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Memorias “En el Transcurso del Siglo” primer tomo6

    I N D I C E

    

    

    CAPITULO XVI. CRUZANDO Y RECRUZANDO EL RIO AMNOK (De marzo a mayo de 1937) 1

    1. Expedición a Fusong 1

    2. Mil ríes de un tirón, en Xiaotanghe 20

    3. Escoltas 39

    4. A todo el territorio de tres mil ríes 58

    5. Kwon Yong Byok 81

    6. Hecho que no podía pasar por alto 103

    7. Madre de la guerrilla 117

    

    CAPITULO XVII. COREA ESTA VIVA (De mayo a junio de 1937 ) 135

    1. Las llamas de Pochonbo (1) 135

    2. Las llamas de Pochonbo (2) 151

    3. Acto conjunto de guerrilleros y habitantes en Diyangxi 163

    4. Fotos y recuerdos 177

    5. Combate de Jiansanfeng 190

    6. Niños con fusiles 203

    7. El sentido del deber revolucionario 232

    

    CAPITULO XVIII. EN MEDIO DE LAS LLAMARADAS DE LA GUERRA CHINA-JAPON (De julio a noviembre de 1937) 258

    1. Haciendo frente al cambio de la situación 258

    2. Kim Ju Hyon 277

    3. Concientización del campesinado 292

    4. Choe Chun Guk en la época de la brigada independiente 314

    5. Llamamiento de Septiembre 336

    6. A propósito del “Incidente de Hyesan” 356

    

    

    

    

    CAPITULO XVI. CRUZANDO Y RECRUZANDO

    EL RIO AMNOK

    (De marzo a mayo de 1937)

    

    

    1. Expedición a Fusong

    

    

    Después de haber propinado demoledores golpes al enemigo que, frenéticamente, llevaba a cabo la “gran operación punitiva invernal” en Taoquanli y Limingshui, decidí atravesar, con la fuerza principal, la cordillera Changbai para dirigirnos de nuevo hacia el Norte.

    Cuando di a conocer el plan de la expedición a Fusong, todos los integrantes de la unidad quedaron desconcertados. En sus expresiones se podía leer: “¿De dónde salió de repente esta marcha hacia el Norte cuando vamos a avanzar hacia el interior del país y zurrar a los enemigos, y sólo aguardamos la orden con el corazón palpitante?; ¿Por qué ir al Norte dejando atrás Jiandao Oeste y el monte Paektu que habilitamos con tantos esfuerzos?; Realmente, no comprendemos nada”. Juzgaban que no existía razón alguna por la cual debíamos emprender esa expedición en el momento en que todo nos iba bien. Tenían fundamentos para pensar así.

    Por entonces, el ánimo de nuestros guerrilleros y de los habitantes se elevaba al clímax. Obteníamos sucesivas victorias en encarnizados combates. Pese a la desesperada ofensiva “punitiva” del enemigo y sus operaciones de aislamiento político, económico y militar, las filas de la guerrilla iban creciendo cada día y habían mejorado en grado considerable sus pertrechos y capacidad combativa.

    Las regiones del monte Paektu y ribereñas del río Amnok se habían convertido en un mundo bajo nuestro total control, y teníamos

    toda la iniciativa en los combates. Una densa red de nuestras organizaciones clandestinas se extendía por todo el territorio de Jiandao Oeste. Podía considerarse alcanzado con éxito el primer objetivo que nos planteamos al partir de Nanhutou.

    Lo único que faltaba era la operación de avance hacia el interior del país. Sólo extendiendo cuanto antes la lucha armada hacia allí, podíamos levantar un fuerte viento de frente unido nacional antijaponés en la tierra patria e impulsar en pleno, también, los esfuerzos por la fundación de un partido de nuevo tipo. Castigar a los enemigos en la patria significaba no sólo el mayor sueño de todos nosotros sino también el máximo deseo que ardía en el corazón de los que moraban en el país.

    El siguiente hecho muestra bien cuánto esperaban ellos nuestro avance a la patria.

    En Diyangxi había un poblado de nombre extraño, se llamaba Nande o Nahade. Ryu Ho, jefe de este poblado y miembro especial de la Asociación para la Restauración de la Patria, desplegaba un buen trabajo de ayuda a la guerrilla. Una vez, al frente de los aldeanos, trajo a nuestro campamento secreto provisiones y otros suministros. Entre sus acompañantes había tres campesinos procedentes de Kapsan.

    Llevando a las espaldas abultadas cargas de mijo, harina de avena tostada y alpargatas cruzaron el Amnok pese a la rigurosa vigilancia. Resultaba increíble que ellos tres hubieran podido traer a viva fuerza tantas cosas, pero lo que más nos asombró fue que aunque vagaron y pasaron hambre durante un buen tiempo, al desorientarse en medio de la milenaria selva del Paektu, no tocaron ni un grano de los que cargaban como ayuda.

    No menos impresión nos produjo el relato sobre las alpargatas que nos traían. Eran nada menos que 200 pares. Todas parecían por igual vistosas y duraderas, hechas con esmero, de hilos de cáñamo y suelas trenzadas intercalando tiras de cáñamo y de corteza de olmo.

    Cuando Kim San Ho valoró su empeño, ellos no supieron qué hacer. El mayor, un viejo con una barba larga y rala, como uno de los sabios budistas de los cuentos, le tomó la mano y dijo:

    —Perdone a estos hombres carentes de fidelidad y sentido del deber moral, que no pudieron hacer más que calzado para los guerreros hércules del Paektu. Como usted nos elogia por lo poco que hemos hecho, no sabemos cómo comportarnos. Aunque son unos míseros zapatos, cálcenlos como si fueran botas militares y vengan a nuestra tierra, a Kapsan, para aniquilar a esos bárbaros isleños. Entonces podremos cerrar los ojos y morir. Esperaremos sólo la llegada del Ejército revolucionario.

    Los campesinos de Kapsan no eran los únicos que aguardaban con impaciencia el avance del ERPC. Cierta vez, el viejo Ri Pyong Won, oriundo de la provincia Kyongsang, que había venido a nuestro campamento secreto con materiales de ayuda, me preguntó:

    —General, ¿cuándo podremos expulsar de la tierra coreana a esos japis? ¿Llegará ese día estando yo vivo?

    Casi cada día y cada hora sentíamos profundamente la ardiente añoranza y el afecto de los compatriotas de la patria hacia nosotros. Al recibir cada uno de mis camaradas un par de alpargatas, todos sintieron fuerte impulso y la ansiedad de avanzar cuanto antes. Mi estado de ánimo era igual.

    Pero, les ordené marchar hacia el Norte, en dirección diametralmente opuesta. Los compañeros de armas parecía que dudaban de sus oídos, y entonces les expliqué: “La marcha hacia el Norte no la consideren un retroceso. Esta, en realidad, es igual a ir al Sur, hacia la patria. Para adentrarnos en la patria debemos escoger inevitablemente este camino. Comprendan que ir por cierto tiempo a Fusong es, a fin de cuentas, una parte de la preparación del avance al interior del país”.

    El objetivo fundamental que nos propusimos al planificar dicha expedición consistía en, por una parte, garantizar la seguridad de la labor de creación de la red de organizaciones clandestinas que prosperaba en Changbai, para lo cual se debía confundir al enemigo, dispersar al máximo sus fuerzas “punitivas” reunidas en la zona y distraer su atención, aplicando la hábil táctica de aparecer y desaparecer por arte de birlibirloque, y, por otra, crear condiciones favorables para la operación de avance al interior del país con un nutrido destacamento.

    A pesar del fracaso de su “gran operación punitiva invernal” del año 1936, los enemigos, sin desistir en absoluto de su plan de aislar y estrangular al Ejército revolucionario, de continuo introdujeron en el área de acción de nuestra unidad enormes contingentes, entre otros, las tropas de ocupación de Corea, la de guarnición fronteriza, y destacamentos del ejército títere manchú y de la policía. Dadas las circunstancias, para desplegar vigorosamente la revolución según nuestro proyecto y decisión, manteniendo con firmeza la iniciativa, debíamos mudar por un determinado tiempo nuestro escenario de operaciones. Sólo así, podíamos arrastrar a los enemigos a una posición pasiva y preparar condiciones favorables para el desarrollo del movimiento revolucionario en Jiandao Oeste y las regiones fronterizas.

    Dispersar las fuerzas “punitivas” reunidas en Changbai y proteger las organizaciones revolucionarias de la zona ribereña del río Amnok, devenía crear condiciones propicias para el avance del Ejército Revolucionario Popular de Corea hacia el interior del país. A fin de que éste ejecutara allí operaciones en grandes unidades, era necesario, antes que todo, impedir que el enemigo concentrara enormes fuerzas en Jiandao Oeste, que constituía nuestra retaguardia y base de partida.

    Como refieren las “conversaciones de Tumen”1, con la concentración de fuerzas en Jiandao Oeste ellos se proponían aplastar las unidades del ERPC acorralándolas en remotas regiones de Changbai, pero el primordial propósito que perseguían era impedir, a cualquier precio, que nos adentráramos en el país.

    También consideraban como un consabido hecho la inminente irrupción del ERPC en el país. Ciertamente, esto resultaba una cuestión de tiempo. Y era a lo que más temían los imperialistas japoneses. Si las grandes unidades del ERPC lograban penetrar en Corea y llevar a cabo actividades políticas y militares, esto podría surtir un efecto tan grande como si se atacara al mismo territorio japonés.

    Los enemigos conocían bien qué desgracia acarrearía nuestra penetración en el país y si hacíamos siquiera unos cuantos disparos. Desde el invierno del año en que el grueso del ERPC se estableció en la región del monte Paektu, ellos armaron una ruidosa campaña para romper todas las noches el hielo del río Amnok, movilizando a los habitantes. Así trataron de impedir que los efectivos del ERPC entraran individual o colectivamente en tierras coreanas. Es posible imaginar cuánto temían a nuestro avance, para recurrir a una medida de defensa tan pueril.

    Como referí brevemente en un capítulo anterior, el emperador de Japón hizo que su guarda mayor fuera hasta la frontera coreano-manchú con la misión de inspeccionarla durante tres semanas. Este hecho denota que las principales figuras de los círculos políticos y militares no apartaban ni un momento su atención de la frontera septentrional de nuestro país. En esa ocasión, dicho militar transmitió al personal de la guarnición fronteriza la orden del emperador de que defendieran la línea divisoria como una muralla de acero y también les entregó los obsequios enviados por la pareja imperial. Al ver la foto de la pomposa ceremonia de entrega, nuestros guerrilleros rieron con desdén diciendo que también el emperador japonés parecía estar inquieto ante la posible irrupción del ERPC en Corea.

    Para avanzar al interior del país en grandes unidades era preciso que abriéramos unas cuantas brechas en la línea de vigilancia fronteriza, de la que los enemigos decían ruidosamente era una “fortaleza inexpugnable”. Y la tarea preliminar consistía exactamente en dispersar al máximo las fuerzas “punitivas”, que pululaban en las montañas y campos de Changbai. Para lograrlo debíamos, sobre todo, hacer ver que nos trasladábamos de Changbai para otro lugar. Estaba claro que si nuestra unidad se desplazaba a otra parte, lógicamente nos perseguirían y, por consiguiente, se debilitaría la vigilancia en la frontera.

    Pensábamos que en la expedición a Fusong nos encontraríamos con la unidad de Choe Hyon y los compañeros de la segunda división del primer cuerpo de ejército, que actuaban en la zona limítrofe de los distritos Fusong, Linjiang y Mengjiang, para hacer con ellos un plan de operación conjunta para el éxito de la operación de avance al interior del país.

    Otro objetivo que queríamos alcanzar con esa expedición, era educar y entrenar bien a los guerrilleros noveles en lo político, militar y moral de acuerdo con las exigencias de la situación reinante y la misión del ERPC.

    Después de establecida la base de nuevo tipo en la zona del Paektu, completamos nuestras filas con cientos de voluntarios. Alentados por las intensas y exitosas acciones militar-políticas del ERPC, jóvenes de la zona de Jiandao Oeste ingresaron, a porfía, en nuestra unidad. También del interior del país llegaban sin cesar jóvenes patriotas para participar en la lucha armada.

    Ante el crecimiento cuantitativo nos vimos obligados a prestar atención a su reforzamiento en lo cualitativo.

    Para aumentar la capacidad combativa, lo principal consistía en elevar el grado de preparación de los comandantes y los combatientes. Sin mejorar su disposición ideológica y práctica militar era imposible convertirnos en una unidad invencible. Pero, nuestros cientos de combatientes bisoños, aunque poseían todos una sólida conciencia clasista y alto fervor revolucionario, carecían de experiencia combativa y no conocían bien los métodos de la guerra de guerrillas. Tampoco tenían una elevada preparación política y cultural. Hasta hacía poco habían sido unos montañeses humildes que se ganaban la vida a costa de agobiantes trabajos, cultivando en artigas o como jornaleros ocasionales. Realizaban con agilidad trabajos como el manejo del escardillo, la cortadora de forrajes o la pala, pero eran principiantes en cuestiones militares. Sobra decir que había analfabetos, que no sabían ni siquiera una letra coreana, y mucho menos los principios elementales del desarrollo social.

    Eran jóvenes que habían padecido mucho y se forjaron en el trabajo, pero no lograban sobreponerse debidamente a las dificultades que surgían en la vida guerrillera. Por eso, algunos vacilaban y se quejaban. Unos refunfuñaban descontentos por la falta de sueño o lo penoso de la marcha y había quienes molestaban a los veteranos cuando se les rompían los zapatos o el uniforme porque no los podían remendar con sus propias manos.

    No podíamos emprender el avance hacia el país con novatos que no conocían los movimientos en orden cerrado, ni las reglas de la marcha nocturna, ni tampoco cómo determinar el rumbo, con esos bisoños que si se les averiaba el fusil, se paraban impotentes ante los veteranos y les rogaban “por favor, arréglemelo”.

    Para darles la formación necesaria a los nuevos alistados, les encomendábamos a guerrilleros veteranos la tarea de adiestrarlos de modo acelerado y enseñarles conocimientos básicos en momentos disponibles, pero este único método no permitía preparar multilateralmente a tantos bisoños de acuerdo con las exigencias de la guerra de guerrillas. Lo ideal era organizar expresamente un período de ejercicios militar-políticos en un profundo lugar selvático, a donde llegara menos la atención enemiga. Sin pasar tal curso de instrucción activa no podíamos hacer que fueran combatientes acerados. Pero, en Changbai no había lugar apropiado para esto. Los enemigos “peinaban” toda la tierra, tanto los lugares llanos como las remotas regiones montañosas. Por eso, escogimos la zona de Fusong donde se concentraban los campamentos secretos de intendencia del Ejército revolucionario.

    En resumen, la expedición a Fusong constituía una medida ofensiva que nos permitiría seguir manteniendo firmemente la iniciativa aun en condiciones de tenaz ataque masivo del enemigo, y una hábil disposición táctica para aumentar la capacidad combativa de la unidad y establecer un ambiente favorable para la marcha del Ejército revolucionario hacia el interior del país. Serviría, además, de vía para consolidar, ampliar y desarrollar los éxitos acumulados durante el medio año posterior al avance a la región del Paektu.

    Un día de marzo de 1937 iniciamos la expedición. En ella tomaron parte, además de los combatientes de fila, todo el personal de intendencia, incluso los grupos de sastrería y de cocina, y el taller de reparación de armas.

    Nos acompañaron Wei Zhengmin, Jon Kwang y Cao Yafan.

    La meta del primer día de marcha era cruzar el paso Duoguling. Caminamos todo el día, pero la capa de nieve era tan gruesa y hacía un frío tan cortante que no pudimos llegar a la cumbre. Tuvimos que vivaquear a mitad de la cuesta.

    En el invierno de aquel año una formidable cantidad de nieve cubrió la cordillera Changbai. Se acumuló tanto que en algunos valles se formaron capas varias veces más gruesas que la altura de un hombre. En esos lugares tuvimos que avanzar palmo a palmo empujando la nieve con nuestros cuerpos.

    Para que los integrantes de la joven generación tengan una clara visión de las dimensiones de esa nevada, es necesario escuchar las experiencias personales de los combatientes que participaron en la expedición a Fusong. Cuando, tras concluirla y descongelarse la tierra, nos dirigimos de nuevo hacia el Paektu, en el camino vimos una alpargata colgada en la copa de un alerce. La había perdido durante la marcha hacia Fusong un bisoño que ingresó en Changbai.

    A principios de marzo, las regiones llanas de la patria están en pleno período de deshielo, pero en la zona del Paektu reina todavía el señor del invierno.

    En medio de las tormentas de nieve era difícil instalar siquiera tiendas de campaña, y aun cuando lo hacíamos las derribaban las ventiscas. Cada vez que tropezábamos con esta situación, no teníamos otro remedio que cavar profundos túneles, con cabida para un pelotón, y dormir sentados, apoyándonos en los macutos, sobre el suelo cubierto con pieles de corzo o cortezas de árboles. Tapábamos la entrada con una sábana blanca para impedir que penetrara el viento. En el transcurso de la expedición comprendimos por experiencia propia el secreto de cómo los esquimales viven sin problemas, sin morirse de frío, en iglúes o refugios hechos con bloques de hielo.

    Entonces teníamos puestos calcetines forrados con cañas que llegaban hasta las rodillas y alpargatas que nos confeccionó la gente de Kapsan. En la zona del Paektu, sin estar ataviado así, nadie podía andar afuera en invierno. Nos acostábamos en torno a las hogueras con las alpargatas puestas.

    A duras penas al otro día cruzamos el paso Duoguling. La que emprendimos entonces no fue una expedición común. Al hablar de la “marcha penosa”, nuestro pueblo piensa, naturalmente, en la que se efectuó en el invierno de 1938, de Nanpaizi a Beidadingzi. Sin duda, ésta resultó ser tan difícil como para llamarla así. Pero, en lo que respecta a la arduidad, la expedición a Fusong fue no menos penosa que ella. La distancia es sólo de 100 kilómetros, más o menos. Recuerdo que debíamos recorrerlos en unos 25 días. Podía considerarse insignificante en comparación con más de 100 días de la “marcha penosa”. Sin embargo, esta también fue una ruta extremadamente difícil.

    Padecimos indeciblemente por el frío, hambre, falta de sueño, y ¡qué otras dificultades no sufrimos! Además, como tuvimos que entablar varios combates, derramamos mucha sangre y sufrimos muchas bajas.

    Fue tal prueba que hasta los veteranos tuvieron que soportar con los dientes apretados. Así pues, huelga decir cuánto padecieron los bisoños alistados hacía apenas unos cuantos meses.

    Hice que cada veterano se encargara de un novato. Yo mismo fui protector de 3 ó 4 flojos. Todos desempeñamos con diligencia el papel de hermano mayor. Durante las caminatas cargamos sus fusiles o mochilas; si se hacía alto encendíamos hogueras para calentar sus cuerpos, y cuando se acampaba les preparábamos el lecho y remendábamos sus uniformes, zapatos o gorras.

    A un guerrillero novato, natural de Zhujiadong, se le rompieron los zapatos tan horriblemente que se le veía el dedo gordo en cada pie, pero él, en vez de tratar de repararlos en un momento de descanso, se tendía al lado de la hoguera y dormía roncando, tan pronto como se diera la orden de alto. Cuando los veteranos usaban todavía las alpargatas de Kapsan que calzaron al partir de Changbai, ese guerrillero gastó hasta zapatos de trabajo que había llevado de reserva.

    Le cedí los míos de reserva y remendé los suyos con una aguja grande. Una vez arreglados los guardé en mi mochila y con posterioridad los entregué a otro guerrillero novato. Cada vez que arreglaba zapatos rotos, lo hacía a escondidas para evitar que sus dueños sintieran vergüenza si me veían en este quehacer, aunque una vez uno me cogió in fraganti. Con sentidas lágrimas se me acercó y sin más me quitó el hilo, la aguja y los zapatos que estaba remendando.

    Ese día, expliqué a los novatos:

    —…En casa ustedes no necesitan molestarse en coser, pues los padres les hacen zapatos de paja y las madres les remiendan las ropas, pero ya que son guerrilleros, deben saber hacerlo con sus propias manos. Cada uno tiene que organizar su vida. Ahora les voy a enseñar cómo se remiendan los zapatos …

    Ellos se sintieron avergonzados por haber causado al Comandante esa molestia.

    El calzado y la ropa se deterioraban más cuando marchábamos sobre la nieve cuya capa superior estaba congelada. Por eso, les expliqué la manera de caminar en esos casos.

    La expedición a Fusong fue, pues, una lucha contra el hambre. Constantemente nos salieron al paso las dificultades, empero, la que constituyó la más grave amenaza fue la de los víveres. A causa de que el ritmo de la marcha resultaba mucho más lento que lo previsto, los pocos con que partimos de Changbai se acabaron tan pronto como cruzamos el paso Duoguling.

    No había manera de conseguir algo de comer en un lugar totalmente cubierto de nieve, donde no se podían recoger ni siquiera raíces congeladas. La salida era arrebatarle al enemigo las provisiones, pero no conocíamos ni siquiera dónde estaba.

    Como fue muy fuerte la impresión que me quedó del hambre sufrida, con posterioridad dije a un camarada que, de hecho, la expedición a Fusong podía considerarse la “expedición de hambre”. Es imposible olvidar aquella terrible hambre sufrida, ya que caminábamos decenas de kilómetros sin meter ni un grano de maíz en la boca durante todo un día, engañando el estómago con agua o nieve.

    Ocurrió en un bosque cerca de Donggang, donde descubrimos una cabaña china. La expedición estaba en su última etapa. Como durante dos días no habíamos probado nada de cereal, aplacando el hambre con agua, al verla nos apareció un rayo de esperanza de poder conseguir algo de comer. En general, los que vivían cultivando el opio a escondidas en recónditos lugares montañosos, tenían reservas de cereales.

    Le rogamos al dueño nos vendiera siquiera un poco de cereal, si lo tenía, explicándole que la unidad se había quedado sin provisiones desde hacía varios días. Sin embargo, dijo tajantemente que no conservaba ni un puñado de granos porque se los había arrebatado la gente de la tropa de gandules de bosque. Según veíamos por la cantidad de cascabillos de maíz que estaba acumulada bajo las piedras moledoras, habían molido mucho para sacar granos partidos o harina, pero negó categóricamente tener provisiones, por más que le explicamos nuestra situación. Aunque nos resultara vergonzoso, decidimos preparar algo de comer con el cascabillo que había bajo las piedras de moler.

    A diferencia del salvado de mijo o almorejo, el cascabillo de maíz era difícil de tragar. Aunque lo tostábamos, se pegaba al esófago. Siguió igual aunque volvimos a molerlo, y aun cuando lo tragábamos a duras penas disuelto en agua, ayudaba poco para mitigar el hambre.

    Después de pensar mucho llamé al enlace Paek Hak Rim y le

    ordené:

    —Si cruzas algunas montañas, llegarás adonde debe estar la tropa de Wu Yicheng. Su comandante no está, pero una parte de sus subalternos continúa la guerra de resistencia. Irás allá y luego de decirles que estoy aquí pídeles que nos cedan algo de víveres. Si tienen, no se negarán ante nuestra petición, siquiera teniendo en cuenta nuestras buenas relaciones del pasado.

    Paek Hak Rim contactó con la tropa de Wu Yicheng, pero regresó con las manos vacías. No obstante, cargando un gran saco de cascabillos de maíz un comandante de esa unidad vino expresamente a pedirnos disculpas.

    —No podemos rechazar la petición personal del Comandante Kim. Deseamos mucho ayudarles, pero como nosotros también nos quedamos sin provisiones, venimos solo con estas cosas. No lo tome a mal.

    Aquel día, nuestros guerrilleros, echando un vistazo al interior y exterior de aquella cabaña, encontraron en el patio un ataúd lleno de maíz triturado. Los habitantes de Manchuria tenían la costumbre de confeccionar de antemano el ataúd que usarían y guardarlo delante de la casa. Se consideraba un objeto funeral inviolable. A partir de esa costumbre, en el período de la revolución antijaponesa en Manchuria surgieron muchos episodios relacionados con el ataúd.

    Era comprensible que los dueños escondieron el cereal allí. Sin embargo, este hecho indignó a nuestros camaradas, sobre todo, a los recién alistados. Uno que ingresó en Zhujiadong vino corriendo a mí y se quejó:

    —Mi General, los dueños de esta casa son una gente muy mala. Cuando darles de comer hasta a los animales, como vacas o caballos, que penetran en el patio de la casa es norma y cortesía del ser humano, la conducta de los dueños de ésta es demasiado vil. ¿Correrá sangre por sus venas? Vamos a darles una seria lección y confiscar sus víveres.

    Traté de calmarlo:

    —… ¿Confiscar? No, no debemos hacerlo. No podemos tocar ni un grano de esta casa. Es preferible que pasemos hambre…

    Aquel guerrillero se retiró, sin decir nada, sólo tragando en seco.

    Sin dar la menor señal de que sabíamos lo de los granos escondidos en el ataúd, nos alimentábamos con la cáscara de maíz y tratábamos de educar con paciencia a nuestros anfitriones.

    Hasta el momento de la despedida ellos lo callaron tercamente.

    El mencionado guerrillero se me acercó expresamente para decirme:

    —¿Ve usted qué gente son? No vale la pena educarlos.

    Le repliqué:

    —No, no tienes razón. Aunque no nos ofrecieron granos, ya empezaron a entender que somos un ejército bueno.

    A través de este hecho, los nuevos alistados comprendieron claramente que entre los habitantes existían diferentes clases de hombres, razón por la cual su educación no debía realizarse de una sola manera; que cualquier tarea podía ejecutarse sólo cuando los hombres se movían por su voluntad, y que, por tanto, el ejército, si bien se encontraba en una situación difícil, no debía apropiarse a su antojo de los bienes del pueblo ni exigirle a la fuerza su hospitalidad o ayuda.

    Si entonces los hubiéramos escarmentado severamente, o confiscado sus víveres como castigo por engañarnos, sin haber podido sobreponernos a la indignación, no se sabe si los guerrilleros recién ingresados se habrían convertido en burócratas que solían dar órdenes al pueblo o deseaban privilegios, violando el lema: No podemos vivir separados del pueblo, o, simplemente, en bandoleros.

    Mientras íbamos cuesta abajo, siguiendo el curso del río Manjiang, vimos que dos jornaleros seguían de lejos a nuestra columna. Trabajaban en la Empresa Maderera de Duantoushan. Sus conductas resultaron muy sospechosas, por lo que les preguntamos por qué nos seguían tan insistentemente. Confesaron que los enemigos les habían ordenado encontrar las huellas de la guerrilla. Declararon que si cumplían bien la misión, podían cobrar un jornal gordo, pero si regresaban sin noticias, podían ser acusados de “elementos confabulados con los bandidos” o sufrir muchos inconvenientes.

    Por boca de ellos supimos que en la Empresa Maderera de Duantoushan había numerosos jornaleros y un cuerpo de policía forestal. Decidí atacarla para conseguir víveres, aunque el combate resultara difícil.

    Para esta operación movilicé el séptimo y octavo regimientos. Sus efectivos la atacaron y registraron los depósitos, pero no encontraron ni un saco de cereales. Los dueños de la empresa, por el temor a un asalto de la guerrilla, no guardaban las provisiones en los depósitos, sino los traían todos los días de otro lugar. Unos 700 u 800 enemigos que se estacionaban contra lo previsto en la aldea de la empresa salieron en tropel para responder a nuestros combatientes. Era un refuerzo para la “operación punitiva” que habían enviado al recibir la información de que nuestra unidad principal estaba moviéndose en dirección a Fusong.

    El séptimo y octavo regimientos regresaron con unas 20 cabezas de ganado bovino de la empresa maderera.

    El grupo de contención al mando de O Jung Hup tuvo la misión de mantener a raya a los perseguidores. O Jung Hup organizó un grupo suicida con hombres seleccionados de las secciones, y enfrentándose más de 10 veces, detuvo tenazmente a los perseguidores. Me dijeron que al clarear el día vieron que los adversarios se acercaron hasta unos 50 metros.

    Mientras el grupo de contención frenaba el avance del enemigo, la fuerza principal ocupó las dos cimas situadas en la parte oriental y envió un enlace con la orden de que el grupo de contención de O Jung Hup retrocediera por el campo de heno que se hallaba entre ellas, arrastrando tras sí al enemigo. El “destacamento punitivo”, tentado por esta táctica de atracción, penetró en el extenso campo, de donde apenas pudo escapar abandonando numerosos cadáveres.

    Antes que nuestro grueso entrara en combate, unos guerrilleros sacrificaron las reses detrás del puesto de mando, en una elevación. Tan pronto como fueron descuartizadas asaron carne y el olor nos hacía sentir que el estómago se nos volcaba. El resto de la carne lo metimos en las mochilas. Seguimos la marcha comiendo carne. Pero, en 2 ó 3 días hasta eso se acabó.

    Al tornarse más frenética la persecución enemiga, Jon Kwang se fue al campamento secreto situado en Dongmanjiang. De allí hizo regresar a nuestros guerrilleros con unos cuantos males de trigo en grano.

    Nuestros guerrilleros lo vituperaron: “¿Es sólo esto a lo sumo la generosidad del responsable político? Es demasiado tacaño en comparación con su corpulencia.

    Algunos lo censuraron calificándolo de persona sin valor ni sentimientos humanos. Y seguían desconfiando de él porque cuando el asalto a la cabecera del distrito Fusong había provocado una confusión para toda la operación, al renunciar al asalto a Wanlianghe, previsto como una acción complementaria. Como Jon Kwang, además de darse aires de importancia como cuadro, se escurría cada vez que se creaban situaciones difíciles y peligrosas, por lo general, los soldados y oficiales de nuestra unidad no lo veían con buenos ojos. La percepción de las masas fue correcta. Con posterioridad traicionó, causándole graves daños a nuestra revolución.

    La unidad continuó en dirección a Fusong siguiendo el cauce del riachuelo Manjiang, perseguida de cerca por el enemigo. Pronto se acabó también el trigo enviado por Jon Kwang. De nuevo, nos vimos obligados a sufrir la agobiadora hambre.

    Después, despistando a los perseguidores, permanecimos durante algún tiempo en un lugar llamado Toudaoling. Sin solucionar los víveres no podíamos continuar. Fue justamente cuando Kang Thae Ok y algunos otros guerrilleros bisoños, procedentes de Manjiang, se propusieron voluntariamente para conseguirlos. Ellos eran quienes en el año anterior, al asistir en Manjiang a las representaciones de los dramas “Mar de sangre” y “Destino de un miembro del cuerpo de autodefensa” habían solicitado en el mismo lugar, muy emocionados, ingresar en la guerrilla.

    Al darse cuenta de que la unidad se acercaba a Manjiang, con Kim Thaek Hwan a la cabeza, vinieron a verme.

    —General, queremos ir a obtener algo de víveres. Cuando Manjiang está a un paso de aquí, es injustificable que la guerrilla pase hambre. Allí escasean los cereales, pero abunda la patata. Antes la guardábamos para enviarla a la guerrilla y conocemos el lugar.

    No dijeron más que eso, pero me sentí algo aliviado.

    Unos 10 hombres partieron hacia Manjiang para conseguir alimentos. Sin embargo, el fruto no fue tan satisfactorio como se esperaba. Me informaron que las patatas guardadas para el consumo de la guerrilla se las habían comido los jabalíes. Por eso, emprendieron el regreso con lo poco que quedaba. En nuestra situación, cuando no teníamos nada, esto también era un gran éxito.

    Pero, ocurrió un problema. Cometieron un grave error. Vencidos por el hambre, en el camino encendieron una hoguera, cerca del lugar del campamento y asaron patatas.

    Al encender en la madrugada una hoguera próximo al vivaque, no solo se delataron a sí mismos sino también revelaron la posición de toda la unidad y no le indicaron nada al puesto de centinela, aunque vieron a los enemigos, y corrieron hacia el campamento sin pensar en las consecuencias. Como resultado, la unidad que estaba durmiendo se vio obligada a entrar en combate sin tener tiempo para prepararse.

    La indisciplina acarreaba a veces consecuencias imprevistas como esa.

    No dejaba de reiterarles a los novatos la necesidad de observar la disciplina y las normas de conducta en la guerrilla a la vez que les explicaba que la indisciplina no se admitía; acatar la disciplina resultaba difícil, pero no debían considerarla como una carga, porque ella era la vida en el ejército; que no se quitaran los zapatos cuando dormían en el vivaque y no dejaran huellas en ninguna parte; que encendieran hogueras sólo en lugares indicados por los superiores; que en el caso de ser perseguidos por los enemigos los atrajeran en dirección opuesta al campamento secreto o al vivaque; y que no comieran yerbas desconocidas.

    Sin embargo, a causa del error del grupo que estuvo en Manjiang para conseguir víveres perdimos a algunos de nuestros queridos camaradas en el enfrentamiento con los enemigos.

    Entonces, no los critiqué. ¡Qué bueno habría sido si con la crítica hubiera podido hacer resucitar a los muertos! La muerte de los compañeros sobraba para sustituir cualquier crítica. Para ellos fue algo más severo que una crítica o un castigo.

    En ese incidente cayó el enlace Choe Kum San. Los enemigos, que al divisar la hoguera persiguieron sigilosamente al grupo, rodearon nuestro campamento y abrieron fuego. En ese momento, extremadamente crítico, Choe Kum San, convirtiéndose en mi escudo, combatió a vida o muerte para protegerme. Al verme cubrir la retirada de otros él, junto con Ri Pong Rok, vino corriendo a mi lado, y tapándome con su cuerpo, disparó furiosamente. Si no me hubieran protegido a riesgo de su vida, quizás me habría podido ocurrir una desgracia.

    Choe Kum San fue herido mortalmente por varias balas, mas continuó abriendo fuego hasta que no le quedaron municiones. Su uniforme estaba empapado de sangre.

    Ri Pong Rok lo levantó de en medio de la nieve y lo llevó a la espalda. Detrás de ellos protegí su retirada con mi máuser. Cuando Ri Pong Rok se cansaba, yo llevaba a Choe Kum San a cuestas.

    Después de salir del cerco lo bajamos de la espalda de Ri Pong Rok, y vimos que estaba muerto. Choe Kum San no superaba a otros en lo físico ni tampoco poseía cualidades sobresalientes que impresionaran, pero todo el personal de nuestra Comandancia lo quería como a su propio hermano menor.

    Fue un joven con muchos sueños y fantasías. Uno de sus deseos era viajar interminablemente en tren. Siempre decía que después de la liberación de la patria conduciría un tren.

    Cuando lo acostamos al lado de una hoguera, alguien, que estaba a mi espalda, dijo:

    —¡Qué lástima, tan joven! Todavía no ha cumplido 20 años.

    Estas pocas palabras hicieron que toda la unidad rompiera a llorar.

    Antes de sepultarlo, revisamos su mochila y no encontramos más que un par de alpargatas tejidas por la gente de Kapsan, y una bolsa de harina de cereal tostado.

    El mayor anhelo del hijo de un inmigrante, que naciera en tierra extraña y creciera bebiendo agua ajena, era pisar la tierra patria. Cuando al convertirse en enlace me acompañó desde el lejano Nanhutou, en Manchuria del Norte, hasta el monte Paektu, casi todos los días me hacía miles de preguntas: que cuánto debíamos caminar más para divisar la tierra patria; que si en Jiandao Oeste podríamos probar la manzana coreana; que si yo había visto el Mar Este que, según le contaron era admirable; que si dentro de unos cuantos años podíamos atacar Pyongyang, Seúl y Pusan, etc. Guardó las alpargatas, hechas por los campesinos de Kapsan, porque pensaba tenerlas para el día del avance a la patria.

    Choe Kum San fue un adolescente simpático y mi joven compañero de combate, sirvió durante mucho tiempo como enlace en la Comandancia y compartió conmigo una misma manta. Quizás por eso lloré más triste al despedirlo que cuando lo hice por otros camaradas caídos.

    La tierra de Toudaoling estaba tan duramente congelada que no pudimos removerla ni con hachas o bayonetas. No tuvimos otro remedio que cubrir su cuerpo con la nieve. Con el propósito de volver a enterrarlo mejor, dejamos marcado el sitio.

    Cuando, después que se derritió la nieve e hicimos el balance de la expedición, volvíamos a dirigirnos hacia el monte Paektu, fui con la unidad al lugar.

    Lo vestimos con un uniforme nuevo que había llevado del campamento secreto de Donggang y lo sepulté como se debía en un lugar soleado. E hice que delante de la tumba se plantaran algunas matas de azalea. Quería que, aunque fuera desde debajo de la tierra, oliera el aroma de la patria. Pese a que esas flores habían crecido en tierra extraña, su aroma no podría ser distinto. La azalea era la flor que él más amaba.

    “¡Adiós, mi Kum San! Nos vamos otra vez al monte Paektu. Este verano, con la unidad avanzaré a toda costa a la patria, tal como tú deseabas. Allá, en la patria, te vengaré cien y mil veces.”

    Hablando con él para mis adentros, le di el saludo de despedida. Aun recuerdo dolorosamente aquella escena. Hoy tendría más o menos la edad de Paek Hak Rim.

    En la expedición a Fusong, efectuada en la primavera de 1937, perdimos muchos compañeros queridos. Como dice esta estrofa de una canción: “Changbaishan vio derramada sangre viril”, entonces derramamos mucha sangre. A sangre nos abrimos cada paso.

    Es una lástima que no pueda describir aquí vivamente, tal como fueron, las brillantes hazañas de mis camaradas de armas y sus extraordinarios esfuerzos. Pero, si bien carezco del don de escribir, por lo menos lo hago con toda mi devoción. Escribo estas memorias con el sentimiento de que sirvan como epitafios para las tumbas de mis camaradas de armas, que en los escarpados pasos y profundos valles de Fusong se fueron de nuestro lado, dejando como testamento el ruego de que recuperáramos a toda costa a Corea; de aquellos queridos compañeros que hasta en el momento de morir me sonrieron diciendo: “¡Le deseamos salud y éxito en el combate!”.

    

    

    

    

    

    2. Mil ríes de un tirón, en Xiaotanghe

    

    

    Tras varios combates en las cercanías de Manjiang, nuestra unidad, sin dejar rastro, como por encanto, se refugió en el campamento secreto de Yangmudingzi, situado en medio del monte Laoling en la ladera hacia Xinancha.

    Decían que el nombre de este lugar significa sitio con muchos sauces. A ambos lados del sendero que subía al puerto había dos edificaciones del campamento secreto: la de un lado se llamaba Yangmudingzi Este, y la de otro, Yangmudingzi Oeste. Llegamos primero a esta. Allí se encontraba la unidad de Yu, miembro de estado mayor. Cruzando una loma no muy distante al sur de Yangmudingzi Este se veía el campamento secreto de Gaolibuzi. Los tres formaban un triángulo, con el Laoling como centro, y la gente los llamaba generalmente campamento secreto de Yangmudingzi.

    Se utilizaron varios años, hasta que en marzo de 1940 Rim Su San lanzó un asalto de gran dimensión con una tropa de “castigo”, los incendió y mató a muchos moradores.

    Yangmudingzi no se ha borrado nunca de mi memoria. Allí cayó Ri Tong Baek, mi compañero de armas y consejero confiable, y murió Ri Tal Gyong, jefe de la compañía de escolta, a quien habían traído en una camilla, gravemente herido. Allí publicamos en el periódico Sogwang el artículo Tareas de los comunistas coreanos. Allí nos encontramos en varias ocasiones con Wei Zhengmin y otros cuadros del cuerpo de ejército para analizar los problemas de las operaciones conjuntas.

    En el campamento secreto de Yangmudingzi maduré el proyecto para las operaciones de avance hacia la patria en el verano de 1937 y aceleré sus preparativos, de los cuales una importante parte era asegurar los abastecimientos.

    Organicé una pequeña unidad al mando de O Jung Hup y la envié a Changbai, a donde esperaba Kim Ju Hyon. Formaban parte de ella las costureras, los afectados por el sabañón y los débiles. Conseguir abastecimientos en Changbai hubiera sido más fácil que la fatigosa caminata entre la nieve sin siquiera tomar un plato de bodrio de maíz al día.

    Enviamos, además, a trabajadores políticos a las zonas de Jiandao Oeste y del interior del país para que se establecieran y actuaran allí.

    Posteriormente, nuestra unidad de expedición partió de Yangmudingzi hacia el campamento secreto de la retaguardia de la cuarta división, situado en un bosque de Xiaotanghe, con el propósito de entretener y dispersar a las tropas enemigas y obtener provisiones. Allí existían toneles de vino, cajones de naranjas y manzanas, y otras cosas de las que alardeaban los compañeros de la cuarta división diciendo que eran trofeos que habían arrebatado en un combate a una tropa Jingan. Se veían también tres ametralladoras.

    Los anfitriones nos cedieron una cantidad de maíz como provisiones para dos días. Al partir del campamento, unos compañeros sonsacaron a Bi el Laogada un tonel de vino. Di la orden de no beber.

    Siempre nos guardábamos de que se bebiera y fumara. Porque, en muchas ocasiones estos dos vicios obstaculizaron las acciones militares. Un año, no recuerdo claro la fecha, se produjo una confusión durante la marcha. En un alto pasé lista y descubrí que faltaban dos combatientes. Nos pusimos a buscarlos. Después supe que en el camino se habían colado, a escondidas, en una taberna y bebieron. Por supuesto, fueron sometidos a duras críticas.

    Al ver el tonel de vino, algunos entrometidos se pusieron a sonsacar al jefe de compañía, Ri Tong Hak, para que les permitiera darse un trago, para entrar en calor, pues hacía frío. Impidiéndole el paso se lo pidieron con tal insistencia que éste aceptó. Sacó vino y sirvió una taza a cada uno.

    —Tomemos un trago nada más, a escondidas del camarada Comandante. No sucederá nada con un trago.

    Así bebieron todos los escoltas. Igual sucedió con otras compañías. A causa de esa descabellada distribución equitativa, estuvimos a punto de sufrir una enorme pérdida en la batalla de Xiaotanghe. Si en los antecedentes de Ri Tong Hak estuvieran anotados sus errores, creo que el mayor sería el de ese día. Era lógico que aquellos hombres físicamente debilitados hasta más no poder fueran muy sensibles al efecto del alcohol.

    Para empeorar la cosa, el centinela actuó con ligereza, infringiendo el reglamento. Esa mañana, cuando cientos de efectivos del ejército títere manchú cercaban el lugar, aquel guerrillero del octavo regimiento estaba de guardia a la entrada del vivaque, y al percibir señales de vida, gritó:

    —¿Quién va?

    El soldado descubierto por él resultó ser un astuto:

    —Somos de la cuarta división. ¿Ustedes son de la unidad del Comandante Kim?

    El centinela, turbado, se dejó engañar, y respondió:

    —Sí, ¿de dónde vienen?

    Mientras tanto, la unidad de “castigo” ocupó posiciones favorables y estrechó el cerco.

    El soldado propuso que si de verdad era la unidad del Comandante Kim, les enviara un delegado. En el reglamento del Ejército Revolucionario Popular no existía artículo que estipulara enviar a delegados cuando se encontraban sus unidades. No obstante, el centinela del octavo regimiento lo hizo por decisión propia. Los enemigos, que ya habían ocupado la loma, lo detuvieron y desarmaron y luego iniciaron el ataque. Por esta razón, estuvimos en una situación desventajosa por unos momentos.

    No era fácil revertirla a nuestro favor. Los enemigos subían por la loma en cuya ladera contraria estaba situada nuestra Comandancia. Ordené a toda la unidad ocupar la cota.

    Entonces, se dejaron sentir las consecuencias del alcohol que Ri Tong Hak repartiera a los guerrilleros. Alcancé a ver a muchos hombres que se demoraron en la ladera sin apresurarse a escalar hasta la cima. Supe más tarde que bebieron sin ton ni son aunque eran inexpertos. Entre ellos figuraba Kang Wi Ryong, ametrallador de la compañía de escolta. Repetidas veces grité que ocuparan pronto la cota, pero él seguía remoloneando abajo. Días después, me confesó que, por estar borracho, sentía mareos, le temblaban las piernas, y no podía dar un paso. Como el ametrallador se encontraba en tal estado, me quedé, hasta cierto punto, perplejo.

    En la cima la distancia entre nosotros y el enemigo era tan corta que el combate se desarrolló en un mar de confusiones. El fuego concentrado contrario hizo varios agujeros en la mochila de Ri Tong Hak y una bala le llevó una oreja a un combatiente.

    Para colmo, la compañía No.2 del séptimo regimiento, dirigida por Kim Thaek Hwan, no lograba romper el cerco.

    Así y todo, los ametralladores de la compañía de escolta dieron mucho de sí. Descargaron intenso fuego sobre los atacantes cambiando constantemente de posición. Mientras tanto, el octavo regimiento logró salir del asedio. En ese ruidoso combate, que duró desde la madrugada hasta la noche, también se salvó la compañía de Kim Thaek Hwan, aunque perdió un pelotón.

    Pusimos fuera de combate a centenares de soldados y nos apoderamos de muchos trofeos. Salimos victoriosos, mas nos dejó dolorosas heridas en nuestro corazón. Sufrimos no pocas pérdidas. Kim San Ho, que corría de aquí para allá para salvar a los guerrilleros, fue alcanzado por varias balas.

    En el último momento llamó a Kim Hak Ryul, destacado combatiente con la bayoneta, y le ordenó que abriera la brecha.

    Este había ingresado en la guerrilla en Xinchandong junto con Han Thae Ryong, y era un titán, valiente y recto. En el asalto a las ciudadelas, siempre al frente, abría el arremetedero, y una vez terminado el combate y abiertos los depósitos de granos o de materiales de intendencia, era el primero en llevar pesadas cargas. En una ocasión, nos asombró al echarse sobre los hombros dos sacos de arroz de cien kilogramos cada uno. Cuando cavábamos un túnel en la nieve para continuar el avance, él estaba siempre a la cabeza.

    Para cumplir la orden, se arrojó sobre los enemigos con bayoneta calada. Derribó una decena de soldados a cambio de ocho heridas en su cuerpo. Era un verdadero Ave Fénix. Al no poder seguir combatiendo con la bayoneta, recurrió a las granadas de mano. Y con la última rodó hasta quedar en medio de un grupo de soldados. Una estruendosa explosión sacudió la cota y los compañeros de armas se despidieron de él, con gran dolor, apretando los labios.

    La mayor pérdida fue la muerte de Kim San Ho, comisario político del octavo regimiento. Desde la etapa de Wujiazi compartí con él penas y alegrías durante varios años. Cada vez que hablamos sobre el rápido desarrollo de las personas comunes en medio de la revolución, poníamos como ejemplo típico a Kim San Ho. Así la expresión “De sirviente a comisario político de regimiento” llegó a constituir una muestra gráfica de cuán poderosamente impulsa la revolución el proceso del desarrollo de los hombres comunes y cómo en sus avatares los jóvenes trabajadores de origen obrero y campesino progresan con rapidez en lo político e ideológico, en lo militar y técnico, en lo cultural y moral.

    El día de la muerte de Kim San Ho no pude tomar la cena.

    Los guerrilleros hicieron una hoguera y me llamaron: “¡Camarada Comandante!”, “¡Camarada Comandante!”, mas no me acerqué. Al pensar en el cuerpo de Kim San Ho hecho hielo y cubierto de nieve, sentí que sólo con ver la lumbre cometía un delito.

    Tampoco Qian Yonglin, jefe del octavo regimiento, cenó. Aunque era chino, y Kim San Ho, coreano, la diferencia de nacionalidad no obstaculizó nunca la amistad revolucionaria entre ambos. Siempre respetó las opiniones de éste, quien, a su vez, por detrás le ayudó con sinceridad en el trabajo.

    Ante la muerte de Kim San Ho, Qian Yonglin se mostró tan triste que ninguno de sus subalternos tomó comida. Los que escaparon de la muerte con ayuda de Kim San Ho y Kim Hak Ryul no lo hicieron pensando en sus salvadores y en los demás caídos.

    Aun después de terminada la batalla, los enemigos no daban indicios de retirarse. No había duda de que junto con los refuerzos querían cercarnos completamente y aniquilarnos en el valle Xiaotanghe.

    Existía el peligro de que al mínimo descuido cayéramos en la red de ese cerco que nos inmovilizaría y haría morder el polvo de la derrota. En tal situación, mantener la iniciativa y obligar al adversario a ponerse a la defensiva es una exigencia de la guerra de guerrillas.

    Hice que la unidad fingiera retirarse a la profundidad de un bosque y regresara sigilosamente para ocupar el mismo lugar del combate, y allí pernoctamos. Se trataba de una táctica de nuestro estilo, consistente en crearle confusión al enemigo, dando vueltas dentro de un mismo sitio.

    Mientras tejíamos esa treta, siguieron aumentando sus efectivos para el combate decisivo. Quizás, estaban determinados a luchar a vida o muerte para desquitarse de las vergonzosas derrotas en su “gran operación de castigo invernal”. Sus unidades llegaban sin cesar al valle de Xiaotanghe. Parecía que todas las fuerzas armadas en el territorio de Manchuria se agolpaban en aquel punto. Al anochecer, divisé desde una elevación un mar de hogueras que se extendía en un área de varias decenas de kilómetros de Xiaotanghe. Era comparable con el panorama nocturno de una urbe. Por tanto, nos tenderían múltiples cercos. Ordené que las contaran a bulto, por direcciones, y calculé el número de soldados estimando los que estarían en torno a cada una, y resultó que llegaba a varios miles.

    Al ver ese mar de fuego los semblantes de los guerrilleros se tornaron tensos. De seguro estaban decididos a dejar su vida en esa loma de Xiaotanghe.

    Se me acercó Son Jang Sang, jefe del séptimo regimiento, y propuso con voz grave:

    —Camarada Comandante, no veo salida. ¿Qué le parece si preparamos un combate de vida o muerte?

    Los rostros de otros comandantes denotaban la misma decisión.

    La expresión “combate de vida o muerte” me sonaba vacía, no sabía porqué. Dicho francamente, entablarlo con menos de 500 hombres contra miles de efectivos enemigos significaba una acción descabellada que equivalía a abandonarnos a nosotros mismos.

    Si, aunque cayéramos todos en ese tipo de batalla, triunfara mañana la revolución a costa de nuestra vida, no la rechazaríamos. Pero, pasara lo que pasara, debíamos sobrevivir para llevar a feliz término la revolución que iniciamos.

    —... Compañeros, quedar vivo es más difícil que morir. Por tanto, no debemos dejarnos matar, sino sobrevivir todos para proseguir la revolución. Tenemos que cumplir la gran empresa de la operación de avance hacia el interior del país. Es la honrosa y sagrada tarea que la época y la historia demandan que realicemos. ¿Cómo podemos optar por el camino de la muerte dejando tan importante obra? Debemos quedar con vida todos e ir sin falta a la patria que espera con ansia la llegada del Ejército Revolucionario Popular. Busquemos el camino para vencer las dificultades ...

    —Camarada Comandante, ¿cómo ingeniárnoslas para salir de esta trampa? La habilidad también tiene límites.

    Son Jang Sang seguía considerando desastrosa la situación. Toda la unidad me miraba esperando la orden. Nunca experimenté tan vivo cuán importante y difícil es la responsabilidad del comandante.

    Observando las grandes y pequeñas hogueras que llenaban el valle, busqué mentalmente una ingeniosa idea para salir del cerco, y pensé:

    “El problema es cómo romper el cerco y qué rumbo tomar para alejarnos. Si los efectivos de la tropa de “castigo” amontonados en el valle se cuentan por miles, su retaguardia debe estar desierta. Si logramos salir del asedio, los enemigos pensarán, seguramente, que tratamos de adentrarnos más en las montañas. Por tanto, la mejor solución está en escurrirnos por cerca del camino real donde es, relativamente, flojo el cerco. Después, avanzaremos mil ríes por él, de un tirón.”

    De inmediato impartí la orden:

    —…Compañeros, está bien que ustedes estén dispuestos a dar la vida, pero no deben morir. Podemos salvarnos. Debemos abandonar el bosque ahora e ir a la zona habitada. Mi decisión es llegar allí y seguir por el camino real en dirección a Donggang…

    Al oir camino real, los jefes al unísono levantaron la cabeza. Garantizar la discreción en la marcha era una regla inviolable para las acciones guerrilleras. Por tanto, era comprensible que se quedaran de una pieza al recibir aquella orden, cuando estábamos cercados por enormes efectivos.

    Son Jang Sang se acercó y me dijo con inquietud que eso sería una descomedida aventura. Y tenía razón. En efecto, era una operación temeraria que sólo podía calificarse de aventurera en todos sus aspectos. Porque existía la posibilidad de que los enemigos vigilaran el camino real y mantuvieran una parte de sus efectivos en la retaguardia.

    Desde los primeros días de la Lucha Armada Antijaponesa me opuse al aventurerismo militar. Efectuábamos solo combates que pudiéramos ganar. En los que era imposible vencer nunca metíamos las narices. Sólo en casos inevitables recurrimos a aventurarnos. Pero, todas las aventuras que hicimos tuvieron por premisa el éxito y se llevaron a cabo con la máxima movilización de nuestra capacidad.

    Unicamente los que tienen la férrea convicción, el espíritu combativo y el valor, que les permiten pensar que, aunque se venga abajo el cielo podrán hacer un agujero para salir, pueden acertar en todo a lo que se lancen.

    La evasión hacia la zona residencial y la táctica de marchar por el camino real que decidí en la loma de Xiaotanghe, resultaban un riesgo cuyo éxito era seguro. Porque estaba garantizada por nuestro consecuente espíritu de ataque, capaz de convertir las coyunturas adversas en favorables y pasar de la defensiva a la ofensiva, y por un cálculo científico para aprovechar al máximo los puntos débiles del enemigo.

    La batalla es, a fin de cuentas, el enfrentamiento de la inteligencia a la inteligencia, de la convicción a la convicción, de la voluntad a la voluntad y del valor al valor. Al concentrar miles de hombres en la zona de Xiaotanghe el enemigo perseguía el objetivo de cercarnos y aniquilarnos con la táctica de mar de gente, sustentada en la superioridad numérica. Era un procedimiento habitual al que se aferraba siempre para “castigar” al Ejército revolucionario.

    Con esa estereotipada y manida táctica aplicada cientos de veces antes en el mundo, trataban de aniquilarnos. En lo único que confiaban era en el enorme número, que llegaba a miles. He aquí, exactamente, el punto débil y la limitación de su táctica.

    Ese mar de hogueras extendido a lo largo de varias decenas de kilómetros del valle de Xiaotanghe, puso al descubierto la cantidad de sus efectivos y la maniobra con que querían derrotar al ERPC, lo cual era igual a dejarse arrebatar por nosotros su plan de operaciones. Por ese error, podía considerarse que ya nos habían cedido la iniciativa.

    Estaba convencido de que podíamos salir, indefectiblemente, a una zona de seguridad. Puse una mano sobre el hombro de Son Jang Sang y le sonreí. Luego, dirigiéndome a los demás jefes, dije:

    —... Ahora, el enemigo tiene concentrados aquí miles de hombres. Esto significa que movilizó no sólo el ejército y la policía, sino incluso a todos los cuerpos de autodefensa, que estaban dispersos en las cercanías de Xiaotanghe y los demás poblados de la región de Fusong. Así, pues, se encontrarán libres sus aldeas y caminos. El adversario dirige su atención sólo a los bosques. No se imaginará que nos podemos escurrir por el camino real. Ahí está precisamente su punto vacío. Valiéndonos de él debemos trasladarnos con rapidez al campamento secreto de Donggang ...

    Tal vez mi expresión y ademán resultaron bastante tranquilos.

    En los rostros de los comandantes comenzaron a aparecer señales de alivio. Ya muy animados dieron la orden de partida a sus unidades. El octavo regimiento fue el primero en descender al valle. Le siguieron la compañía de escolta y el séptimo regimiento. La columna avanzó sigilosamente hacia el camino sorteando las hogueras. Entonces me percaté profundamente de la enorme influencia que la actitud, la palabra y el gesto del comandante ejercen sobre las filas en circunstancias complejas o de crisis en que se juega la existencia. Es una ley que si el comandante se muestra imperturbable también lo estén los soldados, y si él se queda perplejo, éstos se queden perplejos.

    Como lo previmos, en el camino real no se veía ni una hormiga. Lo único que saltaba a la vista eran las huellas de hogueras a la entrada de las aldeas. Como un tren expreso marchamos sin tropiezos hacia Donggang atravesando por varios poblados.

    Logramos pasar sin novedades la zona enemiga vacía sin hacer un disparo. El único tiro que hicimos fue cuando notamos que el octavo regimiento caminaba separado en dos partes a una distancia de más de 500 metros. Los guerrilleros se habían relajado mientras avanzaban por caminos y aldeas. Muchos de los integrantes del octavo regimiento marchaban dormitando.

    Ordené al jefe de la retaguardia que hiciera un disparo. Se duplicó el ritmo de los pasos y nadie volvió a dormitar.

    La táctica de marchar por el camino real de Xiaotanghe, la aplicamos más tarde en la patria, cuando avanzábamos hacia la zona de Musan tras abandonar el pico Pegae. La llamamos táctica de marchar mil ríes de un tirón.

    Posteriormente, en la revista Tiexin leí que, cuando la batalla de Xiaotanghe, los adversarios habían invitado a un grupo de periodistas de Japón, Estado manchú y Alemania. Es usual que estos acompañaran al ejército para escribir, cosa que puede suceder en cualquier guerra, mas la presencia de uno de la Alemania nazi a decenas de miles de kilómetros de distancia de Manchuria, testimoniaba que los especialistas japoneses en la operación de “castigo” concedían gran importancia a sus acciones en la región de Fusong, y ya de antemano las daban por victoriosas.

    El artículo Reportaje sobre el castigo de los bandidos de la región oriental del Noreste de China insertado en la misma revista decía que ese grupo lo integraban corresponsales de los principales periódicos de Japón, como Tokionichinichi Shimbun, Yomiuri Shimbun, y Hochi Shimbun, de la Estación de Radio de Xinjing, funcionarios del ministerio del exterior de Estado manchú, y Johann Nebel, corresponsal de la Agencia Informativa Imperial de la Alemania nazi. Resultaba un formidable grupo, de múltiple representatividad; a la coalición de la prensa hablada y escrita de Japón, Alemania y Manchuria se le unieron hasta diplomáticos. Tal vez los adversarios consideraron la operación de “castigo” en la región de Fusong como ejemplar, que les daría motivo para enorgullecerse ante todo el mundo, y estaban embelesados por el ardiente deseo de dar a conocer ampliamente el “éxito trascendental” que conseguirían en la inminente batalla.

    Simultáneamente se personaron en el lugar Washizaki, cuadro principal del departamento de información del gobierno militar del Estado manchú; Nagashima, funcionario de su oficina de asuntos generales, y Tanaka, jefe de los agentes secretos de Andung. También ellos debían estar embriagados por la ilusa idea de que en aquella primavera las tropas de Japón aniquilarían al ERPC en las abruptas cordilleras y valles de Fusong, y eliminarían para siempre el “cáncer de la paz en el Oriente”. Washizaki estaba al tanto de la situación del movimiento comunista en el territorio de Manchuria; era un experimentado conspirador que había desempeñado el papel principal en la confección de la estrategia encaminada a acabar con él. Con su innegable capacidad de escribir, fue el principal redactor del libro secreto titulado Estudio de los bandidos comunistas en Manchuria.

    En las postrimerías de la Guerra de Liberación de la Patria (1950-1953), Syngman Rhee invitó a numerosos periodistas extranjeros a presenciar la batalla en una pequeña cota llamada Jonghyong. Al conocer de ello, espontáneamente me vino a la memoria la etapa de la expedición a Fusong. La ligereza de Syngman Rhee y la fanfarronada de los caudillos de la esfera de “castigo” de Japón tenían no sé qué puntos comunes.

    En lo de menospreciar al contendiente y sobrevalorarse a sí mismo, eran iguales Hitler, Tojo, Mussolini y Syngman Rhee.

    El comandante de las tropas de “castigo” se envalentonó ante el grupo de periodistas, diciendo que en el monte sus unidades tuvieron un encuentro precisamente con el ejército comunista de Kim Il Sung, quien, con menos de 30 años, se había adiestrado en el Instituto Comunista de Moscú, y encabezó las fuerzas número uno —de 500 hombres—, en la región oriental del Noreste de China, pero que ahora tenía el “destino de un ratón en un saco”. Sabía hablar con fluidez en alemán, y en esa ocasión explicó directamente en este idioma al corresponsal nazi, sin necesidad de valerse de un traductor. Por esos tiempos los periódicos de Japón difundieron aparatosamente que me había graduado del Instituto Comunista de Moscú. Las palabras del comandante de las tropas “punitivas”: “el destino de un ratón en un saco”, suscitaron exclamaciones entre los periodistas.

    Cuando el grueso de nuestra guerrilla desapareció saliendo de la red del cerco, sin que lo supiera ni una rata ni un pájaro, ese comandante volvió a aparecer ante el grupo de corresponsales y manifestó que el ejército comunista estaba compuesto por unos 300 hombres y todos escaparon. Pero, seguidamente, les presentó embarazosamente a un “prisionero”, para que le preguntaran. Según lo que escribieron de él los corresponsales, ese militar confesó que hacía poco se había pasado de una tropa del ejército títere manchú, en Tonghua, al ejército revolucionario, y muy sonriente contestó que no sabía nada de comunismo. En realidad, hasta entonces no estuvimos nunca en la línea de Tonghua.

    ¡Qué farsa más estúpida! No es difícil imaginar cuán extrañados quedarían aquellos periodistas.

    El mar de hogueras de los enemigos en el extenso bosque de Xiaotanghe no sólo nos hizo concebir esa táctica, sino que también nos convenció de que habíamos alcanzado en lo fundamental el objetivo de la expedición: atraer hacia Fusong a los adversarios concentrados en las zonas fronterizas.

    Estos, al darse cuenta de que el ERPC había logrado salir con éxito del cerco tendido con miles de efectivos y había desaparecido como por arte de magia, sin que lo supiera ni un pájaro ni un ratón, se quedaron de una pieza, y desesperadamente se pusieron a buscar su paradero. Entre sus soldados corrieron diversos rumores, de los que llegaron a los poblados están: “Ante la táctica de la guerrilla, hasta el diablo llora vencido”, “La guerrilla de Corea tiene un maestro más hábil que Zhu Geliang”, “Dentro de unos años el ERPC atacará Seúl y Tokio”, y otros, que constituían temas de los viejos en las tertulias. La referida marcha enriqueció el repertorio de anécdotas y leyendas sobre nuestra unidad.

    La caminata desde Toudaoling hasta las cercanías de Donggang estuvo acompañada de inenarrables dificultades por los alimentos.

    Tras caminar mil ríes de un tirón, llegamos a un bosque en las cercanías de Donggang; decidimos permanecer allí un mes y nos dimos a conseguir alimentos. No era fácil hacernos de víveres para un mes para cientos de hombres.

    Inesperadamente, se nos abrió un camino eficiente para resolver el problema. Los guerrilleros, que por la noche estaban de guardia en una vigía, descubrieron cerca, por casualidad, un maizal con mazorcas que no se habían recogido en el otoño anterior y permanecían así en el invierno. En las profundas montañas alrededor del monte Paektu existían muchos sembrados de tal modo.

    Los centinelas, que durante varios días se alimentaban sólo de salvado y agua, las recogieron para los compañeros de la unidad, sin el permiso de su dueño, porque no apareció por allí ni sabían dónde vivía, ni tampoco tenían tiempo para averiguarlo, por haber llegado la hora del cambio de turno.

    Los critiqué duramente. Luego salieron a buscarlo, y unas horas después se presentaron ante mí con un anciano chino, canoso.

    En nombre de la unidad, le pedí disculpas y le extendí 30 yuanes .

    Al verlos, se sobresaltó:

    —¿Qué valen unos morrales de maíz para que el Comandante me pida esas excusas a mí, un miserable viejo? Me da pena que me lo coman los bandoleros, pero, no, que lo haga el Ejército revolucionario. ¡Qué va!, ni hablar sobre el pago. Si con posterioridad nuestros aldeanos llegan a saber eso, ¡cómo me insultarían! No puedo recibir ese dinero ni llevarme el maíz.

    Expliqué que era lógico que se llevara el maíz porque fue recogido en su sembrado, y que recibiera el dinero por el daño que se le causó.

    Ante mi irresistible persistencia, el anciano regresó a su aldea, contra su voluntad, con el dinero y los morrales de maíz. En el camino preguntó a los guerrilleros que lo acompañaban hasta la aldea quién era el jefe con quien habló.

    Le contestaron sin rodeos que el General Kim Il Sung.

    Entonces el anciano manifestó que había cometido un error imperdonable para toda su vida, y se quedó pensando en algo profundamente. Una vez en la aldea, movilizó a sus familiares y parientes en la recogida de maíz en el mismo sembrado, lo cargó en un trineo y volvió a verme.

    —Estoy muy conmovido por el encuentro con usted, Comandante Kim. Aunque soy el miembro más humilde del pueblo, usted me valoró mucho; le estoy muy agradecido. Reciba el maíz de este trineo, no lo rehuse, porque quisiera corresponder a la benevolencia con la benevolencia.

    Esta vez, fui yo quien se vio obligado a aceptar la imposición del otro. Con ese maíz pudimos superar el momento crítico.

    El anciano me dio a conocer la vía para conseguir alimentos. Dijo que si se bajaba unos 8 kilómetros a lo largo del curso del río Manjiang, aparecería un campo de insam, y si se negociaba con sus dueños, sería posible encontrarla. Explicó que ellos habían sembrado soya y maíz en sus parcelas de insam y querían vender los sembrados junto con sus cosechas que no habían recogido tal como ocurría con el suyo.

    Manifestó que estaba dispuesto a negociarlo, si lo pedía la unidad del General Kim Il Sung.

    Envié al anciano a ese lugar, junto con un ordenanza, quien regresó a la unidad con la noticia de que el negocio tenía trazas de concluirse según lo previsto.

    Mandamos a las parcelas de insam guerrilleros robustos seleccionados en la compañía de escolta y el séptimo regimiento.

    Nos sustentábamos con maíz mientras el grupo se ocupaba de conseguir víveres. Días después, miembros de la compañía de escolta, que formaban parte del grupo volvieron con bagazo de soya, que los propietarios del campo de insam mantenían en reserva. Lo comimos crudo, cocido a vapor o tostado.

    Los guerrilleros que lo trajeron a cuestas dijeron que aquellos agricultores, al saber que el Ejército revolucionario sufría por falta de alimentos, expresaron su sincero pesar. Y vieron que en las parcelas de insam estaban aún en pie la soya y el maíz. Su cosecha podía sobrar aun después de alimentar la unidad durante un mes. Los del grupo, pertenecientes al séptimo regimiento, pidieron a los dueños que se los vendieran a lo que contestaron: “¿Cómo cobrar la ayuda a la unidad del General Kim Il Sung? Recójanlo todo porque podemos vivir sin esta soya y maíz”.

    Sin embargo, la cosecha fue pagada en su totalidad; contra la voluntad de los dueños se entregó el dinero.

    Tan pronto como terminamos de comer, fuimos en marcha forzada a las parcelas de insam y nos pusimos a cosechar. Quitamos y depositamos las mazorcas sin desfollonar y recogimos las matas de soya con vainas y las trillamos. Como no teníamos un mayal, las desgranamos a palos o patadas. En total rindieron decenas de sacos.

    Agradecí a los dueños.

    Los bondadosos agricultores nos concedieron incluso una cantidad de sal que sobraría aun después de consumir durante un mes, y nos alentaron deseándonos más éxitos en el combate.

    Resuelto el problema de las provisiones, llevé la unidad al campamento secreto de Donggang. Lo habíamos designado como centro para los estudios militar-políticos cuando partimos de la zona de Changbai.

    En la primavera y el verano anteriores el anciano Ho Rak Yo me había dicho que en un punto del bosque de Donggang se hallaba un terreno donde estaba una aldea llamada antaño Gaolibuji o Gaolibuzi, y en el cual quedaban piedras de los cimientos del baluarte donde se habían ejercitado en el arte militar nuestros antepasados. Añadió que cuando dejó definitivamente los bártulos de mudanza en la aldea Hualazi, de Manjiang, a los diez y tantos años de edad, cerca de Gaolibuzi se encontraban varias aldeas habitadas exclusivamente por coreanos, y cuyas artigas, muy fértiles, rendían mucho.

    Una vez, cuando las Guerras China-Japón y Rusia-Japón se hacían sentir hasta en las faldas del monte Paektu, apareció en Gaolibuzi el ejército japonés, que sin razón alguna le cayó a sablazos a los pobladores. Los jóvenes y hombres de mediana edad, indignados, expulsaron a los agresores con arcos, lanzas y piedras. Cuando ese lugar sirvió de plaza de armas para la unidad de Hong Pom Do2, la mayoría de sus jóvenes se alistaron y recibieron entrenamiento militar.

    La gran operación de “castigo” de 1920 convirtió a Gaolibuzi en ruinas. La aldea se redujo a cenizas, el fortín fue volado y los habitantes asesinados. Los que quedaron con vida felizmente, vivieron de incógnito en el bosque hasta que hacía unos años se habían dispersado por distintos lugares. Así que en Gaolibuzi no se encontraba un alma. Con estos datos preliminares que me proporcionó el alcalde Ho Rak Yo, abrí el mapa y realmente apareció el nombre de ese lugar.

    Dentro y fuera de un radio de 40 kilómetros, tomando como centro el monte Paektu, no eran sólo uno o dos lugares los que se llamaban Gaolibuzi. Los había tanto en Linjiang como en Changbai. En el distrito Antu se hallaba uno denominado Gaoliweizi, que significaba sitio del fortín de los moradores de Coryo3. En las zonas Este y Sur del monte Paektu existen muchos lugares que se llaman Yowabo, Pochonbo, Rananbo, Sinmusong, Changphyong, Changdong, Hyesanjin, Singalphajin, etc., etc., cuyos significados denotan que en tiempos remotos allí se encontraban baluartes, murallas, depósitos de municiones o embarcaderos defendidos por guardias. De esto se infiere que desde la época de la Corea Antigua4, sin mencionar las de Coryo y Coguryo5, nuestros antecesores se esforzaron por defender el país con murallas y baluartes construidos en varios puntos en los alrededores del monte Paektu.

    El cuento del viejo Ho grabó en lo profundo de mi mente aquel punto del bosque de Donggang, donde, decían, se conservaban las ruinas de un baluarte levantado por los mártires patrióticos, y las huellas de sus sufrimientos.

    Fuimos allí y descubrimos dos casas vacías que habían utilizado los cultivadores de insam. Por entonces, en la región de Fusong existían muchos hombres que se ocupaban de ese cultivo en las montañas. Algunos pasaban el frío invierno en su poblado, cerca de la ciudad, e iban allí a trabajar sólo en el verano.

    Las dos casas estaban situadas en las faldas de dos montes con el mismo nombre de Guosongshan, que significa monte con muchos pinos piñoneros. Llamaban a este árbol oyopsong, en el sentido de que sus hojas están reunidas por la base en hacecillos de a cinco, pero los habitantes de Fusong lo denominaron guosong, en chino. Con sus abundantes pinos los dos montes, erguidos como gemelos, frente a frente, uno en el Este y otro en el Oeste, agregaban un tono de franqueza y alegría a los majestuosos e imponentes paisajes alpinos.

    Arreglamos las dos edificaciones para realizar los estudios políticos y militares. Como campo de ejercicios militares acondicionamos un claro en el bosque del Guosongshan del Este.

    Al ver que preparábamos provisiones para más de un mes y nos establecíamos en el campamento secreto, muchos guerrilleros denotaban alegría, presumiendo que la unidad iba a entrar en un “largo descanso”, lo cual no estaba fuera de razón. Todos deseaban ardientemente un descanso, porque a causa de la larga marcha forzada y a los combates la fatiga llegaba al extremo.

    No obstante, no tuvimos tiempo para permitirnos un reposo.

    Sin dar tiempo a los guerrilleros para reponerse del cansancio, convocamos en el campamento secreto de Donggang la reunión de los comisarios políticos de compañía y superiores, donde hicimos el balance de la expedición a Fusong. Se expusieron en ella muchos bellos ejemplos de apoyo a los cuadros y amor a los soldados, que se habían dado en esta expedición, y se enfatizó la necesidad de promover y desarrollar más tales actos.

    Seguidamente, en el campamento secreto de Yangmudingzi Oeste efectuamos otra reunión, durante tres días. Fue la Conferencia de Xigang que marcó un punto de cambio en los anales de la Lucha Revolucionaria Antijaponesa. En ella participaron los cuadros de las segunda y cuarta divisiones, así como Wei Zhengmin, Jon Kwang y otros del cuerpo de ejército. Analizamos las orientaciones para la operación de avance hacia el interior de Corea. Al respecto, pronuncié un discurso. Todos los participantes apoyaron mi propuesta.

    Definimos la misión, dirección y región de acción de cada unidad en la referida operación.

    Los ejercicios militares y estudios políticos efectuados después de la reunión en el campamento de Donggang fueron dedicados totalmente a la preparación política y militar, para la marcha hacia el país.

    Las clases políticas principales previstas en el plan de docencia, eran las concernientes a la línea, la estrategia y las tácticas de la revolución coreana, y a la situación dentro y fuera del país. Las explicaciones del Programa de 10 Puntos de la Asociación para la Restauración de la Patria ayudaron mucho en la comprensión de nuestra línea original para la revolución coreana. Mediante ellas los novatos profundizaron los conocimientos adquiridos en el campamento secreto del monte Paektu.

    También entonces nos opusimos al memorismo, y promovimos a plenitud el debate combinado con la práctica, el estudio en grupo a base de preguntas y respuestas.

    Me encargué de las clases para los miembros de la Comandancia, los cuadros militares y políticos, y los integrantes de la compañía de escolta. Expliqué nuestros lineamientos revolucionarios y principios elementales del desarrollo social; hablé sobre los revolucionarios y héroes de renombre mundial, y los representantes del fascismo. En lo tocante a la situación internacional enfocamos nuestra atención en la guerra entre Etiopía e Italia, los éxitos del ejército del Frente Popular de España, y la fascistización de Alemania, Italia y Japón.

    En una revista enemiga había aparecido por esos tiempos una foto de Hitler inspeccionando tropas locales, y mostrándola advertí sobre su peligro.

    El mártir Fang Zhimin, uno de los ilustres activistas del movimiento campesino de China, fue también objeto de nuestras conversaciones. La historia de su heroica vida produjo profunda impresión en todo el auditorio.

    De los guerrilleros evaluados como ejemplares en las clases políticas y entrenamientos militares de Donggang, Ma Tong Hui queda aún en mi memoria. Era muy entusiasta en el estudio y se destacaba en el debate. Con esas clases políticas y entrenamientos militares, se desarrolló como un excelente trabajador político.

    En Gaolibuzi, en las ruinas del baluarte de nuestros antepasados, los ayer agricultores de tierras artigadas y jornaleros se formaron como dignos encargados del frente principal para la gran obra de la restauración del país.

    Más tarde, circuló la versión de que en un remoto lugar del monte Paektu habíamos formado innumerables soldados. En una región este rumor se transformó en la leyenda de que en una profunda cueva del monte Paektu entrenamos decenas de miles de guerreros voladores. Lo originó el lugar de entrenamiento militar y clases políticas de Donggang, el Gaolibuzi.

    A principios de mayo de 1937, cuando faltaba poco para terminar esos entrenamientos, publicamos en el campamento el periódico Sogwang, órgano interno del ERPC. Este título tenía implícitos el vehemente anhelo de nuestra nación de vivir en la patria liberada y la decisión de los comunistas coreanos de anticipar ese nuevo día, pasara lo que pasase.

    Inmediatamente después de ver la luz el primer número del periódico, partimos del campamento secreto de Donggang para emprender el avance hacia la patria.

    

    

    

    

    

    3. Escoltas

    

    

    Una gran parte de mi vida transcurrió en el campo de batalla. Si a los 15 años de la guerra antijaponesa se les suman los 3 de la gran guerra antiyanqui, eso significa que pasé casi 20 bajo lluvias de balas y en medio del humo de la pólvora. Pero, no fui herido ni una sola vez. No sé si esto se debe considerar un milagro o buena suerte. En el período de la guerra antijaponesa, en las unidades guerrilleras se exigía con especial énfasis dar el ejemplo personal en las acciones. Los comandantes siempre se ponían al frente de las tareas duras y difíciles, y se sentían dignos cuando daban el ejemplo práctico. Estar a la vanguardia en los ataques y quedar en la retaguardia en las retiradas para proteger a los compañeros de armas, constituía estilo y moral de los comandantes y cuadros políticos del Ejército Revolucionario Popular. Yo también me esforcé al máximo para ser fiel a estos. A veces atravesé una cortina de fuego para salvar a los soldados y no vacilé en emprender acciones riesgosas, que me podían costar la vida, pese a que los compañeros trataron de contenerme. No fueron una o dos las veces que empuñé una ametralladora y entablé intenso tiroteo con el enemigo en la primera línea. Pero, muy extrañamente salí ileso en todas las ocasiones.

    Durante la batalla contra la democracia militar extremista, el mando de la guerrilla implantó el principio de que los jefes de compañía y superiores se abstuvieran de adelantarse en los asaltos. Es verdad que desde entonces nuestros comandantes moderaron las acciones riesgosas, aunque siguieron manifestando la naturaleza del comunista, de exponer su vida para vencer las dificultades siempre que se enfrentaban a una situación crítica.

    En la guerra de Corea los norteamericanos gastaron una gran cantidad de recursos para atentar contra mi vida. Por ejemplo, si individuos como Pak Hon Yong o Ri Sung Yop, infiltrados en la dirección de nuestro Partido, les radiografiaban sobre nuestro movimiento, indicándoles la fecha, hora, y lugar, enviaban infaliblemente aviones para bombardear en racimo el camino por donde debíamos pasar. Hubo días en que las bombas cayeron en el recinto de la Comandancia Suprema. No obstante, me mantuve sano y salvo.

    En el período de las actividades clandestinas, cuando, vestido de civil, recorría Jilin, Changchun, Haerbin o Kalun, me protegieron los miembros de la Unión para Derrotar al Imperialismo, del Ejército Revolucionario de Corea, de la Unión de la Juventud Comunista, de la Unión de la Juventud Antimperialista y del Cuerpo de Niños Exploradores, que estaban armados con pistolas o garrotes.

    A cualquier lugar que iba tenía un protector llamado pueblo, que me ayudaba y cuidaba minuciosamente, como a su propio hijo o hermano, y se encontraban innumerables “tías de Jiaohe”6.

    Como expresan los ejemplos de Shang Yue, Zhang Weihua y Chen Hanzhang, también el pueblo y los comunistas de China prestaron una especial atención a la seguridad de mi persona. Cada vez que aparecían en la escuela los agentes del departamento de seguridad pública, el profesor Shang Yue me hacía huir saltando los muros, y Chen Hanzhang me proporcionó una cobertura, comida y albergue cuando estuve perseguido por los déspotas militaristas. Ya he valorado altamente como muestra de internacionalismo el hecho de que por mi seguridad Zhang Weihua se suicidó tomando revelador fotográfico. Si se encontraba con los comandantes de nuestra unidad, Zhou Baozhong no dejaba de reiterarles que defendieran celosamente mi seguridad personal.

    Después que perecieron Wang Detai, jefe del segundo cuerpo de ejército, y Cao Guoan, jefe de la segunda división del primer cuerpo de ejército, en las unidades antijaponesas de Manchuria del Este comenzó a discutirse seriamente el problema de la seguridad personal de los comandantes.

    Wang Detai cayó lamentablemente cuando encabezaba un asalto, máuser en mano.

    Era un chino que creció en un poblado de coreanos del distrito Yanji y tenía el antecedente de que trabajó en Corea. Dio sus primeros pasos en la vida de guerrillero también en una aldea de coreanos. Quizás por eso, según se decía, en los documentos oficiales del imperialismo japonés aparecía registrado como coreano. Al principio sirvió como soldado en el mismo pelotón que Choe Hyon. Comandante de carácter sencillo y muy popular, de origen obrero, fue promovido de soldado raso hasta jefe de un cuerpo de ejército.

    La muerte de importantes cuadros militares y políticos, entre otros Wang Detai y Cao Guoan, provocó una fuerte conmoción entre todos los jefes y soldados de las Fuerzas Unidas Antijaponesas y motivó animadas discusiones respecto a la labor del escolta. No pocas unidades organizaron uno tras otro cuerpos especialmente encargados de la tarea de protección.

    Siguiendo esta tendencia también mis camaradas cercanos debatieron mucho el tema. Al principio lo hicieron entre sí y cuando maduró el asunto me lo propusieron formalmente.

    Sin embargo, no lo acepté. Porque sin tener una escolta especializada nuestros jefes y soldados protegían celosamente la Comandancia.

    Empero, en la primavera de 1937 no pude rechazarlo más. Desde que establecimos campamentos secretos y operábamos en la zona del monte Paektu, los enemigos habían infiltrado a numerosos espías y saboteadores en nuestro seno y en los contornos. Entre esos agentes unos estaban armados con hachas o con puñales y otros andaban con baratos dibujos obscenos y venenos.

    Los enemigos infiltraron a sus matones tanto cuando estábamos en el campamento secreto como cuando emprendíamos expediciones. Algunos espías lograban penetrar en organizaciones clandestinas, se ganaban la confianza al fingir actuar con entusiasmo, y recomendados por éstas hasta ingresaban en la guerrilla y acechaban la oportunidad para atentar contra la Comandancia.

    Para coger vivos a conocidos jefes militares los aparatos de espionaje de Japón fijaron incluso premios en dinero como, por ejemplo, ciertos miles de yuanes por Wei Zhengmin o por Jon Kwang y Chen Hanzhang y una determinada suma por Choe Hyon, An Kil o Han In Hwa. Según datos, por mí fijaron una suma mayor.

    Dado que los enemigos recurrían a todos los métodos y medios para eliminar a los miembros de mando de la Comandancia, no podíamos dejar de adoptar contramedidas para frustrar sus complots.

    Los jefes de nuestra unidad de nuevo sacaron a colación el problema de la protección de la Comandancia. Se les unió Wei Zhengmin.

    —Comandante Kim, usted tiene el defecto de no cuidarse. Tenga en cuenta que el foco de ataque se centra en usted. No en vano los enemigos fijaron un alto precio a su vida. Debemos apresurar la formación de la escolta.

    No tuve otra salida que seguir su consejo. Si yo solo rechazaba tercamente lo que quería hacer todo el mundo, resultaría una inútil obstinación.

    Según recuerdo, fue en la primavera de 1937 cuando apareció oficialmente la compañía de escoltas perteneciente a la Comandancia. Kim Phyong, jefe de la sección de organización de la Comandancia, fue quien se encargó de su formación. Al recibir de mí la tarea de organizarla con las dimensiones de una compañía, echó mano a la obra con mucho brío. De la noche a la mañana terminó la selección del personal e hizo la lista de las armas que debía tener.

    No aprobé la relación de miembros, preparada por él. Según ésta, todos los elementos medulares, los más listos de cada compañía, debían ser incluidos. Entre ellos estaban todos los combatientes de prestigio, como Kim Thaek Hwan, por su valor mostrado en el combate de Xinancha; O Paek Ryong y Kang Hung Sok, por su habilidad como ametralladores; Kang Wi Ryong, por su fuerza titánica, y Kim Hwak Sil, la Generala. De incorporarlos a la compañía de escolta, podían derribarse completamente los pilares en otras.

    Además, eran no menos formidables las armas y otros pertrechos con que se proponía equiparla. Planeó asignar varias ametralladoras a esa compañía que tendría no más de 60 miembros. Si se destinaba a la escolta la mayor parte de las ametralladoras que poseía nuestra unidad principal, significaba que el resto no alcanzaría ni a una por regimiento de combate.

    No pude estar de acuerdo con este proyecto.

    —No hizo bien ni la selección del personal ni tampoco el cálculo en cuanto a las armas y demás pertrechos. No vale la pena tener una compañía de escolta si con ella disminuye la capacidad combativa de las demás. Si se debilitan las otras, las principales unidades de combate, se debilitarán los regimientos, por lo que la seguridad de la propia Comandancia será como una vela batida por el viento.

    —Camarada Comandante, esta no es solo mi opinión personal sino la de los demás cuadros militares y políticos. Como es la síntesis del deseo de las masas, no debería rechazarla.

    Acentuando la palabra masas Kim Phyong trató de obtener a toda costa mi aprobación.

    Pero, rechacé su proyecto y le impuse con autoridad la plantilla que preparé. De otro modo, no había manera de evitar que los jefes se mantuvieran en sus trece. Según esta lista, la compañía de escolta estaría compuesta principalmente por bisoños, inexpertos en los combates. Entre estos últimos estaban incluso, los imberbes, procedentes del Cuerpo Infantil de Maanshan, quienes no habían disparado todavía ni un toe (Medida de volumen equivalente a una décima parte de un mal; es aproximadamente 1,8 decímetros cúbicos. N. del Tr.) de balas.

    Tan pronto se hizo conocer este plan tropezó con la objeción categórica de los jefes. Mandado por ellos, Ri Tong Baek vino a verme. Consideraban, al parecer, que yo no podría dejar de tener en cuenta el consejo del “Viejo de la Pipa”.

    Sabía bien que cada vez que querían insistir en algo que yo había rechazado ellos designaban al “Viejo de la Pipa” como su vocero. Y él siempre desempeñaba de modo irreprochable ese papel. Esta vez procedió como siempre. Ya en el local de la Comandancia me habló sin rodeos:

    —Mi General, también la modestia tiene su límite. ¿Cómo confía la misión de guardia de la Comandancia a estos rapazuelos? ¡Ojalá que no constituyan una carga para nosotros! Es posible que la Comandancia se convierta en niñera y tenga dolores de cabeza. Es aconsejable desistir de inmediato.

    Le expliqué:

    —…No hay que temer nada a que las fuerzas principales de la escolta las constituyan guerrilleros imberbes. En poco tiempo ellos también se foguearán en los combates. ¡Qué bien pelearon los bisoños durante la pasada “gran operación de castigo invernal”! ¡Con cuánta rapidez se adaptaron al nuevo ambiente de la vida guerrillera! Cuando concluya la expedición a Fusong todos ellos serán tan hábiles combatientes como los veteranos. Lo que persigo al formar la compañía de escolta principalmente con los bisoños es tenerlos cerca para prepararlos como dignos combatientes. Si todos llegan a ser tales guerrilleros, significa que la Comandancia tendrá una unidad de reserva digna de confianza. Y no habrá cosa mejor. Aunque se trate de personas inexpertas en la vida guerrillera, pueden convertirse en acerados y competentes soldados si nos preocupamos por su formación. Es inconcebible una victoria en la revolución al margen de la labor de formación de personal calificado …

    Pronuncié casi un discurso en estos términos y el “Viejo de la Pipa” se fue sin hacerme ni una refutación. Y desde entonces, convirtiéndose en mi vocero, trató de persuadir a los jefes. Al ver que hasta Ri Tong Baek era partidario de mi proyecto, los jefes no pudieron insistir más en su opinión.

    Al final de esas discusiones surgió la primera compañía de escolta en la historia de la formación de las fuerzas armadas revolucionarias de nuestro país. El lugar de su nacimiento se llamaba entonces campamento secreto Huapichangzi.

    La compañía disponía de tres secciones y un grupo de ametralladores. También los enlaces y cocineros de la Comandancia realizaban su vida orgánica en esta compañía. Ri Tong Hak fue nombrado su primer jefe. “Potaji”, quien fuera degradado a soldado por haber cometido un error, al ser restituido se mostró muy animado. Había sido sancionado porque los guerrilleros recién alistados en su unidad actuaron violando el reglamento de la labor con las masas. Aunque éstos incurrieron en faltas, él fue destituido del cargo de jefe de compañía por ser el responsable de la deficiente educación de sus soldados.

    El día de la constitución de la compañía Ri Tong Hak pronunció un instructivo discurso tan rápidamente como si una ametralladora disparara largas ráfagas.

    —¿Cuál es el deber principal de nuestra compañía? Proteger de modo seguro la Comandancia. Los revolucionarios que nos antecedieron escoltaron con firmeza al General desde la época de las zonas guerrilleras. Puede afirmarse que hoy ellos nos entregaron el bastón de relevo. Pero, ¿cuál es nuestra situación? Todos somos guerrilleros bisoños o jovencitos. Por esto, estoy preocupado por si en vez de nosotros escoltar a la Comandancia, ella nos defienda. Quisiera hacerles sólo una exhortación: Defendamos la Comandancia tanto de palabra como de hecho, en lugar de hacer que ella nos proteja.

    La intervención de “Potaji”, me dijeron, produjo una profunda impresión entre los escoltas. Sin embargo, algunos afirmaron que se sintieron algo disgustados porque el jefe los subvaloró en demasía.

    Con todo, no pudimos reprochar a Ri Tong Hak por haber hablado en esos términos. Su preocupación no resultaba infundada. Como era así al principio la situación de la compañía, sería justo decir que durante algún tiempo nosotros la defendimos. La compañía cumplía tanto la tarea principal de proteger la Comandancia como la de unidad de combate. En este decursar sus integrantes progresaron a ojos vistas.

    Los jovencitos se comportaron como mayores en todas las tareas, para no causarnos preocupaciones. Lo que más los disgustaba personalmente, era que no los trataran como adultos.

    Una vez, Ri Tong Hak dijo públicamente que los exmiembros del Cuerpo Infantil de Maanshan que estaban en su compañía eran todavía unos pollitos. Al oirlo todos ellos quedaron apesadumbrados. Kim Jong Dok incluso renunció a cenar, disgustado. De entre las decenas de adolescentes procedentes de Maanshan, él parecía el más adulto y se comportaba como un guerrillero maduro.

    Vi que no comía y permanecía callado, y le pregunté:

    —¿Por qué no comes? ¿Acaso tuviste una disputa?

    —No. Es que el jefe de la compañía nos llamó pollitos. Por eso …

    Sin terminar de hablar se ruborizó.

    Reí a carcajadas con su cándida respuesta.

    —¿Tanto te molesta esa palabra? Se les llama así por cariño.

    —Pero, el jefe no lo dijo solo en ese sentido. La verdad es que somos unos pollitos. ¿Cómo podremos defender la Comandancia, siendo pollitos? Yo también me siento sumamente preocupado al pensar en esto.

    A fin de cuentas, la pesadumbre de Kim Jong Dok se debía a su incertidumbre de si podría o no cumplir de modo irreprochable la importante misión de defender la Comandancia; tal como le preocupaba a Ri Tong Hak.

    Mirando a Kim Jong Dok pensé que ya era todo un hombre mayor. En efecto, no se le debía tratar como a un pequeño porque tenía 17 años. A propósito, de hecho, a la hora de acostarse los adolescentes de la escolta se aglomeraban a mi lado, tal cual unos pollitos, y cada cual codeando trataba de ocupar la mejor posición. Los mejores sitios eran a ambos costados míos, donde podían pegarse a mí. Yo tenía una sola frazada. Por eso, con ellos pegados a mis lados, me sentía muy incómodo. Sin embargo, eso, lejos de constituir una molestia, me proporcionaba una inefable alegría.

    A la hora de dormir extendía los brazos y decía: “Chicos, vengan a mí”. Entonces los jóvenes escoltas, gritando de júbilo, se empujaban para situarse lo más cerca posible.

    Generalmente, a ambos lados míos se acostaban los más jóvenes, de diez y tantos años, como Ri O Song. Mientras condescendía con esto, hice que todos los días cambiaran las posiciones, de manera que a cada uno le tocara dormir, aunque fuera una vez, a mi lado. En el caso de que por equivocación del orden concedía imparcialmente a uno ese “favor”, protestaban alborotosamente.

    Una vez, Kim Phyong vino a verme en plena noche por un asunto, y al percatarse que los escoltas procuraban a porfía el lugar de dormir, se mostró muy descontento.

    —Mire, camarada Comandante, ¿cree que estos mocosos podrán cumplir la misión de escolta? Si se comportan como unos mal educados hasta ante el camarada Comandante, me temo que no sirvan para nada y mucho menos para escoltar. Es necesario reprenderlos duramente para quitarles los malos hábitos.

    Y dirigió una mirada severa a los escoltas. Como desde el principio se opuso tajantemente a admitir a los procedentes del Cuerpo Infantil en la compañía de escolta, sus reproches fueron muy duros.

    Consideré justas las palabras de Kim Phyong, pero inclinándome a favor de los adolescentes traté de disuadirle que dejara de amonestarlos porque codeaban por el lecho echando de menos el regazo de sus padres y hermanos.

    Llamamos “dormir en disco” a la forma de hacerlo varias personas bajo una sola frazada. Más de 10 personas se acostaban formando un círculo y metían las piernas bajo una misma frazada. En la vida guerrillera, en la que nunca alcanzaban las frazadas y a menudo se debía dormir a la intemperie, ese modo de dormir inventado por los imberbes de la compañía de escolta, resultó muy práctico.

    Una vez, poco después de la liberación, Ri O Song, que trabajaba en la zona de Hyesan, vino a informarme de sus actividades. Nuestra residencia entonces estaba situada al pie de la colina Haebang, donde radica el actual Museo de la Fundación del Partido. Durante algún tiempo, viví en ella, durmiendo y comiendo en colectivo, junto con los compañeros como hacíamos en las montañas. Cuando los que trabajaban en las localidades venían a Pyongyang pasaban por esta casa, y Ri O Song lo hizo como de costumbre.

    Por la noche, los excombatientes comenzaron a prepararse para dormir, pero Ri O Song echó a un lado los cobertores que habían tendido mientras decía: “Cuando dormimos junto al General, debemos acostarnos en disco”. Los compañeros procedentes de Manchuria del Norte que se encontraban esa noche en la residencia no conocían ese modo de dormir. Ri O Song tirándome del brazo, preguntó:

    —General, ¿qué dice si dormimos esta noche en disco como en la época del Paektu?

    No pude satisfacer de inmediato su deseo. Porque no sabía si todos los combatientes presentes en el albergue estarían contentos con esa invención, pues para dormir así todos debían hacinarse obligatoriamente en círculo.

    Al verme indeciso Ri O Song me obligó a acostarme sin más ni más:

    —Ya, acuéstese aquí, recogiendo un poco las piernas. A su derecha dormirá el camarada Kim Chaek y después el camarada Choe Hyon. El lado izquierdo del General me toca a mí.

    Así nos fijó a la fuerza el lugar.

    En virtud de esta disposición, casi absurda, incluso Kim Chaek tuvo que meterse en el “disco”, sin oponer resistencia.

    Aunque atendía con solicitud a esos jovenzuelos no los traté con condescendencia.

    Si cometían errores, los recriminaba tan duramente que hasta lloraban y les daba muchas tareas difíciles para foguearlos. Aun en los días de invierno, cuando la temperatura oscilaba entre los 40 grados bajo cero, los mandaba a cumplir la misión de centinela afuera, donde batía la ventisca. A veces los llevábamos a encarnizados combates junto con los veteranos. Cuando violaban la disciplina, los hacíamos autocriticarse ante las compañías yendo de una a otra, o permanecer de pie, arrepintiéndose de sus errores dos o tres horas dentro de un círculo de un metro cuadrado, más o menos. Y no fueron una o dos las veces que experimentamos momentos dolorosos.

    Lo que consideré afortunado fue que ellos no se quejaron ni me reprocharon por más que los critiqué severamente e hice que pasaran por duras pruebas. Una vez, Ri O Song no pudo cumplir dentro de la hora fijada una misión de enlace, al desorientarse en el camino. Esto ocurrió porque cambió a su albedrío la ruta que le indiqué. Aun así no lo regañé. Ese proceder sin precedente, hizo que él sufriera mucho.

    “¿Yo no merezco ni ser criticado por el camarada Comandante? ¿No será que me considera todavía un mocoso?”, atormentado por esos pensamientos vino a verme, y preguntando por qué no lo castigaba como a otros por haber infringido la disciplina insistió que le aplicara una sanción.

    Donde existen verdadero amor y confianza, el castigo, al contrario, constituye una expresión de confianza. El hecho de que los escoltas aceptaran con gusto nuestra crítica y castigo, sin el menor resentimiento, fue su respuesta al amor y la confianza que les dimos de modo sincero y no superficialmente.

    Para la formación de los escoltas dedicamos esfuerzos especiales a su instrucción. Siempre, tanto los días ordinarios como cuando se organizaban intensos estudios político-militares en el campamento secreto, fui su maestro. En la Comandancia había un montón de publicaciones que podían ayudar a ampliar los conocimientos: los periódicos del país y del exterior, entre otros, Tong-a Ilbo, Manson Ilbo y Joson Ilbo, libros como Problemas del leninismo, Fundamentos del socialismo y Estado y revolución. Concedimos a los escoltas el privilegio de leerlos todos. En cambio, les exigíamos entregarnos puntualmente su impresión sobre lo leído, de manera oral o escrita. En este decursar, la compañía de escolta se convirtió en una unidad modelo en el estudio, y su ejemplo fue seguido por todas las unidades del ERPC. Como amor con amor se paga, el que mucho agradece, más agradecimiento merece. En la misma medida en que los amamos, así recibimos de ellos amor.

    Lograron un rápido desarrollo en lo ideológico y práctico-militar. Y fueron formidables defensores de la Comandancia. Francamente, gracias a su ayuda pude sortear en varias ocasiones momentos peligrosos.

    En una ocasión, en un campamento secreto del distrito Antu caímos en el cerco de la “unidad especial” mandada por Rim Su San. Este había sido jefe de estado mayor del grueso de nuestra guerrilla, pero al traicionarnos lo hicieron jefe de la “unidad especial” que se ocupaba exclusivamente de la “punición” contra la guerrilla. Yendo de una zona a otra de Jiandao Oeste destruía a diestro y siniestro nuestros campamentos secretos de la retaguardia.

    Aquella mañana preparamos temprano el desayuno con el fin de abandonar el campamento. Teníamos que desayunar en un corto tiempo y apresurar la partida, pero no quedaba nadie que relevara al centinela. Ri Ul Sol estaba de turno. Por eso, yo lo relevé. Mientras que él comía observé con mucha atención los contornos. Había una espesa niebla, e inexplicablemente presentí un mal augurio.

    Efectivamente, me percaté de una sospechosa señal de vida cerca del puesto de centinela. Oí cómo se rompían ramas secas. Con la idea momentánea de que eran enemigos, me arrojé al suelo, al lado de un árbol tumbado. Y disparé con mi máuser. En el mismo instante, desde una distancia de unos 10 metros una ametralladora comenzó a vomitar fuego.

    Todo pasó en una fracción de segundo. En un momento tan corto, Kang Wi Ryong y Ri Ul Sol que estaban comiendo, corrieron al puesto de guardia, preocupados por mi seguridad. Antes que nada, Kang Wi Ryong me sacó a la fuerza de detrás del árbol tumbado mientras Ri Ul Sol hacía fuego con su ametralladora ligera. Honestamente, en ese instante hasta pensé que nuestra vida terminaba en aquel lugar. Por eso, cuando Kang Wi Ryong, apodado Oso, trataba con desesperación de sacarme de detrás del árbol, tenía la heroica decisión de morir junto con ellos.

    Sin embargo, mis invulnerables escoltas, arriesgando su vida bajo la lluvia de balas, me salvaron de la crítica situación a costa de extraordinarios esfuerzos. Cuando los adversarios se acercaron estrechando el cerco, Ri Ul Sol se puso de pie con una granada en la mano y gritó:

    —Canallas, si quieren arremeter, pues ¡vengan! Moriremos juntos.

    Su ímpetu fue tan terrible e imponente que los enemigos cogieron miedo y dieron unos pasos atrás. Sin perder la oportunidad Kang Wi Ryong me sacó de la cortina de fuego.

    Después que abandonamos el campamento Rim Su San lo saqueó todo. En esa ocasión perdimos lamentablemente mochilas con documentos, fotos, folletos y medicamentos.

    Cuando se retiró la “unidad especial”, regresamos al campamento, y al revisar el puesto de centinela, donde estuve de guardia, vi que una mata de retamas que no cabría en una brazada, estaba cortada por la mitad como si hubiera recibido fuertes sablazos. Había sido muy intenso el fuego de la ametralladora de la “unidad especial”. Al verlo dije:

    —¡Ay!, por poco me voy a otro mundo si no me salvan ustedes.

    Los escoltas de nuestra unidad defendieron tan fielmente a su Comandante que la noticia llegó a los jefes chinos de las unidades vecinas. Siempre nos admiraban porque teníamos inteligentes enlaces y escoltas. En ocasiones de vernos me pedían en tono de broma que les cediera, como un favor, un buen enlace o unos cuantos de mis escoltas, no importaba quiénes fueran, sólo que conocieran algo de chino. Para manifestar el deseo de tener nuestros escoltas o enlaces, nadie pensaba en su propia reputación. Así lo hicieron Yang Jingyu, Wei Zhengmin, Zhou Baozhong y Cao Yafan.

    Inmediatamente después de la expedición a Fusong, Cao Yafan me rogó elegirle de entre los coreanos a los que pudieran servir de enlaces. Le cedí uno: Kim Thaek Man, a quien más apreciaba y amaba entre los enlaces de nuestra unidad. Le dije que sirviera bien a Cao Yafan. A pesar de que Cao Yafan provocó mucho resentimiento entre los coreanos en el curso de la lucha anti-“minsaengdan”7 y puso muchos obstáculos a mis actividades personales, no pudimos rechazarlo ni volver las espaldas ante lo que nos rogó expresamente. Cuando organizamos una nueva división, estaba designado como comisario político del grueso de nuestra guerrilla, pero no acepté eso. Porque no podía garantizar su seguridad personal. En nuestra unidad no fueron pocos los que sufrieron por causa de él durante la lucha antiminsaengdan. Todos ellos lo veían con malos ojos. Así fue como desempeñé, además, el cargo de comisario político de la unidad.

    Kim Thaek Man defendió a Cao Yafan tal como le encomendé.

    Cao Yafan lo elogió como un joven inteligente y fiel y varias veces me trasmitió su agradecimiento por haberle cedido a un irreprochable enlace.

    Yang Jingyu también nos solicitó repetidamente que le cediéramos un buen personal. Cuando llegó a Nanpaizi para tomar parte en la reunión de los cuadros militares y políticos del primer y segundo cuerpos de ejército, tuve que darle a varios de mis enlaces. Y separé a unos cientos de soldados y comandantes para organizar toda una brigada independiente bajo su mando.

    Del mismo modo, Wei Zhengmin expresó su deseo de tener a su lado a hombres formados por nosotros, igual que Yang Jingyu y Cao Yafan. Como nos rogó con vehemencia enviarle escoltas coreanos, le mandé a Hwang Jong Hae y Paek Hak Rim. También Kim Chol Ho, Jon Mun Uk, Im Un Ha, Kim Tuk Su y otros, estuvieron a su lado durante algún tiempo y todos lo ayudaron y protegieron con lealtad. En cierto tiempo Zhou Baozhong tuvo como jefe de la escolta al coreano Pak Rak Gwon. Chen Hanzhang, jefe del ejército de ruta No.3 también tenía como jefe de enlace a Son Myong Jik, procedente del Cuerpo Infantil de Maanshan.

    No podía contener la satisfacción cada vez que recibía la noticia de que nuestros compañeros enviados a diversas unidades de las Fuerzas Unidas Antijaponesas luchaban con abnegación para cumplir con su deber internacionalista.

    Los miembros de la compañía de escolta fueron todos salvadores de mi vida e integrantes de la guardia personal. Además de los antes mencionados, hubo otros numerosos que me defendieron: Kim Un Sin, Choe Won Il, Kim Hak Song, Han Ik Su, Jon Mun Sop, Kim Hong Su, Choe In Dok, Choe Kum San, Jo Myong Son, Ji Pong Son, Kim Pong Sok, Ri Hak Song, Ri Tu Ik, O Jae Won … Al mencionar sus nombres para mis adentros, recuerdo involuntariamente los miles y decenas de miles de hechos complicados del pasado.

    Ri Tong Hak, el primer jefe de la compañía de escolta, fue promovido como jefe de regimiento, pero a finales de 1938 cayó heroicamente en un combate.

    Ri Tal Gyong, que sucedió a Ri Tong Hak, era originalmente ametrallador en la cuarta división. Un tirador infalible. Hacía blanco con tanta precisión que no había quien no conociera su nombre. Durante algún tiempo fue comisario de esa compañía y ocupó su jefatura después que Ri Tong Hak pasó a ser comandante de regimiento, pero no había transcurrido ni un mes cuando murió en un combate.

    Pak Su Man sucedió en el cargo a Ri Tal Gyong. También fue un hombre muy valiente. Para desviar el fuego concentrado hacia mí en la batalla de Shuangshanzi, él, junto con el ametrallador, combatió cambiando de lugar, hasta que lo alcanzó una bala. Murió posteriormente a consecuencia de ello.

    Todos los jefes de la compañía de escolta, desde el primero, Ri Tong Hak, hasta el cuarto, O Paek Ryong, fueron fieles compañeros de armas que no evadieron nada, por muy difícil que fuera, si era por mí, y no le temieron ni al fuego ni al agua para cumplir mis órdenes.

    Entre los benefactores que sacrificaron su vida por nosotros se encuentra Ri Kwon Haeng, un joven escolta de diez y tantos años. El se apegó a mí con mucho respeto como si yo fuera su propio hermano.

    Esto ocurrió en un invierno, pero no recuerdo de qué año. Realizábamos una marcha forzada perseguidos por los enemigos. Hacía un frío tan intenso como raro, incluso, para un invierno. Por mucho que caminaba abriéndome paso entre la nieve, no sentía helárseme los pies. Extrañado me descalcé y vi que dentro de mis botas había una capa de wulacao mullida como el algodón. Los enlaces me susurraron que la había puesto Ri Kwon Haeng.

    Los chinos indicaban el insam, el cuerno blando del ciervo y la piel de marta como los “Tres tesoros de Guandong (el noreste de China)”, y añadieron a esta lista el wulacao que protegía los pies del frío mordaz. ¿Cómo apareció dentro de mis zapatos esta planta que solo crece en los tremedales? Quizás Ri Kwon Haeng la recogió poco a poco cada vez que la veía, y la guardó en su mochila.

    Si él no me hubiera protegido con su cuerpo durante el combate de Shiwudaogou, en el distrito Changbai, yo no habría podido quedar vivo en este mundo. Aquel día los enemigos concentraron su fuego hacia el lugar donde se hallaba la Comandancia. Ri Kwon Haeng me pidió varias veces que el puesto de mando se trasladara a otro lugar más seguro, pero rechacé su insistencia. Porque desde aquel lugar podíamos ver de una ojeada tanto a los enemigos como a los nuestros. Sin embargo, bruscamente las balas contrarias comenzaron a dirigirse hacia mí. En ese momento crítico él, con los brazos abiertos me cubrió con su cuerpo. En el instante en que se arrojó sobre mí como un escudo, una bala le quebró los huesos de una de las piernas. No puedo expresar cuánto me desgarraba el corazón cuando lo cogí entre mis brazos todo ensangrentado y vi sus heridas.

    Siguiendo la camilla le repetí palabras alentadoras:

    —Tú no morirás.

    El, al contrario, trató de consolarme:

    —Camarada Comandante, yo no me muero. No se preocupe por mí… Por favor, cuide su salud hasta que nos veamos de nuevo.

    Esas fueron las últimas palabras que me dijo. En aquel momento mi semblante tenía una expresión muy grave. Según me dijeron, me escribió una carta desde un hospital de la retaguardia, pero no la recibí. Lo que supe de él fue que cuando recibía tratamiento médico en un campamento de la retaguardia cayó en manos enemigas, y aunque fue sometido todos los días a salvajes torturas en la estación policíaca del distrito Changbai mantuvo su entereza hasta la muerte, sin decir una palabra sobre la posición de la Comandancia.

    Entre los escoltas de la Comandancia estaba un compañero con el apodo de “Rucksack”. Este término se refiere al morral de alpinismo. El recibió este raro mote porque siempre llevaba una mochila sobresaliente por su tamaño. Nadie sabía por qué tenía una mochila tan grande.

    El secreto se reveló durante un combate en Linjiang. Entre ambas partes se entablaron intensos ataques y contraataques. Ese día, más que otras veces, él no se apartó de mí ni un paso. Cada vez que se clavaban las balas en el parapeto de la trinchera yo lo halaba hacia mí para que no se asomara, previniendo que lo hirieran. Sin embargo, lograba escaparse de mis brazos y se pegaba a mi izquierda o derecha, según por donde atacaban los enemigos.

    Terminado el combate sentí un fuerte olor a tela quemada, y recorrí las trincheras, y para sorpresa mía vi que el humo salía de dos huecos hechos por las balas en la mochila del compañero “Rucksack”. Empero, él no había sentido nada de esto, al contrario, alborotaba a sus compañeros gritando que se quemaba el uniforme de alguien. Cuando éstos le abrieron la mochila y revolvieron sus cosas, cayeron rodando dos balas todavía calientes de entre las fibras de seda ordenadamente puestas. Sólo entonces me di cuenta de por qué él daba vueltas todo el tiempo con su mochila a mi alrededor. En resumidas cuentas, las fibras de seda del compañero “Rucksack” me salvaron.

    Le pregunté cómo se le había ocurrido una idea tan ingeniosa. Dijo que desde que la compañera Kim Jong Suk, al confeccionar mi uniforme de invierno y forrarlo con fibras de seda, le explicó que la bala no podía perforarla, pensó en preparar una mochila a prueba de balas para mí.

    Me es difícil hablar en pocas palabras de los méritos de los escoltas durante la guerra de resistencia antijaponesa. Pero lo que puedo enfatizar aquí es que solo por sus hazañas en la defensa de la vía respiratoria de la revolución coreana, ellos merecen ser elogiados y respetados por los descendientes. Su noble sentido de obligación moral manifestado en aras de la Comandancia de la revolución, constituye el origen de la monolítica unidad, basada en la fidelidad que se fomenta plenamente hoy en nuestra sociedad.

    Sobre la base de las experiencias de la Revolución Antijaponesa, durante la Guerra de Liberación de la Patria organicé una compañía de guardias de la Comandancia Suprema con hijos, de 10 y tantos años de edad, de mártires revolucionarios. Hoy muchos de ellos se desempeñan en importantes puestos del Partido, el Gobierno y el Ejército.

    Para protegerme todos sufrieron mucho y varias veces atravesaron momentos de peligro. Sucedió en el invierno de un año: cuando regresaba de Songchon donde estuve para discutir las operaciones conjuntas con el Cuerpo de Voluntarios del Pueblo Chino, fui sorprendido por una escuadrilla de bombarderos enemigos. Mis escoltas me derribaron a la fuerza en un surco del sembrado y, echados encima de mí en doble, triple o cuádruple capas, me protegieron con la seguridad de un blindaje. Semejantes casos se produjeron varias veces posteriormente.

    Precisamente fueron los valientes miembros de la compañía de guardia personal quienes en el peliagudo período de la retirada estratégica temporal del otoño de 1950, permanecieron conmigo hasta el fin en Pyongyang, para defender la Comandancia Suprema.

    El repentino viraje de la situación de la guerra, del avance hacia el sur como impetuoso oleaje al repliegue, hizo decaer el ánimo de los capitalinos. Todos miraban hacia la Comandancia Suprema y esperaban a que el Comandante en Jefe les hablara sobre las perspectivas.

    Hice una alocución radial en la cual afirmé que la retirada era temporal y la victoria nos pertenecía, y exhorté a desplegar por doquier la lucha guerrillera. Luego ordené a los miembros de la compañía de guardia personal que marcharan cantando por las calles de la ciudad. La inesperada orden los dejó asombrados. En sus semblantes leí la interrogante: ¿para qué esa marcha apacible cuando desde la otra orilla del Taedong suenan estruendosos cañonazos del enemigo? Empero, no tardaron en convencerse de que la guerra iba a ganarse, dado que el Comandante en Jefe ordenó eso, y desfilaron con pasos firmes por las calles.

    En las aciagas calles de la capital en vísperas de la retirada se dejaron oir inesperadamente las enérgicas melodías de la Canción de la defensa de la patria. Miles de ciudadanos salieron. Aquí y allá se oyeron voces: “¡Es la compañía de guardia personal!”.

    Al verlos en marcha los pyongyaneses tal vez pensaron:

    “La compañía de guardia personal está a nuestro lado, y con ella el Comandante en Jefe”.

    La compañía abandonó la capital junto conmigo, cuando todos los organismos se dispusieron a retirarse de la ciudad.

    Los escoltas del período de la guerra antijaponesa ya habrán pasado hace mucho tiempo de su sexta década de vida.

    Ahora, en su lugar, las tercera y cuarta generaciones de la revolución están escoltando el Comité Central del Partido y la Comandancia Suprema. Se relevaron las generaciones, pero siguen formándose sin cesar nuevas compañías de escolta, nuevos integrantes del cuerpo de guardia personal. ¿Será necesario saber cuántas decenas o cientos de miles serán ellos? Todo el ejército y todo el resto del pueblo, haciendo de tales, protegen el Partido y la revolución.

    

    

    

    

    

    4. A todo el territorio de tres mil ríes

    

    

    El movimiento de creación de organizaciones de la Asociación para la Restauración de la Patria, comenzado en la ladera del monte Paektu, se fue extendiendo impetuosamente, como llamarada en el prado, a todo el territorio de Manchuria y de Corea.

    El Programa de 10 Puntos de la ARP, cuyos artículos estaban permeados de ardiente amor al país y el pueblo, reavivó el espíritu de la nación e hizo que todo el territorio patrio de tres mil ríes hirviera de anhelo por la restauración. En este frente se unieron comunistas, nacionalistas, obreros, campesinos, intelectuales, jóvenes estudiantes, artesanos, religiosos, capitalistas nacionales, en fin, todos los coreanos patrióticos.

    Ese movimiento se desarrolló con vigor primero en Manchuria, sobre todo en Changbai de Jiandao Oeste.

    En Manchuria la formación de organizaciones de la ARP pudo impulsarse a un alto ritmo porque había una larga historia de lucha antijaponesa y un terreno de masas favorable. Los coreanos residentes allí, que sumaban casi 900 mil, todos eran como pólvora, altamente inflamable. Constituían potentes bombas que podían estallar en cualquier momento, al menor contacto con una chispa.

    La gran tarea de aglutinar todas las fuerzas patrióticas antijaponesas no resultaba nueva para los radicados en ese territorio. Ya se conoce que el problema del frente unido nacional antijaponés se debatió con seriedad, como un punto de la agenda, en la Conferencia de Kalun y que a partir de esa reunión los revolucionarios coreanos dedicaron tesoneros esfuerzos para formarlo incorporando fuerzas antijaponesas de diferentes estratos sociales. En esta labor los coreanos en Manchuria tenían historia y experiencias adquiridas en medio de grandes pruebas. Era lógico que en tal suelo la semilla del Programa de 10 Puntos de la ARP germinara y creciera con rapidez.

    También en la creación de esas organizaciones nos orientamos a preparar primero unidades modelos y, tomándolas como matriz, ampliar su red a todas partes. Las establecíamos primero en las zonas que contaban con cimientos para formar organizaciones y experiencias en movimientos de tal índole, y donde las masas poseían buena disposición ideológica y alto espíritu revolucionario y estaba preparada en cierto grado la fuerza que pudiera dirigir el frente clandestino.

    Donde había más de tres militantes se constituía una filial, donde actuaban más de tres filiales, una zonal, y una regional con más de tres zonales. La instancia distrital de la ARP la integraban varias regionales.

    Procuramos que las organizaciones de base se crearan hasta en las unidades militares, de policía y organismos de administración pública de los adversarios. Quienes realizaban la labor revolucionaria clandestina mientras servían en las instituciones del enemigo se llamaban militantes especiales de la ARP. Ellos actuaban también en el ejército Jingan, donde había una rigurosa vigilancia de los instructores japoneses.

    Por otra parte, nos empeñamos en establecerlas en las zonas de operación del Ejército Revolucionario Popular de Corea y, apoyándonos en ellas, extender su red en sus alrededores y la profundidad de Corea.

    Inmediatamente después de fundada la ARP, primero celebramos en el campamento secreto una asamblea de los comandantes y soldados del grueso del ERPC y los incorporamos a todos en esta organización. Lo decidimos en reflejo de su unánime deseo. Insistieron en que si su Comandante había sido elegido presidente de la Asociación, resultaba natural que ellos se convirtieran en militantes y juntaran sus fuerzas al movimiento del frente unido. Por eso, los recibimos en su totalidad y los alentamos a ser divulgadores y organizadores que agruparan a todo el pueblo en el frente unido nacional antijaponés.

    Todos los comandantes y soldados del ERP de Corea, conscientes de la importancia de su misión histórica, se hicieron abanderados de este movimiento y se esforzaron por agrupar a las masas de todos los partidos, fracciones, clases y sectores en la ARP.

    Una de las premisas para que lográramos ramificarla con rapidez en casi todas las aldeas de Jiandao Oeste, consistió precisamente en ese papel de abanderados.

    Los protagonistas principales de la constitución de las organizaciones de la Asociación eran trabajadores políticos, seleccionados de las unidades del ERPC. Entre ellos estaban también quienes habían actuado en el comité preparatorio de la ARP. Ellos, convirtiéndose en chispa, levantaron en el territorio de Manchuria la furiosa llamarada del movimiento del frente unido.

    Ya en el otoño de 1936, en Wangqing, Helong, Hunchun, Yanji y en otros distritos de Manchuria del Este empezaron a echar raíces las organizaciones de la ARP. En Binlanggou, donde antes se encontraba la zona guerrillera de Dahuanggou, quedó establecido el comité regional de Binlanggou, del distrito Hunchun, teniendo como núcleo a los miembros de la asociación de campesinos. En su primer número, la revista Samil Wolgan insertó una noticia acerca de cómo un trabajador político enviado a Jiandao Norte terminó los preparativos para crear las filiales de la ARP y grupos armados en cuatro aldeas principales con la aprobación y el consentimiento unánimes de los revolucionarios de la región de Helong. Creo que este solo hecho permite imaginar cuán fervorosamente acogieron los habitantes de la zona nuestro lineamiento del frente unido.

    Los que protagonizaron la creación de las organizaciones de la ARP en Manchuria del Sur fueron los delegados a la Conferencia de Donggang. Primero incorporaron a los soldados y comandantes coreanos dentro de las unidades de las Fuerzas Unidas Antijaponesas y les inculcaron nuestro lineamiento del frente unido. Luego, de entre ellos eligieron a los de amplios conocimientos políticos y don de agitador y los enviaron a las zonas de residencia de los coreanos. En unión con los revolucionarios locales, constituyeron organizaciones en diferentes ciudades y poblados rurales de Manchuria del Sur, entre otros, Panshi, Huadian, Tonghua, Jian, Mengjiang, Huanren, Kuandian y Huinan.

    La red se extendió, además, a Manchuria del Norte.

    Después de haber fundado la ARP en Donggang, de inmediato le envié la Declaración inaugural y el Programa de 10 Puntos a Kim Kyong Sok, quien desplegaba la labor partidista en una unidad de las Fuerzas Unidas Antijaponesas en Manchuria del Norte. Había realizado este mismo trabajo también antes, cuando estaba en Manchuria del Este, principalmente en la zona de Sandaowan, distrito Yanji. Lo vi por primera vez cuando visité el secretariado del comité especial del partido en Manchuria del Este, que se encontraba en Sandaowan. En aquellos días estaba abatido, lo acusaban de “minsaengdan”, pero, me contaron, acogió con mucha alegría, e incluso con lágrimas, la noticia de la Conferencia de Dahuangwai. A petición de Zhou Baozhong, lo enviamos a la unidad en Manchuria del Norte. Explicó y divulgó la Declaración inaugural y el Programa de 10 Puntos entre los soldados y jefes coreanos dentro del quinto cuerpo de ejército, y al seleccionar entre éstos a elementos de avanzada, estableció una zonal de la ARP. A petición nuestra, Zhou Baozhong ayudó mucho, en calidad de jefe de este cuerpo.

    Eso dio pie a que en Fangzheng, Tonghua, Beli, Tangyuan, Raohe, Ningan, Mishan y otros distritos de Manchuria del Norte surgieran las organizaciones de la ARP como brotes de bambú después de la lluvia. En medio de esta corriente se reorganizó como una de éstas la Unión Antijaponesa en el distrito Emu.

    Choe Chun Guk fue quien transmitió primeramente la Declaración inaugural y el Programa de 10 Puntos de la ARP a los miembros de dicha unión, y los orientó a transformar su organización. Por aquel entonces él, junto con Fang Zhensheng, operaba en las cercanías de Guandi al frente de la brigada independiente.

    Cuando hablamos de la labor de formación de las organizaciones de la ARP en Manchuria del Norte, no podemos dejar de mencionar los abnegados esfuerzos de Kim Chaek. Grabó el texto del Programa de 10 Puntos, letra por letra, en unas planchas de madera para multiplicarlo en cientos de ejemplares. Esos impresos se repartieron ampliamente a las unidades de las Fuerzas Unidas Antijaponesas en Manchuria del Norte y a las organizaciones revolucionarias en todos los distritos. Además, en diversas reuniones tomó enérgicas medidas para expandir la red de organizaciones y foguearlas en la lucha práctica.

    Los comunistas coreanos de Sanyitun, en el distrito Raohe, hicieron pública una proclama en que manifestaron su apoyo a nuestro movimiento de la ARP. En este documento exhortaron: “Amigos, no olviden la patria. Compatriotas con el sentimiento antijaponés, indistintamente de que sean hombres o mujeres, viejos o niños, unámonos todos, por encima de las regiones y sectas y sin dejarnos dominar por mezquinos sentimientos, e incorporémonos con resolución al frente unido antijaponés. ¡Que todos los compatriotas hagan aportes para la independencia de la patria con dinero, armas o con fuerza física, según las posibilidades de cada cual!” Este llamamiento de la gente de Manchuria del Norte se identificó con nuestra voz. Los camaradas de armas de Manchuria del Sur se expresaron de la misma manera.

    Así pues, los coreanos residentes en Manchuria aceptaron nuestra línea del frente unido como justa y patriótica, capaz de realizar a la mayor brevedad el proyecto de la gran unidad nacional.

    En resumidas cuentas, el principal objetivo de la creación de las organizaciones de la ARP estaba en el interior del país, donde vivían más de 20 millones de compatriotas. Esto coincidía con el espíritu de la Conferencia de Nanhutou en la que se enfatizó de modo especial que tanto la fundación del partido y de las organizaciones de la ARP como la ampliación y el desarrollo de la lucha armada debían llevarse a cabo teniendo a Corea como principal escenario y apoyándose básicamente en la fuerza del pueblo del interior del país.

    En la tarea de extender la red de la ARP hasta la profundidad del país el rol decisivo lo tuvieron los trabajadores políticos del Ejército Revolucionario Popular de Corea e hicieron importantes contribuciones también los revolucionarios de avanzada de Jiandao Oeste, formados gracias a abnegados esfuerzos de aquéllos, y los precursores de las zonas fronterizas septentrionales que bajo nuestra directa influencia se dedicaban de lleno al movimiento del frente unido.

    En Corea, esta tarea tuvo que realizarse bajo condiciones muy duras y complejas a causa de la implacable represión de los agresores nipones y la actitud errónea de los fraccionalistas en cuanto a los lineamientos.

    A lo que más temían los imperialistas japoneses era a la expansión de esas organizaciones en Corea. Hicieron desesperados intentos para detener a cualquier precio la oleada de ese movimiento hacia el interior del país. Dirigieron el filo de su ataque primero a los patriotas y los habitantes patrióticos de las zonas fronterizas. Objetos de su más cruel represión fueron las agrupaciones y los individuos considerados susceptibles de relacionarse con nuestra línea de trabajo, y todas las personalidades patrióticas y militantes de movimientos que simpatizaban con nuestra ideología y línea, y que buscaban en nuestra lucha armada el camino del resurgimiento de la nación. En Corea, los habitantes de las regiones al sur del río Amnok no podían oir ni ver libremente los tiroteos, las clarinadas y los fulgores que se producían en las ciudadelas y aldeas de Jiandao Oeste. Porque los días en que el Ejército Revolucionario Popular atacaba alguna ciudadela o aldea ribereña los enemigos no permitían asomarse por las orillas del río a nadie. Temían mucho a que la población conociera de sus derrotas. Siendo así se podrá suponer con cuánto nerviosismo habrán tratado de impedir la penetración de trabajadores políticos del Ejército revolucionario en Corea.

    Sin embargo, los habitantes de las zonas fronterizas, deseosos de saber de los combates librados por el ERPC, ideaban pretextos para cruzar el río Amnok y recorrer disimuladamente los sitios de combate. Los testimonios de la gente de Samsu, Kapsan y Huchang de que inmediatamente después de que el ERPC golpeaba a los enemigos y se retiraba, aumentaba varias veces el número de los que cruzaban el Amnok, a través de la aduana de este río, y se dirigían hacia Jiandao Oeste, constituyen ejemplos vivos que muestran cuán gran ánimo infundía nuestra lucha armada en la población de la patria.

    Los fraccionalistas fueron otro serio obstáculo para el desarrollo del movimiento del frente unido nacional antijaponés. Dados enteramente a ampliar el poder de sus grupos, dividieron las fuerzas patrióticas antijaponesas y rechazaron y trataron con hostilidad sin distinción a los intelectuales patrióticos y los capitalistas nacionales de conciencia mientras insistían de manera dogmática en consabidas teorías que resultaban incongruentes a la realidad concreta de nuestro país. El criterio y la teoría que sostenían era que la revolución debía ser obra sólo de unas cuantas personas determinadas, de sana procedencia clasista.

    La solución para abrir la puerta del movimiento masivo que estaba pasando por momentos difíciles bajo la batuta izquierdista, de modo que pudiera incorporar a fuerzas patrióticas de todos los sectores y las capas, e iluminar a los comunistas, errantes en el camino de la búsqueda a tientas en medio de la oscuridad, residía en intensificar nuestra influencia sobre la revolución dentro del país y ampliar a escala nacional las organizaciones de la ARP.

    Impulsamos esta labor en el sentido de empezarla desde la ribera del río Amnok, en las zonas fronterizas septentrionales, donde la dirección política del ERPC podía llegar con más facilidad, y luego ampliarla hasta las profundidades del país, y como puntos principales se eligieron Kapsan, Samsu y Phungsan, porque, además de encontrarse cerca de nosotros en lo geográfico, allí había muchos adeptos de toda una serie de movimientos y precursores procedentes del país, así como otras personas, cuyos parientes, amigos y allegados residían en Jiandao Oeste.

    En las regiones de Kapsan y Phungsan la dirigíamos directamente nosotros por mediación de Kwon Yong Byok, Ri Je Sun, Pak Tal y Pak In Jin. Ya me he referido en páginas anteriores al hecho de que después de encontrarse con nosotros, Pak Tal, junto con sus camaradas, reorganizó el Comité de Trabajo de Kapsan en Unión de Liberación Nacional de Corea, organización dentro del país de la ARP, y bajo su jurisdicción formó decenas de otras agrupaciones de base, diversamente denominadas.

    En la zona de Kapsan desempeñaron un rol notable también el comité distrital de la ARP en Changbai y sus entidades inferiores.

    La zonal de Zhujiadong, en Shibadaogou, del distrito Changbai, cumplió un gran papel en el asentamiento de su igual en Kangguri, distrito Kapsan. Esta aldea se hallaba frente a Zhujiadong, en la otra ribera. Los de la zonal de Zhujiadong se ganaron a un campesino de Kangguri que venía todos los días con su almuerzo atado a la cintura para labrar su tierra y ejercieron influencia sobre él. Ese campesino no tardó en formar en su aldea una zonal de la ARP con jóvenes con quienes compartía un mismo propósito.

    Además, la zonal de la comuna Paegam, en el cantón Unhung, del distrito Kapsan, fue constituida por la iniciativa y los esfuerzos de la organización de la ARP que actuaba en Changbai.

    A la Unión de Liberación Nacional de Corea y otras organizaciones de la ARP en el distrito Kapsan se unieron muchos trabajadores forestales, cultivadores de tierras artigadas y creyentes.

    El comité distrital en Changbai tuvo una profunda relación con la constitución de una de esas organizaciones en la zona de Samsu, situada frente a Xiagangqu, a la otra orilla del río. La zonal de Kwangsaengri fue creada bajo la influencia y dirección de Choe Kyong Hwa, entonces responsable del departamento juvenil de la zonal de Wangjiadong, en Shiqidaogou, en el distrito Changbai, y más tarde miembro del mando del Ejército Revolucionario Popular de Corea.

    La localidad con mayores éxitos en esa tarea fue Phungsan, conocido desde hacía mucho tiempo como lugar con un alto espíritu antijaponés. Muchos de sus habitantes eran cultivadores de artigas, procedentes de las provincias Kyongsang del Norte y el Sur a quienes con la ocupación de Corea por el imperialismo japonés les fueron arrebatadas sus tierras en sus aldeas natales y emigraron hacia el norte en busca de la vida, y jornaleros arrastrados a las obras de la Central Hidroeléctrica de Hochongang. Los imperialistas japoneses habían recomendado a Nogutsi, de la nueva plutocracia, la construcción de esa planta, con una capacidad de generación de varios cientos de miles de kilovatios, como un eslabón del plan encaminado a movilizar para la expansión de la guerra agresiva todo el potencial económico de Japón, Corea y Manchuria. Precisamente esos millares de jornaleros constituían importantes fuerzas que podríamos agrupar con mayor facilidad alrededor del frente unido. En Phungsan vivían, además, centenares de chondoistas y cristianos con sentimiento patriótico.

    Si cubríamos esa zona con la red de la ARP, podíamos extender la base del monte Paektu hasta las cercanías de la altiplanicie Kaema y preparar el trampolín para establecer las organizaciones en varias regiones del este del paso Huchi. Sólo cuando creáramos el ambiente revolucionario en la altiplanicie Kaema, podíamos hacerlo, apoyándonos en ella, en la parte de la costa oriental perteneciente a la provincia Hamgyong del Sur y avivar las llamaradas del movimiento del frente unido nacional antijaponés hasta en la profundidad de Corea. Esta era nuestra óptica estratégica acerca de Phungsan.

    Después que el ERPC avanzó a la zona del monte Paektu, los precursores de Phungsan vinieron con frecuencia a Changbai para entrar en contacto con nosotros. Entre ellos había muchos que querían ingresar en nuestra guerrilla. Pak In Jin, Ri Chang Son, Ri Kyong Un y otras personas del círculo del chondoismo, que echaron las semillas de la ARP en la tierra de Phungsan, eran todas patriotas originarias de Phungsan, que llegaron a Changbai esperando impacientemente la dirección política del ERPC. Ri Chang Son fue el primero en lograr alistarse en la guerrilla, y por su presentación y mediación, Pak In Jin pudo encontrarse con nosotros y discutir sobre el frente unido, y Ri Kyong Un incorporarse a nuestra unidad, para luego ser enviado a la zona de la altiplanicie Kaema como trabajador político.

    Una vez en tierras de Phungsan, Ri Kyong Un se compenetró con los obreros de las obras hidráulicas, y al explicar y difundir con entusiasmo nuestra orientación acerca del frente unido y el Programa de 10 Puntos, logró agrupar camaradas y fundar en la primavera de 1937 la zonal de Phungsan, y con posterioridad, junto con Pak In Jin, formó una guerrilla de producción con los militantes de avanzada del partido de la juventud chondoista.

    La zonal de Phungsan se engrosó en poco tiempo con cientos de chondoistas. En el cantón Chonnam quedó constituida la asociación de trabajo antijaponesa de la zona Honggun, que sería subordinada a la ARP. Kim Yu Jin, miembro de esta organización, enviado en el verano de 1937 a Phungsan por Kim Jong Suk, quien a la sazón actuaba en las zonas de Taoquanli-Sinpha, organizó, junto con Ri Chang Son, la zonal de Paesanggaedok con la agrupación de los obreros de avanzada de las obras de construcción de la represa de Hwangsuwon.

    El hecho de que Phungsan obtuviera mayores éxitos en la ramificación de la ARP en la altiplanicie Kaema, se relaciona igualmente con la sostenida dirección política que le ofreció el ERPC. Numerosas unidades y grupos pequeños de éste se fueron allí y prestaron ayuda a las organizaciones revolucionarias. Yo también, de regreso de la zona de Sinhung, donde me había reunido con revolucionarios del interior del país, pasé por la base secreta de Phungsan para trabajar con los chondoistas.

    Organizaciones de base de la ARP se arraigaron también en la región de Sinhung, que había sido objeto de simpatía y apoyo de todo el país por la revuelta de los obreros de la mina de carbón en 1930. El primero que la habilitó fue Ri Hyo Jun, militante de la ARP, quien fuera enviado allí desde Taoquanli, en el distrito Changbai, como trabajador clandestino en el interior del país.

    La constitución de esas organizaciones en las zonas ribereñas del río Amnok y de la altiplanicie Kaema, se prolongó paulatinamente hacia las ciudades y las regiones rurales de la costa Este. Allí también los trabajadores políticos del ERPC mostraron una extraordinaria capacidad de organización y despliegue. Desde el verano de 1937, en varias ocasiones fueron a Rangrim, Pujon, |Sinhung, Hongwon, Pukchong, Riwon, Tanchon y Hochon, donde, en estrecha relación con Ri Ju Yon, Ri Yong, Ju Tong Hwan y otros revolucionarios dentro del territorio nacional, efectuaron la referida labor.

    Ju Tong Hwan venía con frecuencia a Jiandao Oeste para establecer contacto con nosotros. Y en estas visitas fue captado por la línea de acción de Kwon Yong Byok, por la recomendación del alcalde de Wangjiadong. Kwon Yong Byok y Ju Tong Hwan eran condiscípulos en la escuela secundaria Taesong de Longjing. Kwon Yong Byok, al conocer que él se había dedicado mucho tiempo a la ilustración antijaponesa en Changbai y Yanji, y sufrido vida carcelaria por más de dos años en la prisión de Sodaemun por su militancia en el movimiento revolucionario dentro del país, le confió la tarea de constituir organizaciones de la ARP en las zonas de Pukchong y Tanchon.

    Al regresar al país, junto con Jo Jong Chol formó en Pukchong el comité regional con la captación de Kim Kyong Sik y de otros. Bajo este comité surgieron en corto tiempo 10 filiales.

    Después, regresó a su lugar de origen y en unión con sus camaradas estableció la zonal de Tanchon. Esta tuvo sus filiales en la cabecera distrital y en otros puntos y organizó agrupaciones como asociaciones de amistad norteña y sureña para reunir a un gran número de gente.

    Después de estallar la Guerra China-Japón, el comité de la ARP de Xiagangqu, distrito Changbai, destinó a muchos trabajadores clandestinos al interior del país. En esa ocasión, Wi In Chan se fue a Hungnam junto con otros. En este centro industrial, donde se concentraba un elevado número de fábricas de materiales bélicos, esos trabajadores clandestinos de Xiagangqu lograron formar el comité regional de Hungnam de la Asociación para la Restauración de la Patria.

    Casi al mismo tiempo, los infiltrados en Wonsan juntaron a los miembros de la Asociación Coryo, una entidad juvenil antijaponesa progresista, a la ARP. Esta asociación, a la vez que se esforzó por ilustrar a las masas, organizó la lucha contra la política del imperialismo japonés de “conversión en japonés” y huelgas estudiantiles para expulsar a un incisivo director japonés.

    Los trabajadores clandestinos enviados por la zonal de Taoquanli, también crearon en la región de Hongwon una organización de base que denominaron Sociedad de los Campesinos de Hongwon. Tuvo varias ramales.

    Además, organizaciones inferiores de la ARP arraigaron en Riwon, Pujon, Hamhung y otras localidades.

    La labor se realizó a amplia escala igualmente en varios centros industriales y áreas rurales y pesqueras de la parte septentrional de la costa Este.

    Aquí fue donde penetró más que en otras provincias con fronteras septentrionales, el “viento de Jilin”. Cuando combatíamos en Manchuria del Este, apoyándonos en zonas guerrilleras, los habitantes de esta región recibieron mucha influencia revolucionaria.

    Bajo la influencia y el apoyo directo de la Lucha Armada Antijaponesa participaron con ahínco en la contienda por la salvación nacional desde temprano. Su movimiento de asociación campesina atrajo nuestra atención por su carácter activo y tenaz. Desde todos los aspectos, la provincia Hamgyong del Norte constituía un lugar en que podíamos impulsar con relativa rapidez la concientización y organización de las masas.

    Para expandir allí la red de la ARP enviamos a muchos trabajadores políticos bien preparados. Incluso infiltramos pequeñas unidades en las ciudades y los distritos, colindantes con la frontera septentrional. Estas y los grupos del ERPC prepararon en varios sitios de la provincia bases secretas y puntos de apoyo de acción y a partir de ellos dirigieron la creación de organizaciones de la ARP y movimientos de masas.

    Por otra parte, llamamos a nuestra base a los relacionados con el movimiento antijaponés y a los líderes de las agrupaciones masivas de las ciudades y los distritos de esta provincia para darles durante cierto tiempo un curso de formación y luego enviarlos de regreso con la misión de dirigir el movimiento del frente unido. Que los originarios de Chongjin o los oriundos de Musan dirigieran el movimiento en sus respectivas zonas, no sólo resultaba ventajoso desde el punto de vista de que permitía dar una dirección adecuada a la realidad, sino que también constituía un método muy racional para cubrir las necesidades de trabajadores clandestinos que crecían con la profundización de la revolución antijaponesa.

    Gracias a las acciones de los trabajadores políticos del ERPC y otros combatientes patrióticos, en la provincia Hamgyong del Norte las llamas del movimiento de la ARP empezaron a propagarse primero por Musan, Chongjin, Odaejin y Yonsa, donde se concentraban muchos obreros, y en las ciudades y los distritos meridionales, próximos a la vía férrea Kilju-Hyesan, donde eran poderosas las fuerzas de las asociaciones campesinas. En el verano de 1937 surgieron organizaciones de base que con el paso de los días se expandieron llegando a contarse varias decenas en la primera mitad de la década de 1940.

    En la provincia Hamgyong del Norte, en Yonsa y Musan fue donde se desplegó de modo más amplio y profundo el movimiento para constituir las organizaciones de la ARP. Esto está relacionado con que al abandonar Jiandao Oeste en la segunda mitad de la década de los 30, desarrollamos las actividades político-militares principalmente en la cuenca del río Wukoujiang, en la ribera opuesta a Yonsa y Musan, y que mandamos con frecuencia allí a pequeñas unidades y grupos para darle vitalidad al movimiento revolucionario en las zonas fronterizas. Por ejemplo, Choe Il Hyon y su pequeña unidad operaron en Yonsa y lo hizo también O Il Nam con su grupo de 7-8 personas. El jefe de regimiento O Jung Hup operó en ese lugar al frente de la compañía No.4 compuesta por unos 50 efectivos. Cada vez que alguno de nuestros grupos o pequeñas unidades penetraba y salía, en Yonsa surgían más organizaciones zonales o filiales de la ARP.

    Fueron Choe Won Bong y Yun Kyong Hwan los trabajadores políticos que hicieron aportes a la formación de las organizaciones de la ARP en Yonsa. Si el primero fue responsable de la ARP en esa zona, el segundo encabezó la organización local del partido. Ambos eran trabajadores políticos que preparamos en Changbai.

    Entre los combatientes revolucionarios antijaponeses enterrados en el actual Cementerio de Mártires Revolucionarios del monte Taesong, hay uno llamado Choe Won Il. Su hermano mayor fue precisamente Choe Won Bong.

    Choe Won Bong era un hombre de firme carácter, muy juicioso y de alto espíritu revolucionario. Kim Ju Hyon fue quien descubrió en él esas cualidades y las valoró altamente. Durante su estancia en Changbai, a donde había ido desde Donggang con la tarea de actuar como avanzada, lo encontró y presentó a Kwon Yong Byok y Ri Je Sun.

    Yinghuadong, en Shibadaogou, del distrito Changbai, alcanzó fama por su enérgica ayuda a la guerrilla y por haber surgido de su seno muchos combatientes revolucionarios antijaponeses. Choe Won Bong trabajó aquí como jefe de la organización zonal de la ARP y responsable del grupo del partido. Los que lo dirigieron fueron Kim Ju Hyon y Kim Se Ok. Bajo su dirección y aliento constituyó una organización de la ARP, un grupo del partido y una guerrilla de producción. Cada vez que Kim Ju Hyon iba a Shibadaogou se alojaba en un cuarto interior de las casas de Choe Won Bong y Kim Se Ok y desde allí ayudaba en la labor de las organizaciones revolucionarias clandestinas.

    Choe Won Bong educó bien a los familiares de los guerrilleros y los alistó a todos en la ARP.

    Después del combate en las cercanías de Sanzhongdian, en el otoño de 1936, me encontré con él en el campamento secreto a donde, junto a otros, nos trajo a la espalda materiales de ayuda. A primera vista supe que era una persona inteligente y de alto sentido de responsabilidad. Hombre de estatura mediana y no muy gordo, sabía dirigir las masas. A su voz de mando los cargadores se alineaban en formaciones o rompían fila. El nos envió en varias ocasiones también informaciones militares.

    En mayo de 1937, lo enviamos a Yonsa para impulsar la implantación de la ARP en el distrito Musan y otras regiones septentrionales. Una vez allí, junto a otros trabajadores políticos, estableció varias filiales agrupando principalmente a los armadores de almadías y sus conductores de la cuenca superior del río Yonmyon.

    Yun Kyong Hwan, quien fue un fiel colaborador de Choe Won Bong, militaba en la ARP en Jiazaishui, en Badaogou, distrito Changbai, donde actuaba Kim Il. Mantenía estrechas relaciones con él y era también muy amigo de Kim Song Guk. Al igual que Choe Won Bong, también vino varias veces a nuestro campamento secreto con ayuda. Y cuando nos retiramos hacia nuestra base, después de atacar a Jiazaishui, se mantuvo como uno de los que transportaban los botines a la espalda.

    Los enemigos, que tenían registrados a todos los que transportaron cargas para las guerrillas, trataron de descubrir por todos los medios un indicio de la existencia de la línea organizativa entre ellos. Dándose cuenta de que era inminente su arresto, Yun Kyong Hwan se trasladó con su familia a Manchuria del Este y se estableció en la aldea de arriba, llamada Xinkaicun, en Yushidong en las riberas del río Wukoujiang.

    Con posterioridad, lo mandamos a Yonsa y lo designamos como responsable de la organización del partido en esa zona. Según me informaron, una vez él y otros militantes trajeron a cuestas materiales de intendencia a nuestra unidad que se estacionaba en Zhidong, y en esa ocasión discutió lo relacionado con la creación de un comité regional de la ARP que pudiera dirigir de forma unificada sus filiales dispersas en la zona de Yonsa.

    Ya antes, en la reunión de Kuksabong, al respecto, yo había aconsejado lo necesario a los compañeros de Yonsa. Les dije que para desarrollar más el movimiento de formación de organizaciones de la ARP, se requería establecer un ordenado sistema de dirección, capaz de conducir de manera unificada las organizaciones que actuaban dispersas, y todos lo aceptaron como positivo.

    Recuerdo que esa visita de Yun Kyong Hwan a nuestra unidad tuvo lugar antes de que Ri Tong Gol (Kim Jun) cayera en manos enemigas. Después de ser sancionado por un error cometido en el campamento secreto de Qingfeng, Ri Tong Gol estaba realizando tareas políticas en las zonas de Yonsa y Musan. En estrecha relación con Choe Won Bong dirigía el movimiento revolucionario en Yonsa.

    Como sucesor de Ri Tong Gol destinamos a ese lugar a Kim Jong Suk que tenía experiencia de haber actuado en el interior del país.

    Se fue allí en compañía de un grupo armado. Ya en Yonsa, organizó una reunión con los revolucionarios del lugar y constituyó el comité regional de la Asociación para la Restauración de la Patria. Todavía recuerdo que al regresar a la Comandancia, después de esa reunión, nos entregó una máquina de coser, explicando que era un regalo de la organización de Yonsa.

    Choe Won Bong y otros patriotas incorporados a la ARP en Yonsa, nos ayudaron mucho también en el combate en la zona de Musan.

    Con la muerte de Ri Tong Gol, Choe Won Bong y Yun Kyong Hwan, lo referente a las actividades de la organización en la zona de Yonsa quedó en secreto durante mucho tiempo. Una parte de este enigma salió a la luz a principios de la década del 70, cuando se llevó a cabo, en forma de movimiento masivo, la recolección de datos relacionados con la historia revolucionaria de nuestro Partido.

    Nuestros esfuerzos por ramificar las organizaciones de la ARP dieron frutos también en las regiones occidental, central y meridional de Corea. Habíamos prestado debida atención a la extensión de la ARP en esas regiones, además de la parte septentrional.

    Las provincias Phyong-an del Norte y el Sur, junto con Hwanghae, son lugares donde las fuerzas nacionalistas fueron potentes. En esas zonas occidentales también el chondoismo y el cristianismo constituían fuerzas muy influyentes. Estas no solo se aferraban a sus creencias sino que también profesaban el amor al país y la nación. Es muy conocido que en el Levantamiento Popular del Primero de Marzo, las tres manifestaciones religiosas de Corea: el chondoismo, el cristianismo y el budismo, tuvieron una activa participación.

    Entre los jóvenes de la zona occidental surgieron Kim Hyok, Cha Kwang Su, Kang Pyong Son y otros muchos comunistas de la nueva generación. Desde mucho tiempo atrás habíamos extendido nuestra influencia hacia esta región por medio de Kong Yong y Kang Pyong Son. Nuestros trabajadores políticos estuvieron hasta en Ryongchon, lugar muy conocido en todo el país por la revuelta de los arrendatarios de la granja Puri, para concientizar a las masas. Esta revuelta mostró una parte del recio espíritu combativo y el fervor patriótico de los lugareños que buscaban el camino de salvación en la lucha antijaponesa.

    La ciudad Sinuiju ocupaba un lugar importante en la creación de organizaciones de la ARP en las zonas del noroeste.

    A principios de julio de 1937, en esta ciudad se constituyó la zonal. Y en agosto, en Wiwon, la asociación antijaponesa de Risan, que reunió a los campesinos pobres y almadieros. Los trabajadores clandestinos establecieron sucesivamente organizaciones de base de la ARP en varios lugares ribereños de la parte media del río Amnok. Aprovechando las favorables condiciones, ya que todos sus parientes eran chondoistas, Kang Pyong Son actuó con habilidad por vía de esta religión y logró formar varias.

    Las organizaciones de base de la ARP llegaron hasta los distritos Huchang y Cholsan.

    Para ramificarlas mandamos pequeñas unidades y trabajadores políticos también a Yangdok, Tokchon, Pyongyang, Haeju y Pyoksong.

    En Pyongyang y la provincia Phyong-an del Sur acumularon grandes méritos Ri Ju Yon, Hyon Jun Hyok y Choe Kyong Min.

    Al trasladarse de Tanchon a Pyongyang Ri Ju Yon persiguió librar en mayor escala el movimiento antijaponés en una nueva región. La asociación obrera antijaponesa en la Fábrica de Goma Jongchang de Pyongyang, otra similar en la Fábrica de Elaboración de Cereales de Pyongyang y la asociación antijaponesa de Nampho eran organizaciones de base de la ARP establecidas por Ri Ju Yon.

    Hyon Jun Hyok, quien al ser excarcelado en Taegu y trasladar su campo de actividades a Pyongyang, acatando nuestra línea del frente unido, penetró entre los obreros de la Fábrica de Cemento Sunghori y participó en la creación de la zonal de la ARP.

    El Cuerpo de Liberación de la Patria, al que perteneció mi primo Kim Won Ju, y la Asociación por la Restauración Ilsim en la zona de Kangso también fueron organizaciones de base de la ARP.

    Choe Kyong Min, quien en otro tiempo, en Fusong, ayudó sinceramente a mi padre en la labor revolucionaria, al repatriarse se dedicó con ahínco al movimiento del frente unido en la zona de Yangdok. Se vinculó incluso con los fieles del confucianismo, y con educación y concientización los agrupó en la ARP.

    Igualmente en Onchon, en la provincia de Phyong-an del Sur, había sus organizaciones de base.

    En la labor de constituirlas en la provincia de Hwanghae, el principal rol lo desempeñó Min Tok Won, captado por nuestros trabajadores políticos. En esta parte se hallaban numerosas bases secretas temporales que establecieron nuestros trabajadores clandestinos. Los que actuaban en ellas se ganaron a Min Tok Won y lo enrolaron en la labor de ramificar las organizaciones de la ARP. Estas surgieron sucesivamente en diversos lugares de la provincia gracias a los esfuerzos de él y otros patriotas locales.

    En la parte central de la costa Este esa empresa se realizó fundamentalmente en la región de Chonnae, Yangyang, Kosong y Munchon donde se aglomeraba la clase obrera. La asociación antijaponesa obrera de la Fábrica de Cemento Chonnaeri era muy grande y conocida por su bien organizada lucha práctica. Asimismo, pertenecían a la ARP la asociación de salvación nacional Sokcho, en Yangyang, y la asociación antijaponesa Jangjon, en Kosong.

    Los datos relacionados con esta labor en la parte meridional de Corea no han podido investigarse suficientemente por la división del territorio del país; pero tan sólo las organizaciones registradas en los documentos de la policía del imperialismo japonés son bastante numerosas.

    Recientemente se descubrieron en Japón diversos datos referentes a la creación de organizaciones de la ARP y sus actividades. Se afirma que ellas existían en Okayama, Tokio, Kyoto, Osaka y Hokkaido, pero no pasan de ser una ínfima parte de las que existieron.

    La Asociación para la Restauración de la Patria, que con más de 200 mil militantes se lanzaba a la guerra de resistencia de todo el pueblo, constituye un monumento levantado por los comunistas coreanos en la historia de la lucha de liberación nacional. En verdad, sus organizaciones hicieron gigantescas contribuciones a la movilización de las amplias fuerzas patrióticas, de todas las clases y capas, por la causa de la liberación bajo la bandera de la restauración de la patria.

    Podría considerarse su primer mérito el haber elevado el espíritu revolucionario de las masas populares. Mediante el movimiento del frente unido, nuestro pueblo pudo armarse firmemente con la idea de que debía alcanzar la liberación del país con sus propias fuerzas; que era preciso enfrentar con las armas a los enemigos armados, y que para obtener la independencia nacional tenía que unirse en un solo haz, por encima de las diferencias de clases, sexos, edades, fracciones y religiones, y abrir el frente común junto con otros pueblos oprimidos del mundo. El desarrollo vertiginoso de la conciencia ideológica de las masas populares constituyó un factor que promovió poderosamente la lucha de liberación nacional en la segunda mitad de los 30.

    En la transformación ideológica de ellas es digno de mencionar, especialmente, el hecho de que al ver en el Ejército Revolucionario Popular de Corea, que libraba sangrientas batallas contra el imperialismo japonés, la principal fuerza para la emancipación de la patria, llegaron a depositar en nosotros totalmente su destino y a seguir de modo más fiel nuestra dirección. Desde la segunda mitad de la década de 1930, la lucha de liberación nacional y el movimiento comunista en Corea se desplegaron teniendo como eje al monte Paektu, principal base de apoyo de operaciones del Ejército Revolucionario Popular.

    Las masas populares tomaban por verdad absoluta toda voz que partiera del monte Paektu, cumplían de forma incondicional cualquier tarea, grande o pequeña, pesada o liviana, e incluso, no pensaban ni en la vida si era para prestarle ayuda.

    La fidelidad de las masas populares al centro directivo de la revolución coreana se expresaba exactamente en la ayuda material y espiritual al Ejército Revolucionario Popular. El pueblo de todo el país nos respaldó con todos sus recursos de sabiduría, financieros, humanos y espirituales.

    Las organizaciones de la ARP llevaron a cabo vigorosas campañas de masas para colaborar con la guerrilla. La zonal Kapsan, a partir de la segunda mitad de la década del 30 comenzó a enviarnos, por vía organizativa, el “arroz sagrado” que los chondoistas entregaban antes a la instancia central de esta religión. Si se enteraban de que nuestro Ejército tenía dificultad con los alimentos, los habitantes de Jiandao Oeste nos ofrecían sin vacilación hasta los cereales que acumulaban para las fiestas nupciales y de cumpleaños, incluyendo los sexagenarios.

    Hasta cerca de 1938, cuando se estaba terminando la construcción de la represa de la Central Hidroeléctrica de Suphung en el río Amnok, los integrantes de la zonal de Sinuiju llevaron por barco materiales a las zonas de operación de nuestra unidad. Había tejidos, calzado, sal, pólvora, cápsulas, mechas y otras muchas cosas. Una vez levantada la represa y cortada la vía de navegación, fijaron en las calles No. 3 y No. 6 en Dandong, China, depósitos de esos materiales y cuando se acumulaban los enviaban por camión o tren a las grandes unidades y grupos del ERPC que operaban en Kuandian, Xingjing y Tonghua. Un miembro de la filial de Majondong compró un velero con capacidad para más de media tonelada, y por el día transportaba cargas ajenas para hacer dinero y por la noche llevaba sigilosamente al Ejército Revolucionario Popular los materiales recolectados por los militantes de la organización.

    También en Seúl, separado por una distancia de más de 400 kilómetros del Paektu, los miembros de la ARP acopiaron abastecimientos necesarios para las operaciones del Ejército revolucionario.

    Jon Jo Hyop, que integraba la organización en Pukchong y que estuvo encarcelado por el “delito” de estar relacionado con el “incidente de los pioneros” en Sokhu del distrito Pukchong, después de 1937 se trasladó a Seúl y cumplió actividades clandestinas por encargo de la organización.

    Se esforzó para ampliar las organizaciones, por una parte, y, por otra, empezó a cargar agua para reunir fondos para la guerrilla. Era muy conocido que la gente de Pukchong solía practicar este negocio con el agua para cubrir los gastos de estudio de sus hijos en Seúl. Jon Jo Hyop no tenía hijos que pudieran estudiar en esa urbe, pero se convirtió en aguador en aras de la revolución.

    Con el dinero así ganado consiguió tejido, calzado, papel blanco, medicamentos, tinta de mimeógrafo y otras cosas para enviar a nuestra guerrilla. Cuando los mandaba a Pukchong, la organización local nos los hacía llegar.

    Una vez, muy de mañana, mientras subía una lomita con los cubos de agua a las espaldas, encontró en el camino un reloj de pulsera de oro para mujer. Era un reloj de lujo que no podían tenerlo fácilmente ni las mujeres de familias ricas.

    Decidido a encontrar a la dueña, recorrió las casas de ambos bordes del camino. Así averiguó que pertenecía a la hija del tendero, un regalo del prometido. Los dueños de la tienda le dieron una suma superior al precio original del reloj. Y con ese dinero Jon Jo Hyop compró muchos materiales de ayuda.

    Después de este hecho él y los familiares del tendero se llevaron muy bien, como si fueran parientes carnales. Bajo su influencia ellos llegaron a simpatizar mucho con la guerrilla antijaponesa y con toda sinceridad le prestaron ayuda. En ocasiones conseguían y enviaban directamente a Pukchong lo que recomendaba Jon Jo Hyop. Así, hasta una simple familia pequeñoburguesa de Seúl, guiada por un militante de la ARP, participó en el movimiento de ayuda al Ejército revolucionario.

    Las organizaciones de la ARP en el país dirigieron de modo dinámico la lucha en todas partes del territorio nacional contra la explotación piratesca del imperialismo japonés, para destruir su política de “convertir al coreano en japonés” y asestar golpes a su agresión continental y al cumplimiento de su política de guerra. Recurrían a variadas formas y métodos como sabotajes, huelgas, manifestaciones callejeras, revueltas y contiendas de arrendatarios.

    Otro provecho que sacaron los revolucionarios coreanos con la creación de las organizaciones de la ARP, consiste en haber podido consolidar la base organizativo-ideológica para la constitución del partido. En todo el país establecimos grupos partidistas con elementos de avanzada formados en las organizaciones de la ARP. Y, al final, esos grupos llegaron a dirigir a éstas y la lucha de las masas. Las organizaciones del partido, nacidas y fogueadas sin parar en el fragor del combate, venciendo incontables vicisitudes, constituyeron la piedra angular para la fundación de un poderoso partido de las masas trabajadoras en la tierra patria liberada.

    Además, la labor de constituir organizaciones de la ARP permitió a los revolucionarios coreanos acumular ricas experiencias en la creación de agrupaciones masivas. Sin esas experiencias, no habríamos podido fundar en tan corto espacio de tiempo, después de la liberación, las organizaciones de masas por sectores sociales, como la Unión de la Juventud Democrática, la Federación de Sindicatos, la Unión de Mujeres Democráticas y la Unión de Niños.

    En ese decursar los comunistas coreanos formaron, por primera vez en nuestra larga historia nacional, un poderoso frente unido, genuinamente patriótico y revolucionario. El frente unido nacional antijaponés con el monte Paektu como eje, devino una tradición del movimiento del frente unido nacional en nuestro país y demostró de modo inmejorable la férrea voluntad de nuestro pueblo.

    Todo el curso de la constitución de las organizaciones de la Asociación para la Restauración de la Patria confirmó que nuestro pueblo no deseaba la división ni confrontación sino la unidad y armonía, y que poseía la sobresaliente voluntad de unirse y luchar bajo una misma bandera, por encima de facciones, pertenencias y creencias religiosas.

    En la época del Partido del Trabajo se implantó hace mucho tiempo la unidad de toda la sociedad con una sola voluntad, máxima expresión de su capacidad aglutinadora. Lo único pendiente es reunificar el país dividido en Norte y Sur. Reunificar la patria es la voluntad y convicción inmutables que llenan toda mi vida. Nuestra posición y concepción respecto a la reunificación nacional es que la nación coreana, que se enorgullece de su larga historia de cinco milenios, debe y puede vivir en un país unificado. ¿Qué garantía hay para hablar de la realización de la reunificación del Norte y el Sur? Tenemos una arma poderosa llamada gran unidad nacional y, además, poseemos una rica experiencia en el frente unido nacional que acumulamos durante la creación de las organizaciones de la ARP.

    Si nuestra nación tiene un excelente antecedente del frente unido que realizó ya medio siglo atrás, ¿por qué ahora no podría conseguir la gran unidad nacional? No existe nada que lo impida.

    Todos los coreanos, tanto del Norte y el Sur como en ultramar, debemos formar de modo incondicional el frente unido. Solo éste es el camino para la existencia de nuestra nación en el mundo actual, donde reina la ley de la selva. El frente unido es la eterna fórmula de la existencia de la nación como tal. En él está su vía de supervivencia, de prosperidad y de florecimiento. Quería decir esto a mis compatriotas de dentro y fuera del país.

    

    

    

    

    5. Kwon Yong Byok

    

    

    Era parco en palabras. Generalmente es conocido que los propagandistas hablan con soltura, pero él no era locuaz ni cuando se desempeñaba como jefe de la sección de divulgación de la división. En caso indispensable se limitaba a decir unas palabras coherentes, nunca parloteaba ni repetía. Su semblante y aspecto no delataban ni por asomo lo que pensaba y sentía.

    Detestaba con mayor fuerza a los embusteros y jactanciosos. Una vez decidido algo, lo cumplía a todo trance, así se deshiciera en mil pedazos su cuerpo. Diríase que la concordancia de la palabra y el acto constituía su encanto personal, el rasgo que caracterizaba su manera de ser.

    Con esta valoración le confiamos el importante cargo de responsable del comité distrital del partido en Changbai, cuando luchábamos principalmente en el monte Paektu y Jiandao Oeste.

    Para aquilatar la trascendencia de este cargo podemos citar varias razones. El comité distrital del partido en Changbai era una de las organizaciones vertebrales que primero aceptaban y ejecutaban cualquier línea o tarea urgente que planteáramos en el comité del partido en el ERPC, en el campamento secreto del monte Paektu. En muchos casos se transmitían y difundían en Jiandao Oeste y Norte y en Corea por conducto de dicho comité, el de Acción Partidista en el País y el de Manchuria del Este, y por la misma vía, principalmente, el comité del partido en el ERPC se informaba de los resultados de su ejecución.

    Tal posición y papel se derivaron del hecho de que después de establecido nuestro punto de apoyo en el campamento secreto del monte Paektu nos vimos precisados a ampliar y desarrollar la revolución en el interior del país y en Manchuria, teniendo a Jiandao Oeste por otro puntal, y del hecho de que, al no fundarse un partido de nuevo tipo después de la disolución del Partido Comunista de Corea, el comité en el ERPC tenía que dirigir la formación de organizaciones partidistas y la revolución antijaponesa en su conjunto, mediante el Comité de Acción Partidista en el País, el de Manchuria del Este, el comité distrital en Changbai y otros.

    Si en la primera mitad de la década de los 30, cuando batallábamos apoyándonos en las bases guerrilleras establecidas en Manchuria del Este, Xiaowangqing fue el centro de la revolución antijaponesa, en la segunda pasó a la base del monte Paektu, que abarcaba a Jiandao Oeste. El campamento secreto de este monte fue su núcleo, y las tierras de Changbai, junto con las extensas áreas de Corea cercanas, constituyeron, por decirlo así, la carne que lo envolvía. Instalamos muchos campamentos secretos en Changbai. A fin de protegerlos y mantenerlos debíamos convertir este territorio en nuestro mundo y dotar de conciencia revolucionaria a sus pobladores.

    Para impulsar allí la campaña de construcción de organizaciones de la ARP era inevitable un agudo enfrentamiento con los enemigos. La gobernación del Estado manchú era torpe, pero los servicios de inteligencia de Japón y las fuerzas de “castigo” de su ejército y policía, al igual que los manchúes, no eran simples. Tal como habíamos pasado por Changbai para adentrarnos en el país, así también los adversarios tenían que atravesarlo para atacarnos. Changbai constituía un punto estratégico militar tanto para nosotros como para ellos.

    A partir de esta realidad establecimos una alta pauta para seleccionar al responsable del comité distrital del partido en el lugar. Para serlo había que tener audacia, magnanimidad y capacidad agitadora, organizativa y de acción. Como debía dirigir el frente clandestino, tenía que poseer, además, un correcto juicio, meticulosidad y facultad de decidir pronto según las circunstancias. Sobre todo, una amplia visión.

    Cuando buscábamos a un hombre con tales cualidades, el primero en acudirme a la mente fue Kwon Yong Byok. También lo recomendó Kim Phyong.

    Kwon Yong Byok y yo no éramos condiscípulos, ni coterráneos, ni tampoco habíamos compartido penas y alegrías comiendo de la misma olla en la etapa de la zona guerrillera. En la primera mitad de los años 30, cuando esta zona estaba en pleno desarrollo, él permanecía en Yanji y yo en Wangqing. Había participado en la expedición a Jiaohe, y apenas en octubre de 1936 vino al campamento secreto del monte Paektu para incorporarse a la unidad principal.

    Tempranamente, siendo alumno de secundaria, participó en el movimiento antijaponés. Tachado de “perturbador” fue expulsado de la escuela. A partir de entonces se hizo revolucionario profesional, lo mismo que nosotros. Cuando actuaba yo en la zona de Manchuria del Este, alguien, O Jung Hwa o Pak Yong Sun, me contó un episodio de él, referente a la tragedia que viviera el día de los funerales de su padre, y a su extraordinaria capacidad para dominarse a sí mismo.

    Un día, mientras cumplía misión, recibió el aviso del fallecimiento de su padre y fue a casa aprovechando la obscuridad de la noche. Se vistió de luto, e iba a situarse ante el cadáver cuando irrumpieron los gendarmes montados, no se sabe cómo consiguieron la información, y sacaron a sus familiares. Dirigiéndose a Kwon Yong Byok le preguntaron si era Kwon Chang Uk, su nombre de niño. Entonces se percató que ninguno de los intrusos le conocía y contestó humildemente que no, que su hermano menor Chang Uk había abandonado la casa hacía mucho tiempo y ni siquiera le enviaron la triste noticia por no conocer su paradero. En efecto, su hermano mayor Kwon Sang Uk no estaba en casa, había ido al depósito de enseres fúnebres. Por eso, pudo hacerse pasar por él.

    Los gendarmes, para desquitarse de su fracaso, incendiaron la casa con el cadáver dentro, se retiraron sólo después de ver cómo se reducía a cenizas.

    Aun viendo las llamas que devoraban sin piedad el cadáver de su padre, Kwon Yong Byok se contuvo, con los dientes apretados, reprimiendo la tristeza y la indignación. De regreso, no pudo tomar ni una taza de licor que le sirvieron sus camaradas, ni bodrio durante unos días a causa de la grave herida que se hizo con los dientes en la lengua y los labios.

    No tardó en ser reconocido entre los comunistas de Manchuria del Este como un joven combatiente con extraordinaria capacidad de control de sí mismo. Afirmaban que para vencer a los adversarios y lograr la gran causa resultaba indispensable tener la paciencia de Kwon Yong Byok y saber contener el impulso y dolor momentáneos.

    Mas, no todos los elogiaron al escuchar esa anécdota. Algunos manifestaban que era incomprensible su actitud ante la doble muerte de su padre. Lo censuraban: ¿Cómo un hijo puede proceder así? Debió impedir a cualquier precio que quemaran el cadáver.

    Los partidarios de Kwon Yong Byok refutaron esa censura calificándola de infundada. Se entendería, decían, que un hombre común hiciera frente al enemigo en tales momentos; pero Kwon Yong Byok no debía descubrirse; si se hubiera enfrentado a éste, habría sido fusilado en el acto, o en el mejor de los casos encarcelado; entonces no hubiera podido continuar la revolución.

    Oí decir que al tomar el camino de la revolución, y antes de abandonar la casa, se despidió de su esposa con estas palabras:

    “No sé si regresaré vivo. Tal vez vuelva, mas no puedo prometer la fecha, no se sabe cuándo va a triunfar la revolución, si l0 ó 20 años después. Así que no me esperes; búscate la vida a tu manera. Aunque te cases con otro, dándome por muerto, no me quejaré de ti. Te ruego sólo una cosa: al crecer nuestro hijo y llegar a tener uso de razón, edúcale bien para que siga a su padre.”

    Estos términos fueron también objeto de comentarios. Hubo quienes los calificaron de demasiado crueles para despedirse de su esposa. Es una ofensa a la mujer en general, decían algunos; ¿por qué no le dijo que lo esperara porque volvería con la victoria, si daba lo mismo una cosa que otra? Si la hubiera amado de verdad, no habría sido de otro modo. ¿Acaso las mujeres de Corea no tienen lealtad y sentido de obligación moral para esperar hasta alcanzar la independencia del país a sus maridos que han emprendido el camino de la revolución? ¡Qué menosprecio más intolerable para ellas!

    Si se hubieran analizado esas palabras de Kwon Yong Byok tal como las dijo, se habrían producido censuras más duras.

    No obstante, yo pensaba que sólo una persona decidida a dar la vida sin vacilación por la revolución, podía expresarse así, y sólo quien apreciaba y amaba de corazón a su esposa podía hacerle tal ruego. De no ser un luchador dispuesto a consagrar cuerpo y alma en aras de la revolución, para llevarla al triunfo final, no puede manifestarse tan franco, resuelto. Descubrí en las palabras de Kwon Yong Byok su imagen de hombre genuino.

    Años después, en la primavera de 1935, me encontré con él por primera vez en Yaoyinggou. Allí daban cursillos de corto plazo para formar como cuadros políticos y militares a los seleccionados en las unidades guerrilleras y organizaciones revolucionarias de diversos puntos de Manchuria del Este, entre los cuales figuraba él.

    El encuentro, efectuado en circunstancias en que la desenfrenada campaña antiminsaengdan había hecho desaparecer a innumerables patriotas jóvenes en tierras extrañas, me llenó de alegría como si viera a un viejo y entrañable amigo. Por supuesto, nos identificamos y charlamos. Recuerdo que la conversación fue bastante larga y sincera, si se tiene en cuenta que era la primera entre ambos.

    Me habló incluso de la escena de despedida con su esposa.

    —Hubiera sido mejor despedirse de ella con palabras cariñosas, para que se sintiera menos apenada. —Expresé así mi compasión, pero él meneó la cabeza:

    —¿Hubiera valido la pena disimular? Más tarde o más temprano debe sufrir ese dolor.

    —Entonces, ¿piensa aun ahora que no puede regresar vivo a su lado?

    —Quisiera ver la patria emancipada y retornar a mi pueblito natal, pero no creo que me toque esa fortuna. Nunca quedaré a la zaga en los combates. Para desquitarme por lo menos de la pérdida de mi padre, me pondré siempre a la vanguardia. Siendo esa mi decisión, ¿cómo puedo pensar en la posibilidad de quedar con vida? No espero tal casualidad.

    Sus palabras encerraban una verdad. Efectivamente, tanto en el campo de las sangrientas batallas como en el frente clandestino se situaba en los lugares más encarnizados y peligrosos. Cuando el segundo regimiento realizaba la expedición a Jiaohe él era secretario de la célula del partido en la compañía No.2 y junto a O Jung Hup y otros compañeros de armas lo salvó alguna que otra vez del peligro de ser aniquilado en el cerco enemigo.

    Además, fue él quien entregó mi primera misiva a Pak Tal allende el río Amnok, tras burlar la red de vigilancia fronteriza, de la que se decía que ni una hormiga se atrevía a pasar.

    Otro motivo para su selección como candidato a responsable del comité distrital del partido en Changbai fue que había acumulado cierta experiencia en el clandestinaje, en la primera mitad de la década del 30, mientras actuaba en Jiandao.

    Su mayor cualidad era que trabajaba con mucha destreza con las personas. No sólo las atraía con tacto sino también sabía controlarlas de modo irreprochable.

    Aun ahora Hwang Nam Sun (Hwang Jong Ryol) recuerda con emoción cuán hábilmente procedió él para granjearse al hombre de mayor edad en la aldea Wengshenglazi, un anciano de fuerte temperamento. Varios trabajadores políticos habían tratado de penetrar en la aldea para habilitarla, mas los expulsó. La causa consistía en que antes de familiarizarse con los pobladores actuaban precipitadamente para inculcarles ideas. En particular, no habían trabajado con propiedad para atraer a aquel anciano. Lo tildaron de feudalista, y sin otro motivo justificable lo aislaron, en lugar de pensar en ganárselo. Puede decirse que era tan firme de carácter y obstinado como el anciano Pyon el Trotsky8 de Wujiazi.

    Kwon Yong Byok se entregó a captarlo a su manera. Para comenzar, le hizo una profunda reverencia porque sabía que el anciano ni siquiera se dignaba a hablar con quienes no observaban las reglas de la etiqueta. En cuanto se presentó ante él, se hincó, y echándose hacia adelante con las manos en el suelo, según las formalidades de cortesía tradicional, dijo:

    —Abuelo, soy un jornalero pobre que mantengo la vida recorriendo el mundo. He venido atraído por el rumor de que esta aldea es generosa; le ruego me guíe y proteja.

    El anciano, conmovido por la singular cortesía y personalidad del visitante, manifestó:

    —¡Qué cortés eres, joven! ¿De qué familia eres? Según veo por tu etiqueta, estás bien maduro por dentro. Nuestra aldea es magnánima, quédate aquí y viviremos en armonía.

    Luego lo invitó, incluso, a almorzar. En Wengshenglazi ganarse a aquel anciano se consideraba tan difícil como conquistar una cota en el campo de batalla. Pero a Kwon Yong Byok le costó sólo una reverencia tradicional. Esto facilitó que la aldea se transformara en revolucionaria.

    Después de designar internamente a Kwon Yong Byok como responsable del comité en Changbai le indicamos recorrer el distrito para conocer la situación real.

    De la visita volvió al campamento secreto al cabo de un mes.

    En febrero de 1937 convocamos una reunión en el campamento secreto de Hengshan, para constituir el comité distrital del partido. Asistieron Kwon Yong Byok y otros activistas clandestinos. Por resolución de la reunión Kwon Yong Byok asumió formalmente el cargo de responsable. Como subresponsable fue propuesto Ri Je Sun. Decidimos, además, ampliar los comités zonales y grupos del partido.

    Ese día, recalqué a Kwon Yong Byok la necesidad de que ampliara el radio de acción de su trabajo para impulsar la construcción de las organizaciones partidistas y de la ARP en la profundidad del país y le planteé diversas tareas del comité distrital del partido en Changbai, entre otras, las de elegir y enviar a los aspirantes a ingresar en el Ejército revolucionario, atraer a funcionarios de los organismos enemigos y admitirlos en las organizaciones, así como realizar la exploración militar con la movilización de sus miembros.

    Inmediatamente después lo envié a la retaguardia enemiga, junto a Hwang Nam Sun que le serviría de asistente. Por requerimientos del trabajo, se hicieron pasar por cónyuges, método muy apropiado también para su seguridad personal.

    Hwang Nam Sun tenía una larga experiencia del clandestinaje. A los 15 años se ocupó del trabajo secreto en la aldea Chicanggu, en Shirengou.

    En una ocasión, mientras ayudaba a una familia campesina en los quehaceres domésticos, se quedó de una pieza al ver la olla colocada en el fogón: era la misma que había usado su familia en la zona guerrillera de Fuyangcun.

    “¿Por qué diablos está aquí esta olla? Tal vez el dueño de esta casa siguió a la ‘tropa de castigo’ y la trajo con su aprobación”, hablando así para sus adentros no pudo conciliar el sueño durante varias noches.

    Al conocerlo, los integrantes de la organización clandestina del lugar propusieron expulsar a dicha familia de la aldea, alegando que sin duda alguna eran perros. No obstante, ella hizo pacientes esfuerzos para conocerlos hasta llegar a saber que esa y otras vasijas las habían arrancado los enemigos de las casas junto con otros muebles en la zona guerrillera de Fuyancun, antes de incendiarlas, y que el cabeza de familia, movilizado a la fuerza por la tropa de “castigo”, marchó con un carro hasta allí y la recogió cerca de una casa quemada. Así, sus familiares, que tildados de esbirros estaban a punto de ser expulsados, no tardaron en convertirse en miembros de la asociación antijaponesa y la de mujeres.

    Rim Su San, que junto a Hwang Nam Sun había ido a Chicanggu, fracasó en la misión clandestina. Teórico y de buena apariencia, sin embargo, no supo armonizar con las masas, ni se ganó su simpatía, fue tratado como un gorrón. Hospedado en la casa de un miembro de la unión antijaponesa se limitó a ordenar al dueño que hiciera tal cosa y tal otra, consumiendo comida tres veces al día. En las raras veces que salía, con las manos recogidas a la espalda, hacía pregunta tras pregunta a los aldeanos como si investigara algo, lo cual desagradó tanto a los interlocutores como a los que lo observaban. Como resultado, no logró establecerse en la aldea, y tuvo que regresar a la zona guerrillera.

    Si uno se considera a sí mismo como un ser especial que rige por encima del pueblo, se convierte al fin y al cabo en un miserable repudiado por las masas. De no compenetrarse con las masas y andar separado de ellas como una gota de aceite en la superficie del agua, no puede granjearse su simpatía, ni mucho menos ganarlas.

    Cuando enviábamos a Kwon Yong Byok y Hwang Nam Sun a Changbai, en nuestro campamento secreto permanecían muchos otros trabajadores políticos que actuaban allí, a los cuales impartí también tareas que debían cumplir en la retaguardia enemiga. Kwon Yong Byok aceptó la suya de buena gana, pero yo no podía desprenderme de una inquietud, porque me parecía le había encomendado cosas demasiado difíciles, superiores a su capacidad. La zona de Changbai era tan extensa que abarcaba desde Qidaogou a Ershiwudaogou y para una persona resultaba complicado dirigirla aunque se dedicara legítimamente a la labor partidista. Por añadidura, al mismo tiempo, debía interesarse profundamente por los movimientos en el interior del país.

    De las impresiones que tuve cuando nos despedíamos de ellos, la que conservo fresca en la memoria es que despedazamos y comimos turrón prieto hecho de fécula de patata enviado por los campesinos de Diyangxi con motivo del Año Nuevo Lunar. Como teníamos dificultad con los víveres, no habíamos podido preparar manjares, y debíamos contentarnos con esos pedacitos de turrón, lo que, no sé porqué, me produjo mayor emoción.

    En el momento de separarnos dije a Kwon Yong Byok.

    —… Le encargo Changbai. Sólo controlándolo y más tarde toda la región de Jiandao Oeste, podemos recibir la ayuda del pueblo y preparar reservas humanas para el Ejército revolucionario. De lo contrario, no estaremos en condiciones de realizar operaciones en el país con grandes destacamentos, cruzando y recruzando el río Amnok. A partir de la primavera o el verano de este año, nos proponemos efectuar esas operaciones a todo trance. Debe trabajar bien con los pobladores en la retaguardia enemiga. Su misión es la de agruparlos en las organizaciones de la ARP, a la vez que construir las del partido. Es difícil ganar al pueblo, el resultado depende de su labor. Confío en usted. …

    El día de la partida, por la mañana, tuvimos que sostener un combate, lo cual enturbió el ambiente.

    Después de estar en la casa de “Taspho” en Shiqidaogou y en la de Ri Je Sun, en Ershidaogou, Kwon Yong Byok logró penetrar sin novedad en Tuqidianli, Shiqidaogou, escogido de antemano por la Comandancia como punto de apoyo para su trabajo. Shiqidaogou, llamado también Wangjiadong, porque un terrateniente chino de apellido Wang abusaba allí del poder, estaba situado en la parte central del distrito Changbai. Además, su posición era favorable para llegar a la profundidad del país pasando por Hoin y Hyesan, dejando atrás el Amnok.

    Kwon Yong Byok se estableció en esa aldea haciéndose pasar por un sobrino, por línea materna, de So Ung Jin, quien había sido despedido mientras trabajaba como jornalero en las obras del tendido del ferrocarril Kilju-Hyesan. So Ung Jin, experimentado activista clandestino, finalizados sus estudios secundarios en la región de Yanji, se dedicó a la revolución alistado en la organización antijaponesa, y más tarde, al verse descubierto, se trasladó a Jiandao Oeste. El, Choe Kyong Hwa y otros miembros de la organización revolucionaria de Shiqidaogou le consiguieron a Kwon Yong Byok una vivienda y algunas parcelas para que se estabilizara en Wangjiadong sin provocar la menor sospecha, y recibieron hasta el permiso de residencia mediante el soborno, con cierta cantidad de opio, al jefe policíaco que tenía esa aldea bajo su jurisdicción.

    A partir de entonces, Kwon Yong Byok y Hwang Nam Sun, cambiando sus nombres por Kwon Su Nam y Hwang Jong Ryol, respectivamente, empezaron la falsa vida matrimonial en el pequeño hogar. Posteriormente, él confesó que en varias ocasiones, al tratar de llamarla, espontáneamente le salió la palabra “compañera”, poniéndose en una situación embarazosa.

    Kim Ju Hyon, quien estuvo en Shiqidaogou al mando de un grupo destinado a conseguir materiales de ayuda, me informó que los pobladores de Wangjiadong elogiaban mucho al nuevo “matrimonio”. Ese fue el resultado de que desde el mismo día de su llegada a la aldea ayudaran con todo celo a los vecinos, sin distinción de faenas agradables o desagradables.

    Kwon Yong Byok, mientras visitaba casa por casa en cumplimiento de su misión, si notaba algo que necesitaba la mano de un hombre cortaba leña, o forraje, o limpiaba el patio. En las ceremonias nupciales o funerales machacó arroz cocido para hacer tok o sacrificó cerdos.

    Los que presenciaron con qué maña pelaba estos animales, les sacaba las vísceras y descuartizaba, afirmaron que era más hábil que un matarife. Por eso, los vecinos, cuando tenían que sacrificar reses o cerdos, acudían primero a él para pedir ayuda.

    La destreza y el estilo de trabajo les granjearon a los dos trabajadores políticos la simpatía de los aldeanos. Aunque rehusaban rotundamente la ayuda ajena, consideraban natural que ellos ayudaran a otros. Como un buen campesino, él se entregó también a los quehaceres domésticos con su peculiar concepción de que si un trabajador clandestino constituía una carga para otros, ya estaba a punto de fracasar en su misión.

    Días después de asentado el “matrimonio” en Wangjiadong los miembros de la ARP del lugar se propusieron recoger leña para ayudarles así en su intenso trabajo clandestino. Sin embargo, esa buena voluntad fue rechazada categóricamente:

    —Compañeros, se lo agradezco, pero no deben hacerlo. Si a un campesino común como el que soy le llevan leña, los enemigos se prejuiciarán de nosotros. Por eso, aunque quisieran ayudarme tienen que contenerse. Proceder así es lo más conveniente.

    Los integrantes de la organización clandestina buscaron otra manera de hacerlo. Si cortaban leña, no la llevaban al patio de la casa de Kwon Yong Byok, sino, a escondidas, la ponían a la cabecera de su cebadal. Pero, tampoco aceptó esa benevolencia. Personalmente recogió leña y transportó a cuestas estiércol a las parcelas.

    Durante la estancia en Wangjiadong él no se acostó temprano, ni se despertó tarde en la mañana. Tampoco en otros lugares donde trabajó dormía más de tres o cuatro horas.

    Llevando a la espalda un fardo deteriorado viajaba constantemente, razón por la cual algunas personas que no sabían el motivo pensaban que tal vez por no llevarse bien con su esposa, no dormía a menudo en su casa. Varias veces al mes recorría cientos de ríes desde Qidaogou, en Xiagangqu, hasta Ershiwudaogou, en Shanggangqu, hasta gastar las suelas. Entre los muchos caseríos del distrito Changbai casi no había ninguno donde no hubiera puesto los pies. Entonces, ¿cómo habría podido dormir a piernas sueltas como otros?

    En una ocasión, cuando vino al campamento para informarme de su trabajo, noté que sus ojos estaban congestionados. Le censuré ligeramente: “¿Quiere ocuparse de la revolución sólo uno o dos años? Debe trabajar cuidándose la salud”, a lo que respondió que le satisfacía mucho crear organizaciones.

    Gracias a las entusiastas actividades de Kwon Yong Byok y sus compañeros de armas, hasta la primavera incipiente de 1937 se formaron organizaciones clandestinas del partido en casi todos los caseríos principales del distrito Changbai. Bajo su dirección se creó un gran número de grupos partidistas, comités zonales y filiales de la ARP, que incrementaron rápidamente sus fuerzas. De igual modo, las guerrillas de producción desplegaron vigorosas acciones bajo la protección y dirección de las organizaciones del partido. Quienes movían el alma de la población por la noche, recorriendo Changbai a lo largo y ancho, no eran los mandarines del Estado manchú sino nuestros hombres que actuaban dirigidos por Kwon Yong Byok.

    Este tenía que pasar días más atareados que antes. Varios trabajadores políticos de mayor confianza, educados y formados personalmente por él, se habían adentrado en el país. Las organizaciones revolucionarias clandestinas de Shiqidaogou eran, por decirlo así, un centro de reproducción para formar a los encargados de las misiones secretas.

    Kwon Yong Byok educó y forjó a los jóvenes también mediante la guerrilla de producción, organización paramilitar. Estos y los hombres de mediana edad pertenecientes a ella, realizaban preparativos para unirse a la lucha armada en tiempo de emergencia, mientras se dedicaban de día a las faenas agrícolas y cumplían de noche tareas para defender las organizaciones revolucionarias clandestinas.

    Con previa consulta con los alcaldes, miembros de la organización, Kwon Yong Byok integró la patrulla nocturna del cuerpo de autodefensa con guerrilleros de producción. A título de esa denominación legal rondaron, no para los enemigos, sino para proteger la organización clandestina.

    Bajo la dirección personal de Kwon Yong Byok muchos integrantes de las guerrillas de producción se formaron como combatientes. Choe Kyong Hwa era uno de ellos y ocupó el cargo de responsable de la sección de asuntos juveniles y jefe de los miembros especiales de la zonal de la ARP en Wangjiadong, así como encargado de los asuntos de organización de la célula del partido en el mismo lugar. Su hijo mayor también creció como combatiente en la organización del Cuerpo Infantil. Respetando su larga aspiración a ingresar en la guerrilla Kwon Yong Byok nos lo envió.

    Cándido, honrado y recto siempre en la vida privada, después que se encargara de la importante misión del frente clandestino, Kwon Yong Byok transformaba por momentos esas cualidades suyas y con hábiles medidas de encubrimiento engañaba con maña al enemigo, así se protegió irreprochablemente y también, a los camaradas y las organizaciones. Colocar a miembros de avanzada de la organización en importantes cargos de los organismos enemigos fue otra vía de encubrimiento.

    Con miras a garantizarles a los alcaldes integrados en las organizaciones clandestinas del partido y de la ARP seguras condiciones para ayudar a la guerrilla bajo la confianza de los adversarios, les envió cartas en nombre del jefe de intendencia del ERPC para que las entregaran a la policía. En ellas se exigía que hasta tal día terminaran de preparar tal o más cual material para ayudar a la guerrilla, con la amenazadora advertencia de que en caso de delatar a la policía el contenido de la carta estuvieran dispuestos a recibir un merecido castigo.

    Los que las llevaron a la estación eran elogiados por su “lealtad”; únicamente el alcalde de Wangjiadong no lo hizo, porque así estaba indicado en el guión de Kwon Yong Byok. Esa actitud excepcional no dejó de llamar la atención de los enemigos. El jefe del puesto de policía de Banjiegou lo llamó, y colérico le espetó:

    —Tú mantienes contacto con los bandidos comunistas, tenemos la prueba. ¿Vas a confesar?

    El alcalde respondió sin alterarse:

    —Si hay prueba, déjeme verla. Yo me desempeño como alcalde para ustedes, señores, a pesar del peligro de morir alcanzado por el “rojo grano” del Ejército revolucionario. Sin embargo, ahora me acusan de “comunicativo con los bandidos”. ¿Habrá cosa más ultrajante?

    —Tú no eres honesto, alcalde —replicó el jefe—. Si lo eres me hubieras entregado lo que te voy a enseñar, como otros alcaldes. Sólo tú permaneciste callado.

    Seguidamente, abrió la gaveta y sacó la carta del supuesto jefe de intendencia del Ejército revolucionario.

    Sólo en aquel momento, el alcalde sacó otra similar de su faltriquera.

    —Recibí también la advertencia. ¿Por qué sólo a mí no me había de pedir materiales el Ejército revolucionario? Aquí la tiene. No la entregué ex profeso en favor de ustedes. Si la recibían, habrían tenido que tomar algunas precauciones, y ¿pueden hacerlo ustedes? ¿Qué puede hacer este pequeño puesto de policía cuando tropas de “castigo” de centenares de hombres huyen golpeados por el Ejército revolucionario? Cartas como ésta sólo pueden ponerlos a ustedes en una situación nada fácil. La mejor manera para tratarlo es proceder según las circunstancias. Nos los arreglaremos nosotros y usted, jefe, hágase el ignorante.

    Estas palabras conmovieron al jefe del puesto policíaco. A partir de entonces éste le depositó especial confianza. El guión de Kwon Yong Byok acertó.

    Como experimenté yo mismo en trabajo similar, disimular y protegerse a sí mismo, a los camaradas y las organizaciones en la retaguardia enemiga es una lucha difícil que requiere el súmmum de sabiduría y espíritu creativo.

    Kwon Yong Byok, asumió fiel y dignamente esa importante responsabilidad.

    En vísperas de la operación para adentrarnos en el país, en la primavera de 1937, organizamos por varias vías la exploración de la villa de Pochonbo en cooperación entre guerrilleros y pobladores. La tarea fue encomendada también a la organización del partido en el distrito Changbai.

    Más consciente que nadie de la importancia de dicha acción, Kwon Yong Byok tomó la decisión de cumplirla personalmente y apresuró los preparativos para la partida.

    Resultó un problema buscar una justificación para abandonar su casa. La exploración demandaba permanecer varios días fuera, y si se ausentaba sin un motivo razonable, sospecharían los enemigos, y en el peor de los casos le seguirían en secreto durante el viaje. Era ilógico que en la temporada más atareada un campesino perdiera varios días en un viaje. También en esa ocasión tuvo una ingeniosa idea que podía convencer a cualquiera: enviar a un miembro de la organización al correo de la ciudad de Changbai para telegrafiarle anunciando el supuesto fallecimiento de su padre. Aquel mismo día el cartero le trajo el telegrama. En el camino a Wangjiadong, él echó a correr la noticia, razón por la cual conocieron su “desgracia” aldeanos y enemigos.

    Unos ancianos fueron a verlo con donativos y le preguntaron preocupados por qué no había salido ya a los funerales de su padre. Respondió que en esa temporada le daba pena dejar abandonadas varios días las parcelas que cultivaba en arriendo. Entonces los visitantes le dijeron que en el mundo no existía cosa más importante que el funeral del padre, así que se pusiera pronto en camino, pues del cultivo de las parcelas se encargarían ellos.

    De esta manera, pudo abandonar la aldea con toda naturalidad, sin levantar sospechas, y cumplir la tarea de exploración. Después vino a informarme de sus resultados. Tomando en cuenta su reiterada petición le permitimos participar en la batalla de Pochonbo.

    Cuando regresó a Shiqidaogou, los miembros de la organización tenían hechos todos los preparativos para que cumpliera debidamente su papel de supuesto doliente. Así, recibió, vestido de luto, a los visitantes que venían para expresarle la condolencia. ¿Qué pena sentiría al engañar hasta a los honestos y sencillos ancianos, con el objeto de encubrirse a sí mismo?

    En atención a la línea básica trazada por la Comandancia, Kwon Yong Byok realizó el trabajo clandestino con esmero y habilidad resolviendo los problemas, después de informar algunos a la instancia superior y decidiendo otros oportunamente por sí mismo, según los casos. Se daban más de estos últimos que de los primeros, puesto que se veía obligado a mantener contactos con la Comandancia por medios tan ineficaces como la esquela, por no contar con modernos equipos de comunicación como teléfonos y aparatos radiotelegráficos. Informaba a la Comandancia sólo de las importantes cuestiones relacionadas con los lineamientos y que requerían mi aprobación, mientras la mayor parte la despachaba de inmediato en el lugar mediante la consulta con los miembros de la organización y nos informaba del proceso y el resultado de su ejecución. Era desde todo punto imposible comunicar a la Comandancia todos los asuntos y resolverlos según sus indicaciones, puesto que entre su zona de trabajo y el campamento había mucha distancia y no siempre estábamos en él.

    Mejor conocedor que nadie de esta situación, nunca hizo lo que constituiría una sobrecarga para la Comandancia, ni sacaba a relucir tal problema.

    La única cuestión que me pidió decidir fue la concerniente a qué hacer respecto a la construcción de la aldea de concentración. Lo mismo que en Manchuria del Este, en Jiandao Oeste los enemigos impulsaron por la fuerza esas obras con el objetivo de “aislar a los habitantes de los bandidos”. No obstante, la mayoría de los pobladores de Changbai no querían trasladarse a dichas aldeas. Tampoco lo quería Kwon Yong Byok. De llevar a los labriegos a ellas, su vida empeoraría y la labor clandestina y la campaña de ayuda a la guerrilla se verían gravemente obstaculizadas. Esto, sin embargo, no justificaba la oposición categórica. Los enemigos prendían fuego a los hogares, cuyos dueños se resistían a mudarse y con otros métodos violentos imponían la evacuación. Si se oponían, disparaban. ¿Qué opción sería la más adecuada? Discutieron el asunto en las sesiones del comité distrital del partido, pero no llegaron a una decisión.

    Le recomendé que para convertir el mal en bien se incorporaran todos a la construcción de las aldeas de concentración, ya que sería imprudente oponerse; que si se trasladaban, ciertamente nuestras actividades se verían restringidas en gran medida, pero, tal como con la alambrada es imposible detener el agua de un río, y con el muro el paso del viento, nunca sería posible acabar con los sentimientos de amistad que se propagaban como el viento entre la guerrilla y el pueblo ni impedir el gran río de ayuda de éste a aquella que corría en crecida, que, por tanto, se mudaran sin preocupaciones.

    De regreso, se puso al frente de las obras en Guandaojuli. Hasta los muy testarudos le siguieron levantando con celo casas y murallas de barro. Según la indicación de Kwon Yong Byok los miembros de la organización clandestina simularon aceptar dócilmente las órdenes de los adversarios y ejecutarlas con lealtad. Esa aldea de concentración fue calificada por primera vez de “villa de seguridad” por las autoridades policíacas del distrito.

    Los integrantes de la organización clandestina de Shiqidaogou ocuparon los cargos principales de la referida aldea: So Ung Jin y Song Thae Sun el de jefe y subjefe del cuerpo de autodefensa, respectivamente; Jon Nam Sun el de alcalde, y Kwon Yong Byok director de la escuela. Lo mismo ocurrió en otras.

    El frente clandestino de Kwon Yong Byok rebasó la zona de Changbai y se extendió hasta la profundidad del país, incluidas las provincias Hamgyong del Sur y del Norte y Phyong-an del Norte. En la tensa lucha de este frente encaminada a concientizar a las masas populares acumuló méritos de peso, sin mencionar los muchos de las acciones militares.

    En el verano de 1937 un mensajero trajo una carta suya en la que decía, entre otras cosas:

    “Camarada Comandante, francamente dicho, al partir de la unidad, no pude calmar la inquietud. Pensé que me retiraban de la primera línea a la segunda. ¿Con qué palabras podré expresar la pena que sentía entonces? Había oído, hasta quedarse clavado en el alma, que agrupar al pueblo en las organizaciones de la ARP constituye el camino más recto para alcanzar la victoria de la revolución antijaponesa; mas no podía alejarme con pasos ligeros de su lado, después de estrecharle la mano que me extendía para despedirme. Sin embargo, una vez aquí, al desarrollar el trabajo, llegué a tener otra idea. Ahora se alejó de mí el concepto de considerar el frente clandestino como la segunda línea. En realidad, este no es la segunda línea sino la primera. Cada vez que veo que día a día aumenta el número de las organizaciones y se desarrollan las personas, siento el valor de vivir. Le agradezco a usted, camarada Comandante, por haberme colocado como dueño de este campo fecundo.”

    Las palabras de Kwon Yong Byok de que la concientización y organización del pueblo le proporcionaba la medida del valor de la vida encierran una profunda verdad. Podríase afirmar que la movilización del pueblo constituye una tarea permanente que ni por un momento deben desatender los revolucionarios. Ella representa la vida, el triunfo y la inmortalidad de nuestra revolución.

    Si el revolucionario se hace de la vista gorda ante ella o la menosprecia, en su fisiología política se producirá el fenómeno de descomposición y dejará de ser tal.

    Muy consciente de este principio, Kwon Yong Byok se entregó en cuerpo y alma a la organización del pueblo, hasta que cayó valientemente a manos enemigas. Lo que más le angustiaba en la cárcel fue que se destruían a granel las organizaciones que él y sus compañeros formaron venciendo tantos contratiempos. Pensó que lo único útil que podía hacer era salvar aunque solo fuera una persona más, para protegerlas.

    Trató de detener en lo posible, como si se hubiera convertido en una compuerta, esa hemorragia de las organizaciones revolucionarias. Envió una esquela “blanca” a Ri Je Sun, o sea no escrita con pluma o lápiz sino con las uñas, en la cual se leía: “¡Que me achaque todo!”.

    Ri Je Sun captó su propósito y determinación y, sin pérdida de tiempo, envió la respuesta: “¡Somos un solo cuerpo y alma!”.

    Kwon Yong Byok entendió con claridad lo que significaban estas palabras grabadas como en un telegrama.

    Ambos estaban encerrados en celdas diferentes y no pudieron intercambiar más notas, pero sus corazones latieron con un mismo sentimiento y propósito. Fundidos realmente en un solo cuerpo y alma emprendieron la operación para proteger a muerte la organización.

    En una oportunidad, mientras era sometido a interrogatorio en la estación de Hyesan, Kwon Yong Byok sugirió al oído de Pak In Jin: “Reverendísimo Tojong, si usted calla su estancia en el monte Paektu y los demás hechos ocurridos posteriormente, no lo podrán inculpar, porque los conocen sólo usted, el General y yo”.

    Ri Je Sun insinuó lo mismo a Ri Ju Ik.

    En virtud de ese sacrificio, Pak In Jin, Ri Ju Ik y muchos otros acusados fueron puestos en libertad sin someterse al tribunal o recibieron penas mucho menos rigurosas de lo previsto, y así pudieron acoger el día de la restauración de la patria. Las relaciones verticales y el contenido de la dirección de Kwon Yong Byok sobre las organizaciones locales de Changbai y del interior del país, de los cuales los traidores no pudieron conocer totalmente, permanecieron para siempre en secreto. Por tanto, esas organizaciones y sus integrantes quedaron en pie y continuaron sus actividades subrepticiamente. Para salvarlos, Kwon Yong Byok optó por la muerte junto con Ri Je Sun, Ri Tong Gol, Ji Thae Hwan, Ma Tong Hui y otros combatientes.

    Aun en el tren que los trasladaba desde Hyesan a Hamhung no cesó su atención a los camaradas. Tenía siete wones. Decidió usarlos para ellos y pidió a un escolta:

    —Señor policía, haga el favor de comprarnos confites y frutas. Ustedes nos han esposado, por eso, en representación de las autoridades de Japón, deberá aceptar mi ruego aunque no le guste.

    Otros camaradas rebuscaron en sus bolsillos y reunieron más de 30 wones.

    Por raro que parezca, aquel policía cumplió dócilmente el pedido.

    Kwon Yong Byok repartió la compra por igual entre los camaradas. Más de 100 combatientes en el tren se comunicaron sus sentimientos con mudas miradas y sonrisas, mientras comían frutas y confites. Era un banquete espiritual del que sólo a los comunistas les toca disfrutar.

    Los escoltas se quedaron estupefactos al ver esa atmósfera tan íntima como en una familia.

    —¡Qué extraños son los comunistas! Serán sentenciados inmediatamente y todavía departen con humanos sentimientos. Digan, ¿eso es comunismo?

    —Sí. Los comunistas vivimos así. Después de vencer al imperialismo japonés construiremos un país donde todo el pueblo será unido en un lazo de hermandad.

    —No se entusiasme, señor Kwon Yong Byok, las autoridades no le concederán la libertad para construir tal país. Más tarde o más temprano, lo llevarán a la horca.

    —Me matarán, pero mis compañeros de armas construirán infaliblemente ese terruño ideal.

    Este argumento resonó más tarde en el tribunal:

    —No soy delincuente. Somos combatientes patrióticos, dignos dueños de Corea, levantados en la gran guerra antijaponesa para expulsar a los bandidos imperialistas y asegurar a nuestra nación una vida libre y dichosa. Aun así, ¿se atreven a juzgarnos? Ustedes son los verdaderos criminales que deben ser sentenciados. Ustedes son bandidos y asesinos que no tienen iguales en el mundo, pues han ocupado nuestro país, asesinan sin escrúpulos a sus habitantes y saquean sin medida sus riquezas. Sin duda alguna llegará el día en que la historia nos hará justicia y nos elevará como defensores de la nación y los enterrará a ustedes.

    Kwon Yong Byok murió, dando vivas a la revolución, en la horca de la cárcel Sodaemun en Seúl. Eran los momentos en que el Ejército Rojo avanzaba hacia el oeste liberando a los países débiles y pequeños de Europa Oriental, y en Tokio las calles se convertían en un mar de fuego por el bombardeo de las tropas norteamericanas, mientras en la zona del monte Paektu y las bases de entrenamiento del Lejano Oriente el ERPC aceleraba los preparativos de su operación contra Japón con vistas al gran acontecimiento de la emancipación de la patria. Su único hijo, ya de 15 ó 16 años de edad, conducía una carreta de estiércol por las calles de Chongjin.

    En el verano de 1950, cuando se desató la gran Guerra de Liberación de la Patria, estuve unos días en Seúl, atendiendo las actividades en la zona liberada de la parte Sur del país. Como era la primera vez, quería ver muchos lugares. Pero lo postergué y fui primero a la cárcel Sodaemun. Muchos de mis compañeros de armas y demás conocidos habían dejado allí su sangre. Al irrumpir en la ciudad, los combatientes del Ejército Popular habían destruido con un tanque la puerta y liberado a los encerrados.

    La cárcel Sodaemun devenía ignominioso sinónimo de la criminalidad del imperialismo japonés en esta tierra. Justamente en esa tristemente famosa prisión perdieron su preciosa vida y se convirtieron en un puñado de tierra Kwon Yong Byok, Ri Je Sun, Ri Tong Gol, Ji Thae Hwan y otros de los mejores hijos e hijas de la nación coreana que se enfrentaron valientemente a los imperialistas japoneses. Mi tío Hyong Gwon murió en el reclusorio de Mapho. Cuando combatía en las montañas pensaba que después de liberar al país iría a Seúl para visitar sus tumbas. A causa del paralelo 38 que dividía la patria en dos, ese deseo se hizo realidad cinco años después de la liberación. Fue imposible localizar esas tumbas sin lápidas, mas, al ver los techos y muros de la cárcel impregnados de sangre y hálito de los luchadores, me sentí un tanto aliviado. Ante las almas en pena de mis camaradas que, pese a haber transcurrido un lustro desde la liberación, no eran aún honradas por la visita de pesar de sus compañeros, no pude contener las lágrimas reprimidas durante mucho tiempo.

    En la cárcel Sodaemun, Kwon Yong Byok hizo a los compañeros de armas la siguiente petición: “Me voy, dejo en este mundo a mi único hijo. Quiero que él crezca y continúe el trabajo que su padre no pudo concluir”.

    Estas palabras sonaron en mis oídos como una campanilla, al salir a la calle tras recorrer la cárcel. Eran palabras inapreciables, las podían dejar revolucionarios de la talla de Kwon Yong Byok, quienes vivieron una valiosa vida. Aun ahora las recuerdo a menudo.

    

    

    

    6. Hecho que no podía pasar por alto

    

    

    En la tercera decena de mayo de 1937 habíamos regresado con la unidad a Changbai, de la expedición a Fusong, y cerca de Xingxincun preparábamos la marcha hacia la patria. Un día, en compañía de unos enlaces, me fui al caserío Jichengcun, no muy distante de nuestro paradero. Manteníamos contactos con ese poblado desde el invierno del año en que llegamos a la zona del Paektu.

    Aun después de llegar a Changbai, no cesábamos de trabajar activamente con las masas: ora nos encontrábamos con personas que venían al campamento secreto con materiales de ayuda, ora citábamos a algunos a puntos de enlace intermedios u otros lugares secretos, ora nos personábamos en poblados para vincularnos con sus moradores. Esto nos permitió estar al tanto del sentir del pueblo, y de los movimientos del enemigo, así como ilustrar a las masas.

    Estuve en varios caseríos de la zona de Changbai. La primera vez que fui a Jichengcun, permanecí tres días. Por ser una agradable aldea con unas diez casas, me alcanzaron esos tres días para familiarizarme con sus pobladores. Allí efectuamos labor política entre ellos y nos reunimos con trabajadores clandestinos del interior del país.

    Fue cuando detectamos y ajusticiamos al espía japonés Tanaka, quien había penetrado disfrazado de cazador. Era un veterano y astuto agente instruido de modo sistemático por los órganos especializados en espionaje y enviado a la zona de Changbai. Nacido y crecido en Corea, manejaba el idioma coreano tan libremente como los nativos. Además, como conocía a la perfección las costumbres y normas de la ética de nuestro país, los pobladores de Shijiudaogou y Ershidaogou no se percataban de que era japonés aunque lo vieron deambular unos meses por allí portando una escopeta. La organización clandestina de Jichengcun lo detectó como espía.

    Me albergué en la casa de un anciano de apellido Jang. Tenía un cuarto espacioso y llevaba una vida algo más holgada que otros. Durante mi permanencia, cada día venían de tertulia los ancianos de la aldea, con la pipa a la espalda bajo el cuello de la chaqueta, y hasta muy avanzada la noche intercambiaban cuentos de antaño o comentaban la situación, expresando que Minami era así y el Estado manchú asá. Aunque carecían de instrucción, sabían analizar las cosas de manera convincente. Es posible pensar que a los pueblos que se les ha arrebatado el poder estatal se les desarrolla con mayor rapidez la conciencia política.

    Una tarde, cuando el sol estaba a punto de ponerse, vino detrás de los ancianos un joven campesino de unos 30 años y con la cabeza rapada. En contraste con su semblante y complexión tan fuerte como la de un excelente luchador de sirum (Lucha coreana tradicional. N. del Tr.) era demasiado cándido y modoso.

    Con esa edad la gente presumía de conocer todas las cosas del mundo. En las tertulias en los caseríos, se oía más alto la voz de los jóvenes de esa edad. Justamente eran ellos, de sangre hirviente, quienes si algunos veintiañeros o de diez y tantos años proponían algo, los despreciaban diciendo que olían a leche, y si los viejos de cincuenta a sesenta sermoneaban, les ponían la etiqueta de que olían a feudalismo.

    Empero, el mencionado joven, acurrucado detrás de los ancianos, se limitaba a escucharme. Aun cuando éstos explicaban la situación de su poblado accediendo a mi petición, tampoco intervenía en la charla. Y esbozaba una sonrisa ingenua, al escuchar toda clase de preguntas que ellos me dirigían: ¿cuántos soldados tenía yo, el Comandante Kim, en el monte Paektu?, ¿era cierto que la guerrilla poseía ametralladoras?, ¿cuántos años se necesitarían, a mi entender, para acabar con Japón?, y ¿a qué oficio se dedicaba mi padre? Y en el momento en que mi mirada chocaba con la suya, se escondía detrás de la espalda del que tenía delante y encogía el cuello.

    A veces veía en su expresión que quería preguntarme algo, aunque, de inmediato, renunciaba desanimado y me surgió la duda de si era mudo. Sin saber por qué, me sentí contagiado con su embarazoso proceder.

    Tras haberles preguntado a los ancianos sobre variados aspectos de sus condiciones de vida, le planteé algunas interrogantes al joven, pero él seguía con la boca cerrada.

    Todos los reunidos le dirigieron miradas de reproche. En lugar de él, un viejo respondió:

    —Estimado General, este es un criado, un solterón desamparado. Se llama Kim Wol Yong. Es un pobre sureño, no conoce su tierra natal, ni sus padres. Dicen que tendrá aproximadamente treinta años, no lo sabemos con exactitud.

    Parece que si uno se pierde a sí mismo, no puede manifestar libremente lo que piensa. ¿Cuánto desprecio habrían expresado hacia su persona para convertirlo en un ser tan apocado que no podía contestar las preguntas?

    Me le acerqué y tomé sus manos; eran como garfios. Pensé qué trabajos agobiadores le impusieron para que se deformaran así. La columna estaba encorvada como el lomo del arco y también era lamentable su vestimenta. No sabía si su obstinada escondedera detrás de los ancianos se debía a tal ropa. Teniendo en cuenta que vino de tertulia a la casa donde se alojaba el comandante de la guerrilla, si bien poseía tal carácter que no contestaba nada a las preguntas, supuse que tenía algo de firmeza y razonamiento, lo cual me dio alegría.

    Inquirí cuándo emprendió su vida como criado, a lo que contestó: “desde pequeño”, y nada más. A juzgar por su acento, procedía de Jolla. Muchas personas de esa provincia habitaban en Jiandao Oeste y otras regiones del Noreste de China. Los imperialistas japoneses habían mudado allí forzadamente a decenas de miles de campesinos coreanos bajo el rótulo de “colectivo de explotadores”, según su tristemente famosa “política de trasladar a campesinos coreanos a Manchuria” para apoderarse de sus extensas tierras.

    Cuando regresaron las visitas, pregunté al anciano Jang:

    —Abuelo, ¿por qué ese joven no se ha casado todavía?

    —Desde pequeño está de criado, por tanto vive solitario sin casarse, con más de 30 años. Es honrado, pero no tiene pareja. Nadie quiere darle su hija. Me da mucha lástima verlo sufrir como un solterón, cuando aquel hombrecito que va allí, se casó recientemente y recibe tratamiento de adulto…

    Miré hacia donde el viejo indicaba con la mano. A través del vidrio, del tamaño de un cuaderno, pegado a la ventana empapelada, alcancé a ver la imagen de un niño, de diez años, más o menos, que jugaba al jegi (Una especie de volante hecho con una pieza de metal, generalmente de forma de disco, y tiras de tela, papel o plumas. En el juego lo hacen saltar con el pie procurando que no caiga al suelo. N. del Tr.). Al conocer que un pequeño como un mocho de lápiz era esposo, me surgió una idea absurda. No pude menos que chasquear la lengua, aunque en esa época se fomentaban los casamientos prematuros, forzados y comprados.

    Poco después, también en nuestra unidad ingresaron algunos “esposos pequeños” como aquel niño.

    El guerrillero Kim Hong Su, procedente de Changbai, perteneció a esa categoría: se casó con unos diez años de edad. También su talla era muy baja y se ajustaba a su mote: “Esposo Pequeño”.

    ¡Solterón de unos treinta años y “Esposo Pequeño” de unos diez!, esta paradójica comparación me provocó indignación y tristeza.

    La situación de uno y otro era similar en el sentido de ser víctimas de la época, pero tuve más compasión con el que no había podido contraer matrimonio. El “Esposo Pequeño”, aunque víctima del casamiento prematuro, tenía su esposa y conocía lo que significaba la vida.

    Esa noche no pude conciliar el sueño pensando en Kim Wol Yong. La imagen de un ser humano, que llegaba a la mitad de una vida trágica, obstinadamente no se apartaba de mis ojos y me impedía dominar el corazón. La existencia del mozo era, al pie de la letra, la estampa de mi país que andaba por entre zarzales de martirios, y el pasado que él vivió como una lenteja de agua implicaba una miniatura de la historia que Corea arruinada escribía con lágrimas.

    Fue esa noche cuando se me ocurrió la idea de que debía escogerle una pareja. Me pregunté cómo podría rescatar la patria despojada, si no lograba ni siquiera formarle una familia a un ser humano.

    Cierto que en nuestro Ejército revolucionario había muchos solterones que perdieron la edad apropiada para casarse. Esto era porque ellos emprendieron una larga lucha armada, que no prometía el día de la victoria. La guerra de guerrillas es la contienda más penosa y de mayor sacrificio de entre todas las demás formas de lucha. Exige mayor movilidad y amplio radio de acción, mientras que sus condiciones de alimentación, vestimenta y albergue son sumamente insuficientes. Formar una familia en medio de tal circunstancia resultaba inconcebible e irrealizable para los hombres comunes. De ahí que no pocas mujeres, al incorporarse a las filas armadas, confiaron sus hijos a los suegros, e incluso los entregaron como adoptivos a familias ajenas. En las unidades guerrilleras había algunos matrimonios que luchaban juntos, pero su vida conyugal existía solo de nombre. Llevábamos una vida anormal artificialmente forzada por las fuerzas foráneas.

    Los imperialistas japoneses sacaron sin piedad de la órbita normal de vida a todos los miembros de la nación coreana, excepto a una minoría de projaponeses y traidores. Con la privación de la estatalidad se destrozó la vida que se heredaba fundamentada en la ética propia de la nación. Se suprimieron irreparablemente la libertad y los derechos elementales, imprescindibles al hombre como tal, las condiciones de vida y las costumbres tradicionales. El imperialismo japonés no deseaba que el pueblo coreano disfrutara de felicidad y abundancia, ni que viviera como los seres humanos. Al contrario, se empeñaba en hacer que su existencia fuera como la de un perro, cerdo, caballo o buey. Así surgió la frase “conversión del pueblo en ignorante”. Aunque los niños de edad escolar no iban a la escuela, los mendigos y vagabundos inundaban las calles, los jóvenes perdían la edad propia para casarse por la pobreza y los esposos sufrían en las montañas sin llevar vida conyugal, los enemigos no se interesaban por lo que pasaba con los coreanos.

    Empero, todas las cosas a las que ellos hacían caso omiso eran objeto de la máxima atención nuestra. Pensé para mis adentros: no estamos casados por motivos inevitables, pero, ¿por qué solterones como Kim Wol Yong no deben hacerlo? ¿Existirá la ley que prohiba contraer matrimonio por estar arruinada la nación?

    Antes de llegar a los 20 años, cuando me dediqué al movimiento juvenil y estudiantil y a las actividades clandestinas, algunas veces me enredé en el matrimonio de otros.

    Un ejemplo fue el caso de Son Jin Sil, primogénita del pastor Son Jong Do, de la que escribí brevemente en el segundo tomo de estas Memorias. Mirando retrospectivamente, era del todo casual que me viera obligado a intervenir en el asunto.

    El suceso fue durante algún tiempo objeto de murmullos en la sociedad de los compatriotas radicados en Jilin. De vacaciones fui a la casa en Fusong; también mi madre me advirtió, repetidamente, como lo hicieron los condiscípulos de Jilin, con sermones de los antecesores: al casamentero, si va bien la cosa, se le ofrecen tres copas de bebida, pero, en el caso contrario, tres bofetadas. Tuve presente la advertencia de mi madre.

    Hasta entonces, algunos de mis compañeros consideraban generalmente enamoramientos, amores y matrimonios como productos triviales del sentimentalismo pequeñoburgués y calificaban de desvaríos todos los sueños apartados de la revolución, del estudio y el trabajo. Ellos mantenían la posición: ¿para qué sirven el enamoramiento y el amor en condiciones de esclavos sin patria, privados del país?; ahora cuando aún no se ha rescatado el poder estatal, ¿se necesita el enamoramiento? ¡Que vaya al diablo el amor!

    Desde luego, su posición y actitud eran algo extremistas, no obstante, se hacían más firmes, viendo que algunos nacionalistas y comunistas de la generación anterior sufrían tales o cuales reveses, e incluso, se apartaban de las filas revolucionarias por razones del amor, el enamoramiento o asuntos familiares, y que muchos condiscípulos al casarse dejaban el estudio a un lado y se enfrascaban en diversos quehaceres familiares.

    A pesar de todo, no se pierde hasta el amor a causa de la privación del país. Aun dentro de los muros de la nación arruinada, la vida avanza y el amor florece espontáneamente. Si los jóvenes entran en la edad, se enamoran hablando con los ojos, se casan y crían los hijos que les nacen, quejándose de que quienes no los tienen son afortunados. Esta es la vida.

    Muchas veces, vimos que por la misma causa algunos miembros de la Unión para Derrotar al Imperialismo aunque tenían un mismo propósito, sufrían angustia o sentían alegría, se separaban o se unían. Kim Hyok se enamoró de Sung So Ok aunque hacía la revolución, y Ryu Pong Hwa amaba tanto a Ri Je U que, siguiéndolo, se entregó a la obra revolucionaria. Sin Yong Gun, cuando trabajaba en la Unión de la Juventud Comunista, se casó con An Sin Yong, miembro de la Unión de la Juventud Antimperialista. Y el matrimonio de Choe Hyo Il, deseoso de aportar a la preparación de la lucha armada, logró sacar unas diez armas de una armería japonesa y, escapando de allí, vino a vernos a Guyushu. Cha Kwang Su soñaba con una novia como Gemma, la protagonista de la novela Tábano.

    El amor no obstaculizó la revolución, al contrario, devino fuerza motriz que la estimulaba e impulsaba. De que Choe Chang Gol tenía familia, ya hablé brevemente al recordar la expedición a Manchuria del Sur. El siempre cobraba fuerza pensando en su esposa e hijo que vivían en el distrito Liuhe. La imagen fresca de Sung So Ok servía de manantial de poesías y canciones para el entusiasta Kim Hyok. Y Jon Kyong Suk, no bien fuera encerrado su amado Kim Ri Gap en la prisión de Dalian, abandonó la casa de sus padres y le prestó asistencia al preso durante no menos de 9 años. Según se decía, ella se empleó como tejedora en la fábrica textil de Dalian con el solo objetivo de atenderlo. También fue el amor lo que convirtió a esa muchacha, hija de un fiel cristiano, en una fiel mujer ampliamente conocida.

    En ese proceso, mis compañeros empezaron a tener gradualmente nuevas opiniones en cuanto al amor, el matrimonio y la familia. Tomaron conciencia de que también el hombre casado podía participar con seguridad en la revolución, que la familia y la revolución estaban ligadas inseparablemente, y que la familia resultaba una fuente y un punto de partida del patriotismo y el espíritu revolucionario, y por fin, llegaron a asimilarlo como una concepción.

    Cuando actuaba en Wujiazi, también me involucré en casar a Pyon Tal Hwan. El estaba muy atareado como responsable de la Unión de campesinos del lugar. Siempre trajinaba porque debía asistir a las actividades sociales mientras se dedicaba principalmente a la agricultura. El y su padre vivían en soledad, como viudos.

    A juzgar por su edad, perteneció a la generación de Ri Kwan Rin. Ver que un hombre de la generación de mi padre estaba acuclillado ante el artesón de arroz para separar las piedrecitas con unas manos parecidas a la tapa de una caldera o entraba y salía de la cocina llevando una palangana o un cántaro de agua, me provocaba cierta inefable compasión. En la actualidad, muchos jóvenes de 30 años viven en paz sin interesarse por casarse. Si sus vecinos les aconsejan preocupados, contestan que lo harán más tarde, eso no les interesa, lo cual, se dice, es un fenómeno general. Sin embargo, durante nuestro tiempo en el movimiento juvenil y estudiantil, cuando se oía decir que un mozo tenía 30 años, las muchachas le daban las espaldas y lo trataban como a un medio viejo.

    Pyon Tal Hwan era muy guapo como varón, y un raro bonachón como ser humano. Sólo con anunciarlo podría casarse con una muchacha virgen. Lamentablemente él mismo no pensaba ni en sueño en contraer segundas nupcias. Si iba la cosa así, tenía que incitarle su padre Pyon Tae U, pero éste también permanecía con los brazos cruzados. De ahí que escogiéramos a una mujer de buen corazón y la casáramos con Pyon Tal Hwan. Nuestra intervención en este asunto familiar fue por simple compasión.

    Después de haberse casado otra vez, mostró más entusiasmo en el trabajo de la Unión de campesinos. Pyon Tae U y otros influyentes de Wujiazi no escatimaron alabanzas hacia nosotros, expresando que los jóvenes de Jilin hacían bien la revolución y, al mismo tiempo, eran tiernos de corazón. En fin de cuentas, la solución del asunto familiar de Pyon Tal Hwan nos benefició. El casamiento nunca se veía apartado de la revolución.

    De ahí que no me mostrara indiferente ante el amor y la amistad de los otros.

    Sucedió cuando actuábamos en la zona guerrillera de Wangqing. Un día, junto con la compañía de O Paek Ryong, caminábamos de Xiaowangqing hacia Gayahe y, al atravesar un paso, vimos que una muchacha desconocida venía a nuestro encuentro con la cabeza gacha. Al descubrirnos, se detuvo y nos miró con una sonrisa, pero, al ver que se acercaban nuestras filas, volvió a inclinar la cabeza y pasó apresuradamente por nuestro lado. Considerando que era una muchacha campesina, lucía bastante elegante y pulcra.

    La compañía continuó la marcha. Entonces, descubrí que un guerrillero de la retaguardia la miró rápido y luego agachó la cabeza y caminaba sumergido en profunda meditación. Cuando las filas avanzaron unos 100 metros, volvió a mirar hacia donde había desaparecido la muchacha. En sus ojos estaban reflejadas una incomprensible inquietud y creciente añoranza. Lo llamé afuera de la columna y le pregunté en voz baja:

    —Oye, compañero. ¿En qué piensas tan profundamente? ¿Tienes alguna relación con esa muchacha que pasó poco antes?

    De repente, mostró afabilidad y esbozó una sonrisa. Era un hombre muy franco y modesto.

    —Es mi prometida —confesó—. Ni una vez me encontré con ella después de ingresar en la guerrilla, y, al verla pasar como una brisa sin siquiera levantar la cabeza, no pude contenerme. Si la hubiera alzado, habría podido verme con el uniforme.

    Dicho esto, volvió a mirar hacia donde había desaparecido ella. Tuve el impulso de ayudarle.

    —Bien, ahora corre rápido y alcanza a tu prometida. Muéstrale tu imagen uniformada e intercambia recuerdos. Ella se alegrará mucho. Te daré suficiente tiempo para que puedas hablarle todo lo que quieras. Descansaremos en la aldea de abajo hasta que vuelvas.

    Me pareció que sus ojos se llenaban de lágrimas. Y diciendo “gracias”, corrió como una bala. Hice descansar a la compañía en el caserío prometido; 30 minutos después él regresó y me informó del resultado. Le dije que no hacía falta, pero se obstinó:

    —Ella me dijo que el uniforme me ha convertido en otra persona. Y agregó que trabajaría mejor como novia de un guerrillero. Le dije: “Ya verás que soy un hombre dedicado a la revolución para alcanzar la independencia de Corea, y tú una muchacha que serás la esposa de un soldado del Ejército revolucionario. Si quieres vivir como tal, deberás ingresar en la organización y participar en las actividades revolucionarias”.

    Después, él combatió con mayor valentía y también su prometida se desempeñó bien incorporada a la organización revolucionaria local. De todos modos, el amor era una fuente de la pasión, una fuerza motriz de la creación y un colorante que hermoseaba la vida.

    Antes de abandonar Jichengcun, solicité al anciano Jang:

    —Abuelo, quiero hacerle una petición difícil. Anoche, no pude dormir pensando en Kim Wol Yong. ¿Qué le parece si los ancianos de la aldea colaboran en elegirle una mujer de buen corazón y celebrar su boda?

    El viejo se quedó perplejo.

    —Perdónenos por molestar al General con tal asunto —contestó el anciano—. Lo discutiremos y, cueste lo que cueste, casaremos al mozo; deje de preocuparse.

    Los ancianos cumplieron fielmente su compromiso.

    La organización de la ARP me envió la información de que Kim Wol Yong contraía matrimonio con una muchacha bondadosa. El que le ofreció su hija fue el anciano Kim, radicado en Sigu, Shibadaogou.

    Al parecer, la noticia de que en Jichengcun me preocupé por el asunto matrimonial de un solterón llegó hasta allí saliéndose de los límites de Ershidaogou. No bien la oyera, el anciano Kim expresó que le daría su hija si era un hombre que el General consideraba valioso y vino a Jichengcun a consultar con Jang. Así se resolvió con facilidad el problema, contra lo previsto. Kim era, de veras, un hombre no común. Aunque tan pobre que apenas mantenía a su familia con el cultivo en terrenos montañosos, se ofreció a encargarse de las ceremonias de boda, incluidas las de la parte del novio. No obstante, los padrinos de éste se opusieron y, por fin, se decidió celebrarla en la casa del anciano Jang en Jichengcun.

    Ordené al jefe de intendencia Kim Hae San que enviara allí telas y comestibles de calidad seleccionados de los trofeos de guerra.

    Pero él, para mi asombro, lo aceptó de mala gana. Contestó que sí, mas estaba clavado en el mismo lugar, sin salir del cuarto.

    —General, ¿quiere que enviemos sin falta la dote de boda?

    Era una pregunta inesperada.

    —¡Cómo no! Qué, ¿no le gusta?

    —Hasta ahora, nuestros compañeros de armas celebraron con un plato de arroz la ceremonia nupcial que se da una sola vez en la vida. Si pienso en ello, no quiero enviarla. ¿Cuántos compañeros cayeron en el combate después de casados así?

    Comprendí sus sentimientos. Era natural que él expresara su disgusto al recibir la orden de enviarla a un desconocido, cuando debíamos preparar un plato de arroz y nada más para la boda de nuestros compañeros.

    —También tengo esa pena en el corazón. Pero, oye, Hae San, aunque improvisamos así la ceremonia de boda, no existe una ley que diga que también los habitantes deben seguirnos. En efecto, entre ellos existen muchos que celebran la boda de esa manera. Entonces, ¿no es esto una cosa lamentable para ti? Por supuesto, no podemos socorrer a toda la nación coreana con botines conservados en el almacén del campamento. Pese a todo, ¿sería imposible que los jóvenes coreanos alzados arma en mano con la decisión de resucitar a la nación celebremos pomposamente la boda de una persona como Kim Wol Yong?

    Ese mismo día, Kim Hae San preparó la dote de boda y, con otro compañero, fue a Jichengcun. Antes de partir del campamento con telas para el cobertor, arroz, conservas, etcétera, le di todo el dinero que guardaba en mi bolsillo. Regresó con una amplia sonrisa, por lo que supusimos que recibió buen trato y la boda se llevó a feliz término. Sólo me informó que al recibir la dote, el novio lloraba como un buey y la benevolencia de los aldeanos era muy conmovedora, y no de otras cosas más. En su lugar, me dirigió unas palabras significativas:

    —Mi General, vamos a preparar la dote de boda para todos los jóvenes de Jiandao Oeste.

    Días después, su acompañante me contó que Kim Hae San lloró mucho cuando chocaba la copa con el novio. No pregunté ex profeso sobre su razón. Quizás hubiera estallado en ese momento la tristeza nacional que todos los coreanos tenían en común por aquel entonces.

    Al escuchar a Kim Hae San, pensé que, tarde o temprano, conseguiría un tiempo libre para visitar a esa nueva familia. Tenía un acuciante deseo de ver cómo le iba al matrimonio y bendecir su porvenir que conducía a una nueva vida. Esta fue la razón por la que fui a Jichengcun en compañía de mis enlaces, dejando la unidad en el campamento, pese a que estaba muy atareado para preparar la operación de avance al interior del país.

    Los sentimientos del hombre resultan muy extraños. Una sola vez me encontré con Kim Wol Yong y crucé con él unas cuantas palabras, y nada más. No supe cómo podía seducirme ese hombre, tan parco en palabras que resultaba difícil hablar con él libremente, casi no cambiaba de semblante y era demasiado sencillo.

    No tenía una fuerza de atracción singular, exceptuando la ingenuidad, tan pura como la nieve virgen, a prueba de contagio. El deseo de verlo era tan grande que no podía sosegarme.

    Ese día, el anciano Jang me condujo al hogar de Kim Wol Yong. Había sido remozado ligeramente como tal un cobertizo abandonado. Fue una lástima que el esposo estuviera ausente, porque había ido al monte a recoger leña. En su lugar, su esposa, la hija del anciano Kim, me acogió satisfecha. No se veía guapa, mas era tan generosa que merecía ser la nuera mayor de una gran familia. También su carácter resultó abierto. Estimé que con tal temperamento podría comprender con presteza a su esposo.

    —Le estoy agradecido por haberse decidido a compartir la vida con el compañero Kim Wol Yong —dije a la mujer—. Quiero que transmita mi saludo a su padre.

    En respuesta, me hizo una reverencia profunda y expresó:

    —Somos nosotros quienes debemos agradecer … Mantendré bien a la familia ayudando al marido.

    —Deseo que tengan muchos hijos y vivan largos años.

    Mientras charlábamos, mis acompañantes partieron leña e hicieron una gran pila en el patio.

    El encuentro con la esposa de Kim Wol Yong me alivió espontáneamente la opresión del pecho. Abandoné Jichengcun con la convicción de que vivirían en armonía como una pareja de patos de arroyo. Esa visita retumbó en mi mente hasta el momento en que subía a Konjangdok para atacar a Pochonbo.

    La novedad de que habíamos conseguido pareja para un mozo criado y enviado hasta la dote de boda, se difundió por el extenso territorio de Jiandao Oeste, lo cual fue motivo para incrementar mucho más la confianza y la esperanza de las masas hacia el Ejército Revolucionario Popular. También aumentaba cada día la cantidad y variedad de materiales de ayuda que llegaban al campamento secreto.

    Un anciano que vivía fuera de la ciudadela de Shisandaogou, nos envió incluso el almorejo descascarillado reservado para la boda de su hijo, y para nuestra sorpresa, el joven que iba a casarse dos días después y su hermano mayor vinieron a la guerrilla trayéndolo a cuestas. Rehusamos recibirlo, pero ellos no cedían en su obstinación. Afirmaron que si regresaban con el cereal, su padre los expulsaría de casa, y nos suplicaron que lo aceptáramos. No podíamos hacer caso omiso a su sinceridad.

    No sabemos con qué y cómo se celebró la boda de aquel joven llamado Kim Kwang Un. Creo que le costó mucho trabajo preparar cereales para el matrimonio. Hasta ahora, de vez en cuando, la conciencia me reprocha no haberles donado nada cuando nos despedimos en la loma Fuhoushui.

    Después de salir de Jiandao Oeste, nunca me encontré con Kim Wol Yong.

    Tampoco volví a ver a Son Jin Sil tras haber partido de Jilin. Oí decir que ella estudiaba en Estados Unidos, mas no supe nada en concreto de su vida familiar después del matrimonio. Sólo le deseé para mis adentros felicidad.

    En toda mi vida no he olvidado a Son Jin Sil, Pyon Tal Hwan y Kim Wol Yong. Quizás, creo, el hombre ama a los antiguos amigos, compañeros y discípulos tanto como con el afecto con que los atiende. Son Jin Sil murió en Estados Unidos. Al recibir la noticia luctuosa, envié un telegrama de condolencia al señor Son Won Thae y pensé cuán feliz habría sido si cuando ella vivía hubiera tenido la oportunidad de encontrarnos para intercambiar recuerdos y preguntarle sobre la salud.

    Kim Wol Yong habrá llevado una larga vida, pues era un hombre sano.

    

    

    

    7. Madre de la guerrilla

    

    

    Entre los compañeros de armas con los que compartimos varios años las alegrías y los reveses en el monte Paektu, existió una guerrillera a la que llamábamos “madre”; era Jang Chol Gu, quien servía de cocinera en la Comandancia. De entre las decenas de compañeras y varias cocineras que había en la unidad era a la única que se le llamaba así.

    Nos llevaba más de diez años. Considerando la edad, el término adecuado hubiera sido “hermana” o “compañera”, mas, tampoco yo, comúnmente, le decía “compañera”, sino “madre Chol Gu”; incluso el “Viejo de la Pipa”, con muchos más años, la llamaba así, lo que provocaba risa.

    Jang Chol Gu se convirtió en cocinera de la Comandancia en la primavera de 1936, después que quemamos el lío de documentos relativos a la “Minsaengdan”, en Maanshan.

    Cuando analizamos el montón de papeles de los involucrados en la “Minsaengdan”, que Kim Hong Bom presentó, vi por primera vez su nombre, aunque no sabía el por qué su documento estaba escrito con tinta roja.

    Entre los delitos que tenía anotados estaban que su marido hacía dos años, mientras se dedicaba a la labor partidista en el distrito Yanji, había sido castigado tachado de “minsaengdan”, y que ella misma, cuando se desempeñó como responsable de la Asociación de mujeres en Wangyugou del mismo distrito, cometió acciones de sabotaje como enterrar a propósito cereales para hacer pasar hambre a los combatientes.

    Por ser objeto de un expediente redactado con tinta roja y una mujer de mediana edad con nombre masculino, me llamó la atención.

    También su aspecto exterior se diferenciaba bastante de otras: era la de más baja estatura entre las guerrilleras, y tenía las cejas tan ralas que parecía que le faltaban.

    Emprendió el camino de la revolución partiendo del amor a su esposo. Lo amaba tanto que llegó a admirar lo que él hacía. En cumplimiento de las indicaciones de éste, pegaba hojas volantes, servía como enlace, escondía a personas, aprendía a leer y escribir, asistía a reuniones secretas. En este decursar fue seducida por la revolución.

    Sin embargo, su marido, a quien seguía con tanta seguridad, fue condenado a la pena capital, acusado injustamente de “minsaengdan”. También Jang Chol Gu fue detenida en Wangyugou donde trabajaba y llevada a la cárcel de los “minsaengdan”. El “camarada Wang”, quien una vez, en su casa, había comido apetitosamente junto con su esposo un almorejo bien cocido y el kimchi de mostaza, le descargó garrotazos y la zarandeó agarrando sus cabellos. En el tribunal, los guerrilleros y otras masas revolucionarias no permitieron que la ajusticiaran, pero no pudo quitarse el sambenito de sospechosa “minsaengdan”.

    Cuando quité ese lazo que echaron al cuello de los inocentes los verdugos que los asesinaban y deshonraban la noble revolución, la ubiqué como cocinera de la Comandancia.

    Desde entonces, nuestra mesa era mucho más variada. Tenía habilidad para preparar con presteza la pasta de soya y el kimchi.

    Las personas de la actualidad quizás no creerán de inmediato si se dice que la salsa y la pasta de soya pueden elaborarse en uno o dos días. Si la soya se tuesta sin que se queme y se le echa agua caliente, esta se convierte en un líquido rojizo que al condensarse con sal al fuego se convierte en salsa. Y cuando cocida se mete en un pote y se conserva en un lugar tibio, se fermenta con velillos blancos y al hervirla con sal queda transformada en la sokjang, cuyo sabor es semejante a la sopa de myongthae.

    El sokjang y el kimchi de chamnamul así preparados por ella eran, para todos nosotros, alimentos tan delicados como manjares de fiesta.

    Además, sabía extraer aceite de las yemas de maíz tostadas.

    Una vez, mi enlace Paek Hak Rim se enfermó de gravedad y guardaba cama. Aunque en tiempos ordinarios masticaba y tragaba hasta cortezas de árbol, no quería meterse en la boca ni bodrio de maíz en grano bien cocido, diciendo que sentía náuseas. Jang Chol Gu, en medio de la nieve recogió yerbas comestibles secas, las puso en remojo para quitarles el amargor, las hirvió y, finalmente, las frió en dicho aceite. El plato volvió a despertarle el apetito a Hak Rim.

    En el verdadero sentido de la palabra, era una “madre” para la guerrilla. Cuando la unidad iba a combatir, solía meter a hurtadillas raspas en el bolsillo de los pequeños guerrilleros.

    No sólo los enlaces de tierna edad como Choe Kum San y Paek Hak Rim, sino también los veteranos combatientes como O Jung Hup y Ri Tong Hak confesaban sin titubeos ante ella que tenían hambre.

    Atendía mucho más a Ri O Song, “Jefe de Raspa” y benjamín de nuestra unidad.

    Jang Chol Gu, no bien lo viera pasar de lejos, salía a su encuentro con raspa escondida en su saya y la metía en sus bolsillos. El pequeño la compartía equitativamente con los guerrilleros de su misma edad.

    Cada vez que miraba este espectáculo, pensaba en por qué las mujeres devenían seres más íntimos y sinceros de sus hijos que los hombres a lo largo de toda su vida. Saqué la conclusión de que se debía a que ellas se encargan principalmente de los quehaceres de alimentarlos, vestirlos y atenderlos. Esta es la tarea fija que les corresponde. Por tanto, el verdadero sentido del término “madre” consistiría en que es la protectora más generosa que les da de comer y los viste.

    Al cumplir con lealtad esa misión como protectora, Jang Chol Gu devino la “madre” más entrañable para todos nosotros.

    Aun en la avanzada noche, cuando todos dormíamos profundamente cansados, ella preparaba el desayuno, ora escamochando yerbas comestibles, ora moliendo granos, ora aventándolos. Y cuando debía descascararlos en el pilón por la noche, lo hacía afuera donde la ventisca rugía con furor.

    Y estaba casi siempre ante el fogón, razón por la cual su ropa se rompía casi al doble que las de otros.

    Una vez, en el campamento secreto tuvo lugar un momento de esparcimiento y le tocó cantar. Sus compañeros de armas querían oirla. Todos, curiosos por saber cómo cantaba la poseedora de tan gran habilidad para cocinar, esperaban palmoteando que se presentara. Empero, se levantó como empujada por un resorte y huyó hacia el bosque.

    Su conducta imprevista dejó atónitos a todos.

    Entonces abogué a su favor:

    —No hay necesidad de pensar mal porque la madre Chol Gu no ha cantado. Creo que su atavío ha impedido se presente ante ustedes. Habrán observado que viste un uniforme remendado en más de diez lugares. Imagínense qué sentiría cuando debía presentarse con tal aspecto.

    Todos los reunidos asintieron. Tiempos después, ella misma confesó que había huido por motivo de su ropa.

    Con posterioridad, cuando fui a combatir al frente de una pequeña unidad, conseguí un tejido de óptima calidad para el traje de Jang Chol Gu. Había confiado a un guerrillero la tarea de comprarlo sin que importara el precio. Llevó una tela de sarga de algodón grisácea que parecía adecuada para las mujeres de mediana edad. Las guerrilleras que conocían algo de tejido la examinaron alternadamente y afirmaron que era de buena calidad, lo que me tranquilizó.

    A mi madre carnal nunca le preparé un traje. Un mal de mijo que le entregué cuando estaba enferma en una modesta choza en medio del juncal de Xiaoshahe, antes de emprender la expedición hacia Manchuria del Sur, tampoco lo había conseguido yo, sino mis compañeros. Si algo hice, no fue nada más que comprarle un par de zapatos de goma en Badaogou. A decir verdad, el dinero que gasté en eso, no lo gané yo mismo, sino era el que ella me había entregado para que comprara mis zapatos de tenis. Se alejó de este mundo sin disfrutar ni de una pizca de atención de su hijo. Aun después de fallecer tuvo que ser enterrada solitariamente a la ribera del Xiaoshahe, sin que recibiera de mí un puñado de tierra, ni una gota de lágrima.

    Mientras caminaba con la tela para la madre Chol Gu, sentí también la compasión hacia mi madre carnal, a la que no había atendido ni antes ni después de su muerte.

    Sin embargo, cuando volví al campamento secreto me dijeron que durante nuestra estancia en el campo de batalla, Jang Chol Gu había sido trasladada de repente a un recóndito hospital de la retaguardia, según la orden de Kim Ju Hyon. Nadie sabía el motivo.

    Al escuchar la nueva, todos mis compañeros se sintieron tristes. También me envolvió un sentimiento de vacío.

    En nuestra unidad las dependencias, como los grupos de cocineros y de sastres, hospitales y talleres de armamentos estaban bajo el control del jefe de intendencia. Por tanto, podía surgir, y no era cosa sorprendente, el que Kim Ju Hyon, encargado de ello, sacara y trasladara a una cocinera que le pertenecía.

    El problema consistía en por qué había sido enviada al hospital de retaguardia Jang Chol Gu, quien, siendo objeto de respeto y amor de todos, cumplía con afán la tarea que le tocó como cocinera de la Comandancia.

    Pregunté a Kim Jong Suk que estaba con ella en el campamento; tampoco sabía el motivo.

    —Parece que el hospital de retaguardia solicitó que la enviaran o que sucedió algo irreparable. La madre Chol Gu abandonó con lágrimas el campamento. Se entristeció tanto que nos sentíamos acongojados.

    Kim Jong Suk me contó, enjugándose las lágrimas, la escena de la partida. Su ademán me convenció de que la despedida les había causado un impacto doloroso a las cocineras.

    También tuve la aflicción en el corazón como quien acaba de experimentarla. Incluso me sentí descontento, pensando que debieron trasladarla después de mi regreso, para que yo pudiera vestirla siquiera con un traje nuevo.

    Me indigné verdaderamente cuando oí las palabras de Kim Ju Hyon sobre la causa del traslado.

    —Después que sucedió aquel incidente del hacha pequeña —confesó él—, pensé que debemos situar cerca del camarada Comandante sólo a personas con antecedentes inmaculados.

    Tal era la razón por la que cambió de puesto a Jang Chol Gu. Si decidió defender bien la Comandancia, impulsado sobremanera por aquel hecho del hacha, era una cosa positiva. Kim Ju Hyon merecía presentarse como un modelo de la unidad en cuanto a preocuparse por la seguridad de la Comandancia. Por eso, yo confiaba en él y lo quería en particular.

    El suceso se produjo en el otoño de 1936, cuando todo Jiandao Oeste ardía en deseos de ingresar en la guerrilla. Organizamos unas compañías auxiliares con los jóvenes que solicitaban su ingreso y enviamos instructores al campamento secreto Heixiazigou con la misión de entrenarlos con premura. Entonces, entre los bizoños había un agente enemigo que se infiltró con una hacha pequeña y un cartucho con veneno para matarme. Era un joven agricultor ingenuo que a la luz de su origen no podía ser sobornado por los enemigos, pero, parece que se convirtió en espía embaucado por el maquiavelismo e intrigas de éstos. Un día, algunos de ellos, vestidos con el uniforme del Ejército Revolucionario Popular, irrumpieron en su casa y actuaron como “bandidos”. Robaron el dinero que él había reunido con la venta de leña para comprar medicamentos para su madre enferma, víveres, gallinas, en fin, todo lo que veían. En seguida, apareció un tipejo enviado por el llamado grupo de propaganda y asimilación, quien, fingiendo consolarlo, no paró de hablarle contra el comunismo y presionarlo hasta que él accedió a su petición. Por fin, se convirtió involuntariamente en un lacayo de la contrarrevolución y logró infiltrarse en nuestras filas.

    No obstante, nadie sabía que era un espía sobornado por el enemigo. No tenía ninguna señal para calificarse como tal, ya que antes de entrar en el campamento había escondido con seguridad, cerca de la Comandancia, el hacha pequeña que llevó en el cinturón.

    Un día, fui al Heixiazigou y conocí que los nuevos ingresos de las compañías auxiliares desde hacía algunos días tomaban sólo bodrio de menestras.

    Como quiera que aunque habían ingresado en la guerrilla decididos a sufrir, eran novatos que abandonaron sus casas hacía unos meses y aún no se habían habituado a las dificultades, podían caer en una debilidad o vacilar si no se educaban bien de antemano. Por eso, esa noche los reuní y les dije:

    —…Como ustedes deben tolerar el frío a la intemperie y alimentarse con menestras, alejados de sus casas confortables donde están sus padres, esposas e hijos, es probable que mentalmente vacilen. Empero, puesto que son jóvenes que se han levantado para recuperar al país, sabrán aguantar y vencer los sufrimientos si desean alcanzar su gran propósito. Aunque ahora atravesamos por dificultades, después de restaurada la patria nos sentiremos más dignos por la lucha que estamos llevando a cabo. Planeamos edificar en la rescatada tierra de tres mil ríes, un Estado del pueblo agradable para vivir, es decir, un paraíso popular donde no existan ni explotadores ni explotados y todos vivan felices por igual con derechos iguales, un país que les dé primacía a las masas populares, que convertirá las fábricas y la tierra en propiedades de éstas, y se responsabilizará de alimentar, vestir, instruir y dar asistencia médica a todos. Entonces, los extranjeros que vengan a nuestro país, quedarán admirados…

    Entre los oyentes estaba aquel joven que recibió la misión de espionaje. Al escucharme, llegó a comprender que, engañado por el enemigo, intentaba asesinar a un buen hombre y pensó que si bien sería objeto de un severo castigo, confesaría su verdadera identidad tal como era.

    El joven puso al descubierto su verdadera naturaleza: presentó ante nosotros el hacha y el cartucho del veneno. Por ser sincera su confesión lo perdonamos con indulgencia.

    El acontecimiento despertó en gran medida a nuestros comandantes, cada cual sacó una lección a su manera. Unos opinaban que deberían defender con más seguridad la Comandancia, otros que habrían de impedir la infiltración de elementos advenedizos y espurios mediante un riguroso examen de los aspirantes a ingresar en la guerrilla, y los demás creían que no se podía permitir que ningún espía o agente se acercara al campamento secreto, que había que desplegar una lucha de masas para liquidar a los esbirros y los reaccionarios recalcitrantes en todo el territorio de Jiandao Oeste.

    Las ideas de Kim Ju Hyon eran más complicadas que las de ellos.

    —En aquella ocasión creí que para proteger bien a la Comandancia debíamos vigilar con rigor tanto el interior como el exterior —argumentó—. No se puede afirmar que el enemigo sólo existe en el exterior, y no en el interior, ni que el de afuera no mantiene contactos con los reaccionarios y elementos vacilantes que se ocultan camuflados en nuestro seno. ¿No es verdad? Fue por eso que llegué a pensar que no debíamos mantener cerca de la Comandancia a gente de antecedentes complicados.

    En resumidas cuentas, quiso expresar que una sospechosa de “minsaengdan” como Jang Chol Gu no tenía derecho a ser cocinera de la Comandancia.

    Sentí descontento e irritación. ¿Cómo era posible tratar con tanta impiedad a aquella madre honesta y de buen corazón que se dedicaba con toda sinceridad a la revolución? No pude contenerme más, ya que Kim Ju Hyon, tan intrépido y prudente en el trato de cada asunto, había cometido un error desmedido. Le reproché con severidad:

    —… Le estoy agradecido de que siempre se preocupe por nuestra seguridad. Pero hoy, no puedo menos que criticarle duro. A la madre Jang Chol Gu, usted mismo la elogió en varias ocasiones como mujer sincera, laboriosa y generosa. Entonces, ¿cómo pudo desaparecer tan fácilmente de su mente esa confianza? Ella hacía las veces de madre y hermana para todos nosotros. ¿Quién fue quien nos sirvió tres veces al día platos de arroz y sopa calientes? No fue sino la madre Chol Gu. Si hubiera sido una mujer de mala fe, no viviríamos en este mundo. Tuvo muchas oportunidades para dañarnos. Empero, aún estamos sanos aunque comimos no menos de centenares de platos que ella nos sirvió. Esta es una prueba de que es una mujer de buena fe que no tiene faltas que nos despierten desconfianza, y que fue del todo injusto que en el pasado se haya tildado de involucrada en la “Minsaengdan”…

    Tiempos después, Kim Ju Hyon confesó que ningún día sudó tanto como aquel.

    Francamente, nunca me imaginé que Kim Ju Hyon cometiera tan absurdo error. Era un veterano cuadro militar y político de largos antecedentes como revolucionario. Siempre compartíamos la comida hecha en una misma olla, consultábamos el trabajo sentados ante una misma mesa y teníamos una misma alma y voluntad. De veras, me era difícil comprender cómo él, que conocía mejor que nadie nuestros lineamientos y propósito, trató con tanta dureza el destino de un ser humano, apartándose de la obligación moral y la ética del comunista.

    Continué criticándolo:

    —Ya han transcurrido seis meses desde que en Maanshan prendimos fuego al bulto de documentos de la “Minsaengdan”. Y casi se han cicatrizado las heridas en la mente de los hombres. Entonces, ¿por qué usted ha hurgado en ellas? Jang Chol Gu, si bajara del monte ahora mismo se podría volver a casar y vivir cómodamente en un cuarto tibio, comiendo arroz caliente. Sin embargo, no optó por ese camino y convive con nosotros sufriendo en el monte. Esto es porque decidió hacer la revolución y confía en nosotros. Pero, al sacarla de la Comandancia, usted deja ver que la confianza que depositamos en ella era falsa. ¿Somos seres humanos tan mezquinos que en tiempo común aparentamos confiar y atraer, pero en el peligro rechazamos sin titubeos? La confianza no admite falsedad.

    Ese mismo día, Kim Ju Hyon fue al hospital de retaguardia y regresó con Jang Chol Gu. Y al siguiente, apresuraba a las costureras para confeccionar un vestido para ella.

    No obstante, Jang Chol Gu guardaba las distancias, si bien cumplía siempre con responsabilidad sus órdenes. Aun en las raras veces en que se encontraron solos en un sendero o en la cocina, guardó silencio tras haberle saludado militarmente. Y si se le presentaba un asunto que necesitaba la ratificación de él, enviaba a otra cocinera.

    Los días que pasó en el hospital de retaguardia no fue sino un momento si se medían en tiempo. Empero, la sombra de esos días no la pudo apartar de su mente durante largo tiempo.

    Realmente, la desconfianza ejerce una tremenda influencia destructiva en las relaciones personales. Una pizca puede dar lugar al resentimiento de toda una vida o destruir de un momento a otro una amistad que haya durado una decena de años.

    No bien volviera ella al grupo de cocineras de la Comandancia, se reanimó el ambiente del campamento.

    Y enseguida, mejoró el sabor de la comida. Parecía que el mismo bodrio de granos de maíz era más apetecible que antes. Porque era una cocinera abnegada. A decir verdad, su técnica culinaria no era muy grande.

    Trabajó con más fervor que antes. Para conseguir alimentos que pudieran estimular nuestro apetito no reparó en viajar hasta 40 kilómetros. Un día, al pasar por Shijiudaogou estuve en la casa de Ri Hun, donde me ofrecieron arroz envuelto en pyongphung. Lo probaba por primera vez en mi vida y su sabor era más delicado que el de la lechuga. En el campamento, lo saqué a colación como de paso, y Jang Chol Gu voló a Shijiudaogou, a decenas de ríes de distancia, y regresó con cantidad de esa yerba sobre la cabeza. Y posteriormente, la descubrió en los alrededores del campamento secreto del monte Paektu.

    Siempre dormía hecha un ovillo, sobre ramitas y hojarascas cerca de la cocina húmeda. En ese tiempo, su brazo derecho se fue paralizando gradualmente. Para colmo, poco después cogió la fiebre tifoidea.

    Para que se restableciera la enviamos al valle Wudaoyangcha del distrito Antu. La acompañaron Pak Jong Suk y Paek Hak Rim en calidad de “enfermeros”. Después los reemplazó Kim Jong Suk. Les costó mucho trabajo atenderla. Una vez, en compañía del jefe de enlace Ji Pong Son, fui a verla a la cabaña instalada en Wudaoyangcha.

    Aunque al cabo de decenas de días se restableció de la fiebre, no logró curarse de la parálisis del brazo derecho. Por eso no podía cocinar ni manejar el fusil como era debido. Tan pronto como se dio cuenta de que resultaba una carga para la unidad, cayó en un estado de depresión. Al final, llegó a la conclusión de que sólo abandonando la unidad podía aliviar de la carga a sus compañeros de armas. A comienzos de la década de los 40, cuando enviamos a la Unión Soviética a los inválidos, viejos y debiluchos que no podían permanecer por más tiempo en las filas armadas, ella los siguió voluntariamente.

    Antes de despedirse, le entregó a Kim Jong Suk el anillo de plata que siempre llevaba consigo, prometiéndole que la volvería a ver el día que se lograra la independencia de Corea. Sin embargo, esa promesa no se hizo realidad. Jang Chol Gu escuchó en una lejana y extraña tierra la noticia sobre el fallecimiento de Kim Jong Suk. Su anillo de plata, que ésta guardó, se conserva ahora en el Museo de la Revolución Coreana.

    Entre los cocineros que junto a Jang Chol Gu sirvieron a nuestra Comandancia, existió un chino llamado Lian Hedong. Preparaba bien las comidas de su país. Si ella era una cocinera abnegada, él poseía un gran arte culinario. Nos llegó en el invierno de 1936.

    Después que ingresó en nuestra unidad, aprendió durante algún tiempo de Jang Chol Gu cómo cocinar para la guerrilla. Mientras, él le enseñó el arte de preparar comidas chinas. Así se hicieron íntimos amigos.

    Cuando Jang Chol Gu partió hacia la Unión Soviética, él, muy apesadumbrado, preparó un fardo con manjares chinos y lo metió en la mochila de ella.

    Jang Chol Gu, también exteriorizó su gran aflicción por tener que despedirse de él.

    La llegada de Lian Hedong a nuestra unidad estuvo motivada por un dramático encuentro, cuyo protagonista fue, precisamente, el islámico Ma Jindou, de Jilin, al que le gustaba beber licor y comer carne de cerdo violando las normas de su religión. Fue mi compañero de estudio en la escuela primaria de Badaogou, al igual que en la secundaria de Yuwen, en Jilin.

    Entre los relacionados conmigo en el período de Badaogou figuran muchos que me dejaron una profunda impresión. Con Li Xianzhang, hijo del jefe de la estación policíaca del lugar, sostuve una singular relación. Estudiamos juntos en la primaria. Su padre fue un asiduo paciente que vino a mi casa para recibir tratamiento médico de mi padre. Para recompensarlo, en cada fiesta nos visitó trayendo regalos.

    Cuando yo actuaba en la región de Jiandao Oeste, al mando de la unidad, por intermedio de Li Xianzhang, establecí contactos con el jefe de aquella estación de la que ya no era jefe su padre, sino otra persona. El nuevo era un hombre de conciencia como su antecesor. Después que prometió que no combatiría contra nosotros, no tocó ningún material de ayuda que el pueblo enviaba al Ejército revolucionario. Así que no atacamos ni una vez a Badaogou, aunque lo hacíamos con otras zonas del distrito Changbai.

    La vida personal de Ma Jindou era especial, lo mismo que su carácter. En la etapa de la escuela secundaria se casó de una vez con dos hermanas.

    Al principio, amó a la mayor y estableció el compromiso para casarse con ella. Pero, la menor, que les servía como mensajera, se enamoró de él y padecía mal de amores. Al verla, sus padres le confiaron a sus dos hijas. El adinerado Ma Jindou se hizo rico en mujeres.

    Después que salí de la cárcel y abandoné Jilin, no supe dónde estaba ni qué hacía.

    Sin embargo, como burla del destino, nos volvimos a encontrar como enemigos que debíamos pelear apuntando los fusiles uno contra otro. Fue en el invierno del primer año posterior a nuestro avance al monte Paektu.

    Ma Jindou era jefe de la “unidad punitiva” de la policía títere manchú estacionada en Erdaogang, un importante punto de apoyo de “punición” enemiga que se encontraba muy cerca del campamento secreto Heixiazigou. Allí, además, estaban acantonados centenares de efectivos de la “tropa de castigo” enviada por el regimiento No. 74 de Hamhung, del ejército japonés.

    De inicio, no supe que Ma Jindou era caudillo de aquella “unidad punitiva”. Empero, cuando asaltamos por segunda o tercera vez a Erdaogang en el otoño del mismo año, nuestros guerrilleros, mientras registraban la casa del caudillo que había huido, descubrieron a una de sus esposas y al cocinero escondidos, ella tenía una pistola en la mano. Para mi sorpresa, resultó la menor de las dos hermanas.

    Había sido invitado a su boda en Jilin, así que pude reconocerla a primera vista, y viceversa. Fue un encuentro muy dramático.

    La apresada dijo que Ma Jindou ya era padre de cuatro hijos. Ella había dado a luz dos varones y su hermana mayor, dos hembras. Y añadió que al rememorar la etapa de Jilin, su esposo recordaba aún al señor Kim Song Ju, y preguntó por qué se incorporó a la banda de “salteadores comunistas de Kim Il Sung”. No sabía que Kim Il Sung era, precisamente, el Kim Song Ju del pasado.

    —… Yo soy Kim Il Sung que ustedes dicen es el “jefe de bandoleros comunistas” —dije—. No somos bandidos, sino el Ejército revolucionario que combate al imperialismo japonés, enemigo común de los pueblos coreano y chino. Si vuelve su esposo, transmítale mi saludo. Con el sentimiento de amistad del pasado y como su condiscípulo, dígale que le aconsejo sinceramente que se escabulla de aquí, renunciando a combates sin esperanza, y si le es imposible, finja atacar cuando se movilice en la “operación punitiva”. Golpeamos solo a las unidades del ejército títere manchú que resisten con saña, pero tratamos con generosidad a las otras. No deseo que Ma Jindou sirva de carne de cañón a los japis, ni que muera alcanzado por una bala del Ejército revolucionario. Es una persona que no debe ser nuestro enemigo, sino amigo …

    La esposa afirmó que también su marido sabía bien que la “tropa de bandidos comunistas de Kim Il Sung” no disparaba sin fundamentos al ejército manchú. En el combate efectuado en la entrada de Heixiazigou, el grupo de asalto nocturno del Ejército Revolucionario Popular atacó el vivaque enemigo, pero sólo arrasó las tiendas del ejército japonés, y no las del ejército títere manchú. Al darse cuenta, los caudillos japoneses de la “unidad de castigo” descargaron su ira sobre los oficiales del manchú participantes en el combate y los fusilaron a todos. Ma Jindou apenas pudo salvarse de esa terrible masacre, gracias a que no participó en la “operación punitiva”, pretextando tener gripe. A mi juicio, este suceso fue motivo para que él comprendiera en cierta medida nuestra orientación en cuanto al enemigo.

    La esposa expresó:

    —Ahora puedo conocer por qué la tropa de Kim Il Sung trata así indulgente al ejército manchú. Sabemos bien que el señor Song Ju, desde los tiempos de estudiante, siempre acentuaba la amistad coreano-china y mantenía buenas relaciones con los alumnos chinos. De ello habló con frecuencia también mi esposo. Le estoy agradecida porque aprecia así a los chinos y es clemente con el ejército manchú. Persuadiré a mi esposo para que no vuelva a apuntar el fusil contra el Ejército revolucionario. También él reflexionará si conoce que el Comandante Kim Il Sung es el señor Kim Song Ju de ayer.

    Le sugerí reiteradamente que disuadiera a su esposo para que no se convirtiera en un traidor que quedara inscrito con deshonra en la historia, y luego, antes de retirarnos de Erdaojiang, la solté a ella y su cocinero.

    El cocinero no la siguió sino volvió a nosotros y solicitó que le permitiéramos ingresar en la guerrilla. Era, justamente, Lian Hedong. Lo hizo explicando que ya estaba cansado de sufrir entre dos hermanas que se peleaban con frecuencia por un esposo, y agregó:

    —Oí en varias ocasiones al jefe Ma Jindou hablar del señor Kim Song Ju. Al saber que éste es el General Kim Il Sung, no quiero alejarme de usted. Permítame combatir en su unidad hasta morir.

    Acepté su petición. Esto fue cuando Wei Zhengmin se estaba curando de su enfermedad en el campamento secreto de retaguardia en Hengshan, así que me alegró tener un cocinero que le podía ofrecer platos chinos. Dicho con franqueza, tanto yo como Kim Ju Hyon estábamos muy inquietos por no tener cocineros capaces de preparar platos chinos de su gusto.

    Destiné a Lian Hedong para que sirviera durante algún tiempo a Wei Zhengmin, quien, a su vez, lo apreciaba mucho, elogiándolo como cocinero talentoso digno de trabajar en un restaurante de primera categoría.

    Desde entonces hasta septiembre de 1945, cuando volvimos a la patria después de derrotar al imperialismo japonés se desempeñó por largo tiempo como cocinero, a nuestro lado. El tenía extraordinaria habilidad para preparar disímiles platos aun con un mismo material. Siempre andaba con una olla voluminosa, diciendo que el arroz cocido en ella tenía más sabor.

    En la primera mitad de la década de los 40, cuando estuvimos en el campo de entrenamiento en la región fronteriza entre la Unión Soviética y Manchuria, formamos un ejército aliado tanto con los compañeros chinos como con los soviéticos y efectuamos de vez en cuando operaciones conjuntas. Entonces, el arte culinario de Lian Hedong se difundía tan ampliamente que los comandantes soviéticos, para no hablar de los chinos, frecuentaban el comedor de campaña de nuestra unidad.

    Un día, Zhou Baozhong, después que probó los platos chinos preparados por Lian Hedong, solicitó en broma que se lo cediéramos, a lo que el compañero An Kil contestó también en broma que era una demanda oportuna.

    Estas palabras se le transmitieron como serias al cocinero, quien vino a verme malhumorado y preguntó si era verdad que íbamos a transferirlo a la unidad china.

    —No sé a qué unidad debo enviarlo; de todos modos estoy en apuros porque muchas personas lo codician a usted. Hasta los compañeros soviéticos lo solicitan. Si estos se obstinan más, es posible que usted pase a la parte soviética.

    Lian Hedong se sobresaltó y, clavando sus ojos en mi cara, insistió en que no iría ni a la unidad china ni a la soviética.

    Inmediatamente después de la derrota de Japón, comprobé con nitidez que él no lo había dicho en vano. Antes de retornar a la patria liberada, lo cité y lo elogié por sus esfuerzos sinceros de unos diez años y luego le transmití la decisión de la organización del partido de incorporarlo a la unidad de Zhou Baozhong. Este me garantizó que si Lian Hedong se pasaba a su unidad lo nombraría como jefe de regimiento.

    Al escucharme, imploró que me lo llevara sin falta a Corea.

    —Ya no puedo vivir alejado del General —expresó él—. Soy chino, pero no hay una ley que por serlo me obligue a vivir incondicionalmente en China. ¿No es verdad? No necesito el cargo de jefe de regimiento, ni otras cosas por el estilo; haga, por favor, que siga a su lado, General. Mantenemos una amistad que no pudieron cortar las bayonetas de los japis ni el viento de Manchuria; ¿por qué debemos romperla a la fuerza por motivo de la diferencia de nacionalidad?

    Su argumento me conmovió. Expresaba, en síntesis, la concepción de la vida que sólo podían tener quienes en el camino de la revolución experimentaron toda clase de sufrimientos derramando sangre y lágrimas por sus camaradas. Como él dijo justamente, también considero que el hombre no vive atraído por la naturaleza sino por virtudes. Este sentimiento y el amor fue lo que unió en una familia a los combatientes antijaponeses en la selva del Paektu y en la vasta campiña de Manchuria. Si esos sentimientos no existen donde viven los seres humanos, es lógico que la naturaleza pierda su color.

    La súplica obstinada de Lian Hedong fue también una manifestación del sublime espíritu internacionalista.

    Tampoco tenía deseos de despedirlo y así le respondí: “Si esa es su voluntad, haga lo que quiera; ¿por qué desearía yo despedirme de usted?; no tengo en cuenta la nacionalidad; sólo medito profundamente en si usted no se vería en una situación embarazosa; como sabe, China sufre ahora una guerra civil; me comprometí con Zhou Baozhong a mandar a Kang Kon y otros numerosos cuadros militares y políticos y combatientes coreanos para ayudar a la revolución china; si en este preciso momento, usted, un chino, da las espaldas a su revolución y se marcha a Corea, ¿con qué ojos le verían otros?; pienso que usted mismo no estaría tranquilo”.

    Al final, Lian Hedong optó por el camino de volver a su patria. Incluso hizo chistes diciéndome que después de la victoria de la revolución china iría a vivir a Corea y que entonces yo debería presentarle una de las bellezas de Pyongyang. Empero, no pudimos hacer realidad su petición, porque, como jefe de regimiento, cayó heroicamente en una batalla contra el ejército Guomindang de Jiang Jieshi. Cuando oí la triste noticia, me arrepentí de no haberlo traído a Corea. A pesar de todo, él quedó grabado eternamente en la memoria de su pueblo por haber entregado su preciosa vida a la guerra revolucionaria por la fundación de una nueva China.

    En lugar suyo, Jang Chol Gu regresó de la lejanía de Asia central después de la guerra coreana. Poco después, se reunieron los compañeros de armas de los tiempos del monte Paektu y Jang Chol Gu me llamó por teléfono:

    —Estimado General, estamos reunidos todos los compañeros del período del monte Paektu. Por favor, busque un tiempo y venga. Deseo servirle a usted un plato de bodrio de maíz en grano entero que preparé al cabo de 20 años. Este es mi único regalo, pues regresé con las manos vacías del lejano país.

    Quise ir, pero la situación no me lo permitía.

    —Gracias, pero estoy a punto de partir hacia una localidad. Le ruego que lo deje para otro día, ya que no puedo renunciar al viaje prometido al pueblo.

    Se cuenta que ese día ellos tomaron con apetito el bodrio que ella preparó con fuego de leña como lo había hecho en el monte Paektu.

    Desde entonces, cuando se me tornaba irresistible la nostalgia por el tiempo del monte Paektu, solicitaba a Jang Chol Gu que me hiciera ese plato.

    Su casa estaba situada en una colina frente a la puerta de la mía. Ella frecuentaba mi casa y yo iba a verla en las raras veces que tenía tiempo libre.

    Lo que hizo después de repatriada fue, principalmente, relatar a los integrantes de la joven generación sobre sus compañeros que lucharon en el monte Paektu.

    Jang Chol Gu se alejó de nuestro lado en 1982.

    Su muerte me causó un gran impacto. Sentí que me envolvía en tanta tristeza como cuando perdí a mi madre. Ella me atendió con toda devoción como a su hermano carnal. De veras, su amor era comparable con el de mi madre verdadera.

    Organizamos sus funerales con carácter nacional, como lo hacíamos con los combatientes que lograron grandes méritos en la construcción de las fuerzas armadas revolucionarias.

    A fin de que las nuevas generaciones no se olviden nunca de esa mujer común, levantamos su busto en el Cementerio de Mártires Revolucionarios en el monte Taesong y el camarada Kim Jong Il hizo que crearan la película Rododendro con ella como prototipo.

    Cuando bautizamos con el nombre de Jang Chol Gu al Instituto Superior de Comercio de Pyongyang, nuestro pueblo se alegró como un solo hombre. Expresó su admiración, diciendo que dar a ese centro de enseñaza superior el nombre de una cocinera común puede suceder sólo en nuestro país, en el régimen socialista a nuestro estilo, donde no hay discriminación por oficios y se estima en alto a los servidores y los héroes anónimos que se empeñan para asegurar las comodidades en la vida y las condiciones de alimento, vestido y vivienda.

    Al denominar Jang Chol Gu al Instituto Superior de Comercio de Pyongyang deseábamos que las nuevas generaciones sean trabajadores fieles a la misión revolucionaria, siguiéndola a ella.

    

    

    

    

    

    

    

    CAPITULO XVII. COREA ESTA VIVA

    (De mayo a junio de 1937 )

    

    

    1. Las llamas de Pochonbo (1)

    

    

    El aspecto histórico de la batalla de Pochonbo, ya muchas personas lo han estudiado y relatado ampliamente, pero fui su organizador y ejecutor directo y tengo muchos episodios dignos de recordar; es fecundo también lo experimentado espiritualmente. Aún me vienen frescas a la memoria varias escenas de lo acontecido medio siglo atrás.

    En apretada síntesis puede decirse que la batalla de Pochonbo fue como el encuentro entre una madre y sus hijos obligados a separarse a la fuerza. Con esos disparos la patria pudo reencontrarse con sus fieles hijos e hijas que tanto la apreciaban y amaban. En otras palabras, es justo afirmar que fue un punto decisivo que encauzó hacia la restauración la historia de la ruina nacional.

    Cuando retorné a la patria después de la liberación muchas personalidades de diversos sectores me pidieron que les hablara sobre los combates efectuados durante la Lucha Armada Antijaponesa; entonces, siempre sacaba a colación el de Pochonbo. En consideración a los éxitos, muchas batallas fueron mayores que éste. Francamente, no causamos en él abundantes bajas a los militares y policías enemigos; empero, entre los principales combates de la Guerra Antijaponesa, siempre lo pongo en primer lugar, porque le otorgo especial importancia.

    Numerosas personas le prestaron interés a esa operación. Aunque no querían expresamente comprobar las pérdidas y daños del.

    enemigo, porque ya lo habían leído en periódicos, inmediatamente después del combate, todos tenían curiosidad acerca del motivo de ella. Por ejemplo, deseaban saber: ¿cuál era el objetivo que perseguía el ataque a Pochonbo?; ¿cuál fue la razón para escoger a Pochonbo entre decenas de villas y aldeas semejantes en las cercanías de la frontera?

    El objetivo consistió, con amplia visión, en establecernos precedente para el renacimiento de la nación, pero, de inmediato, entrar en una etapa decisiva, dar un salto cualitativo en la Lucha Revolucionaria Antijaponesa.

    La historia de la nación coreana estaba salpicada con sangre y lágrimas, arrancadas por los imperialistas japoneses. De ahí que nuestra nación emprendiera la guerra de resistencia contra ellos. El levantamiento en armas implicó la voluntad y el medio de lucha contra los japoneses escogido por los hijos de Corea. Bajo la consigna de la revolución democrática antimperialista y antifeudal impulsamos la Revolución Antijaponesa, tanto con la lucha armada, como creando organizaciones del partido, y desarrollando el movimiento del frente unido y el frente común antimperialista.

    Este proceso tropezó con muchas dificultades. Existían quienes exigían a los coreanos ceñirse a los intereses y la estrategia de su partido, recriminándoles por combatir con la consigna de la revolución coreana.

    Desde los primeros días pensamos en todas las cosas a partir de la revolución coreana. Aunque el cuerpo estuviera en tierras foráneas, el alma estaba vinculada a toda hora con la patria y los compatriotas. Todo lo que hicimos allí desde la segunda mitad de la década de 1920, fue, sin excepción, para la patria, para su liberación. Afirmamos categóricamente que luchar bajo la bandera de la revolución coreana constituía el legítimo deber y derecho para nosotros, los comunistas coreanos.

    En la Conferencia de Nanhutou discutimos fundamentalmente la cuestión de extender hacia el interior del país la lucha armada, además de otros asuntos.

    En ella, los comunistas coreanos expresamos la aspiración a hacer sonar un gran disparo en Corea. En otras palabras, deseábamos extender la esfera de nuestras actividades hacia el interior del país para vigorizar la revolución coreana. Hasta la primera mitad de los años 30 el escenario principal de nuestras operaciones fue la zona de Manchuria. Aunque frecuentábamos el interior del país antes y después de la fundación de la guerrilla antijaponesa, esto no pasaba de ser acciones limitadas.

    Nuestras actividades estaban, fundamentalmente, en la etapa de acumular fuerzas. El destacamento armado de los comunistas coreanos se amplió a un nivel tal que sus efectivos equivalían a varias divisiones. Si penetrábamos en el país con esas fuerzas, no existiría nada irrealizable. Si después de establecernos en el monte Paektu enviábamos a todas partes las unidades armadas, —una división al monte Rangrim, la otra al pico Kwanmo, otra al monte Thaebaek, otra al Jiri y así por el estilo—, con la misión de construir allí sus bases y golpear sucesivamente a los enemigos, podríamos hacer hervir, como una caldera de gacha, toda la Península Coreana y movilizar a los 23 millones de compatriotas hacia el campo de resistencia nacional. En resumidas cuentas, allanaríamos un ancho camino para alcanzar con nuestras fuerzas la anhelada liberación de la patria. Esto, que era objeto de reiterado debate en las conferencias efectuadas en Nanhutou, Donggang, Xigang y otros lugares, significó la histórica demanda nacional y el resultado del desarrollo de la revolución antijaponesa.

    En la primavera de 1937, en Xigang hicimos un balance de varios años de lucha armada y planteamos como tarea inmediata la marcha de grandes unidades hacia el interior del país, y para cumplirla tomamos disposiciones prácticas. Así fue como se proyectó una concreta operación militar encaminada a poner en movimiento a las fuerzas del Ejército revolucionario en tres direcciones: la unidad de Choe Hyon avanzaría a las zonas fronterizas septentrionales, a las riberas del Tuman, pasando por Antu y Helong después de abandonar Fusong; la otra, a las zonas de Linjiang y Changbai, y el grueso que yo mandaba marcharía hacia Hyesan y haría sonar un gran disparo, aprovechando que el ataque enemigo estaría concentrado en las otras dos unidades. El objetivo general era atacar las fuerzas estacionadas dentro del país. En realidad, las acciones de la segunda división que avanzaría hacia Linjiang y Changbai tendían, en última instancia, a apoyar desde atrás las operaciones de las dos unidades que irrumpirían en el interior del país. Por entonces, muchos habitantes tenían una especie de falsa imagen de la potencia del ejército japonés. Al ver que devoraba de un soplo a Manchuria, se asustaron sobremanera y pensaron que en el mundo no habría ningún otro capaz de vencerlo. E, incluso, existieron quienes decían que librar una guerra de independencia contra un poderoso país como Japón resultaba un acto tan absurdo e insensato como tratar de romper una roca con un huevo.

    A juzgar por diversos síntomas, era una realidad tan clara como ver una lumbre el que el imperialismo japonés extendería la guerra agresiva hacia el territorio principal de China. La confrontación chino-japonesa resultaba un problema de tiempo. A medida que el ejército japonés expandiera con denuedo las llamas de la guerra, se ampliaría todavía más el terror e ilusiones hacia ese “ejército imperial sin enemigo”. La falsa idea sobre la potencia del enemigo era como una droga que adormecía la conciencia revolucionaria. Para minimizar la acción de tal droga se necesitaba romper el mito. Había que demostrar en la práctica que, aunque poderoso, podía ser derrotado y aniquilado.

    Los cinco años de lucha armada que habíamos desplegado teniendo a Jiandao Norte y Jiandao Oeste como centro, hacían añicos el mito sobre Japón. Sin embargo, la rigurosa prohibición de informaciones y la propaganda tergiversada impidieron que los éxitos combativos de nuestro ejército llegaran, tal como eran, hasta las profundidades del país.

    En ese preciso momento, si irrumpíamos aquí con una gran unidad, resultaría que toda la tierra patria se estremecería de admiración y emoción, y los connacionales se alegrarían de tener un ejército capaz de derrotar al imperialismo japonés e independizar a Corea. La dignidad y el orgullo por la existencia del Ejército revolucionario que podía liberar a Corea, eran, justamente, la base de la fuerza y voluntad con que se movilizarían con denuedo los 23 millones de compatriotas en el frente de la restauración de la patria.

    Este era nuestro propósito estratégico, que estaba plasmado en las operaciones de avance al interior del país.

    Concentraba mi pensamiento en dos puntos: uno, en el orden militar, conmocionar a todo el país al atacar grandes puntos estratégicos, y el otro, preparar a todo el pueblo para la guerra de resistencia antijaponesa mediante el establecimiento de densas redes de organizaciones clandestinas, y de este modo, combinar, en el período decisivo de la liberación de la patria, la lucha armada y el levantamiento de toda la nación para derrotar al imperialismo japonés y alcanzar la independencia. Se trataba de una estrategia difícil que exigía derramar mucha sangre y sudor, empero, era una vía ineludible. Todas nuestras actividades en las zonas del Paektu y de Jiandao Oeste estaban subordinadas totalmente a esta estrategia.

    En vísperas del avance, presté mayor atención a conocer con claridad la situación de la patria. Sólo con lo que se publicaba resultaba imposible hacerlo. De ahí que conversara mucho con los trabajadores políticos clandestinos que regresaban del país. Según los casos, cité a miembros de la organización clandestina para preguntarles sobre la realidad. La información no se reducía a nuevas cifras estadísticas o sucesos sensacionales. Tanto de la situación en el mercado como de las quejas de las mujeres de las tabernas al borde del camino, podíamos reunir datos importantes que no nos daban los baratos artículos de periódicos venales.

    Entre esos datos al que mayor importancia concedimos fue a la tendencia de la población. Nuestra atención principal se dirigía a conocer qué le molestaba y qué pensaba.

    Si no me equivoco, esto sucedió en abril o mayo de ese año. Un miembro del grupo armado que había regresado de Manpho, luego de informarme de su trabajo, me contó lo que presenció en un monte:

    —Vi que unos niños, de diez años más o menos, con brazos y piernas tan flacos como palillos, recogían ramitas secas en el pinar. Les pregunté el porqué, y contestaron que por haber usado, involuntariamente, el coreano en la escuela, los habían vapuleado y recogían leña para pagar la multa. Todos eran del segundo curso de primaria.

    Y continuó diciendo que los chicos se quejaron de que el maestro japonés los golpeó en las piernas y espaldas con una espada de madera hasta ver verdugones, les echó cubos de agua y los obligó a ponerse en cuclillas, con esos recipientes encasquetados, en medio de la cancha durante largas horas, imponiéndoles finalmente hasta pagar multas. En la clase de ellos, quien hablara en coreano una, dos y más de tres veces, se le aplicaban, respectivamente, cinco y diez jones de multas y la expulsión de la escuela. En otros planteles y clases aún no existía tal reglamento; sólo en la de dicho maestro japonés los alumnos se veían obligados al “uso de la lengua materna”.

    No había por qué asombrarse tanto de que los japoneses impusieran multas a los niños que hablaran en coreano. ¿Qué no harían quienes se habían tragado por entero a nuestro país? Antes que eso oía decir con frecuencia que las autoridades de la gobernación general de Corea se empeñaban en imponer a los coreanos el empleo del idioma japonés. Ya a finales de 1931 habían prohibido con métodos coercitivos el uso de la lengua coreana en una escuela primaria de la provincia Kyongsang del Norte. Y en la primavera de 1937, emitieron la directiva de formular en japonés los documentos oficiales en todas las oficinas gubernamentales coreanas.

    Todo fue inevitable bajo su dominación. No resultaba inesperado. Sin embargo, yo no podía contener la creciente indignación.

    Si el hombre pierde hasta su idioma, esto lo convierte en un tonto carente de facultad cognoscitiva y en ese caso la nación deja de ser tal. La identidad de la sangre y la lengua constituye el más importante atributo de la nacionalidad, lo cual es reconocido en el mundo.

    Puede afirmarse que el idioma es el espíritu de la nación. Por eso, prohibirlo y suprimirlo es un acto tan inhumano como cortarle la lengua a todos los miembros de la nación y aplastar su espíritu. Lo que queda para una nación privada del territorio y el poder estatal no es más que el idioma y el espíritu.

    Los imperialistas japoneses trataron de convertir a toda la nación en cadáveres con la sola facultad de respirar. La esencia de la “japonización de los coreanos” no consistía en hacer de éstos “ciudadanos de primera categoría” como los japoneses, para alimentarlos con arroz blanco, sino transformarlos en siervos que cada mañana hicieran “reverencias hacia el palacio imperial”, “rezaran en el santuario” y recitaran el “juramento de ciudadano del imperio”.

    La privación del idioma no constituía un problema que se limitara a la desgracia y el sacrificio de unas cuantas personas, sino una cuestión relacionada con el destino de todos nuestros compatriotas. Se igualaba a una masacre, era como decapitar de un sablazo a 23 millones de compatriotas, colocados en una sola fila.

    Resultaba sabido que la primera característica de los colonialistas era el salvajismo, la codicia y la desvergüenza; todos los que usurparon a otros países fueron, sin excepción, feroces, astutos, cínicos y desalmados, independientemente de su nacionalidad y color de piel. Mas, nunca conocí de colonialistas tan cínicos y desvergonzados que arrebataran hasta el idioma y el alfabeto a otra nación y le obligaran a rezar ante el santuario de su religión.

    ¡Qué desastroso destino el de nuestra nación!

    La información que trajo el miembro del grupo armado me hizo hervir la sangre.

    “Avanzaremos cuanto antes hacia la patria y le demostraremos al enemigo lo capaces que somos y que la nación coreana no está muerta, que no renuncia en absoluto a su lengua y alfabeto; que no reconoce que “Japón y Corea son del mismo tronco” ni que “los japoneses y coreanos descienden de la misma cepa y raíz” y rechaza su “japonización”; que sigue resistiendo, arma en mano, hasta que sea derrotado Japón. Será tanto mejor cuanto más rápidamente se realice esta decisión”, pensé.

    A comienzos de mayo de 1937 me llegó otra sorprendente noticia desde el país. Recibí el número especial del periódico Maeil Sinbo que informaba detalladamente de la detención de Ri Jae Yu, gigante del movimiento comunista coreano. Se le destinaban cuatro planas enteras y allí estaba escrito con demasiado detalle el proceso de su séptimo arresto por la policía, tras haber logrado escapar por sexta vez. En el periódico se decía, en tono triunfalista que Ri Jae Yu era la “última posición del movimiento comunista coreano en destrucción”, o el “último as en los 20 años de la historia de éste” y que con su arresto ese movimiento llegaba definitivamente a su fin.

    Desde sus comienzos, la política burguesa encarna en sí un engaño de signo intelectual, pero, en el caso del periódico oficial que se desempeña como su sirviente, es una ley que detrás de sus carácteres siempre tiene oculto el designio de la clase dominante. Y no era una excepción ese número especial del Maeil Sinbo. A primera vista saltaba como una farsa que los viejos intrigantes, entregados al anticomunismo como a su oficio, inventaron encerrados en un cuarto interior de la gobernación general.

    Verdad es que Ri Jae Yu era un comunista renombrado. Oriundo de Samsu, fue a Japón y se costeó allí sus estudios trabajando; luego participó en el movimiento obrero. Después que retornó a la patria se dedicó al movimiento comunista en Seúl, como escenario de sus actividades; principalmente se encargó de la organización del Sindicato Rojo del panPacífico y frecuentaba hasta la zona de Hamhung para dirigir el movimiento sindical y de asociaciones campesinas de diversas localidades.

    Según rumores, tenía coraje, habilidad para improvisar y arte para disfrazarse, gracias a lo cual siempre que lo detenían lograba escaparse. El periódico decía que caía definitivamente el telón del movimiento comunista coreano porque era imposible que él se fugara otra vez.

    Realmente, la obstinada represión y la propaganda intrigante del imperialismo japonés contra el movimiento comunista creaban confusión en la mente de muchas personas. En este sentido, daban un gran resultado. La desorganización del Partido Comunista por reiteradas detenciones y el rumor sobre el fin de las actividades de unos cuantos comunistas sobrevivientes con motivo del arresto de Ri Jae Yu, provocaron una indecible desesperación y sentimiento de frustración. Hasta entre los estudiosos del movimiento comunista se daban muchos casos de que, presa del sentimiento de inutilidad, se mostraban desanimados.

    Considero que el enemigo había escogido un correcto blanco, que consistía en desarmar espiritualmente a la nación coreana. No dejó de emplear ninguna palabra melosa o violenta para alcanzar este objetivo.

    Los imperialistas nipones, por una parte, amenazaban con fusiles preguntando si querían obedecerles o morir, y por la otra, engatusaban con dulzura, diciendo: “Puesto que Japón y Corea ‘son del mismo tronco’ y ‘los japoneses y coreanos descienden de la misma cepa y raíz’, vamos a rezar juntos en el santuario”; “En Manchuria se ha abierto un ‘reino de felicidad’ y la ‘colaboración armoniosa de las cinco nacionalidades’, y en Japón les espera un edén cubierto en flores de cerezo; vayan allí para hacerse ricos”; “Una vez convertido en ciudadano del gran Japón, cultive el algodón en el Sur y críe ovejas en el Norte, dominando así toda el Asia”.

    La mayor tragedia que amenazaba a la nación estribó, precisamente, en el desarme espiritual. Todos los medios del imperialismo japonés, desde el organismo dictatorial hasta los discos de canciones de moda, se centraban en eliminar a Corea y extirpar de raíz su espíritu nacional. La patria se convirtió en un infierno inhabitable. En la Corea del Oriente reinaba una interminable obscuridad tan densa como una noche tenebrosa, que no clareaba con el paso de los días y meses.

    Si no acabábamos con esa larga noche de esclavitud y humillación, ¿cómo nos atreveríamos a llamarnos hombres hechos y derechos de Corea? Avancemos cuanto antes hacia la patria e insuflemos vida al espíritu nacional que languidece en medio de la prolongada pesadilla.

    Este era el pensamiento que llenaba la mente de nuestros comandantes y soldados cuando preparaban la marcha hacia la patria. Tras atravesar Tianshangshui y Xiaodeshui, llegamos, a mediados de mayo, a la meseta Diyangxi, donde reajustamos las filas y efectuamos disímiles labores de agitación para el avance hacia el país. Por otra parte, llamé a Pak Tal para preguntarle en detalle sobre la situación dentro del país.

    Me dio una noticia asombrosa: las fuerzas enemigas de vigilancia fronteriza habían emprendido una gran marcha desde la dirección de Hyesan y Kapsan hacia el norte, para llegar a Musan a donde se dirigía la unidad de Choe Hyon. Si resultaba correcto el parte, la unidad de Choe Hyon no podría evitar caer en el cerco. Desde luego, habíamos previsto tal situación, pero nunca imaginado que el enemigo reaccionaría tan inmediatamente ante el movimiento del Ejército revolucionario.

    Por abril de 1937, después de la Conferencia de Xigang, Choe Hyon se había ido hacia la zona de operaciones al frente de su unidad. Antes de su partida, le aconsejé que cuando llegara a Antu tuviera cuidado con la unidad de Ri To Son, la más feroz de las “tropas punitivas” en la región de Manchuria.

    Cuando llegó por primera vez a Antu, éste sirvió como jefe de la guardia privada del gran terrateniente Shuang Bingjun en Xiaoshahe. Por entonces, oí con frecuencia hablar de que llevaba una vida depravada y reprimía cruelmente, con bayonetas, a los arrendatarios. Después que fue atacado sorpresivamente en algunas ocasiones por la guerrilla, dijo que los pobres, sin excepción, eran partidarios del partido comunista y asaltó sin justificación caseríos, quemándolos o cortándoles la cabeza a sus pobladores. Entre éstos no cesaban las quejas contra Ri To Son.

    Los imperialistas japoneses, al conocer su bestialidad como lacayo de primera clase, lo nombraron jefe de la “unidad de castigo” de Antu, dependiente del cuartel general de la guarnición de la región de Jiandao. Era una hueste compuesta con tunantes, procedentes de la clase propietaria, que sentían rencor hacia la revolución. Su distintiva habilidad consistía en que no dejaba con vida a los adversarios con que se tropezaba. Era un famoso tirador, reconocido tanto por el enemigo como por nosotros.

    Choe Hyon avanzó hacia el norte cruzando escarpados cerros, y en medio de sucesivos combates atrajo los enemigos a un profundo valle de Fusong, y, de pronto, cambió el rumbo y se presentó en la zona de Antu. En Jincang la unidad tropezó con una dificultad: El río que debía cruzar estaba desbordado. Mientras descansaba la unidad, algunos guerrilleros improvisaban un puente. Cuando los demás acababan de caer en un profundo sueño, la tropa de Ri To Son se abalanzó inesperadamente sobre ellos y empezó a disparar. En terreros de la mina de oro, entablaron un fuerte tiroteo.

    En este combate cayó Zhou Shudong. Al principio, el enemigo tomó la iniciativa en el ataque, empero, Choe Hyon, quien lo sustituyó en el mando de la unidad, enmendó con rapidez la desfavorable situación y propinó un fuerte contraataque. Cuando la contienda estaba en su apogeo, los mineros gritaron que Ri To Son huía. Parece que conocían bien su rostro. Los guerrilleros lo persiguieron y mataron con una ráfaga de ametralladora. La unidad aniquiló a los adversarios, persiguiéndolos seis kilómetros.

    La batalla en Jincang fue famosa porque posibilitó que el pueblo se desquitara de su odio. Los periódicos de aquel tiempo insertaron con letras mayúsculas la noticia de que Choe Hyon había eliminado a Ri To Son y diezmado a su “unidad de castigo”. Choe Hyon fue, desde los primeros momentos, un renombrado combatiente. Sin embargo, durante el avance de su unidad hacia la zona de Musan también se produjeron dolorosas bajas. Perdieron a Ri Kyong Hui, la llamada “Flor de la Cuarta División”.

    La novedad de su muerte hizo llorar a todos.

    Su patriótica familia, completa, entregó su vida a la revolución. A edad tierna, perdió a sus hermanos mayores, tíos y a su abuela. Su padre era guerrillero. También ella se incorporó a las filas armadas para vengar a sus seres caídos. Inicialmente, los comandantes no querían admitirla, tomando en cuenta que además de ser pequeña, no quedaría nadie de su familia si hasta ella tomaba las armas. Sin embargo, no pudieron negarse ante la insistencia de la muchacha y finalmente la aceptaron.

    Si sus compañeros de armas la atendieron con cariño como a su propia hija o hermana menor, llamándola “Flor de la Cuarta División”, fue porque, además de ser muy hermosa y simpática, tenía habilidad para trabajar y era generosa. Su cantar y baile, sus virtudes distintivas, eran orgullo de la unidad. Cuando ingresó en la guerrilla, el comandante le dio una pistola, considerando que no era apropiado un fusil para una muchacha tan pequeña y debilucha. Esto no le gustó y siempre portaba una carabina. Cuando bailaba con el fusil al hombro, sus compañeros de armas solían solicitar otra, aplaudiéndola.

    Poseía un asombroso don para avivar el ambiente de la unidad. Por ejemplo, si veía a un guerrillero malhumorado o triste, se le acercaba sin cumplidos y le hacía reir con cariñosos arrumacos. Y si empezaba a bailar o cantar, también los guerrilleros desplomados de cansancio recobraban el ánimo y se levantaban. Además, tenía maestría en coser y bordar. Las tabaqueras confeccionadas por ella eran objeto de aprecio y un orgullo para todos. Decían que hasta las ásperas yerbas se convertían en sabrosas comidas, si pasaban por sus manos.

    En los enfrentamientos contra las “unidades punitivas”, siempre escogía adrede su posición en lugares apartados de sus compañeros y contaba el número de enemigos que tumbaba con puntería. En una batalla causó no menos de seis bajas. Mientras cargaba el arma, huyeron dos o tres adversarios, por lo cual, según dicen, lloró indignada, con los labios apretados.

    Después de la batalla de Pochonbo, cuando las unidades que habían actuado en tres direcciones, se reencontraron en Diyangxi y celebrábamos un acto conjunto de guerrilleros y habitantes, Choe Hyon, enjugándose las lágrimas con el pañuelo, me informó sobre el último momento de Ri Kyong Hui. Al ver que un hombre como un tigre lloraba en silencio, sentí vivo cuánta pérdida significaba su muerte para nosotros.

    Contó que cuando levantaba en brazos a la muchacha gravemente herida, chorreaba indeteniblemente la sangre por entre sus dedos.

    “¿…Verdad que estamos en la tierra patria? Soy afortunada, pues la pisé. Combatan bien en lugar mío.”

    Estas fueron sus últimas palabras a sus compañeros antes de morir sobre el pecho de Choe Hyon.

    Tiempos después, el enemigo asesinó a su padre en la zona de

    Hoeryong, adonde fue con la misión de trabajar en el interior del país. Así se enterraron en la patria el padre y la hija. Después de la liberación envié a Musan a sus viejos compañeros para encontrar sus restos, pero no lo lograron pese a ingentes esfuerzos. Porque en su memoria era borroso el lugar donde ella cayó y, además, se enterró sin túmulo por falta de tiempo.

    Así avanzamos hacia la patria, sobre senderos impregnados de sangre de los compañeros de armas.

    La unidad de Choe Hyon llegó a la zona de Pulgunbawi, en Musan y, tras haber golpeado a los enemigos, se replegó a la región de Manchuria para luego asaltar el depósito No.7 de la empresa maderera japonesa de Sanghunggyongsuri al sureste del monte Paektu y trasladarse, como un relámpago, hacia el monte Pegae. Las unidades de la guarnición especial enemiga, policías y soldados estacionados en Hyesan, Hoin, Sinpha y otros lugares, se marcharon de prisa rumbo al monte, siguiendo el camino de vigilancia de la frontera. Choe Hyon nos envió un enlace para comunicarnos sucintamente la situación en que se encontraba su unidad. Empero, no pedía ayuda. Lo hizo para que tomáramos en cuenta el movimiento del enemigo al trazar el plan de operaciones. Siempre fue un hombre que no se detenía ante las dificultades.

    No cabía duda de que el veterano combatiente Choe Hyon se sobrepondría a todo trance a la situación adversa. Sin embargo, no podíamos mantenernos optimistas ante el giro de las circunstancias de combate. El inesperado hecho ejerció una seria influencia sobre nuestra operación. El momento exigía que buscáramos una táctica singular para acometer a la vez, el rescate de la unidad de Choe Hyon que se veía en el peligro de caer en un asedio total, y el avance hacia el interior del país.

    Reuní a los comandantes y les planteé los siguientes problemas:

    “… La cuarta división se encuentra cercada. Choe Hyon dice que puede librarse del asedio con sus fuerzas, pero, ¿debemos permanecer de brazos cruzados, confiando en su decisión?; si esta no tiene garantía sólida, ¿qué hacer?, ¿tenemos que salvar primero a la unidad de Choe Hyon, postergando la marcha a la patria, o viceversa?; si tampoco son apropiadas estas alternativas, ¿es correcto dividir las fuerzas de nuestra unidad principal para cumplir simultáneamente las dos operaciones?; para salvar el destacamento de Choe Hyon, ¿qué punto dentro del país sería ideal para atacar? …”

    Todos me miraron tensos. Los dos problemas eran, por igual, urgentes y serios, razón por la cual el debate fue acalorado. A grandes rasgos las opiniones de los comandantes pueden sintetizarse en dos grupos.

    Uno, el de salvar primero a la unidad de Choe Hyon atacando desde atrás a los adversarios trasladados al norte, y después, tras observar el desarrollo de la situación, realizar la marcha hacia la patria en un tiempo apropiado, opinión que fue rechazada por muchos . Desde luego, esa operación podría ganarse, pero, nuestra unidad, la principal, podía ser cercada por los que, al sonar nuestro tiroteo, nos caerían arriba como una avalancha, desde las zonas norteñas de Corea y de Jiandao Oeste, por el camino allanado con este objetivo.

    El otro consistió en atacar sin tardanza, según el plan, Hyesan, primera avanzada de la frontera, porque la tropa de Choe Hyon era combativa y podría burlar el cerco a toda costa, y con sus fuerzas. Entonces, se insistía, el enemigo sorprendido renunciaría al asedio contra la unidad de Choe Hyon y acudiría al lugar de los disparos.

    Tampoco fue aceptado por razón de que tenía fallos: si bien era verdad que esa unidad tenía fuerte combatividad, existía la duda de que, por sucesivas batallas y la marcha, hubiera perdido capacidad para romper el cerco, además, no había seguridad en que el asalto del grueso a Hyesan contribuiría a hacer que el enemigo en marcha al norte, hacia la zona Musan, a gran distancia de esta ciudad, abandonara el cerco para volver.

    Entonces, propuse una solución que fusionaba las dos expuestas:

    —… Tenemos que avanzar a todo trance hacia el interior del país. En esta operación no puede haber cambio ni renuncia. Además, debemos salvar pronto la unidad de Choe Hyon. No podemos dejar en una trampa de muerte a los camaradas revolucionarios por darle importancia a la marcha hacia el país. Entonces, ¿cuál es la salida? Consiste en atacar un punto dentro del país para alcanzar a la vez esos dos objetivos…

    Al escuchar “un punto”, los comandantes no ocultaron su curiosidad. Por todos preguntó Ri Tong Hak cuál era ese “punto”.

    Indicando el mapa, continué:

    —Al escoger ese punto debemos considerar los aspectos siguientes: no ha de estar muy lejos del monte Pegae donde se encuentran concentradas las fuerzas enemigas, sino, al contrario, cerca, ante sus narices. Sólo así, nuestra marcha hacia el interior del país surtirá efectos en ambos sentidos. El punto importante más cercano al monte Pegae es Pochonbo que se halla entre éste y Hyesan. Sólo si lo atacamos, los enemigos reunidos al lado del Pegae, amenazados por el peligro de caer en un contracerco entre nuestro grueso y la unidad de Choe Hyon, pueden renunciar al acoso y asedio y retirarse de la posición ocupada. Además, es posible provocar tan fuerte repercusión en el interior del país como si atacáramos Hyesan y alcanzar así con satisfacción el objetivo del avance hacia éste. La llave para salir del problema es atacar a Pochonbo.

    Los comandantes asintieron con la cabeza.

    A continuación, les pregunté:

    “… Para asaltar a Pochonbo, hay que calcular varias cosas: primero, ¿podemos efectuar un ataque relámpago en que varios centenares de guerrilleros deben burlar en un santiamén la densa red de vigilancia fronteriza y caer sobre el enemigo para replegarnos con igual rapidez?; segundo, ¿es posible una poderosa y rápida agitación y propaganda política, ya que la batalla no es un simple intercambio de disparos, sino persigue como objetivo principal dar confianza en la victoria a los habitantes del interior del país?; y tercero, ¿es dable crear en esta ocasión, según nuestro deseo, un ejemplo de operación conjunta de las fuerzas del Ejército revolucionario y las organizaciones clandestinas para alcanzar un objetivo común?”

    Volvió a reinar un ambiente tirante entre los comandantes, porque, creo, las tres cuestiones presentaban difíciles requerimientos.

    En ese instante, la voz de Kwon Yong Byok rompió el silencio dejando una estela grave:

    —Camarada Comandante, tenemos posibilidades. Denos la orden.

    —¿Hay garantía?

    Le pregunté rápido, aunque conocía que la respuesta sería afirmativa.

    —Sí, la tenemos. Pochonbo es la tierra patria. ¿No es verdad?

    Me pareció que no lo había escuchado con mis oídos, sino que yo mismo lo había gritado. ¿Cómo se pudo identificar tanto su sentimiento con el mío? Con seguridad otros contestaron de la misma manera para sus adentros. Realmente, era una respuesta que gobernaba la mente de todos nosotros.

    ¿Por qué los comunistas coreanos siempre triunfantes aun en medio de la lluvia y las ventiscas de tierra extraña, no venceríamos en la amada patria que nos dio vida y espíritu?

    La reunión fue corta, pero en ella discutimos muchos asuntos. Sin embargo, sus detalles fueron sepultados con el paso del tiempo. Lo que queda fresco aún en mi memoria, es sólo la voz de Kwon Yong Byok, cuando gritó con fe: “Pochonbo es la tierra patria. ¿No es verdad?” En vísperas de la histórica marcha hacia el interior del país, tuvimos en la mente la tristeza del esclavo, privado de la gran existencia que es la patria.

    

    

    

    

    2. Las llamas de Pochonbo (2)

    

    

    En Diyangxi, Shijiudaogou, en el distrito Changbai, reestructuramos las filas para el avance hacia el interior del país y vestimos de verano a todos los guerrilleros. Una larga columna bien uniformada abandonó el lugar. Francamente, no hubo tiempo en que nos vistiéramos mejor que entonces.

    Nuestra marcha no fue un simple desplazamiento táctico, sino para despertar con altos disparos a la tierra patria. Durante varios años la preparamos los comunistas coreanos, derramando sangre, mientras indignados por la ruina del país, bregamos a brazo partido para rescatarlo, bajo el cielo de tierra extraña. Fue así como, con el sentimiento de quien va a ver a sus añorados padres al cabo de larga separación, habilitamos con los mejores vestuarios y equipos a los combatientes del Ejército revolucionario para que, ante el pueblo de la patria, hicieran gala de su porte.

    Entre los uniformes que habíamos usado muchos habían sido confeccionados por gusto. Por lo general, de hacerlos se encargaba el grupo de sastres de la guerrilla, pero si no le alcanzaban los brazos, movilizaban hasta mujeres del poblado, por tanto, algunos resultaban defectuosos. Se veían, incluso, aunque raramente, atavíos abigarrados, formados por ropa de civil y militar.

    A la par que decidí avanzar hacia la patria, concebí la idea de vestir a todos los miembros de la unidad con un uniforme de nuevo tipo, que se confeccionaría según uno diseñado por la Comandancia. La gorra tendría una estrella roja y la chaqueta llevaría insignias. Para los hombres se prepararían pantalones de montar ligeramente modificados de modo que les facilitaran los movimientos, y para las mujeres faldas tachonadas o pantalones. La chaqueta, para ambos sexos, llevaría el cuello abrochado como las anteriores.

    Desde Yangmudingzi enviamos a Changbai a los integrantes de la sastrería y otros de la intendencia con la misión de confeccionar 600 uniformes. No estábamos en condiciones de prestar atención a cosas como esas, porque a duras penas caminábamos hacia Fusong desafiando todo tipo de peligro. Lo que más nos apremiaba, eran las provisiones aunque sólo fuera para una o dos raciones, y no los uniformes. Así y todo, organizamos la confección de centenares, previendo el próximo avance hacia la patria.

    El cumplimiento de esta tarea les impuso un verdadero suplicio a O Jung Hup y Kim Ju Hyon.

    Los sufrimientos que el grupo de intendencia, mandado por O Jung Hup, pasó en el camino de Xigang a Changbai, los recordaron y confirmaron varios exguerrilleros, aunque no se conocen del todo. Cuando emprendimos la marcha hacia el norte, rumbo a Fusong, llevamos cereales conseguidos en el combate de Limingshui. Sin embargo, el grupo de O Jung Hup tuvo que partir sin siquiera llevar un gramo. Sus miembros tenían un hambre lobuna y perdían fuerza en tal grado que resultaba difícil dar un paso. Con agua sólo podían resistir uno o dos días, pero no burlar indefinidamente el hambre. Al final, ellos se dirigieron a Duantoushan, pensando que comerían una cabeza de res enterrada al terminar el combate que tuvo lugar allí.

    Llegaron al destino, pero, por desgracia, encontraron sólo huesos, la carne la habían devorado animales del monte. Pese a todo los hirvieron y tomaron caldo, lo cual les restituyó algo de fuerzas.

    El hambre volvió a atacarles. También, el frío les amenazó con la muerte. Sus uniformes se rompían irreparablemente por el hielo hecho en la nieve como filo de cuchillo y partes de sus cuerpos quedaban expuestas al aire que las helaba.

    Si hubieran olvidado siquiera por un segundo esa grande y próxima causa del avance hacia la patria, probablemente no se habrían levantado más, yacerían para siempre en uno de los montes nevados de Fusong o Changbai.

    Tiempos después, Kim Ju Hyon expresó: Cuando el grupo de intendencia de O Jung Hup llegó a Xiaodeshui, no podía ver, sin llorar, el aspecto terrible y trágico que tenía. Apenas respiraban; les acogieron los pobladores de Xiaodeshui, quienes los vistieron con ropas nuevas, cortándoles los jirones con las tijeras; tuvieron que desinfectar primero con agua salobre las heridas con sangre congelada que les cubrían todo el cuerpo; O Jung Hup y sus compañeros sufrieron sabañones.

    No obstante, tan pronto como volvieron en sí, se sentaron ante la máquina de coser. Los miembros de la ARP y demás moradores de Xiaodeshui se ofrecieron como por emulación para curarlos; ellos y los guerrilleros, unidos en una sola alma y voluntad, consiguieron el tejido para los 600 uniformes y concluyeron su confección.

    Pak Yong Sun me contó que cuando escribía lo que habían sufrido los guerrilleros y habitantes en Chechangzi durante la Lucha Revolucionaria Antijaponesa, omitió lo más duro, porque le parecía que si lo decía tal como era probablemente no lo creyeran los de las nuevas generaciones; creo que tenía razón. A quienes no lo experimentaron en carne propia, les sería difícil comprenderlo con exactitud, aunque pusieran en pleno juego su capacidad de imaginación.

    En una ocasión, leí en una revista militar de la Unión Soviética que el patriotismo soviético estaba definido como meollo de su ideología militar. Opiné que el criterio de las personas de ese país era justo al considerar como tal el patriotismo socialista. También la ideología militar que está plasmada en el carácter y las actividades del Ejército Revolucionario Popular de Corea tenía la médula en amar a la patria y al pueblo. Siempre orientamos a los guerrilleros antijaponeses a ser, en cualquier momento y lugar, auténticos libertadores y abnegados defensores de la patria y el pueblo. No reparar en morir y convertirse en un puñado de tierra en aras de la patria: he aquí, la esencia del patriotismo que regía la vida de la Guerrilla Antijaponesa.

    Fue a finales de mayo cuando O Jung Hup apareció en Diyangxi, llevando los 600 uniformes, hechos a costa de sangre y sudor de los combatientes. Los expedicionarios, estrenándolos, abandonaron Shijiudaogou a comienzos de junio de 1937 y, pasando por Ershidaogou, Ershiyidaogou y Ershierdaogou, llegaron a un lugar desde el cual se contemplaba cerca Kouyushuishan. El guía era Chon Pong Sun, procedente de Shijiudaogou. Nos advirtió que la elevación de enfrente era el rellano Jebi y que estaba frente a frente a Konjangdok, en la patria, con el río Amnok por medio.

    La unidad permaneció algún tiempo en la aldea de Kouyushuishan y luego escaló Jebi en la madrugada del 3 de junio. Parecía que altos y bajos montes de la patria se empinaban como si nos acogieran con alegría.

    En el rellano la unidad se repuso del cansancio del viaje. Kim Un Sin y otros miembros del grupo de avanzada marcharon al embalse de Kouyushui para improvisar un puente con almadías. Cruzamos el Amnok por la noche del 3 de junio.

    Mientras los guerrilleros lo atravesaban, sentí contra mi voluntad que me envolvía una gran tensión. Se decía que el enemigo vigilaba con tanto rigor y cuidado la frontera, que había dispuesto cuatro líneas, no satisfecho con dos o tres. Y en las más de 300 estaciones y puestos de policía establecidos allí se encontraban ubicados miles de efectivos represivos. También su movilidad era considerable. La estación policíaca de Hyesan organizó un llamado cuerpo de vigilancia especial de la frontera y lo enfrentó al Ejército Revolucionario Popular de Corea para impedir su irrupción en el interior del país. Más tarde, Ogawa Shuichi, su jefe, confesó que este cuerpo fue creado como unidad élite con la misión principal de “castigar” a la guerrilla.

    En la zona fronteriza, alrededor de los edificios de las estaciones y puestos estaban abiertas las trincheras y levantados los fortines con barreras artificiales como muros de barro, alambres o cercas de madera, y en los lugares necesarios se veían instaladas atalayas o túneles de comunicación. La guarnición policíaca de la provincia Phyong-an del Norte contaba con un avión y dos lanchas con motor equipadas de ametralladoras, e incluso, tenía reflectores como para vigilar hasta los movimientos de ratones y aves, para no hablar ya de los hombres. También la de la provincia Hamgyong del Norte contaba con una lancha con motor. Además, circulaba el rumor de que a todos los organismos de policía en las cuencas del río se les distribuían ametralladoras, reflectores, binoculares y cascos. La situación era tal que parecía casi imposible que una gran unidad penetrara en el país.

    No obstante, esa tremenda vigilancia fronteriza no pudo hacernos vacilar.

    El embalse de Kouyushui nos propició el cruce del río con su bulliciosa corriente. Parecía que ese ruido estaba resumiendo las múltiples anécdotas de la tumultuosa historia de Corea contemporánea.

    Sin perder tiempo, escalamos Konjangdok. Era una colina, cubierta de un denso bosque. Allí ubicamos centinelas y estuvimos una noche.

    A la mañana siguiente, en el bosque de Konjangdok comenzamos la preparación del combate: redactamos llamados, hojas volantes y proclamas; convocamos a una reunión a los comandantes, y organizamos la exploración. Lo más importante era ratificar sobre el terreno los datos acerca de la situación del enemigo. Confié esta misión a Ma Tong Hui y Kim Hwak Sil y los envié a Pochonbo. Se disfrazaron de un matrimonio de campesinos humildes. Y con pretextos adecuados, entraron en diversos organismos enemigos y soltaron disparates, recogiendo datos. Exploraron tan minuciosamente que obtuvieron hasta la información de que esa noche se ofrecería un banquete de despedida en honor al responsable de la empresa de protección forestal quien se trasladaba a otro lugar.

    Habíamos conseguido suficiente información sobre Pochonbo por diversos canales. Teníamos una visión tridimensional de la situación enemiga, valiéndonos de la línea de Kwon Yong Byok, Ri Je Sun y Pak Tal.

    Al hacerse de noche, descendimos Konjangdok. Tan pronto entramos en la villa, dividimos la unidad en varios grupos y los situamos en sitios determinados.

    Establecí el puesto de mando bajo un álamo, a la entrada de la calle, que distaba 100 metros más o menos del puesto policíaco, blanco principal de nuestro ataque. Se decía que no había casi ningún ejemplo de combate en las ciudades en que el puesto de mando se hubiera instalado tan cerca de las calles. Fue una característica importante de la batalla de Pochonbo. Los miembros del mando sugirieron que me estableciera algo más apartado, pero no lo acepté, pues mi deseo era estar en un sitio desde donde pudiera abarcar de una ojeada cada momento del combate y acrisolarme en él.

    No he podido olvidar la imagen de los que en aquella hora jugaban al ajedrez en el patio de una casa campesina, no muy distante del puesto de mando. Si hubiera estado allí para actividades clandestinas, hubiera cruzado palabras con ellos e inmiscuido en las jugadas.

    A las diez en punto, alcé la pistola y apreté el disparador.

    Todo lo que quise hablar a los compatriotas del interior del país durante más de diez años, se esparcía por la villa envuelta en la noche, llevado por un disparo. Como lo cantaban poetas, éste era un saludo que dirigíamos a nuestra madre patria por el encuentro y una señal que llamaba al tribunal de castigo a los bandidos imperialistas japoneses.

    De inmediato, por todas partes sonaron estrepitosos tiroteos y se destruían organismos enemigos. El golpe principal se dirigió al puesto de policía, guarida de los agentes del lugar y baluarte de toda clase de represiones y atrocidades. La ametralladora de O Paek Ryong vomitó, sin piedad, rabioso fuego contra las ventanas del edificio. Ateniéndonos a la información de que muchos adversarios se reunirían en la empresa de protección forestal, la atacamos con fuerza. En un instante, toda la villa quedó patas arriba. Los enlaces venían corriendo unos tras otros adonde yo estaba y me ponían al tanto del estado de la batalla. Entonces les repetí que transmitieran mi orden de no causar ningún daño a los habitantes.

    Pronto se levantaron aquí y allá remolinos de fuego, lamiendo de una vez los edificios del ayuntamiento cantonal, correo, empresa de protección forestal, la sede del cuerpo de bomberos y otros diversos organismos gubernamentales. Toda la villa se iluminaba como un escenario alumbrado por reflectores de gran tamaño.

    Durante el registro de la oficina de correos, nuestros guerrilleros descubrieron una caja metálica llena de gran cantidad de monedas japonesas. Cuando se retiraban, las arrojaron por distintos lugares de la villa. También era muy impresionante la imagen de O Paek Ryong, quien estaba loco de alegría por conseguir una ametralladora con la inscripción “Asociación de mujeres patrióticas” en el asalto al puesto policíaco.

    Detrás de Kim Ju Hyon entré en el centro de la ciudad. De cada callejuela empezaron a llegar personas. Cuando comenzaron los disparos, no se atrevieron a salir, pero, al escuchar las consignas lanzadas por nuestros agitadores salieron en tropel desde distintos rincones. A este respecto, el poeta Jo Ki Chon expresó: “… el gentío alborotado se desborda como un mar agitado”, lo cual considero una descripción muy apropiada.

    Cuando la muchedumbre rebullía envolviéndonos, Kwon Yong Byok acercó su boca a mi oído y me dijo en voz baja: “De todas maneras, usted debería pronunciar un discurso como saludo a los compatriotas del interior del país”.

    Miré hacia los congregados y sentí que sus ojos brillantes como estrellas se dirigían hacía mí a la vez.

    Me quité la gorra y, agitando una mano en alto, pronuncié una arenga antijaponesa, permeada de inconmovible convicción en la victoria.

    Al final les dije: “¡Compatriotas! Volveremos a vernos el día de la liberación del país”.

    Luego abandoné el patio del ayuntamiento cantonal envuelto en llamas, mas, no pude contener la aflicción del corazón. Esta era tan aguda como si me cortaran la carne con un cuchillo. Nosotros dejábamos, cada cual, una parte del corazón en esa pequeña ciudad fronteriza. Estas dos partes separadas lloraban en silencio ante la despedida.

    Cuando la unidad escaló Konjangdok, surgió algo inesperado: los guerrilleros se dispersaron sin siquiera recibir la orden y metían en el macuto un puñado de tierra. Tampoco los comandantes se quedaban a la zaga en hacerlo.

    Un puñado de tierra era demasiado pequeño, comparado con los 220 mil kilómetros cuadrados del territorio nacional, mas lo abarcaba junto con los 23 millones de compatriotas, es decir, era tan precioso como la patria entera.

    “Aunque hoy hemos asaltado una sola villa, mañana serán cientos, miles. Ahora nos llevamos un puñado de tierra, pero mañana liberaremos todo el país y daremos ‘vivas’ a la independencia”, nos dijimos así mientras cruzábamos el Amnok.

    El de Pochonbo fue un pequeño combate que tuvo lugar sin cañones, aviones ni tanques. Un simple asalto con fusiles y ametralladoras combinado con arengas. No hubo muchas bajas. Nuestra parte no tuvo ninguna.

    Por ser tan unilateral, no satisfizo a algunos guerrilleros; no obstante, fue una operación que cristalizó en un grado supremo la exigencia de la guerra de guerrillas y que estuvo bien ensamblada, de manera tridimensional, en cuanto a la definición de su objetivo y de la hora del ataque; el aseguramiento de la sorpresa y la combinación con él de una excitante agitación a la luz de las llamaradas, la dinámica propaganda, y los demás procesos.

    El valor de una guerra o un combate no se determina sólo por su significado militar, sino también por el político. Creo que si uno conoce que la guerra es la continuación de la política que se lleva a cabo por otro medio, comprenderá con facilidad esa verdad. En este sentido, efectuamos una gran contienda.

    La batalla de Pochonbo fue una operación formidable que asestó un golpe fenomenal a los imperialistas japoneses que se portaban como el emperador de Asia en Corea y Manchuria. Al destruir de un tirón los organismos gubernamentales de la cabecera de un cantón en el interior del país en el cual las autoridades del gobierno general decían se mantenía bien la seguridad, el Ejército Revolucionario Popular de Corea les provocó gran pánico. Fue como un rayo que les cayó de un cielo sereno. Prueba de ello son las confesiones de sus soldados y policías: “Pareció que la nuca fuera duramente golpeada”, “Tenemos la impresión de que fue quemado en un segundo el heno recogido durante mil días”.

    A escala mundial también tuvo un gran eco el hecho de que Corea, país pequeño y débil, que a la puerta de la sede de la Conferencia Internacional por la Paz9 había denunciado los crímenes de Japón y mendigado la independencia a las grandes naciones, contaba con un ejército revolucionario, capaz de golpear sin piedad al ejército de Japón que se enorgullecía de ser una de las cinco potencias del mundo, y que sus soldados, saltando como el viento sobre una “fortaleza inexpugnable” levantada por los imperialistas nipones, les habían propinado un golpe contundente.

    La batalla mostró que el imperialismo japonés era como un desecho, que con un sablazo podía partirse, o quemarse como paja o granza si se le prendía fuego. Esa llamarada en el cielo nocturno de Pochonbo, de la tierra patria, para la cual hasta el sol y la luna iban perdiendo sus brillos, era como una aurora que anunciaba el resurgimiento a la nación.

    Los principales periódicos de Corea, sobre todo Tong-a Ilbo, Joson Ilbo y Kyongsong Ilbo, informaron a una del acontecimiento bajo titulares impresionantes.

    También lo publicaron ampliamente la agencia noticiosa Domei y los periódicos Tokio Nichinichi Shimbun y Osaka Asahi Shimbun y otros medios de prensa oral y escrita de Japón; y los periódicos chinos, incluyendo Manzouririxinwen, Manzoubao y Taiwanririxinbao. Y Pravda y Krasnoe Znamya, para no hablar de la TASS de la Unión Soviética, no escatimaron páginas para darlo a conocer. Un tiro que sonó en la frontera de un país débil y colonial del Oriente estremeció así al orbe, envolviéndolo en gran admiración y excitación. La revista El Pacífico, que se editaba en la Unión Soviética, en un artículo titulado El movimiento guerrillero en la zona norteña de Corea refirió relativamente concreto nuestro batallar contra el imperialismo japonés. Fue a partir de ahí, creo, que mi nombre y las noticias sobre nuestra lucha empezaron a aparecer con letras mayúsculas en las publicaciones de la URSS.

    Sobre el combate de Pochonbo escribió también la revista Orienta Kuriero que se editaba en esperanto.

    El propósito de la Orienta Kuriero consistía en denunciar la crueldad y el carácter saqueador del imperialismo japonés, dar noticias de la guerra contra éste y difundir la cultura del Oriente. Todos los artículos insertados en ella podían ser traducidos y publicados en los países correspondientes. Por esta peculiaridad lo de Pochonbo se difundió ampliamente en muchos países adonde llegaba la revista.

    La batalla manifestó ampliamente dentro y fuera del país la voluntad revolucionaria y el inclaudicable espíritu combativo de nuestro pueblo para acabar con la dominación colonial del imperialismo japonés y rescatar la independencia y la soberanía de la nación. Con ella, los comunistas coreanos mostraron la firme posición antimperialista e independiente que mantenían invariablemente a lo largo de toda su trayectoria, así como hicieron gala de su capacidad de ejecución consecuente y su enorme combatividad.

    Asimismo, demostró que los comunistas, protagonistas principales de la Lucha Armada Antijaponesa, eran sinceros y auténticos patriotas que amaban más ardientemente a la patria y la nación, y abnegados y responsables luchadores que podían llevar al triunfo la causa de la liberación nacional. Preparó una coyuntura para levantar a todo el pueblo en la Revolución Antijaponesa con la lucha armada como eje y creó condiciones para acelerar con mayor ímpetu la constitución de las organizaciones del partido y de la ARP en el interior del país.

    El mayor significado de la batalla de Pochonbo consiste en que no sólo mostró la sobrevivencia de Corea a nuestro pueblo que la consideraba muerta, sino que le insufló la convicción de que mediante la lucha podía alcanzar infaliblemente la independencia y la liberación nacionales.

    El evento hizo, sin duda, un gran impacto en el pueblo del interior del país. Al escuchar que el Ejército Revolucionario Popular de Corea había asaltado a Pochonbo, Ryo Un Hyong10 acudió al campo de batalla. Supongo que la noticia le provocó una gran excitación.

    Cuando me encontré con él en Pyongyang después de la liberación, me expresó:

    —Al oir que la guerrilla había atacado a Pochonbo sentí que se me quitaba en un santiamén la tristeza de una nación apátrida, humillada durante más de 20 años de dominación japonesa. Fui allí y me di una palmadita en la rodilla, pensando: “Ahora sí está viva la Corea de Tangun11”, y sentí nublárseme los ojos contra mi voluntad.

    Según An U Saeng, también Kim Ku12 recibió un fuerte impacto. Durante largo tiempo, An U Saeng se desempeñó como secretario de Kim Ku, sirviendo al Gobierno Provisional en Shanghai.

    Un día, Kim Ku ojeaba periódicos y descubrió una noticia sobre aquel combate y quedó tan excitado que, abriendo de par en par la ventana, gritó más de una vez: “¡Está viva la nación Paedal13!”. Y dijo a An U Saeng: La situación actual es complicada; al ver que la guerra chino-japonesa se aproxima, los que afirmaban que se dedicaban al movimiento escaparon ya, sin excepción, en busca de refugio; en este momento preciso, Kim Il Sung, al mando de fuerzas militares, irrumpió en Corea y atacó de frente a los japis. ¡Qué bravo! Es tiempo para que nuestro Gobierno Provisional preste asistencia al General Kim Il Sung; dentro de unos días enviaremos a un mensajero al monte Paektu.

    La anécdota deviene un ejemplo fehaciente de cuánta confianza depositaban, con motivo de esta batalla, Kim Ku y otras renombradas personas del interior y exterior del país en los comunistas que participaban directamente en la Lucha Armada Antijaponesa. Esta tendencia creó una condición favorable para aglutinar a personalidades patriotas de diversas clases y capas sociales en torno al frente unido nacional antijaponés. Después de la batalla de Pochonbo muchos participantes del movimiento nacional llegaron a tener buena impresión de nosotros, la cual seguía en pie tras la liberación del país, surtiendo gran efecto en la colaboración por la construcción de una nueva Corea. En este sentido, nos beneficiamos mucho de ese combate.

    Kim Jong Hang, mi amigo inolvidable en la época de Badaogou, contó que fue en Tokio donde conoció la noticia por el Asahi Shimbun, cuando se pagaba sus estudios distribuyendo periódicos.

    Una madrugada fue a la sucursal de la editorial y el responsable le impuso distribuir 100 ejemplares adicionales. Presa de curiosidad, abrió uno y le saltó a la vista la sorprendente nota sobre el asalto a Pochonbo por la unidad de Kim Il Sung.

    Añadió que hasta entonces no había conocido que Kim Il Sung era el Kim Song Ju del tiempo de Badaogou.

    La noticia fue el motivo por el cual él, como intelectual, empezó a sufrir. Sintió congoja, preguntándose qué hacía en tierra japonesa, y si era justo estudiar en la universidad para ganarse el sustento, cuando otros jóvenes patriotas combatían arma en mano contra los japoneses.

    Tal remordimiento desembocó en la definitiva determinación de marcharse en busca de la guerrilla. No tardó en abandonar Japón y regresar a la patria. Sus esfuerzos posteriores se dedicaron exclusivamente a encontrar a la guerrilla antijaponesa. Una vez en la patria, conoció que Kim Il Sung, quien había atacado a Pochonbo, era Kim Song Ju en su infancia. Esto provocó, como era natural, que se avivara su deseo de ir al monte Paektu. A pesar de todo, su intención de ingresar en la guerrilla no se vio realizada. Nos encontramos apenas después de la liberación.

    Como muestra el ejemplo de Kim Jong Hang, la batalla también trajo un notable cambio en la vida de los intelectuales conscientes de Corea. La antorcha encendida en el cielo nocturno de Pochonbo se levantó como un faro que iluminó un jalón de auténtica vida para todas las personas de conciencia y patriotas de Corea.

    

    

    

    

    

    3. Acto conjunto de guerrilleros

    y habitantes en Diyangxi

    

    

    En el camino de regreso del ataque a Pochonbo, las filas llegaron al valle Kouyushuigou, donde los guerrilleros, por conducto de sus comandantes, me pidieron un día de descanso. Recuerdo que en todo el proceso de la guerra antijaponesa hasta esa fecha no existía un antecedente de tal petición. ¿Cuán fatigados estarían para rogarlo? En efecto, por esos tiempos nuestros guerrilleros, incluidos los comandantes, no habían descansado con tranquilidad ni un solo día. En Konjangdok permanecimos 24 horas, pero, muy emocionados, ninguno pudo conciliar el sueño. No obstante, no sentíamos el cansancio. Con el término del combate de Pochonbo, se había aflojado, sin embargo, el tornillo de la tensión dentro de la unidad. Todos, sin excepción, necesitaban sosiego y descanso. Yo mismo sentía cansancio y tenía sueño.

    Como leña a la hoguera, los campesinos de la aldea Kouyushuigou imploraron a nuestros comandantes que tomaran un descanso. Dijeron que habían preparado tok y sacrificado cerdos, por tanto no rechazaran esa sinceridad de los aldeanos. Las palabras tok y carne de cerdo atrajeron la atención de los guerrilleros hambrientos. Hasta los comisarios políticos de regimientos se unieron para pedirme que aceptara la desinteresada invitación.

    A pesar de todo, no pude ordenar descanso, porque en aquellas circunstancias era imprescindible que los jefes redoblaran la vigilancia. Si por haber pasado la frontera, nos hubiéramos relajado, habríamos sufrido una gran desgracia. Sin duda, en la guarnición fronteriza estaría en vigencia la orden de emergencia y reinaría una enorme confusión. No se sabía en qué momento iban a salir para combatirnos. En vista de lo sucedido en tiempos anteriores, obviamente nos perseguirían.

    ¿Cuándo aparecerían en nuestra retaguardia, flancos o vanguardia? Calculé mentalmente y me convencí de que en Kouyushuigou no debíamos permanecer más de treinta minutos, insuficientes para comer centenares de guerrilleros y cargadores, porque era una pequeña aldea con contados hogares.

    Hice repartir una parte del trofeo a los aldeanos, preparar bolas de arroz cocido y guardarlas en las mochilas. Al mismo tiempo, dispuse que algunos de los habitantes de Pochonbo que habían transportado cargas, regresaran a sus casas. Luego subí al monte Kouyushuishan junto con todos los guerrilleros y el resto de los cargadores. Pensé que, si se entablaba un combate, debía ser en aquel monte, que era pedregoso, con una pendiente de 60 grados. Resultaba difícil subir con pesadas cargas. Si uno de los que iban al frente, hubiera dejado rodar una piedra por descuido, habría producido, en una reacción en cadena, una terrible avalancha. A través del enlace Paek Hak Rim impartí varias veces la orden de que no las hicieran rodar. Escalamos cautelosamente, apoyando y empujando cada uno, con una mano, el pie de quien iba delante.

    Alcanzada la cima, y antes de tomar aire ordené ocupar posiciones de combate. Y con el propósito de valernos de las piedras, conforme a las características topográficas, las amontonamos en distintos lugares. Después desayunamos ligeramente con aquellas bolas de arroz cocido.

    En esos momentos, avistamos a los enemigos que subían en tropel, por la parte que habíamos atravesado. Eran las fuerzas de vigilancia especial fronteriza, bajo el mando de Ogawa Shuichi. Avanzaban con brío. Cuando se acercaron a unos 30 metros de nuestra posición, di la orden de disparar. Desde la cota los fusiles y ametralladoras empezaron a vomitar fuego, a la vez. Disparé con el fusil, con puntería.

    Los atacantes, empecinados, se arrastraban entre las rocas.

    Por mucho que disparáramos, no podía dar resultado. Ordené echar a rodar las piedras. De inmediato lo hicieron los guerrilleros. Habíamos adquirido experiencia en eso en el monte Jianshan, cuando la defensa de Xiaowangqing, y ahora en la del Kouyushuishan comprobábamos nuevamente su enorme efectividad.

    Nuestros guerrilleros mostraron una vez más su habilidad combativa. Durante el ataque a Pochonbo, como no le habíamos dado a los enemigos la oportunidad de resistir, el asalto resultó algo insulso, porque la balanza se inclinó a un solo lado. Por el contrario, en la batalla del Kouyushuishan la situación fue diferente. El ataque fue muy persistente y se necesitaba coraje para resistirlo.

    Con el toque de ataque, O Paek Ryong se precipitó cuesta abajo con la agilidad de un tigre y eliminó primero al ametrallador enemigo. Luego, dirigiéndose hacia donde me encontraba, agitó con fuerza la ametralladora. Kim Un Sin le arrebató una bazuca a un soldado corpulento después de un difícil forcejeo. Nuestro golpe fue tan rotundo que el ejército títere manchú, que llegó tarde al oeste del Kouyushuishan, cogió miedo y no se atrevió a lanzarse sobre nosotros. Hizo algunos disparos al aire y se limitó a mirar desde lejos. Ordené a los ametralladores disparar hacia ellos de la misma manera. Disparar al aire cuando ellos titubeaban en las cercanías, era una costumbre que respetábamos desde la etapa de Jiandao. Nos lo habían pedido ellos mismos. Si procedíamos así, lo mismo hacían ellos, en lugar de “castigar” al Ejército revolucionario, y después se retiraban.

    Aquel día, también, el grupo de contención rechazó el ataque de la tropa de guarnición de Hyesan dirigida por el capitán Kurida.

    Los habitantes de Pochonbo que nos acompañaron con cargas a las espaldas, presenciaron el combate en todo su vivo proceso y quedaron muy admirados ante el poderío del Ejército Revolucionario Popular. Vieron con sus propios ojos cómo los enemigos mordían el polvo de la derrota. Las diversas experiencias que tuvieron entonces resultaron mudos materiales de educación. Con la confirmación de la capacidad combativa del ERPC en la batalla del Kouyushuishan los cargadores llegaron a convencerse de que aunque el ejército japonés se jactaba de ser un “ejército sin enemigo en la Tierra”, no lo era en realidad, sino lo era el ERPC. Incluso Takagi Takeo14 elogió la habilidad combativa que este mostrara en las batallas de Pochonbo y Kouyushuishan.

    En un encuentro conmigo Pak Tal informó que los que por suerte habían conservado la vida en Kouyushuishan quedaron tan amedrentados que no pudieron salir a combatir durante un buen tiempo. Explicó que entre ellos había un policía coreano que él conocía bien, y quien, ágil de pensamiento, al ver las huellas de los guerrilleros en la ladera del Kouyushuishan había deducido que, sin lugar a dudas, éstos estaban emboscados en la cima. Para quedarse atrás fingió arreglarse las polainas dejando que los policías japoneses se le adelantaran. Cuando estaban a punto de alcanzar el pico, se escucharon estruendosos disparos de ametralladoras y explosiones de granadas de mano, seguidos de gritos desgarradores. El policía coreano estuvo escondido hasta el fin del combate en la orilla de un río en la falda del monte, de lo que alardeó ante Pak Tal, diciendo que se salvó por su propia astucia.

    Ogawa Shuichi, jefe de la vigilancia especial fronteriza, quien milagrosamente quedó con vida en la batalla, vivió en Japón hasta hace unos años como un ciudadano cualquiera. En los últimos años de su vida escribió los recuerdos de esa derrota. Al leerlos conocí que resultó herido gravemente en dicho monte: una bala guerrillera, le atravesó la lengua, herida que me parecía muy extraña. Estuvo sometido mucho tiempo a tratamiento médico en un hospital, pero no tuvo mejoría notable.

    Vi una fotografía suya mostrando esa herida. El no pasó de ser una víctima del tristemente famoso “espíritu de fidelidad al emperador”, al igual que otros muchos militares y policías del viejo Japón.

    La victoria en el Kouyushuishan, junto con la alcanzada en Jiansanfeng, consolidó los éxitos de la batalla de Pochonbo y mostró una vez más el poderío combativo y la invencibilidad del ERPC. En las regiones fronterizas los enemigos estaban aterrados. En un documento suyo leímos que habían aniquilado a “numerosos enemigos” en la referida batalla, lo cual era pura mentira. No tuvimos ninguna baja.

    Para transportar a sus muertos movilizaron a la fuerza a los moradores de las aldeas de las cercanías del monte y arrancaron a troche y moche puertas y cobertores. Resultó que aniquilamos allí a los que habíamos previsto golpear en Hyesan. En resumen, el combate de Kouyushuishan permitió alcanzar por completo el objetivo que nos habíamos propuesto con el ataque a Hyesan.

    Después del combate tuvimos un emocionante encuentro con la unidad de Choe Hyon que había salido con éxito del cerco enemigo. Sus zapatos y ropas se veían inenarrablemente deshechos. Tan pronto como nos vio, nos felicitó ruidosamente por nuestros éxitos en Pochonbo y Kouyushuishan, y de sopetón, dijo:

    —Estábamos cercados en las inmediaciones del pico Pegae, pero, de repente, levantaron el cerco y huyeron. ¿Qué diablos pasó con ellos, General?

    Expliqué brevemente cómo se efectuó el ataque a Pochonbo para salvar su cuarta división.

    Rió gozosamente y expresó:

    —Cuando vi que esos se retiraban, pensé que era una obra de Dios, y resulta que fue de usted, General. ¡Qué magnífico!

    El pronombre “esos” era su muletilla. Lo usaba frecuentemente en desprecio a los militares y policías japoneses.

    Manifesté a Choe Hyon mi deseo de ver a los compañeros de la cuarta división, a lo que contestó con displicencia que no estaban en condiciones de presentarse ante mí.

    Pregunté la razón y me contestó que por su apariencia demasiado miserable.

    Llamé a Kim Hae San y le di la orden de entregarles los uniformes que habíamos reservado para la unidad de Choe Hyon de los 600 hechos en vísperas del avance hacia el país. En efecto, el aspecto de aquellos combatientes era más que lamentable. Sus andrajosos uniformes y rostros bronceados, tostados por el sol, constituían pruebas elocuentes de su trayectoria llena de dificultades. Después de cambiarse y afeitarse, Choe Hyon volvió a verme y me dio formalmente el parte sobre las acciones que había realizado. Los éxitos eran admirables.

    En Diyangxi nos encontramos también con los integrantes de la segunda división del primer cuerpo de ejército que igualmente habían cumplido satisfactoriamente su misión.

    Agradecí a los compañeros de las dos divisiones el haber ayudado y cooperado con el destacamento principal en la operación de avance hacia el interior del país, desde sus flancos y retaguardia. Así, las unidades del Ejército revolucionario, que, según las resoluciones de la Conferencia de Xigang habían marchado en tres direcciones, se volvían a encontrar en la meseta de Diyangxi que determinamos como el lugar de reunión, e intercambiaron sus sentimientos de fraternidad combativa. En la frondosa meseta reinaba una atmósfera festiva. Con entusiasmo comentaban las hazañas.

    Los moradores de la región del monte Paektu que comprobaron directamente los éxitos combativos de las unidades del Ejército revolucionario en la ejecución de la orientación adoptada en la Conferencia de Xigang, estaban muy alegres. Según las informaciones enviadas por la organización de Pak Tal, los habitantes de las zonas de Kapsan, Phungsan y Samsu, sin distinción de hombres y mujeres, viejos y niños, decían muy entusiasmados, que se aproximaba el día de la liberación de sus pueblitos por el Ejército revolucionario.

    Lo que despertó singular interés en el parte de Choe Hyon fue lo referente a un japonés, llamado Kawashima, apresado durante el ataque al depósito de maderos No. 7 en Sanghunggyongsuri, un centro de trabajo no diferente a una sucursal de la empresa con sede en Hyesan, y donde Kawashima trabajaba como responsable. Los de la cuarta división lo trajeron hasta Diyangxi, porque lo consideraron una persona interesante que hablaba bien el coreano y vivía con una coreana, y porque, utilizándolo como rehén, querían obtener materiales.

    Choe Hyon me comunicó que en torno al destino de ese japonés había discutido con Jon Kwang, Pak Tuk Pom y otros, y que éstos presionaban para que lo ejecutara. Luego preguntó mi opinión.

    Contesté en el acto que eso era inconcebible.

    —Es totalmente ilógico ajusticiarlo por ser japonés. ¿Por qué ejecutarlo, si no cometió crimen contra nuestro pueblo después de ser desmovilizado, aunque se desempeñó como responsable de un centro de trabajo de la empresa maderera? La cuestión del destino de las personas hay que tratarla con seriedad.

    Choe Hyon estuvo de acuerdo con mis palabras.

    Aquel mismo día hablé directamente con Kawashima. El intercambio me hizo notar que manejaba el coreano mejor de lo que me había imaginado. Le pregunté que si no temía al Ejército revolucionario, a lo que respondió que al principio estaba inquieto, pero ahora, no. Explicó que las autoridades japonesas llamaban “bandido” a la guerrilla, no obstante, en aquellos días, andando juntos había llegado a conocer que esa propaganda era infundada; que si fuera “bandido”, saquearía los bienes ajenos, pero no vio ni una vez tal fechoría; que ella luchaba sólo por lograr la independencia de Corea; que aunque llevaban varios días sin comer, no entraban en los sembrados sin el permiso de los dueños; y si por casualidad conseguían alimentos, los cedían a los compañeros. ¿Cómo podría ser “bandido” tal ejército?

    Expuse a Choe Hyon, Jon Kwang y Pak Tuk Pom mi opinión de que Kawashima no tenía delitos censurables y veía correcto las cosas, por eso sería bueno que le dieran una adecuada educación y dejaran regresar tranquilamente.

    Posteriormente, por una vía organizativa me llegó la información de que de regreso a la empresa maderera, difundió que “la guerrilla de Corea no es un bandido, sino un Ejército revolucionario con bien definida disciplina y orden” y no tan fácil de derrotar por las tropas japonesas. Aunque fue llevado a la estación de policía, repitió su criterio sobre nosotros, refiriendo lo que había visto con sus propios ojos. Las autoridades policíacas, tildándole de rojo, lo hicieron volver a Japón. Un periódico del país publicó lo que dijo sobre el Ejército Revolucionario Popular.

    Al leer aquel periódico, Choe Hyon comentó:

    —Kawashima está pagando con creces lo que comió en la guerrilla. Ahora me doy cuenta porqué el General ordenó que lo soltáramos. —Y soltó una risotada.

    Con el caso de Kawashima, me convencí una vez más de que no debíamos considerar malos a todos los japoneses, sino tratarlos con seriedad según su proceder actual y tendencia ideológica.

    El día de la llegada de la unidad a Diyangxi, Ri Hun, alcalde de Shijiudaogou, vino a vernos. Notificó que para felicitarnos por las victorias en las batallas de Pochonbo y Kouyushuishan, los aldeanos estaban elaborando comidas modestas y propuso que guerrilleros y moradores las compartieran en un lugar. Ese preámbulo me hizo sobrentender que no se trataba de un almuerzo común como en otros casos, sino de un banquete que toda la aldea estaba movilizada para preparar. Aun suponiendo que ofrecieran un plato de arroz a cada uno de los guerrilleros, cuyo número llegaba a varios centenares, eso significaba una gran carga para los vecinos de Shijiudaogou. No podíamos causarles tales molestias. Por eso, sugerí que sería bueno interrumpir la preparación de las comidas.

    Ri Hun, que siempre obedecía sin chistar lo que le decíamos, esta vez se obstinó en que debíamos aceptarlo, que no había otro remedio porque se trataba de la sinceridad del pueblo.

    —General, —imploró encarecidamente—, esta no es mi petición personal. Es el deseo de todos los pobladores de Shijiudaogou. No lo rehuse, se lo ruego. Si yo regreso sin obtener su aprobación, hasta las amas de casa me apedrearán, llamándome monigote. Eso lo puedo aguantar, pero, seguramente, todo el poblado se entristecerá y entonces, ¿qué haremos?

    Ahora me veía en una situación embarazosa: ya no podía rechazar sencillamente esa invitación. Si, haciendo caso omiso de la generosidad de los moradores, nos marchábamos de Diyangxi así como así, ¿cuánto lo sentirían éstos y cuán apenados se mostrarían los guerrilleros?

    —Dado que las cosas han llegado a ese punto, —propuse—, ¿qué le parece si guerrilleros y habitantes se divierten reunidos en un sitio, en lugar de compartir comidas dispersados por hogares para luego despedirse? Se acerca Tano. Será bueno que por esa fecha celebremos en pleno día, ante la faz del mundo, una reunión festiva en la meseta de Diyangxi, bajo el título de acto conjunto de guerrilleros y habitantes. Hagamos que estos, confundidos en un cuerpo, se estimulen unos a otros e intercambien sentimientos de amistad. Que canten, bailen y realicen competencias deportivas, estremeciendo tierra y cielo; que todos se diviertan en la fiesta de Tano dejando a un lado las mil preocupaciones que tienen.

    Los comandantes de la cuarta y la segunda divisiones aprobaron esta propuesta. Satisfecho su deseo, Ri Hun no cesaba de sonreir. Era la primera vez, después de la disolución de las zonas guerrilleras, que tratábamos de efectuar un acto conjunto de guerrilleros y habitantes.

    Defudong, escogido como el lugar para el acto, era una aldehuela revolucionaria, habilitada por Ri Je Sun, Kim Un Sin, Ma Tong Hui, Kim Ju Hyon, Ji Thae Hwan, Kim Il y otros. Como estaba situada en una elevación, a muchos kilómetros de la cabecera distrital, no la frecuentaban alcaldes ni policías. También estaban relativamente lejos los órganos gubernamentales. El puesto de policía más cercano se hallaba en Ouledong, a larga distancia. Allí se llegaba por un sendero montañoso. Para determinar que fuera el lugar de reunión, consideramos suficientemente estos aspectos. Posteriormente, ese valle dio muchos guerrilleros.

    Me alojé en la casa de An Tok Hun, jefe de la organización zonal de la ARP, junto a más de 50 combatientes y comandantes. A éste y a Ri Hun fue a quienes primero les estrechó las manos Ri Je Sun en Shijiudaogou. Antes y después de la batalla de Pochonbo estuvimos en esa casa y fuimos objeto de grandes atenciones. Los miembros de la familia ayudaban a la guerrilla con generosidad. An Tok Su, su hermano menor, era un hombre de bien y prestaba entusiasta asistencia a nuestro trabajo.

    Allí existía un rico de apellido Song. Ese terrateniente poseía una fuerte tendencia projaponesa; su concepto de la vida era que bastaba que él viviera con lujo, sin que le importara lo que pasaba con el país. Nuestros trabajadores políticos, informados de que tenía mucho dinero, lo llamaron a la casa de An Tok Hun junto con Ri Hun para proponerles ayudaran a la guerrilla. Citaron a este último, miembro de la organización clandestina, con un propósito premeditado. Si él se ofrecía a contribuir con alguna suma, Song no podría mostrarse indiferente. Y si nuestra gente trataba a Ri Hun con severidad, podría encubrir mejor su condición de miembro de la organización clandestina. Las cosas marcharon según lo planeado. En representación de la aldea, Ri Hun dijo primero que aportaría tal cantidad; entonces Song, sin poder rechazar la demanda de los trabajadores políticos, respondió que entregaría 150 yuanes. Lo hizo de mala gana por temor a las consecuencias en caso contrario.

    Esa entrega le dolió mucho, y para desquitarse denunció ante su cuñado, quien servía en el puesto de policía, que los agentes de la guerrilla frecuentaban la casa de An Tok Hun. Al obtener la información sobre este hecho Ri Hun, con previa consulta con los trabajadores políticos envió a An Tok Hun a la guerrilla, y a sus familiares a Corea. Si no hubiera tomado tal medida urgente, no cabe duda que su familia habría sido exterminada. En el verano o el otoño de 1937, no recuerdo bien, los enemigos incendiaron todo Defudong pretextando que era una “aldea roja”.

    En la casa de An Tok Hun, junto a personas influyentes de Shijiudaogou y los comandantes de la segunda y cuarta divisiones elaboré un pormenorizado plan para el acto conjunto de guerrilleros y habitantes. Los jóvenes aldeanos fabricaron más de 50 máquinas para hacer kuksu. Guerrilleros y moradores, reunidos en los hogares, cantaron y charlaron hasta el amanecer. La narración de Chon Pong Sun sobre su exploración en Pochonbo provocó repetidas risotadas de los oyentes.

    A fines de mayo de 1937 Chon Pong Sun, por conducto de Kim Un Sin, guerrillero proveniente de Ouledong, recibió nuestra orden de reconocer el armamento y demás equipos de guerra y la disposición de las fuerzas armadas enemigas en la villa de Pochonbo. Mediante un pariente que residía allí conoció que en la estación existían siete policías con una ametralladora ligera y en la oficina de protección forestal, cinco japoneses, cuyo jefe se trasladaría pronto a otro lugar, y que el número de casas era más o menos de 200. Pero no podía confiar completamente en estos datos, sin comprobarlos con sus propios ojos.

    Un día penetró en la ciudad y bebió en una taberna. Luego, tambaleándose, se dirigió a una quincallería frente a la estación policíaca. Haciendo como que estaba muy borracho, y con la mano temblorosa, rebuscó en los bolsillos, murmurando. “¿Dónde se ha metido ese billete de un won, que tenía?” Luego sacó uno de a cinco wones diciendo: “Ahora pesqué ese billete de un won”, y pidió a la vendedora una caja de cigarros “Mako”, que costaba cinco jones. Así, era natural que le devolviera cuatro wones y 95 jones, pero la muy socarrona, creyendo que el cliente estaba tan borracho que no podía distinguir el billete de un won del de a cinco, extendió sólo 95 jones. Las cosas marcharon tal como esperaba Chon Pong Sun. Protestó a la dueña porque le devolvía sólo 95, por un billete de cinco wones que dio, y exigió los otros cuatro. La vendedora, por su parte, lo injurió: “¡Qué tramposo eres! Insistes que pagaste con cinco wones aunque en realidad era un won. ¿Dónde se ha visto mayor embuste? Déjate de decir tonterías y lárgate”.

    Así se armó la disputa. En medio del altercado de “te digo que sí, te digo que no”, la mujer le amenazó con llevarlo a la estación de policía, y Chon Pong Sun lo cogió al vuelo y dijo que fueran a ver a los señores policías para hacer justicia. La vendedora lo aceptó de inmediato, creyendo quizá que los policías se pondrían de su parte.

    Aun en la estación siguieron injuriándose, y el uno y la otra insistieron que la razón estaba de su lado. Los policías, sin poder determinar, se limitaron a ver la disputa. Mientras tanto, Chon Pong Sun contó cuántos policías, ametralladoras y fusiles había. Después de comprobarlo todo, propuso a los policías ir a la quincallería para ver su billete de a cinco, porque tenía en la mitad una tira de papel. Si realmente existe tal billete, dijo, ganaría él, y si no, ganaría esa mujerota. Luego, siguiendo al policía de guardia, volvieron a la tienda.

    En efecto, en la caja hallaron el billete con la señal que dijera Chon Pong Sun. Pero, la propietaria se mantuvo en sus trece diciendo que lo había recibido de otro cliente por la mañana. Por fin, ella salió vencedora en ese pleito. Antes de marcharse, Chon Pong Sun le espetó: “¡Buena vida llevará, señora, sin cesar de soltar eructos pesados por lo mucho que come de gratis!:” Aunque en su fuero interno la consideraba no honrada, en cierto modo le estaba agradecido. Si no hubiera sido por ella, no habría podido encontrar el pretexto para entrar en la estación policíaca.

    Esa historia redobló el ánimo de los miembros de la organización clandestina de Defudong, y elevó su orgullo. No podían menos de enorgullecerse de que uno de sus miembros había desempeñado un gran papel en la operación de avance del ERPC hacia el interior del país.

    Cuando toda la aldea trajinaba en la preparación del acto conjunto, llegó una información de exploración que perturbó el alegre ambiente: Una brigada mixta del ejército títere manchú partía de Changbai, en dirección hacía Hanjiagou, con el objetivo de “castigar” al ERPC. Junto a Choe Hyon salimos a su encuentro y la aniquilamos de un golpe. Los sobrevivientes de esa brigada quedaron tan amedrentados por el asalto del ERPC, que llamaron “rangado” la senda que se creó en ese campo de batalla donde murieron en masa sus amigos. El término “rangado” significa “camino tan mortífero como el colmillo de la hiena”.

    El combate elevó aún más el prestigio del Ejército revolucionario. Entre los trofeos había muchos comestibles que se aportaron a la preparación del acto.

    El día de Tano, despejado y agradable, se realizó el acto conjunto de militares y civiles en la elevación de Diyangxi. Las tres unidades la llenaron totalmente. Asistieron, además, cientos de miembros de la Asociación para la Restauración de la Patria y un delegado de la Unión de Liberación Nacional de Corea. Los alcaldes habían despistado a los agentes enemigos para asegurar el secreto, por eso la reunión se efectuó en un ambiente libre desde el comienzo hasta el fin. Guerrilleros y aldeanos se confundían; no se les habían prefijado el asiento. La presencia de muchos ancianos me alegró sobremanera. Sentados en torno a la comida nos divertimos a nuestras anchas. Los más apreciados manjares preparados por los aldeanos fueron el tok de artemisa y de surichi.

    Guiados por Ri Hun y An Tok Hun, Choe Hyon y yo saludamos a los ancianos uno por uno. Luego, pasando por cerca de los jóvenes, los hombres de mediana edad y las mujeres, les hicimos una inclinación de cabeza. A todos ellos, sin excepción, les estábamos agradecidos por la sincera ayuda que habían dado al ERPC para su avance hacia el país.

    Algunas guerrilleras aparecieron ataviadas con chima y jogori. Se habían desprendido, aunque solo por unas horas, del uniforme, que no podían quitarse ni de día ni de noche, y ahora, recobrada su antigua imagen aldeana, lucían tan bellas como hadas. Incluso se columpiaron en pareja junto a las vecinas. En el bosque se oían canciones y se bailaba. Hubo mujeres que tocaban rítmicamente el calabacino que dejaban flotar en palanganas de latón llenas de agua.

    ¿Cómo estos desconocidos pueden compenetrarse con tan cálidos sentimientos como si fueran parientes que vuelven a encontrarse después de larga separación?, pensé, mientras admiraba el panorama de la meseta de Diyangxi, hecha un campo florido de guerrilleros y pobladores. Los enemigos decían que estábamos completamente aislados, pero seguíamos navegando en un mar de pueblo que ondeaba de amor y asistencia apasionados. El acto festivo conjunto de guerrilleros y habitantes resultaba un dibujo en miniatura de la Revolución Antijaponesa que venía avanzando a través de la intrincada selva espinosa de la historia, disfrutando la guerrilla del amor del pueblo y éste protegido por aquélla.

    Hablé en representación del ERPC. Fue un discurso corto, improvisado, permeado por la idea de que el Ejército revolucionario se mantenía fuerte y vencía siempre por formar con el pueblo un solo cuerpo, inseparable. Recuerdo que, además, hice un breve resumen de la operación de avance hacia el interior del país.

    Hizo uso de la palabra también el delegado de una organización en Corea.

    Terminados los discursos de las figuras de diversos sectores, un anciano de Ouledong, en representación de la organización de la ARP en el distrito Changbai, nos entregó una bandera de felicitación; la recibió, por encargo, Ma Tong Hui quien había cumplido bien la tarea de exploración para la batalla de Pochonbo. Era un primoroso gallardete de damasco rojo con letras bordadas con hilo de seda amarillo. Me contaron que lo habían confeccionado Pak Rok Kum y los miembros de la Asociación de mujeres en Xinxingcun en un depósito subterráneo de patatas poniendo a un centinela por si las sorprendían en cualquier momento los agentes, soldados o policías. Resultaba verdaderamente admirable que Pak Rok Kum, una trabajadora política clandestina, tuviera esa destreza para el bordado.

    El acto concluyó con un solemne desfile; fue uno de los más grandes, relativamente, de los efectuados después de iniciada la guerra antijaponesa. Durante los que se realizaron en 1948 y con motivo de la victoria de la Guerra, recordé en la tribuna, y con profunda emoción, el celebrado en la elevación de Diyangxi.

    El acto conjunto en Diyangxi mostró ante el mundo el poderío de la gran unidad política de los guerrilleros y habitantes.

    Conocí que ningún aldeano que participó en él creyó en la propaganda que los imperialistas japoneses hicieron en la primera mitad de 1940 sobre el aniquilamiento total del Ejército revolucionario. Esto muestra cuán profundas impresiones había dejado en el corazón de la población. Por su parte, los guerrilleros antijaponeses, convencidos de que el pueblo no dejaría de depositar su amor y confianza en ellos, fueron a verlo cada vez que tropezaban con dificultades.

    Lamentablemente, Kim Chol Ho y unos guerrilleros de la cuarta división no pudieron participar en aquel solemne acto porque por falta de víveres no pudieron llegar a tiempo. Eso me hizo sentir un vacío y me apenó.

    Muchos años después, cuando celebrábamos la fiesta Tano en la patria emancipada, Kim Jong Suk y yo los invitamos a todos ellos a nuestra casa.

    

    

    

    4. Fotos y recuerdos

    

    

    Me parece que en la meseta Diyangxi del distrito Changbai, fue donde nos sacamos la primera foto durante la Lucha Armada Antijaponesa. Cuando finalizaba el acto conjunto de guerrilleros y habitantes, varios compañeros me sugirieron que nos retratáramos como recuerdo del encuentro de las tres unidades. Afortunadamente, la cuarta división tenía una cámara. Alineamos en la primera fila todas las ametralladoras y nos tomamos una foto. Todos quedaron satisfechos como si hubieran sido premiados.

    Sin embargo, los más jóvenes estaban lejos de contentarse con hacerse una sola. Quisieron que fuera individual y también colectivamente, por pelotón, así como con amigos de otras unidades. Hubo también escoltas que estaban impacientes por sacarse una conmigo.

    Pero, el fotógrafo, un hombre poco sociable, se escabulló con su cámara. En realidad, tenía que haberse sentido en apuros. En comparación con la poca cantidad de placas negativas había excesivas solicitudes y era difícil determinar a quiénes fotografiar. Los imberbes andaban malhumorados. Pensaba en hacer volver al fotógrafo, pero desistí porque no alcanzaba el tiempo.

    Entendía el estado de ánimo de los jovenzuelos por lo de la foto. A esa edad todos quieren retratarse mucho. Yo también me sentía tentado.

    De niño, muy raras veces pude hacerlo. Cuando apenas nos alimentábamos con bodrio de granos con cáscaras, no podíamos pensar en sacarnos fotos. No había ni un estudio de fotografía en Mangyongdae y sus contornos. Uno debía caminar unos 12 kilómetros hasta la ciudadela de Pyongyang o el barrio Paengdae. De vez en cuando algunos fotógrafos con sus cámaras y trípodes venían a los suburbios para ganar dinero, pero sólo a lugares como Chilgol, sin llegar a apartadas aldeas como Mangyongdae.

    En una ocasión, siendo yo muy pequeño, mi abuelo me dio cinco jones para gastos. Como por primera vez tenía dinero mío, fui caminando a la ciudadela de Pyongyang. El bullicioso ambiente de allí me aturdió.

    Las tiendas a ambos lados de las calles y los mercados estaban repletos de cosas raras y preciosas. Los gritos de “¡Compren!” de las vendedoras con cestas llenas de comestibles me ensordecían. No obstante, me encaminé hacia el estudio fotográfico. El deseo de sacarme una foto era muy fuerte.

    Empero, mi intención de obtenerla con aquellos jones resultó ingenua. Sólo al ver cómo delante de la ventanilla de la caja señoras y señores vestidos a la última moda contaban billetes, me di cuenta que estaba en un lugar a donde no debía ir. Salí precipitadamente. Era del todo irrealizable mi ilusión de disfrutar de un logro del progreso con cinco jones. Al alejarme del estudio fotográfico tuve la sensación de que el mundo se derrumbaba aplastado por el dinero. Me parecía que también mi respiración se dificultaba bajo aquel peso. Desde entonces, cada vez que iba a la ciudadela trataba de no pasar por el lugar.

    También en mi época de Jilin, traté de estar ajeno a las fotos, en la medida de lo posible. Hubo veces que iba al cine, pero ni siquiera miraba los estudios fotográficos. En la escuela secundaria Yuwen de Jilin estudiaban muchos hijos de familias ricas. Siempre se entretenían gastando mucho en locales de diversión, restaurantes y parques. Me aturdía su vida excesivamente consumidora en que derrochaban el dinero a gusto de su paladar o placeres. En mi situación, en que con lo que me enviaba mi madre a costa de agobiantes faenas, apenas podía pagar la mensualidad a la escuela, el momento más penoso era cuando ellos me tiraban de la mano para ir a un estudio de fotografía o un restaurante. En esos casos encontraba pretextos para esquivar la invitación.

    Una vez recibí de mi madre un giro y una carta que decía:

    “Te remito un poco más de dinero. Te sacarás una foto con motivo de tu cumpleaños y me la mandarás. Me sentiría muy contenta si tuviera tu retrato y lo viera cada vez que te eche de menos.”

    Tuve que satisfacer su deseo. Mi hermano Chol Ju me dijo que cuando me añoraba ella hundía la cara en mi vieja ropa interior y derramaba sentidas lágrimas. ¡Cuán fuerte deseo de ver al hijo tendría para enviarme dinero para que me retratara!

    Me tiré una foto y la envié a Fusong, tal como ella me pidió. Es esa mi única foto de la época de la secundaria Yuwen en Jilin, la cual se conserva hasta ahora. Chae Ju Son, ex miembro de la Asociación de mujeres, a quien yo conocía bien desde los años de Fusong, la guardó durante decenas de años y la entregó a nuestro grupo de recorrido por los ex campos de combates revolucionarios cuando éste visitó las regiones del noreste de China. Cualquiera no podía conservarla durante tanto tiempo, cosa riesgosa bajo la estricta vigilancia del enemigo.

    Con posterioridad me retraté unas cuantas veces más, pero casi todas se perdieron. Hace algunos años se rescató una foto en que, vestido con un abrigo tradicional chino aparezco junto a Ko Jae Ryong, y se dio a conocer al mundo en mis memorias.

    No sé por qué vía los enemigos llegaron a tener en sus manos mi foto de la época de Jilin y los policías la utilizaron para las operaciones de pesquisa. En una ocasión, un agente apareció con ella en Kalun y mostrándola a los integrantes del cuerpo de exploración infantil que estaban de guardia de la aldea preguntó si no habían visto a la persona del retrato. Gracias a que me avisaron de la presencia del agente pude permanecer felizmente a salvo. El agente que trataba de atentar contra mi vida fue ajusticiado por miembros del Ejército Revolucionario de Corea. Después de ese suceso no me retraté durante un tiempo.

    Pero, no dejé de tener apego a las fotos.

    En ocasiones como encuentros y despedidas inesperadas y felices acontecimientos deseaba conservarlos en fotos para poder recordarlos. Durante mis actividades clandestinas y vida guerrillera hubo muchos hechos dramáticos que merecían plasmarse en fotos.

    También en los tiempos de la zona guerrillera hubo escenas emocionantes. Pero de ninguna quedó fotografía. No teníamos condiciones para esto. Y nadie podía pensar en guardar para el futuro objetos de recuerdo o simbólicos testigos. Como la lucha resultaba penosa y, encima, nos acosaban interminables tareas urgentes e importantes, era imposible que nos interesáramos por tales cosas.

    Sin embargo, tal como se dice que la vida humana sigue siendo humana hasta en un islote solitario en pleno mar, no hay ley alguna según la cual la vida en la guerrilla siempre sea seca y árida.

    Al ver a los jovencitos que querían fotografiarse más, recibí una fuerte impresión. En primer lugar, no pude menos que reflexionar ante el hecho de que mientras la cuarta división poseía una cámara fotográfica la unidad bajo mi mando no la tenía. La realidad de que los guerrilleros que vivían en las montañas enfrascados sólo en la revolución deseaban tener fotos suyas como otras personas y que ese anhelo era extraordinariamente fuerte, me provocó una gran conmoción.

    En el albergue conté a algunos comandantes cómo los jovencitos andaban tras el fotógrafo de la cuarta división y le prestaban servicios para sacarse más fotos, y comenté que también debíamos tener una cámara. Dije eso de paso, pero tuvo un efecto sorprendente.

    Sucedió en el verano de 1937, cuando abandonamos Changbai y nos estacionamos en el campamento de Liudaogou, en el distrito de Linjiang. Ji Thae Hwan, quien realizaba trabajo clandestino en Changbai, vino al campamento secreto, y mientras rendía informe de sus actividades, dijo inesperadamente que había conseguido una cámara. No podría expresar cuánto me alegró la noticia.

    El aparato era igualito al que tenían los camaradas de la cuarta división, de marca Cabinet con trípode. Trajo con él un fotógrafo de mediana edad. Era evidente que tenía guardado en lo profundo de su corazón lo que yo había comentado de paso.

    Kim Il fue quien lo encontró y preparó en el decursar de las actividades que realizaba en una localidad. Y luego lo envió a nuestra unidad. Como Kim Il, Ji Thae Hwan también era discreto al hablar y efectivo. Si recibía alguna tarea, se empeñaba silenciosamente para cumplirla como un buen labrador. El y Kim Il se parecían extraordinariamente tanto en el carácter como en la manera de trabajar y en la conducta.

    Ji Thae Hwan nos contó cómo se había hecho de la cámara. Resultó tan interesante como una novela de aventuras.

    Primero él, junto con un guerrillero llamado Kim Hak Chol, fue a ver a Ri Hun, alcalde de Shijiudaogou, y discutió seriamente el problema de la cámara. El alcalde, por su parte, se reunió con los miembros de la ARP del lugar para ver cómo la conseguían. Uno de esos días él le avisó a Ji Thae Hwan que al puesto de policía de Ershidaogou habían traído una cámara para sacar las fotos que se necesitaban para el carné de residencia de los habitantes y el registro civil. Opinó que de poder sustraerla, significaría matar dos pájaros de un tiro porque la guerrilla la utilizaría con mucho provecho y tardaría tanto más el registro de los ciudadanos.

    El imperialismo japonés trató de imponer también en Jiandao Oeste el sistema de aldeas de concentración y la medieval “vigilancia colectiva”15, que había venido practicando en Manchuria del Este. Así fue como llevaba a cabo farsas como el censo y tomaba fotos para el carné de identidad. Además, intentó atar a los habitantes con la fabricación de licencias de tránsito y de estancia, y de compra de artículos.

    Las personas desde 15 hasta 65 años de edad no podían residir ni transitar sin carné de residencia o permiso de tránsito, ni tampoco adquirir libremente alimentos, tejidos y zapatos de trabajo sin la correspondiente licencia. En el caso de descubrirse que alguien hacía compras sin ese documento, lo detenían sin más ni más como “comunicativo con los bandidos”.

    Se planteaba cómo apoderarse de la cámara que estaba en el patio del puesto de policía rigurosamente vigilado. Ji Thae Hwan y Ri Hun se devanaron los sesos durante varias horas para idear un plan adecuado.

    Al día siguiente, Ri Hun se presentó ante el jefe policíaco con expresión de frustrado, diciendo que no quería servir más de alcalde, porque tenía muchos dolores de cabeza. Explicó que como los labriegos eran unos ignorantes no querían creer que en el puesto les sacarían una foto, aunque se lo dijera tantas veces que se les habrían producido callos en los oídos. Y si veían aparecer al alcalde, temblaban de miedo como si éste fuera jefe de alguaciles. Añadió que se sentía sin fuerzas para desempeñar su cargo.

    El policía no dijo nada, se limitó a tragar en seco.

    —Las personas influyentes, por su parte, se muestran malhumoradas. Todos protestan que si se arrastra a cientos de familias, dispersas a lo largo de 40 kilómetros del valle Shijiudaogou, hasta Ershidaogou para tomarles fotos, se irá el otoño. Y preguntan si deberían dejar de recoger las cosechas y vivir masticando fotos. No sé qué debo hacer.

    Al terminar de hablar Ri Hun se sentó pesadamente en una silla.

    —El alcalde es un hombre de corazón pequeño. ¿Por qué se queja aquí? ¿Qué quiere que yo haga? El alcalde debe encontrar la solución. ¿No tiene una idea?

    Ri Hun esperaba estas últimas palabras. Después de fingir exprimirse los sesos durante algún tiempo, abrió la boca:

    —Es verdad que la población teme venir al puesto policíaco y, además, hay una larga distancia desde Shijiudaogou. ¿Qué le parece si elegimos la casa de Ri Jong Sul en Shijiudaogou? Tiene un patio amplio, ideal para hacer las fotos.

    Ri Jong Sul era lacayo de los enemigos. Como agasajaba servicialmente a los policías y los funcionarios con aguardiente, éstos apenas esperaban tener pretextos para visitarle. El policía calificó de ingeniosa la propuesta y la aceptó. Así fue como la cámara se llevó del puesto de policía de Ershidaogou, rigurosamente vigilado, a esa casa y los habitantes de Shijiudaogou comenzaron a congregarse en su patio.

    También el jefe y otros policías fueron allí. Huelga decir que el anfitrión los atendió generosamente con aguardiente. El jefe dejó a un policía en el patio y se sentó frente a la mesa. Poco tiempo después, también el centinela se unió al festín.

    Cuando los policías estaban borrachos y comenzaron a alborotar, un miembro de la organización clandestina abrió bruscamente la puerta y gritó que los “bandidos” se llevaban la cámara. Y como afirmó con aspavientos que esos malhechores eran tan numerosos que cubrían los montes de enfrente y detrás, el jefe policíaco, con cara cadavérica, sacó la pistola de la funda y adoptó la posición de quien arremetería contra los enemigos. Esa audacia era el efecto de la borrachera.

    Ri Hun lo detuvo:

    —Los “bandidos” son muchos. ¿Cómo cree que puede enfrentarlos usted solo? Tiene que conservar la vida. Como se dice, es mejor ser un perro vivo que un ministro muerto…

    Y lo arrastró al patio trasero y lo metió a la fuerza en la cochiquera. Luego echó una brazada de granzas sobre su cuerpo acurrucado. También otros policías se escondieron, cada cual a la mejor manera.

    Entre tanto, los guerrilleros aparecieron en el patio y luego de pronunciar un discurso de agitación ante los habitantes reunidos se retiraron tranquilamente con la cámara.

    Al escuchar cómo el guerrillero que participó en esa operación contó divertidamente lo ocurrido, reí tanto que los ojos se me llenaron de lágrimas.

    En los documentos secretos del imperialismo japonés: “Sobre la situación relacionada con ‘los bandidos’ de la otra ribera del río” y el “texto de la decisión judicial del Incidente de Hyesan”, se señala:

    “A eso de la una y media de la tarde, cuando en Xiaoputaogou se sacaban fotos de cien habitantes, aparecieron algunos hombres armados con pistolas —al parecer pertenecían a la unidad de Kim Il Sung—, y dirigiéndose al fotógrafo dijeron: ‘¿Por qué se toman fotos?’, ‘Como usted es un simple fotógrafo le dejaremos ir a casa si nos ayuda entregándonos la cámara’ Y se la llevaron junto con una docena de placas virgen.”

    La placa virgen es como la película de hoy. En el pasado las cámaras utilizaron placas de cristal en vez de celuloide.

    En fin, Ji Thae Hwan, junto con Kim Hak Chol y Ri Hun, realizó de modo impecable nuestro deseo.

    El fotógrafo que Ji Thae Hwan trajo desde la zona enemiga se llamaba Han Kye Sam. Pero en la guerrilla se le puso Ri In Hwan. Frisaba los 40 años. Era alto y fuerte, condiciones apropiadas para la vida guerrillera.

    Decidí aprender su arte para poder fotografiar personalmente a los guerrilleros en casos de necesidad. Así aprendí bajo su asesoramiento.

    Al verme empeñado en esto él incluso me preguntó por qué derrochaba el tiempo para una cosa tan insignificante.

    Con mucha amabilidad y minuciosidad me enseñó el método de encuadrar de modo artístico y el de revestir el vidrio con una capa de emulsión fotosensible.

    Después de saber quién era yo me abrió el corazón. De lo que me contó entonces me provoca una honda impresión hasta ahora la historia sobre la “sarta de hongos”. Confesó que al llegar a nuestra unidad buscó primero esas sartas. A mi pregunta de qué quería decir con esto explicó que se trataba de “orejas desecadas”. Según afirmó, los enemigos propagaban que el Ejército revolucionario les cortaba las orejas a las personas que apresaba y las colgaba en sartas para secarlas como se hacía con los hongos. Además, los imperialistas japoneses hasta crearon el “grupo de propaganda y asimilación”, una organización conspiradora con diversas secciones bajo su jurisdicción, y por su conducto, difundieron que los guerrilleros eran unos caníbales con cara roja y cuernos. Por eso, hasta poco antes él también creyó en esto.

    —Cuando en el patio de la casa de Ri Jong Sul aparecieron los guerrilleros, temblé de miedo, sin atreverme a salir de debajo del paño negro. Creía que me matarían, lo primero que hice fue cubrime con las manos las orejas. Pero, en realidad los guerrilleros son hombres honrados.

    Al saber que Ri In Hwan tenía una numerosa prole, le aconsejé que regresara a casa. Pero, no quiso irse. Al contrario insistió encarecidamente que no lo obligara a volver a casa, pues su esposa podía cuidar a los hijos. Como su decisión era verdadera y firme, dispuse que lo admitieran en la guerrilla. Vestido con un uniforme nuevo se mostró tan contento que también nosotros que estábamos a su lado nos sentimos satisfechos.

    Después de los combates en Liukesong y Jiaxinzi aumentamos la unidad con muchos obreros, con los que organizamos varios pelotones; de uno de ellos Ri In Hwan fue designado jefe.

    Desde su ingreso retrató a numerosos guerrilleros. Llevaba siempre consigo la solución reveladora y sacaba fotos en el acto. Como era, además, valiente en los combates, todos sus compañeros lo estimaban, valoraban y querían.

    Una vez, guardó cama a causa de gripe. Lo atendimos cuidadosamente. Cuando dormía, sus compañeros lo tapaban con sus abrigos forrados de algodón. Yo también protegía su cabeza del aire con la frazada, y sentado cerca velaba la noche leyendo algún libro.

    Al despertarse, cogía mi mano, y llorando decía que no valía la pena atenderlo tan esmeradamente y que no sabía cómo recompensar nuestra atención.

    Afirmó que en la vida que llevaba junto con nosotros recibió, por primera vez, trato humano, conoció la existencia humanamente genuina. Y añadió que era mejor vivir así, dignamente en la guerrilla, aunque fuera sólo un día y alimentándose de raíces de yerba, que comer arroz a costa de la humillación de servir a los japoneses.

    Un día, colocó la cámara frente a mí, y arreglando meticulosamente mi ropa dijo:

    —Hoy, usted deberá satisfacer mi anhelo. Quisiera sacarle una foto.

    Dijo que él mismo la llevaría al interior del país y la difundiría entre los compatriotas. Le agradecí, y explicándole que sacarse foto y hacerla circular públicamente constituía una violación de la disciplina de la unidad, le rogué nos hiciera cuantas quisiera el día del triunfo de la revolución y prometí que cuando se liberara el país él sería quien me haría la primera foto.

    Sonrió llorando. Por primera vez vi una sonrisa tan singular. Todavía recuerdo vivamente su imagen.

    A raíz de la reunión de Xiaohaerbaling, cuando íbamos a pasar de las acciones con grandes unidades a las con pequeñas, volvimos a aconsejarle que se fuera a casa. Pero él quedó y para nuestro dolor cayó en un combate.

    Aun hoy, en ocasiones en que me saco fotos, tengo a veces la visión de que Ri In Hwan aparece ante mí con su anticuada cámara, y enfocando el lente, me invita a fotografiarme.

    Ri In Hwan murió, pero, milagrosamente, han quedado algunas de sus fotos. Son suyas la que nos tomó en el campamento de Wudaogou, en el distrito Linjiang, y la de un grupo de guerrilleras a la orilla del Wukoujiang.

    Aquella foto colectiva que nos sacamos en Wudaogou fue como recuerdo del retorno de la pequeña unidad de Kim Ju Hyon de la operación en el interior del país. Ese día yo quería ser el fotógrafo, pero los escoltas insistieron en que me retratara junto a ellos, y Ri In Hwan también me empujó por la espalda diciendo que él iba a oprimir el disparador. Por eso, tuve que retratarme con unos espejuelos de armadura negra que utilizaba para disfrazarme.

    De las fotos que sacamos Ri In Hwan y yo la mayor parte se quemó o se perdió desgraciadamente. Los enemigos, al conseguir alguna foto nuestra, la utilizaban en sus conspiraciones para detenerme. Las que guardábamos mis escoltas y yo se perdieron cuando Rim Su San y su “cuerpo de castigo” asaltaron el campamento de Huanggouling.

    Pasados decenas de años, llegamos a saber que una parte la tenía el japonés Kato Toyotaka, quien fuera un alto oficial de la policía del Estado manchú. El declaró que poseía tres retratos míos, pero perdió uno, y dio a la publicidad los dos restantes.

    En su trabajo Colección de importantes datos gráficos y documentos de la policía del Estado manchú escribió el subtítulo: Kim Il Sung, misterioso héroe antijaponés en que dice:

    “… Las ‘fotos para la detención’ de Kim Il Sung y de los cuadros del Partido Comunista de China son muy pocas, pero extremadamente importantes; tienen, ante todo, una alta significación real como datos palpables …”

    Reprodujo al lado de la foto lo que escribió un miembro de aquel “cuerpo de castigo” sobre el dorso de la misma: “La plana mayor de la unidad de Kim Il Sung”.

    Gracias a ello apareció ante el mundo una verdad histórica en un cuadro vivo. En él se refleja, tal cual era, el aspecto del Ejército revolucionario en el que todos, tanto los combatientes como los comandantes se vestían con uniformes iguales, lejos de ser unos repugnantes “bandidos” que hicieran recordar a diablos o salvajes.

    De entre nuestros comandantes y combatientes muchos camaradas cayeron en combate sin dejar ni una sola foto.

    Ahora la situación es otra. Si alguien perece en el combate, se le condecora según las hazañas y se envía la triste noticia a su pueblo natal, atrayendo así la atención de la sociedad. Pero, en el período de la guerra antijaponesa no podíamos ni enviar el anuncio de la muerte ni tampoco colocar una lápida con el nombre del caído. Por la permanente acometida enemiga, a veces nos veíamos obligados a cubrir los cuerpos inanimados con nieve o piedras y si no teníamos tiempo ni para eso, los tapábamos con ramas de pinos y abandonábamos apresuradamente el lugar.

    En momentos de sepultar a los caídos, nos sentíamos tan dolidos al enterrar a fervorosos jóvenes en el campo desierto, que un puñado de tierra pesaba como un peñasco. Fueron innumerables los mártires que no pudieron dejar ni un retrato.

    Era difícil despedirnos de los caídos, pero tampoco resultaba fácil separarnos de los vivos. ¡Qué bueno habría sido si hubiéramos intercambiado fotos en esos momentos!

    El más doloroso momento resultaba cuando morían guerrilleras sin poder dejar grabados siquiera en una foto sus semblantes hermosos como flores. Al verlas derramar sangre y expirar, sentíamos que nuestro corazón se desgarraba en mil pedazos.

    Las mochilas fueron las únicas cosas que ellas dejaron en este mundo, en las cuales encontramos sólo un pequeño objeto bordado que representaba el mapa de Corea con rosas de Sharon.

    Cuando echaban puñados de tierra sobre sus cuerpos inanimados con esos objetos colocados encima, temblaban hasta las manos de los más valientes guerreros.

    El tiempo destruye y borra hasta dejar en el olvido muchas cosas. Se dice que las alegrías y las tristezas se opacan y se borran gradualmente a medida que pasan los días, meses y años. Pero, en mi caso, no siempre ocurre así. Nunca, jamás, puedo olvidar a cada uno de mis camaradas de armas caídos. Quizá esto se deba al hondo pesar que tenían tanto los que se fueron como los que los despedían. Sus imágenes se han grabado en mi memoria en cientos y miles de copias claras. Es inevitable que con el paso del tiempo las fotos se descoloren y los recuerdos se desvanezcan, pero sus imágenes, inexplicablemente, se hacen cada vez más vivas y llenan mi alma.

    Cuando construimos el Cementerio de los Mártires Revolucionarios en el monte Taesong, hubo quienes propusieron levantar una gigantesca lápida conmemorativa y grabar en ella los nombres de los combatientes caídos. Pero yo quería situar sus imágenes. Deseaba que con la reproducción de las características personales de cada uno de los héroes antijaponeses ellos se encontraran con las nuevas generaciones. Sin embargo, en su mayoría no pudieron dejar ni siquiera un retrato. Así, tuve que describir a los escultores los rasgos de cada uno para recuperar su imagen original.

    En la colección de los datos relacionados con el “Incidente de Hyesan” que hicieron los imperialistas japoneses, encontré las fotos de varios combatientes. Creo que Gorki dijo que los retratos de los pobres se insertan en periódicos sólo cuando violan las leyes. Nuestros combatientes también dejaron sus fotos, por primera y última vez, con las manos esposadas.

    Si pudimos plasmar en unas cuantas fotos nuestra imagen del tiempo de la Revolución Antijaponesa, fue gracias a que Ji Thae Hwan nos consiguiera una cámara. Pero él mismo nunca se paró ante el aparato para posar. Ese inflexible y hábil activista político clandestino se retrató y dejó su foto en los documentos del enemigo apenas cuando fue detenido con motivo del “Incidente de Hyesan”.

    Apareció en la foto con los brazos amarrados. Su cara con una expresión furiosa estaba vuelta a la izquierda y la mirada aguda se clavaba en la tierra. ¡Cuán furioso y resentido estaría ese hombre de muy fuerte sentimiento de dignidad! Tenía una actitud serena si bien estaba condenado a la pena capital. Dicen que a carcajadas declaró: “He vendido muy cara la sangre a los imperialistas japoneses. Ahora puedo morir sin pena”.

    Con frecuencia no puedo conciliar el sueño. Me ocurre cuando tengo mucho trabajo, pero también en las noches en que me vienen a la memoria los mártires que se fueron sin legarnos nada, ni un objeto o una foto siquiera.

    Quizás, por eso es que a medida que envejezco no dejo de atender las fotos. En las fábricas o las aldeas rurales me retrato junto a los trabajadores, las mujeres y los niños, así como con los militares en sus puestos de defensa. Un año dediqué media mañana a fotografiar a los alumnos en la Escuela secundaria integral de Yonphung.

    Bajo nuestro buen régimen no hay escalas de diferencia entre las personas y entre los oficios, y cualquiera que realice actos meritorios disfruta del honor y el respeto general. Por doquier se puede gozar de una diversificada y abundante vida cultural. Las canciones y danzas que nacen en medio del trabajo se presentan en las plazas de fiestas y los escenarios de festivales. Por las noches, en las avenidas y los parques, convertidos en un mar de luces, se ve interminable el fluir de gente feliz.

    Hasta medio siglo atrás todo esto era un sueño que parecía inalcanzable como las estrellas. Más de la mitad de los combatientes antijaponeses murieron sin llegar a ver esta realidad. Sin embargo, ¿podría existir el día de hoy y el mañana de nuestra generación si ellos no hubieran allanado este camino de la historia a precio de su sangre y vida?

    

    

    

    5. Combate de Jiansanfeng

    

    

    Después del acto conjunto de guerrilleros y habitantes, Choe Hyon y yo acordamos asaltar a Bapandao, una aldea de concentración colindante con Jiansanfeng, para luego despedirnos. Allí estaban estacionados más de 300 efectivos de la “unidad de castigo” del ejército títere manchú.

    Como acabábamos de efectuar, tal como estaba prevista, la operación de avance al interior del país y, seguidamente, el solemne acto conjunto, con la participación de las tres grandes unidades, los comandantes y soldados tenían un ánimo tan elevado que llegaba al cielo. Entre ellos hubo quienes plantearon formalmente aprovechar que las grandes unidades estaban reunidas para volver a irrumpir en el país o asaltar la ciudad de Changbai con el propósito de manifestar una vez más el poderío del Ejército Revolucionario Popular.

    Sin embargo, desde el punto de vista militar no resultaba conveniente organizar otra operación en el interior del país, cuando acabábamos de asaltar a Pochonbo. También debíamos meditar cómo hostilizar a la ciudad de Changbai, considerando que la situación en Hyesan y sus contornos se presentaba tirante. Sólo con el fervor y la aspiración era imposible ganar una batalla. Esa fue la razón por la cual seleccioné a Bapandao como el blanco para el ataque.

    Los compañeros de la segunda división nos ofrecieron la información sobre el lugar. Durante su permanencia en nuestro campamento secreto nos detallaron la situación real. Tiempo después, constituimos allí una organización clandestina, entre cuyos miembros existía un soldado del ejército títere manchú de apellido Liu. Por su excesivo amor propio era mal visto por sus comandantes e, indignado por la presión de éstos, se pasó a nuestra unidad y se desempeñaba como jefe de pelotón. Nos explicó con lujo de detalles la situación interna del batallón al que había pertenecido.

    Usualmente, luego de asaltar un importante punto donde se concentran las fuerzas enemigas la guerrilla debe aplicar la táctica de alejarse. Después del ataque a Pochonbo no actuamos así, previendo que los adversarios, conocedores de los métodos de combate guerrilleros, lo tuvieran en consideración y adoptaran medidas pertinentes. En efecto, el ejército Kwantung dedujo que nos retiraríamos en dirección a Fusong y situó muchos efectivos en cada punto estratégico de los caminos de sus contornos. Cambiamos la táctica y acampamos ante la nariz del enemigo.

    Otro motivo para no alejarnos mucho de la zona fronteriza fue la necesidad de prestar ayuda a las organizaciones de la ARP de allí, conocer y analizar con mayor exactitud la realidad dentro del país, así como vigorizar la revolución en ascenso. Caminábamos despacio rumbo a Bapandao y, adondequiera que llegábamos, citábamos a los activistas políticos para interesarnos por sus labores clandestinas y darles nuevas tareas, y nos encontrábamos con los responsables de las organizaciones locales y les enseñábamos métodos de trabajo.

    En ese preciso momento, el anciano Han Pyong Ul, de Taoquanli, nos llevó un parte que Ri Hun nos enviaba desde Hyesan, donde había estado con la misión de explorar. Decía que el regimiento No.74 de Hamhung del ejército japonés, transportado en decenas de camiones, había irrumpido de repente en Hyesan, y comenzaba a cruzar el Amnok desde Sinpha, y que al frente de esa unidad “punitiva” estaba el perverso oficial coreano Kim Sok Won. Existían también datos de que quien mandaba ese regimiento en la operación “punitiva” era el oficial coreano Kim In Uk, pero, las informaciones de las organizaciones clandestinas del interior del país y de Changbai confirmaron por unanimidad la identidad de Kim Sok Won.

    Por lo que conocimos más tarde, en el acto solemne de partida que el imperialismo japonés organizó en la estación ferroviaria de Hamhung para propagar ampliamente esa noticia, Kim Sok Won juró fidelidad al emperador, levantando un estandarte con la inscripción “¡Por nuestra suerte saldremos siempre victoriosos!”, escrita con su sangre, y dijo muy excitado que diezmaría a la unidad de Kim Il Sung. Y fanfarroneó que si emprendía el camino de “castigar”, confiado por la instancia superior, era porque conocía bien la táctica del ejército comunista; que todos verían pronto la habilidad del regimiento No. 74, y que el ejército comunista, ante el poderío del ejército imperial, no podría evitar el destino de una hoja seca desprendida del árbol por el viento otoñal.

    También cuando partió de Hyesan y Sinpha, el regimiento fue objeto de actos. Los lacayos del imperialismo nipón movilizaron a la fuerza a los habitantes, tocando a la puerta de cada casa. Policías, ciudadanos japoneses influyentes, mandarines y exmilitares acudieron a las calles y metieron mucho ruido cantando y agitando la bandera de Japón. Los efectivos de la “unidad de castigo” eran tan numerosos que un barco de madera para 30 ó 40 personas debía ir y venir durante todo el día para transportarlos de Sinpha al otro lado del río.

    Ciertamente resultaba admirable que Ri Hun, no especializado en espionaje, recogiera tan concretos datos. Cuando le asignamos la tarea de detectar la situación en Hyesan, decidió penetrar allí disfrazado de maderero. Y exigió de los jefes de las filiales de la ARP en la región de Shijiudaogou talar centenares de árboles en unos días y armó con ellos una almadía. Consiguió también un certificado que garantizaba su oficio.

    Ri Hun tenía antecedente de haber trabajado como almadiero durante no menos de 8 años.

    Junto con otro miembro de la organización, navegó hacia Hyesan, y por fortuna, en una ribera del río, encontró a un anciano, pariente del policía Choe, el perverso que cuando el “Incidente de Hyesan” detuvo un gran número de patriotas, incluyendo a Pak Tal.

    El viejo, al ver que Ri Hun traía centenares de troncos, le pidió que le vendiera unos cuantos. El almadiero le regaló dos, diciendo que cómo podría vendérselos al tío del señor policía Choe. Satisfecho, el obsequiado le recomendó a un maderero de la ciudad. Y agregó que el yerno de éste, junto con su sobrino, servía en la estación de policía de Hyesan.

    Luego de la presentación mutua Ri Hun rogó a dicha persona le ayudara para establecerse en Hyesan, explicando que Changbai era inapropiado para vivir porque pululaban los “bandidos”, así que pensaba mudarse allí después de acumular cierta cantidad de dinero con la venta de los maderos. Y le entregó troncos por la mitad del precio y durante unos días se alojó en su casa, ocasión en que se comunicó con su yerno, un policía de apellido Kim, y ofreció convites con aguardiente.

    El día en que invitó por primera vez a un restaurante al maderero y al policía Kim, éste, poniéndose de buen humor por el efecto de la embriaguez, reveló que a equis hora de tal fecha llegaría a Hyesan la unidad de Kim Sok Won. Continuó diciendo que por los hechos de Pochonbo había caído por tierra el prestigio del imperio; que parecía que mandaban a Kim Sok Won para recuperar el honor de las autoridades militares, pues decían era un hombre diestro en el combate; que había oído hablar de que él aseguró que aniquilaría a las tropas de Kim Il Sung y pacificaría Jiandao Oeste; aunque el resultado lo decidiría el tiempo, de todas maneras, el ejército comunista tendría que pelear duramente si chocaba con la unidad de Kim Sok Won.

    Cuando el regimiento No.74 de Hamhung pasaba por la ciudad de Hyesan, Ri Hun, vestido de caballero, con lujoso traje y abrigo de entretiempo, salió a la calle y, mezclado sigilosamente entre la multitud que acudía a despedirlo, grabó en su mente cuántos efectivos, cañones y ametralladoras se movilizaban para el “castigo” y, no bien terminado el acto, cruzó el Amnok y nos mandó un enlace. Este llegó a la Comandancia al mismo tiempo que otro enviado por Jang Hae U y Kim Jong Suk, el cual nos ofreció partes más detallados. Dijo que la unidad enemiga había cruzado el Amnok y desaparecido en Shisandaogou y que los miembros de la organización buscaban su paradero. Las informaciones de Ri Hun y las organizaciones de Taoguanli y Sinpha coincidían perfectamente. El análisis de los datos enviados por organizaciones locales nos hizo deducir que unos dos mil efectivos se habían puesto en acción para “castigar”.

    En vista de que el gobernador general en Corea había movilizado hasta el regimiento No.74 de Hamhung, del que se decía era la élite de su ejército dislocado en la Península, creí que su cólera y nerviosismo llegaban al extremo. Después de golpeados sucesivamente en la batalla de Pochonbo y en las zonas fronterizas antes y después de esta contienda, los imperialistas japoneses atravesaban por una grave confusión espiritual. Como estaban en vísperas de su agresión al territorio principal de China, prestaban máxima atención a la seguridad de su retaguardia. Fue entonces que la zona fronteriza Corea-Manchuria, de la que se jactaban era una “fortaleza inexpugnable”, fue desarticulada, por tanto no era de extrañar la rabia del gobernador general.

    La situación comprobó lo previsora que fue la medida adoptada cuando habíamos trazado la orientación de la operación en Xigang, de comprometernos a reunir, después de concluida la irrupción en el interior del país, las unidades que avanzaron en las tres direcciones.

    Dos mil efectivos nos superaban considerablemente en número. En estas condiciones era un criterio común evitar el encuentro. No obstante, decidimos enfrentarnos cara a cara a la gran unidad del ejército japonés que había venido de Corea. La táctica general de la guerra de guerrillas consistía en dividirse con rapidez y desplegar un combate móvil contra la ofensiva de una gran unidad enemiga, mas decidí renunciar a ella y oponer una gran unidad a la gran unidad.

    En medio del camino hacia Bapandao, nos detuvimos y empezamos a escoger el lugar apropiado para el combate. Subí al monte oeste de Laomajia para observar con mis ojos la topografía, y aquél resultó, precisamente, Jiansanfeng abierto a todas direcciones. Lo constituyen tres montes alzados al norte de la meseta Xigang, que se encontraba en medio de una extensa superficie, de más de 40 kilómetros de largo, entre Shisandaogou y Badaogou. Desde Jiansanfeng miré hacia el norte y allí se extendía un inmenso mar de selvas vírgenes, sobre el cual se empinaban las sierras de la cordillera Sidengfang. Era el lugar llamado Modudogi.

    Hacia el sur también se abría un mar de bosque de más de 40 kilómetros entre el este y el oeste; en esa elevación llamada meseta Xigang estaban dispersos aquí y allá los caseríos como Bapandao y Laojusuo. Jiansanfeng aparecía como una isla en medio de un mar de selva virgen. Resultaba el más adecuado para el combate, porque para llegar los enemigos debían pasar por recovecos y lomas en el tramo entre Shisandaogou y la ciudadela Xigang.

    Por la noche, en una reunión con los comandantes donde analizamos el plan de combate, subrayamos la necesidad de aplicar con iniciativa tácticas guerrilleras, sin enredarnos en métodos de guerra regular del enemigo.

    Para este fin, debíamos ser los primeros en ocupar el lomo del monte e inducir al adversario hacia el valle. Y no teníamos que recurrir a esquemas en cuanto a la distribución de las unidades. Debíamos situar más fuerzas en el lugar donde los enemigos creerían que llegaría menos nuestra atención y hacer que en el curso del combate nuestras unidades, en una táctica improvisada, se movieran con rapidez de derecha a izquierda, aprovechando el bosque.

    A eso de la madrugada, después de trazar el plan de operaciones junto con los comandantes de la cuarta y segunda divisiones discutí orientaciones de trabajo y deberes de las organizaciones revolucionarias con Kwon Yong Byok, Kim Jae Su, Jong Tong Chol y otros trabajadores políticos del interior del país y la zona de Changbai que estaban en Jiansanfeng respondiendo a nuestra cita.

    Esa mañana el enemigo se abalanzó sobre Jiansanfeng. Lloviznaba desde la madrugada y los alrededores estaban envueltos en una densa neblina. El primer disparo de señal vino del puesto de guardia sobre el monte que ocupaba la unidad de Choe Hyon. De inmediato, subí al puesto de mando establecido en el lomo. Choe Hyon, conduciendo una compañía, había ido al encuentro de los adversarios, preocupado por un posible cerco del grupo de centinelas. Empero, la compañía fue la que quedó rodeada en un santiamén.

    El ánimo en el combate depende de cómo se inicia éste. Debíamos remediar a toda costa la situación. Ordené a Ri Tong Hak que fuera pronto a salvarla, al frente de la compañía de escolta. El ejército japonés había atacado con furia poniendo como escudo a los efectivos del ejército títere manchú, mas la red acabó por romperse ante el fuerte ataque conjunto de las dos compañías desde dentro y fuera del cerco. La compañía asediada se salvó después de un enconado combate a bayoneta.

    Una vez reparada la situación, golpeamos a los enemigos durante todo el día acorralándolos varias veces en las cañadas.

    A pesar de todo eran tan feroces como fieras. Realmente, el ataque del ejército japonés resultó obstinado. No cesaban de abalanzarse en forma de olas, saltando sobre sus compañeros caídos y gritando a voz en cuello. Cuando la defensa de Xiaowangqing, después de rechazar su ataque, habíamos calificado de muy persistente al cuerpo “punitivo” del ejército japonés venido de Corea a Jiandao, pero la ofensiva del regimiento No.74 de Hamhung fue más tenaz. No renunciaron a atacar en tropel ni ante la cortina de fuego que formamos con más de 10 ametralladoras.

    Eso duró todo el día. También nosotros nos vimos empujados a una pelea bastante difícil. Los adversarios lograron llegar a una trinchera y hubo que combatir a bayonetas. Para colmo, la incesante lluvia hacía más lúgubre el campo de batalla. Nos preguntábamos cómo el militarismo podía convertir a las personas en bestias tan obstinadas e insensatas.

    El “espíritu Yamato” de que hablaban ruidosamente los militaristas japoneses, hizo nacer un sinnúmero de idiotas que tomaban equivocadamente la injusticia por la justicia y el mal por el bien; ciegos que al exponerse como polillas ante los fusiles, caían en vano pero tenían el orgullo de ser guerreros; fieras que hacían brindis y se tomaban fotos de recuerdo sobre los muertos de otras naciones, y mancos espirituales, apresados por la fantasía de que si caían serían objeto de la protección del alma en pena de Amaterasu, de la bendición del emperador y del recuerdo eterno de la nación japonesa. Los militaristas y ministros de Japón comparaban a los oficiales y soldados así caídos con “flores de cerezo” que se marchitaban pronto después de abiertas, para alabarlos como poseedores del espíritu del ejército imperial, o algo por el estilo.

    Aunque los miembros de este ejército estaban convencidos de que su muerte servía de abono básico para la prosperidad del imperio, se equivocaban, era algo totalmente absurdo. El “espíritu imperial” no llevó a Japón hacia su prosperidad, sino hacia la ruina.

    Como quiera que los comandantes y combatientes de la guerrilla valoraban al ejército japonés desde ese punto de vista, lo menospreciaban con la dignidad de revolucionarios, dignidad de vencedores, si bien se abalanzaba con furor inaudito sobre ellos.

    Aprovechando hábilmente la situación, les dimos duro hasta el anochecer. Las guerrilleras entonaron la canción Arirang en medio del combate, la cual encontró su eco en todos los demás luchadores. Sólo los fuertes pueden cantar en medio de la lucha. La canción demostró el profundo espíritu del Ejército revolucionario y su optimismo. No sería difícil imaginar cuál era el ánimo de los enemigos mientras la oían.

    Más tarde, los prisioneros confesaron que, de inicio, quedaron boquiabiertos, luego se llenaron de pánico y, por último, sintieron la futilidad de la vida. Añadieron que entre los heridos aparecieron quienes lloraban por su destino lamentable, e incluso hubo desertores.

    A despecho de que perdían muchos hombres, no desistieron del ataque hasta el anochecer, aun en medio de la torrencial lluvia. Entonces, hice que la pequeña unidad de Pak Song Chol, que regresaba de la exploración a Bapandao, y el grupo destinado a conseguir provisiones, los atacaran por la retaguardia. Kim Sok Won, al presentir el peligro de ser golpeado desde el frente y la retaguardia, con la caída del sol se retiró apresuradamente del campo de batalla, llevando apenas unos 200 soldados sobrevivientes.

    El combate de Jiansanfeng dejó muchas anécdotas interesantes. Kim Ja Rin, clarinete de la unidad de Choe Hyon, por darse prisa disparó una bazuca apoyándola en el muslo y a causa del efecto de retroceso el fémur se le desarticuló de la pelvis.

    Choe Hyon lo regañó severamente y con apenas dos proyectiles aniquiló a los enemigos concentrados en una posición de artillería. Y luego, arregló la luxación de Kim Ja Rin, tirando de la pierna con las dos manos. Oí decir que Kim Sok Won fue herido por un disparo de nuestros bazuqueros, pero no supe si resultó cierto.

    La expedición “punitiva” del regimiento No.74 de Hamhung acabó con un ignominioso fracaso.

    Entre los sobrevivientes unos huyeron a otras ciudades, en lugar de volver a Hamhung. En un documento está escrito que un soldado llamado Sakai escapó a Chongjin, dejando de seguir a Kim Sok Won, y allí administró una taberna hasta que fue derrotado el imperialismo japonés. Consideraba gran fortuna quedar vivo en la batalla de Jiansanfeng y en cada oportunidad que se le ofrecía, lo decía a los clientes.

    Confesó que sobrevivió gracias a que, aunque era japonés, había aprendido el idioma coreano. Añadió que los oficiales empujaron a los soldados al ataque, gritando que debían llegar a la cúspide del monte aun después de convertidos en espíritus. Sakai, temblando de temor, subió hasta la mitad. Cuando el ejército japonés casi alcanzaba la cresta, se inició una descarga simultánea del Ejército revolucionario. Se produjeron decenas de bajas en un segundo entre las filas del ejército imperial. Sakai corrió desesperadamente montaña abajo. En ese momento preciso, oyó gritar desde el pico del monte: “¡Cuerpo a tierra los coreanos!”. Sakai, conocedor del idioma coreano, tiró sin pensar el arma y se tendió boca abajo entre sus compañeros caídos. Ya al anochecer, los guerrilleros registraron el campo para llevarse las armas y los cartuchos. Hicieron caso omiso de Sakai, considerándolo muerto. Sakai, presa de un pavor que le paralizaba el corazón, y de un gran pesimismo sobre la guerra, descendió el monte aprovechando la oscuridad y llegó a gatas a una aldea de concentración.

    “Para este Sakai fue una fortuna conocer algo de la lengua coreana. A fin de cuentas, ésta me salvó. Por tanto, también ahora la estudio con afán.”

    Así decía con frecuencia mientras tomaba.

    Por boca de Sakai, los episodios relacionados con el combate de Jiansanfeng y la noticia sobre nosotros se difundieron por la ciudad de Chongjin y sus contornos. La confesión de un soldado del ejército agresor, quien se convirtió en un pequeño burgués al renunciar a la profesión militar, coadyuvó, en última instancia, a incrementar el ánimo de nuestro pueblo.

    Tiempo después, nuestros compañeros estuvieron en caseríos cerca del campo de combate y regresaron con datos concretos sobre el resultado de la derrota enemiga.

    Desde el día siguiente del enfrentamiento, los enemigos movilizaron para trasladar cadáveres camillas, carretas y camiones de Hyesan, Sinpha y de las aldeas cercanas a Jiansanfeng. Contaron sus pobladores que inmediatamente después del combate, Jiansanfeng y las aldeas de sus alrededores estaban cubiertos de muertos del ejército japonés. Los enemigos taparon con sábana blanca cada cadáver e impidieron con rigor que se le acercaran los civiles. Lo que más les atemorizaba, era que se revelara ante el mundo su derrota. Aun cuando lo informaron en los periódicos, dieron datos falsos, minimizando el número de los caídos.

    Se decía que cuando Kim Sok Won vino a atacarnos cruzando el río Amnok desde Sinpha necesitó un día entero, pero al regresar, nada más que media hora.

    Los cadáveres eran tan numerosos que cortaron sólo las cabezas y, metiéndolas en sacos o en cajas de madera, las transportaron en carretas hasta donde los esperaban camiones cubiertos con capotas negras, que, cargados de esas cosas, cruzaron el río Amnok. Y los restos se quemaron; por su humo y olor, los campesinos de la zona de Jiansanfeng no pudieron respirar con facilidad durante algunos días.

    Un campesino obligado a transportar cadáveres preguntó con disimulo a un soldado japonés: “Señor, dígame, por favor, qué cosa es lo que se lleva en carreta”, a lo que éste contestó socarronamente: “Kabocha”, que significa calabaza.

    Con una amplia sonrisa el aldeano dijo irónicamente: “Kabocha rindió muy bien. Es una legumbre buena para la sopa; coma mucha”. Desde entonces, circuló entre la gente la expresión “cabeza de calabaza”. Si veían cádaveres de los soldados japoneses, los habitantes satirizaban diciendo que eran “cabezas de calabaza”.

    Kim Sok Won y los demás sobrevivientes regresaron directamente a Hamhung, pasando con cautela por Sinpha y Phungsan, sin atreverse a cruzar las bulliciosas calles de Hyesan. La estación ferroviaria de Hamhung, que los había despedido con júbilo en medio de un solemne acto, parecía una casa en duelo. Salieron a su encuentro sólo aquellos soldados que quedaban en el cuartel. Estos, envolviendo a sus compañeros expedicionarios casi todos heridos, atravesaron las calles a duras penas. Quizás procedieron con tal vileza para encubrir el aspecto de su derrota ante los ojos de los ciudadanos.

    El pabellón Mudok, de Hamhung, era conocido como lugar de ejercicios de esgrima para los militares japoneses. Después del combate de Jiansanfeng, éstos no se ejercitaron allí durante cierto tiempo. Se decía que en Sinpha había cesado de sonar hasta el toque de los guardias nocturnos.

    La derrota en Jiansanfeng resultó una afrenta irreparable para los samurais de Japón, mientras que el nombre de Kim Sok Won se hizo su símbolo.

    En resumen, la batalla de Pochonbo y el posterior combate en Jiansanfeng llevaron al fracaso total la supuesta “estrategia trascendental” que Minami, gobernador general de Corea, y Ueda, comandante del ejército Kwantung, formularon en las “conversaciones de Tumen” para aniquilar completamente el Ejército Revolucionario Popular de Corea.

    Así concluyó con éxito nuestra operación de avance de las grandes unidades al interior del país, planeada a comienzos de 1937.

    La batalla de Jiansanfeng fue un significativo combate que quedó inscrito con letras mayúsculas en los anales de nuestra Lucha Armada Antijaponesa. Junto con la contienda de Koushuishan, ayudó a consolidar el éxito del asalto a Pochonbo. Gracias a esos dos encuentros, el triunfo de este último llegó a ser más brillante. Dicho en metáfora, fueron un eco de la batalla de Pochonbo.

    Con el combate de Jiansanfeng, hicimos añicos el mito del “invencible ejército imperial” y manifestamos sin reservas, una vez más, ante todo el mundo el poderío del Ejército Revolucionario Popular de Corea. Fue una importante batalla que hizo un notable aporte para la prosperidad de la Revolución Antijaponesa después del avance de nuestro Ejército a la zona del monte Paektu.

    Como una burla del destino, después de la liberación, Choe Hyon volvió a enfrentarse, con el paralelo 38 por medio, a Kim Sok Won, nuestro enemigo jurado. Choe Hyon se desempeñaba como jefe de una brigada de la guarnición. Es probable que Syngman Rhee enviara allí a Kim Sok Won para ofrecerle la oportunidad de lavar su derrota ignominiosa en Jiansanfeng.

    Soldados del “ejército de defensa nacional”, que se pasaron al Norte, narraron que Kim Sok Won, cuando permanecía en dicha línea, calumniaba a los comunistas con palabras muy feas. Choe Hyon decidió escarmentarlo si se encontraba con él.

    En vísperas de la guerra, Kim Sok Won lanzó un sorpresivo ataque de grandes dimensiones contra la zona al norte del paralelo 38. Se entabló un combate en el monte Song-ak. Parece que quiso golpear duro o aniquilar a Choe Hyon. Colérico, éste diezmó a los enemigos que cruzaron el paralelo y avanzó hasta Kaesong, persiguiendo a los pocos sobrevivientes. Insistió en que con unos pasos más iría hasta Seúl para apresar a Kim Sok Won.

    Le ordené con severidad que se retirara de inmediato, y le persuadí: Con anterioridad, Kim Sok Won se lanzó al campo de batalla como un perro de presa fiel del imperialismo japonés, mas ahora se ve sometido a otro amo, Estados Unidos; por un descuido, puede surgir un masacre entre connacionales, que se extendería a una guerra total; también él es coreano, así que, tarde o temprano, llegará a arrepentirse de sus faltas.

    Ahora no existe ni Choe Hyon ni Kim Sok Won. En lugar de ellos, los integrantes de la joven generación, que no experimentaron la tristeza por la ruina de la nación, vigilan la Línea de Demarcación Militar desde el Norte y el Sur, apuntando sus fusiles unos contra otros. Deseo que todos los miembros de la nueva generación de ambas partes rompan cuanto antes la barrera artificial que corta en dos la vena de la nación y vivan con armonía en la patria independiente, reunificada. Tal vez también Kim Sok Won abrigó tal deseo al final de su existencia.

    

    

    

    

    6. Niños con fusiles

    

    

    Otro hecho digno de destacar entre los efectos del avance del Ejército Revolucionario Popular hacia la zona del monte Paektu fue el fuerte interés por alistarse que se despertó entre jóvenes y niños. Cada vez que en los bosques y los desfiladeros del Amnok se escuchaba el eco de los disparos, a nuestro campamento secreto llegaban sin cesar jóvenes solicitando ingresar en el Ejército revolucionario.

    Con el crecimiento del número de esos voluntarios se registraron interesantes episodios.

    Una vez, vino un niño moreno y de pelo crespo, con los pantalones mojados y nos pidió con insistencia que lo admitiéramos para vengar a su hermano. Vivía en la aldea Shangfengde. Contó que su hermano mayor dirigía las clases nocturnas de los jóvenes y niños, y los policías lo habían asesinado por haber preparado comidas para los guerrilleros, y que otro hermano había ingresado en mi unidad en vísperas de la batalla de Pochonbo. Por eso, él también quería ser del Ejército revolucionario. Se llamaba Jon Mun Sop.

    En broma le dije que como no podíamos recibir a todos los jóvenes vestidos con ropas secas era imposible aceptar a niños traviesos como él con los pantalones chorreando. Arguyó que lo del pantalón no era culpa suya sino de su madre, y nos explicó qué había ocurrido.

    Cuando le manifestó a la madre el deseo de ir con la guerrilla que había llegado a Shangfengde, ella se opuso tajantemente alegando que era demasiado pequeño. Y mientras él dormía, le metió los pantalones en una tina con agua. Calculaba que así no se podría marchar con la guerrilla, porque eran sus únicos pantalones.

    Jon Mun Sop se sentía impaciente porque su ingreso en el Ejército revolucionario ya había sido aprobado por su organización de la Unión de Niños.

    Estaba listo para correr hasta el monte Paektu, incluso desnudo, si se lo admitían. Al amanecer sacó sus pantalones de la tina, los exprimió a la carrera y salió de la casa poniéndoselos. La madre tuvo que dejarlo ir.

    Su caso es un ejemplo de la animación que alcanzó el movimiento de alistamiento en las zonas fronterizas septentrionales de Corea y las vastas áreas de Jiandao Oeste, con las riberas del Amnok como centro. Como muestra el caso de Jon Mun Sop, participaban no sólo jóvenes veinteañeros o de más de treinta sino también adolescentes de diez y tantos años.

    Al principio, los comandantes encargados del incremento de las filas los hacían regresar a sus casas, sin más ni más y sin consultarnos.

    Hasta entonces, los comandantes y combatientes de nuestra unidad no pensaron que los adolescentes de catorce o quince años eran capaces de pelear con el fusil en la mano.

    Si los veía llegar, hasta Kim Phyong, que amaba a los niños, meneaba fastidiado la cabeza.

    Un día del verano de 1937, cuando la unidad estaba estacionada en la meseta de Diyangxi, me pidió que decidiera qué hacer con unos veinte adolescentes, más chicos que un fusil, que lo importunaban con la solicitud de ingreso.

    —Traté de explicarles que vengan cuando crezcan más, pero no se dejan convencer. E, incluso, quieren verlo a usted, General… Insisten que de lo contrario no se moverán de aquí.

    Fui adonde estaban y entablé conversación. Los hice sentarse sobre un tronco caído y les pregunté a cada uno el nombre, la edad, de qué se ocupaba su padre, y lugar en que vivían. Me respondieron las preguntas poniéndose de pie, saltando como si fueran pelotas de goma. Lo común de sus ademanes era que se empeñaban mucho en darse aires de adultos. Todos habían perdido padres y hermanos o fueron testigos de la horrorosa matanza de otros parientes cercanos durante las operaciones de “castigo”. Y para vengarse decidieron empuñar el fusil. Hablamos con el corazón abierto y me di cuenta que pensaban como personas mayores.

    Resulta lógico que en un mundo cruel hasta los niños maduran precozmente. Los niños de Corea, pese a su corta edad, veían claramente las cosas del mundo porque sólo presenciaban desgracias y tenían que soportar sufrimientos. La revolución despierta y estimula a los hombres con extraordinaria fuerza y velocidad. Habría que considerar que la afirmación de un renombrado hombre de que la revolución es una escuela que crea lo nuevo, efectivamente encierra una verdad profunda.

    Todos aquellos niños, más de 20, que vinieron a nuestro vivaque con el sueño de ser guerrilleros, representaban como los más martirizados una página de la historia de nuestra nación, llena de vicisitudes. No pude menos que sentirme fuertemente conmovido cuando aquellos pequeños deseaban tan vehementemente participar en la lucha armada, empresa muy difícil hasta para los adultos, encargándose voluntariamente de la pesada tarea de la transformación social.

    Recuerdo que entre esos adolescentes con quienes hablé aquel día, estaban Ri Ul Sol, Kim Ik Hyon, Kim Chol Man y Jo Myong Son. Hoy son altos oficiales como submariscal, general de ejército y coronel general, empero, por entonces se sometían a la prueba de si podían o no empuñar los fusiles.

    ¿Qué debía hacer con ellos?

    Me resultaba muy difícil encontrar las palabras y maneras para persuadir a aquellos pequeños halcones que no temían ni al fuego ni al agua, de que debían regresar a casa. En el Ejército revolucionario hasta hombres muy robustos pueden quedarse atrás si no se esfuerzan constantemente por foguearse y superarse.

    Traté de explicarles que era una cosa muy buena que ellos hubieran decidido empuñar el fusil para cobrar la sangre de sus padres y hermanos, lo que constituía una manifestación de patriotismo; pero por la poca edad resultaba difícil recibirlos en el Ejército revolucionario. Que no podrían ni imaginarse las incontables dificultades y privaciones a que se enfrentaban los hermanos y hermanas de la guerrilla. Incluso en pleno invierno tenían que dormir en los bosques, sobre la nieve. Y a veces marchaban bajo la lluvia durante varios días. Cuando se agotaban las provisiones, se alimentaban de raíces de yerbas o cortezas de árboles maceradas o engañaban el estómago con agua. Así se vivía en el Ejército revolucionario; que a mi parecer, ellos no podrían soportar eso y lo mejor sería que volvieran a sus casas y empuñaran el fusil más tarde, cuando crecieran más.

    No obstante, se mantuvieron en sus trece. Aseguraban que podían vencer cualesquier dificultades, dormir sobre la nieve si lo hacían los mayores, y participar en los combates junto con ellos, e insistían en que los admitiéramos.

    Nunca sentí tan imperiosamente como en ese momento la necesidad de tener una escuela militar.

    ¡Qué bueno sería si pudiéramos entrenar y forjar a todos estos cariñosos niños en una escuela militar! Hasta las tropas independentistas habían contado con colegios de tal tipo en distintas partes de Manchuria. Pero esto ocurrió antes de la ocupación de este territorio por los imperialistas japoneses. En la segunda mitad de los 30, cuando a Manchuria la cubría un gran número de efectivos del ejército nipón, no teníamos la posibilidad de establecer escuelas militares como hicieron las tropas independentistas. Pensé en la posibilidad de abrir un centro de formación militar en el campamento secreto, pero esto tampoco se avenía con la realidad. Todos los “barómetros” del mundo insinuaban que los imperialistas japoneses buscarían un nuevo punto detonante para provocar en China otro incidente como el del 18 de septiembre. En vista de esa situación nos preparábamos para operaciones móviles de envergadura. Recibir en nuestra unidad a niños de diez y tantos años de edad en aquellos momentos era igual a ponernos una mochila más a las espaldas antes de emprender una marcha penosa.

    Sin embargo, no podíamos obligarlos a regresar a sus casas sólo pensando en los puntos desfavorables. Francamente dicho, me gustaron todos por igual.

    En cuanto a su determinación clasista, estaban a la altura de los adultos. Especialmente me produjo una fuerte impresión la afirmación de ellos de que vencerían el hambre igual que los mayores.

    Comparados con los llamados patriotas que amaban el país sólo de palabra o los renegados de la revolución y los depravados que, lamentándose de su existencia como un rocío en la punta de una hoja, vivían los días sin ningún sentido, aquellos niños que se negaban a ir para sus casas si antes no veían realizado su deseo de ingresar en la guerrilla, resultaban unos patriotas con noble y ardoroso espíritu. Por haber tomado esa decisión pese a su corta edad merecían, de hecho, ser saludados con ramos de flores antes de someterse a la decisión de incorporarlos o no.

    Quise formar a esos intrépidos pequeños como combatientes. No podíamos ubicarlos de inmediato en las filas de combate, aunque sí prepararlos como dignas reservas para dentro de uno o dos años, si encontrábamos una vía apropiada. Si en ese lapso llegaban a ser combatientes de la talla de los veteranos, esto sería realmente el fruto más valioso.

    Me parecía que si los veteranos se esforzaban con firme determinación, aunque durmieran y comieran menos, podrían hacer de aquellos chicos unos ágiles guerrilleros en un corto espacio de tiempo. Pensé, pues, en organizar aparte una compañía de adolescentes, darles entrenamiento en el campamento secreto si la situación lo permitía y, cuando la unidad emprendiera acciones, llevarlos con nosotros para instruirlos y foguearlos en combates reales. En otras palabras, quería formar una compañía especial que cumpliera la misión de escuela militar o de centro de preparación de cuadros militar-políticos, y que combinara esto con la práctica.

    Decidí admitirlos en la unidad y les exigí escribir el juramento:

    —Si realmente quieren ingresar en la guerrilla, escribirán el juramento esta misma noche. Anotarán por qué desean entrar en el Ejército revolucionario y empuñar el fusil y cómo vivirán y pelearán después del ingreso. Luego de leer sus juramentos decidiremos qué hacer con ustedes.

    Kim Phyong y la mayoría de los comandantes manifestaron su profunda preocupación por mi decisión. Decían que los niños procedentes de Maanshan, que no eran pocos, constituían una carga bastante pesada y si se aceptaba hasta a aquellos chicos, se crearían muchos dolores de cabeza.

    Al día siguiente leí lo que habían escrito. Lo encontré excelente. A los analfabetos, otros les escribieron el texto de compromiso, pero no los cuestioné. Les dije que no era un delito no saber escribir por no haber podido ir a la escuela y que todos los juramentos eran buenos. Los niños gritaron y saltaron de alegría.

    Cité a la Comandancia a los comisarios políticos de las compañías y superiores y anuncié oficialmente que se organizaría una compañía con miembros del Cuerpo Infantil procedentes de Maanshan y los adolescentes que acababan de llegar de Jiandao Oeste. Nombré a O Il Nam jefe y a la guerrillera Jon Hui, responsable de asuntos internos.

    O Il Nam mandaba la sección de ametralladores directamente subordinada a la Comandancia. Era buen tirador y meticuloso organizador de las filas. También poseía extraordinaria perseverancia y voluntad combativa. Lo muestra nítidamente el siguiente episodio ocurrido en el combate de Kouyushuishan. En esa operación fue herido, pero soportó calladamente; nadie lo supo. Apenas llegando a Diyangxi vimos una mancha de sangre en su uniforme y nos alarmamos todos. Al quitarle la chaqueta descubrimos una bala enterrada, se dejaba ver apenas un extremo. Pese a ello O Il Nam estaba sonriente.

    Como no teníamos un médico, le dije a Kang Wi Ryong, que era fuerte, que lo sujetara bien y traté de sacarle el proyectil con unas pinzas; no fue fácil, tuve que sudar mucho. La operación fue a viva fuerza, sin anestesia, pero no emitió ni un gemido. Después de extraerle el plomo, cubrimos la parte dañada con la vaselina que se usaba para las armas y ordené enviarlo a la retaguardia. Sin embargo, no quiso irse:

    —¿Por qué se alarman tanto por una herida nada grave? Cuando los enemigos van a agredirnos, es imposible que el jefe de la sección de ametralladores abandone su puesto.

    Estaba seguro de que esta férrea voluntad combativa de O Il Nam ejercería buena influencia sobre los guerrilleros adolescentes.

    En este aspecto se destacaba también la responsable de asuntos internos Jon Hui. Aunque era más o menos de la misma edad que otros integrantes de la compañía de niños, el alma estaba tan madura como duros granos de soya en el otoño. Kim Chol Ho que conocía bien la situación de la familia de Jon Hui dijo una vez que desde pequeña era avispada, que a los diez años había roto la caja de agujas de acupuntura del abuelo.

    Su madre murió cuando ella tenía esa edad. El abuelo aplicaba bien la acupuntura y curaba con bastante éxito a los aldeanos enfermos. No obstante, no pudo salvar a su nuera. La pequeña Jon Hui creyó que la culpa de la muerte de su madre la tenía el estuche de agujas. Así lo hizo añicos con una piedra. El abuelo la regañó muy enojado. Ella, rompiendo en llanto, le contrarrestó:

    —¿Para qué sirve este estuche de agujas que no pudo salvar a mi mamá?

    Entonces el abuelo la abrazó y sollozaron juntos.

    Un año después perdió al hermano que era guerrillero. Mientras realizaba un trabajo en la retaguardia enemiga fue detenido junto con otros dos camaradas. Los tres fueron fusilados en el monte que había detrás de la aldea Juzijie. Aunque estaban sangrando y con huesos fracturados a causa de salvajes torturas denunciaron los crímenes de los enemigos y cayeron heroicamente gritando “¡Viva la revolución!”.

    La pequeña Jon Hui, que presenció la escena junto con los demás habitantes de la aldea, recibió un fuerte impacto por la heroica muerte del hermano. Los enemigos fanfarronearon ante la multitud: “¿Lo han visto? Todos los que se opongan a Japón correrán la misma suerte. ¿Todavía se atreven a hacer revolución?”. Prevaleció el silencio. Sólo de la boca de Jon Hui salió la voz sonora: “¡Viva la revolución!”. Los verdugos, muy alarmados, se abalanzaron sobre ella y la apalearon. Con posterioridad, cuando entró en la zona guerrillera, los adultos le preguntaron: “¿Cómo te atreviste a gritar eso?”. Ella dijo:

    —Quería morir como mi hermano. Y pensé que de morir debería gritar ¡Viva la revolución!.

    Esta sencilla confesión testimoniaba que le nacía un carácter que le permitía apreciar más la revolución que a su propia vida.

    Esa firmeza y audacia podrían constituir un excelente ejemplo para los integrantes de la compañía de niños.

    Por eso creí que Jon Hui, al igual que O Il Nam, era apropiada para la tarea de atender su vida. Este cargo equivale al que cumple hoy el sargento mayor en el Ejército Popular.

    Aun después de que declaré organizada la compañía de niños, hubo comandantes que mostraron dudas. No pocos se preguntaron si los niños no entorpecerían nuestras acciones, no quedaríamos atados de pies por causa de ellos; y si esos chiquillos podrían vencer las pruebas que incluso para los adultos resultaban arduas.

    Creé esa compañía con la autoridad que se me confería como Comandante en jefe, porque quería satisfacer lo más pronto posible la solicitud de los niños.

    Podría afirmar que, ante todo, me impresionaron su ardiente aspiración de participar en la revolución y su inapagable sentimiento de odio al enemigo expresado en su decisión de vengar a sus padres y hermanos. Y en el encuentro con ellos sentí la necesidad de prestar atención a la formación de las reservas para la guerrilla y llegué a pensar que tal vez instituir una organización militar especial con los niños podría ser una solución.

    Valorando los antecedentes de Jo Wal Nam, Ri Song Rim, Choe Kum San, Kim Thaek Man, Paek Hak Rim y otros enlaces que habían ingresado en la guerrilla casi con la misma edad que los miembros de la compañía de niños, llegué a tener la seguridad de que a los 14-17 años ellos podían conducirse como mayores.

    Tan pronto como organizamos aquella compañía, confeccionamos uniformes para sus miembros y les entregamos armas. La mayoría de éstas eran carabinas modelo 38, que convenían a sus tallas. Cuando vienen a mi memoria las imágenes de los pequeños que saltaban de alegría al recibir nuevos uniformes y armas, aún siento satisfacción.

    Les encargué a O Il Nam y Jon Hui entrenarlos por un tiempo en la meseta de Diyangxi y después trasladarlos al campamento de Fuhoushui, de Qidaogou, donde llevarían a cabo un intensivo adiestramiento. Entregué a O Il Nam el programa de formación rápida, que confeccioné personalmente, para impartirles en menos de dos meses conocimientos y movimientos básicos en la vida guerrillera. Dudó que los niños pudieran cumplir aquel plan tan intenso, pero dijo que trataría de ejecutarlo.

    Al día siguiente, la compañía inició el entrenamiento. Aunque estaba muy atareado para trazar la orientación en vista de la posible guerra China-Japón, gané tiempo para dirigirlo de vez en cuando. En el campo de maniobras hice acciones modelo y di muchos consejos; les dije que para empaparse en el agua del ejército debían intensificar prácticas de marcha con marcialidad; que en los ejercicios de tiro tenían que considerar el blanco como el pecho del enemigo, etcétera, etcétera.

    Unas dos semanas después, fuimos al campamento secreto de Xiaobaishui para convocar una reunión. Antes de partir, ordené a O Il Nam trasladarse junto con los miembros de la compañía infantil al campamento de Fuhoushui y continuar allí el entrenamiento.

    Al incorporar a los chicos en la columna de marcha, sentí inquietud. La caminata no sería sencilla. Aunque se trataba de niños que crecieron en medio de penalidades, no pude estar tranquilo.

    El campamento secreto de Fuhoushui era de retaguardia relativamente segura, ideal para las prácticas militares. Allí estaba reservada suficiente cantidad de víveres que la compañía podía consumir durante dos o tres meses. Habíamos encomendado a Kim Phyong construirlo y preparar alimentos. La compañía de adolescentes se benefició mucho de ello.

    Cuando, desde el campamento secreto de Liudaogou, cerca de Fuhoushui, dirigíamos operaciones de ataque a la retaguardia del enemigo, ellos desplegaron allí activos ejercicios.

    Terminadas las reuniones en Chushuitan y en Xiaobaishui, fuimos a ver sus entrenamientos y a primera vista nos convencimos de que habían progresado mucho más que en Diyangxi. Era prueba de lo justa que había sido la formación de esa compañía.

    El admirable ritmo de avance me dio una gran satisfacción.

    Un día, Jon Hui apareció en la Comandancia y me dijo al oído algo sin principio ni fin:

    —General, tenemos un problema serio. ¿Qué debemos hacer?

    Después contó que el más pequeño de su compañía lloraba cada noche echando de menos la casa.

    La palabra llorar me sorprendió. Podía considerarse algo normal que aquellos niños pensaran en sus casas, pues los guerrilleros también eran seres humanos con familias. Pero llorar pensando en sus familiares constituía otro problema.

    Según explicó Jon Hui, aquel muchachito empezó a quedarse sombrío desde que la compañía cruzara el Badaogouhe. Si le preguntaba por qué lloraba, decía que mientras más se apartaba de la casa, más triste se sentía. Parece que al ingresar en la guerrilla creyó que ésta operaría sólo cerca de su hogar, y como la columna se iba cada vez más lejos, flaqueó.

    Aconsejé a Jon Hui que lo reprendiera algo duramente, tal como dice un refrán: “Al hijo querido, zurrarlo más.” Ella lo hizo así, pero su reprimenda produjo un efecto contrario. El chico se tornó más desobediente e, incluso, pidió que le permitieran volver a casa.

    Lo llamé a la Comandancia y le pregunté si era verdad que quería regresar a casa. Me miró fijamente, sin decir esta boca es mía.

    —Entonces, irás a casa, —dije—. Pero Shijiudaogou queda a varios cientos de ríes desde aquí. ¿Podrás ir?

    —Sí, puedo, siguiendo el camino que hemos hecho.

    Por la seguridad con que respondió estimé que no se trataba de un simple capricho sino de un plan premeditado.

    Mandé a Jon Hui traer la mochila con provisiones de emergencia de la compañía de niños. Contenía unos cuantos kilogramos de cereales. Entregándola al niño le dije:

    —Vuelve a casa, pues, si ese es tu deseo. Llévate esta mochila porque necesitarás comer para llegar.

    —No quiero llevármela. ¿Qué comerá la compañía? Yo solo podré arreglármelas de cualquier manera. Me bastará con coger unas cuantas mazorcas en los maizales.

    Lo dijo con los ojos desorbitados porque sabía bien que eran provisiones de emergencia de la compañía.

    —Eso es igual a robar. Te pedimos llevar estos granos para que no cometieras tal acto. Como viviste algunos días en la guerrilla, deberías saberlo, por lo menos. ¿No tengo razón? Anda, llévate esta mochila.

    —No puedo comer yo solo a costa de que mis compañeros pasen hambre.

    Y de ningún modo quiso cargar con la mochila que yo trataba de ponerle a las espaldas.

    —Tú, que sabes respetar este principio de la moral, ¿cómo no te das cuenta de que irte solo a casa abandonando en medio de la montaña a tus compañeros que derraman sangre en los combates es un acto vergonzoso? Creí que ustedes eran inteligentes, y en realidad no lo son.

    Al ver que su problema tomaba mal cariz el pequeño rompió a llorar.

    De hecho, aquellos niños deberían estar aún bajo la atención de los padres. Sentí ver en ellos una parte de la desgracia nacional impuesta por el imperialismo japonés.

    No obstante, si dejábamos que volviera a casa, ¿cuáles serían las consecuencias? Se produciría un ambiente de vacilación entre sus compañeritos.

    Después de recordarle el juramento que había escrito al entrar en la guerrilla, traté de convencerlo:

    —… Hay un refrán que dice: La palabra de hombre pesa tanto como mil toneladas de oro. Pero tú quieres botar tu juramento como una piedra cualquiera del camino. Un hombre no debe tratar tan ligeramente el compromiso hecho. Una vez tomadas las armas en las manos tienes que pelear hasta el fin y regresar a casa triunfante. Y así tus padres te acogerán muy contentos …

    El niño juró que no pensaría más en regresar a casa.

    Quizás, por ese motivo, lo atendí con particular amor desde entonces. Un rasgo positivo que descubrí en su conducta fue el afecto a los camaradas. Ese sentimiento que lo hizo preferir pasar hambre a consumir los víveres de emergencia de la compañía era tan puro y hermoso como la nieve recién caída y el lirio.

    Considero la camaradería como piedra de toque que determina la calidad de los revolucionarios. Es la médula de las cualidades humanas y el fundamento de la moral que hacen de los comunistas los seres más nobles del mundo, y el nítido distintivo que los diferencia de los demás humanos. Si los hombres no tienen camaradería, su existencia se derrumbaría como un edificio sin cimientos. Quien posee profundo sentimiento camaraderil, aunque adolezca de algunos defectos, puede tener fuerza suficiente para remediarlos. Fue exactamente esta cualidad la que descubrí en aquel pequeño oriundo de Shijiudaogou.

    Todos en nuestra unidad ayudaron y atendieron afablemente a los integrantes de aquella compañía como si fueran sus propios hermanitos. Cada veterano se encargó de uno de ellos para educarlo con constancia. Así cada chico tuvo un digno protector.

    Pero, el más entusiasta y activo resultó ser, naturalmente, O Il Nam. Siempre estaba preocupado por si surgía un elemento rezagado entre los niños. Una vez quedé muy impresionado al ver cómo envolvía con peales los pies de Kim Hong Su, “Esposo Pequeño”, incorporado a la guerrilla en Shangfengde. O Il Nam le decía: “Oyeme, Hong Su, te casaste primero que yo, pero yo supe primero que tú envolver los pies con peales. Así que debes aprenderlo modestamente, sin sentirte avergonzado. Cuando me case, serán otras nuestras posiciones. Entonces tú serás mi maestro”. Kim Hong Su, dejando sus pies a disposición del jefe de compañía, miraba atentamente los movimientos de sus manos. Al parecer, O Il Nam prestaba especial atención a la vida de Kim Hong Su para que éste, siendo un hombre casado, no andara de boca en boca de los demás.

    También las guerrilleras dedicaban su cariño y esfuerzos particulares a los muchachos. Cada cual se encargaba de atender a dos o tres y les enseñaban con solicitud un sinfín de cosas de la vida cotidiana, entre otras cómo guardar ordenadamente las cosas en las mochilas, preparar comidas, coser, encender hogueras, y eliminar las ampollas de las plantas de los pies.

    Después del jefe de la compañía, el otro entusiasta en ayudar a los pequeños fue Kim Un Sin. Al parecer la organización del partido le había dado la tarea de atender a Ri Ul Sol. Siempre que tenía tiempo le enseñaba a éste cómo hacer puntería con el fusil, lo que ejerció una buena influencia sobre otros veteranos. Gracias a sus esfuerzos Ri Ul Sol se convirtió posteriormente en un buen tirador. Y cuando entró en el Partido Comunista, Kim Un Sin le dio su aval.

    Los mayores guiaron a los niños también durante las caminatas. Les impartieron conocimientos generales para las marchas: que durante la noche debían pisar casi los talones del delantero, vigilar los alrededores e informar de inmediato a los jefes de cualquier anormalidad y al reiniciar la marcha no dejar ni un pedacito de papel en el lugar del alto.

    También atendí a los pequeños con toda sinceridad.

    Cuando cruzábamos los ríos con corrientes rápidas los llevaba a cuestas hasta la otra orilla. El “Esposo Pequeño” pasó un río colgándose de mis espaldas. Fue objeto de broma de otros, quienes le dijeron que era una vergüenza para un recién casado ser cargado como un bebé, pero el ingenuo esposo permaneció tranquilo. Cada vez que marchaba junto con los niños no paraba de hablar: “Cuidado, delante un tronco tumbado”, “Hay un charco, sáltenlo”, “Crucen el río con mucho cuidado”, así por el estilo.

    Los de la compañía infantil siempre tenían hambre. En la guerrilla no podían comer mejor que en sus casas. En una ocasión, en camino de Changbai a Linjiang no alcanzaron los víveres, y por eso con frecuencia comimos bodrio. Cuando nos lo ponían, los chicos quedaban muy hambrientos. Los cocineros me servían aparte, pero yo iba con el plato a la mesa de ellos y les cedía una parte de mi ración.

    Un día, Jon Hui, de carácter meticuloso, vino a verme con una expresión llorosa y pidió que no procediera así, pues, decía, si continuaba ofreciendo una parte de mi bodrio, esto afectaría mi salud, que si no cesaba de hacerlo, ellos también dejarían de comer.

    Traté de tranquilizarla:

    —Compañera Jon Hui, no te preocupes tanto. Por pasar un poco de hambre no me ocurrirá nada grave. En el caso de los niños, la situación es otra. Por falta de fogueo les resulta sumamente difícil. A su edad pueden digerir hasta piedras, pero casi siempre comen bodrio y deben estar muy hambrientos. Fuera de nosotros, ¿quién podría ayudarlos en estos momentos?

    Presté la primordial atención a la educación ideológica de la compañía infantil. En horas libres me convertía en maestro. Al principio, enseñé las letras a los analfabetos. Las biografías de los hombres renombrados despertaron notable interés entre todos. Por eso, les conté mucho sobre ellos; luego les expliqué la historia de la ruina de nuestra nación. Algunos, incluso, soñaban con actuar como ellos: andar con bombas para eliminar al emperador de Japón y al gobernador general de Corea, con pistolas o bombas como An Jung Gun, Yun Pong Gil y Ri Pong Chang. A tales soñadores les explicaba que con el terror no podrían restaurar el país y que para rescatarlo hacía falta una resistencia pannacional con la lucha armada como eje. Era necesario un esfuerzo perseverante para hacer comprender a tales niños nuestra línea revolucionaria.

    En la caminata desde Changbai hasta Linjiang libramos decenas de combates. Sin embargo, nunca permití que los integrantes de la compañía de niños participaran. Sólo les dejé mirar desde lejos cómo los veteranos peleaban. En una ocasión, uno de ellos, encontrándose en el área de combate, fue alcanzado por una bala perdida. Cada vez que la herida le provocaba dolor agudo, llamaba a su padre. Pensé en sus padres que se sentirían muy tristes si vieran a su hijo herido. Por eso dije a O Il Nam que cuidara y atendiera bien a los preciosos continuadores de la causa revolucionaria. Los apreciamos con tanta solicitud como si fueran los más valiosos tesoros, pero esto no quiere decir que los acariciáramos como a unos señoritos. Si cometían errores, los criticábamos duramente y los fogueamos al hacerlos convivir con los veteranos.

    Una noche, mientras recorría el vivaque descubrí que uno dormía descalzo. Era una violación de la disciplina. Cuando redactamos los reglamentos para acampar incluimos un artículo que lo prohibía. En la guerrilla, expuesta a asaltos sorpresivos, dormir descalzo o desvestido, sin poder soportar incomodidades temporales, significaba el suicidio. De manera que nuestros comandantes y combatientes tenían el hábito de acostarse con la ropa y zapatos puestos y con las armas sobre el pecho. Para asegurar la rapidez de acción en casos de emergencia, además, ponían la mochila bajo la cabeza.

    Critiqué severamente a Jon Hui:

    —… Con esta barata misericordia nunca los podrás forjar como combatientes. Si en este mismo momento los enemigos atacan, ¿qué será de este niño descalzo? Se herirán o congelarán sus pies. Hay que considerar que sus padres nos lo confiaron. Así que tenemos que atenderlos a todos con el sentimiento de sus propios padres, hermanos y hermanas. Debemos forjarlos de acuerdo con los principios, en aras de su futuro, aunque esto por ahora nos provoque dolores y eche sombras sobre nuestros sentimientos humanos. …

    Mi reprimenda de aquella noche le produjo un impacto tan fuerte, según me contaron, que decenas de años después, al encontrarse con Jo Myong Son, ya en el importante cargo de vicejefe del Estado Mayor General de nuestro Ejército Popular, le dijo:

    —¿Recuerdas cómo fui criticada por causa de tus pies?

    Jo Myong Son respondió con voz emocionada a su otrora jefa de asuntos internos:

    —¡Cómo no! Fue por mi falta de dormir descalzo en el vivaque … en la época de la compañía infantil, cuando aprendíamos a dar los primeros pasos en la revolución. Sufrimos mucho, pero añoro aquel tiempo.

    Nadie puede olvidar en toda su vida las penalidades y el cariño experimentados en la niñez. Sus recuerdos iluminan la vida de los hombres como si fuera una luz eterna. Desde aquellos días han transcurrido muchos años, más de medio siglo, y los que entonces tenían 14-15 años, ahora pasan de los setenta, pero no olvidan a los camaradas que los cuidaron y amaron como a sus propios hermanitos.

    Gracias a la cálida ayuda y atención de los veteranos, los integrantes de la compañía de niños progresaron rápidamente. Empezaban a pedir que los dejáramos tomar parte en los combates. La primera vez que participaron fue en la operación de Xinfangzi. Después intervinieron en muchas otras. Y hubo los más disímiles incidentes y ocurrencias. Aunque les explicábamos y hacíamos cientos de advertencias, comenzado el tiroteo, realizaban actos totalmente inimaginables para los mayores, con los cuales unas veces nos hacían sudar las manos, y otras, prorrumpir en risa. Hasta los que comúnmente parecían sosegados se excitaban mucho en los combates, actuando con imprudencia y precipitación. Algunos, no satisfechos con disparar echados sobre el suelo, detrás de objetos naturales de protección, lo hacían incorporados, con la mitad superior del cuerpo al descubierto. Los veteranos, cogiéndolos por la nuca, los tiraban atrás. Así ellos caían de nalgas contra el suelo. Uno al que se le chamuscó la gorra nueva con el fuego de la hoguera estaba tan obsesionado en conseguir otra que al encontrarse cara a cara con un enemigo trató de arrebatarle la gorra antes de matarlo de un tiro. Por poco él perdía la vida. Otro, apostado como centinela, no pudo controlarse al ver un corzo y disparó, lo que puso a toda la unidad en alarma.

    Muchas fueron sus hazañas combativas en esos arduos días. Las circunstancias extraordinarias de la vida guerrillera les hicieron desplegar sabiduría y valor singulares, impensables en tiempos ordinarios.

    Una vez, Jon Mun Sop, Ri Tu Ik y Kim Ik Hyon iban a un determinado lugar con una tarea de enlace, y en el camino tropezaron con una pequeña unidad del ejército títere de Manchuria. Como los enemigos los descubrieron al mismo tiempo, corrían el riesgo de ser rodeados y apresados en su totalidad si no actuaban antes. En un momento tan peligroso, los tres se tendieron en los matorrales y dieron órdenes imitando la voz de los adultos: “¡La primera compañía, a la izquierda; la segunda, a la derecha!”, y empezaron a tirar con puntería contra los enemigos. Atemorizados ante su ímpetu los adversarios huyeron, sin atreverse a pelear. Los tres adolescentes cumplieron con éxito la misión.

    Otro aspecto importante de su proceder estaba en que al volver, luego de esa hazaña, la consideraron como una cosa trivial. Por eso, no fue conocida de inmediato en la unidad. Pude enterarme de su formidable acción sólo después que me lo informara O Il Nam.

    Los integrantes de la compañía infantil progresaron irreconociblemente también en lo ideológico y volitivo, y en lo moral. Trataron de hacer todas las cosas con sus propias fuerzas y, en la medida de lo posible, no ser una carga para los mayores.

    El otoño del año en que se creó la compañía, Kim Ik Hyon sufrió una quemadura en una pantorrilla mientras dormía cerca de la hoguera. Encima, se le inflamaron los ojos. Por eso, tuvo muchas dificultades. Como no podía ver bien, los veteranos debían sostenerlo durante las marchas. Le dolía mucho la pantorrilla, pero lo disimuló para no molestarme a mí ni a otros. Al percatarme de que sufría a causa de la quemadura le envié medicamentos. Después, cuando le vi la cicatriz admiré su voluntad y su capacidad de aguante.

    En todo el curso de la guerra antijaponesa los miembros de la compañía infantil, sin limitaciones por su escasa edad y fuerza física, pelearon tan valerosamente como los mayores y así contribuyeron mucho a la lucha armada. Los militares y policías japoneses advertían que con los guerrilleros procedentes de esa compañía no se atrevieran ni siquiera a hablar. Querían decir con esto que se evitaran enfrentamientos con ellos.

    Veamos ahora el caso de Kim Song Guk, quien pese a su poca edad ingresó en la guerrilla con la ayuda de Kim Il.

    Durante mucho tiempo, Kim Il realizó trabajo clandestino en una aldea situada al pie de Jiansanfeng. Logró cumplir muchas tareas con la colaboración de Kim Sang Hyon, militante local de la ARP. Este campesino escondió a Kim Il en su cabaña durante tres meses y le ayudó de modo abnegado. Era viudo. Después de la muerte de su mujer, le resultaba imposible atender a tres hijos, razón por la cual los entregó a casas ajenas como criados. Precisamente, el mayor de los tres era Kim Song Guk.

    Kim Il pensó mucho en cómo podría ayudar a aquella familia pobre, pero no se le ocurrió una buena idea y, al final, decidió enviar a Kim Song Guk a la guerrilla con su recomendación. Un día fue a ver a éste que estaba en el campo escardando. Le entregó la carta de recomendación dirigida a mí y le dijo que se fuera a verme. El adolescente arrojó el azadón y vino con su ropa de arpillera. Así logró convertirse en guerrillero.

    Kim Song Guk, que desde temprana edad conoció muchas y singulares penalidades, era muy sensible, audaz y perseverante, y pudo aprender con rapidez el arte de tirar y los reglamentos de conducta en la guerrilla. Algunos meses después fue designado sustituto del ametrallador O Paek Ryong. Kim Il lo atendía con mucho cariño.

    Lo siguiente ocurrió cuando nos encontrábamos en las riberas del Songhuajiang. Fue en invierno, hacía mucho frío. Kim Song Guk pertenecía al grupo de contención. En una ocasión estaba calentándose los pies en la hoguera, y al sentir que las plantas casi se le quemaban se quitó los zapatos. Por sorpresa, en ese justo momento, los enemigos les atacaron. Para colmo, O Paek Ryong estaba ausente. Cumpliendo una orden, Kim Song Guk corrió a toda prisa hacia el río, instaló la ametralladora sobre la superficie congelada y abrió fuego huracanado. No tuvo ni tiempo para darse cuenta de que estaba descalzo.

    Mientras disparaba sintió que alguien le tiraba de los pies. Enojado volvió la cara y sorprendido vio cómo Kim Il le envolvía los pies con trapos hechos de su ropa interior. Apenas entonces se dio cuenta de que se había lanzado al combate con los pies desnudos. Después que el adversario se retiró, Kim Il le reprochó:

    —¡Qué aspecto el tuyo! ¿Quieres que te amputen las piernas?

    Al retornar, Kim Il me describió cómo Kim Song Guk, con la ametralladora al hombro, corrió sobre el río congelado y el sonido que se producía cada vez que sus pies descalzos se despegaban del hielo. Si no fue nada común que Kim Song Guk disparara tendido sobre las capas de hielo y con los pies descalzos, no lo fue tampoco lo que hizo Kim Il: correr detrás del joven combatiente a despecho de la lluvia de balas y envolverle los pies con jirones arrancados de su ropa interior. Si no hubiera actuado así, el otro habría sufrido indudablemente graves sabañones en los pies quedando como una ave sin alas.

    Posteriormente, avalado por Kim Il y por mí, Kim Song Guk ingresó en el Partido Comunista.

    Su elevada fidelidad a la revolución la muestran irrefutablemente los episodios de la época en que operamos en pequeñas unidades. La primera mitad de la década del 40 fue un período severo, de prueba del espíritu revolucionario de cada guerrillero. Pero, invariablemente, Kim Song Guk siguió peleando, sin la menor vacilación. Iba a menudo al país con alguna tarea clandestina, y una vez, al penetrar solo en la ciudad de Rajin cometió un insignificante error que motivó que fuera detenido por la policía. Al ser sorprendido por un aguacero en la calle, entró en una tienda y quiso comprar un paraguas, pero, equivocadamente, cogió una sombrilla para damas. Como desde pequeño tuvo que realizar faenas penosas en Jiazaishui, una aldea perdida entre montañas, no sabía diferenciarlos. La sombrilla de Kim Song Guk atrajo pronto la atención de los transeúntes. Resultó tan chocante que un policía que pasaba cerca le preguntó dónde la había robado. Kim Song Guk le dijo que la había comprado en una tienda. Entonces, el policía inquirió por qué una sombrilla para damas, y tuvo que mentir diciendo que una vecina le había rogado se la comprara.

    Sin embargo, el agente lo condujo al puesto policíaco y lo interrogó con insistencia. Kim Song Guk hasta pensó en golpearlo con una silla y huir, pero no lo hizo porque entonces ya no podría continuar su labor clandestina en la ciudad y el que viniera a sustituirlo debía arriesgar la vida para infiltrarse en Rajin.

    El policía que lo había detenido salió para dar una ronda y lo sustituyó otro en el interrogatorio. Entre preguntas y respuestas, abrió la gaveta y vio los cientos de wones que Kim Song Guk guardaba como fondos de trabajo y el otro policía le había confiscado. El policía, codicioso ante el dinero, lo liberó de inmediato.

    También en el verano del siguiente año, pasó por un trance peligrosísimo mientras regresaba a la base, tras cumplir una misión con una pequeña unidad. Tuvo un choque con los adversarios y fue herido en varias partes del cuerpo. Pese a eso no pudieron capturarlo porque se escondió entre los matorrales, en el fondo de una quebrada. Mandé un grupo encabezado por Im Chol a buscarlo. Estaba al borde de la muerte cuando lo encontraron en aquel valle. Fue un milagro que, tan grave, se mantuviera vivo. Hasta antes de desmayarse, según contó, arrancó yerbas y las comió.

    Después que fuera trasladado a la base de ejercicios, lo enviamos a un hospital de campaña de la Unión Soviética, previo contacto con un organismo correspondiente. Al cabo de un año de tratamiento en aquel centro recuperó la salud. El personal médico y los pacientes lo atendieron de todo corazón. Especialmente, una enfermera lo cuidó día y noche, de manera abnegada, incluso le donó su sangre, afirmando que su paciente era un Ave Fénix de la guerrilla coreana.

    Era una muchacha alemana. Después que su padre, combatiente antifascista, fuera fusilado por los hitlerianos, ella y su madre se exiliaron en la URRS. Trató con respeto y sinceridad a Kim Song Guk a quien consideraba un gran combatiente de una nación pequeña del Oriente. Para su cura no escatimó esfuerzos, sin distinguir tareas rudas o limpias. Lo sostenía cuando iba al baño, le lavaba la cara, e incluso lo alimentaba con sus manos. Cuando el paciente entró en estado de convalecencia, ella mató un pollo en su casa y preparó comidas que le gustaban a él, para abrirle el apetito.

    El día que salía del hospital, la madre de la muchacha vino y lo invitó a su casa. Le aconsejó que como, por lo común, el paciente al ser dado de alta debía pasar un tiempo de convalecencia, permaneciera con ellas algunos días para recuperarse con buena alimentación. Kim Song Guk lo aceptó con mucho gusto.

    Ella era maestra de la escuela de bellas artes del lugar. Aun bajo las rigurosas condiciones climáticas de Siberia criaba decenas de aves y cultivaba hasta plantas de ají de variedad perenne. La madre y la hija sacrificaban todos los días un pollo para llenar la mesa del convaleciente con diversos platos. En horas libres le rogaban contara historias de la lucha guerrillera en Corea. Lo más emocionante para ellas resultaba el relato acerca de los niños de unos 10 años de edad que emprendieron el tempestuoso camino de la revolución. Consideraban casi misterioso que tan pequeños lucharan en la guerrilla. La madre que quería dar a conocer a Europa a un héroe de Corea lo dibujó en varios cuadros.

    Durante la estancia de Kim Song Guk en su casa, la muchacha conoció a Corea, su historia y sus revolucionarios y pueblo. Desde que lo conoció, empezó a amar a nuestra nación.

    —Sólo oyéndole hablar de los niños guerrilleros, me he convencido de que su país vencerá en la lucha contra Japón. Indudablemente ustedes vencerán a Japón —decía la muchacha.

    Cuando regresaba a la unidad, ellas lo acompañaron, junto con los médicos soviéticos, a gran distancia y compartieron el dolor de la despedida.

    La madre y su hija querían darle, como recuerdo, una libreta de ahorros con una suma considerable, pero el muchacho no la aceptó.

    En el momento de la despedida, la madre le manifestó:

    —… Debería descansar más, pero no trataremos de retenerlo, porque sabemos que por mucho que insistamos, usted no se quedaría en nuestra casa. Seguramente triunfará la revolución coreana por contar con combatientes como usted …

    En la unidad, Kim Song Guk nos contó todo esto y quedé profundamente conmovido ante las acciones internacionalistas de aquella muchacha alemana y su madre. Enviamos a ellas a Kim Song Guk con dinero y carne de cerdo, en manifestación del agradecimiento en nombre del Ejército Revolucionario Popular de Corea.

    El caso de Kim Chol Man es otra prueba de que la compañía de niños era un magnífico crisol para la forja ideológica y una excelente escuela militar-política.

    El muchacho vino en pos del “Viejo de la Pipa” que regresaba de la zona de Diyangxi donde había actuado integrado en una pequeña unidad, e ingresó en esa compañía. Cuando se presentó ante mí, pregunté disgustado al viejo:

    —¿Qué quiere que hagamos con este mocoso que es más pequeño que una escopeta?

    Ri Tong Baek saltó y defendió al adolescente:

    —¿Que es mocoso? Tiene nada menos que 17 años. Aunque es bajito, ya sabe razonar como un anciano.

    Al principio, creí que el muchacho había mentido al “Viejo de la Pipa”, pues pareció que apenas tenía 12 ó 13 años. Le dije, pues, que no mirara al árbol que no podía subir, que regresara a casa.

    Sin embargo, sonriendo bondadosamente, expresó:

    —Estimado General, no me desprecie por ser pequeño de estatura. Aunque lo soy, no existe faena agrícola que no haya experimentado.

    Luego agitó su brazo, que pareció más musculoso que los de otros niños.

    Admitido en la compañía infantil, siempre estaba a la vanguardia en cualquier trabajo. Después de disuelta la compañía, se incorporó al séptimo regimiento y se desempeñó con responsabilidad como enlace de su jefe O Jung Hup. Cuando éste cayó, él derramó más lágrimas que nadie. Luego prestó especial atención a proteger a O Paek Ryong, sucesor de O Jung Hup.

    Cuando actuábamos divididos en pequeñas unidades, perteneció siempre al grupo mandado por O Paek Ryong y, cruzando con frecuencia la frontera Unión Soviética-Manchuria y el río Tuman, desplegó con valentía las actividades políticas para aglutinar a las fuerzas de resistencia antijaponesa y el reconocimiento sobre los puntos de importancia militar del enemigo. Su audacia y talento como comandante militar forjado en el fragor de la lucha antijaponesa se puso de pleno manifiesto durante la gran guerra contra Estados Unidos. Tanto en el primer avance hacia el sur como en la retaguardia enemiga combatió con éxito. Su regimiento asestó sucesivos golpes al enemigo desde sus espaldas, en un radio de acción de más de 400 kilómetros que abarcaba Yanggu, Chunchon, Kaphyong, Thongchon, Phohang, Chongsong, Kunwi y otras zonas de las provincias Kangwon y Kyongsang del Norte.

    Las batallas para ocupar posiciones eran tan enconadas entre nosotros y el enemigo que los pobladores de la zona de Yanggu no se atrevieron a emprender la cosecha otoñal. Kim Chol Man, liberado Yanggu, citó a los cuadros del distrito y organizó con audacia primero la recolección de cereales. Con ayuda de su regimiento, los lugareños la concluyeron en pocos días.

    Oí decir que en cada oportunidad que se le ofrece, Kim Chol Man afirma que si ha podido crecer como un cuadro militar-político que disfruta de la confianza y el afecto del Partido es gracias al estimado Líder, que si éste no le hubiera admitido en la compañía infantil, ni educado y atendido con el amor de un padre carnal, habría quedado como un leñador o labriego desconocido. Y lo dice con sinceridad.

    Otros adolescentes, de edades semejantes a las de los integrantes de la compañía infantil, que si bien no pertenecían a ella pelearon en la guerrilla, contribuyeron notablemente a la victoria en la guerra antijaponesa.

    Kim Pyong Sik, un intrépido joven de 15 años, que trabajaba en la construcción de túneles, vino por sí solo a ingresar en la guerrilla. Por algún tiempo, fue enlace de Mun Pung Sang y de Choe Chun Guk. Los comandantes lo trataron con mucho cariño elogiándolo como un ágil combatiente.

    Con frecuencia cumplía tareas en la retaguardia enemiga y lograba muchos éxitos. Cruzaba y recruzaba a su antojo, e incluso silbando, el río Tuman, donde la vigilancia era rigurosa, y frecuentaba Unggi(Sonbong), Rajin, Hoeryong y otras ciudades fronterizas septentrionales de Corea, como si hiciera visitas a aldeas vecinas. Los datos acerca de la situación y movimiento del enemigo que él recogía a riesgo de la vida, ayudaron mucho a la preparación de operaciones para la liberación de la Patria. Pero, desgraciadamente, en vísperas de la liberación fue detenido por los enemigos. Los verdugos japoneses al saber que había hecho misiones tan tremendas que equivaldrían a la colocación de una bomba de reloj en la misma raíz de su imperio, lo condenaron a muerte, aunque luego le fue conmutada la pena por cadena perpetua. Al parecer, tuvieron en cuenta que era un menor de edad.

    En la cárcel de Sodaemun Kim Pyong Sik era el “preso” más joven. Siempre que lo sacaban para diversos trabajos, cumplía ágilmente el papel de enlace, yendo de celda en celda, a las de Kwon Yong Byok, Ri Je Sun, Ri Tong Gol, Ji Thae Hwan, Pak Tal, So Ung Jin y otros. Para lograr la abdicación de Kim Pyong Sik los enemigos lo torturaron, amenazaron o engatusaron, pero no obtuvieron ningún resultado. Era un combatiente de entereza.

    Ri Jong San y Ri O Song fueron los que ingresaron en la guerrilla con edades más tiernas. El primero se alistó a los 11 años en el tercer cuerpo de ejército de las Fuerzas Unidas Antijaponesas.

    Phung Jung Un, jefe político del tercer cuerpo de ejército, fue quien le hizo la entrevista a Ri Jong San para su admisión. Le advirtió que regresara a casa, porque no podía admitirlo por su corta edad. Francamente, era ilógico que con 11 años sirviera en la guerrilla. Para colmo, su talla era baja. No había ningún medio para encubrirla, aunque sí podía añadir uno o dos años a la edad. No obstante, Ri Jong San se le pegó, por decirlo así, como una sanguijuela, y se obstinó hasta alcanzar su aprobación.

    Admitido en la guerrilla, sirvió bien sin defraudar las esperanzas de todos. Era inteligente, ágil y laborioso, así que los comandantes y demás guerrilleros de su unidad lo apreciaban y amaban como a su propio hermano. Principalmente, actuó como enlace en el tercer cuerpo de ejército. Sirvió también por un tiempo como ordenanza de Kim Chaek y Pak Kil Song.

    Si no me equivoco, fue por 1943 que Kim Chaek me lo presentó diciendo que era un candidato a excelente ayudante. Durante largo tiempo, desde entonces, Ri Jong San no se alejó de mi lado. Todavía no puedo olvidar lo que contó de paso Kim Chaek sobre el nacimiento del muchacho. Su familia vivió primero en Phaltonggyo, Pyongyang, y se trasladó a Manchuria cuando yo estudiaba en la escuela Changdok. Su madre lo dio a luz en el tren que los conducía a Shenyang. No tenía ni mantas ni pañales. Los viajeros del mismo vagón reunieron dinero y se lo donaron. La suma le alcanzó a la parturienta para prepararle ropa al nené.

    Después de la liberación, Ri Jong San, junto con Ri Ul Sol, Son Jong Jun y Ju To Il, me sirvió varios años como oficial ayudante. Tan pronto como fue nombrado como tal, dejó de fumar por mi salud.

    Entre los cuadros militar-políticos que enviamos en Qingquozi al tercer cuerpo de ejército estaba O Jung Song, hermano menor de O Jung Hup, y que había servido como jefe de pelotón en la guerrilla de Wangqing. Llegado al tercer cuerpo de ejército, lo designaron comisario político de un batallón. En un combate perdió el índice de la mano derecha, alcanzado por una bala enemiga. Cuando quería fumar, Ri Jong San liaba en su lugar y corría a otros, para buscar fuego. Para encender el cigarrillo tenía que pegarlo al fuego del ajeno y chuparlo una o dos veces. Con la repetición de este proceso se convirtió involuntariamente en fumador.

    De vez en cuando, le ofrecí cigarrillos, pero no los aceptó. Quedé admirado ante su fiel cumplimiento de la obligación moral.

    Entre los guerrilleros pequeños que cruzaron junto con nosotros las múltiples montañas escabrosas de la Revolución Antijaponesa, figuraba también Thae Pyong Ryol, quien en la primavera de 1936 apareció en Mihunzhen al mando de la sección femenina. Se decía que tomó las armas con 15 ó 16 años en el Ejército Revolucionario Popular de Corea.

    Lo llamaban siempre “Pimiento”, porque si bien era bajo y delgado, tenía la mente madura. Actuaba con audacia en el combate y llevaba una vida ordenada. Después de ingresar en la guerrilla antijaponesa, participó en numerosas batallas, entre otras, las de Miaoling, Jinchang, Jiansanfeng, Mujihe, Dapuchaihe, Dashahe, Dajianggang, y el asalto a la ciudadela distrital de Emu, en los cuales acumuló relevantes méritos comparables con los de los veteranos. Llegó a ser experto tirador. Una vez, junto al jefe de regimiento Ri Ryong Un, irrumpió en una aldea de concentración del distrito de Dunhua y derribó en un santiamén a más de 30 hombres del ejército títere manchú, lo cual, hasta hoy, sigue como un interesante tema de charla entre los ex-combatientes antijaponeses. Como era un hábil combatiente, hasta los veteranos de fama no lo despreciaban por ser pequeño.

    Durante la guerra antijaponesa, Thae Pyong Ryol actuó principalmente como enlace de An Kil, Jon Tong Gyu, Ri Ryong Un y otros jefes militares o políticos. Muchos deseaban tenerlo bajo su mando por ser rápido en imitación, muy cumplidor y de alto sentido de responsabilidad.

    Mientras servía de ordenanza, prestó especial atención a la seguridad personal de sus comandantes.

    Cada vez que ellos trataban de arrojarse a lugares peligrosos, lo impidió con ambos brazos abiertos. Solía lanzar palabras como balas, preguntando: “¿Cómo pueden faltar a las instrucciones del General de evitar aventuras?” El jefe de regimiento Jon Tong Gyu cayó en el combate de Dashahe-Dajianggang, porque no le obedeció y se arrojó a la cortina de fuego.

    An Kil confesó que también él hubiera muerto como Jon Tong Gyu si no le hubiera hecho caso a Thae Pyong Ryol cuando le imploraba, aferrándosele a los faldones, que no se aventurara.

    Después de la Conferencia de Xiaobaling se incorporó a una pequeña unidad y cayó gravemente herido en el fémur en un enconado combate contra una gran unidad enemiga con la que había topado por sorpresa en un profundo bosque del distrito Wangqing. Una bala se metió en el hueso, y no hubo manera para sacarla. Derramó tanta sangre que se desmayaba por momentos. En la herida proliferaban los gusanos que nos causaban escalofríos. Si no se le aplicaba inmediatamente asistencia médica, corría el peligro de que se le dañaran hasta los intestinos y la vejiga. Un guerrillero de apellido Wang, que quedó en el bosque con la misión de atenderlo, no sabía nada de medicina, para no hablar de cirugía.

    Thae Pyong Ryol afiló con agudeza un cortaplumas en una piedra y con él se operó. Lo hundió en la herida y removió con fuerza hasta que logró sacar el plomo junto con pus y carne podrida. El arriesgado acto lo salvó de la muerte.

    Al otro año, sus compañeros de armas con quienes nos encontramos en un lugar de Wangqing, nos contaron cómo él se había operado la pierna, y al final, expresaron: “Ese es un empecinado”, con lo que querían significar, creo, hombre de férrea voluntad. Pensé que no era exagerada esa valoración. De hecho, no todos pueden curarse por sí mismos de tales lesiones. Eso requiere de singular coraje y osadía.

    En los largos años que estuvo conmigo me convencí de su carácter duro y audaz; de hombre fiel, intrépido y respetuoso de los principios que combatía como un tigre en defensa de los intereses de la revolución. Independientemente de dónde y qué tarea cumplía, siempre mantenía los principios, no transigía con la injusticia. A quienes más odiaba era a los fraccionalistas y militaristas. Ante tal entereza y espíritu partidista, ni el militarote Kim Chang Bong se atrevía a ordenarle a su albedrío.

    Durante la Guerra de Liberación de la Patria, Thae Pyong Ryol protagonizó grandes hazañas, lo mismo que en el período de la guerra antijaponesa. Después del cese del fuego, era mi oficial ayudante y me asistió con sinceridad en el trabajo.

    Un refrán coreano dice: El sufrimiento en la adolescencia no se cambia por oro. Y Thae Pyong Ryol pudo crecer como un revolucionario que venció toda clase de contratiempos, gracias a que tomó las armas de pequeño. Quien participa desde temprana edad en la lucha armada, se convierte en un revolucionario acerado, en una persona de férrea voluntad que no teme ni al fuego ni al agua.

    En medio año, los miembros de la compañía infantil se hicieron combatientes tan diestros como los veteranos. Su desarrollo era verdaderamente asombroso.

    Al verlos hechos dignos guerrilleros, a fines de 1937 disolvimos esa compañía y los incorporamos a otras. En virtud de esta medida pasaron de su condición de efectivos de reserva a la de combatientes de la unidad principal.

    Entre quienes formaron parte de esa compañía no hubo ni un solo traidor y ni siquiera un elemento rezagado. Esto demuestra cúan leales fueron al Partido y la revolución, a la patria y al pueblo. Aun en los tiempos tan duros de antes de la liberación, cuando en el este y el oeste de la Tierra el fascismo perpetraba las últimas locuras, ellos ejecutaron con firmeza, junto a mí, operaciones en pequeñas unidades. Asimismo, en el período de la construcción de la nueva Corea, en cargos de jefes de división o de regimiento participaron, junto con sus predecesores de la revolución, en la tarea de fundar las fuerzas armadas del país y luego aniquilaron a los generales y tanques de Estados Unidos acorralándolos en valles convertidos en trampas.

    Kang Kon, quien fuera el primer jefe del Estado Mayor General del Ejército Popular, ingresó a los 16 años en el Ejército revolucionario. A los 30 era ya jefe del Estado Mayor General. A fines de 1948 visitó a la URRS. Mariscales y generales de ejército del país anfitrión, que fueron al aeropuerto para recibirlo, no pudieron disimular su asombro al verlo tan joven.

    Al regresar me lo contó. Entonces le dije riendo:

    —Si yo hubiera estado allí, les habría explicado que tú eras un guerrero famoso desde la infancia.

    Después de haber organizado esa compañía infantil, empecé a ver como cosas totalmente diferentes la edad fisiológica y la espiritual de los hombres. Y consideré principal la segunda, la cual en la adolescencia podía alcanzar en un año un crecimiento correspondiente a dos, tres e incluso cinco años.

    La educación de niños y jóvenes es una de las más importantes tareas para forjar el destino del país. Como demuestra la experiencia de la compañía infantil, la preparación de los continuadores de la revolución, de sus reservas, cuánto más rápido se empiece, cuánto más sustancialmente se realice, será mejor y mejor.

    

    

    

    

    7. El sentido del deber revolucionario

    

    

    Los valiosos frutos de la Revolución Antijaponesa, alcanzados en Jiandao Oeste y la zona del monte Paektu, costaron todos, sin excepción, luchas sangrientas. A medida que la revolución se profundizaba y avanzaba, también se recrudecía como nunca antes la ofensiva enemiga para aplastarla. El imperialismo japonés, aunque tambaleante bajo la carga onerosa de la guerra con China que él había provocado, actuó con frenesí para sofocar nuestra revolución movilizando los últimos logros de la ciencia militar y los medios de opresión de matiz fascista, perfeccionados mediante la política represiva y la extensión territorial a lo largo de decenas de años. Sin embargo, ni estratagemas ni maquiavelismos le valieron para detener el avance de nuestro movimiento.

    Cada vez que trató de sofocar por la fuerza a la revolución, lo derrotábamos con hábiles métodos de combate, con la eficacia de tácticas ingeniosas, y con la fuerza de la unidad camaraderil y del sentido del deber revolucionario. Cuanto más desesperadamente recurría a la represión, tanto más estrechábamos los lazos con el pueblo, y cuanto más perseguía descomponer ideológicamente nuestras filas, tanto más afianzábamos nuestra unidad ideo-volitiva y de moral y sentido del deber.

    El sentido del deber es una concepción moral propia del ser humano. Desde sociedades anteriores los hombres honestos le prestaron importancia y lo consideraron una cualidad básica.

    Pero, las normas morales de las viejas sociedades predicaban desigualdades como la de que una parte puede oprimir a la otra y ésta tiene que obedecer incondicionalmente a aquélla, y estaba armado un mecanismo que frenaba el espíritu de independencia y el creativo del hombre. No pudieron plantear exigencias progresistas como amor y servicio al pueblo.

    En el curso de la lucha revolucionaria abolimos distintas relaciones interpersonales y normas morales feudales heredadas de las viejas sociedades, y establecimos nuevas, comunistas, que hemos legado como valioso caudal a las jóvenes generaciones.

    Lo que regía las relaciones entre superiores e inferiores, entre camaradas y entre los guerrilleros y los demás habitantes en la Guerrilla Antijaponesa, fue el sentido del deber comunista basado en el amor y la confianza.

    En este mundo hay miles, decenas de miles de leyes.

    No obstante, sería un error pensar que sólo con éstas se podrían controlar y coordinar las actividades prácticas que son incalculablemente variadas y extensas. La ley no es arma omnipotente con que se pueda controlar este mundo. Entre los razonamientos y acciones de las personas hay esferas que están fuera de su control. ¿Se podría regular por ley, por ejemplo, el amor o la amistad? Si un organismo legislativo proclama de pronto una que obligue a amar, a tener como amigos o a escoger para el matrimonio personas indicadas, ¿cómo se aceptaría en el mundo? Sólo con la fuerza de la ley es imposible controlar las muy disímiles actividades de la humanidad. Precisamente son el sentido del deber y la moral los que actúan donde no lo puede hacer la ley.

    Comenzamos la revolución con la búsqueda de los camaradas y la seguimos llevando adelante consolidando el sentido del deber y la unidad entre los camaradas y vinculándonos profundamente con el pueblo para establecer inseparables lazos con él. En el pasado, como ocurre hoy, la camaradería constituyó una vía vital de la que dependía el destino de nuestra revolución. Se podría decir que la gloriosa trayectoria de lucha recorrida por los comunistas coreanos a lo largo de decenas de años es una historia de la profundización del amor y el sentido del deber camaraderiles.

    No fuimos una soldadesca reunida para alcanzar riquezas o fines especulativos sino una unión de revolucionarios que perseguían una misma aspiración y propósito: la libertad e independencia de la patria. Esa identidad de ideología e ideales nos permitió compartir desde el principio la vida y la muerte, razón por la cual en nuestras filas no hubo sitio para hipócritas, para gentes de doble cara.

    Conceder importancia al compañerismo y al sentido del deber camaraderil era el modo de existencia y, al mismo tiempo, la exigencia ingénita de nuestras filas, cuya vida era el colectivismo. Los guerrilleros antijaponeses mancomunaban fuerzas e inteligencias hasta para conseguir siquiera un fusil, un saco de cereales o un par de zapatos. En ese decursar se les formaron la convicción revolucionaria expresada en la consigna “¡Derrotemos al enemigo a precio de la vida!” y la muy noble ética comunista sintetizada en la de “¡En la vida o la muerte, estaremos juntos!” y descubrieron la verdad de que la unidad es la victoria.

    La Revolución Antijaponesa no tuvo precedentes en la historia de la humanidad. Fue tempestuosa, incomparablemente más ardua y cruenta que las revoluciones de cualesquier épocas. En la trayectoria que recorrimos, larguísima y llena de reveses, hubo tantas dificultades que no habrían podido experimentarse ni en varias generaciones.

    Mientras más se multiplicaban las dificultades y las pruebas, tanto más alto levantaban los guerrilleros antijaponeses el lema de la unidad camaraderil. Y con la fuerza de la camaradería las vencieron. A la estrategia del enemigo de aislarnos y suprimirnos nos opusimos con la del sentido del deber revolucionario y la unidad.

    Entre los conceptos del deber el que ocupó un lugar destacado durante la Revolución Antijaponesa fue el que reinaba entre el dirigente y las masas.

    Desde cuando en la revolución coreana se formara el centro de la unidad y la cohesión hasta hoy día, hemos dedicado invariablemente una especial atención a fortalecer los lazos entre el dirigente y las masas y esforzado al máximo para su integración inseparable tanto en el plano moral como en el del sentido del deber.

    La relación entre el dirigente y las masas que subrayamos es diferente al sentido de obligación que regía antaño, como por ejemplo, el que existía entre el rey y sus súbditos. Para los comunistas coreanos la relación entre el dirigente y las masas se podría calificar, en pocas palabras, de un solo cuerpo y una sola alma. Que el dirigente sirva a las masas y éstas le sigan con toda lealtad, es, justamente, el sentido del deber comunista de nuestro estilo.

    Los comunistas de la nueva generación me pusieron en el centro de la unidad y la cohesión y escribieron una nueva historia en la que el dirigente y sus soldados, integrando un solo cuerpo y alma, luchan con abnegación por forjar el destino de la nación. El núcleo de ese sentimiento que poseían ellos y los combatientes revolucionarios antijaponeses lo constituía la fidelidad a su dirigente, a su comandante.

    Los comunistas de la nueva generación ignoraban las riñas sectaristas ni sabían qué eran pugnas por el poder. Una vez determinado el centro de la dirección no miraron a otra parte. Depositaron todo su destino en el dirigente. En eso radicó, precisamente, la pureza del sentido del deber comunista que poseían.

    Kim Hyok, Cha Kwang Su y otros comunistas de la nueva generación y los incontables guerrilleros que estuvieron con nosotros en las mismas trincheras en la guerra revolucionaria antijaponesa, de una arduidad inconcebible por la imaginación humana, fueron por igual poseedores de inmaculado sentido del deber y artífices de altos y bellos rasgos morales.

    Cuando deliberamos sobre el sentido del deber de los combatientes revolucionarios antijaponeses, viene primero a mi visión la imagen de Kim Il. Pasó casi 50 años en medio de las tormentas. Junto conmigo participó en la guerra antijaponesa, en la edificación de la nueva patria y luego en la guerra antiyanqui y la construcción del socialismo.

    Durante la Revolución Antijaponesa fue conocido ampliamente entre nosotros como un activista político con rica experiencia y habilidad. Trabajó mucho en el clandestinaje partidista y con las unidades antijaponesas chinas en las regiones de Jiandao, principalmente en Antu y Helong. En ese decursar formó a numerosos revolucionarios.

    En el período del monte Paektu actuó en las unidades antijaponesas chinas que mandaban los caudillos como Du Yishun, Sun Changxiang y Qian Yonglin, y tuvo resultados sobresalientes. Fue tan eficiente que en Antu, Qian Yonglin decidió incorporar a su unidad en el Ejército Revolucionario Popular para pelear junto con nosotros.

    Kim Il la guió primero a Fusong porque había oído que nuestra unidad avanzó a esa zona. Pero, desafortunadamente, cuando aparecieron allí ya habíamos abandonado Manjiang y nos hallábamos en la región de Changbai. Los soldados chinos comenzaron a vacilar diciendo que habían sido engañados. Para colmo, sobrevino la falta de provisiones, lo que puso a Kim Il en una situación todavía más complicada.

    Cuando toda la unidad continuaba la marcha sin haber podido comer debidamente durante tres días, incluido su comandante, algunos descubrieron en la profundidad de una montaña una plantación de insam. Agónicos por el hambre, sin pensar en lo que diría el jefe, se lanzaron a la desbandada sobre los sembrados y comenzaron a arrancar y masticar las raíces. Para Kim Il, un cuadro de mando del Ejército Revolucionario Popular, esto era algo inconcebible. Con los brazos extendidos trató de impedirlo explicando que arrancar y comer las raíces de insam sin pedir permiso al dueño constituía un acto vergonzoso que perjudica los intereses del pueblo.

    Los soldados, perdiendo la razón, se dirigieron a Qian Yonglin para quejarse: “Pak Tok San (nombre original de Kim Il) es una persona de sospechosa identidad. Nos dijo que la unidad de Kim Il Sung estaba en Fusong, pero no la encontramos allí. ¿Por qué tenemos que seguirlo cuando nos está engañando con exhorbitantes mentiras? Ahora dice que la unidad de Kim Il Sung fue a Changbai. ¿Cómo podemos creerlo? Nos impide hasta comernos el insam. ¿No será su intención matarnos de hambre? No sabemos qué desgracia vamos a sufrir si seguimos adonde nos lleva. Lo que nos queda por hacer es quitárnoslo de encima y volver a Antu”.

    Kim Il estaba consciente de que esa gente podía incluso liquidarlo, pero no temió en lo más mínimo. Trató de persuadirlos con tranquilidad: “Si quieren matarme, pues mátenme. Quizás así sería mejor. Pero, les ruego una cosa. Que esperen hasta que yo vaya a ver al dueño de la plantación para pedir disculpas y regrese. Entre tanto, no arranquen más raíces. Pues no tengo dinero para recompensar”.

    El caudillo Qian Yonglin, conmovido por las palabras y hechos de Kim Il, le dio sin vacilación su garantía. Y declaró que fusilaría a los que volvieran a poner las manos en la plantación de insam y dejó que Kim Il fuera a ver al dueño del sembrado.

    Al regresar a la unidad con el propietario desató la mochila y repartió las empanadas que le había dado éste. Luego sacó y entregó al cultivador de insam un pedacito de opio y le explicó que no tenía otra cosa con qué pagar las empanadas y las raíces de insam que los soldados habían arrancado. Aquel opio se lo había dado Wang Detai para que lo utilizara en casos emergentes. El dueño de la plantación rehusó varias veces, pero Kim Il se mantuvo firme hasta el fin.

    El dueño de la plantación, conmovido, les entregó todas las provisiones que tenía guardadas en el bosque para invernar y los guió hasta Manjiang. Una vez allí, los soldados se acercaron a Kim Il para disculparse.

    Cuando llegó a la zona del monte Paektu junto con la gente de Qian Yonglin, lo recibí en el campamento secreto de Hongtoushan y los incorporé a nuestra unidad principal.

    Kim Il era tan parco de palabras que podría tenerse por un hombre aburrido. En el primer encuentro en el campamento le pregunté cuándo se había incorporado a la revolución y qué antecedentes de lucha tenía. Se limitó a explicarme escuetamente: que se unió a la revolución a principios de la década de 1930 y que no había hecho cosas dignas de mencionar. Por más que le preguntaba, sus respuestas siguieron siendo iguales. Pese a ser nuestro primer encuentro, lo consideré como persona demasiado sobria e insociable. Esto constituía su rasgo tanto positivo como negativo.

    Lo bueno de su carácter lo constituían su modo de ser libre de todo amaneramiento, la rectitud, y la invariable lealtad en el trabajo, imperturbable ante ninguna tempestad. Ni una vez en toda su vida se quejó por las condiciones. Sólo sabía actuar abnegada y calladamente.

    Era un verdadero revolucionario que consideraba la ejecución de nuestra orden no sólo como una obligación del inferior ante el superior sino también como un deber moral del soldado ante el dirigente. Como cumplía cualquier tarea con el sentido del deber moral, no hubo fluctuaciones considerables en su desempeño.

    Recuerdo hasta hoy lo que pasó cuando, en el campamento secreto de Matanggou, lo nombramos comisario político de la compañía No. 1 del octavo regimiento. La nueva misión no era nada fácil. Como el comandante del regimiento, Qian Yonglin, había caído el año anterior en el asalto a la ciudadela distrital de Huinan y el puesto de comisario político estaba vacante por no encontrarse una persona apropiada, el de la compañía No. l tenía que asumir temporalmente también este cargo. El jefe de la compañía era una persona leal, pero le faltaba preparación.

    Después de explicarle a Kim Il esta situación, le pregunté si comprendía la importancia de su nueva responsabilidad. Al cabo de reflexionar seriamente respondió con una sola palabra, “comprendido”, y volvió a hacer un silencio hermético. Cuando recibía tareas adoptaba siempre una misma actitud. Independientemente de que fuera pesada o ligera la aceptaba con el invariable “comprendido”. Nunca daba explicaciones.

    Al otro día me dirigí hacia la compañía No. 1 con el fin de ayudarlo en su trabajo, pero no lo encontré, estaba sólo el jefe. Según éste me explicó, en cuanto ocupó el nuevo cargo se fue a Beigangtun, en el distrito de Fusong, donde se estacionaba la primera sección. El día anterior, al nombrarlo comisario político le hablé de paso que no había noticias de aquella sección. Supuse que lo tenía bien presente y había decidido ir allí para saber qué ocurría.

    A la siguiente madrugada ya estaba en la compañía con muchas provisiones y armas. Cuando supe de su retorno no creí en lo que oía. De Matanggou a Beigangtun había más de 40 kilómetros. Si era cierto que estaba de vuelta, significaba que en un día y una noche había hecho una marcha forzada de más de 80 kilómetros.

    Sin tener tiempo de desprenderse de la mochila vino a verme e informó sucintamente: que los compañeros de la primera sección se encontraban sanos y cumplían bien su misión; que la interrupción de la comunicación se debía al enlace que en el camino se desorientó; que las provisiones y las armas que traía de Beigangtun eran del botín de los compañeros de la primera sección y aportaciones de los habitantes; y que como los jóvenes lugareños deseaban tan ardorosamente alistarse los hizo venir consigo sin tener permiso de la Comandancia.

    Después de dejarlo ir a su cabaña me puse a conversar con aquellos que solicitaban su ingreso. Supe que Kim Il había organizado el asalto a la estación de policía y a la mansión de un cruel terrateniente en Jinglongtun encabezando él mismo la sección.

    Al planificar la operación perseguía dos fines: primero, aliviar el rencor de la población al castigar al terrateniente y los policías, y, segundo, resolver el problema de provisiones que tanto me preocupaba. Sufríamos mucho a causa de la escasez de alimentos. Cientos de personas habían realizado durante varios meses estudios militares y políticos en el campamento, razón por la cual sólo las provisiones preparadas por el personal de intendencia no daban abasto. Por esa época, sin combatir no se podía conseguir ni siquiera un saco de cereales. Inesperadamente, Kim Il trajo mucha cantidad, de la que se benefició toda la unidad. Me sentí infinitamente agradecido.

    En 4 ó 5 ocasiones más los habitantes de Jinlongtun llevaron a cuestas ayuda al campamento secreto de Matanggou. Dijeron que era para corresponder a los beneficios que le ofrecía el Ejército revolucionario.

    Si se acababan las provisiones en la unidad, Kim Il se ofrecía primero para conseguirlas junto con un grupo de guerrilleros. Cada vez que regresaba después de cumplir tareas clandestinas en la zona enemiga traía un saco de arroz. Se preocupaba mucho porque comiéramos arroz blanco, aunque él pasara hambre o se alimentara con granos de maíz. Su mochila era el doble de las de otros en tamaño y peso porque siempre guardaba un saco de cereales de reserva.

    En cualquier circunstancia pensó primero en los camaradas, en los vecinos y en los intereses del Partido y la revolución, y no en sí mismo. Durante mucho tiempo desempeñó altos cargos en el Partido y el Estado, pero nunca esperó recibir privilegios o especiales favores y tratos. Si sus subordinados se proponían darle algún trato particular, no lo permitía en lo más mínimo.

    Después de la liberación siguió apoyándonos y ayudándonos con la misma lealtad de la época de la Revolución Antijaponesa. Lo que yo deseaba o exigía, él lo acometía sin importarle que fuera rudo o fácil. Se enfrascaba calladamente en las complejas tareas nacionales, sin distinción de puestos o de esferas, entre otras, la labor partidista, la construcción del ejército y la dirección económica.

    Cierto año, en una reunión del Comité Político del CC del Partido, pidió que lo enviaran como delegado plenipotenciario a las obras de construcción de la Central Termoeléctrica Chongchongang. Se trataba de un importante objetivo en el que se concentraban las inversiones y atención estatales, razón por la cual yo estaba buscando en mi fuero interno una persona capaz de dirigirlo.

    Pero, al escuchar su solicitud, tuve que reflexionar con toda seriedad porque estaba muy mal de salud. Si seguía trabajando sin cuidarse como hasta entonces, no se sabía qué desgracia se produciría. Insistió tanto que la acepté finalmente, pero, bajo la condición de que no se excediera en absoluto, limitándose a dar indicaciones como un asesor.

    Ya en el lugar instaló su oficina en un edificio provisional e imprimió un ritmo acelerado al proceso constructivo, aunque para esto tenía que subir y bajar decenas de veces al día escaleras con una altura equivalente a la de un edificio de apartamentos de 7 u 8 pisos. Trabajó días y noches permaneciendo allí hasta el final del año, cuando después de encenderse la caldera No. 1 de vapor volvió a Pyongyang y me informó de lo realizado.

    Era una persona así. Hasta tres días antes de la muerte laboró en el despacho, e hizo balance de su vida partidista en la célula a la que pertenecía y a un funcionario directivo del CC del Partido le rogó que atendiera celosamente al camarada Kim Jong Il. Estos hechos se hicieron muy conocidos en todo el país.

    Tal como en toda su vida Kim Il me siguió y apoyó con sinceridad, yo también lo aprecié y amé como si fuera uno de mi propia familia.

    Pese a su cuerpo corpulento se enfermaba a menudo. Quizás por haber padecido mucho en el período de la guerra de guerrillas en las montañas. Una vez, después de examinarlo los médicos dieron un diagnóstico horrendo: cáncer de estómago. Cuando lo supe me sentí tan abatido que aquel mismo día emprendí un viaje de trabajo a Onchon, en la provincia de Phyong-an del Sur, que no estaba previsto. En Pyongyang no encontraba sosiego ni tenía deseos de comer, además de que no podía concentrarme en mi labor. Si hasta Kim Il moría, significaba que quedaban a mi lado todavía menos compañeros con quienes charlar.

    Como no fueron uno o dos sino varios los médicos que certificaron que Kim Il tenía el incurable mal, me angustiaba sobremanera. Sólo un doctor dijo que no se trataba de cáncer y aquel día, no sabía el porqué, quería creer únicamente en este diagnóstico, aunque estaba habituado al principio de decisión mayoritaria.

    Hice detener el automóvil y llamé por teléfono al ministro de asuntos exteriores, y le di la instrucción de que invitara con toda urgencia a médicos soviéticos de los más competentes en materia de cáncer. Las autoridades soviéticas nos mandaron sin pérdida de tiempo a los especialistas que pedimos.

    Después de examinar a Kim Il llegaron a la conclusión de que no parecía cáncer. Se lo llevaron a su país y sometieron el caso a otro renombrado doctor, quien igualmente dijo que no era cáncer. Si creyendo en el primer diagnóstico se le hubiera quitado una parte del estómago, habría muerto pronto.

    Cada vez que oía que Kim Il estaba enfermo me encontraba con él y solía decirle encarecidamente: “Usted es imprescindible para nosotros. Ahora cuando quedan pocos combatientes veteranos que participaron junto conmigo en la Revolución Antijaponesa, si se va hasta usted, ¿cómo podría soportar el sentimiento de vacío? Cuídese la salud, sin excederse en el trabajo”.

    No obstante, aun cuando padecía una dolencia grave y tenía que caminar apoyándose en un bastón, no abandonó su despacho o algún centro de producción, derrochó su entusiasmo para realizar siquiera un trabajo más para el Partido y la revolución. En este curso cogió una enfermedad incurable.

    Una vez, no sé por qué, me dijo que cuando se restableciera iría a Mangyongdae el 15 de abril del siguiente año para montar la montaña rusa. Al escucharle tuve inexplicablemente un presentimiento horroroso. Pensé extrañado que si este hombre taciturno exteriorizaba hasta lo que pensaba para su fuero interno ya había presentido que le quedaba poco tiempo de vida.

    Efectivamente, el último día de aquel año no pudo asistir a la representación de Año Nuevo de los niños. Por eso, aquella noche visité su casa.

    —Cada año asistíamos juntos a la representación de Año Nuevo, pero como esta noche usted no se encontraba a mi lado, no pude verla porque se nublaron mis ojos. Por eso, decidí visitarle.

    Después de decirle esto me levanté y me dirigí hacia la puerta. Entonces se incorporó de la cama y me acompañó hasta afuera. Al despedirnos él fue quien me dijo encarecidamente:

    —Le imploro que no se exceda en el trabajo, nunca y en absoluto.

    Aquella noche no brindé con él para festejar el Año Nuevo porque pensaba que sería dañino a su salud. Pero hasta hoy me duele pensar en eso. Supe que después que salí de su casa Kim Il también se arrepintió de no haberme invitado a un brindis. Por supuesto, con chocar copas era imposible que él se curara o que se aliviara mi estado de ánimo. Sin embargo, cada vez que lo recuerdo, esas copas tocan un punto doloroso de mi alma.

    Kim Il trató al camarada

     al igual que a mí, y tuvo el mismo sentido de deber con él que conmigo. Más de una vez advertí el singular respeto y admiración que él le manifestaba. El día que éste regresaba de una visita a China, Kim Il, apoyándose en un bastón, fue a la estación ferroviaria para recibirlo. Admiré sobremanera su sincera actitud para con su Dirigente.

    Por su parte, también el camarada Kim Jong Il respetó y amó de modo singular a Kim Il como antecesor en la revolución. En cada ocasión afirmaba que el camarada vicepresidente Kim Il era ejemplo de combatiente revolucionario comunista, que luchó más resueltamente que nadie por el fortalecimiento y desarrollo de nuestro Partido y la victoria de la revolución desde el período de la Lucha Armada Antijaponesa y lo situó siempre en el primer plano y atendió solícitamente.

    Yo consideraba a Kim Il como mi mano derecha y así lo vio también el camarada Kim Jong Il.

    Por eso, quizás, cuando murió Kim Il, fue el camarada Kim Jong Il quien más lo lamentó.

    Los combatientes revolucionarios antijaponeses alcanzaron el más alto nivel de expresión del sentido del deber no sólo con respecto a su dirigente sino con el resto de los camaradas de la revolución. Su deber moral era corresponder con el amor al amor, con la confianza a la confianza y con el beneficio al beneficio.

    Podríamos decir que la amistad entre Hwang Sun Hui y Kim Chol Ho fue modelo de la camaradería y el deber moral comunista que se fomentaban entre los guerrilleros antijaponeses.

    Cada vez que veo a Hwang Sun Hui pienso en cómo una mujer tan pequeña y frágil pudo participar en la lucha armada durante 10 años, en medio de las inclementes ventiscas del monte Paektu.

    Después de la liberación, cuando retornamos a Pyongyang y la presentamos ante las personalidades del país como una guerrillera con 10 años en la lucha, hubo quienes no querían creerlo.

    En las unidades del ERPC había pocas guerrilleras tan bajitas de estatura como Hwang Sun Hui, pero ésta fue una revolucionaria firme como una piedra de cuarzo, y atrevida.

    No es que uno, por tener un cuerpo grande, sea fiel a la revolución y observe la obligación moral. Rim Su San fue un hombre gigante, cuyo cuerpo era dos veces mayor que el de Hwang Sun Hui, pero traicionó y abandonó su deber para con los camaradas, sin poder vencer las dificultades. En contraste, ella no interrumpió ni un momento la lucha revolucionaria hasta la liberación de la patria. De poseer un sentido del deber y una convicción firmes, hasta las amas de casas pueden hacer la revolución y niños como Kim Kum Sun suben al patíbulo para conservar la entereza. Si Hwang Sun Hui, pese a su pobre físico, pudo participar en esa lucha hasta el fin, fue por su inconmovible convicción y sentido del deber.

    En el campamento secreto de Mihunzhen la vi por primera vez en uniforme. Las guerrilleras se habían instalado en lo que fue cuartel de gandules de bosque.

    La edificación, al estilo chino, tenía el hipocausto muy alto. Sentado sobre él vi abajo, en el pasillo, a una niña desconocida, de baja estatura, que parecía desear hablarme, pero no se decidía. Era Hwang Sun Hui que al cabo de una semana de insistir tercamente en alistarse había sido aceptada y siguió a la unidad hasta Mihunzhen, cerrando las filas. Hablando con franqueza aquella vez la creía una miembro del Cuerpo Infantil. Pero, para mi sorpresa se presentó como guerrillera.

    —Pese a tu baja estatura, ¿por qué entraste tan temprano en la guerrilla?

    Me respondió que para vengar a su padre asesinado por los imperialistas japoneses y a la hermana que cayó en un combate. Su hermano mayor, Hwang Thae Un, mandaba una compañía en la unidad de Choe Hyon hasta morir en el combate de Hanconggou.

    Al comienzo, Hwang Sun Hui resultaba una carga para la unidad, pero con posterioridad se convirtió en la flor del Ejército revolucionario, disfrutando del cariño de la gente, porque en todo fue persistente, correcta en enjuiciar y de firme espíritu de principios, y, al mismo tiempo, de bella humanidad y de inmutable sentido de deber.

    En vida, Kim Chol Ho recordaba a menudo el episodio de la primavera de 1940, cuando fue salvada de una muerte segura gracias a Hwang Sun Hui.

    Un día, recibió del jefe del regimiento Choe Hyon la tarea de atender por cierto tiempo a los heridos, los viejos y los debilitados en el campamento de intendencia, y así ella y la comitiva partieron en dirección a Fuerhe. La mayoría del grupo eran heridos. La dificultad más grande fue cuando Kim Chol Ho dio a luz en el camino sin las condiciones mínimas para la criatura. No tenía ni un pedazo de tela para envolverla y ni siquiera podía pensar en hacerle pañales.

    Hwang Sun Hui se quitó su abrigo forrado y con él cubrió al recién nacido. Poco después un “cuerpo de castigo” se les acercó disparando. La parturienta, sin saber qué hacer, miró a los camaradas y luego dijo a Hwang Sun Hui que abandonaría al pequeño, pues, de todas maneras no podría salvarlo. Sin embargo, estrechándolo contra su pecho, no se decidía a levantarse.

    En ese instante, Hwang Sun Hui se lo quitó de los brazos mientras decía: “¿Cómo puede decirlo? ¿No estamos sufriendo ahora para el bien de las posteridades? ¿Qué sentido tendrá su vida salvada al precio de abandonar al pequeñito?” Después corrió cuesta arriba y dejó al bebé bajo un frondoso pino en la loma, donde difícilmente podría llegar la mirada ajena. La madre le siguió con el fusil en la mano.

    Rato después Hwang Sun Hui bajó la montaña para recoger las cosas abandonadas. Cuando retornó a la loma Kim Chol Ho miraba el espacio vacío con lágrimas en los ojos. No se veía al recién nacido.

    En el momento en que se acercaba a Kim Chol Ho para preguntarle dónde estaba el niño volvieron a oirse de cerca disparos. Durante dos días enteros las dos guerrilleras y el resto del grupo tuvieron que desplazarse a la carrera de una montaña a otra o de un valle a otro con los enemigos pisándoles los talones, mientras continuaban los tiroteos.

    Cuando lograron desorientar completamente a sus perseguidores, la parturienta se desmayó. Hwang Sun Hui hirvió agua en una cazuela y con una cuchara trató que Kim Chol Ho bebiera, pero resultó casi imposible abrir su boca. Tuvo que separar a la fuerza los dientes apretados con la cuchara y así pudo darle de beber el agua caliente, que, a fin de cuentas, le salvó la vida a la parturienta.

    Apenas entonces recordó al recién nacido y le preguntó a la madre dónde estaba. Esta contestó que lo había dejado tendido en una maleza. Hwang Sun Hui hizo en dirección contraria el largo camino hasta la montaña donde se tirotearon con el “cuerpo de punición”. Empero, lamentablemente encontró muerto al pequeñito.

    Cuando regresó después de caminar hasta un lugar tan lejos para saber qué le había ocurrido al recién nacido, pese a llevar una blusa ligera, Kim Chol Ho se disculpó:

    —Aunque sabía que la criatura no podría vivir más de una hora o al máximo dos, la conciencia no me permitió quitarle de su cuerpecito tu abrigo forrado.

    —Hermana, nosotros, los mayores, podemos pasar sin abrigos forrados. No debe tener frío la criatura que murió sin siquiera tener nombre.

    Aunque temblaba de hambre y frío, trató de consolar con estas palabras a su compañera.

    Kim Chol Ho no olvidó en toda su vida la amistad demostrada por Hwang Sun Hui en aquella ocasión.

    Poco antes de expirar, cuando ésta la visitó le dijo inesperadamente:

    —Sun Hui, mi vida está llegando a su fin. Gracias a ti me salvé en Fuerhe y en todo este tiempo he vivido bajo las solícitas atenciones del Líder. Desearía mucho pasar una noche a tu lado bajo una misma frazada como en la época de la guerrilla.

    Las dos camaradas de armas, tendidas una al lado de la otra bajo una frazada como en Mihunzhen, evocaron toda la noche el período guerrillero.

    Durante la Marcha Penosa ocurrió que un guerrillero novato, alistado en Changbai, quemó el uniforme mientras dormía cerca de una hoguera. La ropa quedó tan destruida que no podía cubrirle ni la mitad del cuerpo. Desde aquel día tuvo que marchar con ella temblando de frío. Todos expresaron compasión y preocupación, pero no había manera de ayudarle. Tenían sólo los uniformes que llevaban puestos.

    Ri Ul Sol, con fuerte sentido de compañerismo, no pudo aguantar más ante lo que sufría el guerrillero novato. Se quitó su única chaqueta militar y se le acercó a éste, el cual lo miró aturdido.

    —… Pero, usted ¿con qué va a cubrirse?

    —Como estoy habituado a la vida guerrillera, un frío así no me molesta.

    —No, no lo acepto. La culpa es mía y no seré tan descarado para quitársela.

    No había manera de que aceptara el solícito ofrecimiento del camarada.

    Al darse cuenta de que sólo con palabras no podía ablandar al terco guerrillero, le quitó a la fuerza la chaqueta quemada y le puso la suya. El pudo hacer este acto noble porque consideraba un deber del veterano ayudar al recién alistado.

    Los camaradas pensaron que aquel invierno sería muy difícil para Ri Ul Sol, uno de los más jóvenes de la compañía de escolta y, además, débil físicamente.

    Las personas que vivieron en Manchuria uno o dos años tan siquiera sabrán bien qué inclemente es el frío allí. En gélidos días se formaban escarchas hasta en los cabellos, los cuales se rompían al menor roce, como carámbanos. Resultaba algo casi prodigioso que bajo una temperatura tan cruel caminara varios días cubierto con una chaqueta de verano, llena de quemaduras mal remendadas.

    No obstante, no se quejó ni una vez. Siempre se ponía a la cabeza de la columna para abrir paso sobre la capa de nieve que estaba intacta. Cuando se acampaba, era el primero en recoger leña y tender la tienda. Sólo después de terminar los quehaceres del grupo de ametralladores, cuando sus camaradas ya estaban calentándose sentados en torno a la hoguera, él se acercaba y ponía a secar sus zapatos.

    La perseverancia y el sentido del deber camaraderil de Ri Ul Sol no le eran atributos de nacimiento. En la misma vida, experimentando el infortunio y los sufrimientos de la nación, llegó a tener simpatía por los seres explotados y oprimidos y aprendió cómo debía amar al pueblo, a los camaradas y a los vecinos.

    Después de la Conferencia de Nanpaizi, fue incluido en el grupo de ametralladores de la compañía de escolta; era ayudante de ametrallador. Desde aquel día se entregó por entero a la tarea de proteger la Comandancia. Fue un escolta consecuente que nunca soltó el arma de las manos, tanto en tiempos duros como normales, para protegerme.

    Al hacer balance de la Marcha Penosa en la Reunión de Beidadingzi, destaqué a Ri Ul Sol como ejemplo de compañerismo y valoré su conducta y sentido del deber. También el colectivo de redacción de la revista “Cholhyol” elogió su actitud ejemplar en el número inaugural.

    ¿Cómo llegó a ser tan fuerte el Ejército Revolucionario Popular de Corea? Cada vez que me hacen esta pregunta, explico que fue porque era un colectivo aglutinado con el sentido del deber. Si nuestra cohesión se hubiera basado sólo en la pura comunidad de ideología y voluntad, sin fundamentarse sobre la moral y el sentido del deber, no habríamos podido ser tan fuertes.

    Si vencimos en la larguísima guerra revolucionaria contra un adversario tan poderoso como el imperialismo japonés, en condiciones extremadamente difíciles, sin apoyo de ejército regular o de retaguardia estatal, no fue de modo alguno porque fuésemos superiores numéricamente o en el armamento. En comparación con los varios millones de efectivos regulares que poseía el enemigo, nuestras fuerzas resultaban muy escasas. Eran incomparables, además, los niveles de armamento. Unicamente gracias a la unidad ideo-volitiva, fundamentada en el espíritu de fidelidad y el sentido del deber, pudimos derrotar al fuerte enemigo.

    Nuestros trabajadores directivos y los miembros del Partido tendrían que aprender de la lealtad de Rim Chun Chu a la revolución y de su sentido del deber. Este fue un combatiente que materializó en alto grado su deber ante el Partido y el Líder.

    Ya en páginas anteriores he mencionado mi primer encuentro con Rim Chun Chu en el otoño de 1930, en Chaoyangcun, cuando con la fachada de dueño de la botica Pongchudang se desempeñaba como enlace del secretariado del partido y la unión de la juventud comunista de la región de Jiandao. Desde entonces se entregó enteramente a la revolución a lo largo de casi 60 años. “Acompañantes eternos, fieles ayudantes e inapreciables consejeros” es el título que el camarada Kim Jong Il otorgó a los intelectuales, el cual resulta muy apropiado a personas como Rim Chun Chu.

    Rim Chun Chu hizo importantes aportes a la revolución coreana con sus conocimientos. A partir de éstos participó en la construcción del Partido y actuó como médico militar y escritor. Durante toda su vida realizó estas actividades.

    De las dotes de Rim Chun Chu la más sobresaliente fue la de médico autodidacto. Habrá quienes no crean si digo que a los 18 años ya tenía su “negocio” como médico con licencia oficial. Pero fue una realidad irrefutable. Con el título de doctor cumplía tareas de ilustrar a las masas, de enlace y de formar revolucionarios. Se decía que sólo durante su permanencia en la aldea Longshuiping, cerca de Badaogou, seleccionó y envió a la guerrilla a numerosas personas. Esto hace suponer qué carácter tenía su práctica médica.

    Cuando se trasladó a la zona guerrillera, la organización revolucionaria lo designó como médico militar. Durante el tiempo en que se desempeñó como tal asistió a numerosos heridos en combate y otros habitantes. Aunque adquirió esta profesión de modo autodidacto desde los 14-15 años mientras cultivaba la tierra, los resultados eran excelentes. Los que fueron atendidos por él una o dos veces, afirmaban unánimemente que era un famoso doctor.

    Choe Chun Guk fue quien habló con más entusiasmo de esto. Cuando quedó gravemente herido, precisamente Rim Chun Chu le hizo una operación. En un encuentro inesperado con efectivos del ejército títere manchú, un proyectil le destrozó el fémur y todos los que vieron la herida coincidieron en que si no se le amputaba la pierna, no podría salvar la vida.

    Pero era otra la opinión de Rim Chun Chu, quien sabía muy bien que si le amputaba una pierna significaba el fin de su función como comandante guerrillero además de que quedaría desvalido toda su vida. Ante todo, tenía en cuenta que Choe Chun Guk era un competente y valeroso comandante del Ejército revolucionario, muy amado y valorado por nosotros, que no lo cambiábamos ni por la vida de 10 mil enemigos.

    Su intervención se redujo a hacer una abertura pequeña en el muslo y con pinzas extraer los pedacitos del fémur destrozado por la bala.

    Un año después, Choe Chun Guk caminaba libremente. Aunque cojeaba un poquito por quedar más corta la pierna operada, esto no le impidió realizar marchas y mandar combates. La operación que ejecutó Rim Chun Chu con una audacia inigualable tuvo un feliz resultado.

    Yo también me beneficié mucho de la atención de Rim Chun Chu cuando, al concluir la Primera Expedición a Manchuria del Norte, hice una visita al secretariado del partido en Manchuria del Este, que se encontraba en Nengzhiying, Sandaowan. Todos los días me visitaba para atenderme solícitamente con eficiente medicina verde y alimentos con efectos tónicos. También Choe Hyon, O Jin U, Cao Yafan y Jo To On se curaron de sus heridas gracias a su asistencia.

    Durante todo un año, del otoño de 1937 hasta el de 1938, recorrió uno tras otro los campamentos secretos del ERPC, dislocados en las extensas selvas de los distritos de Jinchuan y Linjiang, y de Longquanzhen del distrito Mengjiang para atender a los heridos en combate. Y a menudo tenía que hacer visitas a los pacientes. El radio de tales visitas era, por lo general, de decenas de ríes. Hoy los doctores lo hacen o realizan tareas de difusión de conocimientos higiénicos valiéndose de modernos medios de transporte como ambulancias o automóviles, pero los médicos militares del período de la guerra antijaponesa no tenían ese lujo. Consideraban buena suerte si no eran batidos por el “cuerpo de castigo” en esos recorridos.

    Cierta vez, Rim Chun Chu fue sorprendido por la “punición” enemiga, y se salvó a duras penas. Después del combate de Huanggouling, escalando una cuesta con una mochila a la espalda, a la cual llevaba atado un traje forrado con algodón, botín de guerra que le había dado Choe Hyon, fue blanco de una larga ráfaga de ametralladora. Cuando se retiraron los enemigos, al revolver el interior de la mochila encontró para su sorpresa 7 proyectiles. Si no hubiera llevado aquel traje atado a la mochila, habría perdido la vida indudablemente.

    En la guerra antijaponesa, como activista del partido trabajó mucho con la gente y, además, con su intensa labor organizativa y literaria contribuyó de manera sobresaliente a la educación de los guerrilleros y los pobladores.

    En varios contactos con él me di cuenta de que estaba dotado de cualidades de trabajador político. Efectivamente, antes de alistarse, había acumulado la experiencia de haber educado y dirigido a las masas en la región de Yanji siendo entonces un trabajador de una organización masiva. Por eso, le recomendamos cumplir a la vez la tarea de médico y la del trabajo de partido. Fue miembro del comité del partido en el ERPC, se desempeñó como secretario de su organización en el regimiento de escolta y asumió también la jefatura del comité de trabajo del partido en Manchuria del Este.

    Al principio, este comité no actuó a la altura de nuestra expectativa. Por esta razón, luego de la Conferencia de Nanpaizi, designamos a Rim Chun Chu como su responsable. La misión del comité consistía en afianzar la base de la lucha armada, preparar sólidos cimientos para la fundación del partido organizando a la población al extender en Jiandao las organizaciones del partido y las agrupaciones de masas. Su función era similar a la del comité distrital del partido en Changbai o la del Comité de Acción Partidista en el País.

    Su principal campo de actividades era Jiandao y la provincia de Hamgyong del Norte de Corea. Después de la disolución de las bases guerrilleras las organizaciones del partido en Jiandao entraron todas bajo su jurisdicción.

    Manteniendo relación conmigo envió a Musan, Yonsa y sus contornos y a regiones de Manchuria del Este a muchos activistas políticos para ampliar la red de las organizaciones del partido y de masas.

    Después de la Conferencia de Xiaohaerbaling, cuando operábamos en pequeñas unidades en territorios de Wangqing, Yanji, Dunhua, Hunchun, Antu y Hailong, recibimos múltiples ayudas, principalmente, de las organizaciones revolucionarias constituidas por el comité de trabajo del partido en Manchuria del Este.

    A partir de su experiencia de trabajo partidista durante la Revolución Antijaponesa, Rim Chun Chu hizo una importante contribución a la construcción del Partido después de la liberación. Inicialmente, se desempeñó como segundo secretario del comité del Partido en la provincia de Phyong-an del Sur y, posteriormente, presidente del similar comité en la provincia de Kangwon. Cuando ocupó este último cargo marchó muy bien el trabajo en la zona de la línea de demarcación.

    Inmediatamente después de la liberación preferimos no darles en la medida de lo posible, altos cargos a los combatientes revolucionarios antijaponeses. Para la mayor parte designamos a personalidades del interior del país y a las repatriadas que habían participado en el movimiento revolucionario. Y no fue porque entre los que junto con nosotros habían pasado por las pruebas de la lucha armada hubiera poca gente capaz. Se necesitaba esta medida para la política del frente unido que integraba a personas de diferentes clases y sectores. En el Norte de Corea existían sólo 5 comités provinciales del Partido y únicamente a Rim Chun Chu le dimos el cargo de presidente de uno de ellos, ya que consideramos valiosa su experiencia en el trabajo partidista.

    De sus actividades la que recuerdo con singular emoción es la de escritor. Dejó a las posteridades muchas obras. De entre ellas, incluyendo Recuerdos del período de la Lucha Armada Antijaponesa, no pocas tienen valor de tesoro nacional.

    Comenzó plenamente a escribir desde que actuaba como corresponsal honorario de la revista mensual Samil Wolgan. Sus artículos se insertaron en varias ocasiones en los órganos internos del ERPC. Su comentario Bancarrota total de la economía japonesa, publicado en Samil Wolgan fue calificado de logrado.

    Pese a las difíciles circunstancias de los combates, marchas y prácticas médicas, quitaba todos los días de su muy atareado tiempo momentos para anotar el contenido de nuestras actividades. Si se acababan las hojas de papel, recogía cortezas de abedul para escribir los diarios de combate del ERPC. Dijo repetidas veces que le sirvieron de material de base para Recuerdos del período de la Lucha Armada Antijaponesa.

    Según he oído, Wei Zhengmin le aconsejó en varias ocasiones que escribiera la historia del ERPC. Trataba de convencerlo: “Por supuesto, es importante el trabajo del partido, el de médico militar y de corresponsal honorífico, pero misión no menos importante de usted, es escribir la historia de las actividades de la guerrilla de Corea. Téngalo en cuenta, camarada. Aun cuando otras personas caigan en combates de vida o muerte, usted tiene que estar vivo para seguir cumpliendo esta misión y así transmitir a las posteridades las proezas de su Comandante y la historia de la lucha de su ejército”.

    Cuando era secretario del partido en el regimiento de escolta estuvo mucho tiempo junto con Wei Zhengmin para ayudarle en su trabajo y prestarle asistencia médica. Por eso, Wei Zhengmin estaba muy contento cuando él se encontraba a su lado y siempre exigía esto. Rim Chun Chu desempeñó un rol muy importante para asegurar mis relaciones con Wei Zhengmin, afianzar la amistad entre los coreanos y los chinos y fortalecer el frente común entre sus fuerzas armadas.

    Fue a finales de la década de 1950 cuando leí Recuerdos del período de la Lucha Armada Antijaponesa. Aun en aquel tiempo en la mente de nuestra gente subsistían bastantes remanentes del servilismo a las grandes potencias. Además, se descuidaba la educación en las tradiciones revolucionarias, razón por la cual casi no se difundía entre la población, los jóvenes y niños la historia de nuestra lucha armada. No pocos cuadros conocían de memoria la Breve historia del Partido Comunista de la Unión Soviética y explicaban hasta qué periódico fue Iskra y quién fue Bujarin, pero si se les preguntaba qué reunión se efectuó en Nanhutou, no podían dar una respuesta satisfactoria. Por aquel entonces se publicó Recuerdos del período de la Lucha Armada Antijaponesa, que dio por primera vez al público el perfil de la Revolución Antijaponesa. El libro sirvió de fuente imprescindible para el estudio de la historia revolucionaria antijaponesa.

    Con este libro Rim Chun Chu quería cumplir con su deber y obligación ante todos los comunistas y demás habitantes patrióticos que habían participado en la Revolución Antijaponesa. No lo escribió para presentarse a sí mismo o alardear de sus méritos sino con un noble fin: estimular a las generaciones posteriores a continuar y completar todavía mejor las tradiciones revolucionarias que constituyen un eterno tesoro de nuestro pueblo.

    Escribió reminiscencias de hechos reales principalmente, de las actividades de Kim Jong Suk y Kim Chol Ju y muchos otros libros y materiales educativos referentes a las tradiciones revolucionarias de nuestro Partido. Y al comprobar la veracidad de abundantes datos y sistematizarlos realizó una brillante hazaña para la historia de nuestro Partido. Hizo hasta una novela larga de varios tomos titulada Vanguardia juvenil, cuyos protagonistas son descritos a base de los prototipos de jóvenes comunistas.

    Hoy nuestro Partido considera a Rim Chun Chu prestigioso testigo ocular, un poderoso garante de la brillante historia revolucionaria de la guerra antijaponesa que iniciamos y llevamos a la victoria. Creo que esta calificación es correcta y justa.

    Hablando con franqueza, tenía todas las posibilidades de ganarse la vida ejerciendo la medicina, sin necesidad de participar en la ardua Revolución Antijaponesa. Sin embargo, nunca retrocedió en el camino de la revolución, aunque decenas y cientos de veces tuviera que pasar la línea de la muerte, y ni una sola vez olvidó su deber con su Líder y sus camaradas.

    Cuando estuvo en la prisión de Longjing pensó que la revolución triunfaría, aunque él podía morir, y desde el punto de vista de que debía proteger a toda costa, incluso a precio de su propia vida, a la organización revolucionaria y los camaradas, resistió salvajes torturas. En contraste, los traidores pensaban que si morían, la revolución dejaba de tener razón de ser, y con la sucia intención de salvar su pellejo a costa del sacrificio de la organización y los camaradas se rindieron.

    Esta es la diferencia entre los verdaderos revolucionarios y los falsos.

    Después de la liberación, a la luz de diferentes hechos, comprendí todavía más hondamente que Rim Chun Chu era fiel a su deber moral. Cuando iba a partir hacia el Noreste de China, donde lo enviamos como delegado plenipotenciario para los preparativos de la constitución de la provincia autónoma de los coreanos en Yanbian, le rogué que buscara y enviara a la patria a muchos hijos de los mártires de la Revolución Antijaponesa. Como entonces el pueblo chino llevaba a cabo la difícil guerra interna, Rim Chun Chu pasó días muy atareados para organizar la ayuda al frente, crear órganos de poder, preparar bases de la enseñanza, trabajar con personalidades de diferentes clases y sectores y en otras actividades, pero, al mismo tiempo, se esforzó para hallar a todos los hijos de los mártires revolucionarios antijaponeses y enviarlos a la patria. E, incluso, puso anuncios en periódicos para encontrar a los hermanos de Kim Jong Suk, su compañera de revolución con quien mantenía relaciones de amistad desde la época de Fuyandong.

    Cada vez que se efectuaban reuniones de consulta de los cuadros, les hacía saber que en la patria se fundaría una escuela para hijos de revolucionarios, y para hallar siquiera a uno más, personalmente realizó a pie interminables recorridos por aldeas dispersas en Jiandao.

    Supimos que cuando por efecto de los anuncios en periódicos llegaban niños haraposos, los abrazaba fuertemente y atrayendo sus mejillas a las suyas les decía: ¿No eres tú hijo de fulano y tú hija de mengano? ¿Saben cuán ansioso está el General Kim Il Sung por encontrarlos? Al llegar a varias decenas el número de esos niños buscados uno por uno, inconteniblemente contento envió un cable: “General, me pondré pronto en camino para acompañar a la patria al primer grupo de hijos de mártires.” En ese breve texto sentí la emoción y alegría que gozaba Rim Chun Chu al cumplir con su deber ante los camaradas de revolución.

    Encontró a numerosos hijos y otros familiares de mártires revolucionarios y los envió a la patria. Los niños que entonces estudiaron en la escuela expresamente levantada para ellos, hoy se desempeñan bien, unos como miembros del Buró Político del Comité Central, otros como secretarios responsables de comités provinciales del Partido y como generales del Ejército Popular.

    En el período de la Guerra de Liberación de la Patria actuó por cierto tiempo en una localidad, y cada vez que venía a Pyongyang citado por el Ministerio de Salud Pública para alguna reunión, subía a la colina Moran, tendía una sábana sobre el césped al lado de las tumbas de los combatientes y se acostaba a dormir allí. Nunca pensaba en hospedarse en alguna posada de la ciudad. En la colina Moran estaban las tumbas de Kim Chaek, An Kil, Choe Chun Guk, Kim Jong Suk y otros. Sobra decir que acostado a la intemperie en una ladera de la colina y protegido sólo por una sábana y, sobre todo, rodeado por las tumbas de los camaradas de armas, no podía conciliar el sueño. No obstante, cada vez que estuvo en Pyongyang, invariablemente subía a la colina Moran para pernoctar así. Como él mismo dijera posteriormente, para su fuero interno conversaba interminablemente con los camaradas allí enterrados: “¿Me oyen, amigos? ¿Por qué permanecen dormidos aquí cuando la patria los necesita más que nunca? ¿Saben qué titánicos esfuerzos está realizando ahora el General llevando sobre sus hombros el destino de Corea?”

    Como en aquellos tiempos se decidía el destino de la Patria y del pueblo, entre los habitantes de la ciudad había pocas personas que sabían que en la colina Moran, en medio de las enmarañadas malezas reposaban las almas de los combatientes. Y nadie conocía que de vez en cuando un hombre corpulento dormía junto con estas almas y en las primeras horas de la mañana descendía silenciosamente la colina.

    Al saberlo pensé que realmente Rim Chun Chu era un verdadero ser humano y combatiente con sentido del deber.

    Este es el sentido del deber de la Guerrilla Antijaponesa de que quería hablar. En el mundo hay incontables episodios hermosos referentes al sentido del deber y el amor de los seres humanos. Pero, no conozco otro más noble, sincero y bello que el exhibido por los combatientes revolucionarios antijaponeses.

    Rim Chun Chu se consideraba a sí mismo un viejo discípulo del camarada Kim Jong Il y siempre se esforzó conscientemente por estar bajo su dirección. Por su parte, el camarada Kim Jong Il también lo amó y respetó con sinceridad. Solía decir que el camarada Rim Chun Chu sólo con su presencia constituía un valioso tesoro para nuestro Partido y nuestro Estado, y lo envolvía en solícitas atenciones. En esta actitud del camarada Kim Jong Il se reflejaba su noble sentido del deber ante los revolucionarios veteranos, aquel al estilo de la Guerrilla Antijaponesa, que se manifestaba en el monte Paektu.

    Mas no todos tuvieron sólido sentido del deber y entereza revolucionarios. En nuestras filas aparecieron también traidores o rezagados, aunque esos casos eran raros.

    Al oir que personas que no dejaban de hablar de la revolución abandonaron su entereza, todos nuestros guerrilleros quedaron desanimados. No encuentro palabras para describir el dolor y el desengaño que sentían los combatientes y comandantes cuando aquellos que cantaban en alta voz La Internacional y hablaban de la victoria de la revolución, se convertían inesperadamente en perros de presa de los enemigos.

    Mas, a causa de unos cuantos traidores no podía derrumbarse un muro levantado a lo largo de 10 años. Con el fortalecimiento de la unidad ideo-volitiva de nuestras filas y su cohesión basada en la moral y sentido del deber, respondimos al terror blanco del enemigo. Era el único camino que nos conduciría a la victoria.

    

    

    

    

    

    CAPITULO XVIII. EN MEDIO DE LAS

    LLAMARADAS DE LA GUERRA

    CHINA-JAPON

    (De julio a noviembre de 1937)

    

    

    1. Haciendo frente al cambio

    de la situación

    

    

    A mediados de julio de 1937, o sea, después de la batalla de Jiansanfeng, recibimos como una bomba la noticia sobre el Incidente de Lugouqiao. Desde hacía mucho preveíamos que tras el del 18 de Septiembre se produciría otro igual y la ocupación de Manchuria por el imperialismo japonés daría paso a la agresión total al resto del territorio chino, de varios millones de kilómetros cuadrados de extensión. Sin embargo, la noticia de que en realidad los hechos de Lugouqiao prendieron la mecha de la Guerra China-Japón, nos produjo una conmoción incontenible. Los comandantes y demás combatientes del Ejército Revolucionario Popular discutieron mucho sobre el desarrollo de la situación.

    Sobra decir que el tema principal de esa discusión fue la influencia que iba a ejercer esa guerra sobre la situación mundial y el desarrollo de la revolución coreana, y cómo aprovechar la nueva coyuntura para ésta.

    Antes de la conflagración, entre nuestra gente eran pocos los que sabían que en este mundo existía tal puente Lugouqiao.

    Nadie pensaba que unos disparos en plena noche en ese puente fueran a constituir el preludio de una contienda que mantuvo sumergido el territorio chino en un mar de sangre cerca de 3 000 días

    

    y empujó al mundo a su torbellino. Si bien es opinión general que con la invasión de la Alemania fascista a Polonia en septiembre de 1939 se inició la Segunda Guerra Mundial, algunos consideran que ésta tiene su punto de partida en el Incidente de Lugouqiao provocado por los imperialistas japoneses dos años antes.

    La Guerra China-Japón fue, al igual que los acontecimientos del 18 de Septiembre, resultado de la política que los imperialistas japoneses preconizaban y perfeccionaban obstinadamente para Asia. Cuando se tragaron a Manchuria, la verdadera opinión pública mundial anunció que en un futuro cercano se abalanzarían sobre el interior de China. En efecto, después de ocupar las tres provincias del Noreste de China, concentraron todos sus esfuerzos en los preparativos de la agresión al territorio principal de China.

    La ocupación de Shanhaiguan efectuada en enero de 1933, la invasión a la región de Huabei, la conquista de Chengde, capital provincial, con la operación de Rehe, el desembarco en la isla de Qinhuangdao, el avance por la región oriental de la provincia de Huabei y otras operaciones militares tuvieron lugar durante algunos años después de desatado el Incidente del 18 de Septiembre, y constituyeron una parte de sus preparativos para la inminente agresión al territorio principal de China.

    El gobierno del Guomindang, de Jiang Jieshi, en lugar de hacer frente a la agresión del imperialismo japonés a Huabei, y a pesar de la oposición a muerte del pueblo, concertó el traidor “convenio de Tanggu” que prácticamente dejó el extenso territorio al norte de la Gran Muralla bajo la ocupación nipona, y Huabei bajo su supervisión y control. Esa política conciliatoria estimuló su ambición agresiva y fanatismo bélico.

    Las fuerzas projaponesas de Huabei, instigadas por sus amos, promovieron el llamado “movimiento para la autonomía de las cinco provincias de Huabei”. Como resultado de esa campaña vendepatria que reclamaba la supuesta independencia se fraguó el “gobierno autónomo Jidong para defenderse del comunismo”, de corte projaponés.

    A principios de 1936, al tomar por completo, con esos métodos escalonados, las vías respiratorias de toda Manchuria y Huabei, los imperialistas japoneses trazaron “la orientación diplomática para China”, cuyos términos esenciales eran el riguroso control de los movimientos antijaponeses, la colaboración económica entre China, Manchuria y Japón y la defensa conjunta contra el comunismo, y así se prepararon abiertamente para la agresión al interior de China. El “convenio anticomunista” entre Japón y Alemania constituyó un factor objetivo que estimuló y fomentó la preparación de una nueva guerra.

    La vergonzosa posición del gobierno del Guomindang respecto a Japón y su política de traición a la nación permitieron a los imperialistas nipones extender a sus anchas la agresión al territorio principal de China. Aun cuando con la aceleración de esa invasión ponía en la balanza la existencia y la ruina de la nación, Jiang Jieshi en el interior cercó y atacó al Ejército Rojo y reprimió el movimiento antijaponés del pueblo para la salvación nacional, y en el exterior, manteniendo la línea de conciliación con Japón, siguió la “política de asegurar tranquilidad interna antes de rechazar las fuerzas extranjeras”, la que exigía doblegarse ante éstas. En vista de sus resultados, la humillante política de cooperación con Japón de Jiang Jieshi, silenció la agresión japonesa al interior de China e indujo a crear un temerario suceso como el de Lugouqiao.

    El que el imperialismo japonés se entregara de lleno a la agresión a China fue también legítimo resultado de las contradicciones entre las potencias imperialistas en relación con este país.

    La ola de la nueva crisis económica iniciada en 1937 en Estados Unidos, empezó a inundar el mundo. Las potencias imperialistas buscaban con ojos inyectados de sangre nuevos mercados. La lucha por conquistarlos exacerbó sus contradicciones, de las cuales una de las más representativas era la disensión y el conflicto entre los imperialistas norteamericanos, ingleses y japoneses en torno a las concesiones en China. Estos últimos encontraron la solución para imponerse en la confrontación con los europeos y americanos en la guerra total con China. Consideraban que sólo esta guerra podría hacer factible su dominación monopólica, expulsar de allí las fuerzas norteamericanas e inglesas y convertir a Japón en caudillo de Asia.

    La actitud de Estados Unidos e Inglaterra era dual. Por una parte, trataron de restringir los desenfrenados actos agresivos del imperialismo japonés, y por la otra, facilitaron su agresión al dejarle lesionar los intereses de China. Y le azuzaron para que tomara el camino antisoviético. De esta manera, trataron de mantener las concesiones que poseían en China.

    Después del Incidente de Huabei, los imperialistas japoneses definieron como su fundamental política de Estado asegurar una posición preponderante en el Este del continente asiático y al mismo tiempo, avanzar hacia los archipiélagos del Pacífico Meridional sin dejar de incrementar el armamento y preparar la guerra. Se trataba de un plan estratégico dirigido a impulsar la política de guerra contra China y la Unión Soviética, y avanzar, en la primera oportunidad que se les diera, en dirección al sureste de Asia.

    El gabinete de Konoe, valiéndose hábilmente de la “política de no intervención” de Estados Unidos, Inglaterra, Francia y otras potencias imperialistas, y de la coyuntura favorable surgida al no haberse formado aún con solidez el frente unido nacional antijaponés en China, desató por fin la guerra total contra ésta. El 7 de julio de 1937 su ejército planteó la desaforada exigencia de registrar la cabecera distrital de Wanping, por haber desaparecido un soldado durante unos ejercicios. Esto motivó un choque. Al ver que le hacía frente el ejército No.29, de Song Zheyuan, ocupó el puente Lugouqiao y cercó a Beijing. Como el incidente fue pequeño y accidental, era del todo posible resolverlo mediante negociaciones sobre el terreno. Sin embargo, presionado por los círculos militares que buscaban un pretexto para desencadenar guerra, el gabinete de Konoe acordó en una sesión, el 11 de julio, enviar divisiones que se encontraban en Japón, y mientras hablaba de la no ampliación del conflicto militar, utilizó esa minucia como argucia para ampliar la guerra con China. El 13 de agosto el ejército japonés llegó, incluso, a atacar a Shanghai. Los disparos en el puente Lugouqiao se convirtieron así en la tremenda Guerra China-Japón.

    Ante los comunistas coreanos esta conflagración presentó muchas nuevas tareas. Tuvimos que trazar con iniciativa propia una estrategia y tácticas pujantes, conforme al brusco cambio de la situación.

    La noticia me hizo pensar profundamente, durante varios días, qué rumbo tomaría la guerra, qué influencia ejercería sobre nuestra revolución, y qué actitud y método debíamos adoptar para hacerle frente.

    No era un simple y limitado conflicto que terminaría con la ocupación de Huabei por el imperialismo japonés. Ni cesaría pronto, en unos meses, como lo de Manchuria. Tenía en sí un rescoldo capaz de prolongarse por mucho tiempo, y la posibilidad de convertirse en una guerra regional, y a la larga, en un conflicto mundial. Existía también la posibilidad de que arrastrara a otros países.

    Lo cierto era que el choque Japón-Unión Soviética no podía evitarse. Históricamente, Corea y Manchuria sirvieron de principal teatro para las luchas de desalojo entre Rusia y Japón, y ese fue el motivo fundamental del estallido de la guerra entre ambos a principios del siglo. Aun después de formada la Unión Soviética, sus relaciones con Japón seguían siendo agudas a causa de la ambición de éste de agredir al continente. En vísperas de la Guerra China-Japón el enfrentamiento entre esos dos países llegó a su punto álgido con el problema de la posesión de dos islas en el río Amur. Existía el peligro de que con un leve movimiento podía estallar la guerra. El litigio fue resuelto con negociaciones diplomáticas directas, efectuadas en Moscú, mas, posteriormente, Japón asumió una actitud muy dura respecto a la Unión Soviética con lo de la defensa conjunta nipo-manchú.

    No era nada infundado que la opinión pública del mundo insinuara, en su mayoría, que esa discrepancia conduciría al estallido de una gran confrontación bélica.

    Que el imperialismo japonés tenía el ambicioso plan de, después de conquistar a Manchuria, agredir al territorio principal chino, y a la larga, ocupar a Mongolia y el Lejano Oriente de la Unión Soviética, no constituía un secreto. Sin embargo, a mi juicio, Japón consideraba prematuro entrar en una guerra total con ésta. Temía de su poderío y su capacidad defensiva, que crecían con el paso de los días. Ahora que estaba en conflicto con China, si desataba otro con la Unión Soviética, no habría cosa más peligrosa y estúpida. No tenía capacidad, asimismo, para sostener la guerra a la vez con dos países grandes.

    Muchos de nuestros soldados y comandantes consideraban que cuanto más se extendiera la conflagración, tanto más desfavorable influencia ejercería sobre nuestra revolución.

    Percibí la acuciante necesidad de trazar lo antes posible una orientación estratégica en vista del estallido de la Guerra China-Japón y luchar con un objetivo claro. La determinamos en la reunión de los miembros del mando del grueso del Ejército Revolucionario Popular de Corea efectuada a mediados de julio de 1937 en el campamento secreto del Paektu y en la de cuadros políticos y militares de éste celebrada a comienzos de agosto del mismo año en Chushuitan, en el distrito Changbai. En ellas, para hacerle frente con iniciativa al brusco cambio de la situación proyectamos la orientación estratégica encaminada a intensificar la Lucha Armada Antijaponesa y llevar, en conjunto, la revolución coreana a un nuevo auge. En la primera tomaron parte Ma Tong Hui, Ri Je Sun, y otros trabajadores políticos y jefes de organizaciones clandestinas que actuaban en la región del monte Paektu y el interior del país.

    El asunto que merecía ser denominado el meollo de lo discutido en ella era constituir con solidez las fuerzas internas de la revolución frente a la conflagración China-Japón, activar las operaciones de hostigamiento en la retaguardia enemiga y acelerar la preparación de la guerra de resistencia de toda la nación. Como una de las principales vías para cumplir esa tarea propusimos establecer más organizaciones clandestinas en la región suroeste del Paektu y dentro del país y que los pequeños grupos de trabajadores políticos del ERPC instalaran bases revolucionarias aprovechando la cordillera Rangrim y formaran guerrillas de producción y brigadas obreras de choque en distintos lugares del país. Examinamos exhaustivamente estos temas y, además, analizamos cómo se creaban organizaciones del partido y las de base de la ARP en Sinpha y la zona de Xiagangqu, del distrito Changbai, y cómo marchaban allí el trabajo político entre las masas y el de ayuda a la guerrilla, así como las disposiciones para generalizar sus experiencias.

    Los imperialistas japoneses consideraban su país como una de las cinco potencias del mundo y una de las tres con mejor marina de guerra. Otras potencias también lo veían con esa misma óptica. Sin embargo, nosotros vislumbrábamos que de un momento a otro caería en una terrible trampa. Estábamos seguros de que, aunque de entrada pudieron ocupar temporalmente la posición preponderante valiéndose del vacío que estaba abierto en las fuerzas de resistencia de China, finalmente serían derrotados. Es una ley que toda guerra injusta siempre lleve implícitas contradicciones. Las que existían entre las fuerzas bélicas y las antibélicas en Japón y las imperantes entre las potencias imperialistas por la conquista de concesiones constituían un insoslayable factor que le frenaba en el proceso de la guerra.

    Además, se encontraban aislados en el ámbito mundial. Aunque tenían en Europa aliados como Alemania e Italia, no estaban en condiciones de recibir de ellos ayuda efectiva. Si ampliaban la guerra con China y emprendían el “avance hacia las islas del Pacífico Meridional” terminarían irreversiblemente por exacerbar las contradicciones y el conflicto entre las potencias imperialistas.

    Trastornados por la insaciable ambición de riqueza y el deseo de expandirse, los imperialistas japoneses, sin siquiera digerir a Manchuria, que se había tragado, se entregaron con gran codicia a ocupar el territorio principal de China, pero eso recordaba el jaleo de un gato con la cabeza de una res decapitada. No había ninguna garantía de que evitarían la indigestión.

    Con el estallido de la guerra con China, el imperialismo japonés reforzó y completó los aparatos de dominación colonial en Corea. Promulgó múltiples leyes fascistas que atenazaban terriblemente las ideas y movimientos de los habitantes. Modificó conforme a las circunstancias de la guerra la “ley de protección del secreto militar” que venía aplicando desde 1913. Todo lo sometía a la ejecución de la guerra, invocando “la misión especial de Corea como base de abastecimiento militar en tiempo de guerra”, “el deber de Corea en el cumplimiento de la política para el continente”, y otras cosas por el estilo.

    El saqueo del imperialismo japonés en Corea no se limitaba a la esfera económica. También expolió sin piedad sus recursos humanos. Reclutó y llevó al campo de combate a los jóvenes y hombres de mediana edad y movilizó por la fuerza a enorme número de personas a las obras de construcción de fábricas de guerra e instalaciones militares.

    La represión fascista y el saqueo económico del imperialismo japonés, fomentados y enconados como nunca con el estallido de la guerra con China, sumieron a nuestra nación en una situación intolerable.

    Pese a esos puntos desfavorables, consideramos que si aprovechábamos con habilidad esas complicadas circunstancias, podríamos lograr convertir la desventaja en ventaja.

    También en la reunión de cuadros militares y políticos efectuada en Chushuitan analizamos la situación desde esta óptica y subrayé la necesidad de enfrentarla. Si en la reunión en el monte Paektu discutimos mucho la tarea de fortalecer las fuerzas internas de la revolución coreana en el aspecto de la formación de organizaciones, en la de Chushuitan abordamos de modo extenso, y desde el punto de vista militar, la de llevar a la práctica la orientación para las operaciones de hostigamiento en la retaguardia enemiga, principalmente el tema de la operación conjunta con los destacamentos de las Fuerzas Unidas Antijaponesas.

    Hice énfasis en intensificar el hostigamiento en la retaguardia enemiga en extensas regiones, sobre todo en las cuencas de los ríos Tuman y Amnok, y enviar mayor número de pequeños grupos de guerrilleros y de trabajadores políticos al interior del país, para seguir ampliando y reforzando el movimiento del frente unido nacional antijaponés.

    Acordamos efectuar las acciones de hostigamiento en dos direcciones, fundamentalmente. Una fue preparar los cimientos en el orden militar para la resistencia de toda la nación mediante el establecimiento de una red de campamentos secretos apoyándonos en la cordillera de Rangrim, y la organización de guerrillas de producción y brigadas obreras de choque en distintos lugares del país y golpear en la nuca al imperialismo japonés con diversas formas de lucha masiva, y otra tendía a impedir, mediante la guerra de guerrillas, el paso de sus tropas agresoras al interior de China y frustrar sus operaciones estratégicas.

    Con esta nueva orientación estratégica, en la reunión de Chushuitan reorganizamos en parte las unidades del Ejército Revolucionario Popular de Corea y deslindamos las áreas de sus actividades conforme a la situación imperante. Analizamos también el asunto de los pequeños grupos armados y de trabajo político que serían enviados al país.

    Después de desatar la guerra con China, los enemigos observaban con agudeza nuestros movimientos. Los caudillos del ejército y la policía de Japón estaban apurados en hacernos frente, diciendo que, no se sabe cómo lo conocieron, habíamos trazado una nueva línea de acción, reorganizado las unidades, delimitado el área de actividades, y con motivo del día de la ruina del país, el 29 de agosto, atacaríamos las ciudades principales de Manchuria y avanzaríamos a un tiempo hacia el interior del país. Posteriormente, conocimos que esto estaba registrado en detalle en uno de sus documentos secretos.

    Después de terminar la reunión de Chushuitan y antes de volver a la zona fronteriza de los distritos Changbai y Linjiang tuve un encuentro con Wei Zhengmin para consultar sobre el asunto de las operaciones conjuntas con los destacamentos de las Fuerzas Unidas Antijaponesas en el Noreste de China, y del hostigamiento en la retaguardia enemiga. Convalecía en el campamento secreto de Dongmanjiang a orillas del Huapihe, curso superior del Manjiang.

    Nos guió a ese campamento Ju Jae Il, comisario político de compañía. Conocía bien la topografía de la región de Dongmanjiang. Era natural de la provincia de Kangwon, pero de niño se trasladó a Helong y después ingresó en la guerrilla en Yulangcun. Al desmantelarse la zona guerrillera, seis familias de Helong se mudaron a Chushuitan y una fue la de Ju Jae Il. Este actuó en una unidad antijaponesa china hasta que en marzo de 1937 vino junto con su mujer a nuestra Comandancia. Lo nombramos comisario político de una compañía con muchos chinos procedentes de las tropas antijaponesas, porque hablaba perfectamente ese idioma y conocía bien las costumbres de esta nación. Más tarde, ocupó el mismo cargo en la compañía de escolta y después ascendió al de un regimiento. Nos guió sin novedades hasta el destino.

    Wei Zhengmin afirmó que uno de los problemas más importantes de aquel entonces, cuando se extendía la Guerra China-Japón, era el de cooperar con eficiencia los pueblos y comunistas de Corea y China.

    —Depositamos mucha esperanza en la colaboración de los camaradas y el pueblo de Corea —manifestó patéticamente—. Hasta ahora ustedes han ayudado con sinceridad y desinterés en la revolución china. Cada vez que se habla de internacionalismo proletario, vienen a mi mente primero los camaradas coreanos. Los días que pasamos en una misma trinchera, compartiéndolo todo, creo que quedarán inscritos eternamente no sólo en la historia de ambos países, sino también en los anales del movimiento comunista internacional. Comandante Kim, el pueblo chino se ve forzado a padecer el mismo tormento que la nación coreana viene sufriendo. En este tiempo de pruebas estamos convencidos de que ésta se mantendrá firme a nuestro lado.

    El comisario político del segundo cuerpo de ejército y secretario del comité provincial del partido en Manchuria del Sur, era un hombre abierto que sabía expresar la verdad.

    Como muestra con claridad el proceso de la lucha para rectificar el error ultraizquierdista en la lucha antiminsaengdan, él actuó con más franqueza que nadie al comprender la angustia y el dolor de los comunistas coreanos. Le tenía la debida consideración por mostrar simpatía al pueblo coreano y ayudar en la lucha de sus comunistas en diversas esferas. Por su parte, me trataba siempre con especial afecto y amistad.

    Siempre apreció altamente el papel de los comunistas y del Ejército Revolucionario Popular de Corea en la Lucha Armada Antijaponesa en la región del Noreste de China.

    Me informó en detalle de la situación interna y externa después del estallido de la guerra con Japón y la orientación del Partido Comunista de China en cuanto a ella. Destacó las actividades de los comunistas y personalidades progresistas y patrióticas encaminadas a lograr la nueva cooperación entre el Guomindang y el Partido Comunista y formar el frente unido nacional antijaponés.

    Al día siguiente del Incidente de Luogouqiao, llamado también Suceso del 7 de Julio, el Partido Comunista de China, precisando que la única vía para la salvación nacional estaba en una guerra antijaponesa donde participara toda la nación, exhortó a todo el país a “levantar la fuerte muralla del frente unido nacional para resistir la agresión japonesa”, y el 15 de julio envió al Comité Central del Guomindang la “Declaración del Partido Comunista de China sobre la colaboración con el Guomindang”.

    Huelga decir que esa no fue la primera vez que el Partido Comunista de China planteara al Guomindang una propuesta para el cese de la guerra interna y la colaboración entre ambos e impulsara el trabajo para hacerla realidad.

    Pese a que el imperialismo japonés, después de la ocupación de Manchuria, dirigía la punta de lanza de su agresión al interior de China, el Guomindang acaudillado por Jiang Jieshi estaba entusiasmado para combatir al Partido Comunista y “castigar” al Ejército Rojo Obrero-Campesino, sin tomar medidas drásticas para la guerra contra los agresores.

    Jiang Jieshi movilizó enormes fuerzas en cinco operaciones de “castigo” para eliminar el Soviet Central situado en Ruijin. El Guomindang hostilizó más al Partido Comunista que a los agresores.

    El Partido Comunista de China no estaba en condiciones de dedicar sus fuerzas principales a la guerra antijaponesa. Su ataque principal estaba dirigido a la revolución agraria y la lucha contra el Guomindang.

    Cuando hay agresión externa, es indispensable interrumpir por un tiempo la contienda interna y unir las fuerzas del pueblo para la guerra de resistencia. Sin embargo, China llegó a la mitad de la década de 1930 sin poner fin a la división nacional ni a la guerra civil conocida como la segunda guerra revolucionaria interna.

    Posteriormente, el Partido Comunista pasó a la nueva estrategia de darle primacía a la lucha antijaponesa, conforme a la tendencia de la época. Bajo la consigna de “Avanzar hacia el Norte para hacerle frente a los japoneses” realizaron la histórica marcha de los 12 500 kilómetros y establecieron una nueva base en la región de Shan-Gan-Ningbian. Luego, con la “expedición al Este” se enfrentaron directamente a los agresores imperialistas japoneses.

    El PCCh cambió la consigna de “Luchar contra Jiang y Japón” por la de “Luchar contra Japón en alianza con Jiang” y trabajó con paciencia para lograr la cooperación con el Guomindang. Ese empeño de los comunistas chinos se profundizó con motivo del Incidente de Xian16 y, por fin, dio fruto con las negociaciones entre Jiang Jieshi y Zhou Enlai celebradas en Lushan después de desatada la guerra.

    Me produjeron buena impresión las palabras de Wei Zhengmin de que en esas negociaciones Zhou Enlai y su interlocutor abordaron el asunto de vigorizar las acciones antijaponesas de los comunistas en Manchuria, Huabei y Corea, porque eso significaba que el Comité Central del PCCh apreciaba justamente la posición de los comunistas coreanos en la guerra contra Japón, depositaba gran esperanza en la lucha armada dirigida por ellos y anhelaba recibir su activo apoyo y colaboración.

    En su “carta a los integrantes de la Asociación de Salvación Nacional de Toda China”, publicada a principios de 1937 en El Pacífico, revista política internacional de la Unión Soviética, Mao Jedong tomó como un ejemplo vivo las acciones de las guerrillas antijaponesas en el Noreste de China para demostrar la posibilidad de luchar con energía contra el imperialismo japonés, de promover el antijaponeismo. Escribió que con unos años de batallar lograron demorar e impedir la invasión del imperialismo japonés al territorio principal de China al causarle más de cien mil bajas y cientos de millones de yuanes de pérdida. Esta apreciación incluía los méritos de los comunistas coreanos.

    En vista de que el imperialismo japonés trataba de tragarse primero el territorio chino antes que a Siberia, Wei Zhengmin y yo estábamos de acuerdo en que las guerrillas antijaponesas de Manchuria del Este y el Sur debían encargarse de la mayor parte del hostigamiento en la retaguardia enemiga, en comparación con las del Norte.

    Durante ese intercambio de opiniones me dijo que para ver a los dirigentes del cuerpo de ejército No.2 había llegado, a través de la Unión Soviética y en calidad de emisario secreto del gobierno de Nanjing, un subalterno de Kong Xianyong, y me propuso hablar con él. Su presencia en Manchuria demostraba que el gobierno del Guomindang en Nanjing buscaba por todos los medios la colaboración con las fuerzas antijaponesas del Noreste.

    Desde que servía como subcomandante en el ejército de salvación nacional de Wang Delin, Kong Xianyong se llevaba bien con nosotros. Años atrás había desempeñado un gran papel en la fundación, junto con nosotros, del Ejército Revolucionario Popular. Por una disposición del mando del ejército del Lejano Oriente de la Unión Soviética, había pasado a ese país junto a algunos militares, y después al interior de China. Merece analizar sus actividades aquí. Junto a Li Du y Wang Delin estableció relaciones con el gobierno de Nanjing y el viejo Ejército del Noreste de China de Zhang Xueliang, manifestando gran interés por la lucha antijaponesa en Manchuria. Designado comandante general del Ejército de Voluntarios del Noreste de China, y en contacto con el gobierno del Guomindang de Nanjing, organizó de vez en cuando la ayuda desde el exterior al movimiento antijaponés en la región. Que nos enviara un emisario secreto en nombre de este gobierno era prueba de que no había dejado de tener gran interés por la lucha armada antijaponesa en Manchuria.

    Con el antecedente de haber participado en acciones antijaponesas en Manchuria del Este, al igual que Kong Xianyong, el emisario destacó la necesidad de aunar la lucha en el interior de China con la que se llevaba a cabo en el Noreste; explicó que, en vista de que allí estaba lograda la colaboración entre el Guomindang y el Partido Comunista, y el Ejército Rojo Obrero-Campesino dirigido por éste, se reorganizaba en unidades del Ejército Revolucionario Nacional que actuarían bajo el mando unificado de Jiang Jieshi, sería razonable que las acciones de las tropas antijaponesas en el Noreste se incluyeran en el proyecto operacional general del gobierno de Nanjing.

    Expresamos duda sobre su propuesta, mencionando las diferencias concretas de la situación en ambas regiones y la independencia relativa de la lucha armada antijaponesa en el Noreste.

    El emisario reconoció la justedad de nuestro criterio y retiró su propuesta. Recalcó, sin embargo, que sin olvidarnos de las relaciones inseparables entre el interior y el Noreste del país, nos apoyáramos y cooperáramos estrechamente con ellos.

    Prometimos que en expresión de nuestra ayuda a la lucha en el interior de China asestaríamos fuertes golpes a la retaguardia del imperialismo japonés en las tres provincias del Noreste y en Corea. El emisario planteó que en caso de necesidad enviáramos a heridos y enfermos a la Unión Soviética por la vía que él conocía, puesto que al pasar por ese país había consultado sobre la atención médica a los que resultaban heridos en la Guerra China-Japón, y recibió seguridad de esa ayuda. Aunque teníamos el antecedente del envío de viejos y débiles a ese país y contábamos con nuestra vía para ello, aceptamos con agrado la gentileza del emisario, y le dijimos que la utilizaríamos.

    En la charla con Wei Zhengmin pude confirmar que nuestro criterio coincidía fundamentalmente con el del Partido Comunista de China en la estrategia relacionada con la Guerra China-Japón y estábamos convencidos de que lograríamos grandes éxitos también en las operaciones de hostigamiento en la retaguardia enemiga.

    Después de despedirnos de Wei Zhengmin, efectuamos una conferencia de comandantes y soldados del Ejército Revolucionario Popular de Corea en una suave loma en la zona fronteriza de los distritos Changbai y Linjiang.

    Aún recuerdo la caverna vertical, parecida a un pozo, que se encontraba no lejos del lugar de la reunión. Un guerrillero juguetón hizo caer una piedra en ella y un buen rato después se dejó oir un ¡cataplum! Era extraño que entre rocas de ese alto monte se hubiera formado tal caverna.

    En la agenda estaban las tareas estratégicas del Ejército Revolucionario Popular de Corea relacionadas con la Guerra China-Japón, y comandantes y guerrilleros expusieron su determinación de llevarlas a cabo. Podría decirse que resultó una reunión de juramento, como las de hoy. No importaría que se denominara mitin de juramento para cumplir las resoluciones de las reuniones del campamento secreto del Paektu y Chushuitan.

    No me detendré en dicha reunión porque los especialistas en la Historia Revolucionaria y otros autores han escrito mucho sobre ella y los guerrilleros participantes han dado a conocer sus recuerdos en muchas ocasiones.

    La reunión del Paektu, la de Chushuitan y la de comandantes y soldados tuvieron importancia en el sentido de que definieron nuestras contramedidas político-militares frente a la guerra entre China y Japón.

    Desde el inicio de este conflicto efectuamos con valentía las operaciones de hostigamiento en la retaguardia enemiga, consolidando las victorias en el avance hacia el interior del país.

    A raíz del Incidente de Lugouqiao la unidad principal del Ejército Revolucionario Popular de Corea libró muchos combates, entre ellos, el de las cercanías de Mashungou, en Shijiudaogou, del distrito Changbai, el asalto a la ciudadela de Xigang, en Shisandaogou del mismo distrito, y el de las proximidades de Liugedong, de Longchuanli.

    Refiriéndose a esas operaciones nuestras en la retaguardia enemiga Jondo, órgano del Partido Revolucionario Nacional, escribió: “Esto es, sin lugar a dudas, la primicia del gran frente conjunto de las naciones coreana y china”.

    La unidad de Choe Hyon, después de partir de Changbai con el mismo objetivo, consiguió victoria tras victorias, desplazándose por Linjiang, Tonghua, Liuhe y Mengjiang. An Kil y Pak Jang Chun, en alianza con la de Kang Kon, asestaron golpes rotundos a los enemigos. La expedición de Kim Chaek, Ho Hyong Sik y otros a Hailun y las acciones de las unidades de Manchuria del Sur que avanzaron hasta el ferrocarril de Shenyang, propinaron fuertes golpes en la nuca enemiga. Nuestros pequeños grupos armados y los de trabajo político, adentrándose en el país, ataron de pies y manos a los adversarios, en distintos lugares. Las acciones político-militares y las intensas operaciones de hostigamiento que los comunistas coreanos y chinos desplegaron en Corea y Manchuria, dieron fuerte estímulo al campo antijaponés de China.

    El absurdo plan del imperialismo japonés de ocupar de un aliento a China fracasó totalmente gracias a la lucha de su pueblo en el Norte del país y en la línea de Shanghai, y a las enérgicas operaciones de hostigamiento del Ejército Revolucionario Popular de Corea y las unidades de las Fuerzas Unidas Antijaponesas en la región del Noreste chino.

    Japón, que pregonaba el “ataque de un golpe” y la “conclusión de la guerra en corto lapso”, se vio forzado a pasar a una confrontación prolongada, y en consecuencia, nuestras acciones para atosigarlo escalaron a una nueva etapa.

    En vista de la prolongación de la Guerra China-Japón, hicimos balance de esas operaciones en el campamento secreto de Xintaizi, del distrito Linjiang, y discutimos efectuarlas dentro de Corea y destruir el sistema de transporte militar enemigo, en especial el de armas y municiones. La batalla representativa de esa época fue el asalto a la cabecera distrital de Huinan, difícil de atacar por estar en un llano con desarrolladas comunicaciones.

    No lejos de allí pasaba el ferrocarril Jilin-Hailun. En las cercanías de la ciudadela los rivales tenían varias bases de “castigo”, por lo que, aunque el asalto resultara exitoso, no podríamos evitar el acoso de refuerzos, si no nos retirábamos a tiempo. Aun a sabiendas de que la acción tenía aspectos desfavorables, enviamos el séptimo regimiento que formaba parte del grueso del ERPC, el de escolta de Ri Tong Hak y Choe Chun Guk, recién constituido, y una parte de la cuarta división, porque esa cabecera distrital era apropiada como blanco de las operaciones de hostigamiento. No sólo servía como punto de apoyo principal para el “castigo” enemigo, sino también como base de abastecimientos para las tropas títeres manchúes desplazadas en varios distritos de sus alrededores. En la ciudadela existían dos grandes almacenes militares.

    En el combate tomaron parte, junto a los destacamentos de las Fuerzas Unidas Antijaponesas, tropas antijaponesas chinas.

    Nuestras unidades atacaron por sorpresa la ciudadela, sacaron de sus almacenes grandes cantidades de tejido, algodón y víveres y se retiraron. Luego golpearon duramente a los refuerzos del ejército japonés y del títere manchú que venían de la dirección de Hailong, Panshi y Mengjiang. Anteriormente nuestra unidad principal había efectuado una emboscada en la región Fusong-Xigang, la cual tenía gran trascendencia en las operaciones de hostigamiento. En esos días perdimos a Ri Tal Gyong, Kim Yong Hwan, Jon Chol San y otros inapreciables compañeros de armas.

    Antes de ingresar en la guerrilla, Kim Yong Hwan trabajó en la Juventud Comunista en Wangqing. En la etapa de la zona guerrillera lo habíamos enviado como comisario político de compañía a la guerrilla de Yanji. Cayó valerosamente en un combate en esta región, en diciembre de 1937.

    Jon Chol San procedía de la guerrilla de Hunchun. Lo vi por primera vez en el combate del Laoheishan. Después fue designado comisario político de la compañía No.4 de Wangqing. Lo conoció bien O Jin U. Murió en un combate en Emu en septiembre de 1937.

    Perdimos también a Ri Tong Gwang que trabajaba en Manchuria del Sur como representante de la Asociación para la Restauración de la Patria. Fue un cuadro político competente y un valeroso comandante guerrillero. Después de su muerte Yang Jingyu me contó la siguiente anécdota:

    Cuando las operaciones de “castigo” en Manchuria del Sur, Ri Tong Gwang, al conocer la destrucción del comité unificado del partido en el distrito Tonghua, fue a Liuhe, pasando por Gushanzi donde se encontraba el cuartel general de las tropas de “castigo”. Disfrazado de vendedor de medicamentos y acompañado sólo por dos escoltas entró en pleno día en este poblado donde pululaban los adversarios. En cada calle se veía pegada la orden de su arresto: “Ri Tong Gwang, de más o menos 30 años de edad, caudillo de bandidos comunistas, miembro del comité especial de Manchuria del Sur; alto, con pelo medio rizado y ojos muy grandes.

    “Quien lo delate o arreste recibirá abundantes premios, y quien lo esconda, será condenado a la pena capital”.

    Según me informaron, después de leer con estoicismo este aviso, salió tranquilamente del poblado.

    Su vida y la de Ri Tal Gyong, Kim Thaek Hwan, Kim Yong Hwan y Jon Chol San constituyen un brillante ejemplo del infinito amor y abnegado servicio a la patria y el pueblo, y representan la inapreciable trayectoria que recorrieron los comunistas coreanos para iniciar el hostigamiento en la retaguardia enemiga, proceso en el que dejaron inscritas en la historia, con fuego y sangre, su voluntad y alma.

    En general, mi vida tendía al ataque, y no a la defensa. Desde el mismo día que tomé el camino de la revolución hasta la fecha, me guié siempre por la táctica de avanzar, o sea, la de salir adelante. Ante las dificultades, no vacilaba ni me desplomaba. Ni tampoco las sorteaba o esquivaba. Cuanto más difícil era la situación, más sólida se tornaba nuestra convicción, y con tanto más pertinaces esfuerzos e indoblegable voluntad las vencimos.

    Nos valíamos principalmente de esa táctica de ataque, de salir adelante, no por mi carácter o temperamento personal, sino por la exigencia de nuestra revolución penosa y compleja.

    Si en el torbellino de la complicada situación política que atravesaba el mundo después del estallido de la Guerra China-Japón nos hubiéramos aferrado únicamente a la defensa, la retirada o el rodeo, no habríamos podido vencer los obstáculos que nos salieron al paso.

    Por esta razón, aun ahora considero mil veces correcta la estrategia revolucionaria con que hicimos frente a la situación adversa convirtiéndola en favorable.

    

    

    

    

    2. Kim Ju Hyon

    

    

    Kim Ju Hyon es bien conocido entre nuestro pueblo como un representativo intendente de la Guerrilla Antijaponesa. Sí, lo fue y, al mismo tiempo, un competente comandante militar y activista político. Antes de ingresar en la guerrilla dedicó gran parte de sus esfuerzos a las labores de la organización clandestina.

    Lo conocí antes de la fundación de la Guerrilla Antijaponesa. En 1931, cuando preparábamos la lucha armada en Xinglongcun, se desempeñó, en la clandestinidad, como responsable de la asociación de campesinos y la unión antijaponesa en el caserío Gaodengchang, de Dashahe. Me lo presentó Kim Jong Ryong, jefe de la organización partidista zonal de Xiaoshahe. El encuentro me convenció de que era una persona muy honesta y sincera.

    Un día, fui expresamente a verlo, sabiendo por Kim Jong Ryong que intentaba expulsar de la unión antijaponesa a todos los procedentes del Ejército independentista. Los estaba considerando como blanco de lucha, creyendo en las palabras mal intencionadas de personas mezquinas, y por tanto, le expliqué durante largo tiempo sobre el significado del frente unido en la revolución y las equivocaciones que tenía en cuanto a los procedentes del Ejército independentista que poseían ideas patrióticas y antijaponesas.

    Al día siguiente, Kim Ju Hyon visitó, para pedirles perdón, a los influyentes que habían procedido de dicho ejército y que eran objeto de purga. Estos lo elogiaron como un hombre bien educado.

    Después de este hecho, si tenía algún problema difícil de resolver en su trabajo, me venía a consultar. También yo, de vez en cuando, visité su casa. Aunque me llevaba 8 años, nos hicimos amigos íntimos. En 1931 yo no era aún comandante de la Guerrilla Antijaponesa. No obstante, siempre aceptaba mi opinión con sinceridad.

    Quedé seducido por su modestia. El, igualmente, simpatizaba mucho conmigo. Prestó su apoyo incondicional a todo lo que hicimos y hablamos.

    Sus familiares decían que era más porfiado e indomable que nadie. Merecía que lo calificaran así según oí hablar de cómo se casó y separó de sus padres.

    Su familia vivía en Myongchon, en la provincia de Hamgyong del Norte, hasta que, por la pobreza, se trasladó a Helong, en China. Kim Ju Hyon añoraba siempre la tierra que lo vio nacer y que abandonó a temprana edad y, tan pronto como concluyó los estudios en un colegio privado, fue a Odaejin, donde trabajó como pescador, endureciendo sus huesos blandos. Su hermano mayor, al ver que no regresaba aunque pasaba la edad de casarse, lo fue a buscar, lo llevó a la fuerza a Dashahe y le impuso comprometerse con una muchacha de la aldea vecina, ya predeterminada. Los padres de ambos lo habían decidido sin preguntar a Kim Ju Hyon, y éste ni siquiera conocía el rostro de la novia.

    No le importaba ese noviazgo y sólo se reunía con el maestro de la escuela Qiushan, quien una vez estuvo en Primorie, para respirar el viento de la revolución rusa; y al conocer que en su casa apresuraban los preparativos de la boda, confesó a su padre que no tenía ningún deseo de contraer matrimonio con una muchacha desconocida. Este se limitó a sonreir, creyendo que su hijo no lo decía en serio, pero unos días antes de la boda desapareció sin dejar rastro.

    Sus padres se alborotaron con el inesperado suceso. Lo mismo ocurrió con la familia de la novia. Su hermano mayor, durante todo el invierno abandonó las tareas domésticas y hurgó por todo el territorio de Jiandao para buscarlo, hasta que, por fin, llegó a conocer por boca del referido maestro que estaba en Rusia. Con mucho trabajo lo trajo de allí. Kim Ju Hyon no pudo evadir el casamiento, pues no bien llegó a su hogar se vio obligado a casarse.

    Sin embargo, después, siempre vivió fuera de la casa, en lugar de dedicarse con empeño a las faenas agrícolas. Su padre meditó y le levantó un hogar, creyendo que si su hijo se separaba de él, trabajaría la tierra sin vagar, siquiera para dar a comer a su esposa e hijos. Empero, se equivocó. Su procedimiento abanicó el afán de Kim Ju Hyon por la revolución. Este, teniendo su casa libre del control de sus padres, hizo todo lo que quería para constituir una organización e ilustrar a las masas. Y, finalmente, cavó un sótano dentro de su hogar e incorporó hasta a su esposa a las actividades revolucionarias. Su padre quedó vencido y se lamentó:

    —¡Es insuperable su obstinación!

    Al escuchar todo esto, comprendí que Kim Ju Hyon era un hombre de temperamento. Nos gustaba mucho su carácter que tendía a seguir con persistencia el camino escogido según su voluntad y decisión, sin importarle quién y qué le dijera.

    Con esa intransigencia y espíritu emprendedor organizó una guerrilla en Helong y fue uno de sus jefes, poco tiempo después de haber fundado nosotros la Guerrilla Antijaponesa en Antu.

    En la época en que formábamos una nueva división en Maanshan, volvimos a estar en una misma tropa al cabo de unos años de separación. Su pequeña tropa fue la primera en incorporársenos al saber que reorganizábamos la unidad principal del Ejército Revolucionario Popular de Corea. Me alegré tanto como si viera a un prócer, porque sentíamos una gran escasez de cuadros.

    Por falta de quien se encargara de la intendencia, la atendía Kim San Ho, comisario político de regimiento. Cuando se reorganizó la unidad, nombré a Kim Ju Hyon, jefe de la intendencia de la Comandancia. Impulsó con energía su misión. Aunque parecía no estar muy atareado ni apremiaba a sus subalternos, conseguía sin dificultad provisiones y ropas, y creaba holgadas condiciones económicas en la unidad.

    Su distinguida habilidad de intendente capacitado se mostró plenamente cuando nuestra unidad operaba en la zona del monte Paektu.

    Tan pronto como se movía, llegaban sucesivamente al campamento secreto las filas cargadas de artículos de ayuda para la guerrilla. Una vez decidido, conseguía todo lo que quería.

    De las fiestas de Año Nuevo que celebramos en el decursar de la Lucha Armada Antijaponesa muy pocas fueron tan abundantes como la de 1937. Fue gracias a que la preparó con empeño, diciendo que no debía ser pobre la primera fiesta de Año Nuevo que acogíamos en el Paektu.

    Antes del combate de Pochonbo, él, como responsable, y junto con O Jung Hup, consiguió más de seiscientos uniformes, gorras, polainas, cananas; tejido para las mochilas y tiendas, así como igual cantidad de zapatos y muchas provisiones. Su padre se había preocupado porque su hijo no podría alimentar ni siquiera a su esposa, y él, aunque no tenía más que las manos vacías, en medio del Paektu, hizo ingentes esfuerzos para asegurar la alimentación, la ropa y el alojamiento a centenares de “familiares”.

    Cada vez que lo elogiaba por su trabajo y éxitos, respondía que todo marchaba bien porque eran buenos los pobladores de Jiandao Oeste.

    Estos lo ayudaron sin desmayo, poniendo en acción su sabiduría, conmovidos por su abnegada labor para abastecer a la unidad trajinando a toda hora, con los labios agrietados y los ojos congestionados.

    Identificándose con ellos se convertía en un hijo, pues siempre respiraba el mismo aire y comprendía y resolvía lo que les molestaba. Y a sus subalternos les servía como una madre solícita y generosa. Los de Jiandao Oeste lo llamaban “nuestro jefe de intendencia Kim”.

    Tenía un singular arte para abrir de modo fácil la puerta de un corazón hermético y de familiarizarse con otros. Si así se ganaba la simpatía, fue, justamente, por la belleza humana, que como un auténtico hombre expedía al hablarles la verdad, tratarlos con franqueza y actuar de manera consciente, modesta y sincera.

    Creo que precisamente por esto, además de en la intendencia, obtenía éxitos relevantes en las tareas políticas clandestinas.

    Como singular en su labor de intendencia consideré su capacidad para resolver con métodos políticos todos los asuntos. Por ejemplo, si le asignábamos la tarea de confeccionar uniformes, no la transmitía mecánicamente a sus subalternos, sino les explicaba detenidamente su imperiosidad y cómo cumplirla.

    Conocedor de esta cualidad suya, lo citaba con frecuencia cuando se presentaban complicadas y difíciles tareas políticas clandestinas. También lo nombré responsable del grupo de avanzada que mandamos para establecer la base del monte Paektu. El objetivo del envío de este grupo no sólo estaba en escoger el terreno para el campamento secreto, abrir la vía por donde se trasladaría la unidad y conocer la situación enemiga y el comportamiento de la población en la zona fronteriza, sino también en descubrir y forjar a las fuerzas políticas capaces de formar organizaciones clandestinas revolucionarias y antijaponesas; por tanto, se necesitaba, como era natural, de actividades políticas.

    Kim Ju Hyon cumplió de modo satisfactorio estas tareas. El mérito que alcanzó en la zona del Paektu como responsable del grupo de la avanzada merece con todo derecho, que quede escrito y elogiado. Su grupo localizó todos los terrenos para el campamento secreto de la zona del Paektu, entre otros, Sobaeksugol, Komsan, Sajabong, Sonosan, Heixiazigou, Diyangxigou y Deshuigou. Y andando por Diyangxi, Xiaodeshui, Xinchangdong, Guandaojuli, Jongriwon, Pinggangde, Shangfengde, Taoquanli, Sanshuigou y otras aldeas de Jiandao Oeste, encontró a muchos cuadros capacitados para contribuir a la formación de la organización del partido y al movimiento del frente unido, y preparó a numerosos candidatos a ingresar al Ejército revolucionario. Además, junto con sus acompañantes desempeñó un gran papel en la divulgación, por extensas regiones del interior del país y Jiandao Oeste, de nuestra línea revolucionaria plasmada en los 10 Puntos del Programa de la Asociación para la Restauración de la Patria y su Declaración Inaugural. Sus logros sirvieron de trampolín para llevar a una fase superior nuestra Lucha Armada Antijaponesa.

    Esa posición ocupó en nuestra unidad Kim Ju Hyon a quien primero llamábamos cada vez que se nos presentaba una tarea difícil. Era una joya que todos valorábamos y queríamos. Su recio sentido de responsabilidad ante el deber revolucionario, alto grado de preparación política, destacada capacidad organizativa y maduro método de trabajo, merecían servir de modelo para todos los comandantes. En resumidas cuentas, era versado tanto en las letras como en el arte militar.

    Siempre valoré sus proezas y su capacidad de trabajo. A mediados de agosto de 1937 lo nombré jefe de una pequeña unidad que iría al interior del país. Fue inmediatamente después de desencadenada la Guerra China-Japón. Ya dije que de acuerdo con este hecho habíamos planeado impulsar en amplia escala las actividades político-militares dentro del país, perturbar en grado sumo la retaguardia enemiga y colocar la revolución antijaponesa en un peldaño superior, conforme a las exigencias de la situación. Para cumplir este plan, era importante, ante todo, formar una pequeña unidad con personas competentes, bien preparadas en lo político-militar, y enviarla como avanzada a determinadas zonas del país, de manera que operara para hacer realidad nuestro proyecto.

    Las organizaciones revolucionarias del interior del país nos informaron por diversos canales que mucha gente, reunida en los montes de Songjin, Kilju, Myongchon, Tanchon y otras regiones sureñas de la provincia Hamgyong del Norte y de la costa septentrional de la Hamgyong del Sur, estaba ansiosa de entrar en contacto con el Ejército Revolucionario Popular de Corea.

    La misión principal de la pequeña unidad consistió en encontrar a esos jóvenes patrióticos y organizar con ellos guerrillas y adiestrarlos y, en cuanto a los debiluchos no aptos para la lucha armada, impartirles cursillos para prepararlos como miembros de las organizaciones revolucionarias clandestinas. Además, le competía desplegar entre los pobladores una labor política masiva para ampliar las organizaciones clandestinas y las filas armadas, así como detectar a los posibles cuadros. Al mismo tiempo, le dimos la tarea de escoger en las cordilleras Paektu, Machonryong y Pujonryong áreas apropiadas para los campamentos secretos que servirían como punto de apoyo para la lucha armada.

    Por la importancia de la misión, organizamos el grupo con gente acerada, bien preparada, entre otros Pak Su Man, Jong Il Gwon (Ongjocomaeng-i), Ma Tong Hui y Kim Hyok Chol que ya se habían destacado en el trabajo político. Tuvimos una gran confianza y expectativa porque su jefe era hábil y sus componentes poseían mucha experiencia de lucha, y se hallaban repletos de firme decisión y elevado ánimo. No cabía duda alguna de que regresarían tras cumplir con éxito la misión.

    —Esperaré a que llegue una buena noticia.

    Al despedirlos, no dije nada más que esto a Kim Ju Hyon, pues podía entender con claridad nuestro propósito, aunque no escuchara una larga explicación. Se caracterizó por analizar en diez aspectos una sola palabra que yo dijera. Por tanto, cuando le confiaba alguna tarea no le explicaba en detalle. Francamente, mi confianza en él era absoluta.

    Todos esperamos que la pequeña unidad regresara con buenos resultados al cabo de 4 ó 5 meses cuando menos, y de 5 ó 6 cuando más.

    Pero, para nuestra sorpresa, volvió a poco más de un mes. Se trataba de un hecho grave que no pudimos imaginar. Al ver la expresión de Kim Ju Hyon percibí en el acto que las operaciones en el interior del país habían fracasado. Su información me dejó estupefacto. Regresaron luego de haber vagado por tierras de Kapsan, sin siquiera llegar a la zona de Songjin donde, se decía, estaban reunidos los jóvenes patrióticos.

    La pequeña unidad se había internado en el país por la vía de Xinxingcun, abierta por Ri Je Sun, y después, por la línea organizativa de Pak Tal, se dirigió hacia Hyesan. Allí supo por la organización local que los explotadores japoneses de oro tenían almacenados lingotes en la Mina de Jungphyong para llevárselos a su país.

    Kim Ju Hyon decidió atacar la mina para arrebatárselos. Se reveló espontáneamente la naturaleza profesional del intendente. En efecto, si conseguía algunos lingotes de oro, significaría una gran fortuna para la intendencia de la unidad. Asaltaron la mina y lograron ocupar cierta cantidad. Pero esto los puso en apuros. Asustados por los tiros que sonaron en la mina, los enemigos comenzaron a perseguirlos en grupos de decenas de efectivos.

    En su retirada la pequeña unidad escaló un monte al fondo de la aldea Toksandong, empero, cayó en un cerco que no podía romper. Kim Ju Hyon escribió una nota con el texto: “¡Tontos!. ¿Todavía no saben que el Ejército revolucionario aparece y desaparece de forma misteriosa? Ahora cruzamos el río Amnok”, y dejó que se la llevara el viento.

    Cuando la leyeron, los adversarios acudieron al río. Aprovechando la oportunidad, Kim Ju Hyon y su grupo lograron salir del cerco. Aunque pudo afortunadamente burlar el cerco, no pudo avanzar más hacia la profundidad del país, porque estaban cubiertas por los enemigos las zonas montañosas de las provincias de Hamgyong del Sur y el Norte y los caminos por donde pudieran pasar los trabajadores clandestinos de la guerrilla. Kim Ju Hyon decidió cumplir su misión en otra ocasión y regresó a la unidad. Su insensata aventura y grave indisciplina hicieron aplazar nuestro plan de organizar las fuerzas de resistencia en el país y extender las llamas de la lucha armada hacia las zonas del Mar Este, valiéndonos de la aspiración de nuestro pueblo a la independencia y el deseo de los jóvenes de ingresar en la guerrilla, los cuales ardían al extremo con motivo de la batalla de Pochonbo. Entre tanto, los jóvenes patrióticos del interior del país que esperaban a la pequeña unidad en el sitio de cita definido en la cordillera Machonryong, se dispersaron con un sentimiento de pena y desanimados por no haberse encontrado con los enviados del Ejército revolucionario.

    El regreso de la pequeña unidad, sin llegar al lugar donde debía operar, echó una sombra sobre el ánimo de los guerrilleros. Todos quedaron abatidos, considerando que si Kim Ju Hyon, tan hábil en el trabajo clandestino, había vuelto sin acercarse al destino, esto significaba que la situación en el país era muy peligrosa. Puede que hasta hayan pensado que resultaba imposible, por algún tiempo, extender la lucha armada hacia el país. Kim Ju Hyon cometió así un error irreparable.

    Me era difícil creer que había incurrido en tal falta. Hacer fracasar la misión por conseguir algunos lingotes de oro trajo graves consecuencias, irremediables, para la realización de nuestro proyecto. Su indisciplina creó un gran vacío para las operaciones perturbadoras del ERPC en la retaguardia enemiga y las de su avance hacia el país. Aun ahora, de vez en cuando, pienso, con lástima, que si hubiera marchado directamente a la zona costera del Este y encontrado con dichos jóvenes patrióticos, habría sido algo más rica la historia de nuestra lucha armada. Así era de grande mi desesperación y sentimiento de frustración en aquel tiempo.

    Recuerdo que mi indignación rebasó sus límites. Sin embargo, lo extraño fue que pese al fuerte remolino de sentimiento colérico, no pude reprochar ni censurar en absoluto a Kim Ju Hyon, quien esperaba una sanción con la cabeza gacha. Quizá, uno no pueda reprender, si el enojo y la desesperación llegan a su extremo. Me limité a mirarlo sin decir nada.

    El comité del partido en la Comandancia convocó una reunión y discutió el problema de Kim Ju Hyon. Los participantes señalaron con agudeza la gravedad de su error. Algunos se sentían tan indignados que golpeaban con los puños el piso del cuarto. Probablemente Kim Ju Hyon recibía tal crítica por primera vez en su vida. Alicaído, estaba sentado como si renunciara a todo.

    Como expresaron acertadamente varios compañeros en la reunión, Kim Ju Hyon cometió ese extremado acto de indisciplina, principalmente porque valoró el asunto de manera estrecha, producto de su petulancia y soberbia. El no había aceptado el deber desde el punto de vista estratégico. De ahí que al oir hablar de lingotes de oro perdió la razón. No previó las consecuencias del asalto a la mina. Como confesó, su proyecto era comerse tanto la faisana como sus huevos. En otras palabras, quiso conseguir los lingotes y, al mismo tiempo, organizar un grupo armado con jóvenes.

    No tuve duda de que lo decía con sinceridad. En su confesión no había ninguna mentira. Sabíamos muy bien que era franco y cándido. Así y todo, resultaba natural que, independientemente de su propósito, toda la unidad se mostrara indignada porque él y sus acompañantes habían regresado sin llegar al destino.

    Deseé perdonarlo, pero no pude exteriorizarlo, pues como Comandante no debía distinguir a los amigos íntimos de los otros o violar el principio. Si, arrastrado por sentimientos humanos, pasaba por alto su error, sería totalmente inútil desde todos los ángulos. La mayor ayuda que podía prestarle era darle una oportunidad para que pudiera corregir su falta.

    El comité del partido en la Comandancia decidió relevarlo del cargo de jefe de intendencia. Aprobé la resolución. Sin embargo, al ver su espalda cuando salía sin ánimo de la Comandancia, una vez recibida la sanción, sentí remordimientos por no haberlo ayudado bien, para que no cometiera errores.

    Si antes de enviarlo le hubiera advertido siquiera una sola vez que fuera directamente adonde le esperaban los compañeros del interior del país, sin reparar en lo que podría ocurrir en sus contornos, la cosa no hubiera llegado a tan grave situación. Francamente, no preví que podría surgir tal caso peculiar como el que el jefe de intendencia cambiara su ruta, seducido por unos lingotes de oro.

    Después de destituido, Kim Ju Hyon se empeñó en forjarse ideológicamente, lo que ahora decimos imbuirse de conciencia revolucionaria.

    Desde el mismo día en que fue ubicado como cocinero, empezó a andar con una olla a la espalda. Hacerlo ante los soldados a quienes dirigía hasta unos días antes, no era tan fácil como decirlo. Si uno caía en tal situación, solía solicitar que lo mandaran a otro lugar. Empero, Kim Ju Hyon nunca se quejaba o se sentía avergonzado por trabajar como cocinero. Al contrario, sólo cumplía su tarea tan honestamente que sus compañeros se sentían cohibidos. Además, siempre mantenía un semblante despejado y buen humor.

    En una ocasión, fui al comedor del octavo regimiento para ver cómo vivía. Bañado de sudor, estaba sirviéndoles a los combatientes.

    Uno, que se había comido de un soplo la sopa que le correspondía, le gritó golpeando la vasija con la cuchara:

    —Eh, cocinero, tráeme una más.

    No era el tono cortés con que ordinariamente se pide; contenía desprecio hacia el otro.

    —Entendido —respondió Kim Ju Hyon, sin mostrar ni una pizca de disgusto, y apresuradamente, le llevó la sopa con un cazo.

    Por la noche, llamé a aquel guerrillero que había menospreciado a Kim Ju Hyon y le aconsejé que no debía darle tales órdenes ni considerarlo menos por ser un hombre destituido a causa del error que cometió. Y añadí que en caso así, debían tratarlo y ayudarlo con más amabilidad, en lugar de darle las espaldas, despreciarlo o guardarse de él. Mi interlocutor acabó por reconocer su falta.

    El grado de jerarquía no es inmutable. Como uno puede ocupar un alto grado y después uno más bajo y viceversa, para mantener genuinas relaciones entre los camaradas no hay que considerar esto sino a la propia persona.

    El hombre debe prestar una ayuda más cordial y sincera a los vecinos que sufren reveses. Los combatientes revolucionarios antijaponeses, aun en el caso de que sus compañeros eran destituidos por sus errores, no los trataban con frialdad ni aislaban, sino los ayudaban al máximo para que los superaran.

    Cierto día de marcha, al cabo de una semana desde que Kim Ju Hyon trabajaba como cocinero, me le acerqué y le dije que se quitara la mochila. Tuve compasión al ver que caminaba difícilmente con el fusil, la mochila y la olla a la espalda.

    No obstante, rehusó expresando que no sentía pesada la carga. Tomé la cuerda del macuto y quise quitárselo, pero rechazó con obstinación mi mano y siguió marchando detrás de la columna.

    Su gesto me apesadumbró. Supuse incluso, que estaba disgustado por la destitución según la resolución de la reunión del partido. Distraídamente dirigí una mirada a su rostro y vi que por sus mejillas se deslizaban lágrimas. Sentí que un enorme peso me oprimía el corazón. ¿Por qué lloraba ese hombre de voluntad de hierro?

    Personalmente, él sufría una gran tristeza y desgracia. Su esposa fue asesinada por el enemigo en una “operación punitiva” mientras cumplía una misión clandestina, y su hija murió a causa de una enfermedad. Y a su hijo, el único ser carnal que le quedaba, lo entregó a otra persona cuando ingresó en la guerrilla. Desde entonces, vivía sólo para la revolución.

    Esa noche, cuando todos los guerrilleros dormían, fui al vivaque del octavo regimiento para verlo. Llegué al comedor y presencié una escena inesperada. Para mi sorpresa, contra lo que había pensado de que estaría acostado, pero sin poder dormir por la angustia, limpiaba la olla con un estropajo, sentado a la orilla del riachuelo.

    Le propuse que desde el día siguiente trabajara en el taller de armamentos, pues allí, le expliqué, podría aliviarse del pesar, ya que reinaba un ambiente sosegado y no habría quienes lesionaran su amor propio. Con los ojos arrasados en lágrimas, respondió que de todas maneras pagaría su falta a mi lado y que se sentía tranquilo cuando estaba cerca de mí.

    —Hoy vi que llorabas a solas, lo que analicé a mi manera. Creí que lo hacías por el sufrimiento que tienes como cocinero y así llegué a pensar en trasladarte al taller de armamentos.

    Dibujó una sonrisa y, tomándome las manos, dijo:

    —No. Lloré agradecido por la pena que el camarada Comandante sufría después de sancionarme y, al mismo tiempo, afligido por la culpa que sentía por ser ingrato. ¿Sabe usted qué era lo que me preocupaba más cuando se discutía mi problema en la reunión del partido en la Comandancia? Que tacharan mi nombre de la lista de las filas y me expulsaran lejos. Quiero morir aquí si es necesario. ¿Valdría vivir apartado de las filas revolucionarias? Le estoy agradecido por permitirme trabajar como cocinero, sin abandonarme.

    Su argumento me hizo comprender lo que pensaba limpiando la olla hasta avanzada la noche, sentado a la orilla del riachuelo.

    Consideró suficiente quedarse a nuestro lado, ocurriera lo que ocurriera a su persona. Pensar que si le permitíamos permanecer junto a nosotros, no le importaba trabajar como comandante o cocinero, ni ser criticado o sancionado, que le bastaba si no se le expulsaba de las filas revolucionarias; he aquí, precisamente, el verdadero rasgo de Kim Ju Hyon.

    El hombre de tal carácter acepta como confianza, como amor, la crítica y la sanción que le aplican sus camaradas. Kim Ju Hyon analizó profundamente cuánto dañó a la revolución con su conducta errada.

    “Creí que era un revolucionario, pero todavía estoy lejos de serlo. ¿Dónde existiría un revolucionario tan imperfecto como yo, aunque gozo de la confianza del camarada Comandante? Son justas todas las críticas de los camaradas. Aprovecharé esta oportunidad para ser un guerrillero impecable mediante mi forja ideológica.” Tal vez así pensó, y se empeñaba por transformarse.

    Estudió con aplicación en aquel tiempo, cuando andaba con la olla a cuestas. En noviembre del año en que fue sancionado, los miembros de la Secretaría de la Comandancia editaron en folleto mi artículo: “Tareas de los comunistas coreanos” y él fue el primero en conseguir uno y leerlo con fervor. Al ver que se entregaba tanto al estudio sin reparar en su salud, otros cocineros se inquietaban de que cayera su ex-jefe de intendencia a quien seguían con gran respeto. Uno de ellos sacó a hurtadillas el folleto de su mochila y lo escondió entre unas piedras, detrás de la tienda. Kim Ju Hyon se esforzó varios días para buscarlo. Esto le hizo enflaquecer más, e incluso, perder el apetito. Aturdidos, los cocineros lo volvieron a colocar disimuladamente en su macuto cuando estaba ausente, y le sugirieron:

    —Compañero Ju Hyon, vuelva a buscarlo con más calma. No puede haberse escapado. Debe estar en la mochila.

    Al verlo reaparecer se sintió tan alegre como un niño y expresó:

    —Sólo Dios lo sabrá.

    En verdad, se forjó bien ideológicamente. Se veía que se distinguía de otros como veterano revolucionario procedente de la clase obrera. Sus esfuerzos para transformarse estaban a una altura que nadie podía contemplar sin emoción. En este sentido, advierto a los cuadros que lo sigan si quieren transformarse de manera revolucionaria.

    Seis meses después de su destitución del cargo de jefe de intendencia, lo nombramos jefe del séptimo regimiento. Lo hicimos sin reubicarlo en su puesto original, porque siempre echaba de menos el campo de combate, donde sonaban los fusiles y cañones.

    En ese cargo, luchó con valentía. Desplegó sin reservas su capacidad como intrépido y hábil comandante en la ofensiva primaveral de 1938, del grueso del Ejército Revolucionario Popular de Corea, sobre todo, en las batallas de Jiazaishui y Shierdaogou del distrito Changbai; las de Liudaogou en el distrito Linjiang, de Shuangshanzi, Wujiaying, Jiajiaying y Xintaizi y otros grandes y pequeños combates que les siguieron. Y en el verano del mismo año dirigió con habilidad los asaltos a la retaguardia enemiga avanzando desde Xintaizi hasta Mengjiang, Liuhe y Jinchuan. El séptimo regimiento mandado por él realizó con mucho éxito la divulgación política entre el pueblo. El mismo jefe, una vez en los caseríos, se ponía a la delantera en el trabajo con los habitantes.

    En octubre de 1938, mientras recogía miel, junto con Kim Thaek Hwan y Kim Yong Guk, en el bosque de Nanpaizi del distrito Mengjiang, para los enfermos del hospital de la retaguardia, murió al ser sorprendido por una “unidad punitiva”. Aunque jefe de regimiento, no se olvidaba ni un momento de la alimentación, la ropa y el alojamiento de sus compañeros, como cuando dirigía la intendencia, trajinando por aquí y por allá.

    Los compañeros de armas abrieron su mochila. En ella no había nada. Ni siquiera existía un par de zapatos de reserva, indispensable para cada cual. Pregunté a su enlace y me contestó que un día antes los había ofrecido a un soldado que tenía rotos los suyos.

    La abracé y no pude contener las lágrimas. Si se amontonaran los cereales, tejidos para uniformes y zapatos que él consiguió desde el tiempo de jefe de intendencia, probablemente formarían una montaña. Sólo los zapatos llegarían a miles de pares. Sin embargo, Kim Ju Hyon cedió a un soldado hasta el par de reserva que guardaba en su mochila.

    Esa mochila vacía me hizo meditar profundamente cuáles eran los bienes y la concepción de vida del revolucionario. Aspirar a la felicidad constituye un atributo connatural del ser humano. Hay muchos que valoran sólo el oro. Desde la óptica de esas personas, Kim Ju Hyon puede considerarse un proletario que no tenía nada. Empero, afirmo que era, en realidad, un gran rico, porque guardó hasta el último momento de su vida una sublime idea y espíritu que no se podían comprar ni cambiar por ninguna cantidad de oro.

    

    

    

    

    3. Concientización del campesinado

    

    

    La situación que creó el estallido de la Guerra China-Japón exigió con inminencia preparar la resistencia de toda la nación. Maduramos gradualmente el proyecto de rescatar a la patria mediante la combinación en el tiempo oportuno de las operaciones del Ejército Revolucionario Popular de Corea con la lucha de toda la nación, teniendo formadas de antemano las fuerzas necesarias.

    Sin la participación de los campesinos que constituían la abrumadora mayoría de la población, no se podía concebir una guerra de resistencia de toda la nación. Aunque ciertas personas argüían que era difícil considerarlos parte del grueso principal de la revolución por falta de espíritu organizativo y conciencia, a diferencia de los obreros, opinamos de otra manera. Consideramos que si ellos contaban con una correcta dirección y se agrupaban en organizaciones, también podían constituir una enorme fuerza revolucionaria. Ya lo había experimentado en la Huelga de la Cosecha de 1931. La práctica nos convenció de que las masas campesinas podían ser una gran fuerza de resistencia, con tal que se prepararan bien de manera revolucionaria.

    Nuestros antepasados nos legaron una agricultura miserable, pobre. Cuando en otros países araban, sembraban y cosechaban con máquinas, nuestros campesinos lo hacían a mano, con métodos primitivos. De generación en generación, estuvieron atenazados por los grilletes feudales, objeto de cruel explotación y de todo tipo de humillaciones y desprecios por parte de la clase terrateniente y los gobernantes.

    Sus condiciones de vida empeoraron después que el imperialismo japonés ocupó a nuestro país. Por culpa de su vandálica política de saqueo, representada por la “ley del censo de tierras cultivables”, el “plan por el aumento de la producción de arroz” y la “política de traslado de campesinos coreanos a Manchuria”, el campo y la agricultura de Corea fueron devastados y el proceso de empobrecimiento de los campesinos se aceleró todavía más.

    En los primeros días que siguieron a su ocupación, aplicaron la “ley del censo de tierras cultivables” y privaron a nuestros campesinos de cientos de miles de hectáreas, las cuales se repartieron entre el gobierno general, la “Compañía de explotación colonial del Oriente”, la “Sociedad anónima de industrias de Puri” y otras compañías de explotación colonial, así como entre los inmigrantes del territorio principal japonés.

    Tiempos después, Japón dio a conocer el “plan por el aumento de la producción de arroz” y, desesperadamente, aceleró su cumplimiento; también esto era, principalmente, para superar la crisis de alimentos creada en su país y, al mismo tiempo, obtener una colosal ganancia mediante la exportación, en gran escala, de su capital al campo de Corea.

    En su “código civil de Corea” estaba estipulado: “…Los arrendatarios no pueden demandar que se les exima o reduzca el arriendo, aunque sufran pérdidas de cosechas por motivos inevitables”, lo que significaba prohibir de antemano, por la ley, la lucha de los campesinos por mejorar su situación. Quería decir que los arrendatarios debían cerrar la boca y conducirse mansos aunque estuvieran a punto de morir de hambre. Como se ve, el gobierno general en Corea garantizó, desde el principio, y de modo sistemático, la expoliación de los campesinos por los granjeros japoneses y la clase terrateniente. En vista de la realidad rural donde los arrendatarios constituían más de la mitad de los campesinos, podrá imaginarse a qué punto llegó la situación de éstos, atenazados por ese “código civil”. El imperialismo japonés y la clase terrateniente, para saquear siquiera fuese un saco más de arroz, eran tan feroces y codiciosos que avergonzaban hasta a las bestias. La “Compañía de explotación colonial del Oriente” situó en cada localidad y granja oficiales fijos o administradores y bajo su orden capataces de campo para que vigilaran y controlaran con rigor a los arrendatarios. Y si descubrían incumplimientos de pagos de arriendos, y una pizca de intento de “descuidar” las faenas agrícolas u oponerse a los dueños de granjas, cancelaban de inmediato el contrato y los desalojaban de las tierras.

    Los granjeros japoneses establecieron hasta prevenciones privadas para encerrar, sin piedad, a los que se quejaban o demandaban reivindicaciones vitales. Cuando estudiaba en la escuela de Changdok, leí un artículo en un periódico, que decía que los japoneses de la hacienda de Nakahara perseguían con fusiles a los arrendatarios, amenazándolos con matar a los perezosos, lo cual me causó una indignación tan grande que me impidió conciliar el sueño.

    Los imperialistas japoneses llevaron cada año a su país entre 7 y 10 millones de sok (Medida de volumen equivalente a 10 veces mayor que un mal; es aproximadamente 180 decímetros cúbicos. N. del Tr.) de arroz producido con el sudor y la sangre de los campesinos coreanos. En su lugar, alimentaron a éstos con mijo de Manchuria o bagazo de soya. ¿Cómo se habrían sentido los coreanos al comer mijo podrido, viéndose despojados del blanquísimo arroz por los japis?

    También los terratenientes coreanos, amparados por el gobierno general, explotaban a porfía a los campesinos, y se les sumaban los mayorales y usureros.

    La política agrícola reaccionaria del imperialismo japonés aceleró la diferenciación de clases en el campo. El rápido incremento de los campesinos que renunciaban a la agricultura y la formación de una nueva capa llamada labradores de artigas, eran resultados de esa diferenciación, una tragedia propia de la colonia. Los hombres de campo, que no podían vivir por más tiempo en su tierra natal, se trasladaban a remotas montañas o a páramos inhabitados, donde cultivaban tierras artigadas. De no hacerlo así, no podían mitigar el hambre. Tampoco la labranza de esas tierras les aseguró estabilidad, pues el gobierno general promovió la “campaña de expulsión de labradores de artigas”, pretextando la “protección forestal” y “prevención de incendios en los bosques”. Cuando desarrollaba actividades en Jiandao Oeste, me encontré con varias víctimas de esa campaña. Resultaba inevitable el caudaloso flujo de nuestros campesinos a tierras extrañas.

    Mientras se lo imponían a los coreanos, los imperialistas japoneses mudaron allí a un gran número de personas desde su territorio principal donde se sufría por la superpoblación y la escasez de alimentos. Durante los primeros 15 años correspondientes a la etapa inicial del “plan por el aumento de la producción de arroz” intentaron introducir cuatro millones de campesinos japoneses. Al principio, en septiembre de 1925, Tanaka Kiichi hizo que la Sociedad de investigación de la política constitucional de Japón diera a conocer el “plan de traslado de 10 millones de japoneses a Corea”, y después de ocupar el cargo de Premier, organizó el ministerio de la explotación colonial y emprendió la ejecución de ese proyecto. ¿Qué sucedería si afluyera tal número de habitantes excedentes de Japón? Resultaría que nuestra nación ni siquiera podría respirar libremente en medio de la avalancha de japoneses.

    Esa reaccionaria política agrícola arruinó la vida de nuestros campesinos y agravó las contradicciones nacionales, sociales y clasistas.

    Las masas campesinas se alzaron en demanda del derecho a la existencia.

    Después del Levantamiento Popular del Primero de Marzo, en nuestro país empezaron a aparecer agrupaciones campesinas, entre otras, la sociedad de arrendatarios, la asociación de asistencia mutua entre los arrendatarios, la asociación de amistad de los campesinos y la unión de arrendatarios. La sociedad de arrendatarios fue la primera que representó los derechos e intereses de los habitantes del campo.

    Bajo la dominación del imperialismo japonés, las huelgas de arrendatarios constituyeron la corriente principal del movimiento campesino en nuestro país. En la década de 1920, se efectuaron principalmente con demandas económicas, tales como el aseguramiento del derecho al arrendamiento y la reducción del arriendo. Su promotor fue, precisamente, la sociedad de arrendatarios. La sociedad de campesinos era la forma principal de organización de ese movimiento, la más generalizada en nuestro país antes de la liberación. A tono con el desarrollo objetivo de la situación, propuso, a la vez, ante este movimiento, una consigna económica por el derecho a la existencia y otra que reflejaba las demandas políticas.

    La sociedad laboral de socorro mutuo de Corea fue la primera organización de masas, de carácter nacional. Mediante el establecimiento de la sección de campesinos y la de arrendatarios, incorporó a gran número de éstos y desempeñó un notable papel en la promoción del movimiento campesino.

    En sus comienzos, éste debió atravesar por muchas vicisitudes y contratiempos.

    Al ver que poco a poco las huelgas de campesinos arrendatarios se tornaban más violentas, el imperialismo japonés empleó a su policía para suprimirlas a bayonetazos y detener a troche y moche a los promotores del movimiento campesino. Y por otra parte, con la movilización de las instituciones venales pertenecientes a la “asociación de los campesinos coreanos”, hizo alevosos esfuerzos para edulcorar a los pobladores de las zonas rurales y dividir sus fuerzas.

    Si el movimiento campesino inicial atravesó dificultades y reveses, se relaciona mucho también con las nefastas consecuencias que acarrearon los reformistas nacionales y los participantes del movimiento comunista incipiente. Más de la mitad de los dirigentes que lo organizaron y condujeron no procedían del puro campesinado; muchos de ellos eran intelectuales pequeñoburgueses y reformistas nacionales. Esto no podía evitarse en aquellas condiciones socio-históricas.

    Los reformistas nacionales colocados en la dirección del movimiento insuflaron en la mente de los campesinos ingenuos la “doctrina del movimiento de no resistencia”. Predicaron que los arrendatarios y terratenientes se comprendieran y se llevaran bien, dejando de pelear en vano. Argumentaron que así el conflicto se resolvería de la noche a la mañana, como se derrite la nieve en la primavera.

    A la dirección del movimiento campesino pertenecían además muchos participantes del incipiente movimiento comunista. Percatados de que aquel movimiento enrumbaba por un camino de auge, se enfrascaron en riñas sectarias para poner las agrupaciones de campesinos bajo la influencia de sus grupos, sin importarles los intereses de éstos. Esas riñas dañaron gravemente al movimiento. Un elevado número de organizaciones campesinas no se desempeñaron adecuadamente por la fuerte antipatía y el antagonismo entre ellas o dentro de una. Sin embargo, aun en medio de esos avatares, los campesinos no renunciaron a la lucha.

    Respondieron con la violencia revolucionaria a la violencia contrarrevolucionaria de los adversarios. Ejemplos representativos son la huelga masiva en la hacienda Puri de Ryongchon y la gran sublevación de los agricultores de las zonas de Tanchon y Yonghung (Kumya) efectuadas a finales de la década de 1920. El paro de arrendatarios en la hacienda Puri fue una violenta lucha de masas, surgida en contacto con los comunistas de la nueva generación, pertenecientes a la Unión para Derrotar al Imperialismo que actuaban en la zona de Ryongchon.

    Después de que a finales de la década de 1920 y a comienzos de la de 1930, la Internacional Sindical Roja y el secretariado del Sindicato Rojo panPacífico dependiente de ella propusieron varias veces organizar el sindicato rojo y la asociación campesina roja en diversos países costeros del Pacífico, en Corea se tomaron medidas concretas para crearlos.

    Así fue como a principios de los años 30 aparecieron en nuestro país las asociaciones campesinas rojas, a la par que las anteriores se transformaban en tales. Las palabras “rojo” o “izquierda” se emplearon para distinguirlas del reformismo. Por esa época, esta expresión, “rojo”, inundaba cualquier lugar que perteneciera a la esfera del movimiento comunista.

    La mayoría abrumadora de las asociaciones campesinas rojas estaban concentradas en la región septentrional del país.

    Hasta los años 20, más de la mitad de las agrupaciones campesinas existieron en la parte meridional del país, e igual pasó con las huelgas de arrendatarios: surgieron más en la parte sureña, puesto que allí radicaban muchas más familias campesinas por estar la llanura Honam.

    Empero, entrando en la década de 1930, la situación cambió: el frente principal se trasladó del sur al norte. En esta parte del país había más agrupaciones campesinas revolucionarias y se daban más casos de lucha violenta en el campo. La causa fundamental de que el centro del movimiento se trasladara de la región sureña a la norteña, estimo que radicó en que el monte Paektu devenía la fuente político-estratégica de la revolución coreana y esa región se encontraba a corta distancia de Jiandao y la Unión Soviética.

    Las asociaciones campesinas rojas se organizaron también en la región sur de Corea, con la zona Samnam (Región que abarca las provincias de Chungchong del Sur y Norte, Jolla del Sur y Norte y Kyongsang del Sur y Norte. N. del Tr.) como centro.

    La Lucha Armada Antijaponesa que los comunistas coreanos desplegaron en el Noreste de China y en las zonas fronterizas norteñas de nuestro país fue poderoso factor para el crecimiento de las asociaciones campesinas rojas. De hecho, todas las organizaciones de campesinos creadas en la región septentrional de Corea después del inicio de la Lucha Armada Antijaponesa no eran producto de la espontaneidad, sino del batallar del pueblo del interior del país contra el imperialismo japonés manteniendo contactos con nosotros. En el acta del tribunal local de Hamhung sobre el juicio a los implicados en el incidente de la asociación campesina de Myongchon, está insertado el texto del juramento de esta organización y uno de sus párrafos dice:

    “A consecuencia de sus acciones fueron quemadas la oficina del distrito Yanji y una filial del consulado japonés; se entablaron combates con el ejército japonés, que se retiró, y se unieron a la lucha revolucionaria bajo el mando general de Kim Il Sung.”

    Es un ejemplo de que las asociaciones campesinas de la región septentrional de Corea actuaban bajo la influencia de la Lucha Armada Antijaponesa.

    No obstante, el movimiento dirigido por la asociación campesina roja adolecía de defectos que no se debían pasar por alto, como resultado de las maniobras dañinas de los oportunistas de izquierda y los reformistas nacionales.

    Los oportunistas de izquierda, una vez puesta la gorra “roja” sobre las organizaciones de la asociación campesina, levantaron altas vallas y aplicaron una política de puertas cerradas. Definieron como clase hostil o sector vacilante a todos los campesinos, exceptuando a los arrendatarios, labriegos pobres y peones, a los cuales prohibían estrictamente acercarse a la valla de la asociación campesina.

    Ni siquiera era concebible para los campesinos de nivel medio

    con espíritu patriótico o los terratenientes de fuerte sentimiento antijaponés atravesar su umbral. Creo que podrá imaginarse con facilidad la gravedad de la tendencia de puertas cerradas de aquel tiempo, si se conoce que en una aldea existieron por separado pozos para los miembros de la asociación campesina roja y para los pobladores no militantes.

    La línea de puertas cerradas de la asociación campesina roja echó agua fría sobre el fervor patriótico del resto de los habitantes y motivó que miraran con enemistad todo lo que hacía ella. E incluso, hizo dividir a sus hijos en dos bandos.

    Otro de sus defectos fue el “método de aniquilar”. Sus miembros consideraban que tenían un fuerte temple revolucionario cuando procedían de modo radical en cualquier acto. Por ejemplo, si la capa superior de la asociación les decía que suprimieran las supersticiones, iban a las iglesias, despedazaban los cristales de sus ventanas con piedras o derribaban la cruz levantada en la cúpula; destruían santuarios y aplastaban sin piedad, con los pies, las ofrendas puestas allí. Incluso les quitaban las Biblias a los que entraban y salían y las destrozaban a la vista de todo el mundo. Cuando les dijeron que se opusieran al casamiento prematuro, hubo organizaciones campesinas que atacaron la procesión del novio que, a caballo, iba a buscar a su novia, y le quitaron el animal o lo detuvieron a él mismo haciendo así fracasar la boda. En tal caso, el esposo de tierna edad huía azorado a su casa o rompía a llorar, apresado por el miedo.

    Como quiera que las organizaciones de la asociación campesina cometieron esos desmanes en unos lances de sus actividades, aunque realizaron mucho trabajo útil, acorde a la situación, para la liberación nacional y clasista, resultó que algunas personas meneaban la cabeza indistintamente ante todo lo que ellas hacían.

    Su mayor deficiencia era, a nuestro juicio, que no habían adoptado correctas disposiciones táctico-estratégicas para protegerse a sí mismas. De ahí que no pudieran superar la represión enemiga y las acciones perniciosas de los sectaristas y reformistas nacionales.

    No pocas de ellas se delataron en todas las ocasiones en que esto era posible. Debían pensar que si sus miembros y otras masas no militantes empleaban diferentes pozos, los primeros se pondrían al descubierto, pero los dirigentes hicieron caso omiso de esta lógica. Los agentes enemigos, aunque permanecían arrodajados en su cuarto, podían conocer en pocos minutos, por el agujero de la ventana, las familias que utilizaban el pozo de la asociación campesina.

    Además, existieron organizaciones que tenían bien preparadas las listas de sus miembros y las del pago de la cuota como lo hacen ahora agrupaciones periféricas del partido en el poder, lo que también fue causa de su revelación. Cada vez que los policías asaltaban sus bases secretas se llevaban esos documentos y detectaban a todos sus integrantes; detenían de una vez 200 ó 300.

    Esto testimonia que, contaminadas por la enfermedad de la insensata revelación, se enfrentaban desnudas a los enemigos, menospreciando los puntos que debían observar con rigor para guardar su secreto y seguridad. Esa enfermedad dio a los enemigos la posibilidad de destruir totalmente esa asociación.

    Tampoco tenían establecido un sistema de actividades para asegurar la solidaridad entre sí y hacer causa común.

    Todo fue por la debilidad e inmadurez de la dirección del movimiento campesino; no se le aseguró una correcta orientación comunista. Los de la capa superior que lo conducían carecían de análisis científico y no poseían una acertada estrategia y táctica para desarrollarlo.

    A pesar de esa debilidad y limitación, la asociación campesina roja hizo un aporte no desdeñable al desarrollo del movimiento campesino en nuestro país. Sus dirigentes consecuentes y las grandes masas militantes, sin rendirse ante las repetidas olas de detención, desplegaron de modo enérgico la lucha antijaponesa y contra los terratenientes para alcanzar sus demandas económicas y políticas.

    Consideramos de gran importancia la valentía, la multiplicidad y la constancia que mostraron las masas campesinas en su movimiento. Fue muy justo que las calificáramos como pilar de las fuerzas de la guerra de resistencia de toda la nación, junto con la clase obrera. El inicio del conflicto entre China y Japón nos dio la posibilidad de acelerar la preparación de la guerra de resistencia de toda la nación. En esta tarea cobró suma importancia el concientizar y organizar a las masas rurales, que representaban más del 80 por ciento de la población. Imbuirles conciencia revolucionaria a las del interior del país, junto a la clase obrera, constituyó una labor vital a la que debíamos prestar la atención primordial para el cumplimiento de la Revolución Antijaponesa.

    Pensé que la vía más eficiente para prepararlas como una de las fuerzas de resistencia era reorganizar sus agrupaciones dentro del país como organizaciones pertenecientes a la Asociación para la Restauración de la Patria.

    Sin embargo, muchos cuadros militar-políticos se opusieron ciegamente, tildándolas de derechistas o izquierdistas. Opinaron que debían organizarse nuevas, considerando que las anteriores no existían.

    Estimar que las organizaciones y el movimiento de los campesinos anteriores eran insignificantes y no valía la pena resucitarlas o reorganizarlas, era opinión nihilista. Esta no sólo no se avenía con la exigencia propia del movimiento comunista y el propósito de la Declaración Inaugural de la Asociación para la Restauración de la Patria, sino que, además, resultaba totalmente inútil y perjudicial en el aglutinamiento de los campesinos, al ignorar ex profeso la base y el éxito alcanzados por tal movimiento.

    Nuestro proyecto consistió en agruparlas a todas bajo la bandera del frente unido nacional antijaponés, sin distinción de nombres o grandeza de méritos, si tendían a oponerse al imperialismo, sobre todo al japonés, y al feudalismo. La médula del problema estaba en cómo reorganizarlas cuando se encontraban a las puertas de la disolución, a tenor de la finalidad del Programa de 10 Puntos de la Asociación para la Restauración de la Patria y su Declaración Inaugural.

    En la reunión de los comandantes para la preparación de la guerra de resistencia de toda la nación, aprobamos la orientación de transformar todas las agrupaciones sindicales y de la asociación campesina del interior del país en organizaciones subordinadas a la Asociación para la Restauración de la Patria o ponerlas bajo la influencia de ésta. Esto significaba asegurarle nuestra dirección directa al movimiento revolucionario en Corea. Teniendo esto en cuenta, seleccionamos a los trabajadores políticos que enviaríamos al país.

    En ese tiempo, en las filas de nuestra revolución tuvimos un buen número de personas con experiencia en actividades de la asociación campesina en el interior del país, entre otras, Kim Yong Guk y An Tok Hun. También en Jiandao Oeste, del cual estábamos cerca, existían muchos que antes habían desplegado el movimiento independentista o el de la asociación campesina en Corea.

    Nuestra dirección sobre el movimiento campesino en el interior del país se ejecutó por diversos canales.

    Desempeñaron el papel clave los trabajadores políticos promovidos de nuestra unidad principal y los activistas clandestinos formados por las organizaciones de la Asociación para la Restauración de la Patria en la región de Jiandao Oeste. Para conocer sus méritos en la transformación del movimiento campesino bastaría con ojear el contenido de las actividades de los trabajadores políticos en la zona sureña de la provincia de Hamgyong del Norte.

    Después de la fundación de la Asociación para la Restauración de la Patria enviamos allí a Jo Jong Chol, Ryu Kyong Su, Choe Kyong Hwa, Jo Myong Sik, entre otros probados. Una vez en Corea, ganaron a los integrantes de avanzada de la asociación campesina, de los cuales los sobresalientes nos los enviaron o fueron designados a las organizaciones campesinas en diversas localidades.

    También Ho Song Jin, uno de los dirigentes de la asociación campesina de Songjin entró en contacto con nosotros por recomendación de Ri Pyong Son, activista político que procedía de la asociación campesina. Lo cité y vino hasta Jiandao Oeste. Aunque no pudo encontrarme a causa del asalto a la mina Jungphyong, llegó a saber en Kapsan, por boca de Pak Tal, nuestra línea sobre el movimiento revolucionario en el interior del país. De regreso a su pueblito natal, la dio a conocer en la reunión de los exiliados en tres distritos sureños de la provincia de Hamgyong del Norte, efectuada en septiembre de 1937. Eso motivó que nuestros lineamientos revolucionarios, incluida la estrategia del frente unido, se difundieran ampliamente por esa provincia.

    Los trabajadores políticos se compenetraron profundamente con los revolucionarios y activistas de la asociación campesina dentro del país, y laboraron sin cansancio para pertrecharlos con nuestras ideas sobre la guerra de resistencia de toda la nación y el frente unido nacional antijaponés, y transformar sus organizaciones en las dependientes de la Asociación para la Restauración de la Patria o ponerlas bajo su influencia.

    Los esfuerzos conjuntos de los activistas políticos del Ejército Revolucionario Popular de Corea y los consecuentes dirigentes de la asociación campesina generaron un cambio importante en este movimiento en el interior del país.

    Lo que nos llamó la atención de esas organizaciones fue la ardiente simpatía hacia la Guerrilla Antijaponesa.

    En el informe sobre la situación interna y externa, rendido en la reunión de la Asociación de amistad de mujeres, efectuada en Myongchon en el otoño de 1936, aparece: “…En Shijiudaogou se estableció el soviet obrero-campesino. Kim Il Sung ha venido a Corea con un grupo de propaganda y está desplegando la labor de agitación y propaganda. … ¡Camaradas! Seguro que de aquí en adelante Kim Il Sung frecuentará Corea.” Y en un juramento de la asociación campesina de dicho lugar, en el mismo período, se señala: “¡Distrito Changbai! Para establecer el soviet, tuvo lugar la batalla de Shijiudaogou, en que se quemaron 3 000 toneladas de madera, la oficina de administración forestal y el Consulado japonés; se capturaron ocho lacayos; se enfrentaron al ejército japonés y éste se retiró; estas operaciones se efectuaron de modo revolucionario, bajo el mando general de Kim Il Sung.” Y “Pulgun Chumo”, periódico de la Asociación campesina de Kilju planteó en su número extraordinario en homenaje a la Revolución de Octubre, la consigna: “¡Ayudemos de modo activo a la unidad de Kim Il Sung!”. Todo esto es prueba fehaciente de cuán rápidamente se desarrolló, con fuerte matiz político, el movimiento durante la etapa de la asociación campesina roja en comparación con el período anterior cuando se planteaba como objetivo principal de lucha solucionar demandas económicas.

    Las miradas llenas de admiración que la asociación campesina roja y otras organizaciones revolucionarias del interior del país dirigieran hacia las actividades del Ejército Revolucionario Popular, no podían menos que ser una condición favorable para asegurar nuestra dirección al movimiento revolucionario en el país.

    Desde que empezamos a dirigirlo, se produjo un cambio trascendental en el movimiento campesino, en el aspecto de la línea.

    Ante todo, las organizaciones de la asociación campesina roja, ya despojadas de su anterior método, inclinado sólo a la lucha clasista, se pusieron a dirigir la flecha de ataque principal a los imperialistas japoneses. En algunos de sus documentos podemos leer: “La tarea que incumbe a la asociación campesina … es convertir en fervor revolucionario el descontento y las quejas de las masas contra Japón”, lo cual debe considerarse como reflejo de esa realidad.

    Sus consecuentes dirigentes ampliaron, sin precedentes, la cantera social de los que podían ser admitidos en esa organización. Si se lee un documento con la transcripción de la charla de pioneros de cierta localidad, se puede constatar que esos dirigentes plantearon admitir en sus organizaciones de base a elementos más activos de todas las clases y capas sociales, incluyendo a los campesinos de nivel medio y ricos, para no hablar de los pobres, y lo llevaron a la práctica. Un requisito general de la formación de la asociación campesina era incorporar a todos los que sabían ser puntuales y guardar el secreto, y tenían entusiasmo en la lucha, independientemente de a qué sectores pertenecían, lo que concordaba con lo propuesto por la Declaración Inaugural y el Programa de 10 Puntos de la Asociación para la Restauración de la Patria. Una organización campesina roja formó incluso un comité de la pequeñoburguesía y otro del estudiantado, a los cuales se incorporaron quincalleros, dependientes de comercio, administradores de comedores, intermediarios, comerciantes, jornaleros y alumnos de primaria.

    Algunas tomaron medidas activas para sumar hasta terratenientes de conciencia en la lucha antijaponesa, y otras, cuando dirigían la lucha contra las obras de construcción de carreteras, los incluyeron también en el grupo de propaganda. Combinaron con habilidad el combate legal con el ilegal infiltrando sus miembros en el cuerpo de autodefensa y otros organismos gubernamentales de base e instituciones pagadas por el imperialismo japonés, para hacerlos “rojos” gradualmente. Un folleto publicado por ellas señalaba que la teoría que negaba las posibilidades legales era oportunista de izquierda, y advertía que las conjugaran de modo pleno y hábil.

    No pocas, aunque mantenían independencia en sus actividades, entablaban ciertos contactos con otras localidades y hacían causa común en todo, desde la comunicación de la situación real hasta la definición del método y objetivo de lucha.

    Este cambio registrado bajo nuestra influencia creó condiciones favorables para la reorganización revolucionaria de las agrupaciones campesinas.

    Nuestros trabajadores políticos, en colaboración con los compañeros del interior del país, se dieron a la tarea de transformarlas de forma revolucionaria. Así fue como muchas organizaciones de la Asociación para la Restauración de la Patria, sobre la base de las anteriores asociaciones campesinas, aparecieron en distintos lugares de las provincias de Hamgyong del Norte y del Sur, y, al mismo tiempo, sus locales como la de Sinuiju extendieron su influencia entre los campesinos de las zonas del curso medio del río Amnok. Además, nuestros hombres, tomando como punto de apoyo las organizaciones de la ARP que existían en Pyongyang, Nampho, Cholwon, Seúl, Inchon, Taegu, Pusan, Jonju y Kwangju, establecieron agrupaciones revolucionarias con distintos nombres entre los campesinos de las regiones del centro y el sur de Corea.

    A la par que aglutinaban a las masas del campo en la organización, nuestros trabajadores políticos y los demás compañeros del interior del país dedicaron la atención principal a concientizarlas para que poseyeran espíritu de soberanía e independencia para lograr la liberación de la patria con las propias fuerzas del pueblo coreano.

    Para este fin, las publicaciones de las organizaciones campesinas explicaron con amplitud el Programa de 10 Puntos de la Asociación para la Restauración de la Patria.

    Esa labor educativa les estimuló a los campesinos a elevar la conciencia de su misión histórica. Las organizaciones insuflaron con paciencia en su mente la idea contra la dominación colonial del imperialismo japonés y les dieron a conocer con claridad la situación dentro y fuera del país, las leyes del desarrollo de la sociedad, las perspectivas de la revolución coreana y los relevantes éxitos de la lucha del ERPC, lo cual les permitió poseer firme convicción en la victoria. Nuestros trabajadores políticos enviados a las zonas del monte Kuwol y de Pyoksong, por conducto de Min Tok Won, activista en el interior del país, lograron transformar en revolucionaria la asociación campesina de la zona de Pyoksong. Acto seguido, Min Tok Won, en compañía de los militantes de avanzada de su zona, fue en barco a Inchon, donde impulsó enérgicamente la labor para concientizar a los miembros del sindicato y la asociación campesina del lugar.

    A mediados de julio de 1937, también Kim Jong Suk fue a Tanchon y Riwon, pasando por Phungsan. En esa época, se encontró con Ri In Mo en la comuna Phabal, del distrito Phungsan, y con él discutió cómo ampliar la Asociación para la Restauración de la Patria con los asistentes al círculo rojo de lectura como núcleo.

    Ri In Mo es uno de los testigos del asalto al puesto policíaco Naejung, de la comuna Phabal, y del ajusticiamiento de un perverso sargento de policía apodado “Opasi”, por un pequeño grupo del Ejército Revolucionario de Corea que tenía la misión de actuar dentro del país. Influenciados por ese hecho, los precursores de la zona de Phungsan organizaron el círculo rojo de lectura y emprendieron la lucha antijaponesa. Ri In Mo se incorporó a ese círculo. Fue encarcelado dos veces, en 1932 y 1933 y sufrió cerca de un año de prisión.

    Recientemente, me encontré con él y me contó que había viajado dos veces por Erdaojiang, zona importante de operación del ERPC, para entrar en contacto con nosotros. Su deseo de ingresar en la guerrilla era tan ardiente que acudió a Tonghungjin, cuando lo asaltó un pequeño destacamento de la unidad de Manchuria del Sur. ¡Qué lástima que pese a sus incansables gestiones tuvo que regresar sin vernos, al no poder encontrar la línea organizativa! Si lo hubiera logrado, habría cambiado del todo la órbita de su vida.

    Aunque fue llevado a prisión dos veces, no cejó en su lucha. Desarrolló una tenaz actividad como miembro del comité revolucionario de la zona de Phungsan, incorporado a la filial de la comuna de Phabal y a otras organizaciones, como la brigada de choque de los obreros de la presa de Hwangsuwon, la guerrilla de producción de Huchiryong en Ansan, etcétera.

    Por la segunda quincena de septiembre de 1938, Kim Jong Suk volvió a encontrarse en Phungsan con él y sus compañeros del comité revolucionario, con quienes discutió cómo extender y consolidar la organización, y ejecutar con habilidad las acciones en las zonas enemigas.

    Después de ese encuentro, Ri In Mo hizo ingentes esfuerzos para que proliferaran organizaciones locales de la Asociación para la Restauración de la Patria. Su esfera de actividad se extendió hasta el Club comunista de Seúl, que teníamos definido como objetivo de nuestro trabajo desde que emprendimos la dirección sobre el movimiento comunista en el interior del país. Esto fue el punto más sobresaliente de su labor. Junto con Ju Pyong Pho, transmitió a ese Club nuestros lineamientos para la restauración de la patria y extendió nuestra influencia a la esfera del movimiento de Seúl.

    Ju Pyong Pho, que se los transmitió directamente a Kim Sam Ryong, había sido superior de Ri In Mo en el tiempo del círculo rojo de lectura y participado en el movimiento estudiantil antijaponés desde que estudiaba en la Escuela Secundaria de Dongxing, en Longjing. Desde 1937, matriculado en una escuela en Seúl, frecuentaba Phungsan y estableció estrechos vínculos con los comunistas que estaban bajo nuestra influencia. Así llegó a conectarse con Kim Jong Suk que actuaba allí y pudo comprender relativamente correcto nuestra línea, estrategia y táctica en cuanto a la revolución en el interior del país. Kim Jong Suk discutió con él la cuestión de agrupar a los comunistas de la región central del país, principalmente de Seúl, en torno a nuestro movimiento del frente unido nacional antijaponés.

    Ri In Mo recordó que Kim Sam Ryong estaba eufórico cuando le dio a conocer nuestra línea respecto al frente unido.

    Ju Pyong Pho y Ri In Mo que se compenetraron profundamente con obreros de la metalurgia, textilería, fibras, imprenta, tintorería, de confección de ropas y demás sectores de la zona de Seúl, trabajaron con denuedo para crear una organización sindical con sus elementos progresistas y preparar los cimientos de la lucha de resistencia de toda la nación, así como también para asegurar nuestra dirección sobre las organizaciones revolucionarias dentro del país.

    Ri In Mo no sólo trabajó mucho en aras del movimiento revolucionario en el interior del país, sino que también alcanzó no pocos méritos en la extensión de la Asociación para la Restauración de la Patria en tierra japonesa. En el verano de 1940, en cumplimiento de las directivas de Ju Pyong Pho, fue a Tokio con el Programa de 10 Puntos de la Asociación para la Restauración de la Patria y transformó por vía revolucionaria la asociación de amistad de estudiantes de Phung-u en Tokio, integrada por los estudiantes oriundos de Phungsan que se costeaban sus estudios trabajando.

    Como se ve, Ri In Mo no fue un hombre caído del cielo. Lo forjaron como un Ave Fénix, de voluntad y convicción mundialmente conocida, la Asociación para la Restauración de la Patria y los combatientes del monte Paektu que sufrieron toda clase de dificultades para sembrar la semilla de esta organización en el territorio nacional de tres mil ríes.

    Una vez terminada su labor en Phungsan, Kim Jong Suk se dirigió a la zona de Tanchon, situada en la costa este. El hombre objeto de nuestra especial atención de entre los precursores del lugar era Ri Ju Yon, quien se había involucrado en la Asociación Singan y fue uno de los miembros de la dirección de la asociación campesina de Tanchon. Participó también en la insurrección campesina de Tanchon, ocurrida en 1930.

    Kim Jong Suk, guiada por un miembro de la organización local de la ARP, se encontró primero con Ri Ju Yon, que se curaba en un templo en medio de una montaña, después de 7 años de vida carcelaria por la insurrección campesina de Tanchon.

    Ella se condolió de su sufrimiento en la prisión y su enfermedad, y luego le dio a conocer la línea del frente unido nacional antijaponés y la orientación sobre la guerra de resistencia de toda la nación que planteamos y le sugirió que mediante la concientización y organización de las masas campesinas acelerara la preparación de las fuerzas necesarias para esa guerra.

    Ri Ju Yon se comprometió firmemente a ser fiel a la revolución, expresando que si bien había correteado día y noche creyendo que hacía algo por el movimiento, siempre se había sentido como quien se desorienta en alta mar en un viejo barco con la brújula averiada, pero que ahora tenía la impresión de que había subido a un nuevo barco.

    Concluido el trabajo con Ri Ju Yon, Kim Jong Suk marchó hacia la costa, frente a Chaho, en Riwon, donde se encontró con Ri Yong, hijo del patriota mártir Ri Jun, el protagonista del suceso del emisario secreto en La Haya. Estaba dirigiendo la asociación antijaponesa que organizó al salir de la cárcel adonde fue llevado por el incidente de la asociación campesina de Pukchong.

    Durante algún tiempo, después que su padre se hizo el harakiri, Ri Yong se entregó al movimiento del Ejército independentista, en cumplimiento de su legado: “Tú deberás sacrificar sin falta tu vida por el país”. Empero, pronto perdió interés. Se dio cuenta de que, pese al pomposo rótulo que tenía, ese movimiento no podía alcanzar una gran meta, ya que carecía de una dirección correcta.

    En una etapa, también se involucró en grado considerable en el movimiento comunista. No obstante, terminó por menear la cabeza negativamente al ver que las fracciones, desligadas de las masas como gotas de aceite flotando sobre el agua, mataban el tiempo en riñas, persiguiendo sus intereses. Más tarde, entró en estrecho contacto con la esfera de la asociación campesina, pero también en ella eran serias las disputas. Sus seudo-militantes, que se dejaban crecer el cabello, imitando a Marx, ocupaban el trono y ordenaban a su antojo a los campesinos.

    Ri Yong no pudo soportar más; un día, acusó a uno de ellos, y éste le contrarrestó: “¿Por qué actúa tan altaneramente?; ¿porque es hijo de Ri Jun? ¿Hay quien nos dé la independencia porque uno haga apelación y derrame su sangre en una tierra foránea tan lejana?”

    Lloró amargamente, golpeándose su pecho con los puños. Podía soportar el insulto contra él, pero nunca aplacar la indignación y el dolor en el corazón, pensando que fue ofendido el espíritu patriótico de su padre. Ese pesar le duró muchos años.

    Ri Yong, que experimentó el movimiento de Ejército independentista, el movimiento comunista incipiente y hasta el movimiento de la asociación campesina, llegó a la conclusión de que las masas, si bien eran muy poderosas, no podían hacer nada si carecían de merecido dirigente. Se consagró a aglutinar a los camaradas en torno a la organización y, al mismo tiempo, a buscar la línea que conducía al monte Paektu.

    Kim Jong Suk le transmitió nuestro proyecto de preparar las fuerzas necesarias para la guerra de resistencia de toda la nación, con previa agrupación de las masas campesinas de la zona, al sur del paso Huchi.

    Ri Yong expresó su firme decisión de entregarse a la magna obra de la restauración de la patria, en respuesta a nuestra voluntad. Kim Jong Suk me informó que cuando se despedían él dijo que se garantizaba el futuro de Corea por tenernos, llamándome “el verdadero Presidente” del Estado coreano.

    Una vez, leí un ejemplar de Kumranjigyejon que escribieron como material educativo las organizaciones revolucionarias de la zona septentrional de Corea.

    Me interesé por su procedencia y era un libro editado en Pukchong. En la comuna Chonghung, de este distrito, había un pinar frondoso, pintoresco y sosegado, que desde la antigüedad las personas influyentes del lugar escogían como sitio de recreación para cantar, de vez en cuando, a la belleza de la naturaleza.

    Los elementos medulares del lugar, con una elevada conciencia antijaponesa, para evadir la vigilancia de la policía, organizaron la “Kumrangye” con personas influyentes a la cabeza. El término Kumrangye significa amistad profunda entre los amigos, en el sentido de que si se junta la fuerza, su dureza es como la del hierro y su fragancia como la del iris. Se interpreta como asociación que constituyen los amigos íntimos.

    Los elementos de avanzada de Pukchong eran, en su mayoría, miembros de la “Kumrangye”. En pos de esas personas influyentes, fueron con frecuencia al pinar, y fingiendo componer algo, se ocuparon de su ilustración espiritual. En este curso, un miembro de mayor edad, a quien muchos llamaban sabio por sus amplios conocimientos y visión, redactó Kumranjigyejon en el cual apareció la expresión “verdadero Presidente”.

    En septiembre de ese año, Ri Yong organizó el grupo partidista de la zona de Pukchong y fue su responsable. Sus primeros miembros eran elementos medulares de la asociación antijaponesa de Chaho. Con la puesta en acción del grupo partidista, aglutinó la asociación antijaponesa de Chaho y las asociaciones campesinas y los sindicatos de sus contornos en torno a la Asociación para la Restauración de la Patria y se dedicó a preparar las fuerzas de la guerra de resistencia de toda la nación principalmente en la región costera del Este, al sur del paso Huchi.

    La línea que ligaba a Ri Ju Yon con el monte Paektu produjo un gran cambio en su vida.

    Fue detenido a causa de la insurrección campesina de Tanchon.

    Recibida la nueva tarea, emprendió el camino de lucha, en lugar de regresar a su casa en la fecha prometida a su esposa. Sintió una vez más compasión por su bondadosa esposa que le atendió durante los siete años de vida carcelaria y ahora debía permanecer sola en el pueblo natal. Sin embargo, controló sus sentimientos y se despidió resueltamente de ella que vino al templo.

    Durante ocho años, a partir de entonces hasta el día de la liberación del país, estuvo solitario sin experimentar la dichosa vida familiar y, trasladando con frecuencia su paradero para evadir la aguda vigilancia del enemigo, consagró dondequiera, junto con los camaradas, su inteligencia y fervor a la tarea de cultivar entre los obreros y campesinos el espíritu de lucha antijaponesa.

    Aun después de la liberación, Ri Ju Yon y Ri Yong se desempeñaron invariablemente con acierto, como cuando luchaban mirando hacia el monte Paektu.

    Entre los dirigentes de la asociación campesina del interior del país que bajo la bandera del Programa de 10 Puntos de la Asociación para la Restauración de la Patria se abnegaron por el movimiento del frente unido y la preparación de la guerra de resistencia de toda la nación, también figura Ri Won Sop, quien, como responsable de la organización antijaponesa clandestina de la zona de Kilju, transformó la asociación campesina en una organización local de la ARP. Los miembros de la organización por él dirigida se lanzaron contra viento y marea a la tarea de ayudar al Ejército revolucionario. No cesó de sacar papel blanco de la Fábrica de Pulpas de Kilju y enviarlo al monte Paektu. Por esa época, las organizaciones campesinas de la región costera oriental transportaron atrevidamente en camiones, hasta Sinpha y Hyesan diversos artículos de primera necesidad que enviaban al Ejército revolucionario.

    Los activistas de la asociación campesina también desplegaron entre las masas del campo enérgicas labores de propaganda y agitación para exhortarlas a levantarse en la guerra de resistencia de toda la nación, en respuesta a nuestra lucha armada.

    Aun en la prisión los miembros de la asociación campesina de Jongphyong propagaron mucho nuestra lucha, y los de Myongchon lo hicieron tanto como ellos y exhortaron a la lucha antijaponesa.

    Los mártires patrióticos del interior del país, que lucharon con espíritu de sacrificio en apoyo a nuestra línea en los días de la preparación de la guerra de resistencia de toda la nación, pasan de miles y decenas de miles. Tantos revolucionarios conocidos y desconocidos, junto con nuestros trabajadores políticos clandestinos, aglutinaron millones de campesinos en las organizaciones dependientes de la Asociación para la Restauración de la Patria, a lo largo y ancho del país.

    Con la reorganización revolucionaria de las asociaciones campesinas, ese movimiento en nuestro país entró en estrecha ligazón con la Lucha Armada Antijaponesa. Esto sirvió de condición favorable para acelerar su desarrollo. En los afanes para llevar a la práctica el Programa de 10 Puntos de la Asociación para la Restauración de la Patria, todas las organizaciones campesinas del país hicieron un gran aporte a la consolidación del frente unido nacional antijaponés y a la aceleración de la preparación de la guerra de resistencia de toda la nación. En ese decursar, la revolución en el interior del país perdió a innumerables activistas y miembros patrióticos de la asociación campesina.

    El movimiento campesino, junto con el obrero, ocupa páginas merecidas en los anales de la lucha de liberación nacional de nuestro país, con la Lucha Armada Antijaponesa como eje. No deberemos olvidar a los precursores revolucionarios que lucharon a costa de su vida por la restauración de la soberanía nacional y por la emancipación clasista del campesinado, bajo la tiranía fascista del imperialismo japonés donde obraban de modo violento las bayonetas.

    

    

    

    4. Choe Chun Guk en la época de

    la brigada independiente

    

    

    En el verano de 1937, cuando se desató la Guerra China-Japón, el grueso del Ejército Revolucionario Popular de Corea esperó la llegada de la brigada independiente que había partido de Manchuria del Norte, mientras operaba principalmente en las zonas de Changbai y Linjiang.

    Su armazón la formaban los compañeros que desde los primeros días de la fundación de la guerrilla compartieron con nosotros alegrías y penas, vida y muerte.

    Ya en páginas anteriores he mencionado que en virtud de la resolución de la Conferencia de Yaoyinggou efectuada en la primavera de 1935, las unidades del ERPC que operaban en Manchuria del Este se trasladaron a amplias regiones de Manchuria del Norte y el Sur, y desarrollaron dinámicas acciones conjuntas con las tropas chinas. Nuestra unidad también efectuó esas operaciones con las tropas del quinto cuerpo de ejército en Manchuria del Norte. En este curso enviamos una parte de los miembros del regimiento de Wangqing y del de Hunchun a Sanjiang, donde actuaban Kim Chaek y Choe Yong Gon.

    Durante la larga marcha en busca de los camaradas de armas de Manchuria del Norte, sus filas aumentaron y se convirtieron en un gran destacamento. En la primavera de 1937, la brigada independiente partió hacia Jiandao Oeste. El secretario de su comité del partido y comisario político del primer regimiento era Choe Chun Guk. Los coreanos de la brigada ayudaron sinceramente a las tropas y habitantes chinos en Manchuria del Norte. Ya en la etapa de Wangqing Choe Chun Guk había sido objeto de amor y respeto especiales por parte de la población y las tropas antijaponesas chinas, porque trabajaba bien con ellas.

    Después de la Conferencia de Xigang, llamé a Jiandao Oeste a los miembros de la unidad que había dejado solos en las tierras de Manchuria del Norte.

    Pero, la brigada independiente que tanto esperaba llegó a la región de Linjiang mucho después de la batalla de Pochonbo y el Incidente del 7 de julio.

    Todos quedamos sorprendidos al ver su apariencia: los uniformes estaban hechos jirones y los zapatos tan gastados y rotos que se envolvían los pies con pedazos de tela que amarraban con cuerdas o sogas de paja.

    Acariciando las roturas en las espaldas de la chaqueta de Choe Chun Guk, le dije para consolarlo que había padecido mucho para cumplir siempre, desde la época de Wangqing, las tareas difíciles.

    Derramando lágrimas me confesó que no tenía cara para mirarme porque además de haber llegado tarde, en el camino había perdido no pocos combatientes hechos y derechos, entre otros, al jefe de compañía, Choe In Jun, y al jefe de sección, Pak Ryong San.

    Contaron que partieron de Manchuria del Norte a principios de mayo, lo que significaba que la marcha expedicionaria duró varios meses. Mediaban 4 mil kilómetros entre Yilan, el punto de partida, y las riberas del Amnok. ¡Qué cosas no habrían ocurrido durante un trayecto tan largo y abrupto!

    Rim Chun Chu estaba muy dolido por haber perdido la caja de agujas de acupuntura que guardaba, como un tesoro, desde los 17 años. Decía que en aquella caja había incluso dos agujas de oro, muy valiosas, que en el curso de tratar a innumerables personas habían quedado gastadas por el medio.

    —Realmente fue una fatigosa marcha. Cuando vi aquí las tiendas ordenadamente instaladas, tuve la impresión de hallarme en un mundo maravilloso —dijo y añadió que hacía tanto tiempo que no dormía en una tienda, que ya casi lo había olvidado.

    De inmediato llamé al jefe de intendencia y le ordené que les cediera tiendas donde pudieran descansar y les cambiara a todos los uniformes. Sin embargo, tan pronto como acabaron de comer, Choe Chun Guk y otros comandantes me visitaron de nuevo. Explicaron que aunque yo les había aconsejado que durmieran profundamente para reponerse, no podían conciliar el sueño al encontrarse al cabo de tanto tiempo al lado del Comandante, y me rogaron les hablara, en particular, de la Guerra China-Japón. Habían andado varios meses, en medio de encarnizados combates, y no sabían nada del inicio de esta conflagración y fue mucho más tarde que recibieron noticias referentes al acontecimiento.

    Les expliqué la situación.

    —…El Incidente del 18 de Septiembre terminó con la ocupación de Manchuria por Japón, pero los hechos del 7 de julio tendrán otro fin. El pueblo chino lleva a cabo a escala total una guerra de resistencia contra las tropas agresoras del imperialismo japonés. Ya Jiang Jieshi no podrá rehuir más la lucha antijaponesa. Por iniciativa del Partido Comunista fue constituido el frente unido nacional antijaponés, con el partido Guomindang. En virtud de ello las fuerzas principales del Ejército Rojo de la región Noroeste se transformaron en el ejército de ruta No.8 dependiente del Ejército Revolucionario Nacional, y como su comandante fue designado Zhu De. Si el Ejército Rojo y el del Guomindang libran conjuntamente una larga guerra, es difícil que Japón, con sus limitaciones de capacidad estatal y militar, le haga frente. Por el momento, las tropas japonesas se engallan avanzando con ímpetu incontenible, pero en su bandera ya se está reflejando el designio de la ruina. En vista de la Guerra China-Japón hemos hecho repetidas reuniones y adoptamos las correspondientes resoluciones. Por las orientaciones trazadas en estas reuniones, nos toca llevar a cabo intensas operaciones de hostigamiento en la retaguardia enemiga, y ampliar y fortalecer más las fuerzas revolucionarias del interior del país, a la vez que preparamos una guerra de resistencia de toda la nación. Las principales áreas estratégicas donde desplegaremos estas operaciones de hostigamiento son las zonas ribereñas del Amnok y las de Manchuria del Sur. Como el principal frente de la Guerra China-Japón es la parte septentrional de China el ejército japonés se ve obligado a pasar por estas zonas para transportar los materiales bélicos. Por esta razón, estamos actuando en las riberas del Amnok. Ustedes también desarrollarán acciones aquí o en Manchuria del Sur. …

    Ellos lamentaron mucho no haber podido participar en las batallas de Pochonbo y de Jiansanfeng.

    Choe Chun Guk contó que durante el tiempo que estuvo en Manchuria del Norte se encontró con muchos coreanos pertenecientes a las unidades de las Fuerzas Unidas Antijaponesas y todos echaban mucho de menos al monte Paektu. Añadió que había visto también a Choe Yong Gon cuando el asalto a la ciudadela distrital Yilan, y narró detalladamente cómo transcurrió el encuentro entre ambos.

    Dijo que Choe Yong Gon lo abrazó y expresó: “¿Es verdad que usted viene de donde está el Comandante Kim? Bienvenido, compañero. Siento como si viera al Comandante Kim. Sentí mucho que el Comandante viniera hasta Manchuria del Norte para encontrarse con Kim Chaek y conmigo, y tuviera que dirigirse hacia el monte Paektu, sin alcanzar su propósito”.

    Y al pronunciar estas palabras sus ojos se llenaron de lágrimas.

    Después de la liberación, también Choe Yong Gon recordó a menudo el encuentro con Choe Chun Guk durante el asalto a la cabecera distrital de Yilan. Fue una operación de grandes dimensiones, ejecutada conjuntamente por la unidad de Choe Yong Gon y otras varias de Manchuria del Norte y los destacamentos que habían llegado de Manchuria del Este. Las unidades que se movían en diferentes partes de Manchuria del Norte, se acercaron a caballo, unas recorriendo unos 80 kilómetros y otras hasta 120, y atacaron durante las horas de la noche, y antes de que despuntara el nuevo día desaparecieron con la rapidez de un relámpago. Los enemigos, que temían a la noche, iluminaron con muchas bombillas el recinto de sus cuarteles y el muro de barro. Me contó que los combatientes del destacamento de Choe Chun Guk lograron romper todas las lámparas haciendo estallar cada una con un tiro, y los enemigos atemorizados por los disparos y destellos no se atrevieron a ripostar.

    Más tarde, le di a la brigada independiente recién formada la orden de dirigirse hacia Jiandao Oeste. He oído que esa decisión tuvo enorme repercusión. Si los camaradas de la brigada independiente que estaban en la lista de los que irían a Jiandao Oeste, hasta se olvidaron de comer aquel día por la alegría, Kang Gon, Pak Kil Song y otros que debían seguir operando en Manchuria del Norte no probaron bocado alguno porque estaban muy desanimados.

    El avance hacia el sur estuvo lleno de contratiempos.

    El mismo día en que recibiera la orden, Choe Chun Guk envió enlaces a las unidades dispersas en varios lugares, vistió a sus guerrilleros con uniformes de la policía títere manchú y emprendió audazmente la caminata por una llanura, a lo largo de una carretera. Calculaba que los enemigos, duramente golpeados en varios combates, andaban por las montañas para “castigar” a la guerrilla, por lo que las zonas llanas estarían desocupadas. De esta manera, la columna pudo llegar en una semana a las cercanías de Dongjingcheng, sin tener ni un combate.

    En la etapa inicial no hubo problemas, pero, después, al unírsele varios destacamentos, y al mandar la columna Fang Zhensheng, comandante de brigada, comenzaron a producirse desajustes.

    Rim Chun Chu, Ji Pyong Hak, Kim Hong Pha, Kim Ryong Gun y otros participantes de la marcha me contaron que el problema estaba en los criterios radicalmente opuestos de Fang Zhensheng y de Choe Chun Guk, el secretario del partido, en cuanto a las tácticas relacionadas con el mando.

    Desde que dejara atrás Dongjingcheng la columna tuvo frecuentes encuentros con grandes unidades enemigas; entonces Choe Chun Guk insistió en dividirse en pequeñas unidades y que éstas caminaran por separado para evitar los combates y así tener menos bajas. Era una opinión lógica que respondía a las exigencias de la guerra de guerrillas. Mas, según supe, Fang Zhensheng no aceptó y se obstinó en marchar en gran columna. Argumentaba que si la unidad se dispersaba, resultaría difícil reagruparse, y se debilitaría la capacidad combativa, y que la brigada dejaría de serlo si se separaba, que sólo seguiría siendo tal estando todos juntos.

    Por tanto, hubo frecuentes enfrentamientos con enemigos, y creció el número de caídos, lo que restringió las actividades de la unidad. Sin embargo, a pesar de sufrir indecibles penalidades, todos los guerrilleros esperaban con ansiedad el día de la marcha hacia la patria. Decían que un joven, mortalmente herido, en el momento de expirar sobre las rodillas de Choe Chun Guk, pidió que su cuerpo fuera llevado a Corea y enterrado en su tierra. En las circunstancias de aquel tiempo resultaba absolutamente irrealizable el último deseo suyo.

    Choe Chun Guk hizo incinerar el cadáver, envolver en una hoja de papel un puñado de cenizas de sus restos y guardarlo en la mochila del jefe de asuntos internos. Pensaba enterrar siquiera aquel puñado de cenizas en la tierra patria.

    Con el propósito de que fueran menos los muertos entre los camaradas de armas, trajo sigilosamente de un prado más de 100 caballos de uso militar y planteó continuar la marcha montados:

    —…Ya los enemigos nos descubrieron. Si hubiéramos marchado por separado, habríamos podido ocultar las huellas, pero como usted no lo permitió, no pudimos evitar la desgracia y en consecuencia perdimos a numerosos compañeros. De seguir actuando como hasta ahora, sufriremos mayores pérdidas. Debemos alejarnos con rapidez para que no puedan cercarnos. Procediendo de tal modo arrastraremos a los enemigos tras nosotros en vez de que ellos nos persigan. Si marchamos a caballo, podremos actuar con iniciativa, arrastrarlos y golpearlos cuando queramos. Si seguimos a la defensiva como hasta ahora, será aniquilada toda la unidad. …

    Fang Zhensheng rechazó también esta propuesta. Decía que salir a caballo era un suicidio. Trataron de convencerlo, pero se mantuvo en sus trece. Finalmente, el plan táctico de Choe Chun Guk fue llevado a análisis en el comité del partido.

    Todos los miembros lo apoyaron. Los heridos y débiles fueron montados sobre los caballos y la unidad siguió el avance en dirección al Sur. Y los que iban a pie estaban libres de mochilas y otros equipajes que se cargaban en los animales. Naturalmente aumentó el ritmo de la marcha.

    Los perseguidores se quedaron muy a la zaga, tal como previó Choe Chun Guk, viéndose en la situación de arrastrados. Los aniquilaron en las cercanías de Guandi. Y más tarde los caballos fueron sacrificados para consumir su carne.

    Gracias a la marcha a caballo, la tropa pudo cobrar aliento por un tiempo, pero, al llegar a la zona colindante con la vía férrea Dunhua-Haerbaling volvió a tropezar con dificultades. Toda la región estaba cubierta de enemigos.

    El jefe de la brigada insistió en retroceder porque, decía, no había otra vía.

    Choe Chun Guk se opuso. Opinó que resultaba preciso avanzar siquiera un paso más hacia el río Amnok y no hablar de retirada; que resultaría más peligroso si se tropezaba con el enemigo en el retroceso; y que no había duda de que habrían enviado refuerzos para la persecución. El jefe de la brigada, muy irritado, dijo que era imposible seguir avanzando en aquellas circunstancias.

    En plena discusión, un destacamento del ejército títere manchú pasó por un camino cercano. Choe Chun Guk sugirió que lo mejor sería seguir detrás de él.

    El jefe, con ojos agrandados por el asombro, rechazó la idea.

    Choe Chun Guk le explicó:

    —… Esos soldados títeres manchúes están tirando de cañones y no pueden prestar atención a su alrededor. Aun cuando nos vean, creerán que somos gente de ellos, lejos de imaginar que la guerrilla puede seguirlos abiertamente en pleno día. Caminemos detrás de ellos, y una vez que pasemos la zona colindante al ferrocarril, nos internaremos sigilosamente en el bosque. …

    El jefe de la brigada no pudo oponerse a este plan.

    Así lograron atravesar sin problemas el lugar. Sin embargo, después continuaron los enfrentamientos y escaramuzas con grandes y pequeñas tropas de “castigo”. En las cercanías de Piaohe libraron un encarnizado combate, durante dos días seguidos, contra una unidad de más de 500 efectivos. No pocos guerrilleros perdieron las mochilas, y me dijeron que se perdió también la del jefe de asuntos internos, en que se guardaban las cenizas de los restos del joven combatiente que había rogado que lo enterraran en la tierra patria.

    Choe Chun Guk volvió a insistir enérgicamente en que la única vía para salvar la brigada del cerco enemigo que se estrechaba más cada momento era marchar de modo disperso en pequeñas unidades. Mas, Fang Zhensheng de nuevo defendió obstinadamente su idea de que de esa manera podría salvar a una o dos compañías, pero el resto sería aniquilado; que esto significaba huir cada cual como pudiera para quedar vivo; y que lo que se debía hacer era vivir o morir todos juntos.

    El comité del partido en la brigada volvió a analizar las opiniones de los dos.

    Choe Chun Guk, indignado ante la indecisión del jefe, dijo, ardorosamente, a la vez que batía su pecho con los puños:

    —… Aquí nadie piensa en vivir él solo. Ninguno de nosotros teme a la muerte. Pero, no podemos morir en vano antes de llegar al destino. Si perdimos en el camino a los que tanto deseaban ver la patria, ¿cómo nosotros, los comandantes, podremos justificarnos ante tal error? Si por la necedad de uno o dos comandantes mueren los combatientes y nosotros mismos, ¿quiénes harán la guerra de resistencia antijaponesa y la revolución? Para llegar hasta Jiandao Oeste con las fuerzas de la brigada intactas, no tenemos otra solución que marchar por separado. …

    Casi todos los comandantes participantes en la reunión condenaron y calificaron de aventurero al jefe de la brigada, quien persistía tercamente en continuar con toda esa nutrida unidad. Según me dijeron, incluso algunos lo acusaron de cobarde amparado tras el sentimiento de camaradería. Teniendo en cuenta el hecho de que con posterioridad abjuró sumisamente, no resultaba infundada la acusación. Desde luego, él no lo hizo por sí solo, voluntariamente, sino bajo las amenazas, el chantaje y tratos conciliatorios de los enemigos después de arrestado. Pero, independientemente de cómo ocurrió, creo que su inclinación a la capitulación y la traición venía germinando desde hacía mucho tiempo de su débil voluntad y su cobardía que se manifestaban en la vida cotidiana. La disgregación de la brigada le daba miedo porque entonces de su lado se irían las unidades de mucha combatividad y los competentes comandantes, lo cual pondría en peligro su seguridad personal.

    Después de la reunión del comité del partido en Piaohe, la brigada independiente pasó a la marcha segregada, gracias a lo cual pudo romper el cerco.

    No obstante, Fang Zhensheng, que no logró asimilar los consejos de los compañeros, estaba muy disgustado con Choe Chun Guk.

    Fang Zhensheng, otrora oficial del antiguo ejército del noreste de China, además de haber recibido instrucción militar regular, tenía la autoridad de mandar la brigada. En cambio, Choe Chun Guk, que procedía de una capa inferior social, no recibió ni siquiera la enseñanza primaria. Apenas al ingresar en la guerrilla aprendió a leer y escribir, adquirió instrucción militar y fue promovido como comandante. Empero, Fang Zhensheng ignoraba que la superioridad o la inferioridad de los cuadros y las personas de talento no residía sólo en el grado de instrucción recibida. Me contaron que se arrepintió de su conducta unos días más tarde, durante el combate para cruzar el Songhuajiang. Fue cuando ya reagrupados continuaban caminando en un gran destacamento. Al atardecer la columna llegó a la orilla del río, cerca de Naerhon. Por las continuas lluvias el Songhuajiang estaba extraordinariamente crecido, como un mar, y su corriente era muy impetuosa. Debían cruzarlo rápido, antes de que apareciera el adversario, pero el único medio consistía en un bote en el que apenas cabían cinco o seis. Por eso, muchos no pudieron cruzar hasta el amanecer. Todos, tanto en una orilla como en otra, miraban inquietos el barquito que se movía con lentitud y el cielo que clareaba.

    Justamente en este momento apareció el enemigo. Choe Chun Guk escogió a unos diez ágiles guerrilleros y dijo que mientras ellos trataban de entretenerlo la brigada debía terminar de pasar el río con rapidez e internarse en el bosque de las cercanías de Liushuhezi. El y su grupo lograron atraer al enemigo hacia otra parte, y el resto de la unidad pudo cruzar sin problemas. La brigada llegó cerca de Liushuhezi y esperó al grupo suicida de Choe Chun Guk. Apareció al cuarto día sin ninguna baja. No se sabe cómo los consiguieron, pero llevaban a cuestas alimentos. Por fin, Fang Zhensheng, tomando a Choe Chun Guk por los hombros le pidió disculpas.

    Lo que más me alegró al conocer de las actividades de la brigada independiente en Manchuria del Norte y su marcha hacia el sur, fue el hecho de que todos sus miembros cumplieron con su deber, sin defraudar nuestra esperanza, y que progresaron mucho.

    El ejemplo era Choe Chun Guk. Desde luego, ya se había convertido en un comandante competente en la táctica guerrillera y un trabajador político intachable cuando estaba con nosotros, pero en el curso de sus actividades posteriores y de la marcha hacia el sur su habilidad militar y capacidad de mando alcanzaron madurez.

    Desde temprana edad conoció la vida de criado en una casa ajena y endureció sus huesos en una obra ferroviaria y al ingresar en la guerrilla aprendió con rapidez las posiciones de tiro y los movimientos en el orden cerrado gracias a su agilidad para captar. Como su conducta y capacidad me produjeron buena impresión lo nombré comisario político de compañía. El suplicó lloroso que lo dejáramos como simple soldado, pues estando todavía poco preparado, no podía ser comisario político encargado de instruir a otros, que la única cosa que podía hacer con plena confianza era golpear a los japoneses y sus esbirros.

    Le dije que sembrara en el corazón de los combatientes su amor al país y sentimiento de odio a los imperialistas japoneses, lo que significaría cumplir con satisfacción el deber de comisario político. Y entregándole una libreta de apuntes escribí en la primera página: “Hay que estudiar aun escribiendo sobre la tierra”.

    Desde entonces se aplicó más que nadie en el estudio y los ejercicios militares. A la vez que aprendía nuestras letras, estudió por sí solo los caracteres chinos.

    Ocurrió algo que lo decidió a aprenderlos con prisa.

    Un día, ignorando el sentido de la palabra “Ijonghwaryong”, vino a preguntármelo. Cuando le expliqué qué significaba y cómo pronunciaba cada uno de los caracteres murmuró: “¡Qué raros son los caracteres chinos! Lástima que no los pude aprender en una escuela privada”.

    El siempre llevaba en la mochila un diccionario chino-coreano.

    Como he mencionado en páginas anteriores, la defensa de Xiaowangqing duró más de tres meses y fue muy dura. Sin embargo, no dejó de estudiar los caracteres chinos ni en ese lapso.

    En una visita a la Tercera Isla, donde se estacionaba su compañía, le dije que el comisario político debía saber bailar y cantar bien para hacer de su tropa una unidad animosa y optimista. A partir de ahí, cada noche salía y a escondidas ejercitaba el baile. Tan enfrascado en esa tarea estaba que una madrugada Ko Hyon Suk, cocinera de la compañía, al presenciar por casualidad esta escena corrió a ver al jefe y con una voz de susto le dijo al oído que el camarada comisario político no andaba bien de la cabeza. El jefe rió tanto que le dolió la cintura. Esto quedó como un episodio famoso de la Tercera Isla.

    Como Choe Chun Guk era una persona tan honesta y abnegada, yo solía encargarle a su compañía tareas más difíciles aun cuando peleábamos en zonas guerrilleras de Manchuria del Este.

    También en la operación de Macun, cuando durante más de 90 días nos enfrascamos en encarnizados combates contra más de 5 mil enemigos, la compañía No.2 de Choe Chun Guk constituía el pilar. En caso de que me alejara de la base para atacarlos por la retaguardia, le dejaba a él, invariablemente, la tarea de defenderla y cumplía de modo puntual e irreprochable.

    Por esta confianza se me convirtió en un hábito dejarlo en mi lugar cada vez que me ausentaba, y enviarlo a importantes lugares donde yo no podía ir. Esta es la razón exacta por la cual, si bien éramos íntimos amigos, siempre nos encontráramos muy lejos uno del otro.

    Viendo cómo progresaba, recordaba a muchos camaradas de armas que estaban desplegando su destacado talento militar en el fragor de la guerra antijaponesa.

    Pensé en Choe Hyon, An Kil, Kim Chaek, Choe Yong Gon, Ri Hak Man, Ho Hyong Sik, Kang Kon …

    Entre los famosos comandantes antijaponeses, a los que el enemigo fijó precio, ninguno recibió instrucción militar regular, excepto Choe Yong Gon, quien incluso fue profesor de la Academia Militar de Huangpu. Hasta unos años antes nadie imaginaba siquiera hacerse militar, lejos de pensar en recibir esa instrucción. Y ¡cuán inteligentes comandantes y hábiles trabajadores políticos salieron de ellos!

    Ante la figura de Choe Chun Guk, curtida por el humo y la pólvora, que me inspiraba confianza, pensé:

    “Tenemos ya preparados suficientes cuadros, dignos de confianza, a quienes podemos confiarles el mando de toda una zona estratégica. Cuando llegue el momento, podremos asignarles misiones en la operación de liberación de la patria, es decir, enviar a uno a actuar con un destacamento en la provincia de Hamgyong del Norte, a otro a lo largo de la cordillera Rangrim y a un tercero a dirigirse hacia el monte Thaebaek. Si se alzan las guerrillas de producción y los habitantes en apoyo a nuestras unidades, que operarán en distintas regiones del interior del país, el imperialismo japonés será derrotado y alcanzaremos la victoria final …”

    Aquella noche en que llegó la brigada independiente, al cabo de mucho tiempo, Choe Chun Guk y yo nos acostamos en la misma tienda tal como hacíamos en la época de Wangqing, cuando visité la compañía No.2 en la Tercera Isla. Nos asaltaron profundas evocaciones. Compartimos recuerdos, sin darnos cuenta de cómo pasaba la noche. Me dijo:

    —Si no hubiéramos tenido la conciencia de que estábamos avanzando hacia el monte Paektu, quizás habríamos caído todos en el camino. Pensando que debíamos sobrevivir a toda costa para pisar tierra patria, pudimos encontrar la posibilidad de salvación aun cuando nos vimos en situaciones extremadamente peligrosas, de muerte, y recobrar el ánimo para sobreponernos a la irresistible fatiga que nos hubiera derrumbado. Fuera de pisar unas cuantas veces la tierra de Onsong, mi pueblo natal, cuando peleaba en Wangqing, en estos últimos años nunca estuve en la patria. Quiero aspirar el olor de la tierra patria.

    Al oirle hablar así sentí un dolor punzante en el corazón. Estrechando fuertemente sus manos le confesé que posiblemente no podría ofrecerle la oportunidad de pisar pronto la tierra patria, a la que tanto echaba de menos. En fin, tuve que decirle lo que pensaba hacer uno o dos días más tarde.

    En aquel tiempo, unidades de las Fuerzas Unidas Antijaponesas que actuaban en Manchuria del Este y el Sur padecían quebraderos de cabeza por falta de cuadros políticos y militares. Había sido catastrófica la pérdida sufrida por las unidades de Manchuria del Sur a causa de la “punición” enemiga. La lucha guerrillera del primer cuerpo de ejército enfrentaba tantas dificultades que los adversarios incluso llegaron a proclamar: “Los bandidos comunistas de Manchuria del Sur han sido liquidados completamente, vuelve a garantizarse la seguridad.” Con miras a extender e intensificar la lucha guerrillera en Manchuria del Sur, cuya importancia estratégica creció con el estallido de la Guerra China-Japón, se hacía necesario, en especial, reforzarla con competentes cuadros militares y políticos. Sobre todo, en las unidades de Manchuria del Sur, a causa de la muerte del jefe de división, Cao Guoan, se presentaba como un problema urgente la adopción de medidas especiales para la protección de los comandantes. La opinión común de ellos consistía en que la unidad de escolta debía ser guardia personal, unidad medular tanto en el cuerpo de ejército como en las divisiones, por lo que tenía que integrarse, sin duda alguna, por cuadros militares y políticos muy capacitados y por combatientes fogueados. Wei Zhengmin, teniendo en consideración esta situación, había venido solicitando desde la primavera le pasáramos toda la brigada de Choe Chun Guk tan pronto como llegara.

    Conocía bien la difícil situación en que se encontraba la unidad de Manchuria del Sur y la significación estratégica que cobraba allí la lucha guerrillera y comprendía las tribulaciones y el estado de ánimo de Wei Zhengmin, y no podía rechazar su implorante petición.

    Pedí a Choe Chun Guk disculpas por no haber podido realizar su deseo, pero él, al contrario, trató de consolarme:

    —Si es una exigencia de la revolución, debo partir otra vez. Pero, no se desanime demasiado. Vendrá el día en que volveré a su lado y el día en que pueda pisar la tierra patria.

    —Muchas gracias por comprenderme. En realidad, quería dejar a mi lado siquiera a los camaradas que han estado conmigo desde la etapa de Wangqing, pero Lao Wei (Wei Zhengmin) los necesita más.

    Al día siguiente de recibir la noticia de la llegada de la brigada independiente, Wei Zhengmin me visitó y expresó palabras muy significativas:

    —La conversación con los camaradas de la brigada independiente me produjo una fuerte emoción. Indudablemente el destino de una unidad depende de su comandante. Si él es incapaz, se arruina su unidad. Fang Zhensheng no tiene capacidad para mandar una brigada. Pensaba recomendarle el mando del regimiento de escolta, pero tendré que cambiar de idea. Se cuenta que la Unión Soviética, durante la guerra civil, se benefició mucho de los servicios de los oficiales procedentes del ejército zarista; pero, nosotros no tuvimos esa suerte. Realmente es lamentable, pues resulta difícil siquiera escoger un cuadro militar o político que pueda mandar un regimiento de escolta.

    En su queja se encerraba la intención de pedir la selección de jefe del regimiento y su comisario político de entre los coreanos.

    Aquel día, en la reunión de balance de la marcha de la brigada independiente, se apreciaron mucho los méritos de Choe Chun Guk, quien la condujo con habilidad y fueron premiados los combatientes que mostraron ejemplo. Por el contrario, recibieron merecidas críticas Fang Zhensheng y los comandantes que le siguieron. Al concluir la reunión, subrayé cuán importante era aplicar con meticulosidad tácticas guerrilleras en los combates contra enemigos numéricamente superiores.

    —…Si en vez de la guerra de guerrillas pasamos a la regular, esto es tan absurdo como que una golondrina deje de volar, y caminando sobre tierra, trate de conseguir alimentos. En los antiguos tratados de arte militar se señala que el que sabe si se debe combatir o no, es triunfador, y que quien logra quitar al enemigo cualquier posibilidad de victoria y acecha el momento para vencerlo es buen guerrero. No importa dónde y qué enemigo vamos a enfrentar, debemos entablar combates que podamos ganar con hábiles tácticas guerrilleras. …

    Como a la reunión asistieron Wei Zhengmin y otros comandantes y soldados chinos tuve que hablar tanto en coreano como en chino.

    Después de la reunión constituimos un nuevo regimiento de escolta. Como jefe fue nombrado Ri Tong Hak, quien mandaba la compañía de escolta de nuestra unidad y como comisario político se designó a Choe Chun Guk. También Rim Chun Chu tuvo que irse con Wei Zhengmin para prestarle de cerca asistencia médica. Enviamos a este regimiento todos los demás que pertenecían a la brigada independiente. Al final, Wei Zhengmin pudo tener, tal cual era su deseo, un regimiento de escolta compuesto por los más competentes y mejores cuadros militares y políticos y combatientes coreanos fogueados.

    Wei Zhengmin no podía reprimir la alegría, aunque, por otra parte, de los que pasaron a ese regimiento no pocos se sentían tristes porque deseaban quedarse a nuestro lado. E incluso, Rim Chun Chu suplicó que lo mandara al grupo de trabajo político que actuaba dentro del país.

    Unos días más tarde, el regimiento recién organizado salió junto con Wei Zhengmin, hacia la zona de Huinan, en Manchuria del Sur. Antes de partir, Choe Chun Guk me visitó para despedirse. Como acababa de pasar Chusok, la noche estaba iluminada por la luna. Nos sentamos sobre la yerba, cerca de la tienda de la Comandancia, e intercambiamos la tristeza por la despedida.

    —Vas hacia Manchuria del Sur, sin tener tiempo para desatar los cordones de los zapatos anudados en Manchuria del Norte. Perdóname, que te envío siempre muy lejos, sin darte oportunidad para tomar aliento.

    —¡Oh!, no me diga eso. Su confianza me da ánimo.

    —Hay informes de que en Huinan es rigurosa la vigilancia enemiga. Tienes que cuidarte. No actúes de modo aventurero o precipitado tal como lo hiciste en el asalto al puesto policíaco del embarcadero en Onsong.

    Me refería a lo que había sucedido a principios de 1935, cuando cruzó el río Tuman al frente de su compañía y atacaron el embarcadero de Jangdok. Fue como prueba para la operación de avance al interior del país, que veníamos proyectando desde hacía mucho tiempo.

    El puesto policíaco que estaba situado allí tenía por misión principal controlar a los que cruzaban el río, y los policías se portaban tan despiadados que a menudo los miembros de la organización clandestina que llevaban ayuda al Ejército revolucionario a través del embarcadero desde Onsong pasaban apuro o veían confiscados los artículos regulados. Las organizaciones revolucionarias clandestinas de Onsong plantearon escarmentarlos duramente. Y dimos la misión a la compañía de Choe Chun Guk.

    Al pasar sigilosamente, en las primeras horas de la madrugada, el río congelado, situó a sus combatientes alrededor del puesto policíaco y él solo entró en el local. Como dentro estaba un solo guardia la operación podía realizarse fácilmente, sin necesidad de hacer ruidosos disparos. Pero, al ver que el policía pateaba a un niño sirviente por no haber encendido a tiempo la estufa, Choe Chun Guk perdió el control, y le dio un tiro. A causa de este suceso tuvo que retirarse apresuradamente, sin haber podido pronunciar suficientemente palabras de agitación delante de los reunidos en el patio del puesto policíaco para solicitar el cruce del río.

    Fue una escaramuza; se liquidó sólo un policía, pero tuvo una enorme repercusión. Decían que si un reducido número de guerrilleros eran capaces de asaltar un puesto fronterizo en presencia de mucha gente, no se sabía qué grandes sucesos tendrían lugar con el tiempo. Esa acción sirvió de señal de inicio de las operaciones de aniquilamiento de los enemigos que posteriormente se libraron intensamente en las riberas del Amnok y el Tuman pertenecientes a Corea.

    —Entonces yo estaba todavía verde. Si hubiera actuado con serenidad y prudencia, habría podido pronunciar un discurso de agitación que contentara al pueblo. …Actué con impaciencia y no pude alcanzar el objetivo principal.

    Choe Chun Guk lamentó mucho que en aquella ocasión no pudo realizar debidamente el trabajo político.

    —Es bueno actuar con valentía, pero un comandante siempre debe ser medido en todos los aspectos. Ya que ahora te encargas no sólo del destino de un regimiento sino que también del cuartel general de un cuerpo de ejército, debes ser prudente en todo. Ten presente que está terminantemente prohibida cualquier aventura inútil. Es preciso que regreses vivo a nuestro lado para la gran obra de la restauración de la patria. Cuando se inicien las operaciones de liberación de la patria los llamaré a regresar incondicionalmente. Entonces pagaré varias veces mi deuda por no haberles dado la posibilidad de participar en la batalla de Pochonbo.

    Al parecer, estas palabras mías surtieron efecto, pues Choe Chun Guk se alejó alegre de mi lado, a diferencia de cuando fue enviado a Manchuria del Norte. También en Manchuria del Sur cumplió de modo impecable las tareas revolucionarias, en estrecha vinculación con nosotros. Al enviarlo allí le di la tarea de captar las tropas independentistas que actuaban en las regiones ribereñas del Amnok, principalmente en Huanren, Jian y Tonghua. En esta labor también alcanzó buenos resultados. En cada uno de sus mensajes Wei Zhengmin se refería con orgullo a las acciones del regimiento de escolta. De las noticias que recibía en esas ocasiones por conducto de los mensajeros, la que recuerdo hasta ahora fue sobre la hazaña de Choe Chun Guk quien sólo con una carta llegó a manejar a su antojo a cientos de efectivos del ejército títere manchú.

    Al pasar con su regimiento por la cercanía de un importante punto militar del enemigo, Choe Chun Guk fue informado por los exploradores de que allí se estacionaban sólo varios cientos de efectivos del ejército y policía títeres manchúes. Entonces escribió al jefe del ejército adversario una carta con el contenido siguiente:

    “… Nosotros no consideramos a los chinos como enemigos y mucho menos queremos hacerlo. No tenemos deseo de pelear contra ustedes, por tanto, dejen de ofendernos. Lo que necesitamos ahora es descansar. Iremos a Fuerhe y descansaremos un ratico en su fortificación de barro y les advierto que no traten de molestarnos…”

    Envió esta carta conociendo suficientemente el estado de ánimo del ejército títere manchú, que trataba de evitar en lo posible los choques con la guerrilla.

    Por conducto de un enlace ellos prometieron satisfacer la petición de la guerrilla y rogaron que esperara treinta minutos más. Durante este tiempo dejaron vacía la fortificación y se refugiaron en el monte detrás de la ciudadela. Lo hicieron porque de lo contrario no habrían tenido pretexto para evadir la responsabilidad que más tarde les habría exigido el ejército japonés por haber dejado pasar a la guerrilla.

    El regimiento de Choe Chun Guk entró en la ciudadela, donde descansó y realizó trabajo político entre los pobladores.

    Al oscurecer, las tropas títeres manchúes comenzaron a silbar, con impaciencia. Querían hacer que la guerrilla comprendiera su delicada y difícil situación, pues les inquietaba que apareciera el ejército japonés, pero no se atrevían a pedirle que se fuera.

    Choe Chun Guk dio la orden de partida a la unidad y dejó un recado al jefe de la tropa títere: “…Le agradezco por habernos facilitado un buen descanso. Espero que considerándonos como amigos seguirá ayudándonos. No hay duda de que el imperialismo japonés, enemigo común de los pueblos coreano y chino, será derrotado y nuestros pueblos triunfarán. …”

    Con estos procedimientos Choe Chun Guk mantuvo en su puño a muchas unidades del ejército títere manchú y las orientó a la lucha antijaponesa. Lo asombroso era que él mismo escribía en chino la mayor parte de estas cartas.

    Desde el comienzo de la segunda mitad de la década de 1930 hasta el final, en permanente recorrido a lo ancho y largo de extensa Manchuria del Sur y del Norte ayudó de manera activa y directa a las actividades de las unidades guerrilleras chinas de las Fuerzas Unidas Antijaponesas. Por eso, fue respetado como internacionalista por los habitantes y los camaradas revolucionarios chinos. En todas partes los amigos chinos elogiaron con profundo sentimiento de afecto y respeto sus méritos consagrados al internacionalismo proletario y la amistad coreano-china.

    ¿Qué fue lo que hizo de Choe Chun Guk un intrépido comandante antijaponés, conocido en aquel tiempo por toda Manchuria del Norte y el Sur?

    En el período de la Revolución Antijaponesa, las personas progresaban irreconociblemente a cada instante, lo que en tiempos normales les habría llevado todo un día, un mes, e incluso una decena de años. Tal como el hierro bruto se convierte en acero con el fuego, los otrora analfabetos, haraposos y humildes, en medio del gran torbellino llamado revolución se formaron como combatientes, héroes y apóstoles, haciéndose protagonistas de la transformación de la sociedad y la creación de la nueva era.

    Choe Chun Guk se consagró, en lo espiritual y físico, a esta revolución y se fue forjando a sí mismo en todo el curso de la lucha.

    He aquí un interesante episodio que testimonia un bello rasgo humano suyo.

    Después de la liberación del país del 15 de agosto de 1945, cuando acababa de contraer matrimonio, Rim Chun Chu visitó su casa y preguntó en broma a su esposa si le gustaba el marido. Ella, sonriendo tímidamente, respondió con una pregunta: que si era verdad que su esposo había participado en la lucha guerrillera. Y luego le contó lo que había ocurrido unos días antes, durante un acto deportivo de la unidad de Choe Chun Guk.

    Fueron invitados también los familiares de los militares. Ella se puso un vestido de gala y se fue a ver las competencias. Por la noche, al regresar a casa Choe Chun Guk preguntó malhumorado a su esposa:

    —¿No tienes otra ropa mejor? Te has presentado ante toda la unidad con un vestido de tela de cáñamo. …

    Ella se echó a reir al oir la palabra “cáñamo” porque su marido no sabía distinguir la fina tela de ramio de la tosca de cáñamo.

    —No es de cáñamo, sino un tejido llamado ramio. Para el vestido de verano no hay otra mejor tela que ésta.

    —¡¿Es verdad?!

    Choe Chun Guk quedó perplejo y se ruborizó. Se disculpó ante su esposa.

    Refiriéndose a lo que ocurrió ese día la esposa dijo que no comprendía cómo su marido, una persona tan tímida y bondadosa, tuvo la audacia de luchar contra los japoneses.

    Rim Chun Chu soltó una carcajada y dijo en serio:

    —Señora, es correcta su opinión sobre su esposo. El compañero Choe Chun Guk es verdaderamente un hombre tímido y honesto. Cuando el asalto al puesto policíaco del embarcadero en Onsong, no pudo atender al mozo que golpeado por un policía estaba sangrando por la nariz, y este hecho le hizo sufrir y atormentarse durante varios años. Por otra parte, su marido es un hombre ilimitadamente firme. Si mira atentamente su pierna izquierda, verá una cicatriz. Una bala le quebró un hueso de esta pierna y yo le operé y di puntos sin anestesia, y él soportó sin ningún quejido el tremendo dolor. Su esposo es un hombre tan dócil como una oveja con el pueblo y los camaradas, tan terrible como un tigre ante el enemigo, y tan duro como el acero ante las dificultades. Con el tiempo, viviendo juntos muchos años comprenderá cuán férrea persona es.

    Sin embargo, su vida conyugal que parecía duraría muchísimos años, tal como dijera Rim Chun Chu, fue corta.

    El 30 de julio de 1950, a poco más de un mes de haber estallado la gran Guerra de Liberación de la Patria, Choe Chun Guk, al frente de la décimosegunda división de infantería, dirigía la batalla de liberación de Andong cuando fue herido gravemente en un lugar cerca de la ciudad. Cuando se le acercó a toda carrera Ji Pyong Hak, jefe de Estado Mayor, estaba acostado en un vehículo parado al borde del camino. Su vida pendía de un hilo. Apenas abrió los ojos a repetidas llamadas de Ji Pyong Hak e imploró al médico que le alargara la vida cinco minutos más. En esos últimos cinco minutos el comandante de la división, reuniendo toda su energía, explicó en detalle al jefe de Estado Mayor su proyecto operativo para cercar y aniquilar al enemigo de Andong.

    —Le ruego que en mi lugar usted ejecute la orden del camarada Comandante Supremo.

    Fue el testamento que, tomando la mano de Ji Pyong Hak, pronunció en el momento de expirar.

    El día en que recibí la triste noticia de su muerte, me vino a la memoria tan vivamente su imagen de cuando andaba cojeando ligeramente de la pierna izquierda, que me fue difícil creer en la veracidad de esta desgracia. Su pierna izquierda quedó algo más corta como consecuencia de la fractura de un hueso en la guerra antijaponesa. Sin embargo, con esa pierna incómoda recorrió decenas de miles de ríes. Inmediatamente después de la liberación, asumiendo el importante cargo de jefe de una filial del Centro de Formación de Cuadros de Seguridad, se esforzó con abnegación por el aumento del poderío militar del país: si los cadetes se ejercitaban para el cruce del río, él lo hacía junto con ellos, o si maniobraban en montañas, él también trepaba abruptos precipicios.

    Ahora, en su tierra natal Onsong, en la ribera del río Tuman, donde Choe Chun Guk, aún muy joven, iba a menudo, como si fuera el umbral de su casa, y hacía a los enemigos temblar de miedo, se yergue su estatua de bronce, con su verídica imagen uniformada del período de la Revolución Antijaponesa.

    Para conocer con exactitud la figura y carácter de Choe Chun Guk los escultores visitaron a su viuda, y su primera pregunta fue:

    —¿Cuál es el recuerdo más impresionante del camarada Choe Chun Guk?

    —Casi nada impresionante, si no fuera eso de que era parco en palabras. Vivimos juntos unos cuantos años y creo que durante todo ese tiempo no me habló en total ni cien palabras. Si hubiera tenido un carácter brusco y me hubiera abofeteado, por lo menos habría quedado en mi recuerdo. …

    La señora tenía mucha pena porque de su vida conyugal no le quedó ningún detalle que valiera ser recordado. Y dijo con significación:

    —Vayan a ver a mi segundo hijo. Es extraordinariamente parecido a su padre. Es dócil. Para parecerse mejor, deberá ser firme, pero esto no puedo saberlo ahora. Sin embargo, estoy decidida a cultivarle ese rasgo.

    A diferencia del período inicial de la vida matrimonial, la señora conocía bien cuán magnífica persona era su esposo.

    Es verdad. Un hombre infinitamente tierno y férreo, así era Choe Chun Guk, valeroso comandante antijaponés.

    

    

    

    

    

    5. Llamamiento de Septiembre

    

    

    En septiembre de 1937, en vista del inicio de la Guerra China-Japón, dirigimos un llamamiento a todos los coreanos y enviamos muchos trabajadores políticos al interior del país. También decidí entrar en él. Quería abrir una brecha para la preparación de la resistencia de todo el pueblo en el lugar donde se concentrara un gran número de obreros. Mi primer destino fue la zona de Sinhung, en la provincia de Hamgyong del Sur, y el segundo, la de Phungsan. Me acompañaban unas diez personas.

    Cuando la tierra patria constituía una peligrosa zona enemiga, no era nada fácil penetrar en su profundidad con un reducido número de escoltas.

    Nuestros cuadros militares y políticos me suplicaron repetidas veces que desistiera del proyecto. Al verme vestido de civil, el “Viejo de la Pipa” trató de retenerme con persistencia: “¿Es posible que el Comandante vaya hasta las cercanías de Hamhung con esa apariencia? Dicen que es muy rigurosa la vigilancia de los enemigos”.

    Pero no desistí de mi decisión. En mi fuero interno guardaba una fuerte ansiedad por resarcirme de la pérdida que sufrimos con el fracaso de las actividades de la pequeña unidad de Kim Ju Hyon en el país.

    Lo planteado por el Llamamiento de Septiembre lo asimilé como si estuviera dirigido hacia mí mismo.

    Los que se sintieron más incómodos cuando expresé mi determinación fueron Kim Ju Hyon y los de la unidad que lo habían acompañado. Incluso llegó él a pensar que el Comandante iba a actuar personalmente en el país porque su grupo había hecho fracasar el plan. En realidad, no podía decir que no estaba resentido en lo absoluto.

    En el documento denominado Llamamiento de Septiembre por haberse dado a conocer en ese mes, dimos importancia, a grandes rasgos, a dos asuntos. El primero consistía en hacer que nuestro pueblo comprendiera de modo correcto la correlación entre la Guerra China-Japón y la revolución de Corea, de modo que sin perder la fe, siguiera fortaleciendo la lucha antijaponesa.

    Entre los que leían periódicos había un buen número de pesimistas que consideraban inalcanzable la independencia de Corea, al conocer que esa conflagración se extendía y crecían los éxitos del ejército nipón. Desde principios de agosto de ese año, las llamadas personas ilustres, entre ellas, Choe Nam Son, Yun Chi Ho y Choe Rin, publicaban continuamente en los periódicos nacionales y extranjeros artículos que sermoneaban la necesidad de transigir con el imperialismo japonés.

    Nosotros también los leímos.

    Choe Nam Son escribía que la existencia de Japón y su desarrollo y prosperidad constituían la energía de Asia y la luz del Oriente, y que todas las naciones orientales debían unirse acaudilladas por ese país.

    El fue uno de los redactores del Manifiesto de Independencia del Primero de Marzo, y tiempo antes había dicho que el monte Paektu era el mayor sostén de todas las cosas del Oriente, el mayor núcleo de su cultura, la más profunda raíz de su conciencia, el lugar de origen de sus naciones y el eje principal de las actividades de éstas; y afirmó que todos los fenómenos del Oriente tenían su punto de partida en el Paektu. Añadió que en toda época y lugar el vientecillo del Paektu refresca la cara, su agua mitiga la sed, así como en su tierra se ara, se siembra, se labra y se recogen frutos. Y precisamente, este hombre, al cambiar de modo brusco, declaró que la existencia de Japón constituía la energía de Asia y la luz del Oriente, lo que nos causó estupor.

    Choe Rin arguyó sobre la necesidad de manifestar la “devoción de ciudadanos”, con lo de “Corea y Japón, una misma raíz y un mismo tronco”. Teniendo en cuenta que era uno de los 33 iniciadores del Movimiento Independentista del Primero de Marzo, estas palabras resultaban demasiado pérfidas, de fuerte matiz vendepatria.

    Yun Chi Ho sostenía que el coreano y el japonés, navegando en un mismo barco, corrían igual destino. Los hombres que conocen bien la historia contemporánea de nuestro país saben bien de él, que fue un alto dignatario de la Vieja Corea. Pese a su alta posición oficial, se opuso de manera resuelta a la “anexión de Corea a Japón”. Por esa causa cumplió incluso una condena en la cárcel. Cuando el Incidente del 7 de julio, tenía más de 70 años, razón por la cual resultaba difícil creer que adulaba expresamente al imperialismo japonés para alcanzar altos honores personales o preservar la vida. Se sabe que, al liberarse el país, por no tener cara para ponerse a los ojos de otros, se suicidó, con más de ochenta años. Sin duda, fue una persona de conciencia, pues, quitándose la vida, trató de desquitarse de su afrenta. A mi parecer, la causa de su abjuración ante los enemigos japoneses, estaba en que sobreestimó a Japón y valoró incorrectamente la tendencia de la situación.

    También Jang Hae U, quien nos servía de guía desde la cercanía de Samsu, cuando nos dirigíamos hacia la zona de Sinhung, estaba sumamente impaciente por saber lo que iba a resultar de la Guerra China-Japón. Le explicamos que si la veía con ojos miopes, podía quedar desesperanzado; que esta confrontación, al obligar a los ambiciosos militaristas japoneses a dislocar sus fuerzas en extensas regiones, traería como resultado que cayeran en una desesperada situación por falta de efectivos, materiales, suministros y materias primas; que, por consiguiente, esta contienda daba a la guerra de independencia de nuestro pueblo no desesperanza sino prometedora perspectiva, dicho en otras palabras, nos proporcionaba una magnífica oportunidad para alcanzar nuestro objetivo; y que por esta razón debíamos acelerar los preparativos de la resistencia de todo el pueblo con el propósito de entablar la batalla decisiva contra el imperialismo japonés.

    Otro importante asunto planteado en el Llamamiento era definir claro la medida estratégica para la preparación de la lucha de todo el pueblo. Así, en este documento incluimos lo siguiente:

    “… El incidente chino-japonés reviste un carácter cada vez más tenso.

    “No cabe la menor duda de que al final China logrará la victoria. Como no tendremos otra oportunidad más favorable que ésta, debemos actuar de modo más resuelto, llegado el momento. Es de particular importancia y urgencia crear guerrillas de producción y brigadas obreras de choque como organizaciones de vanguardia de acción para la insurrección armada y las actividades de sabotaje en la retaguardia enemiga.

    “Las guerrillas de producción y las brigadas obreras de choque organizarán rebeliones, actos de sabotaje e incendio y destrucción de fábricas de la industria de guerra y otras importantes empresas en la retaguardia, … y cuando llegue el momento de la lucha de resistencia de todo el pueblo, deben unirse a las acciones del Ejército Revolucionario Popular de Corea. De esta manera hemos de llevar al ejército japonés a la derrota definitiva. Sólo así podremos cumplir con nuestra tarea, o sea, obtener la independencia de Corea. …”

    En el Llamamiento de Septiembre planteamos como orientación estratégica la ampliación de los preparativos de la lucha de resistencia de todo el pueblo, ateniéndonos principalmente a las guerrillas de producción y las brigadas obreras de choque.

    Después de haber hecho público este documento, escogimos la zona de Sinhung como primer destino de nuestro avance hacia el interior del país, porque esta zona se comunicaba con Hamhung y Hungnam, grandes ciudades industriales donde se concentraba el mayor número de obreros.

    Con los esfuerzos de nuestros trabajadores políticos, en la espesa selva de la zona de Sinhung, situada en las faldas meridionales de la cordillera Pujonryong, ya se habían establecido varios campamentos secretos, que servían de puntos de apoyo para las pequeñas unidades en sus acciones. Estaba decidido que en uno de estos campamentos se reunirían los trabajadores políticos y los integrantes de avanzada de los sindicatos obreros y asociaciones campesinas que actuaban en Hungnam y otras zonas de la costa oriental.

    Seleccionamos la zona de Phungsan como segundo destino porque en ella había obreros en la construcción de la central hidroeléctrica, y vivían muchos chondoistas afiliados a la ARP.

    Como íbamos hasta Phungsan, pasando por Sinhung, teníamos que recorrer más de 320 kilómetros, calculando la distancia en línea recta sobre un mapa.

    Antes de partir reprodujimos el texto del Llamamiento y los metimos en la mochila de Kim Pong Sok. A Jang Hae U fue al primero a quien mostramos el documento. Mientras hacíamos un alto, a mitad del paso Chongsan, en las proximidades de Samsu, lo leyó varias veces y nos dijo que le gustaba en especial el planteamiento, como un punto importante, de la organización de guerrillas de producción y brigadas obreras de choque, y afirmó que, como se había podido ver en la huelga general de Wonsan, realmente los obreros tenían una formidable fuerza solidaria.

    Tal como expresara, en la huelga general de Wonsan, ocurrida en 1929, mereció especial mención la fuerza de la unidad, la combatividad y espíritu de cooperación solidaria de la clase obrera.

    Al año siguiente, se sublevaron los obreros de la mina de carbón de Sinhung. En todos los años posteriores, en todas las regiones de Corea continuaron las huelgas obreras.

    Sin embargo, casi todas, de carácter masivo, fracasaron a medio camino, sin lograr sus reivindicaciones.

    Al elaborar el Llamamiento de Septiembre, pensamos en abrir una nueva vía para el movimiento obrero, fomentando los aspectos positivos y eliminando los errores extraídos de sus experiencias anteriores, para no repetir los dolorosos fracasos.

    En nuestro país el trabajo industrial moderno surgió a finales del siglo XIX después que comenzó a desembolsarse el capital extranjero, como resultado de la política de puertas abiertas. Hay quienes creen que empezó en el siglo XVIII, pero, puede decirse que entonces la industria moderna se encontraba todavía en embrión. En medio de la avalancha de capital extranjero, que irrumpió incontenible después que el gobierno feudal abriera las puertas, se construyeron puertos, ferrocarriles y fábricas, se explotaron minas, y comenzaron a crecer rápidamente las filas de los obreros industriales, como los portuarios, mineros, ferroviarios y constructores de obras públicas.

    El nacimiento y desarrollo del trabajo industrial hizo posible el surgimiento de organizaciones laborales. Ya a finales de la década de 1890, Ri Kyu Sun creó el sindicato de portuarios; hay quienes lo consideran el primer sindicato obrero.

    Inicialmente, las organizaciones de trabajadores tuvieron la forma de sociedades de hermanos por juramento o de donación, y gradualmente se desarrollaron en asociaciones de trabajadores o sindicatos. Después de fabricado el “tratado de protección Ulsa”, se constituyeron en todas las regiones del país modernos sindicatos como el de Jinnampho, el de la comuna de Sinchang de Pyongyang y el sindicato conjunto de Kunsan.

    Por supuesto, en ese tiempo casi todas esas organizaciones surgieron de modo espontáneo y a nivel de fábrica, pero, es cierto que con su aparición empezó de inmediato el combate colectivo de los obreros por los intereses de su clase. Al entrar en la década de 1910, por todas partes del país estallaron luchas laborales. En los años 20, al crearse la sociedad laboral de socorro mutuo, el congreso del trabajo, la asociación confederativa del trabajo, como organizaciones legítimas, de alcance nacional, la batalla de los obreros no se limitó a ser una mera pugna por la mejoría de las condiciones laborales, sino se desarrolló como un movimiento patriótico político, contra la agresión del imperialismo japonés. Este promulgó la “ley de mantenimiento de la seguridad” y comenzó a intensificar la represión contra las organizaciones de las masas obreras.

    Detuvo y encarceló a los que provocaban huelgas laborales, disolvió organizaciones de trabajadores y prohibió las reuniones. Como consecuencia, el movimiento obrero en nuestro país fue muy perjudicado. Ante esta situación, en septiembre de 1930 el Buró Ejecutivo de la Internacional Sindical Roja aprobó el proyecto de resolución: “Tesis sobre las tareas del movimiento sindical revolucionario de Corea”, conocida por “Tesis de septiembre”, en la que enfatizó la necesidad de organizar sindicatos por industrias y bajo su jurisdicción formar comités fabriles o consultorios obreros para que aquéllos tuvieran sólidas agrupaciones de base. En octubre de 1931, también el secretariado del Sindicato Rojo panPacífico analizó el estado del movimiento obrero de Corea y determinó como su tarea inmediata la creación de sindicatos rojos ilegales.

    Con el apoyo del movimiento sindicalista comunista internacional, en nuestro país se libró una enconada lucha para organizar sindicatos rojos en Pyongyang, Hungnam, Wonsan, Chongjin, Seúl, Pusan, Sinuiju y en otras ciudades industriales. Estas organizaciones desempeñaron un considerable papel en la divulgación del marxismo y la formación de conciencia clasista entre las masas obreras, aunque pronto fueron condenadas a dejar de existir sin llegar a una era de plena prosperidad, a causa de las acciones de los fraccionalistas y la cruel represión de los enemigos. En el momento en que íbamos a la zona de Sinhung con el Llamamiento de Septiembre, los dirigentes de los sindicatos, casi en su totalidad, o bien estaban encarcelados, o habían traicionado o refugiado en una vida de anacoreta, razón por la cual, de hecho, los sindicatos quedaban sólo de nombre.

    De la historia de vicisitudes del movimiento obrero en nuestro país teníamos que sacar serias lecciones en cuanto a la desacertada dirección sobre las masas revolucionarias. Haciendo pasar por el estoico prisma de la historia el anterior movimiento obrero pensé que para acelerar correctamente la preparación de la guerra de resistencia de todo el pueblo teníamos como única alternativa entrar entre los obreros, reconstruir con rapidez los sindicatos y apoyarnos en su fuerza e inteligencia.

    En este sentido, el Llamamiento de Septiembre sirvió de motivo para reavivar el movimiento sindicalista y el de asociaciones campesinas en nuestro país, extremadamente estancados, conforme a la situación que surgió con el estallido de la Guerra China-Japón, y para dar un viraje desde el punto de vista de los lineamientos.

    Mientras escalábamos el paso Chongsan hablé continuamente con Jang Hae U sobre los sindicatos.

    El, militando en el movimiento independentista, había andado por todo el país, China y la región de Primorie, en la Unión Soviética, y experimentado los más disímiles reveses y dificultades; también conocía mucho sobre personas relacionadas con el Sindicato Rojo panPacífico, que habían actuado en las zonas de Hamhung y Hungnam. Me dijo que Kim Ho Ban era jefe de la filial de Corea del Sindicato Rojo panPacífico en Vladivostok, perteneciente a la Internacional Sindical Roja y que bajo la dirección de este hombre, en febrero de 1931 se organizó el comité de Hamhung, el que logró por primera vez convertir en roja la unión obrera de esa ciudad.

    De su boca pude conocer muchos nombres de cuadros del sindicato rojo de la región de Hamhung, entre ellos había un tal Baba Masao, un obrero japonés. Según me contó Jang Hae U, Kim Ho Ban, junto con su esposa, había actuado en Hamhung, Pyongyang, Seúl y otras zonas con los 1 200 wones enviados por la filial de Vladivostok del Sindicato Rojo panPacífico como fondo sindical, pero en el verano de 1931 fue apresado por la policía. En 1932 ó 1933 fueron detenidos todos los miembros del sindicato de los japoneses de la zona de Hamhung, que pertenecía al Sindicato Rojo panPacífico.

    Con el propósito de llenar el espacio vacío aparecido en el movimiento sindicalista en las zonas de Hamhung y Hungnam, y de imprimirle nueva energía, habíamos enviado allí, a trabajadores políticos con experiencia en el clandestinaje, entre ellos, Pak Kum Jun y Kim Sok Yon. Empero, tampoco pudieron evadir las garras de los imperialistas japoneses que trataban de liquidar de raíz el movimiento obrero en estos lugares. Pak Kum Jun y otros dirigentes sindicales fueron arrastrados a las cárceles o reclusiones, dejando inconclusos muchos trabajos.

    Considerando esta realidad, desde la primavera de 1937 volvimos a mandar a la región de Hungnam varios trabajadores políticos que formamos en Jiandao Oeste.

    Al llegar a la cima del paso Chongsan, inesperadamente apareció Han Cho Nam, jefe de una pequeña unidad que operaba en la base secreta de la zona de Sinhung.

    Cuando le pregunté por qué hacía ese viaje si le habíamos ordenado que nos esperara en el campamento secreto, se justificó diciendo que había venido corriendo impaciente, pues en Pujon se hallaba la residencia veraniega de Nogutsi y se reforzó como nunca la vigilancia del enemigo. Inmediatamente hicimos que Jang Hae U regresara a Sinpha. Desde entonces, nuestro guía fue Han Cho Nam.

    Poco después, ante nuestros ojos apareció un lago extenso y azul. Han Cho Nam nos explicó que era la represa No.2 del embalse Pujon, y si subíamos por la orilla izquierda, veríamos la represa No.1, cerca de la cual se encontraba el puesto de policía, y de allí a uno ó dos kilómetros arriba, la villa de Nogutsi.

    Nogutsi, un plutócrata de última hora de Japón, construyó centrales hidroeléctricas, estableció en Hungnam la sociedad anónima de abonos de nitrógeno de Corea y una empresa industrial militar, con el objetivo de asentar una industria bélica en Corea y monopolizar sus industrias eléctrica y química. Y levantó una villa en un lugar favorable para vigilar las centrales hidroeléctricas que se construían en Pujon y Hochon.

    Basta sólo repasar el trágico historial de la construcción del lago Pujon para conocer bien con cuánta crueldad Nogutsi explotó a los coreanos.

    En 1925, recorrió la meseta Pujon y escribió al gobernador general Saito que, como allí había abundantes recursos hidráulicos y forestales y, encima, mucha mano de obra barata, pensaba construir centrales hidroeléctricas. Se supo que Saito, al recibir la carta, lo estimuló a contratar cuanta mano de obra barata quisiera y comenzar las obras con tranquilidad porque lo garantizaría la Constitución del gran imperio japonés.

    La construcción del dique del pantano Pujon se inició en el segundo semestre del año 1920 y dicen que durante las obras de los canales no se tomó ninguna medida de seguridad, y no menos de tres mil obreros coreanos perdieron la vida en múltiples accidentes.

    Además, cuando se concluyó el dique, para represar pronto el agua, se cerró la compuerta sin trasladar las casas de los campesinos de las orillas, lo que produjo una catástrofe a causa de la inundación inducida, quedando más de 600 familias sin vivienda. Y el día de la inauguración se cometió el diabólico crimen de arrojar al agua a una muchachita coreana con el pretexto de que sólo cuando se entregara como ofrenda una virgen, sería protegido por la divinidad de las aguas.

    Nogutsi siempre decía que a los obreros coreanos se debía tratar como a bestias. Se portó tan ferozmente en la construcción del dique que hasta los mismos japoneses decían: “Por donde pasa Nogutsi no crecen ni las yerbas”.

    La estricta vigilancia alrededor de la villa, nos obligó a dar un rodeo para llegar, al cabo de caminar algunos días, al campamento secreto del valle Tong-o, en Sinhung, nuestro destino principal.

    En el camino nos encontramos con un grupo de casi 20 jóvenes que vivían en las montañas, evadiendo la persecución del imperialismo japonés. Motivos diferentes los habían llevado a refugiarse: uno por matar con una piedra a un cruel capataz en la construcción de la central eléctrica del río Pujon; algunos habían sido descubiertos en el momento en que robaban dinamita de la que se usaba en la obra; y otros que, yendo de Hamhung hacia Hungnam, encontraron en el camino volantes que decían: “¡Abajo el imperialismo japonés!” y “Nogutsi hace abono con nuestra sangre”, y al ser cacheados por los policías con esos papeles se evadieron. Un joven alto, oriundo de Kowon, llamado Choe Myonjang (Homónimo que significa jefe del ayuntamiento cantonal y cara larga. N. del Tr.), se calificaba a sí mismo “comunista oficial”. “Myonjang” no significaba eso sino rostro largo, mote que sus amigos le pusieron por su cara como un nabo, y lo del “comunista” él mismo se lo dio. Cursaba una escuela secundaria en Seúl, pero como su familia no podía cubrir los gastos, abandonó los estudios a medias, y al regresar a casa, permaneció durante algún tiempo en Kowon sin tener un oficio fijo. Precisamente, uno de esos días, en una fábrica de las cercanías del lugar ocurrió un incidente con el sindicato rojo. Los enemigos detuvieron no sólo a los involucrados sino a todos los sospechosos, entre los cuales estaba “Choe Myonjang”. Durante el interrogatorio dijo que no sabía nada, lo que era verdad. Sin embargo, lo torturaron sin creerle. Hasta le echaron agua con pimienta por la nariz.

    Al no resistir más la tortura mintió diciendo que había participado en el movimiento sindicalista. Desde entonces, el policía secreto llegó a hacer de “Choe Myonjang” un comunista, enseñándole lo que éste no sabía.

    Durante el interrogatorio el agente le decía: “¿Por qué te hiciste adicto al comunismo? Dí el motivo. Sé que dirás que no lo sabes. Los comunistas afirman unánimemente que liquidarán la explotación y la opresión en este mundo y levantarán un Poder de los obreros y campesinos. ¿Tú no te hiciste comunista con este fin? Dímelo.” Entonces, él contestaba: “Sí, así es”. Al estar bajo tal interrogatorio durante tres meses llegó a adquirir conocimientos básicos de esta doctrina. Estuvo un año en prisión y cuando salió ya era un “comunista” hecho y derecho. La policía japonesa no cesó de vigilarlo ocultamente. El “comunista Choe Myonjang”, una creación del agente secreto de la estación de policía de Kowon, se dirigió a través de las montañas hacia el norte en busca de contactos con el verdadero movimiento comunista y en el camino, se encontró con sus semejantes y se quedó con ellos.

    Me explicó que todos los jóvenes que se reunían allí estaban dispuestos a luchar contra los imperialistas japoneses y que deseaba participar en el movimiento comunista.

    Al oírle hablar así Kim Phyong fue quien más se rió. Afirmó que al escuchar ese cuento también Marx y Engels habrían reído a carcajadas y agregó: “Marx dijo que la burguesía producía no sólo mercancías que le aportaban ganancias sino también al proletariado que la enterraría, pero la realidad es que también los policías del imperialismo japonés formaron a un comunista que se entregaría a sepultarlos.”

    Entonces me dirigí a mis compañeros:

    —Vean esta realidad. ¿Podríamos conocerla sin entrar en la patria? En el país, los jóvenes dispuestos a luchar contra el imperialismo nipón están vagando por las montañas para encontrarnos.

    Les distribuimos el texto del Llamamiento de Septiembre e hicimos que establecieran contactos con la pequeña unidad que permanecía en la base secreta del paso Pujon.

    Mientras seguíamos avanzando a lo largo de la cordillera Pujon visitamos algunos campamentos secretos y estudié la topografía. La zona resultó ideal para una base cuando se efectuara la guerra de resistencia de todo el pueblo.

    Esta cordillera lindaba con la del Paektu.

    Cuando llegamos al campamento secreto del valle Tong-o, cubierto de frondosos pinos, nos esperaban unos 30 trabajadores políticos, jefes de organizaciones revolucionarias y militantes de avanzada de asociaciones obreras y campesinas, procedentes de la costa oriental, vecina a la cordillera Pujon.

    Guiado por Kim Hyok Chol llegó también Wi In Chan, quien fue el primero en formar organizaciones clandestinas en la zona de Hungnam bajo la dirección de Kim Jae Su y Kim Jong Suk. De su cuerpo emanaba olor a pescado. A mi pregunta al respecto explicó que para engañar a los enemigos se había disfrazado de vendedor de pescado y tuvo que cargar a las espaldas un saco de caballas. Los dos eran amigos desde la infancia, la que pasaron juntos en Taoquanli. De adolescentes admiraron tanto a la Unión Soviética como país socialista, que hasta emprendieron, junto con Kim Kong Su, un aventurero viaje para ir a Primorie, sin que lo supieran sus padres.

    Los padres y demás parientes de estos tres hombres tenían una inclinación ideológica muy buena.

    Fue en el verano de 1937 cuando Wi In Chan recibió una tarea de la organización de la ARP de Taoquanli, y para cumplirla, penetró en la zona de Hungnam. Poco después, le siguieron como refuerzo Kim Kong Su y otros trabajadores políticos más. Al mismo tiempo, Ho Sok Son fue enviado a Wonsan; Ri Hyo Jun, a la mina de carbón de Sinhung; Kang Pyong Son, a Changsong; y en Chongjin, Pak U Hyon estableció contacto con la ARP y comenzó a actuar.

    Dijeron que la zonal de Hungnam de la ARP se había establecido en agosto de ese año, y logró asimilar a numerosos obreros y funcionar de modo vigoroso. Wi In Chan que la encabezaba, hizo que su madre abriera un merendero para obreros, y utilizándolo como punto de enlace, informó a menudo a Kim Jong Suk y Kim Jae Su de sus actividades. Fue muy instructivo lo que experimentaron ellos al crear la primera organización en Hungnam.

    Había un adolescente, de 14 años, entre los constructores de la Fábrica de Pongung, donde se estabilizaron primero los trabajadores políticos procedentes de Taoquanli. Su tarea consistía en llevar clavos calientes y tirárselos al remachador que trabajaba en un lugar alto. Un día en un instante aquel niño se convirtió en cadáver. El clavo que tiró hacia arriba, desafortunadamente chocó con un trozo de hierro que se venía abajo y cayó directamente sobre el bidón de carburo de calcio. Esto hizo que explotara y el niño sufrió quemaduras en todo el cuerpo. Cuando se le acercaron los obreros, ya estaba muerto.

    El capataz japonés se apresuró a llevarlo al hospital. Si lograba inventar que la muerte se produjo mientras lo atendía el médico, aunque fuera sólo un momento, podía aplacar el descontento de los obreros por falta de instalaciones de protección laboral y, además, no pagar indemnizaciones a los padres del difunto. Al ser denunciada por los activistas políticos clandestinos la intención del capataz, los obreros indignados se alborotaron. Los capataces, atemorizados, no se atrevieron a llevar el cadáver.

    Después del entierro los obreros presionaron a la fábrica para que entregara a los padres del niño la indemnización.

    Este incidente hizo que los trabajadores políticos de Hungnam se ganaran la confianza de los obreros y pudieran constituir la primera organización entre ellos. Esta actuó con el nombre legal de “asociación de cooperación”. Sin embargo, un día sucedió algo inusitado. Un hombre de mediana edad apareció inesperadamente en la “asociación de cooperación” y se presentó elevando exprofeso su posición social: “Soy de la PROFINTERN”. Eran las siglas de la Internacional Sindical Roja. A mi parecer, alguna vez él estuvo relacionado con el Sindicato Rojo panPacífico. Después de su presentación dijo: “Les advierto, tienen que permanecer tranquilos, no busquen fricciones con los japoneses porque estos días se han tornado feroces a causa de la guerra con China. No se inmiscuyan en asuntos que no les incumben como el de la indemnización. Por culpa de ustedes yo que soy una persona bajo vigilancia, me veo en una situación molesta.” Después de dar estos consejos desapareció apresuradamente.

    Desde entonces, los trabajadores políticos de Hungnam consideraban que los vinculados con los sindicatos habían pasado de la ultra izquierda a la ultra derecha y comenzaban a guardarse de ellos.

    También Kim Sok Yon, enviado con la misión de extender las organizaciones partidistas entre los sindicatos de la zona de Soho, se quejó de que entre los relacionados anteriormente con los sindicatos muchos, al coger miedo a la represión del imperialismo japonés, iban por el camino de la conciliación como el “sindicato blanco” de Japón o los sindicalistas europeos.

    Jang Hae U afirmó que en su época inicial el sindicato rojo de la zona de Hungnam desarrolló muy bien la lucha antijaponesa. Por ejemplo, a principios de 1930, actuó de modo intenso, teniendo cerca de la fábrica hasta un sótano para guardar documentos secretos. Sus miembros imprimieron allí proclamas, y en la noche pegaban por las calles consignas antijaponesas. ¿A dónde fueron a parar todos esos valientes del sindicato rojo de aquel tiempo?

    Dije a los compañeros de Hungnam que habían hecho muy mal al dejar abandonado a aquel vinculado al Sindicato Rojo panPacífico y que si educaban por vía revolucionaria a tales hombres, no podrían ir por el camino sindicalista. A continuación, les indiqué la dirección de la lucha.

    Subrayé, a grandes rasgos, los siguientes términos:

    “… Ante todo, debemos constituir más organizaciones locales de la ARP en ciudades, aldeas, poblados de pescadores y minas, del área costera Este y buscar a todos los relacionados con los sindicatos obreros y asociaciones de campesinos para tener dentro de algunos años fuerzas de resistencia de decenas de miles de personas en las regiones de Sinhung, Hungnam, Hamhung y Wonsan. Es necesario establecer bases secretas de la guerrilla en la cordillera Pujonryong y sus proximidades, y de inmediato, contar permanentemente con algunas unidades armadas con cientos de efectivos cada una. Hay que crear brigadas de choque entre los obreros y guerrillas de producción entre los campesinos, y todas deberán quedar como organizaciones secretas. Debemos hacer que el Llamamiento de Septiembre penetre de modo profundo en las masas, sin hacer ruido, tal como el agua subterránea.

    “En la etapa inicial de la Revolución Antijaponesa teníamos más hombres que fusiles, pero ahora ocurre lo contrario. Nos compete armar, con los fusiles sobrantes, a los jóvenes del interior del país, para que en el momento decisivo pasemos a la lucha de resistencia de todo el pueblo. …”

    Al día siguiente, después de concluir la charla, me dirigí hacia la Mina de carbón de Sinhung donde era menos la vigilancia de los policías. Me guiaron Ri Hyo Jun, que asistió a la reunión como representante de esa mina.

    Los centenares de infortunadas familias de los mineros vivían hacinados en sofocantes barracas medio destruidas. Cada año morían decenas de seres por enfermedades y accidentes de trabajo. Reuní a los miembros de la organización que acudieron allí y a los principales integrantes del sindicato en un sitio secreto en un monte Sambat para explicarles el contenido del Llamamiento de Septiembre y darles tareas inmediatas.

    Un miembro de la organización de la mina me dijo que su primo mayor, que antes era cuadro del sindicato rojo, había cambiado de nombre y vivía escondido. Supe que fue a Sinhung huyendo de la ola de detenciones contra los miembros del sindicato. A causa de que el sindicato había dirigido mal una huelga, muchas personas fueron arrastradas a la cárcel, y algunas, convirtiéndose en perros del imperialismo japonés, descubrieron los secretos de la organización. Agregó que cuando la policía detuvo a los dirigentes, su primo apenas pudo escabullirse y refugiarse en la mina, pero, por vergüenza ante sus camaradas del sindicato, no se atrevía a asomarse.

    Antes de partir del lugar me entrevisté con aquel hombre. Ante nuestra propuesta de hacer juntos la revolución, expresó su disposición de salir de su escondite para rehabilitar el sindicato gravemente dañado y convertir en realidad, a toda costa, lo que planteaba el Llamamiento de Septiembre. Tenía la lista completa de los miembros del sindicato. Conocía a casi todos los de la zona de Hungnam.

    Después de ponerlo en contacto con miembros de la organización de esta región, nos dirigimos hacia Phungsan con el corazón aliviado. Pasamos una noche en el campamento secreto de Pulgaemijae, y fuimos directamente a la obra de construcción de la represa de Hwangsuwon.

    La horrible situación de los jornaleros quienes, azotados por las lluvias y el viento, en el inclemente clima del norte del paso Machon, construían el dique, no se diferenciaba en nada de la de los mineros de Sinhung, que padecían a causa de agobiantes faenas y enfermedades.

    En Phungsan, nos sirvió de guía nuestro trabajador político “Kimpai”, de procedencia chondoista, vestido de lujo y con un bastón en la mano.

    Del lugar de la construcción de la represa de Hwangsuwon, y pasando por la cabecera distrital de Phungsan, nos dirigimos hacia una aldea de cultivadores de tierras artigadas y allí, en la apartada casa de un cazador, nos entrevistamos con Pak In Jin. Hasta hoy no he podido olvidar aquella noche en que, comiendo papas recién cosechadas, asadas al fuego del brasero, nos preocupamos juntos por el destino del país.

    En ese encuentro, Pak In Jin calificó a Choe Rin como el mayor traidor a la patria.

    A quienes más odiaba era a los autodenominados “tres patriotas”: Choe Rin, Choe Nam Son y Ri Kwang Su. Decía que la causa consistía en que despreciaban sin fundamentos a la nación coreana como si fuera inculta.

    —No he visto a nadie que menospreciando su nación vaya por un camino correcto.

    Pak In Jin tenía razón. Para hacer la revolución hace falta fe, y ésta, antes de en un ideal político, debe ser la confianza y el orgullo por su pueblo. De no existir esta confianza y este orgullo, ¿de dónde podría surgir el patriotismo?

    Después de despedirme de Pak In Jin, caminando en la oscuridad de la noche pensé sin cesar en esto. Cité sus palabras también cuando expliqué la idea del Llamamiento de Septiembre a los trabajadores políticos de Phungsan y sus alrededores. Enfaticé que fuera del camino de preparar la resistencia de todo el pueblo con la confianza en nuestro pueblo y nuestra clase obrera, no teníamos otra opción.

    No fue inútil nuestro recorrido por la patria, calladamente, con el gran programa de la restauración nacional y siguiendo largos y tortuosos caminos cuando las montañas y los campos en el país cobraban un fuerte matiz otoñal.

    Después que estuvimos en las zonas de Sinhung y Phungsan, crecieron con rapidez las fuerzas para la resistencia del pueblo en todas partes del país, en particular en Pujon, Hamhung, Hungnam, Wonsan y Tanchon, además de en esos dos lugares.

    Nos llegaron sucesivas noticias de que a continuación de la organización de la brigada obrera de choque en las obras de la represa de Hwangsuwon, se formó la guerrilla de producción de Huchiryong en la fábrica de lino, en las obras del ferrocarril de Tanchon y la sucursal de transporte automotor de Phungsan. En las fábricas se declararon sucesivos paros y hubo fugas colectivas de jornaleros en las obras de construcción.

    En otros numerosos centros fabriles y minas de las regiones de Hamhung y Sinhung surgieron brigadas obreras de choque y se registraron sin cesar sabotajes, obras mal ejecutadas y explosiones accidentales.

    Fue por ese tiempo que en las barandillas del puente Manse de Hamhung y el pabellón Kuchon del monte Tonghung se pegaron carteles referentes al Llamamiento de Septiembre, y que entonces comenzó a rumorarse que Kim Il Sung había estado en la ciudad de Hamhung para pelarse. E, incluso, se difundió que Kim Il Sung había ingresado en el hospital de las fuerzas terrestres japonesas.

    Los jefes de las organizaciones de las zonas de Hamhung y Hungnam, al recibir el Llamamiento de Septiembre, alcanzaron relevantes éxitos también en el trabajo con los sindicatos. Lograron encontrar a más de cien personas que habían pertenecido a los sindicatos y que permanecían ocultas, y las atrajeron a las organizaciones de la ARP. El sindicato de la zona de Hungnam se hizo fuente de las brigadas obreras de choque.

    Si no hubiera ocurrido el “Incidente de Hyesan”17, los miembros de las organizaciones de esta región habrían realizado muchos más trabajos. A consecuencia de este suceso, los compañeros Wi In Chan, Kim Kong Su y Kim Ung Jong fueron detenidos y recluidos en la prisión de Hamhung.

    Además, en las regiones de Wonsan, Munchon y Chonnaeri cobraron energía las actividades de nuestras organizaciones. En el otoño del año en que se dio a conocer el Llamamiento de Septiembre, los integrantes de la organización de la Fábrica de Cemento de Chonnaeri levantaron en una huelga a más de mil obreros, lo que desconcertó a los enemigos.

    El otrora viceprimer ministro Jong Il Ryong, procedente de la Fundición de Metales No Ferrosos de Munchon, solía decir con orgullo que, antes de la liberación, en su empresa había muchos militantes clandestinos. Confesó que, influenciado por ellos, participaba a menudo en los conflictos con los capataces, pero en aquel tiempo no sabía que sus acciones estaban coordinadas por detrás por los miembros de las organizaciones clandestinas.

    El mismo día en que pronuncié en Pyongyang el discurso de retorno, en la Fundición de Metales No Ferrosos de Munchon se sacó la primera colada. Fue un acto patriótico promovido por los miembros de la ARP que venían realizando actividades clandestinas allí.

    Nuestros trabajadores políticos y los integrantes de las organizaciones no dejaron de luchar ni en las prisiones, y difundieron el Llamamiento de Septiembre.

    El Llamamiento de Septiembre ejerció realmente una gran influencia y desempeñó un rol decisivo en ligar el movimiento revolucionario del interior del país con el monte Paektu.

    Choe Jae Ha, quien fuera obrero de la Central Hidroeléctrica de Suphung y luego ministro de Construcción, dijo que a partir de finales de la década de 1930, parecía que casi todos los obreros de las grandes fábricas y las obras de construcción de las zonas al norte de la Corea central se movían por la ascendencia de las organizaciones relacionadas con el monte Paektu. Apuntó que también participó, siguiendo a sus camaradas, en varias huelgas y sabotajes.

    Tal como expresara, en aquella época, las organizaciones de la ARP se arraigaron en todas las zonas industriales de nuestro país y bajo su influencia se libró con energía la lucha de la clase obrera. Fue una expresión de la resistencia al imperialismo japonés que con la provocación de la guerra con China intensificó con frenesí la represión y el saqueo al pueblo coreano.

    Aunque los que se abdicaron ante los imperialistas japoneses, abandonando el propósito de la lucha por la salvación nacional, propagaron a voz en cuello el anticomunismo y el projaponeismo, nuestra clase obrera batalló, sin la menor vacilación, manteniendo la entereza patriótica.

    Al cabo de 5 ó 6 años de darse a conocer el Llamamiento de Septiembre, en los periódicos se insertó una exhortación de Jo Man Sik. Recomendaba a los jóvenes estudiantes coreanos que se enrolaran en el ejército japonés. No se podía saber si lo escribió él mismo o lo inventaron los japoneses, pero, de cualquier modo, el artículo sorprendió a todo el mundo. Probablemente se pensó: “Si hasta Jo Man Sik renuncia, ¿quién quedará incólume de entre los dirigentes del movimiento nacional?”

    Sin embargo, la clase obrera no vaciló, siguió impulsando la preparación para la resistencia de todo el pueblo que proyectamos. En una fábrica secreta de la industria de guerra en la zona de Hungnam donde se investigaba un arma especial, se produjo una tremenda explosión, ruidosamente comentada entre la gente. Según la investigación hecha por los enemigos, la causa del accidente no fue casual sino un sabotaje. Los miembros de nuestras organizaciones revolucionarias penetraron hasta en un lugar como esa guarida donde no podía pasar ni siquiera una hormiga y prepararon aquel sabotaje que constituyó un duro golpe para los enemigos. Nuestra clase obrera materializó de modo activo el Llamamiento de Septiembre.

    Este documento sirvió de poderosa arma para impulsar con mayor éxito la gran obra de la restauración de la patria, pues hizo posible que en vista del cambio de la situación con el inicio de la Guerra China-Japón nuestros comunistas, participantes en la Lucha Armada Antijaponesa, entraran profundamente entre las masas trabajadoras para despertarlas, organizarlas y alzarlas a la lucha.

    

    

    

    

    

    6. A propósito del “Incidente de Hyesan”

    

    

    El año 1937 fue un período próspero para la Revolución Antijaponesa. La lucha de liberación nacional y el movimiento comunista en Corea, empujados a una etapa de cambio histórico por el oleaje provocado por la irrupción del grueso de nuestro Ejército en la zona del monte Paektu, avanzaban por un camino de ascenso con una amplitud y profundidad sin precedentes.

    Todo iba a pedir de boca, conforme a nuestro propósito y voluntad, cuando la revolución coreana tropezó con un desafío feroz. Mientras nosotros, luego de abandonar la región del monte Paektu, desarrollábamos operaciones en los distritos de Fusong y Mengjiang, los enemigos tramaron el llamado “Incidente de Hyesan” y comenzaron a levantar un furioso torbellino de represión contra nuestras fuerzas revolucionarias. Destruyeron a diestro y siniestro las organizaciones clandestinas que establecimos durante más de un año después de que llegamos a esa zona, y detuvieron y condenaron en masa a los revolucionarios leales a nuestra dirección y lineamientos.

    En varias olas de detención fueron encarcelados miles de patriotas. Incontables personas murieron en las prisiones a consecuencia de las torturas.

    El acontecimiento constituyó un duro golpe para la revolución coreana. La creación de organizaciones del partido y de la Asociación para la Restauración de la Patria que marchaba viento en popa gracias a las intensas actividades del Comité de Acción Partidista en el País, sufrió graves pérdidas.

    En el campamento secreto de Dajialazi, en el distrito Mengjiang, recibí el primer informe del caso por parte de Kim Phyong y Kim Jae Su. No podría expresar el profundo dolor que sentí entonces. Era la mayor pérdida que sufríamos después del alboroto de la “Minsaengdan” que causara la muerte de un gran número de personas inocentes.

    El “Incidente de Hyesan” me hizo reflexionar hondamente sobre la fe y voluntad del revolucionario. Podría afirmarse que este suceso constituyó una prueba de la firmeza de la fidelidad a la revolución y de la fe y voluntad. Dicho en otras palabras, fue un severo proceso de diferenciación de los revolucionarios genuinos de los falsos. Los poseedores de inconmovible fe y voluntad conservaron su entereza y vencieron en el enfrentamiento con el enemigo; en cambio, los débiles perdieron la dignidad y tomaron el camino de la traición y la humillación.

    Entre los traidores que en los primeros días del incidente no resistieron las torturas y confesaron los secretos de la organización, hubo también trabajadores clandestinos que actuaban en las obras de construcción de las vías férreas Kilju-Hyesan y Paegam-Musan. Por su conducto tratábamos de constituir organizaciones revolucionarias entre obreros. Sin embargo, al ser arrastrados a la estación policíaca y recibir unas cuantas palizas, se apresuraron a rendirse. Carecían de férrea determinación e inflexible espíritu combativo para guardar los secretos de la organización y proteger los intereses de la revolución aun a costa de su propia vida. Si esos hombres, unos cuantos en número, no hubieran confesado, habrían estado a salvo las organizaciones revolucionarias de la zona de Changbai. Desde las primeras detenciones sufrimos el desastre de perder a numerosos núcleos directivos y militantes, entre otros, Kwon Yong Byok, Ri Je Sun, Pak In Jin, So Ung Jin y Pak Rok Kum.

    La fe y voluntad son cualidades básicas que tiene que poseer el revolucionario. Quien no las tenga, no puede considerarse como tal.

    Al hablar de los rasgos de un genuino ser humano, prestamos merecidamente importancia a qué ideología y convicción tiene y cómo las conserva. Porque cuanto más firme una y otra, tanto más clara resulta su meta de la vida y más abnegado su esfuerzo por alcanzarla.

    Por esta razón, en la formación de los revolucionarios nos esforzamos de modo especial por arraigar en todos la convicción comunista. Si considerando la fe como su importante característica dedicamos una enorme atención y energía a cultivársela es porque el proceso de construcción del socialismo y comunismo, que se lleva a cabo bajo la bandera de la liberación nacional, clasista y humana, constituye el más arduo y prolongado movimiento transformador entre todos los cambios revolucionarios que acometen los seres humanos. Sin tener una fe y voluntad tan duras como el acero, es imposible guiarlo hasta el fin, a la victoria, para realizar y proteger la independencia del hombre de toda forma de restricción y desafío de la naturaleza y la sociedad.

    La voluntad es precisamente el poderoso acompañante y protector de la convicción que la hace mantenerse como tal.

    La voluntad y la fe no son invariables. Pueden hacerse más firmes o debilitarse y deteriorarse, según las circunstancias y las condiciones. Una revolución llega a pagar un precio incalculablemente caro cuando ellas se degeneran en sus ejecutores. Por esta razón, vemos en la forja de la convicción un proceso imprescindible de la formación del hombre comunista.

    La convicción y la voluntad pueden cultivarse sólo mediante la militancia en la organización revolucionaria y las actividades prácticas, y hacerse firmes y seguras pasando por el ininterrumpido proceso de educación y de autosuperación. Las que no se someten a estos procesos son iguales a castillos en el aire. Justamente ese fue el caso de los que no pudieron mantener la fe del revolucionario en la sala de interrogatorios de la estación de policía de Hyesan. No estaban fogueados lo suficiente su cuerpo y espíritu en la vida orgánica y la práctica. Su conciencia ideológica no se había acerado en medio de la tempestad. Ingresaron en la guerrilla en el período próspero de la Revolución Antijaponesa, y conocían sólo combates triunfantes. Cuando la revolución se halla en ascenso, siguiendo su corriente penetran así en las filas elementos advenedizos, inconsecuentes ideológicamente.

    Tan pronto como recibiéramos el informe del “Incidente de Hyesan”, convocamos una reunión extraordinaria del comité del partido en el Ejército Revolucionario Popular de Corea, en la cual examinamos qué hacer para proteger a las organizaciones revolucionarias enfrentadas a una crisis e impulsar con más energía la construcción del partido y de la ARP.

    Después de haber logrado capturar la mayoría de los integrantes del núcleo directivo de la región de Changbai en la primera redada, los enemigos extendieron las pesquisas, llegando sus negras garras a todo Jiandao Oeste y la zona de Kapsan, allende el Amnok. Con mucho ánimo alardeaban por supuestos éxitos como si hubieran estado a punto de cortar la vía respiratoria de la revolución coreana; pero no todas las organizaciones que habíamos establecido con tanta abnegación estaban destruidas. En las regiones de Changbai y Kapsan, no fueron pocos los que, evadiendo la represión enemiga, se refugiaron en otras localidades o encontraron escondrijos en remotas montañas. Aunque, al ser arrestados Kwon Yong Byok, Ri Je Sun, So Ung Jin, Pak In Jin y otros, la dirección del partido y la de la ARP en el distrito de Changbai prácticamente desaparecieron, quedó a salvo y siguió actuando la de la Unión de Liberación Nacional de Corea, aglutinada en torno a Pak Tal, Kim Chol Ok, Ri Ryong Sul y otros.

    Como primer paso, enviamos al país a Jang Jung Ryol y Ma Tong Hui con la misión de buscar a los integrantes de la dirección de esta Unión que estaban refugiados y por su conducto indagar el grado de daños sufridos por las organizaciones y adoptar medidas para restaurar las destruidas. Nuestra aspiración y propósito general consistía en prevenir al mínimo las pérdidas por la represión enemiga y convertir el mal en bien.

    Ma Tong Hui y Jang Jung Ryol que recorrían, uno a uno, los poblados montañosos del distrito Kapsan en busca del paradero de los miembros de la Unión de Liberación Nacional de Corea, fueron arrestados al ser delatados por Kim Thae Son que servía de secretario en la oficina de la dirección zonal de la agricultura en Namhungdong.

    Kim Thae Son era paisano de Ma Tong Hui. Fueron muy buenos amigos durante la adolescencia y la juventud que pasaron en Kapsan. Cuando Kim Thae Son, por falta de recursos, se vio obligado a interrumpir los estudios en un cursillo del otro lado del río, en el distrito de Changbai, Ma Tong Hui fue quien le dio dinero. Viendo a su compañero en tal situación, separó nada menos que 5 wones de los fondos de la escuela privada y le hizo continuar las clases. Aun después, siguió ayudándole celosamente. Le cedió todo el dinero que ganaba ora escardando la tierra ajena, ora vendiendo leña, ora trabajando de escribiente.

    Al terminar el cursillo y ser colocado como secretario en la oficina de la dirección zonal de la agricultura, Kim Thae Son vino a ver a Jang Kil Bu, madre de Ma Tong Hui, y le dijo que gracias a la sincera ayuda de su hijo él había podido hacerse joven intelectual y ganar medios de subsistencia. Y juró que hasta la muerte no olvidaría la amistad que le había demostrado Ma Tong Hui. Al llegar a Kapsan con la misión de entrar en contacto con la dirección de la Unión de Liberación Nacional de Corea, éste eligió la casa de Kim Thae Son, en Namhungdong, como refugio, porque tenía plena confianza en su amistad. Aquel individuo, convertido entretanto en fiel servidor de los enemigos, al escuchar el ruego de Ma Tong Hui y Jang Jung Ryol de que los alojara y alimentara en su casa, les ofreció buena comida y cómodos lechos, empero fue a delatar que en su casa estaban dos subalternos de Kim Il Sung. Era una persona muy vil.

    En manos de los enemigos Ma Tong Hui y Jang Jung Ryol corrieron distintos destinos.

    Creo que con las reminiscencias de los combatientes antijaponeses y obras artístico-literarias se ha difundido ampliamente cómo Ma Tong Hui resistió a las torturas y no habló. Si se pregunta quién fue, hasta los escolares primarios responden que el que se cortó la lengua para no revelar los secretos de la organización. Cualquiera no es capaz de hacerlo. Tal decisión pueden tomarla sólo genuinos hombres que prefieren morir conservando la fidelidad a vivir como renegados. El hombre, una vez decidido a morir, acomete cualquier acción.

    El valor y el sentido de sacrificio de Ma Tong Hui nacieron de su firme convicción.

    Su valor y espíritu de sacrificio fue el reflejo de una voluntad de acero, que no flaqueó ni con torturas ni amenazas. Estaba convencido de que si no confesaba, la organización estaría a salvo y que, aunque él muriera, la revolución triunfaría.

    La práctica revolucionaria le forjó una fe inflexible. Cuando residió en Paegam creó una asociación antijaponesa, y en una escuela instruyó en el patriotismo a los hijos de cultivadores de tierras artigadas. Al ingresar en el Ejército Revolucionario Popular participó, junto con los veteranos, en la ardua expedición a Fusong y como conferencista de la compañía de escolta realizó trabajo de ilustración para elevar el nivel de preparación político-cultural de los guerrilleros. En este decursar llegó a asimilar como una verdad, como inconmovible fe, que la situación del que no tiene patria es peor que la de un perro en una casa en duelo, que la vía de la salvación de la nación estaba en la lucha, que sólo la revolución le podía abrir el camino de la supervivencia y que si dejaba de hacerla, estaría condenado a vivir, generación tras generación, en servidumbre, peor destino que el de las bestias.

    Desde la infancia, Ma Tong Hui tenía cualidades que le permitirían poseer tal convicción. No toleraba en absoluto actos injustos, descarados o deshonrados. Cuando apreció que el maestro encargado de su clase era una persona vil, se separó resueltamente de él.

    En la escuela primaria, su maestro, de apellido Jo, resultó ser como un especulador, sin pizca de conciencia de pedagogo. Ponía notas injustamente, según las amistades, desatendiendo el nivel intelectual de sus discípulos. Regalaba calificaciones a los hijos de familias que lo sobornaban, de gentes ricas o influyentes, independientemente de sus capacidades intelectuales.

    Para destacar a sus predilectos no vacilaba en incurrir en actos inmorales como disminuir las notas de los mejores alumnos. Así procedió también cuando Ma Tong Hui estudiaba en la última clase. Le rebajó a “normal” la nota en Historia, aunque había obtenido sobresaliente en todas las asignaturas, para que el hijo de un hombre influyente que le había sobornado a manos llenas fuera designado mejor alumno. Indignado ante esta injusticia se fue a ver a Jo sin titubeos y le exigió que le mostrara su hoja de examen. El maestro, en vez de satisfacer su exigencia, lo recriminó por insolente y le dio una bofetada. La conducta de Jo exacerbó la furia de Ma Tong Hui, quien después de expresar su renuncia a la escuela despedazó ante la vista del maestro su carné de notas y se fue a casa.

    Ma Ho Ryong, el padre, no quería que su único hijo abandonara los estudios tan temprano y se ocupara de necesidades vitales. Había comprado en la feria una gorra escolar primaria, y mostrándosela a su hijo, trató de convencerlo: “Acabo de conseguirla porque me daba pena verte ir a la escuela sin ella. Es una tontería que quieras dejar de estudiar y dedicarte a la agricultura. Por lo general, el maestro se pone al lado de los hijos de los ricachones o trata de agradar a los hombres influyentes. ¿Qué logras con reñir por tal cosa? Ve y discúlpate.” Pero, Ma Tong Hui se negó terminantemente a reconciliarse. E, incluso, impidió resueltamente que su padre fuera a verlo.

    Desde entonces, siguieron caminos contrapuestos. El discípulo, desafiando a la sociedad, se incorporó al frente patriótico; su maestro, abandonando la cátedra, se convirtió en vendepatria. Fue policía y después, promovido como agente secreto, se empeñó en la persecución de los patriotas. El primer objetivo de su aguda vigilancia fue Ma Tong Hui; observaba persistentemente todos sus movimientos. Estaba decidido a llevarlo a la cárcel de todas maneras, aunque tuviera que inventar un pretexto si no obtenía pruebas.

    Se dio a perseguirlo ocultamente desde que viajó con frecuencia a Changbai y recibió la influencia del Ejército Revolucionario Popular. Un día, Ma Tong Hui se encontró allí con el representante de la guerrilla Kim Ju Hyon, quien le comunicó que había sido aprobada su solicitud de ingreso. Pero, en el camino de regreso tropezó con el agente Jo, apostado en un extremo del puente del río Amnok. El policía lo miró hostilmente. De inmediato, Ma Tong Hui se percató de que el ambiente era anormal, no obstante, se dirigió a su casa con una actitud imperturbable e hizo los preparativos del viaje al Paektu.

    Su madre le ofreció una comida de despedida, que no pudo probar, porque tuvo que salir apresuradamente. Jo y algunos policías aparecieron en el patio de la casa para arrestarlo. Escapó por la puerta del fondo y logró cruzar el Amnok sin novedades. El decadente fenómeno de que el maestro tratara de arrestar a su discípulo fue una tragedia acarreada por la conducta amoral que imponían los gobernantes imperialistas japoneses. Después de la liberación del país, la señora Jang Kil Bu, madre de Ma Tong Hui, cada vez que se encontraba conmigo, recordaba este episodio como si fuera un cuento.

    Terminado el combate en Kouyushuishan, en un lugar próximo Ma Tong Hui vio al policía Jo que afortunadamente se había salvado de aquella operación de “castigo” contra nuestra unidad. No bien se encontraron, éste disparó sin más ni más. Ma Tong Hui ajustició al reaccionario projaponés, un individuo totalmente descarado, que no tenía en consideración ni a la patria, ni a la nación ni tampoco a sus exdiscípulos.

    Este suceso muestra qué clase de hombre era Ma Tong Hui y en qué se fundamentaba su convicción.

    Estuvo conmigo sólo un año y medio, más o menos. Fue un fiel guerrillero, amado por todo el mundo; sin embargo, cuando actuaba en la guerrilla casi no dejó hechos o anécdotas que pudieran recordar los compañeros.

    Pese a todo, no puedo olvidar un solo episodio relacionado con él. Este ocurrió cuando, al concluir la expedición a Fusong, organizamos un curso militar-político en el campamento secreto de Donggang y para lo cual conseguíamos provisiones. También la compañía No.3 del séptimo regimiento a la que pertenecía él se movilizaba todos los días para esta misión. Una noche, su jefe ordenó que Ma Tong Hui, que padecía de sabañones en los pies, y otros guerrilleros novatos, igualmente afectados por estos, quedaran en el campamento con la tarea de preparar el maíz con el molino de piedra para el desayuno.

    Ma Tong Hui se puso a moler, tal como había ordenado el jefe de la compañía. Sentía un cansancio irresistible, pues, además de haber marchado todo el día por caminos nevados, tenía somnolencia después de la comida. Para alejar el sueño tuvo que lavarse la cara con nieve. Pero, los otros guerrilleros manifestaron que preferían acostarse por el cansancio y quedar sin desayuno. Pese a que su compañero manipulaba solo el molino de piedra, permanecieron acostados. Sólo cuando éste terminó, hablaron entre sí preocupados de cómo podrían recompensarle. Entre los recién alistados surgían de vez en cuando personas como ellos completamente ignorantes de sus deberes. Ma Tong Hui, indignado por actitud tan ridícula, les recriminó duramente.

    Cuando llegué al campamento, me habló primero de este caso. Se lamentó de que no podríamos hacer la revolución con personas que no sabían de nada e, incluso, carecían del sentido de camaradería. Viéndolo muy desanimado, traté de consolarle: que se portaron así por falta del temple organizativo y que con una educación adecuada podrían hacerse excelentes guerrilleros. Y efectivamente, con posterioridad, llegaron a ser verdaderos combatientes, laboriosos y valientes.

    Poco tiempo después de que entrara en la guerrilla, Ma Tong Hui progresó como excelente combatiente. Cumplió con alto sentido de responsabilidad la misión de exploración en la villa de Pochonbo. Valorando altamente su abnegación en la ejecución de la misión decidimos que tuviera el honor de ser representante de los soldados del ERPC y recibir la bandera de felicitación que la delegación del pueblo nos entregara durante el acto conjunto de los guerrilleros y los habitantes para celebrar la victoria en la batalla de Pochonbo.

    Como se comprobara después, indudablemente Ma Tong Hui fue un sobresaliente revolucionario apto para representar con todo derecho a los soldados del ERPC. En una palabra, se podía calificar modelo de comunista.

    Conocía mejor que nadie la posición de la Comandancia, pero no reveló esos datos, por lo cual pudimos estar a salvo.

    Un día después de su muerte, su padre fue a Hyesan con un ataúd y se llevó el cuerpo del hijo. Cuando la carreta pasaba por delante de la estación de policía tropezó con su jefe Choe, quien se le dirigió:

    —Eh, viejo, ¿cómo te sientes llevando el cadáver de tu hijo?

    Ma Ho Ryong, que desde antes veía con malos ojos a este verdugo de la nación, le replicó de modo resuelto, enjugándose las lágrimas que corrían por sus mejillas:

    —Mi hijo Tong Hui murió mientras luchaba por la independencia de Corea. Por la misma causa cayeron también mi hija y nuera. Los mataron no porque robaron algo de los japoneses. Como su padre me siento orgulloso.

    Por esas palabras fue encarcelado posteriormente en la prisión de Hamhung, donde murió; pero hasta el último momento se enfrentó a los verdugos sin doblegar su entereza como padre del combatiente revolucionario y patriota.

    Jang Jung Ryol, en contraste, al recibir unas cuantas palizas se apresuró a confesar todo lo que sabía: campamentos secretos y organizaciones clandestinas. Cuando Ma Tong Hui se cortó la lengua para mantener su constancia de revolucionario, ¿por qué Jang Jung Ryol abrazó el abominable camino de la traición, botando el juramento hecho ante la revolución como si fuera un par de zapatos gastados?

    En cuanto a nivel de conocimientos, preparación teórica o capacidad laboral, no quedaba en lo mínimo por debajo de Ma Tong Hui. Al contrario, teniendo en cuenta su antigüedad guerrillera, podría decirse que era su predecesor. Inteligente y sociable, desde los primeros días se ganó entre los guerrilleros la reputación de “digno de ser cuadro”. También nosotros en la Comandancia lo considerábamos así. Después de ingresado se promovió a saltos, llegando a ocupar de golpe el cargo de jefe de la sección juvenil de la división, sin el proceso escalonado que generalmente pasaban otros. El haber ocupado esa responsabilidad significaba que se depositaba en él tanta confianza como en Kwon Yong Byok o Kim Phyong.

    Para saber de cuán alta confianza gozaba sería suficiente mencionar el hecho de que al crearse el comité del partido en el distrito Changbai fue elegido miembro. En una palabra, le dimos todo lo que podíamos.

    Junto con nosotros pasó hambre, sufrió sabañones en los pies y las manos y trabajó sin poder dormir noches enteras. Casi nunca se mostró triste o desanimado ante las dificultades con que tropezábamos. Las soportaba calladamente a nuestro lado. No obstante, una vez encarcelado levantó bandera blanca. Venció todas las dificultades que pudiera enfrentar el ser humano, pero no pudo resistir a las torturas y así arrojó, tal cual una hoja de papel inservible, la dignidad y entereza del revolucionario.

    Al conocer de la traición de Jang Jung Ryol comprendí profundamente la verdad de que la concepción de la vida puede cambiar dentro y fuera de las rejas. Si Jang Jung Ryol tuvo una visión comunista del mundo cuando estaba libre, en la prisión la cambió por una igual a la de Judas. Se degradó como un traficante, vendió los intereses de la revolución por su vida física.

    Entregó servilmente muchos secretos. Descubrió a todas las organizaciones en que estaba mezclado, delató a los miembros medulares de dirección de las organizaciones revolucionarias con quienes mantenía relación en Shanggangqu y Zhonggangqu del distrito Changbai e indicó la posición de la Comandancia y de todos los campamentos secretos que conocía. Además, condujo a los policías hasta la base secreta de Shijiudaogou, para que detuvieran a Ji Thae Hwan y Jo Kae Gu.

    Este último también traicionó como Jang Jung Ryol. Guió a los policías al campamento secreto de Ganbahezi, donde se encontraba nuestro grupo de sastrería. En esa ocasión cayó todo su personal. Entre las guerrilleras que murieron allí estaba Kim Yong Gum, esposa de Ma Tong Hui.

    ¿Cómo fue que Jang Jung Ryol rodó tan bajo como un individuo miserable y abominable? ¿Era superficial la convicción comunista que parecía tener hasta entonces?

    El hablaba a menudo de la convicción. Pero la suya no valía nada, sin fundamentos sólidos. Tal vez el espantoso ambiente de la prisión y las feroces miradas de los policías le infundieron miedo al poderoso imperio japonés y pensó con escepticismo que resultaba imposible, una ilusión, vencerlo con la revolución.

    ¿Qué significa una convicción asentada en sólidos fundamentos? Es la confianza absoluta en el ideal que uno estima, y que está sostenida por la disposición a morir hambriento, congelado o golpeado, por él. Dicho en otras palabras, significa la confianza en la justedad de su causa y en el poderío de su clase y de su pueblo, y la decisión de llevar hasta el fin la revolución, venciendo todas las dificultades con sus propias fuerzas. Pero Jang Jung Ryol no estaba dispuesto a enfrentarse a la muerte a golpes. Debía tener la decisión de proteger los intereses de la revolución, aunque muriera a golpes, mas pensó en salvar su vida sin importarle el destino de la revolución.

    A precio de traicionarla pudo mantener su vida física, pero perdió la más valiosa, la política. Aquí está el motivo de que la gente recuerde a Ma Tong Hui, aunque olvide a Jang Jung Ryol.

    Cada vez que evoco las trayectorias contrapuestas de estos dos hombres, recuerdo habitualmente a Kim Hyok y Jang So Bong. Participaron en la revolución en la misma época y lugar y por la misma vía, pero sus puntos terminales eran tan distantes como entre el Artico y el Antártico. Opino que también la raíz de esta diferencia hay que buscarla en la diferencia de cualidad de las convicciones y las voluntades que estas dos personas poseían.

    Si Kim Hyok era leal a su vida dentro de la organización y a la práctica revolucionaria, Jang So Bong, buen teórico y perspicaz, lento en los hechos y muy vanidoso. Kim Hyok, que llevó muchos desengaños en la vida, no tenía miedo a las penalidades. En cambio, Jang So Bong no se ahondaba en tareas que lo agobiaran en lo físico. Uno era desbordante de pasión y no temía ni al fuego ni al agua, y el otro, sereno y calculador, que aun en día de lluvia torrencial se habría empeñado en enrollar las perneras del pantalón para no mojarlas, y saltar de una piedra a otra en medio de los charcos fangosos para no manchar de tierra las botas.

    Hasta en el período en que yo andaba por lugares como Kalun y Guyushu, mis amigos no pensaron que Kim Hyok podría desempeñar un importante papel para la revolución, si bien reconocían que era un talento. Al parecer tenían el prejuicio de que un erudito que escribía versos y componía canciones no podía hacer exitosamente la revolución.

    Como en aquel tiempo se tenía como músico ambulante a cualquiera que se paseara unas cuantas veces por la calle con una guitarra al hombro, no resultaba muy extraño que quienes no conocieran bien a Kim Hyok lo vieran con esos ojos.

    En contraste, todos depositaban una esperanza bastante grande en Jang So Bong. Si bien se hizo traidor posteriormente, era una figura. Escribía mucho y publicaba bajo un seudónimo. Fue quien escribió más para la revista Bolchevique. Tan buen teórico y orador, de la altura de Cha Kwang Su, que hasta Kim Chan, cabecilla del grupo Hwayo, se veía en apuros siempre en las polémicas con él. Cuando la Conferencia de Kalun, nos alojamos en su casa.

    Mis compañeros y yo no imaginamos ni en sueños que algunos años después ese mismo Jang So Bong se hiciera perro fiel del imperialismo japonés al firmar en la cárcel su acta de abjuración y se nos opusiera al dedicarse a operaciones de “sumisión”.

    Así pues, la edad de la vida política, que podría decirse que es otra que el hombre posee además de la física, se define por su convicción y su firmeza. Cuanto más férrea convicción y voluntad posea uno, tanto más durará su vida política. La de los hombres que renuncian tempranamente a sus convicciones puede apagarse pronto.

    Rim Su San, quien fuera jefe del estado mayor de nuestra unidad principal y después se rindiera ante los enemigos, cometió actos de traición más graves que Ri Jong Rak o Jang So Bong. Convertido en jefe de un “cuerpo de castigo” actuó con frenesí contra sus antiguos camaradas de trinchera. Cuando resultó inservible como lacayo, los enemigos lo botaron. Desde entonces se hizo vendedor de aguardiente, con una carreta. La caída desde la posición de jefe del estado mayor de la división a la de vendedor de aguardiente, fue el triste final de su destino al renunciar a su convicción.

    Inmediatamente después de la liberación, desde Antu se dirigió con la carreta cargada de toneles de bebida hacia Hyesan, pasando por Samjiyon, y en el camino tropezó con un pequeño grupo de guerrilleros bajo el mando de Ryu Kyong Su. Por orden mía iban a acabar con los soldados japoneses sobrevivientes que aparecían en torno al monte Paektu.

    Al ver a sus ex subalternos Rim Su San, mostrándose turbado, les dijo: “Veo que también ustedes bajaron de la montaña. ¿El General Kim Il Sung ha quedado allá? ¿Por qué no vinieron junto con él?” Ryu Kyong Su, Ri Tu Ik y otros combatientes antijaponeses, para aquella misión vestían uniformes japoneses. Por eso, Rim Su San creía que también se habían pasado al lado de los enemigos como había hecho él. Estaba tan ignorante de la situación que no sabía que Japón estaba vencido. Si el hombre pierde la convicción y no mantiene la entereza, llega a esta miserable situación.

    La mayoría absoluta de aquellas personas que junto con nosotros recorrieron con las armas en las manos el tortuoso camino de la Revolución Antijaponesa, fueron, sin duda, indoblegables combatientes, de arraigada convicción y férrea voluntad. No abandonaron la constancia del revolucionario ni mancharon la fe en la liberación de la patria aun cuando se vieron en las situaciones más adversas. Nuestros camaradas de armas, en sus últimos momentos antes de reducirse a un puñado de polvo en inhóspitos desiertos extraños, rogaron “¡Amen el porvenir!” y exclamaron ardorosamente que “el comunismo es la juventud”. Unicamente quienes poseen una convicción a toda prueba pueden adornar así los momentos finales de la vida. Si no hubieran tenido tal fe, nuestros guerrilleros antijaponeses no habrían podido vencer el inclemente frío de Manchuria ni el hambre.

    Cada vez que se comenta sobre la convicción y voluntad del revolucionario, no dejo de mencionar primero a personas como Ryu Kyong Su. Ejemplo digno de ser seguido tomó como su convicción la ideología del Líder y el Dirigente y la conservó con firmeza en toda su vida.

    Nos encontramos por primera vez en septiembre de 1933, inmediatamente después del asalto a la ciudadela distrital Dongningxiancheng. Cuando regresé a Xiaowangqing e hice que los combatientes descansaran, vino a verme la gente de la guerrilla de Yanji que mandaba Choe Hyon. Entre ellos estaba un joven que lo seguía como su sombra. Era Ryu Kyong Su. Muy mortificado que por culpa del enlace su guerrilla no había podido tomar parte en esa operación, pues llegaron tarde, trató de desahogar su rabia ante Choe Hyon.

    —Camarada jefe de compañía, ¿venimos hasta Xiaowangqing para regresar sin hacer nada, sólo comiendo ociosamente a costa de la gente de aquí? Vamos a atacar cualquier objetivo bajo el mando del Comandante Kim.

    Estas pocas palabras fueron suficientes para comprender de inmediato que Ryu Kyong Su era muy obstinado. Entonces tenía 18 años, y 16 cuando ingresó en la guerrilla.

    —Comandante Kim, este Sam Son es buen guerrero pese a su corta edad. Es un muchacho de carácter.

    Sam Son era el nombre original de Ryu Kyong Su.

    Esa apreciación general de Choe Hyon, si bien parca, me permitió ver que le tenía mucho cariño.

    En la corta vida de este joven guerrillero se reflejaba la triste cara de mi país, cuya ruina, incluso, le quitó el brillo al sol y a la luna. Hechos dignos de destacar en sus antecedentes fueron que de niño comenzó la vida de servidumbre y que a los 10 y tantos años fue arrestado por las autoridades militares chinas por haber participado en la Huelga de Miseria Primaveral y sometido a torturas en la prisión de Longjing. En Jiandao había muchos revolucionarios, pero pocos conocieron la tortura con agua o con pimentón a esa edad. Ryu Kyong Su, a diferencia de individuos como Jang Jung Ryol y Ri Jong Rak, tuvo el valor de resistir. Involuntariamente cogí una mano suya, la cual estaba tan callosa que parecía un pedazo de hierro. Sentí compasión al saber que de adolescente estudió “de espigueo”, o sea, no abiertamente, oyendo y viendo a otros para grabar en la memoria las letras y captar sus significados. Cada vez que regresaba de la feria donde iba a vender leña, se acuclillaba debajo de la ventana de la escuela privada y con una ramita escribía afanosamente sobre el suelo lo que anotaba el maestro sobre la pizarra. Así fue como aprendió el alfabeto coreano y la tabla de multiplicación.

    Poco tiempo después, al enterarse de lo que hacía, toda la escuela le manifestó compasión. El maestro Kwak Chan Yong(Kwak Ji San), movido por el afán de saber de Ryu Kyong Su, le ayudó a matricularse, cubriendo él mismo los gastos. Si era raro que un vendedor de leña se empeñara en ilustrarse de esa manera, no resultaba nada fácil encontrar un maestro que admitiera a ese adolescente completamente desconocido y le cubriera los gastos de estudio.

    Sin embargo, Ryu Kyong Su no pudo graduarse a causa de la situación de su casa. Se vio obligado a abandonar la escuela y a servir de criado a una familia de terratenientes. Esto causó un fuerte impacto a Kwak Chan Yong, quien dejó la escuela y se dedicó a la ilustración revolucionaria de los obreros y los campesinos. Posteriormente, ingresó en la guerrilla antijaponesa y llegó a ser comandante.

    Ryu Kyong Su, aun trabajando de sirviente siguió recibiendo la atención de Kwak Chan Yong, quien le brindó particular cariño, pero injustamente fue acusado de “minsaengdan” y sometido a juicio. Los chovinistas de izquierda lo destituyeron del puesto de jefe de compañía sin ningún motivo. Todos sus movimientos quedaron bajo vigilancia.

    El día del juicio público de su bienhechor, Ryu Kyong Su garantizó a costa de la vida su inocencia, lo cual fue una resolución audaz, que merecía ser aplaudida. El también estaba incluido en la lista de los implicados en la “Minsaengdan”. Dada su condición, simpatizar con otro sospechoso, para no hablar ya de defenderlo, significaba un acto suicida como exponerse por sí solo ante la boca del cañón del fusil y pedir que le tiraran. Sin embargo, poniendo en peligro su propia vida demostró la inocencia de su maestro. A causa de este “delito” fue arrastrado a la prisión de los “minsaengdan”.

    Su valeroso comportamiento fue la máxima expresión del deber del discípulo para con el maestro. En toda su vida se esforzó por cumplirlo, sin olvidar nunca a su maestro.

    Su apego al deber estaba sustentado en la sólida convicción que tenía. Es una ley que tal hombre respete fielmente la moral y el deber. El credo de su vida consistía, precisamente, en que los revolucionarios debían defender la justicia, odiar la injusticia y decir sólo la verdad, y estar dispuestos a entregar hasta su vida para cumplir lealmente con su deber con los camaradas y el resto del pueblo.

    Afirmó categóricamente que la mayoría abrumadora de los señalados como “minsaengdan” por los chovinistas de izquierda y los fraccionalistas serviles a grandes potencias eran completamente inocentes, que constituía un crimen acusar y castigar a la ligera a gente fiel a la revolución. Asimismo dijo que si bien la lucha contra la “Minsaengdan” se llevaba a cabo de modo ultraizquierdista y provocaba confusión en las filas revolucionarias, llegaría el día en que se subsanaría la situación. Con esta firme convicción defendió con resolución a leales revolucionarios y demás habitantes patriotas acusados injustamente de “minsaengdan”.

    La noticia de su valeroso acto en el juicio que logró salvar a su venerado maestro, emocionó a los revolucionarios y otros habitantes de Manchuria del Este. Al recibirla en Dahuangwai yo también recordé con profunda emoción el encuentro que tuve con él en Xiaowangqing.

    En Macun, al despedir a los camaradas de la guerrilla de Yanji le dije a Choe Hyon en broma:

    —Aquel Sam Son es un buen guerrero desde todos los puntos de vista. Cualquiera quisiera tenerlo a su lado. ¿No me lo cedería como un recuerdo de nuestro encuentro?

    Choe Hyon me respondió medio en broma, medio en serio:

    —Ahora, no. Pelea muy bien, pero no ha madurado aún por dentro; se lo cederé a usted, después de foguearlo tres años más. Espere hasta entonces.

    Ryu Kyong Su vino a nuestro lado y desempeñó el cargo de jefe de compañía después de la Conferencia de Xiaohaerbaling. Durante casi 10 años, desde nuestro primer encuentro en Xiaowangqing, sirvió de ametrallador en la unidad de Choe Hyon. Por eso no pude verlo a menudo, ni, por consiguiente, ocuparme afablemente de él. Lo único que hice fue otorgarle el título de “revolucionario adolescente”.

    Ryu Kyong Su lo recibió como un premio y decidió entregar toda su vida en aras de la revolución, tomándonos como apoyo espiritual.

    Nunca puedo olvidar lo que ocurrió cuando nos dirigíamos hacia la región de Qianbaoshan luego de concluir con éxito el avance y ataque a la zona de Musan.

    Los enemigos, al detectar nuestra pista, concentraron las fuerzas de “castigo” en Qianbaoshan y sus alrededores con la intención de ejecutar grandes operaciones de aniquilamiento del Ejército Revolucionario Popular. Con el fin de debilitar al máximo las fuerzas que se lanzaban contra nosotros, la unidad de Choe Hyon asaltó a la ciudadela. El hecho de que los contrarios movilizaran hasta a las mujeres y las obligaran a arrojar granadas de mano, muestra bien cuán encarnizado fue el combate. Resultaron liquidados la mayor parte de los enemigos.

    Pero Choe Hyon no se contentó con esto. Decidió aniquilar un mayor número de efectivos de “punición” con la táctica de atracción. Organizó con poco más de 50 hombres un grupo operativo, y en un bosque, a unos 8 kilómetros de la ciudadela, tendió una emboscada. Ryu Kyong Su estaba incluido en aquel grupo.

    La escuadra de Ryu Kyong Su asaltó sucesivamente los campamentos de las unidades de “punición” para atraerlas. Hubo noches en que atacaba dos veces un mismo objetivo e, incluso, lograba arrebatarles mapas de operación, lo que enfurecía tanto al adversario que no podía dejar de perseguirlos. Durante tres días completos y sin poder beber suficientemente ni agua, Ryu Kyong Su cumplió las tareas combativas más peligrosas e importantes. Aun después de la liberación del país Choe Hyon solía recordar vivamente los méritos del joven en aquellas operaciones.

    Cruzando siete montes la unidad de Choe Hyon golpeó sin tregua al enemigo que sólo en un terreno anegadizo perdió varios cientos de efectivos.

    Gracias a las acciones de la unidad de Choe Hyon nuestra agrupación principal pudo avanzar a la región de Qianbaoshan, sin percances, enfrentando una débil resistencia por parte de los adversarios. Allí nos encontramos no con la tropa de Choe Hyon como estaba previsto sino con la de Choe Chun Guk. Mientras tanto, a varias decenas de ríes de Qianbaoshan, la gente de Choe Hyon estaba preparándose para una nueva operación de atracción.

    Posteriormente, Choe Hyon me contó que todos los guerrilleros de la cuarta división quedaron muy apenados por haber perdido la oportunidad de verse con nosotros.

    El sentido del deber que Ryu Kyong Su tenía para con nosotros era incalculablemente profundo, noble y verdadero. Lo pude experimentar más vehementemente en el período de las actividades con pequeñas unidades.

    Los sentimientos humanos del revolucionario Ryu Kyong Su se manifestaron de modo intenso en su disposición de ejecutar incondicionalmente las órdenes e instrucciones de su Comandante. Para llevarlas a la práctica no expresaba su juramento con lindas palabras, pero tenía, en cambio, el bello carácter de cumplir al pie de la letra lo jurado o prometido.

    “Fuera del camarada Comandante no tenemos a nadie en quien confiar. Debemos cuidarlo y apoyarlo bien porque así podremos liberar el país y forjar nuestro propio destino. Si hacemos lo que él plantea, saldremos vencedores.”

    Esta era la convicción que siempre poseyó.

    Por eso pudo ejecutar de modo inmejorable mis órdenes o instrucciones aun en circunstancias extremadamente adversas.

    Una vez, a comienzos de la primavera de 1941, partí, con la compañía de Ryu Kyong Su, de la base de maniobras, ubicada en el Lejano Oriente de la Unión Soviética, y fui a la zona del monte Paektu para dar orientación a las pequeñas unidades que operaban en Manchuria y en el interior del país. En esa ocasión, Ryu Kyong Su y su gente me prestaron mucha ayuda en el trabajo.

    Después de haber asentado en Hanconggou la sede de la Comandancia enviamos pequeños grupos a diferentes regiones. A mi orden, Ryu Kyong Su cumplió varias misiones de enlace. Cada vez que salía en una de ellas, dejaba a mis escoltas las provisiones que le correspondían a su grupo y les rogaba que me las sirvieran. Y a menudo organizaba operaciones para distraer la atención del enemigo, de modo que no nos ocurriera nada a nosotros.

    Una vez, cuando la Comandancia se encontraba en Hanconggou, le di la tarea de ir a ver a Wei Zhengmin en el punto de enlace de Laojinchang, en el distrito de Huadian.

    Era una misión difícil, pues tenía que atravesar decenas de puestos de guardia del enemigo y zonas bloqueadas. Por eso, se le dieron casi diez hombres, pero fue sólo con dos porque pensaba en la protección de la Comandancia. Aunque le asigné un saco de arroz como provisión de tres personas, lo dejó disimuladamente a Jon Mun Sop, llevándose sólo 5 ó 6 toes.

    Cuando volvió después de cumplir la misión, todo Hanconggou estaba convertido en un mar de hogueras encendidas por el “cuerpo de punición”. También en el lugar donde estaba tendida la tienda de la Comandancia ardían varias. Quedaba poco tiempo para el regreso ordenado por mí. Los dos jóvenes guerrilleros lloraron preocupados por mi destino. Efectivamente, al ver Hanconggou inundado por un mar de fuego nadie habría podido pensar que la Comandancia estaría a salvo.

    Sin embargo, Ryu Kyong Su no vaciló ni en lo mínimo y con paciencia trató de animar a los dos acompañantes: “Nos quedan sólo 30 minutos. Si dentro de estos 30 minutos no llegamos hasta aquella hoguera en el lugar donde estaba la Comandancia, quedará incumplida la orden del camarada Comandante. A despecho del peligro nos estará esperando hasta el último momento.” Después de dejarlos en la cima de un monte avanzó arrastrándose sin titubeos hacia el lugar donde se hallaba la tienda de la Comandancia. Cuando se aproximó más vio al guerrillero que habíamos dejado para esperarlos. Coincidieron por completo mi seguridad de que al regresar de la misión Ryu Kyong Su vendría sin falta al punto donde estaba la Comandancia y el juicio de éste de que pese a cualquier cambio de la circunstancia el Comandante esperaría el retorno del grupo en el punto de partida.

    La consecuente actitud y espíritu de Ryu Kyong Su de observar, sin la menor omisión, la fecha, la hora y el lugar indicados por mí se originaron de su inconmovible convicción de que su Comandante nunca, bajo ninguna circunstancia adversa, abandonaría a sus combatientes, y de su sincero sentimiento de deber de que para corresponder a esa confianza y amor debería estar dispuesto a enfrentar cualquier sacrificio o sufrimiento.

    Después de la liberación del país, con esta misma convicción y sentimiento, hizo valiosos aportes a la organización de la guarnición ferroviaria, la unidad de tanques y, durante la guerra, al cumplimiento de las orientaciones operacionales que trazaba la Comandancia Suprema en cada etapa.

    Por eso, hasta ahora, cada vez que me encuentro con los cuadros directivos del Ministerio de las Fuerzas Armadas Populares, sigo subrayándoles la necesidad de formar a los militares como combatientes de sólida voluntad y fieles, que sepan mantener con firmeza la convicción y la voluntad, sin rendirse ante ningún cambio de la circunstancia o situaciones contrarias.

    La historia muestra que cuando la revolución triunfa y avanza y el ambiente le es favorable, dentro de sus filas no surgen elementos vacilantes y traidores, pero si se le torna compleja la situación interna y externa y tropieza con duras dificultades, en su seno aparecen confusiones ideológicas, vacilaciones y elementos capituladores y desviados, lo que causa graves daños.

    Grandes acontecimientos internacionales como, por ejemplo, la ocupación de Manchuria por Japón o su agresión a China continental, provocaron seria reacción política, por un lado, y confusión ideológica, por otro, en las filas de la lucha de liberación nacional y el movimiento comunista en nuestro país.

    Si después del Incidente del 18 de Septiembre los firmes comunistas consideraron haber llegado el momento histórico para desplegar en toda su magnitud la lucha armada antijaponesa, e imprimieron un nuevo auge a la revolución coreana, una parte de los adeptos del movimiento nacional y los del movimiento comunista de débil disposición revolucionaria, creyendo que con la ocupación de Manchuria el imperialismo japonés ya no podía ser vencido, optaron por renunciar a luchar.

    Lo mismo podría decirse con respecto a su invasión al territorio principal de China.

    Juzgamos que esa estrepitosa agresión del imperialismo japonés traería como consecuencia inevitable la dispersión y gasto de sus fuerzas, por lo que se crearía en el noreste chino una situación favorable a la lucha armada antijaponesa. Por supuesto, en esta interpretación no ignoramos ni menospreciamos que la Guerra China-Japón nos crearía nuevas dificultades político-militares. Prestamos principal atención a los aspectos favorables dentro de la difícil situación que cambiaba bruscamente con esta conflagración y nos esforzamos con iniciativa para hacer favorables las coyunturas desfavorables. Lo importante para los revolucionarios es poseer precisamente esta indoblegable voluntad de lucha y convicción, de hacer frente con denuedo a la situación difícil.

    No obstante, también se produjo una confusión ideológica casi incontrolable entre los elementos advenedizos o los acompañantes temporales que penetraron en las filas del movimiento antijaponés. Al ver cómo Japón, irrumpiendo en el territorio principal de China, tragaba de golpe hasta las tres ciudades componentes de Wuhan, juzgaron que había declinado la situación y en el mundo no existía fuerza que la pudiera cambiar. Este proceso de degradación ideológica dio lugar finalmente, al surgimiento del derrotismo y tomándolo por caldo de cultivo, apareció en las filas revolucionarias un buen número de elementos huidizos, especuladores y traidores.

    Además, al ocupar la mayor parte del territorio chino, los imperialistas japoneses se pusieron a hacer preparativos para provocar la Guerra del Pacífico y, al mismo tiempo, llevaron a cabo, sucesivamente, y en gran escala, ofensivas de “castigo” para acabar de modo definitivo con el movimiento antijaponés en Manchuria. Como consecuencia, en diferentes partes de Manchuria del Sur y Norte fueron liquidadas casi todas las tropas antijaponesas chinas que otrora prosperaban, y en medio del torbellino de la expedición a Rehe quedó gravemente perjudicada, incluso, la unidad de Yang Jingyu del Sur de Manchuria.

    Cuando no pocas unidades de las Fuerzas Unidas Antijaponesas del Noreste de China pasaban pruebas a causa del fracaso de la expedición a Rehe, también entre los chinos aparecieron capituladores y desertores.

    En el verano de 1938, las unidades del primer cuerpo de ejército bajo el mando de Yang Jingyu emprendieron otra expedición a Rehe, pero no bien la comenzaran cayeron en un gran cerco y sufrieron indecibles percances. Los adversarios intensificaron a la vez la ofensiva militar y las operaciones dirigidas a hacer abjurar a los guerrilleros antijaponeses. Al proclamarse la “orden magnánima de amnistía” del llamado emperador del Estado manchú, en que se prometía que a los que capitularan no se les castigaría sino serían tratados como personas que habían abjurado, quedaron tentados los decepcionados de la revolución, los cobardes y los débiles de voluntad. Mientras se tornaban atroces y persistentes las operaciones de “castigo” contra las fuerzas armadas antijaponesas se profundizaron también las maniobras de “separación de los habitantes de los bandidos” para divorciar a las guerrillas y el resto del pueblo. El Ejército revolucionario se vio privado de la posibilidad de recibir ayuda de la población. Las unidades de las Fuerzas Unidas Antijaponesas que abandonaron las bases a las que les habían cogido cariño, para emprender la expedición sin posibilidad de éxito a Rehe, fueron hostigadas duramente por las interminables operaciones de “castigo” en tierras desconocidas, donde casi no podían disfrutar del apoyo de los habitantes.

    Justamente en aquel momento, en Benxi, provincia Liaoning, Cheng Bin, jefe de la primera división del primer cuerpo de ejército, que se consideraba mano derecha de Yang Jingyu y tenía fama de valeroso comandante antijaponés en Manchuria del Sur, perpetró la traición. Mató a tiros al cuadro político que se oponía a la capitulación y se entregó con su unidad. Este hecho creó graves dificultades ante el primer cuerpo de ejército de las Fuerzas Unidas Antijaponesas del Noreste de China. La traición de Cheng Bin, buen conocedor de las vías de actividades de sus comandantes, de los números cifrados de sus unidades y del emplazamiento de sus campamentos, constituyó un golpe mortal para este cuerpo. Y su plan de la expedición hacia el oeste quedó totalmente trastornado.

    Con posterioridad, convertido en lacayo de Kishidani, jefe del departamento de policía de la provincia de Tonghua, se puso al frente de la operación de eliminación de Yang Jingyu. En un enfrentamiento con una unidad de “castigo”, que él guiaba, cayó lamentablemente Yang Jingyu, valiente comandante antijaponés ampliamente conocido en Manchuria del Sur. Cuando Kishidani fue designado vicegobernador de la provincia de Rehe, Cheng Bin le siguió hasta allí y organizó un cuerpo de “punición” policíaco llamado “cuerpo de Rehe guiado por una sola voluntad”, y se hizo su jefe.

    Como se puede ver con los casos de individuos como Cheng Bin o Jon Kwang, la traición cobra una forma tanto más cruel cuanto más elevadas son las posiciones de las personas que la perpetran, y las consecuencias resultan varias veces más graves.

    Al recibir la noticia de la capitulación de Cheng Bin, no queríamos creerlo. Porque no tenía ningún motivo para pasarse al campo enemigo. Nunca se quejaba por su cargo. Entonces, ¿cuál fue la causa? Según mi juicio, su acto traicionero se debía a que había perdido la fe en la victoria de la revolución. Tenía miedo ante el poderío del ejército japonés que después del Incidente del 7 de Julio continuaba ampliando sus éxitos con el paso de los días, y, por consiguiente, vio tenebrosa la perspectiva de la revolución. “En vez de sufrir para hacer la revolución que no se sabe cuándo culminará, es preferible escoger el camino de una vida cómoda, aunque digan que soy un traidor”; este resultó, estoy seguro, el motivo ideológico de la capitulación de Cheng Bin.

    Fue un famoso guerrero, pero, al parecer, no tuvo suficiente forja ideológica. Me refiero principalmente a su formación en la convicción y el optimismo. Si uno descuida el fogueo ideológico, se doblega fácilmente en cuanto tropiece con una situación difícil. En este sentido, hoy también abogo por la importancia primordial de la ideología.

    Kishidani, otrora amo de Cheng Bin, se suicidó junto con su familia al ser derrotado Japón. Pero, Cheng Bin, para conservar su abominable vida, mató con sus manos a numerosos prisioneros japoneses y después camuflando sus antecedentes, se infiltró en el Ejército de Ruta No.8 y llegó a alcanzar el grado de comandante.

    Naturalmente, era imposible que su fortuna durara mucho tiempo. Aunque se metamorfoseó y disfrazó de patriota no pudo seguir ocultando su verdadera faz de traidor. Después de la liberación, no puedo precisar el año, cuando caminaba por una calle de Shenyang con un paraguas desplegado, pues llovía, una persona se le unió para no mojarse. Aquel individuo también era un traidor disfrazado como Cheng Bin y conocía bien los antecedentes de éste. No se podía saber qué pensaron, pero los dos se delataron recíprocamente ante las autoridades. Así fue como se supo que Cheng Bin era un capitulador. El juicio del pueblo sentenció merecidamente a este vil hombre que abandonando sus convicciones se pasó al lado enemigo y le causó a la revolución enormes pérdidas.

    El destino de Cheng Bin constituye un vivo ejemplo del fin que espera a quienes perdiendo la fe traicionan a los camaradas.

    Después de diezmada la unidad de Yang Jingyu, el principal ataque “punitivo” se dirigió hacia nosotros. Alegando que si lograban liquidar la unidad de Kim Il Sung, acabarían con el movimiento antijaponés en Manchuria y Corea, nos hostigaron con frenesí estrechando el cerco desde todos los lados. Tuvimos que enfrentar incontables dificultades. Ante esta situación hasta entre los que venían haciendo la revolución desde la época de la Unión para Derrotar al Imperialismo comenzaron a aparecer cobardes y capituladores. Más o menos por ese tiempo se capitularon, entre otros, Fang Zhensheng y Pak Tuk Pom que se desempeñaban como comandantes en las Fuerzas Unidas Antijaponesas del Noreste de China.

    También cuando se firmó el tratado de neutralidad entre la Unión Soviética y Japón, hubo desertores en nuestras filas. No pocos de nuestros guerrilleros adolecían de la idea de apoyarse en la Unión Soviética, dicho en expresiones de hoy, el servilismo a las grandes potencias.

    Como hubo comandantes que subrayaban únicamente la idea de apoyar a la Unión Soviética, de concederle principal atención y de considerarla como la mejor, prestando menos atención al cultivo de la conciencia de independencia nacional, surgió el vicio de creer que si se confiaba y apoyaba en la Unión Soviética, todo se resolvería. En otras palabras, se llegó a pensar que sin el apoyo y ayuda de este país no se podía alcanzar la independencia de Corea.

    Podría afirmar que nunca antes comprendí tan hondamente como entonces la verdad de que justamente la conciencia de independencia nacional constituye un factor determinante de la convicción del revolucionario. De entre las personas que poseían el firme punto de vista de la independencia basada en las fuerzas propias, es decir, que la revolución se debía realizar de manera independiente, apoyándose en la fuerza de su pueblo, no aparecieron desertores ni traidores. Pero entre quienes menospreciaban sus propias fuerzas y las de su pueblo y trataban de forjar el destino de su patria y su nación con la ayuda de grandes países, surgieron elementos degradados y capituladores.

    Si uno no confía en la fuerza de su pueblo, cae sin excepción en el derrotismo cuando tropiece con una circunstancia adversa y así pierde pronto la fe en la victoria de la revolución llegando a renunciar o abandonar la lucha.

    Gentes de esta índole consideran fracasada la revolución en su país si ven sufrir reveses en la que hacen las grandes naciones. Dado que la revolución tiene un carácter internacional, sin duda es algo bueno que los comunistas que aspiran a la solidaridad con las fuerzas internacionales antimperialistas expresen compasión por algún fracaso de sus homólogos de otro país o consideren como suya propia la tristeza de ellos. Además, el fracaso de la revolución en un gran país puede tener cierta consecuencia en su propia revolución. Pero sería un gran error arrojar la bandera creyendo que la revolución en un país pequeño fracasaría porque la de un país grande sufre un revés temporal.

    La revolución tiene carácter nacional antes de cobrar el internacional. Como ésta se hace por cada nación, si sus comunistas, con la inconmovible decisión y convicción de llevarla a cabo por propia cuenta luchan tenazmente apoyándose en la fuerza de su pueblo, pueden conquistar cualquier meta por muy difícil que sea. Esta es mi invariable opinión y argumento.

    Según mi experiencia, las personas que considerando que la revolución es tan fácil como beber un vaso de agua, ingresaron en las filas armadas, los individuos sin una marcada convicción y firme voluntad, los que sin despojarse de hábitos fraccionalistas menospreciaban o aislaban a otros y los derrotistas cayeron, sin excepción, en el camino de la traición cada vez que se volvía compleja la situación nacional e internacional y la revolución tropezaba con pruebas.

    Después que nos traicionaran Rim Su San y algunos otros, solía decir a mis camaradas de armas:

    “… La situación es severa y la lucha es cada vez más ardua. Todos creemos unánimemente que nuestra obra revolucionaria tendrá seguramente como fruto la independencia del país, pero nadie sabe cuándo llegará este día. Así que los que no están seguros de que nos pueden seguir hasta el fin, vayan tranquilamente a sus casas. La deserción es un acto vil, pero no es censurable irse luego de avisar. ¿Cómo podemos separarnos sin siquiera saludos de despedida cuando venimos haciendo juntos la revolución a lo largo de más de 10 años? Si hay quienes desean irse a casa, los despediremos como a quienes van de viaje. Y no les ajustaremos las cuentas por abandonar la lucha a medias. ¿Qué podemos hacer si se van por falta de fuerzas y debilidad de convicción? Que se vayan los que quieran. …”

    Hablando así, con franqueza, orientamos a los guerrilleros a tener fe inconmovible en la victoria de la revolución.

    Aun así, ninguno se marchó abandonando a los camaradas de armas. Los genuinos comunistas de Corea continuaron con tenacidad la lucha de resistencia, sin perder la fe por muy compleja que fuera la situación y muy grandes las dificultades, y finalmente, vencieron al imperialismo japonés y culminaron magníficamente la gran obra de la liberación de la patria.

    Recibimos duros golpes a causa del “Incidente de Hyesan”, pero con rápidas medidas para reparar la situación desplegamos ingentes esfuerzos para recompensar las pérdidas. Gracias a la implacable lucha de los comunistas y bajo el poderoso apoyo del Ejército Revolucionario Popular de Corea, la formación de organizaciones del Partido y la extensión de las de la Asociación para la Restauración de la Patria continuaron inconteniblemente.

    Siguiendo a los héroes de la guerra de resistencia antijaponesa ahora están forjándose en difíciles puestos incontables combatientes de férrea voluntad, indoblegables ante cualesquier circunstancias adversas. La magna lucha revolucionaria de la época de Kim Jong Il es caldo de cultivo y centro para el temple de hombres fuertes de convicción y voluntad. El ejemplo de Ri In Mo, a quien el camarada Kim Jong Il valora altamente como personificación de la convicción y voluntad, nos habla por sí solo de muchas cosas. Procediendo tal como dijera el camarada Kim Jong Il, los militantes del Partido y el resto de los trabajadores de todo el país despliegan un movimiento para aprender del ejemplo de Ri In Mo, lo que, pienso, es una actividad muy provechosa.

    En la década de 1990 la convicción y la voluntad se valoran mucho más que el oro. Nuestra época exige que además de que todo el pueblo afiance su convicción y voluntad, el Partido y el Estado, basándose en la férrea fe en el socialismo y el comunismo, salvaguarden nuestra convicción y régimen de la persistente política de bloqueo y ofensiva ideológica reaccionaria de las fuerzas aliadas imperialistas, y con una voluntad adiamantada venzan las dificultades .

    Por causa de haber abandonado la convicción defendida por los mártires revolucionarios a precio de su sangre, y el socialismo, creación de esta convicción, ahora no son pocos los países en que la vida del pueblo llegó a la miseria y se fomentan los males sociales, depravaciones e inmoralidades de toda índole. Es una ley que la historia castigue merecidamente a los que abandonan la convicción.

    Que nuestro país permanezca imperturbable ante cualquier tormenta es porque nuestro Partido y nuestro pueblo poseen una convicción férrea. El partido de inflexible convicción no se degrada, el Estado que la posee no se derrumba y el pueblo que la tiene no se descompone.

    Hasta ahora hemos recorrido un difícil camino, pero es posible que tengamos que transitar por otro más penoso.

    No obstante, nuestro pueblo no teme en absoluto. Unicamente aquellos pueblos que, entonando en alta voz la canción de la convicción avancen sin desmayo, pueden escalar la más alta meta de la era de independencia.

    

    

    

    

    

    

    

    N O T A S

    

    

    1. “Conversaciones de Tumen” —Se trata de una reunión efectuada en secreto entre el gobernador general en Corea, Minami, y el comandante en jefe del ejército Kwantung, Ueda, en octubre de 1936 en esta ciudad de China, en la cual se examinaron las “medidas de emergencia” para impedir el avance del Ejército Revolucionario Popular de Corea al interior del país. En esa ocasión, fraguaron las “tres políticas”, cuyos contenidos consistían en fortalecer la vigilancia fronteriza, efectuar “operaciones de castigo” de gran envergadura contra el ERPC y crear aldeas de concentración encaminadas a aislar a éste de la población. —4

    

    2. Hong Pom Do (1868-1943) —Comandante de las huestes de voluntarios antijaponeses y jefe del Ejército independentista. En 1907 organizó la tropa de voluntarios antijaponeses, y en 1919, el Ejército independentista de Corea en Jiandao, China. Luchó contra los invasores imperialistas japoneses, y en particular, en los combates de Fengwugu y Quingshanli efectuados en junio y octubre de 1920 les asestó golpes demoledores. Con posterioridad, se desplazó a la zona del Oriente Lejano de la URSS, en la cual junto con el Ejército Rojo combatió contra tropas invasoras del imperialismo japonés y el Ejército Blanco. —35

    

    3. Coryo —Fue el primer Estado unificado en la historia de Corea. Fundado por Wang Kon en el 918, existió hasta 1392. Se denominó Coryo en el sentido de heredar a Coguryo, Estado feudal, y su capital fue Kaegyong (Kaesong de hoy). —35

    

    4. Corea Antigua —Primer Estado esclavista de la nación coreana, fundado por Tangun a principios del siglo XXX a.n.e. Su capital fue Pyongyang. Originalmente se llamó Corea, pero posteriormente, los historiadores le cambiaron la denominación por Corea Antigua para distinguirla de “Corea”, nombre del Estado feudal de la dinastía de los Ri, fundado en 1392. —35

    

    5. Coguryo —El primer Estado feudal en Corea, que existió desde el año 277 a.n.e. hasta el 668. —35

    

    6. “Tía de Jiaohe” —Una mujer común de Corea quien salvó a riesgo de su vida al camarada Kim Il Sung, de la persecución de los enemigos en esa localidad en el verano de 1930, cuando actuaba para restaurar y poner en orden las organizaciones destruidas a consecuencia de la rebelión del primero de agosto, provocada por los sectaristas serviles a las grandes potencias. Desde entonces, la frase “tía de Jiaohe” resultó ser un pronombre que simboliza a las mujeres dispuestas a arriesgar la vida para salvar a los revolucionarios del peligro. —40

    

    7. “Minsaengdan” —Organización contrarrevolucionaria, de espionaje y complot, creada en Jiandao de China por los agresores imperialistas japoneses en febrero de 1932 para paralizar la conciencia antijaponesa del pueblo, desacreditar a los revolucionarios coreanos, sembrar discordia y enemistad entre los pueblos de Corea y China y destruir las filas revolucionarias desde dentro. Desde el principio se puso al desnudo su naturaleza contrarrevolucionaria y se disolvió en abril de 1932. Sin embargo, los oportunistas izquierdistas y los sectaristas serviles a las grandes potencias se dejaron llevar por la intriga del imperialismo japonés y desataron desde una posición ultraizquierdista la lucha antiminsaengdan durante tres años siguientes, acarreando la grave consecuencia de que numerosos revolucionarios coreanos fueron acusados por involucrados en la “Minsaengdan” y condenados a muerte. —51

    

    8. Anciano Pyon el Trotsky —Nombre original es Pyon Tae U. Siendo uno de los influyentes personajes de Wujiazi, atendía grandes y pequeños asuntos de la población. No permitió en absoluto que se difundiera en la zona ninguna corriente ideológica extraña, contraria a su idea y sus dogmas. El Presidente Kim Il Sung, al sembrar conciencia revolucionaria en Wujiazi, en 1930, logró modificar su mentalidad. Lo llamaban abuelo Pyon el Trotsky, porque hablaba a menudo de esta persona. —86

    

    9. Conferencia Internacional por la Paz —Se refiere a la segunda Conferencia Internacional por la Paz que se efectuó en La Haya, Holanda, en junio de 1907. Ri Jun y otros representantes de Corea llegaron con una misiva secreta del Emperador para desenmascarar y condenar la agresión del imperialismo japonés a Corea, pero no fueron reconocidos como delegados oficiales por los ardides y estratagemas de los imperialistas. Al ver fracasado su propósito, Ri Jun se hizo el harakiri en el salón de la reunión y con su muerte condenó a los imperialistas. —159

    

    10. Ryo Un Hyong (1886-1947) —Independentista de Corea, nacido en Yangphyong, provincia de Kyonggi. Formó parte del Gobierno Provisional de Shanghai y militó en el Partido Comunista de Coryo. En Seúl actuó como director del diario Joson Jung-ang Ilbo, presidente del Comité Preparatorio para la Construcción del Estado de Corea y presidente del Frente Nacional Democrático de Corea del Sur. En 1946 se entrevistó con el Presidente Kim Il Sung en Pyongyang. Al volver a Seúl luchó por la aplicación de un lineamiento político independiente y la reunificación pacífica e independiente de la Patria. Fue asesinado por los enemigos. —161

    

    11. Corea de Tangun —Tangun fue el fundador de la nación coreana. Se le llama así a Corea Antigua, primer Estado establecido en Corea por él a principios del siglo XXX a.n.e. —161

    

    12. Kim Ku (1876-1949) —Nació en Haeju, provincia de Hwanghae del Sur. Primero participó en la lucha antijaponesa de voluntarios, y después del Levantamiento Popular del Primero de Marzo, se exilió en Shanghai donde organizó el Partido Independentista de Corea y ocupó la presidencia en el Gobierno Provisional radicado en esa ciudad. Con la derrota del imperialismo japonés regresó a Corea del Sur y se opuso al sometimiento de ésta a Estados Unidos. En 1948 participó en la Conferencia Conjunta de los Representantes de los Partidos Políticos y las Organizaciones Sociales del Norte y el Sur de Corea, efectuada en Pyongyang, y al regresar a Seúl combatió por la reunificación mediante la alianza con el comunismo hasta que fuera asesinado. —161

    

    13. Nación Paedal —Quiere decir la nación coreana. Proviene del nombre de la tribu Pakdal (Paedal) que constituyó Corea Antigua(Corea de Tangun), primer Estado esclavista en Corea. —161

    

    14. Takagi Takeo —Japonés nacido en la prefectura de Fukui. Trabajó como corresponsal del Yomiuri Shimbun y de otros periódicos; desde 1972 fue presidente de la Sociedad de Intercambios Culturales Japón-Corea; escribió Llamas en el Monte Paektu, El General Kim Il Sung en el camino hacia la Patria, entre otros libros referentes a la lucha revolucionaria de Kim Il Sung. Sus obras se basan en los testimonios de los participantes en la Lucha Armada Antijaponesa, que pudo recoger en sus repetidos viajes a Corea; en datos ofrecidos por militares y funcionarios japoneses y documentos secretos del imperialismo japonés; y en los materiales recogidos y los hechos reales presenciados por el autor mientras recorría los campos de batalla como enviado especial del Yomiuri Shimbun en Changchun. —165

    

    15. “Vigilancia colectiva” —Régimen de dominación, aplicado por los agresores imperialistas japoneses en diferentes zonas de Manchuria en la década de 1930, con el fin de cortar los estrechos lazos entre el Ejército Revolucionario Popular de Corea y el resto del pueblo. Según este sistema, diez casas formaban un grupo, diez grupos un kap y varios kaps un po, bajo el control y vigilancia personal del jefe de la estación de policía. Los vecinos de un grupo debían responder y ser castigados colectivamente si alguno de ellos violaba la “ley”. —181

    

    16. “Incidente de Xian” —Se trata del hecho ocurrido el 12 de diciembre de 1936 cuando el ejército del Noreste de Zhang Xueliang y el ejército de Noroeste de Yang Hucheng detuvieron en Xian a Jiang Jieshi, jefe del Guomindang, para obligarle a incorporarse a la guerra antijaponesa con la “alianza entre el Partido Comunista y el Guomindang”. —269

    

    17. “Incidente de Hyesan” —Gran ola de detenciones perpetradas por los militares y policías japoneses en las zonas ribereñas del Amnok en dos ocasiones, en el otoño de 1937 y en 1938, con el fin de detectar y destruir las organizaciones revolucionarias y eliminar a los revolucionarios de Corea. —353

    

    

    

    

    

    

    

    

    

    

    

    

    

    

    

    

    

    

    

    

    

    

    

    

    

    

    

    

    

    

    

    

    

    

    

    

    

    

    

    

    

    

    

    Impreso en la República Popular Democrática de Corea