Privadas del país, en el pasado las madres derramaron lágrimas de sangre por no responsabilizarse del destino de sus descendientes, pero hoy, en el regazo del Partido del Trabajo de Corea, mantienen cara sonriente que ilumina el país entero.

En el municipio Sadong de la ciudad de Pyongyang vive una mujer quien envía durante decenas de años carne de animales domésticos a los combatientes del Ejército Popular y a los centros de construcción socialista.

Si aproxima el Día de la Madre, le llegan incontables cartas de felicitación.

Cada vez que leyera las cartas de los militares y constructores que vienen de todas las partes del país, su semblante se ilumina.

Sería el sentimiento y júbilo que pueden sentir solo los que viven por el bienestar del país ligando su destino con el de la patria.

La crónica de la historia del pueblo coreano está llena de méritos de esas mujeres excelentes, que son incontables.