Artículo publicado en Sogwang, órgano interno del Ejército Revolucionario Popular de Corea

    10 de noviembre de 1937


    Han transcurrido 27 años desde que los imperialistas japoneses ocuparon a Corea.

    Durante este período el imperialismo japonés ha hecho de nuestra Patria una fuente de materias primas y una cantera de mano de obra para su uso particular, un mercado para sus productos, y la ha convertido en su base militar de agresión al continente.

    Debido a la despótica política colonialista del imperialismo japonés, el pueblo coreano se ve privado de sus derechos nacionales y su libertad, y ahogado en la amarga congoja del esclavo sin patria. Nuestro pueblo no solamente está sometido a una doble y triple opresión y explotación medievales a mano del imperialismo japonés y de sus lacayos, sino que también encara el peligro de ser despojado hasta de su hermoso idioma y alfabeto nacionales.

    La guerra chino-japonesa, desatada por los imperialistas japoneses, está sumiendo a nuestro pueblo en una miseria aún más terrible. Con el objetivo de “asegurar su retaguardia” esos miserables han multiplicado sin cuenta todos los aparatos imaginables de represión fascista colonial —ejército, policía, cárceles, cadalso, etc.—, han seguido fabricando más leyes infames y sanguinarias, y así han convertido a nuestra tierra de tres mil ries, tan hermosa como un bordado en oro, en un infierno humano. El imperialismo japonés intensifica como nunca su demencial ofensiva contra las fuerzas revolucionarias y su bárbara represión y masacre contra las inocentes masas populares. A partir del verano pasado, los verdugos imperialistas japoneses vienen perpetrando en las zonas fronterizas al norte de nuestro país salvajes acciones como destruir las organizaciones filiales de la Asociación para la Restauración de la Patria, y arrestar y encarcelar a numerosos agentes políticos clandestinos y miembros de la Asociación; y también están deteniendo, encarcelando y asesinando a su antojo a numerosas personas inocentes en todas partes del país. Al mismo tiempo, para cubrir su demanda en cuanto a recursos humanos y materiales, que crece proporcionalmente a su guerra de agresión en el continente, están promoviendo abiertamente la barahúnda del reclutamiento forzoso y de la entrega obligatoria de granos. Así, valiosos jóvenes y hombres de mediana edad son sacados a la fuerza de Corea para servirles de parachoques, y los ricos recursos de la Patria son chupados hasta el fondo.

    Nuestro pueblo, famoso por su larga historia de cinco milenios y su brillante cultura, se encuentra ahora ante un dilema: vivir o perecer, subsistir o arruinarse; y nuestra tierra patria se oscurece bajo el negro nubarrón de la desdicha nacional.

    En estos graves momentos de desgracia nacional todos los renegados de la revolución —los reformistas nacionales, los oportunistas de izquierda y de derecha, los fraccionalistas serviles a las grandes potencias—, se han quitado la máscara de cualquier índole y han tomado el camino de la abierta confabulación con los agresores imperialistas japoneses.

    La época demuestra que únicamente nosotros, los comunistas, somos la columna vertebral de las fuerzas revolucionarias, capaces de responder hasta lo último por el destino de la Patria y el pueblo, y nos deparan tareas aún más difíciles y pesadas.

    El camino que se abre ante la revolución coreana está sembrado de severas pruebas y dificultades, pero la situación va girando inconteniblemente a favor de la revolución.

    La demencial política de guerra y la bárbara represión fascista de los imperialistas japoneses, lejos de acreditar su poderío, reflejan los últimos estertores de un moribundo. La guerra chino-japonesa desencadenada por el imperialismo japonés agrava aún más las contradicciones entre las potencias imperialistas y lleva el propio campo imperialista a un debilitamiento general. Cuanto más expandan la guerra, tanto más profundamente los imperialistas japoneses se verán hundidos en un marasmo de muerte y, como resultado, acabarán por quemarse en las llamas de la guerra que ellos mismos encendieron.

    Hoy día las contradicciones nacionales y clasistas entre el imperialismo japonés y el pueblo coreano se van agudizando al extremo. Todos los coreanos —obreros, campesinos, jóvenes estudiantes, intelectuales, capitalistas nacionales, comerciantes, religiosos, etc.— esperan con impaciencia la ruina del imperialismo japonés y se entregan a la lucha antijaponesa en todas partes, odiándolo como se odia a un enemigo jurado con quien jamás se podrá vivir bajo un mismo cielo.,

    El pueblo coreano ha sido siempre un pueblo valiente e ingenioso que aunque tenga que morir combatiendo no sabe doblegarse ante el enemigo. A raíz de la ocupación de Corea por el imperialismo japonés, en nuestro país comenzaron a desarrollarse vigorosamente diversas formas de lucha antijaponesa como el movimiento de voluntarios, el movimiento del Ejército Independentista, los levantamientos obreros y campesinos, y el movimiento antijaponés de la juventud estudiantil.

    Al comenzar la década del 30, se organizó y se está librando bajo la dirección de nosotros, los comunistas, la Lucha Armada Antijaponesa, la cual, propinando serios golpes al imperialismo japonés, está promoviendo la lucha antijaponesa de liberación nacional hacia una nueva etapa. Como se ve, la senda que ha recorrido nuestro pueblo después de la ocupación de Corea por el imperialismo japonés ha sido un trayecto de salvación nacional sembrado de luchas sangrientas.

    Los comunistas coreanos han de cumplir sin falta con el sagrado compromiso de derrotar al imperialismo japonés y recuperar la Patria, mediante la correcta organización y movilización de las masas populares en la lucha aprovechando justamente todas las coyunturas propicias que ofrece el desarrollo de la situación interna y externa y llevando adelante las gloriosas tradiciones patrióticas de nuestro pueblo.

    
1. EL CARACTER DE LA REVOLUCION COREANA

    EN LA ETAPA ACTUAL


    Una definición correcta del carácter de la revolución tiene suma importancia cuando se trata de organizar y dirigir acertadamente la lucha revolucionaria y acercar su victoria. Solo con la definición correcta del carácter de la revolución es posible elaborar una estrategia y táctica científicas y, apoyándose en ellas, organizar y movilizar con seguridad a las masas populares hacia la lucha revolucionaria.

    Algunos han caracterizado la revolución coreana en su etapa actual como una “revolución socialista”, y otros como una “revolución burguesa”. Ambas afirmaciones son erróneas.

    El carácter de la revolución se determina por su tarea fundamental y las relaciones socio-clasistas establecidas en la etapa correspondiente. Las opiniones que consideran la revolución de nuestro país como una “revolución socialista” o una “revolución burguesa” son desviaciones de izquierda o de derecha, derivadas de una errónea comprensión del deber fundamental de la revolución coreana y de las relaciones socio-clasistas concretas de nuestro país en la etapa actual. Aseguraciones de esta índole no pasan de ser conceptos contrarrevolucionarios que obstaculizan la firme unidad de las fuerzas revolucionarias y desvían hacia otra dirección la punta de la lucha.

    Nuestro país es una sociedad colonial y semifeudal donde, con motivo de la dominación colonialista del imperialismo japonés, el desarrollo capitalista se ve restringido al máximo, con predominio de las relaciones feudales de producción.

    En estas condiciones, el deber fundamental de la revolución coreana en su etapa actual es el de desplegarse como una revolución antimperialista de liberación nacional que ponga fin a la dominación colonialista del imperialismo japonés y recupere la Patria y, al mismo tiempo, como una revolución democrática antifeudal que ponga fin a todas las relaciones feudales y dé paso al desarrollo democrático del país. Estas dos tareas revolucionarias se encuentran estrechamente vinculadas entre sí. Esto se desprende del hecho de que los agresores imperialistas japoneses, dominadores coloniales, están en confabulación con los terratenientes y los exburócratas feudales, que a su vez defienden las relaciones feudales.

    El imperialismo japonés mantiene su régimen de dominación colonialista en Corea utilizando como sus lacayos a los capitalistas entreguistas y a los terratenientes feudales, mientras que estos últimos, a su vez, mantienen todo tipo de relaciones feudales de explotación bajo la égida del imperialismo japonés. De ahí que sea imprescindible llevar a cabo en un proceso único la lucha contra el imperialismo japonés y la lucha contra el feudalismo.

    Se deduce, pues, que la revolución de nuestro país en la etapa actual es una revolución democrática, antimperialista y antifeudal.

    Entonces, ¿quiénes son concretamente el blanco de la revolución en nuestro país?

    El blanco principal de la revolución coreana lo constituyen las fuerzas agresoras del imperialismo japonés. Su dominación colonialista es la causa de todos los infortunios que padece el pueblo coreano y el origen de todas las ataduras sociales en nuestro país. Los imperialistas japoneses recurren a todos los métodos y medios para hacer de nuestro país su colonia perpetua, y de nuestro pueblo su eterno esclavo. Esos canallas no solamente estrangulan por completo todo lo nacional que posee el pueblo coreano, sino que también reprimen cruelmente la lucha revolucionaria de las masas trabajadoras encabezadas por la clase obrera de Corea y diseminan sin vacilación sobre nuestra tierra cualquier cosa, por muy decadente y corrupta que sea, con tal que se ajuste a su dominación colonialista.

    Sin recuperar la Patria, poniéndole fin a la dominación colonialista del imperialismo japonés no es posible obtener la emancipación nacional y clasista de nuestro pueblo ni propiciar el progreso social en nuestro país. La lucha contra el imperialismo japonés constituye para nuestro pueblo un combate por recuperar la Patria perdida y conquistar sus derechos nacionales en todos los dominios de la política, la economía y la cultura, así como una lucha por allanar el camino de la prosperidad nacional destruyendo todos los valladares que obstaculizan el desarrollo nacional y social.

    Por esta razón, organizar y desarrollar la lucha antijaponesa de liberación nacional agrupando y movilizando a todas las fuerzas revolucionarias constituye la tarea revolucionaria primordial de los comunistas y el pueblo revolucionario de Corea.

    Blanco de la revolución coreana son además los terratenientes projaponeses, los capitalistas entreguistas, los traidores a la nación y los burócratas projaponeses, quienes sirven todos de fieles lacayos a los imperialistas japoneses con su adulación y servilismo.

    Esos esbirros oprimen y explotan a las masas populares y reprimen del modo más violento su lucha antijaponesa, ayudando activamente al imperialismo japonés en su dominación colonialista a Corea y formando con él un mismo bando. Al amparo del imperialismo japonés en el campo, con métodos feudales ellos oprimen y expolian brutalmente a los campesinos basándose en las relaciones feudales de posesión de la tierra y con métodos capitalistas y feudales esquilman cruelmente a los obreros en las ciudades. Al mismo tiempo, desempeñan el papel de vehículo que propaga, además de las atrasadas costumbres de las relaciones feudales, ideas de sumisión esclava, así como el papel de baquiano que ayuda al imperialismo japonés a extender aún más profundamente sus tentáculos de dominación colonialista en todas las esferas.

    Si los dejamos tal como están, resulta, pues, imposible llevar a cabo exitosamente la lucha antijaponesa de liberación nacional y abrir el camino del desarrollo democrático al país. Por esta razón debemos luchar resueltamente no solamente contra el imperialismo japonés, sino, al mismo tiempo, contra los terratenientes projaponeses, los capitalistas entreguistas, los traidores a la nación y los burócratas projaponeses.

    Para llevar a cabo bien la lucha revolucionaria hace falta tener una correcta comprensión no solamente del carácter y el blanco de la revolución, sino también de sus fuerzas motrices. En cualquier revolución, una garantía importante para su victoria es lograr que se movilicen sin excepción todas las clases y capas interesadas en ella.

    Las fuerzas motrices de la revolución coreana en la etapa actual son las amplias fuerzas democráticas antimperialistas, integradas en primer término por los obreros y campesinos, y luego por los jóvenes estudiantes, los intelectuales y la clase pequeñopropietaria. También pueden participar en la lucha antimperialista los capitalistas nacionales y los religiosos honestos.

    La clase obrera es la clase dirigente no solo, huelga decirlo, en el período de la revolución socialista y la construcción del socialismo y el comunismo que se harán en el futuro, sino también en la revolución democrática, antimperialista y antifeudal. Ello es así porque la clase obrera es la única que representa los intereses fundamentales de las masas trabajadoras y la clase más avanzada, con un grado superior de espíritu revolucionario y de organización, capaz de conducir la revolución a la victoria como organizadora y guía de las demás masas trabajadoras.

    La clase obrera de nuestro país está interesada en la revolución antimperialista de liberación nacional más vitalmente que cualquier otra clase.

    La situación en que se encuentra la clase obrera coreana bajo la dominación colonialista del imperialismo japonés es increíblemente trágica. Los imperialistas japoneses, mientras restringen al máximo el desarrollo de la economía nacional de nuestro país, tienen concentradas en sus manos casi todas las ramas de la industria, y explotan a los obreros coreanos con métodos de una crueldad sin precedente. Con el propósito de chuparles más sangre y sudor a los obreros, aumentan al máximo la intensidad del trabajo, valiéndose de todos los métodos y medios, y prolongan la jornada laboral hasta entre 12 y 18 horas. Aun en tan pésimas condiciones no todos tienen la posibilidad de conseguir empleo. Pues, los muy canallas, para obtener el más jugoso superbeneficio colonial, ponen en práctica la más virulenta política de saqueo, como es emplear con bajo salario mano de obra infantil y femenina y desplazar sin cesar a los trabajadores mayores. En consecuencia, innumerables obreros, botados de sus centros de trabajo, están engrosando las filas de la reserva industrial y se ven incluso privados de los elementales derechos a la vida.

    Esos salteadores pagan a los obreros coreanos un salario que ni siquiera llega a la mitad del que reciben los obreros japoneses por igual trabajo y, lo que es peor, les arrebatan luego más de la mitad a título de “contribución para la defensa del país”, “empréstito público”, “multas”, etc. Los obreros coreanos se encuentran así en una situación tal que ni siquiera pueden sustentarse aunque están agobiados a más no poder por el peso del trabajo.

    Después del estallido de la guerra chino-japonesa la vida de los obreros se ha hecho aún más difícil. Los japoneses usan la fuerza para llevar a los obreros a los lugares donde se construyen instalaciones militares, allí les imponen un trabajo esclavizado sin pagarles ni siquiera esos pocos centavos de su salario de hambre y, finalmente, les dan muerte cruelmente para “guardar el secreto”.

    Esta insoportable situación trágica y deplorable en que se encuentra la clase obrera de nuestro país no solo agudiza más su espíritu revolucionario, sino que también la ha precisado a organizarse y forjarse más como clase a través del combate práctico y a colocarse a la cabeza de la lucha antijaponesa de liberación nacional.

    El recuento de más de 20 años de lucha de liberación nacional en nuestro país demuestra que ninguna otra clase, salvo la obrera, puede desempeñar el papel dirigente en la revolución democrática, antimperialista y antifeudal.

    Por su debilidad clasista, la capa de intelectuales burgueses y pequeñoburgueses de nuestro país siempre se ha mostrado vacilante ante las dificultades de la lucha antijaponesa de liberación nacional y ha tratado de lograr la independencia de Corea no por métodos revolucionarios, sino por expedientes acomodaticios. Organizaciones tales como la “Asociación de Fomento de la Producción”, la “Asociación de Estudio de la Política”, etc., que crearon vociferando la independencia de Corea, todas han sido agrupaciones nacional-reformistas que propugnaban la reforma y el compromiso en vez de la revolución y la lucha.

    De ahí que lo más importante para cumplir consecuentemente con la revolución democrática, antimperialista y antifeudal sea asegurar firmemente el papel dirigente de la clase obrera, cuyos intereses en esta revolución son los más vitales y que lucha valientemente sin temor a las dificultades.

    Aledaño al de la clase obrera, es también destacable el puesto que ocupan los campesinos en la revolución coreana. Como aliados seguros de la clase obrera, los campesinos integran junto con ésta el grueso de la revolución.

    En un país como el nuestro, donde los campesinos constituyen la mayoría absoluta de la población, es inadmisible no conceder especial importancia al lugar que ellos ocupan en la revolución. En nuestro país el campesinado representa más del 80% de la población. En estas condiciones, el problema de ganar o perder a los campesinos viene a ser el factor clave que decide la victoria o la derrota de la revolución. En una situación como la de nuestro país, si se obvia el problema de la incorporación de los campesinos a la revolución, ello podría traer como consecuencia no solamente el aislar a la clase obrera y debilitar su papel dirigente, sino también dejar bajo la influencia del enemigo a la abrumadora mayoría de la población.

    La razón por la que el campesinado de nuestro país ocupa un lugar importante en la revolución no reside tan solo en su proporción numérica, sino también en el hecho de que está interesado del modo más acucioso en la revolución democrática, antimperialista y antifeudal.

    La dominación colonialista del imperialismo japonés ha arrojado a los campesinos de nuestro país en un pantano terrible de hambre y miseria. Los imperialistas japoneses, mientras explotan a los campesinos dejando intactas en el campo las relaciones feudales de posesión de la tierra y utilizando a los terratenientes como sus lacayos, les arrebatan por otra parte las tierras fértiles a los campesinos coreanos con pretextos como el “censo de la tierra”, la “organización de la Compañía de Explotación Colonial del Oriente”, etc.

    Si en 1914, año muy reciente a la ocupación por el imperialismo japonés, más del 60% de los campesinos coreanos trabajaban sus tierras y los campesinos arrendatarios y peones agrícolas no pasaban del 35% del total de las familias campesinas, ahora el número de los que laboran su propia tierra se ha reducido a un 18% o menos, mientras que el de los arrendatarios y peones agrícolas ha aumentado a más del 70% del total de las familias campesinas. El resultado es que la absoluta mayoría de los campesinos coreanos ha retrocedido a una situación de desposeído en el campo. Numerosos campesinos, expulsados de sus tierras ancestrales, andan vagando y mendigando en tierras extrañas o subsisten por no matarse, recibiendo un trato infrahumano bajo el látigo de los japoneses, de los terratenientes y los capitalistas. Aun en el caso de los campesinos que todavía conservan su tierra, la situación de la mayoría de ellos es tal que se sustentan con cortezas de árboles y raíces de hierbas por no poder llevarse nada mejor a la boca sometidos como están a una infinidad de impuestos, y se ven en constante zozobra bajo la amenaza de ser expulsados en cualquier momento.

    Para satisfacer los imperativos de la guerra, el imperialismo japonés lleva al azar a campesinos jóvenes y de mediana edad al ejército y a las instalaciones militares en construcción y cada año envía a Japón millones de soks de arroz tomados a la fuerza. Tal compulsión militar ha empujado la vida de los campesinos a tan mala situación que se hace imposible soportar por más tiempo.

    Como resultado, el campo de nuestro país se ha convertido en una zona de hambre crónica que la historia no ha conocido en ningún otro lugar.

    Esta trágica situación del campo de nuestro país les ha inculcado a los campesinos un rencor medular contra el imperialismo japonés y contra los terratenientes feudales, y los ha impelido a emprender activamente el camino de la lucha antimperialista y antifeudal, convencidos de que la revolución es el único medio de salvación.

    A pesar de eso, los oportunistas de izquierda y los fraccionalistas serviles a las grandes potencias menospreciaron el espíritu revolucionario de los campesinos coreanos, cotorreando que se trata de “hombres de dos caras” o que “los campesinos eran una clase incapaz de llevar la revolución hasta el fin por sus acentuadas oscilaciones de carácter, siendo como son una clase de pequeñopropietarios”.

    Tales afirmaciones no concuerdan con la realidad y niegan por completo toda posición que tienda a fortalecer las fuerzas revolucionarias.

    Los comunistas coreanos deben rechazar toda posición y actitud erróneas con respecto al campesinado de nuestro país y luchar activamente para ganarlo, a fin de ir estructurando sólidamente el grueso de la revolución.

    Por su carácter democrático, antimperialista y antifeudal, la revolución de nuestro país exige la captación no solamente de los obreros y campesinos, sino también de los jóvenes estudiantes, los intelectuales, la clase pequeñopropietaria y hasta los capitalistas nacionales y los religiosos honestos. El imperialismo japonés con su dominación colonialista fascista se gana el odio de los jóvenes estudiantes, los intelectuales, la clase pequeñopropietaria, los capitalistas nacionales y los religiosos honestos, y los emplaza a la lucha por la independencia de la Patria y la liberación nacional.

    Los jóvenes estudiantes y los intelectuales tienen, en general, un fuerte sentido de justicia y son sensibles a las ideas progresistas y al curso que toman los tiempos porque estudian la ciencia y la verdad. Por eso sus elementos más avanzados desempeñan un papel de precursores al adquirir antes que nadie el marxismo-leninismo, al ilustrar y despertar a los obreros y campesinos y encauzarlos en el movimiento revolucionario.

    En particular los jóvenes estudiantes y los intelectuales de nuestro país son víctimas directas de la opresión y discriminación del imperialismo japonés por su condición nacional, aparte de que experimentan también la trágica y miserable suerte que padece la nación bajo la dominación colonialista y sienten más receptivamente que los demás la irracionalidad de la actual sociedad.

    Por la situación en que se encuentran los jóvenes estudiantes y los intelectuales de nuestro país llevan el despertar nacional a flor de piel y tienen una conciencia antimperialista muy acentuada en comparación con los de otros países. Esta es la razón por la cual ellos participan activamente en la revolución de liberación nacional con ideas avanzadas de lucha justiciera y con el propósito revolucionario, democrático, antimperialista y antifeudal de expulsar a las fuerzas agresoras del imperialismo extranjero y desarrollar la Patria atrasada tan prósperamente como otros países.

    Muchos jóvenes estudiantes e intelectuales de nuestro país se arrojaron resueltamente, desde los primeros días de la ocupación de Corea por los imperialistas japoneses, a luchar contra ellos y contribuyeron grandemente al despertar la conciencia de las amplias masas antijaponesas, principalmente obreras y campesinas, exhortándolas a la lucha revolucionaria. También en los momentos en que se gestaba la Lucha Armada Antijaponesa, los jóvenes estudiantes e intelectuales revolucionarios hicieron un gran papel en su labor de estrechar organizativa e ideológicamente las filas revolucionarias y cimentar el terreno de masas para la lucha. Hoy también incorporados a la Guerrilla Antijaponesa y a las organizaciones revolucionarias clandestinas, están combatiendo indoblegablemente.

    Todos estos hechos son prueba de que los jóvenes estudiantes y los intelectuales están cumpliendo un importante papel en la lucha revolucionaria.

    A pesar de esto, ellos no pueden constituir por sí solos una fuerza política independiente ni desempeñar un papel decisivo en la lucha revolucionaria por su fragilidad, su carácter vacilante y su proclividad a quedarse en medio del camino; dentro de la revolución democrática, antimperialista y antifeudal ellos no pueden cumplir el papel revolucionario sino bajo la dirección de los comunistas y de la clase obrera.

    También en cuanto a los capitalistas nacionales hay que ver la cuestión en forma específica. Los capitalistas nacionales de los países coloniales y semicoloniales tienen una serie de peculiaridades que los distinguen de los burgueses de los países capitalistas.

    Desde el punto de vista clasista los capitalistas nacionales pertenecen a la clase explotadora, pero su actividad económica está restringida por los imperialistas extranjeros y los capitalistas entreguistas confabulados con estos, y se ven constantemente amenazados por la ruina. De ahí que ellos, aunque inconstantes, tengan una conciencia antimperialista y deseen la independencia nacional.

    Particularmente, los capitalistas nacionales de nuestro país van velozmente proa a la bancarrota y la ruina debido a la dominación colonialista fascista y terrorista del imperialismo japonés y la penetración en vasta escala del capital monopolista japonés que conlleva esa dominación. Si en 1928 el capital coreano representaba más del 26% del valor total de la producción industrial, ahora su situación es tal que ni siquiera alcanza un 10%. Aun este exiguo capital apenas puede sostenerse en pie, limitándose a ramas sumamente secundarias como son el descascarillado de arroz, el desmotado de algodón, etc.

    Este ruinoso destino, impuesto a los capitalistas nacionales por el dominio colonialista del imperialismo japonés, los impulsa a participar en la revolución antijaponesa de liberación nacional en aras de sus intereses.

    Los capitalistas entreguistas temen antes la lucha revolucionaria antimperialista del pueblo que la misma agresión imperialista, pero los capitalistas nacionales se resisten a la agresión imperialista y apoyan la lucha revolucionaria antimperialista del pueblo. Tachar de reaccionarios hasta a los capitalistas nacionales, al ver los actos vendepatrias y traidores de una ínfima minoría de capitalistas entreguistas, solo trae como resultado que se debiliten las fuerzas revolucionarias antimperialistas. La incorporación de los capitalistas nacionales a la lucha antimperialista de liberación nacional adquiere una importancia no desdeñable a la hora de aislar al máximo a los enemigos y reforzar las fuerzas revolucionarias.

    Como acabamos de ver, en la etapa actual de la revolución coreana sus fuerzas motrices las constituyen las amplias fuerzas antijaponesas. Nosotros debemos encauzar hacia la lucha antimperialista de liberación nacional a todas las fuerzas antijaponesas manteniendo una actitud de principios pero sin estrechez de miras con todas las clases y capas que puedan participar en la revolución, abrazándolas, agrupándolas y organizándolas debidamente.

    Ahora bien, ¿cuáles son las tareas que deben cumplirse en nuestro país en el transcurso de la revolución democrática, antimperialista y antifeudal?

    La tarea primordial y fundamental que debe ser llevada a cabo en nuestro país durante la mencionada revolución, es, claro está, la de derrotar primero a todas las fuerzas reaccionarias: los agresores imperialistas japoneses y los terratenientes projaponeses y los capitalistas entreguistas confabulados con estos. Pero con esto no se da cima a la revolución democrática, antimperialista y antifeudal. Después de derrotar al imperialismo japonés y a las fuerzas reaccionarias confabuladas con él, debemos liquidar todas las relaciones socio-económicas en las cuales se apoyaban en todos los dominios, tanto político y económico como cultural, y establecer sólidamente un nuevo y avanzado régimen democrático para que el viejo sistema no pueda resurgir nunca más.

    Después de derrotar a los agresores imperialistas japoneses tenemos que establecer de inmediato un poder democrático.

    El problema del poder es una cuestión fundamental en la revolución. Sin controlar el poder sería imposible lograr la completa liberación nacional y clasista de nuestro pueblo, como imposible sería edificar sobre la tierra patria un Estado soberano e independiente, rico y poderoso. A través de su dolorosa experiencia de esclavo sin patria, el pueblo coreano se ha percatado ya profundamente de la suerte que corre una nación sin poder. Verdaderamente, no hay cosa más importante que tener su propio y auténtico poder.

    En la solución del problema del poder es muy importante definir su forma, teniendo en cuenta el carácter y los deberes de la revolución y las relaciones de clase existentes en la época dada, de manera que dicha forma se ajuste a todo esto.

    Entonces, ¿qué forma de poder democrático debemos establecer?

    Puede haber dos formas de poder democrático: una que pertenece a la categoría del poder burgués, es decir, el poder democrático dirigido por la clase propietaria, y otra que pertenece a la categoría del poder proletario, o sea, el poder democrático dirigido por la clase obrera.

    El poder democrático en manos de la clase propietaria es un poder que defiende los intereses de sectores sumamente limitados como la burguesía, la pequeñoburguesía, etc.; por tanto, resulta siempre vacilante e inconsecuente y no puede guiar a las masas populares por el camino del socialismo y el comunismo, que son el objetivo final de los obreros y los campesinos pobres.

    En cambio, el poder democrático en manos de la clase obrera es un poder que defiende los intereses fundamentales de las grandes masas obreras y campesinas; por tanto, cumple consecuentemente las tareas de la revolución democrática, antimperialista y antifeudal y puede dirigir a las masas populares por el camino del socialismo y el comunismo, que son el objetivo final de los obreros y los campesinos pobres.

    De ahí que el poder que debemos establecer después de derrotar al imperialismo japonés sea el poder democrático popular perteneciente a la categoría del poder proletario, es decir, el poder democrático dirigido por la clase obrera.

    Después de establecer el poder, apoyándonos firmemente en él, debemos llevar a cabo la reforma agraria y otras reformas democráticas. En esto lo más importante es barrer a fondo todas las fuerzas remanentes imperialistas que ha dejado como residuo el imperialismo japonés.

    Aun después de destruir el aparato de dominación colonialista del imperialismo japonés, debemos proseguir eliminando las fuerzas residuales de este imperialismo que sobreviven en todos los dominios: político, económico y cultural; solo entonces podremos cumplir con éxito las tareas de la revolución antimperialista de liberación nacional, lograr la completa independencia política del país y, más adelante, liquidar todas las fuerzas feudales y desarrollar el país sobre una base democrática.

    Para liquidar las fuerzas restantes del imperialismo japonés, ante todo hay que eliminar de cuajo a los terratenientes reaccionarios, a los elementos projaponeses y a los traidores a la nación, que han sido el terreno principal para la dominación colonialista del imperialismo japonés y han apoyado activamente el aparato de dominación, y no dejarles lugar donde puedan plantarse.

    Además, hay que anular todas las leyes y disposiciones dictadas por los imperialistas japoneses y establecer un nuevo orden en la construcción del Estado, elaborando nuevas leyes y reglamentaciones que defiendan los intereses de las grandes masas populares. Y hay que liquidar los remanentes ideológicos del imperialismo japonés junto con su modo de vida, desarrollar la enseñanza popular sobre la base de nuestro propio alfabeto e idioma y fomentar la cultura autóctona.

    Sin desintegrarle la base económica al imperialismo japonés y a los capitalistas entreguistas no es posible abrirle a la economía un camino de desarrollo independiente, ni tampoco consolidar la independencia política del país. Nosotros debemos nacionalizar y convertir en propiedad de todo el pueblo las industrias importantes, tales como las minas, fábricas, ferrocarriles, transporte, bancos, comunicaciones, comercio interior y exterior, etc., pertenecientes todos al Estado japonés, a particulares japoneses y a los capitalistas entreguistas, para de esta manera poner los principales medios de producción del país al servicio efectivo de la independencia, la prosperidad de la Patria y el bienestar popular, y crear las bases económicas para la construcción de una nueva sociedad libre de explotación y opresión.

    Junto con las tareas de la revolución antimperialista, debemos dar cabal cumplimiento a las de la revolución democrática antifeudal.

    Una tarea primordial que se nos plantea en este sentido es la correcta solución del problema agrario. He ahí el contenido principal de la revolución democrática antifeudal. Y es así porque ello permite liberar de la explotación y los grilletes feudales a las masas campesinas, que constituyen la absoluta mayoría de la población, así como mejorar radicalmente su situación social y política, y abrir un ancho camino al progreso social y al desarrollo de las fuerzas productivas.

    Nosotros nos proponemos confiscar las tierras pertenecientes al Estado japonés, a los japoneses y a los terratenientes projaponeses, y repartirlas entre los campesinos que las trabajan; nos proponemos liquidar por completo todas las relaciones feudales de posesión de la tierra, tales como el sistema de arrendamiento, el régimen de compraventa de la tierra, etc. De este modo, debemos destruir por completo el fundamento económico de las fuerzas feudales e impedir que renazca.

    Además, hemos de liberar al pueblo de toda clase de discriminación por casta y de desigualdad en las relaciones y, especialmente, procurar que las mujeres, que ocupan la mitad de la población, sean emancipadas por completo de la esclavitud feudal.

    Junto con esto, debemos asegurarles a los trabajadores por todos los medios, la libertad política y los derechos democráticos y brindarles todas las medidas de beneficio social, tales como la jornada laboral de 8 horas, la protección en el trabajo, el seguro estatal; y debemos crear asimismo las condiciones que permitan que todos los trabajadores participen libremente en el trabajo y sin ninguna traba, bajo la protección del Estado y la sociedad.

    La ejecución de todas estas reformas socio-económicas constituye una drástica revolución social encaminada a eliminar los lastres de la cruel dominación colonialista del imperialismo japonés y todos los vicios y trabas sociales que nos quedan como herencia milenaria.

    Los comunistas tienen el deber de satisfacer cuanto antes ese deseo secular de las grandes masas trabajadoras, que es verse liberadas de toda clase de opresión y explotación sociales, para así insuflarles un mayor entusiasmo político, incorporarlas activamente a la lucha revolucionaria y seguir orientándolas por el camino de la revolución.

    El cumplimiento de las tareas de la revolución antimperialista y antifeudal no marca el fin de la revolución. Cuando den cima a esta revolución democrática, antimperialista y antifeudal, los comunistas deberán proseguir la revolución para construir en nuestro país un paraíso socialista y comunista, libre de opresión y explotación.

    
2. LAS TAREAS INMEDIATAS DE LOS

    COMUNISTAS COREANOS


    ¿Cuáles son las tareas inmediatas que se presentan ante los comunistas coreanos para llevar a un final victorioso la revolución coreana?

    En primer lugar, los comunistas coreanos deben coronar brillantemente la sagrada causa de la recuperación de la Patria, expandiendo y reforzando aún más la Lucha Armada Antijaponesa, y organizándola y conduciéndola a la victoria.

    A fin de expulsar a los agresores imperialistas y llevar a feliz término la revolución de liberación nacional, hace falta desplegar resueltamente la lucha armada. El imperialismo establece su dominio de clase y gobierna las colonias apoyándose en fuerzas armadas contrarrevolucionarias, y no retrocede en su carrera de agresión y de guerra hasta no ver completamente destrozadas esas fuerzas.

    Siendo así, a nadie le cabe en la cabeza que los agresores imperialistas japoneses —esos depurados exponentes del descaro y el bandidaje que se relamen de gusto con el sudor y la sangre de los pueblos colonizados y que se enorgullecen de la llamada potencialidad del gran imperio de Japón— vayan a retirarse mansamente de Corea sin antes ser derrotadas sus fuerzas armadas contrarrevolucionarias.

    Es por esta razón que los comunistas coreanos han organizado y vienen desplegando la lucha armada contra el bandidesco imperialismo japonés desde los primeros años de la década del 30, con lo cual están asestando duros golpes a las fuerzas armadas contrarrevolucionarias del imperialismo japonés.

    La ampliación y el fortalecimiento de la Lucha Armada Antijaponesa se presentan como una demanda aún más perentoria en el momento actual.

    Después de desencadenar la guerra chino-japonesa, los imperialistas japoneses, para terminar cuanto antes su guerra de agresión al continente mediante una rápida operación, lanzan por una parte grandes contingentes hacia el frente de Huabei, en China, y, por la otra, llevan a cabo frenéticas operaciones “punitivas” contra nuestras fuerzas armadas revolucionarias e intensifican aún más su represión y saqueo del pueblo coreano, con el propósito de “asegurar su retaguardia”.

    La maniática expansión por el imperialismo japonés de su guerra agresiva acelera, en cambio, su propia ruina y crea coyunturas favorables para que los comunistas coreanos aceleren con su lucha la liberación de la Patria.

    Ante esta realidad, solo ampliando y reforzando decisivamente la Lucha Armada Antijaponesa podremos llevar a efecto lo antes posible la sublime e histórica causa de la restauración de la Patria derrotando al imperialismo japonés, que ya da sus últimas boqueadas.

    Una mayor expansión y fortalecimiento de la Lucha Armada Antijaponesa son también necesarios para conducir a la revolución coreana en su conjunto hacia un auge creciente.

    La Lucha Armada Antijaponesa es la vertiente principal y la máxima expresión de la lucha antijaponesa de liberación nacional en nuestro país. Solo su fortalecimiento nos dará la posibilidad de desarrollar también con éxito otras varias formas de lucha antijaponesa de los obreros, campesinos, jóvenes estudiantes y demás clases y capas de masas populares.

    Por eso los comunistas coreanos deben darle un nuevo impulso a la revolución coreana en su conjunto, intensificando aún más la Lucha Armada Antijaponesa.

    Para ampliar y desarrollar más la Lucha Armada Antijaponesa, ante todo hay que seguir fortaleciendo el poderío del Ejército Revolucionario Popular de Corea, así como su actividad militar y política.

    El Ejército Revolucionario Popular de Corea no es solamente el destacamento armado de la revolución directamente encargado de la Lucha Armada Antijaponesa, sino también un destacamento revolucionario de organizadores y propagandistas que amplían y desarrollan en su conjunto la revolución coreana, educando y organizando a las grandes masas populares.

    El mayor fortalecimiento político y militar del Ejército Revolucionario Popular de Corea constituye la garantía decisiva para intensificar en todos sus aspectos la Lucha Armada Antijaponesa y ampliar su influencia.

    Lo más importante para fortalecer las filas del Ejército Revolucionario Popular de Corea es elevar aún más el nivel político e ideológico de todos sus cuadros de mando y los soldados.

    La fuente del invencible poderío de un ejército revolucionario reside en su superioridad político-ideológica. Por el fogoso espíritu de fidelidad hacia su Patria y su clase que tienen todos nuestros cuadros de mando y soldados, el Ejército Revolucionario Popular de Corea ha llegado a convertirse en una fuerza invencible, capaz de derrotar a cualquier ejército de las clases explotadoras. Esta esencial superioridad del ejército revolucionario, sin embargo, no puede manifestarse en alto grado si no se libra una constante lucha por elevar el nivel político e ideológico de los cuadros de mando y los soldados. Por ello, para lograr que todos ellos puedan combatir con férrea voluntad durante la ardua y prolongada lucha revolucionaria, hay que armarlos constantemente con una concepción revolucionaria del mundo.

    Los cuadros de mando y los soldados del Ejército Revolucionario Popular de Corea son todos combatientes revolucionarios que han decidido consagrarse en cuerpo y alma a la restauración de la Patria y la liberación del pueblo. No obstante eso, en la medida en que nuestra lucha se torna más ardua y la ofensiva ideológica del enemigo se intensifica, es imposible fortalecer la capacidad política e ideológica del Ejército Revolucionario Popular de Corea si su fe en la victoria de la revolución no se profundiza constantemente.

    De ahí que sea menester intensificar continuamente la labor de educación política e ideológica entre los cuadros de mando y los soldados. Ante todo, debemos dotarlos de una firme concepción revolucionaria del mundo, educándolos en los principios del marxismo-leninismo y armándolos firmemente, al mismo tiempo, con todas las líneas y la estrategia y táctica de la revolución coreana. Además, hemos de dotarlos de un enfoque de masas revolucionario, de un estilo de trabajo revolucionario, de compañerismo revolucionario y de espíritu de disciplina consciente. De esta manera lograremos que todos los cuadros de mando y los soldados se conviertan en indoblegables combatientes revolucionarios, pertrechados de un sublime espíritu revolucionario que los lleve a dedicar hasta su juventud y su vida a la sagrada causa de la restauración de la Patria, con fe en la victoria de la revolución, y en verdaderos educadores del pueblo y hábiles organizadores del movimiento de masas.

    La superioridad político-ideológica del Ejército Revolucionario Popular de Corea puede surtir mayor efecto solo cuando se combina con una poderosa capacidad técnico-militar. El ejército del imperialismo japonés es un agresor en extremo bárbaro y ladino y está armado hasta los dientes con equipos técnico-militares de último tipo. Si queremos vencer a un enemigo como ese, nos es imprescindible no solamente preparar firmemente en lo político e ideológico al Ejército Revolucionario Popular de Corea, sino armarlo también con las mejores técnicas militares y hábiles tácticas guerrilleras.

    Al mismo tiempo que ampliemos y reforcemos de continuo las filas del Ejército Revolucionario Popular de Corea, hemos de intensificar la educación y el entrenamiento militares, aprovechando todas las condiciones que se nos presenten, para que todos los cuadros de mando y los soldados dominen a la perfección los equipos técnico-militares y las tácticas guerrilleras.

    De esta manera, fortaleciendo aún más en lo político y militar al Ejército Revolucionario Popular de Corea, haremos que esas filas revolucionarias estén en condiciones de aventajar la superioridad numérica del enemigo con su superioridad político-ideológica, y la superioridad técnico-militar de este con su superioridad táctico-guerrillera.

    Al mismo tiempo que fortalezcamos política y militarmente al Ejército Revolucionario Popular de Corea, este tiene que desplegar con mayor pujanza sus actividades en esos aspectos.

    Todas las unidades del Ejército Revolucionario Popular de Corea deben lanzar arrolladoras ofensivas armadas contra la retaguardia de las fuerzas agresivas del imperialismo japonés, que jadea ya bajo el peso de su guerra de agresión al continente chino y reducirlas así a una posición pasiva para crear una situación decisivamente favorable a la revolución coreana.

    Para lograr esto, hace falta combinar estrechamente, con iniciativas y de acuerdo con la correlación de fuerzas entre nosotros y el enemigo y el giro de la situación, las operaciones de grandes y pequeñas unidades, extender la lucha armada a lo profundo del país y organizar, acorde a todo esto, la resistencia de todo el pueblo. Cuando la bullente actividad político-militar del Ejército Revolucionario Popular de Corea se articule con la resistencia de todo el pueblo, el bandidesco imperialismo japonés quedará aplastado y la recuperación de la Patria será una realidad.

    En segundo lugar, los comunistas coreanos deben agrupar compactamente a nivel del país y la nación un número cada vez mayor de fuerzas patrióticas antijaponesas mediante una organización y desarrollo más dinámicos del movimiento del frente unido nacional antijaponés, para así asegurar firmemente la superioridad de las fuerzas revolucionarias sobre las contrarrevolucionarias.

    Como un poderoso movimiento político tendente a modificar decisivamente a favor de la revolución las correlaciones de fuerzas entre nosotros y el enemigo mediante la unión de todas las fuerzas patrióticas de Corea, que se oponen al imperialismo japonés, alrededor de los comunistas, el movimiento de frente unido nacional antijaponés ocupa un lugar muy importante en la lucha antijaponesa de liberación nacional de nuestro país.

    La revolución se hace para las masas y no puede triunfar sino cuando en ella participen grandes masas. Por tanto, ganarlas y agruparlas en una sola fuerza política y apoyarse en su inagotable poderío constituye un principio fundamental que los comunistas y demás revolucionarios deben observar en la lucha revolucionaria.

    La captación de fuerzas antijaponesas en todas las clases y capas y su agrupación organizativa han sido siempre una importante tarea para los comunistas coreanos, desde el mismo comienzo de la lucha antijaponesa de liberación nacional.

    Basándonos en un análisis científico de las condiciones subjetivas y objetivas del desarrollo de la revolución en nuestro país, nosotros presentamos ya a principios de la década del 30 la línea de formar un frente unido nacional antijaponés; asimismo hemos venido librando una incansable lucha para materializarla, y en mayo de 1936 fundamos al fin la Asociación para la Restauración de la Patria, primera organización del frente unido nacional antijaponés en nuestro país.

    En un plazo muy corto a partir de su fundación, la Asociación para la Restauración de la Patria ha crecido y se ha desarrollado como una poderosa organización revolucionaria clandestina, como la más amplia agrupación de masas, la cual integra en su seno un gran número de sectores antijaponeses.

    Actualmente, los obreros y campesinos y otros sectores antijaponeses, así como los elementos patrióticos de todas las clases y capas en Manchuria y en el interior del país, incorporados al frente unido nacional antijaponés, y en apoyo al Programa de Diez Puntos de la Asociación para la Restauración de la Patria, libran una enérgica lucha revolucionaria.

    En las extensas regiones de Manchuria y en las ciudades y aldeas importantes de las provincias de Hamgyong del Norte y del Sur, Phyong-an del Norte y del Sur, Kangwon, así como en otros varios lugares del país, se han creado ya organizaciones de instancias inferiores de la Asociación para la Restauración de la Patria, las cuales están realizando animadamente sus actividades, y por todo el país se va adensando su red organizativa.

    Hoy en nuestro país no solamente los obreros y campesinos, sino también numerosos jóvenes estudiantes e intelectuales patriotas realizan en apoyo al Programa de Diez Puntos valientes acciones antijaponesas y afluyen en grupos de decenas a pedir su ingreso en nuestras unidades; y todos los que aman a su país y nación y desean la democracia, independientemente de que sean empresarios medios o pequeños, pequeños comerciantes, artesanos o nacionalistas, convergen en la corriente única de la lucha antijaponesa bajo la dirección de los comunistas.

    No bien recibieron la Declaración y el Programa de la Asociación para la Restauración de la Patria, el Ejército Independentista de Corea, fuerza armada nacionalista que, presa en un marco conservadurista, durante largo tiempo vino oponiéndose a la colaboración con los comunistas, les dio un apoyo ardoroso y se pronunció por la colaboración con nosotros, y algunas unidades de él han comenzado ya a participar en operaciones conjuntas con nuestras unidades. Esta colaboración fortalece nuestra solidaridad y abre perspectiva para formar un frente aliado más sólido aún.

    También numerosos religiosos progresistas del Chondoísmo han tomado en el interior del país el camino de la lucha por la causa común de la nación, oponiéndose a la actitud projaponesa de la capilla reaccionaria de Choe Rin. Ellos sostienen el Programa de Diez Puntos y el llamamiento de la Asociación para la Restauración de la Patria, apoyan y respaldan activamente la Lucha Armada Antijaponesa y, por conducto de decenas de delegados suyos, han manifestado su determinación de combatir en colaboración con nosotros en el frente de la restauración de la Patria y ahora nos están enviando su ayuda, tanto material como espiritual. La Asociación para la Restauración de la Patria abraza ya en su seno a numerosos religiosos chondoístas de varios distritos septentrionales del país, y está ampliando cada día más su influencia entre los religiosos progresistas de toda la nación.

    Como es posible observar hoy, el pueblo coreano ve la radiante aurora de la liberación nacional en la Lucha Armada Antijaponesa y en el movimiento de la Asociación para la Restauración de la Patria, que se está desarrollando bajo su influencia directa, y lleno de fe en la victoria participa valientemente en la lucha revolucionaria antijaponesa.

    Hoy en día, la situación creada tanto dentro como fuera del país presenta ante los comunistas coreanos la apremiante tarea de ampliar y desarrollar aún más el movimiento del frente unido nacional antijaponés.

    Los agresores imperialistas japoneses, al ver su dominación colonialista abocada al peligro de la ruina frente a la lucha antijaponesa de resistencia y salvación nacional de nuestro pueblo, intensifican como nunca su represión y explotación colonialistas contra el pueblo coreano movilizando su enorme poderío militar y todos sus medios represivos. Cuanto más se intensifica su represión, tanto más se enardece el espíritu antijaponés del pueblo coreano y se acentúa extraordinariamente su avance revolucionario.

    Frente a esta situación, los comunistas coreanos no pueden menos que luchar resueltamente por movilizar en la lucha de liberación nacional a las grandes fuerzas patrióticas antijaponesas de toda la nación acorde al creciente espíritu antijaponés de las masas.

    El fortalecimiento del movimiento del frente unido nacional antijaponés constituye también una importante tarea con vistas al desarrollo de la revolución mundial.

    Actualmente en algunos países imperialistas como Japón, Alemania e Italia, que van por vías de una fascistización total, los pueblos se ven privados de sus libertades democráticas y de todos sus derechos políticos a causa de la dictadura fascista, y el movimiento revolucionario atraviesa allí una aguda crisis. El peligro de la fascistización tiende de día en día a cobrar proporciones mundiales. Frente a esto, los comunistas han puesto en acción el movimiento del frente popular antifascista y están luchando activamente para organizar e incorporar en él a amplias masas populares.

    En esta situación, solo fortaleciendo sin cesar el movimiento del frente unido nacional antijaponés es posible contribuir al debilitamiento de las fuerzas fascistas coligadas internacionalmente, así como a la rápida victoria de las fuerzas democráticas internacionales en su conjunto y crear al mismo tiempo circunstancias internacionales favorables para la revolución de nuestro país.

    Los comunistas coreanos tenemos que luchar activamente para seguir profundizando y desarrollando más el movimiento del frente unido nacional antijaponés, de acuerdo con las nuevas exigencias del avance de la revolución.

    Lo más importante en esto es ampliar y reforzar las filas de la Asociación para la Restauración de la Patria, dando a sus organizaciones un temple combativo.

    Dado que todavía no se ha fundado un partido marxista-leninista en nuestro país, la Asociación para la Restauración de la Patria es una organización del frente unido y, al mismo tiempo, una poderosa organización revolucionaria clandestina creada por los comunistas.

    Por consiguiente, acerando con temple combativo las organizaciones de la Asociación para la Restauración de la Patria, y ampliando y fortaleciendo sus filas, estaremos en condiciones de soldar las fuerzas patrióticas antijaponesas a escala nacional y, a la vez, dar a los comunistas la dirección del movimiento revolucionario en Corea.

    Para fortalecer aún más el movimiento del frente unido nacional antijaponés, debemos extender su red organizativa a lo profundo del país y enrolar activamente en ella a las amplias masas antijaponesas.

    Al mismo tiempo, tenemos que fortalecer por todos los medios las actividades organizativas y políticas de las entidades de la Asociación para la Restauración de la Patria, forjándolas en un espíritu combativo y aplicando hábilmente métodos de trabajo flexibles, ajustados a las peculiaridades de la lucha clandestina. En vista de la intensa represión enemiga, se hace necesario dar un nombre diferente a cada una de esas organizaciones, y no incluirlas en un apelativo común, teniendo en cuenta la situación concreta de la región respectiva, las peculiaridades y el grado de preparación de los sectores de que se trata, etc.; y también la forma de actividad de cada organización ha de variar a tenor de las condiciones concretas. De esta manera, hay que lograr que esta Asociación se convierta en la organización revolucionaria masiva clandestina más poderosa, con sus raíces profundamente afianzadas dentro de las amplias masas populares y que actúe enérgicamente.

    Para ampliar y desarrollar aún más el movimiento de la Asociación para la Restauración de la Patria, los comunistas tendrán que asumir la dirección de este movimiento en su conjunto. Solo cuando se confíe del todo la dirección a los comunistas, el movimiento del frente unido nacional antijaponés podrá desarrollarse de principio a fin en consonancia con los intereses de la clase obrera y de todos los demás sectores de las masas populares y avanzar victoriosamente basándose en la estrategia y táctica revolucionarias. Por ello resulta indispensable que los comunistas tomen en sus manos la dirección en las organizaciones de la Asociación para la Restauración de la Patria y que las guíen de manera revolucionaria.

    Para dirigir el movimiento del frente unido nacional antijaponés, los comunistas tendrán que saber distinguir perspicazmente todas las tendencias de izquierda y de derecha para superarlas a cabalidad.

    Para agrupar masas de todas las clases y capas hay que combinar con acierto la línea revolucionaria de masas con la línea de clase. Debemos ponernos en guardia por igual tanto contra la tendencia de izquierda de quienes, presa de prejuicios clasistas, intentan trabajar solo con los obreros y campesinos, como contra la tendencia derechista de extender sin criterio la mano a todos, alegando que se trata de un frente unido. Si incorporáramos solo a los obreros y campesinos a las organizaciones de la Asociación para la Restauración de la Patria, y rechazáramos a otras fuerzas patrióticas antijaponesas, perderíamos considerables masas antijaponesas; y si por el contrario abriéramos sus puertas de par en par y sin consideración política alguna a cualquier gente, entonces penetrarían en la Asociación elementos espurios de toda calaña.

    De ahí que debamos mantener firmemente el principio de ganarnos al máximo las fuerzas democráticas y patrióticas de raigambre antijaponesa y, a la vez, aislar por completo a los elementos espurios y hostiles de toda laya, como son los projaponeses y otros traidores a la nación.

    En la dirección del movimiento del frente unido nacional antijaponés es importante, además, combinar correctamente los factores de unión y de lucha interna en sus filas.

    De acuerdo con sus diferentes intereses clasistas, las diversas clases y capas que constituyen las masas antijaponesas adoptan una posición y actitud particulares en la lucha antijaponesa. Entre las masas antijaponesas hay también no pocos sectores que por su limitación clasista actúan con indecisión y se muestran fluctuantes en la lucha, aunque odian al imperialismo japonés. Si no se supera el carácter vacilante manifiesto en esos sectores, puede suceder que no logren superar las dificultades que surgen en el curso de la lucha, no mantengan una posición consecuentemente antijaponesa y acaben por traicionar acarreando serias consecuencias a la revolución.

    Por eso los comunistas deben consolidar su unidad con las masas antijaponesas librando una lucha de principios para superar el carácter vacilante y las debilidades que puedan existir entre ellas. Solo así podrán preservar las filas del frente unido y desplegar todo su poderío, aun cuando el enemigo intensifique sus ataques militares y su ofensiva ideológica.

    En tercer lugar, los comunistas coreanos deben luchar activamente por fortalecer la solidaridad con las fuerzas revolucionarias internacionales.

    Es un deber de internacionalismo proletario de los comunistas coreanos el fortalecer su solidaridad con las fuerzas revolucionarias internacionales, lo cual constituye una importante garantía para acerar las fuerzas de la revolución mundial, aislar en el plano internacional a los imperialistas japoneses, y acrisolar nuestras propias filas revolucionarias.

    Sobre todo, hoy día, cuando los imperialistas japoneses mantienen ocupada a Manchuria, despliegan en gran escala su guerra de agresión contra China y hacen frenéticos preparativos bélicos contra la Unión Soviética, la defensa de esta última y el fortalecimiento de la solidaridad con las fuerzas revolucionarias de China se convierten en urgente demanda para el desarrollo de la revolución mundial y la nuestra.

    El imperialismo japonés es el enemigo tanto del pueblo coreano como del chino. Solo fortaleciendo la solidaridad combativa y reforzando aún más el frente unido antijaponés entre los pueblos coreano y chino en su lucha contra el imperialismo japonés, enemigo común, es posible asestarle mayores golpes políticos y militares y acelerar la victoria de la revolución en Corea y China.

    Por ello, los comunistas coreanos, desde los albores de la Lucha Armada Antijaponesa, han luchado codo con codo junto a las fuerzas antijaponesas del pueblo chino en un frente común, y sobre todo han hecho grandes esfuerzos para entrar en colaboración con todas las unidades antijaponesas chinas que pudieran representar una fuerza considerable en la guerra de resistencia contra Japón.

    Entre las unidades antijaponesas chinas las hay de varios tipos. Algunas de ellas están bajo la influencia del Partido Comunista de China; también hay unidades desgajadas del antiguo ejército del Nordeste que estaban a las órdenes del Guomindang, pero que han enarbolado la bandera de la resistencia antijaponesa por la salvación nacional con motivo del “Incidente de Manchuria”, así como destacamentos armados antijaponeses organizados por campesinos insurrectos (Hong Qiang Hui y Da Dao Hui).

    Ya hace mucho tiempo que los comunistas coreanos vienen librando enérgicamente una lucha conjunta antijaponesa, integrados a las Fuerzas Aliadas Antijaponesas junto con las guerrillas antijaponesas dirigidas por los comunistas chinos.

    Y también vienen luchando tenazmente para formar un frente aliado antijaponés con las tropas de salvación nacional y las de autodefensa, formadas por unidades restantes del antiguo ejército del Nordeste, así como con varias unidades antijaponesas creadas por campesinos insurrectos. A raíz del incidente del 18 de septiembre hemos organizado y desarrollado con perseverancia una lucha activa y abnegada: hemos organizado el Comité de Soldados Antijaponeses y los cuerpos volantes, hemos enviado agentes políticos a las tropas de salvación nacional, a las de autodefensa y a otras diversas unidades antijaponesas, y hemos realzado por todos los medios el papel de los cuerpos volantes. Así hemos logrado articular el frente aliado venciendo sus terquedades, vacilaciones y oscurantismos políticos.

    Mediante la organización de operaciones conjuntas con las unidades antijaponesas chinas, el Ejército Revolucionario Popular de Corea ha logrado sucesivas victorias en la batalla de la ciudadela distrital de Dongning y en otras muchas más; de esta manera ha asestado serios golpes al imperialismo japonés, poniendo así de manifiesto el gran poderío conjunto de los pueblos coreano y chino, y ha dejado sentadas firmes bases para una completa cooperación y unidad de acción con las unidades antijaponesas chinas.

    Asimismo, en esta segunda mitad de la década del 30, cuando el grueso del Ejército Revolucionario Popular de Corea se encontraba trasladado a la base del monte Paektu, nos hemos dado a la tarea de inflamar el espíritu combativo y la fe en la victoria de muchas unidades antijaponesas que se habían atrofiado bajo los efectos de la “represalia” enemiga, y las hemos impulsado a participar activamente en el frente antijaponés, incorporándolas a las Fuerzas Aliadas Antijaponesas mediante una educación revolucionaria o realizando exitosamente junto a ellas operaciones conjuntas de gran envergadura. (Nosotros no solamente les hemos enviado cuadros políticos, sino incluso víveres, ropas y armas, a pesar de las dificultades que pasábamos.)

    Sin embargo, algunos de los nuestros, atados todavía a una estrecha visión, no están trabajando bien por el frente aliado con las unidades antijaponesas chinas. Si no efectuamos una buena labor en este sentido, esas unidades pueden vacilar, capitular y traicionar, o degenerar en cuadrillas de bandoleros, presionadas por las severas “puniciones” del enemigo. Por eso, hemos de fortalecer el frente aliado con todas las unidades antijaponesas chinas, sin menospreciarlas porque algunas sean fuerzas vacilantes e inconsecuentes; y desarrollar sin cesar la guerra de resistencia antijaponesa, tomando siempre la iniciativa de guiar a esas unidades, para así aislar al máximo al imperialismo japonés y robustecer nuestras fuerzas armadas antijaponesas.

    En la labor con las unidades antijaponesas chinas nuestra divisa debe ser siempre que ellas combatan sin arriar nunca la bandera de la resistencia antijaponesa por la salvación nacional, sin capitular ante el imperialismo japonés, y sin violar los intereses del pueblo, antes bien cubriendo los gastos militares con la confiscación de los bienes de los japoneses y de los terratenientes y lacayos chinos leales al enemigo.

    Nosotros debemos formar un frente unido antijaponés coreano-chino más amplio aún, donde coincidan todas las unidades antijaponesas y todas las fuerzas revolucionarias de China, sobre la base del constante fortalecimiento de la solidaridad con los comunistas de este país.

    Con vistas a robustecer la solidaridad con las fuerzas revolucionarias internacionales también es importante defender la Unión Soviética, patria de la clase desposeída del mundo entero.

    Como primer Estado socialista, fundado por Lenin, y como primer Estado de la dictadura del proletariado que defiende los genuinos intereses de los obreros y campesinos, la Unión Soviética constituye el primer ejemplo de victoria marxista-leninista y es el gran baluarte de la clase obrera internacional.

    Defender la gran Unión Soviética es un deber internacionalista de la clase obrera de todo el mundo. Cada país desarrolla y defiende su revolución en medio de la unidad y solidaridad combativas de la clase obrera internacional. Hoy día, el crecimiento del poderío de la Unión Soviética como país socialista constituye un gran estímulo para la clase obrera y los pueblos oprimidos del mundo entero que luchan contra el imperialismo extranjero y las clases dominantes en sus respectivos países. Por eso, al luchar en defensa de la Unión Soviética, primer y único Estado en el mundo de la clase desposeída, debemos defender la revolución mundial y crear circunstancias internacionales más favorables para la revolución coreana.

    Nosotros debemos hostigar sin tregua la retaguardia del imperialismo japonés, manteniendo siempre en alto la consigna: “¡Defendamos con las armas a la Unión Soviética!”, para que así el imperialismo japonés sea presa de constante temor y vea frustradas a cada paso sus maniobras agresivas contra la Unión Soviética.

    También en lo adelante, manteniendo en alto la bandera del internacionalismo proletario según exige la nueva situación, habremos de defender activamente a la Unión Soviética, consolidar con el pueblo chino el frente unido antijaponés y fortalecer aún más la solidaridad con la clase obrera internacional y con los pueblos coloniales oprimidos, para de esta manera, concentrar el ataque sobre los agresores imperialistas japoneses, enemigo número uno del pueblo coreano, y acabar con su ambición de dominar a Asia.

    En cuarto lugar, los comunistas coreanos tienen que luchar activamente para fundar un partido revolucionario marxista-leninista en nuestro país.

    El partido marxista-leninista es el destacamento de vanguardia de la clase obrera y el Estado Mayor de la revolución. Con un partido de la clase obrera será dable agrupar a las grandes masas populares interesadas en la revolución, organizarlas y movilizarlas con éxito en la lucha revolucionaria, y conducirlas hacia la victoria mediante una estrategia y tácticas correctas.

    Bajo la influencia de la Revolución Socialista de Octubre el movimiento comunista en nuestro país comenzó a desarrollarse enseguida, y ya en 1925 se fundó el primer Partido Comunista.

    Las masas trabajadoras de nuestro país, que durante largo tiempo venían gimiendo bajo la dominación colonialista del imperialismo japonés y la opresión feudal, saludaron la fundación del Partido Comunista de Corea llamado a combatir en defensa de los intereses de clase de los desposeídos, y depositaron en él sus expectativas y esperanzas. Sin embargo, por sus debilidades esenciales y sus limitaciones, aquel Partido Comunista de Corea no pudo satisfacer a las expectativas y esperanzas del pueblo coreano.

    No pudo echar raíces en la clase obrera y otras amplias masas, pues estaba integrado principalmente por intelectuales burgueses y pequeñoburgueses y por marxistas a la violeta que no tenían una firme posición clasista. Más aún, debido a las riñas sectarias por la conquista de la hegemonía entre los fraccionalistas infiltrados en su instancia superior, el Partido no pudo asegurar la unidad en sus filas. Así, el Partido Comunista de Corea se vio disuelto tres años después de su fundación por no haber podido superar la represión del imperialismo japonés y las maquinaciones subversivas de los elementos fraccionalistas.

    Ante esta situación, los comunistas coreanos se ven en la perentoria necesidad de fundar un partido revolucionario marxista-leninista, tomando como espejo la seria lección del movimiento comunista de la década de los 20.

    No es posible, empero, fundar un partido revolucionario con el simple expediente de que unos cuantos comunistas se reúnan para crear el “comité central del partido” y proclamar su fundación sin ninguna preparación organizativa e ideológica, tal y como lo hicieron en el pasado los fraccionalistas.

    Para fundar un partido revolucionario marxista-leninista hay que contar ante todo con sólidas bases organizativas e ideológicas.

    Nosotros ya hemos obtenido bastantes éxitos en nuestra denodada lucha por colocar esos cimientos organizativos e ideológicos, previos a la fundación del partido.

    Aunque no hemos formado el comité central del partido, hemos creado en las unidades del Ejército Revolucionario Popular de Corea y entre los obreros y campesinos de dentro y fuera del país, organizaciones partidistas y varias agrupaciones revolucionarias de tipo clandestino y estamos asegurándoles una dirección unificada. En las unidades del Ejército Revolucionario Popular se encuentra hoy establecido un sistema partidista de dirección organizativa cuyo principio es el centralismo democrático, y en ellas se está desarrollando la vida orgánica de partido con todas las de la ley. Hemos formado también organizaciones del partido entre las amplias masas obreras y campesinas de las zonas ribereñas de los ríos Amnok y Tuman, y les estamos asegurando una dirección unificada. Especialmente, de acuerdo con la orientación de hacer los preparativos para la fundación del partido desde una posición independiente, en el país se está llevando a cabo activamente la tarea de crear organizaciones del partido comunista y se han logrado ya algunos éxitos.

    Además, en el fragor de la lucha armada y clandestina de varios años, hemos preparado ya la armazón organizativa para la fundación del partido formando como comunistas a los mejores hijos e hijas del pueblo trabajador, obreros y campesinos en primer término.

    Junto con esto, hemos llevado a cabo una enérgica lucha por superar el fraccionalismo que nos legó el movimiento comunista de la década del 20, como resultado de lo cual hoy en nuestras filas se ha liquidado en lo fundamental el fraccionalismo y han cuajado la unidad y cohesión de ideas y de voluntad en las filas revolucionarias.

    Con estos éxitos en las manos, los comunistas coreanos deben esforzarse por fundar lo antes posible su partido marxista-leninista, propulsando con mayor energía en todo el ámbito del país los preparativos organizativos e ideológicos al respecto.

    Las tareas más importantes de los comunistas coreanos con vistas a la fundación del partido son las siguientes:

    Primero, ampliar las organizaciones del partido en las unidades del Ejército Revolucionario Popular de Corea, en la Asociación para la Restauración de la Patria, en la Unión de la Juventud Antijaponesa y en otras agrupaciones revolucionarias de masas dentro del país y en las zonas ribereñas de los ríos Amnok y Tuman, agrupar a los comunistas en un sistema organizativo unificado y darles un temple combativo a través de la vida en la organización del partido.

    Dadas las circunstancias de que la revolución coreana cuenta ya con un firme centro directivo, de que se ha preparado un gran número de comunistas entre la nueva generación, y de que la Asociación para la Restauración de la Patria y otras varias organizaciones revolucionarias se hallan afianzadas en un amplio terreno de masas, la agrupación unitaria de los comunistas mediante la multiplicación de las organizaciones del partido se presenta como una tarea ya madura. En tanto no se realice exitosamente esta tarea, a las organizaciones del partido les será imposible echar profundas raíces entre los obreros, campesinos y otras masas para, sobre esta base, asegurarle a la revolución coreana una sólida dirección unificada.

    Adoptando, para preparar la fundación del partido, el irreductible principio de independencia debemos organizar sus células y grupos en todas las unidades y regiones que nos brinden esa posibilidad y agrupar organizadamente a todos los comunistas, sin excepción. En particular, hemos de preparar núcleos de dirección revolucionaria en importantes zonas industriales y aldeas rurales y pesqueras en el interior del país; así, junto con la ampliación por iniciativa propia de la red organizativa de la Asociación para la Restauración de la Patria, y tomando esto como base, debemos organizar grupos y células del partido entre los obreros y campesinos, reuniéndolos dentro de un sistema organizativo unificado.

    En vista de la lección histórica sacada del movimiento comunista inicial, debemos mantenernos fieles a la orientación de organizar el partido de abajo hacia arriba. Solo así podemos nutrirlo con elementos avanzados de procedencia obrera y campesina, forjados y preparados en medio de la lucha, basándonos en la conciencia clasista de las amplias masas trabajadoras, y fundar el más revolucionario y combativo partido con una sólida base de masas.

    Hay que observar rigurosamente el principio de centralismo democrático en todas las actividades de las organizaciones partidistas del Ejército Revolucionario Popular y de todas las localidades, y elevar aún más su combatividad y su papel de vanguardia.

    Los militantes del partido deben participar fielmente en la vida orgánica de éste y, a través de la lucha práctica, prepararse a sí mismos como combatientes revolucionarios y comunistas indoblegables.

    Segundo, prepararle al partido una sólida armazón organizativa para su fundación, forjando nutridamente como núcleos revolucionarios a los mejores elementos de procedencia obrera y campesina en medio de la práctica de la lucha revolucionaria.

    Si tenemos en cuenta la amarga lección del primer movimiento comunista en nuestro país, preparar la armazón organizativa para la fundación del partido con núcleos revolucionarios procedentes del obrerismo y el campesinado viene a ser la cuestión fundamental para la consolidación y el desarrollo del partido que se fundará en el futuro.

    Nosotros debemos recibir activamente en el Ejército Revolucionario Popular a los mejores hijos e hijas de los obreros y campesinos, para forjarlos en las llamas de la lucha armada como núcleos comunistas infinitamente fieles a la revolución y como armazón organizativa del partido; hemos de recibir asimismo en las organizaciones del partido a quienes tengan una buena preparación política y hayan adquirido un temple combativo en medio de la lucha revolucionaria clandestina para hacer de ellos núcleos revolucionarios.

    Además, tenemos que incorporar a los obreros y campesinos revolucionarios y a otros amplios sectores antijaponeses en la Asociación para la Restauración de la Patria, en la Unión de la Juventud Antijaponesa, en la Asociación Antijaponesa, la Asociación de Mujeres y otras organizaciones de masas y formarlos así como fervientes comunistas a través de la lucha práctica contra el imperialismo japonés.

    Tercero, garantizar la absoluta pureza de las filas comunistas y su unidad de ideas y voluntad, impidiendo la penetración del fraccionalismo en las organizaciones partidistas y otras agrupaciones revolucionarias mediante una continua y consecuente lucha contra él.

    Sin erradicar a fondo el fraccionalismo será imposible asegurar la firme cohesión de los comunistas ni la unidad de ideas, de voluntad y de acción basada en la línea, estrategia y táctica únicas de la revolución coreana, como imposible será hacer efectiva esa causa histórica que es la fundación del partido.

    En nuestro país el fraccionalismo se engendró por intelectuales de procedencia burguesa o pequeñoburguesa y de nobles arruinados que, arrastrados por la creciente marejada del movimiento revolucionario desencadenada bajo la influencia de la Revolución Socialista de Octubre, penetraron con la máscara marxista en las filas del movimiento obrero.

    De dientes para afuera los fraccionalistas daban vivas al comunismo y hablaban de la liberación de la clase obrera, pero utilizaban el movimiento obrero como trampolín para satisfacer su afán de gloria personal, su arribismo y sus ambiciones políticas de ocupar altos puestos.

    Desde que se infiltraron en el movimiento obrero, los fraccionalistas, agrupándose y dividiéndose sectariamente en partidos pequeños y grupúsculos, formaron fracciones como la Hwayo, M-L, Sosang, etc., y sin ninguna idea política de su propia cosecha ni argumento teórico alguno se entregaron a continuas riñas sectarias para ampliar la influencia de sus respectivos grupos y lograr la hegemonía, conduciendo así el Partido a la destrucción.

    Ni con la disolución del Partido cesaron ellos sus riñas sectarias, sino que las continuaron bajo la consigna de “reconstruir el Partido”, llevando sus fueros hasta Manchuria.

    A fin de ampliar la influencia de sus grupos respectivos y de alimentar su gloria personal y arribismo, los fraccionalistas desencadenaron la Sublevación del 30 de Mayo, de carácter aventurerista y de ciego servilismo sacando a la superficie las organizaciones revolucionarias clandestinas, sacrificando a numerosos comunistas y otros elementos revolucionarios, causando graves estragos al movimiento comunista de nuestro país. En particular, llevando en torpes términos la lucha contra la “Minsaengdan”, sin otro propósito que lograr sus fines sectarios bajo la protección de los chovinistas nacionales, los fraccionalistas serviles a las grandes potencias incurrieron en graves crímenes, como fue sacrificar a muchos comunistas y revolucionarios entre los mejores y debilitar la unidad y la cohesión de las filas revolucionarias, creando en ellas un ambiente de separación, discordia y desconfianza.

    Si no hubiéramos rectificado a tiempo ese error izquierdista que fue la lucha contra la “Minsaengdan” a través de una lucha de principios contra los fraccionalistas serviles a las grandes potencias y los chovinistas nacionales, se habría creado una grave e irremediable situación para el movimiento comunista y el movimiento revolucionario en general.

    Aunque hoy, el fraccionalismo ya ha desaparecido de nuestras filas en lo fundamental, los antiguos fraccionalistas degenerados en reformistas nacionales y en espías del imperialismo japonés están perpetrando toda clase de maniobras para descomponer desde el interior las filas comunistas.

    De ahí que ante todo debamos hacer ver a fondo a los militantes del partido, a los soldados del Ejército Revolucionario Popular y a las grandes masas revolucionarias los crímenes de los fraccionalistas serviles a las grandes potencias, que tanto daño han venido causando al movimiento comunista y al movimiento revolucionario de nuestro país en general, para que así impidan la infiltración del fraccionalismo y descubran y frustren a tiempo sus maniobras de subversión y sabotaje, manteniendo siempre una elevada vigilancia y odio clasista.

    Junto con esto, debemos asegurar la unidad de ideas, de voluntad y de acción en todas las filas, armando a todos los militantes del partido y a los soldados del Ejército Revolucionario Popular con el marxismo-leninismo y con la línea, la estrategia y la táctica de la revolución coreana.

    Este es el único camino para preservar seguramente la pureza de las filas comunistas y su unidad y cohesión de ideas y voluntad, y para preparar firmemente las bases organizativas e ideológicas del futuro partido.

    Cumpliendo con lealtad las tareas fundamentales antes mencionadas como preparación para la fundación del partido, los comunistas coreanos harán efectiva cuanto antes la causa histórica de la fundación de un partido revolucionario marxista-leninista.

    
* * *


    Para cumplir con éxito las tareas revolucionarias que se les plantean, los comunistas coreanos tienen que mantener ante todo una firme posición independiente.

    La posición independiente es fundamental en los comunistas, y ello quiere decir realizar hasta el fin la revolución en su propio país, bajo su propia responsabilidad y con sus propias fuerzas, confiando en las fuerzas del pueblo. Solo si se mantiene una sólida posición independiente en la lucha revolucionaria, es posible trazar líneas y orientaciones revolucionarias idóneas a la realidad del país, defenderlas y materializarlas a cabalidad y luchar hasta el fin por la revolución en medio de dificultades y pruebas.

    Los dueños de la revolución coreana son el pueblo coreano y los comunistas coreanos. La revolución coreana debe ser llevada a cabo por el pueblo coreano y bajo la dirección de los comunistas coreanos.

    Nosotros no debemos olvidar la amarga lección de aquellos días pasados en que el movimiento comunista y el movimiento revolucionario de nuestro país se vieron gravemente dañados y pasaron por muchos reveses y vicisitudes a causa del servilismo a las grandes potencias de los fraccionalistas.

    Los comunistas coreanos han de desarrollar la lucha revolucionaria partiendo de criterios propios, han de ejercitar férreamente sus propias fuerzas revolucionarias y basarse exclusivamente en ellas para conducir la revolución coreana a la victoria.

    La revolución en cada país es un eslabón, una parte integrante de la revolución mundial. Se lleva a cabo bajo el poderoso apoyo de las fuerzas revolucionarias mundiales, y luchar activamente por la victoria de la revolución mundial constituye un deber internacionalista de los comunistas de cada país.

    El poderoso apoyo de las fuerzas antimperialistas internacionales es uno de los factores más importantes para la lucha de liberación nacional en nuestro país contra los agresores del imperialismo militar-feudal de Japón, coligado con el imperialismo mundial.

    Sin embargo, por muy grande que sea el apoyo de las fuerzas revolucionarias internacionales, si los comunistas coreanos no trazan líneas revolucionarias y una estrategia y tácticas idóneas a la realidad de nuestro país, y si no preparan firmemente sobre esa base sus propias fuerzas revolucionarias, no podrán llevar la revolución coreana a la victoria.

    No hay duda de que en el futuro los comunistas coreanos, fortaleciendo aún más la solidaridad con las fuerzas revolucionarias internacionales, rechazando el servilismo a las grandes potencias y el oportunismo de izquierda y derecha, y dirigiendo la revolución coreana desde una firme posición independiente, harán cristalizar la causa histórica de liberación nacional.

    Ante los comunistas coreanos, que libran una lucha indoblegable manteniendo en alto la bandera de la revolución coreana, se abre un camino seguro de gloria y de victorias.

    ¡Viva la revolución coreana!

    ¡Viva la revolución mundial!