Fue por la noche de un día en que el gran Líder Kim Il Sung regresó del viaje de trabajo sobre una granja.
De su despacho se oyeron melodías de una canción de la mujer compuesta y divulgada ampliamente desde los días de la construcción de nueva Corea,
Escuchándola el Líder estaba sumergido en un profundo recuerdo. Un buen rato después señaló al funcionario acompañante que como él enfatizaba siempre, las mujeres que ocupaban la mitad de la población constituían el grueso que impulsaba una de dos ruedas de la revolución coreana, que no podrían construir el socialismo al despreciarlas y desconfiar de sus fuerzas, que las presentaran en todas las labores, y que no solo las cantaran como flor sino también las ayudaran para que ellas cultivaran de continuo la flor de la revolución.