bien ahora esta pasa por pruebas, si todos los partidos revolucionarios del mundo luchan afianzando su solidaridad y la unidad camaraderil podrán detener y frustrar las ofensivas contrarrevolucionarias de los imperialistas y los reaccionarios para obstaculizarla, e ir allanando el camino de la victoria.
La unidad y solidaridad internacionalistas entre los partidos revolucionarios deben alcanzarse sobre la base del ideal socialista. Al margen de ese ideal no se puede imaginar un partido revolucionario, y la unidad y solidaridad entre partidos no puede decirse que sean verdaderamente revolucionarias. El objetivo de robustecer la unidad y solidaridad internacionalistas no está en sí, sino en realizar exitosamente la obra común del socialismo con las fuerzas unidas. Agruparse compactamente sobre la base del ideal socialista es un deber imprescindible de los partidos revolucionarios.
La Declaración de Pyongyang que interpreta la firme voluntad de defender y llevar adelante la causa del socialismo tiene un significado trascendental para fortalecer la unidad y solidaridad internacionalistas entre los partidos revolucionarios y promover esa causa.
La Declaración de Pyongyang afirma que el socialismo es el ideal de la humanidad y una sociedad que representa su futuro, una sociedad verdaderamente popular. La idea socialista es el ideal de la clase obrera, pero no es una idea que representa solo los intereses de una clase, sino una idea universal de la humanidad que refleja la naturaleza social del hombre; no solo es la idea de la liberación clasista, sino también la de la liberación nacional y humana que encarna la aspiración de todas las naciones y seres humanos a la soberanía. Solo optando por el camino del socialismo, en que las masas populares son dueñas de todas las cosas teniéndolas a su disposición, los pueblos pueden gozar de una vida libre, equitativa y digna, conforme a su atributo de independencia; todos los países y naciones pueden conquistar el desarrollo autónomo, libres de todo tipo de dominación y supeditación; y es posible asegurar una paz y seguridad duraderas en el mundo que garanticen la existencia y el progreso de la humanidad.
La Declaración de Pyongyang, al reafirmar la verdad y justeza de la causa del socialismo y la inevitabilidad de su victoria final, les inspira a los pueblos revolucionarios del mundo que aspiran a la independencia, la confianza en la victoria y la voluntad de lucha revolucionaria, mientras a los imperialistas y los reaccionarios que arman alborotos antisocialistas hablando ruidosamente del “final” del socialismo, les asesta duros golpes.
El hecho de que el número de partidos que expresan su acuerdo con la Declaración de Pyongyang llega a ciento y tantos, y los pueblos revolucionarios del mundo manifiestan su plena simpatía con ella, comprueba fehacientemente que la idea del socialismo expuesta en esa declaración ha reflejado la aspiración y el deseo de los pueblos progresistas. Cuando los partidos revolucionarios libren sus batallas tomando la Declaración de Pyongyang por su programa común, podrán fortalecer más la unidad y solidaridad internacionalistas a partir de un mismo ideal y dar un fuerte impulso a la obra del socialismo.
Esa unidad y solidaridad internacionalistas entre los partidos revolucionarios deben alcanzarse sobre la base de la independencia. Puesto que en cada país las circunstancias y condiciones concretas de la revolución son diferentes y sus partidos actúan de modo independiente, no hace falta centro de dirección internacional. Los partidos revolucionarios pueden lograr una auténtica y sólida unidad internacionalista cuando establezcan sus relaciones no como entre superiores e inferiores, ni entre los que mandan y los mandados, sino las camaraderiles que se basen en la independencia e igualdad. En sus relaciones son inadmisibles los actos como el de inmiscuirse en asuntos de otros e imponerles su voluntad, al contrario de la independencia y el internacionalismo.
En la actualidad, una tarea apremiante común de los partidos revolucionarios es la de defender y salvaguardar el socialismo de las ofensivas contrarrevolucionarias de los imperialistas y los reaccionarios.
Aunque ahora estos desarrollan virulentamente sus maquinaciones contra el socialismo, no pueden evitar su fracaso. Los partidos y pueblos revolucionarios del mundo se han sobrepuesto al caos temporal y emprendido nuevos combates. Mientras existan las fuerzas que violan la independencia de las masas populares, es inevitable que estas luchen en su contra y que en este proceso triunfe la causa del socialismo, lo que es una ley del desarrollo de la historia. Aunque los imperialistas, vanagloriándose, campean por su respeto, pasan por una grave crisis. Con el crecimiento de los grandes monopolios, se revela cada día más el carácter reaccionario y antipopular del imperialismo contemporáneo, y se eleva con el paso del tiempo el descontento de las masas populares trabajadoras con la corrupta y enferma sociedad capitalista. Entre los pueblos progresistas del mundo se va patentizando más la aspiración de crear un mundo nuevo e independiente bajo el ideal de la soberanía, la paz y la amistad. Aunque el socialismo atraviesa vicisitudes, si se lucha con la convicción del triunfo haciendo frente con la ofensiva revolucionaria a la contrarrevolucionaria de los imperialistas y los reaccionarios, será posible convertir con certeza las circunstancias adversas en las favorables, y el mal en bien.
Hoy, el que todos los partidos y pueblos revolucionarios se unan y fortalezcan el apoyo y la solidaridad internacionalistas con los países socialistas que mantienen con firmeza los principios revolucionarios, adquiere importancia trascendental, porque los imperialistas y los reaccionarios concentran en ellas las flechas de ataque. Destruir toda forma de sus virulentas maquinaciones destinadas a aislar, bloquear y agredir a los países socialistas, es una apremiante tarea común que se presenta ante los partidos y pueblos revolucionarios en la lucha por defender y preservar el socialismo.
Los imperialistas y los reaccionarios se esfuerzan por todos los medios para impedir la restauración del socialismo en los países donde este sufrió fracasos. Esto es un intento de echar a sus pueblos los lazos de eterna dominación y subyugación. A causa de sus criminales maquinaciones, se crea una crisis catastrófica en aquellos países en que se ha restablecido el capitalismo. Esta crisis no es la del socialismo sino la del capitalismo restaurado y significa la derrota de la restauración burguesa. La única salida del caos y la crisis políticos, económicos, ideológicos y morales, que se agravan cada vez más en los países que retrocedieron al capitalismo, está en la recuperación del socialismo.
Los imperialistas hacen desesperados esfuerzos para estorbar la opción socialista de los pueblos que han emprendido la construcción de una nueva sociedad tras sufrir opresión nacional y explotación. Es un acto orientado a impedirles el avance por el camino independiente. Pelear contra las maniobras imperialistas enfiladas a pisotear los derechos independientes de los pueblos en vías de construir una nueva sociedad y a intensificar la explotación y el saqueo neocolonialistas sobre estos, constituye un importante eslabón de la lucha común por el socialismo.
También en los países capitalistas desarrollados las masas populares trabajadoras oprimidas luchan con dinamismo en demanda de los derechos a la existencia, la democracia y la independencia, a medida que se profundizan la separación y el antagonismo de dos polos representados por los ricos y los pobres que se tornan cada vez más ricos y más pobres, como consecuencia del fortalecimiento de grandes monopolios, y se multiplican toda clase de males sociales.
Cuando los partidos y pueblos revolucionarios extienden el activo apoyo y respaldo a sus homólogos que desarrollan la indoblegable lucha por el socialismo en distintas circunstancias y condiciones, el avance victorioso de la causa común por el socialismo se acelera.
Formar el frente unido con los partidos y organizaciones democráticos en la lucha por el socialismo es una importante tarea de los partidos revolucionarios. Estos coinciden en lo fundamental con aquellos en las exigencias y los intereses por el cumplimiento de la obra socialista contra la explotación y la opresión y por la realización de la independencia de las masas populares. Si en esta lucha los partidos revolucionarios fortalecen la solidaridad con todos los partidos y organizaciones democráticos y colaboran de modo activo sobre el principio de respeto mutuo, la causa socialista se impulsará con vigor.
Para hacer realidad la independencia de las masas populares es preciso vigorizar la lucha antimperialista. Las fuerzas reaccionarias e imperialistas encabezadas por los estadounidenses constituyen el principal blanco de la lucha por defender y mantener el socialismo y conseguir la independencia en el mundo entero. El imperialismo contemporáneo actúa con mayor frenesí para dominar el mundo por la fuerza, aprovechando la destrucción del equilibrio en el escenario internacional. Al margen de la batalla antimperialista no se puede realizar la aspiración y la demanda por la independencia de los pueblos progresistas del mundo, que se oponen a la dominación y subyugación, la agresión y la guerra de los imperialistas. Luchar contra estas es la exigencia esencial de la causa de las masas populares por la independencia, y conciliarse con la política de dominación de los imperialistas deviene traición a esa causa. Mantener la posición de principios de oponerse al imperialismo es el deber ineludible de los partidos revolucionarios. Si estos y todas las fuerzas progresistas luchan con tesón contra el imperialismo considerándolo su obligación común, podrán detener y frustrar con certeza sus maniobras de agresión y de guerra.
Todas las fuerzas antimperialistas y pro-independencia constituyen el sujeto de la lucha por alcanzar la soberanía en el mundo entero. Ellas deben lograr su unidad, para acabar con la dominación, el sometimiento, la intervención y la presión de los imperialistas, establecer un justo orden internacional sobre la base de la independencia, poner fin a la invasión y la guerra y preservar la paz y la seguridad en el mundo. Los imperialistas actúan con astucia a fin de dividir y cizañar a las fuerzas antimperialistas e independientes. Estas tienen que hacerles frente con la estrategia de la unidad, que es la vía de triunfar echando a pique sus maniobras divisionistas y cizañeras. Todas las fuerzas antimperialistas e independientes pueden unirse a partir del deseo común de la soberanía, la paz y la amistad y por encima de las diferencias de régimen social, criterio político, ideología, creencia religiosa, nacionalidad y raza.
Si los países socialistas, el movimiento comunista y el obrero internacionales, el movimiento de liberación nacional, el Movimiento de los No Alineados, el movimiento por la paz del mundo y demás fuerzas antimperialistas e independientes luchan con la fuerza unida, podrán acabar con el dominio y la intromisión de los imperialistas y crear un mundo nuevo e independiente.
La causa socialista, empresa de las masas populares por la independencia es una sagrada obra por realizar el ideal de la humanidad, y luchar con la fuerza unida por su triunfo es la tarea honrosa que los partidos revolucionarios asumen ante la historia y los pueblos. La situación actual, compleja y difícil, exige que estos peleen resueltamente y unidos más que nunca, con inquebrantable convicción de triunfo e indoblegable espíritu revolucionario.
En el futuro también nuestro Partido se esforzará por la firme solidaridad y la activa colaboración con todos los partidos revolucionarios del mundo, para la victoria de la causa socialista, empresa de las masas populares por la independencia, y por cumplir con su sagrada misión y responsabilidad asumidas ante la revolución coreana y la revolución mundial.