I N D I C E
CAPITULO X. CON LA CONVICCION DE LA INDEPENDENCIA (Febrero de 1935 – junio de 1935) 1
1. Un furioso tornado 1
2. Polémicas en Dahuangwai 27
3. Hijos de la Unión de la Juventud Comunista 67
4. Respuesta a la hecatombe en Sidaogou 96
5. Esparciendo las semillas de la revolución por el extenso territorio 119
CAPITULO XI. PUNTO DE CAMBIO EN LA REVOLUCION (Junio de 1935 – marzo de 1936) 149
1. En busca de los compañeros de armas en Manchuria del Norte 149
2. Lazos singulares 181
3. A orillas del lago Jingbohu 208
4. Mis compañeros de armas para el Norte y yo para el Sur 233
5. C
CAPITULO XII. AL ENCUENTRO DE LA PRIMAVERA DE LA RESTAURACIÓN (Marzo de 1936 – mayo de 1936) 286
1. Nacimiento de una divisón 286
2. 20 yuanes 313
3. Zhang Weihua, compañero de revolución (1) 340
4. Zhang Weihua, compañero de revolución (2) 369
5. La Asociación para la Restauración de la Patria 389
CAPITULO X. CON LA CONVICCION DE
LA INDEPENDENCIA
(Febrero de 1935 – junio de 1935)
1. Un furioso tornado
Pasaron los días de pruebas como en un sueño. Las múltiples y abruptas cordilleras que, cubiertas de nieve, nos entorpecían el camino quedaron atrás, muy lejos, y la expedición con
Militantes del partido, de la Juventud Comunista y de la asociación de mujeres que hasta meses antes, por la revolución, andaban diligentes por los valles de Wangqing, abandonaban la base
guerrillera establecida y defendida a costa de su sangre, y se dispersaban por todas partes maldiciendo a los elaboradores y ejecutores de aquel plan de frenética matanza.
La noticia me dejó yerto el corazón, como si lo hubiera tocado un pedazo de
Las dificultades que habíamos pasado en las mesetas de Luozigou fueron enormes, mas podría decirse que en comparación con éstas eran insignificantes. Igualmente, habían sido duros, sí, los contratiempos que tuve al cruzar el Tianqiaoling con el cuerpo aterido, al frente de apenas 16 guerrilleros, pero se volvían poca cosa frente a lo que sufría con el problema de la ¨Minsaengdan¨. En aquellos casos estaba bien definido lo que obstaculizaba el avance del destacamento expedicionario, es decir, el enemigo que nos acosaba y mi enfermedad. Pudimos romper el cerco con ayuda de un bienhechor, el anciano Kim, y salvarnos de caer en el abismo, de sucumbir por hambre, frío y enfermedades gracias al bueno de Jo T
Empero, en las bases guerrilleras de Jiandao existía una trágica situación en la que la revolución luchaba contra sí misma. Entre los que combatían y los combatidos no podían existir ni contradicciones ni conflictos. Sin embargo, los primeros consideraban enemigos a los segundos y los eliminaban sin piedad. La mayoría de los sometidos a juicios por la “depuración” eran probados luchadores que no reparaban en entregar su vida como si fuera una brizna de
Entonces, ¿cuál era el criterio para diferenciar al nuestro del adversario en esa absurda y sucia “batalla de aniquilamiento”? ¿Quién estaba en contra y quién de nuestra parte? ¿Fue justo el calificativo de enemigo que los cabecillas de la “depuración” dieron a los miles que ejecutaron? Si no lo era, ¿cómo definir a los que encabezaban esa “purga”? ¿A quién apoyar y a quién oponerse?
Estos eran los interrogantes que a todos los comunistas planteaba la situación de Manchuria del Este, que se estremecía de pavor ante el derramamiento de sangre de miles de revolucionarios.
Mi cuerpo y alma estaban totalmente lacerados.
Pero en Yaoyinggou no había ni médico ni medicina que pudiera curarme. La atención se limitaba a fomentos de agua fría que me aplicaban con cuidado, sentados a mi cabecera, los guerrilleros que conocían algo de cura popular.
Los vecinos de Xiaobeigou, preocupados por mi estado de salud, me enviaron miel y sangre de corzo. Chinos ancianos trajeron té caliente y solicitaron a los guerrilleros que me atendieran bien, pues sólo restituyendo mi salud, decían, sería posible defender la base guerrillera y proseguir la lucha antijaponesa.
Miel, té y sangre de corzo eran reconstituyentes inapreciables, pero todos esos alimentos y medicamentos los cedí a mis compañeros de armas que después de la expedición no se reponían de enfermedades. Sufrían constipado, sabañones, colitis o bronquitis.
Un día, pese a la fiebre, fui a verlos ayudado por Song Kap Ryong. Lo que más molestó mi vista fue el miserable uniforme que vestían. Tiznado y agujereado por las balas, era toda una muestra de
Con ellos había compartido vida y muerte bajo el duro frío en todo el invierno; sentí el fuerte impulso de vestirlos bien y agasajarlos con manjares.
Mandé a un enlace al grupo de sastrería con la misión de traer unos veinte uniformes, pues antes de marchar en la expedición hacia Manchuria del Norte en el último otoño, había encargado a Jon Mun Jin confeccionar para el verano siguiente, la cantidad que necesitara la unidad.
Los sastres se encontraban en un bosque de Solbatkol, muy distante de Dahuangwai. El grupo lo integraban Jon Mun Jin, Han Song Hui y otras pocas personas. Jon Mun Jin era veterana luchadora, había aprendido algo de costura en el distrito de Dongning antes de unirse a la guerrilla, mientras Han Song Hui era novata, y anteriormente se había ocupado del trabajo del Cuerpo Infantil en Yaoyinggou.
El enlace volvió con los uniformes, pero no acompañado por Jon Mun Jin, sino por Han Song Hui, quien en el bosque de Solbatkol, tan alejado como una isla solitaria, atendía con solicitud a su compañera encinta, esperando desde hacía meses el regreso de los expedicionarios. Al verme enfermo, brotaron lágrimas de sus ojos.
Después que mis compañeros se pusieron los nuevos uniformes, ordené a Han Song Hui que regresara.
A la mañana siguiente cuando la hacía en Solbatkol, reapareció ante mí, como si tal cosa, con una mesita sobre la cual se veía un plato de papilla de piñón.
—Compañera Ok Pong, ¿de nuevo aquí? ¿Qué te pasó? —pregunté extrañado. Ok Pong era su nombre en la infancia. Tenía también por sobrenombre Han Yong Suk.
La muchacha agachó la cabeza como si hubiera cometido una falta.
—Perdóneme, General... no fui a Solbatkol.
No podía creer en sus palabras. Era una muchacha fiel, cándida y modesta que ni una vez había desobedecido la orden de un superior ni en la época del Cuerpo Infantil ni después de ingresar en la guerrilla. No obstante, ahora no había cumplido mi orden, lo cual podía calificarse de grave.
—No podía regresar. ¿Acaso a Mun Jin le agradaría que yo volviera a su lado, mientras usted está en cama?
Estaba agradecido, desde luego, por ese profundo sentimiento.
Metí en su mochila un lío con mijo y ulva, explicándole:
—Aquí existen cuantas personas quisieran que me atendieran. Deja de preocuparte por mí; debes regresar hoy mismo a Solbatkol. Si no, imagínate lo que va a pasar con Jon Mun Jin. Me dijeron que está en el último mes. ¿Quieres que para sin ayuda?
—Mi General, cumpliré todas sus órdenes menos ésta... Mun Jin dijo que no me perdonaría si regresaba sin atenderlo a usted. Comprenda mi situación. ¿Es justo que no haya ninguna mujer a su lado cuando pasa el momento más crítico de la enfermedad? —trató de convencerme.
—Song Hui, te ruego que regreses y atiendas a la compañera Mun Jin.
En ese momento, el jefe de compañía Ri Hyo Sok, la sacó del apuro:
—Camarada Comandante, Han Song Hui no puede cumplir el papel de partera. ¿Cómo puede hacerlo una chica que no tiene experiencia?
Cedí ante la promesa del jefe de compañía de buscar a una experta para asistir a Mun Jin.
A partir de entonces Han Song Hui me cuidó día y noche. Siempre ponía en la mesa papilla de piñón. Según su petición los guerrilleros de la compañía No.4 sacaron los piñones de debajo de las capas de nieve en el bosque de Yaoyinggou. Cada mañana el mismo jefe de compañía, armado de un palo, salía a buscarlos.
Han Song Hui me atendió con mucho empeño: pasaba noches en blanco; decía que dejaría de ser coreana si por falta de cuidado el General no se recuperaba. Una vez, no recuerdo cuándo, se cortó mechones de pelos para forrar mi calzado, hecho que me hizo ver que era una persona de tales cualidades que, además de sensible, pues lloraba o reía por simples motivos, no vacilaría en cortarse hasta su carne si era necesario para los compañeros.
La herencia de sangre es inconfundible. Todos los miembros de la familia de Han Song Hui eran revolucionarios muy dados a la compasión y con desbordantes cualidades humanas. Su padre, Han Chang Sop, fue uno de los pioneros que junto a Ri Kwang, Kim Chol, Kim Un Sik y otros combatientes participaron en la revolución antijaponesa en la región de Beihamatang. Cayó en la primavera de 1932, alcanzado por un sable de la tropa “punitiva” japonesa, mientras en calidad de responsable de la asociación antijaponesa de Dafangzi andaba muy atareado en el suministro de provisiones al escuadrón volante de Ri Kwang. También su hermana mayor, Han Ok Son murió quemada a manos de los enemigos. El hermano Han Song U murió en combate.
En Wangqing su primo y compañero mío de armas, Han Hung Gwon, cumplió junto conmigo muchas misiones en las zonas enemigas antes de disolverse las bases guerrilleras, y posteriormente cobró fama como comandante de un destacamento de las Fuerzas unidas antijaponesas en Manchuria del Norte. El y sus cuatro hermanos son mártires que cayeron valerosamente en el campo de batalla.
Han Song Hui y su hermana habían decidido alistarse en la guerrilla para vengar a su padre. Mas entraron en conflicto al planteárseles la disyuntiva de cuál marcharse o cuál quedarse para cuidar a la madre y la casa. Han Song Hui se encontraba en situación desfavorable por ser la menos indicada para la guerrilla.
—No me menosprecies por mi edad. Hago todo lo que tú haces. Y sabes que soy tan alta como tú —espetó con aspereza la menor. Con flema, la mayor salió en contraataque:
—Aunque tienes estatura, no puedes ir a ninguna parte,
Ninguna quiso ceder el honor de alistarse en la guerrilla. La madre pescó al vuelo una parte del diálogo que las dos hijas sostenían acostadas, y que decidiría el destino de ambas; descosió su única falda de algodón y durante la madrugada hizo dos macutos del mismo tamaño y forma. Luego los llenó de harina de arroz tostado. Al día siguiente las dos hermanas supieron que contenían sus provisiones de camino y eran como la dote que les preparaba la madre.
La mujer dijo a sus hijas:
—No puedo disfrutar de sus cuidados. ¿Para qué se necesita la fidelidad filial cuando no se ha rescatado el país? Sin sus cuidados puedo sustentarme. Ahora mismo vayan a la guerrilla.
—¡Mamá! —llorando, las hijas se le abrazaron y se despidieron con juramentos. En la primavera de 1934 destinamos a Han Song Hui al grupo de sastrería directamente subordinado a la Comandancia.
Era una guerrillera prometedora. Podría decirse que el único defecto de su carácter consistía en su excesiva confianza. Como mujer, era demasiado amable, y como guerrillera, sorprendentemente mansa y desprevenida. Por esa falta de vigilancia cayó prisionera y no pudo seguir la revolución.
Cumpliendo una orden mía, ella y otras guerrilleras habían tomado el camino hacia el norte para incorporarse a la unidad principal, pero en un bosque de Erdaohezi, en el distrito de Ningan, cayeron en un cerco. Sin advertir que decenas de soldados del ejército fantoche de Manchuria se acercaban, fusil en mano, la joven guerrillera se lavaba el cabello en un riac
Entre los centinelas que vigilaban a los presos se encontraba un coreano de conciencia, quien abrigaba secreta simpatía hacia Han Song Hui. Había participado en la revolución, pero hecho prisionero firmó el acta de claudicación y estaba avergonzado. Al percatarse de que los verdugos iban a matar a la muchacha le propuso escapar. Le dijo que abandonaría el arma y juntos irían a Corea o se internarían en una profunda montaña donde levantarían una cabaña para ambos. Han Song Hui aceptó y con la ayuda de aquel soldado logró, felizmente, fugarse. Con el tiempo contrajeron matrimonio.
La noticia de la caída de Han Song Hui en manos del enemigo nos dio mucha tristeza. Hubo guerrilleras que de dolor se abstuvieron incluso de comer. Resultaba comprensible porque la apreciaban y amaban tan profundamente como si fuera su propia hermana. Los combatientes de la etapa de Wangqing que conocían bien las cualidades de la muchacha conservan todavía gratos recuerdos de ella.
Supe que los hijos de Han Song Hui estaban muy apenados de sus antecedentes. ¡Cuán honrados se sentirían si su madre, como otras excombatientes, se hubiera mantenido en las filas de la guerrilla hasta el día de la liberación de la Patria!
Habría sido mejor,
Según me contaron, cada vez que los hijos se quejaban de los padres, Han Song Hui les aconsejaba:
—No se deben preocupar por algunos errores en los antecedentes de sus padres. El Partido del Trabajo de Corea no achaca los errores de los padres a los hijos. Según la política de nuestro Líder los hijos no pueden responsabilizarse por los actos de sus padres. Todo depende de ustedes mismos. Seánle fieles al Líder y no piensen en otras cosas.
Han Song Hui procedió correctamente al educar así a sus hijos. Era una mujer de conciencia y cándida que hasta el último momento de la vida tuvo firme confianza en el Partido.
La papilla de piñón y de mijo con carne de venado me ayudó a levantar de la cama, aunque a medias, a los tres días.
Fue entonces cuando el jefe de compañía Ri Hyo Sok me puso al tanto de la situación de la zona guerrillera, perturbada por el furioso tornado de la lucha “antiminsaengdan”.
Me explicó cómo habían asesinado a cuadros y comandantes en tal o cual distrito, achacándoles ser “minsaengdan”. Si sus palabras eran ciertas, se podían dar por ajusticiados a casi todos los dirigentes de los distritos y cantones y jefes de compañía y superiores de las unidades guerrilleras en Jiandao. De los coreanos, mataron a los que sabían escribir y hacer uso de la oratoria. También eliminaron a todos los jefes y guerrilleros de nuestra unidad que podrían considerarse elementos élites y que al partir la expedición hacia Manchuria del Norte dejamos en Wangqing. A los que no habían podido matar aún, los destituyeron lisa y llanamente de cargos como secretarios, presidentes de asociación, miembros del comité zonal del partido, etcétera.
La creación de la “Minsaengdan” fue resultado de la profundización en el plano ideológico de la dominación colonial de los imperialistas japoneses en Corea. La habían constituido con el propósito de convertir en un erial la revolución coreana mediante intrigas y estratagemas. Habían fracasado con la política de las bayonetas y los sables y con los pregones de “Japón y Corea son una misma nación” y “un mismo tronco y una misma casta” que lanzaron adornados con el pañuelo de seda de la “dominación cultural”, y ahora trataban de conjurar las dificultades en el mantenimiento de la seguridad derrotando las fuerzas revolucionarias mediante la provocación de una lucha interna entre coreanos.
El gobernador general Saito, muy preocupado ante el brusco ascenso revolucionario en Manchuria después del “Incidente del 18 de Septiembre”(1931), instigó a los nacionalistas projaponeses, entre ellos a Pak Sok Yun, enviado a Manchuria del Este como miembro del grupo de inspección de Jiandao; Jon Song Ho, caudillo de la sociedad para el fomento de la autonomía de Yanbian; Pak Tu Yong, asesor del ejército manchú acreditado en Yanji, y Kim Tong Han, agente anticomunista de primera categoría, a crear en esta ciudad la “Minsaengdan” en febrero de 1932.
Aparentemente, esta organización, bajo las vistosas consignas de “asegurar el derecho a la existencia como nación”, “construir un terruño libre y feliz” y “la autonomía de Jiandao por los coreanos”, argumentaba que su máximo objetivo era asegurar el problema del bienestar de la población coreana. Pero, en realidad, era una entidad de conspiradores y de espías que perseguía paralizar la conciencia antijaponesa de la nación coreana, difamar a sus comunistas y aislarlos del pueblo, meter cuña entre el pueblo coreano y el chino para descomponer desde adentro las filas de la revolución.
Su naturaleza reaccionaria queda al desnudo si se echa un vistazo a sus documentos como “propósito organizativo” y su “programa”, que enunciaban que la “única vía” para seguir por la nación coreana era la “industrialización de la vida” bajo la dominación colonial del imperialismo japonés. Los enemigos describían la etapa de su dominación colonial en Corea y Manchuria como “período súmmum” para “asegurar y completar el derecho a la existencia”, y a Corea y Manchuria, convertidas en un mundo de tinieblas bajo el yugo de ese dominio, como “tierra de libertad y de autocontrol”, y, por otra parte, sosteniendo que los coreanos debían “construir su paraíso de libertad” en la región de Jiandao, daban la impresión de que ellos saludaban la ocupación y dominación colonial de Manchuria y abrigaban ambiciones territoriales, con el intento de destruir las relaciones de buena vecindad y los vínculos revolucionarios entre los pueblos y comunistas coreanos y chinos.
Los antecedentes de los promotores de la “Minsaengdan”, de su presidente, vicepresidente y secretario, muestran palpablemente que esta era una consumada organización de lacayos anticomunistas.
Jo Pyong Sang, administrador del Club Kapja de Soul; Pak Sok Yun, subdirector del diario Maeil Sinbo; Jon Song Ho, de la sociedad para el fomento de la autonomía de Yanbian; Kim Tong Han y otros que se habían entregado a la creación de esa organización, se autodenominaban nacionalistas y revolucionarios, pronunciándose por el amor a la Patria y al pueblo, pero todos, sin excepción, eran traidores a quienes desde mucho antes los imperialistas japoneses amaestraron sobándolos.
Pak Sok Yun, que como primer paso en su carrera projaponesa marchó a ese país a los 16 años para estudiar, cursó con holgura la Facultad de Derecho y el Instituto de Postgrado de la Universidad Imperial de Tokio, la Universidad de Cambridge, Inglaterra y otras de primera categoría. Se decía que de estudiante en Inglaterra recibía de la dirección de enseñanza de la Gobernación general la enorme suma de más de tres mil yuanes anuales.
Los cargos que desempeñó después de graduarse en el extranjero fueron todavía más brillantes.
Corresponsal del diario Tong-a Ilbo, subdirector del diario Maeil Sinbo, consejero del Ministerio del Exterior del Estado manchú, comisionado por el Ministerio de Relaciones Exteriores de Japón, cónsul general del Estado manchú acreditado en Polonia y otras plazas que ocupó sucesivamente después de regresar al país, y su relumbrante antecedente de haber participado en la asamblea general de la Liga de las Naciones celebrada en Ginebra en 1932 como miembro de la delegación japonesa presidida por Matsuoka Yosuke, ministro del Exterior, que años después firmaría el tratado neutral soviético-japonés como jefe de la delegación de Japón, son pruebas más que suficientes de la profunda confianza que los gobernantes nipones depositaban en él. Para que tuviera cara de nacionalista los imperialistas japoneses hicieron que escribiera editoriales contra su dominación colonial, se enfrentara directamente al gobernador general por el cambio de apellidos y tuviera relaciones con la Unión para la construcción estatal patrocinada por Ryo Un Hyong1 en las postrimerías de la Guerra del Pacífico, mas ningún coreano en Jiandao lo miraba con buenos ojos, porque le guardaba rencor por lo de la “Minsaengdan”, entre otras cosas.
A raíz de la liberación fue detenido en Yangdok donde estaba escondido bajo el seudónimo de Pak Tae U y fue juzgado como traidor a la nación. En el tribunal confesó que su ideal político era la “autonomía nacional” de los coreanos bajo la dominación del imperialismo japonés; que pensaba que Corea debía transitar la misma trayectoria de desarrollo político que Canadá y la Federación Sudafricana, colonias de Inglaterra, y que, partiendo de ese ideal político, trababa amistad con el gobernador general Saito y adoraba a Ishihara Kanji, famoso partidario japonés del dominio mundial e inspirador espiritual de la Liga de Asia Oriental.
Además, negó categóricamente que el propósito de la creación de la “Minsaengdan” era eliminar al partido comunista y las guerrillas, y explicó que de entrada su finalidad consistía en “asegurar simplemente el derecho a la existencia”, y que después que él partiera de Jiandao esa entidad se había convertido en una organización de títeres y espías que eran manejados por el imperialismo japonés; que le sorprendió la noticia de las terribles consecuencias de la lucha “antiminsaengdan”, y que comprendía entonces que él no pasaba de ser un títere que actuaba bajo la manipulación de los japoneses.
Sólo la historia podrá confirmar la veracidad de sus confesiones. No obstante, fueran verdaderas o no, ningún argumento será capaz de negar que era perro y servidor fiel del imperialismo japonés.
Si Pak Sok Yun, que había hecho el papel de partero en la creación de la “Minsaengdan”, estaba empapado en las aguas japonesas, Kim Tong Han, ejecutor in situ de las intrigas tramadas por esa organización, era muy tocado por la influencia rusa. Su vida social empezó con el movimiento comunista. Ingresó en el Partido Comunista de Rusia a raíz de la Revolución de Octubre; ocupó, sucesivamente, los cargos de miembro de la sección militar del Partido Comunista de Coryo y de jefe del cuerpo de oficiales y mostró sin reservas su capacidad como graduado de escuela militar. Pero, al ser detenido en Primorie por el imperialismo japonés, a principios de la década del 20, se convirtió inmediatamente en agente que actuaría en la avanzada anticomunista.
Tras ser disuelta la “Minsaengdan” con la aprobación del ejército Kwantung organizó su heredera, la “sociedad de colaboración de Jiandao”, y con el llamado cuerpo de autodefensa de voluntarios que formó con más de 100 reaccionarios, se obstinó en “castigar” al ejército revolucionario. Asimiló tan perfectamente la nacionalidad japonesa que a veces actuaba equivocadamente como un japonés nacido en Corea; era un traidor de primera categoría que llevaba metido hasta la médula un hábito vendepatria de grado tal que preconizaba que los coreanos debían servir abnegadamente a Japón considerándolo como su patria. Una información del periódico Manson Ilbo señaló que el número de comunistas que él hizo retornar sumisamente llegó nada menos que a 3 800.
Después de su muerte, el imperialismo japonés levantó en el parque del oeste en Yanji, una estatua suya de bronce y un monumento a la “sociedad de colaboración de Jiandao” en loor de sus méritos.
Es necesario sacar a la luz la verdadera cara de la llamada “estrategia Minsaengdan” que como una patraña ideológica dentro de la “estrategia para la seguridad en Jiandao” del imperialismo japonés “tuvo éxito al poner al descubierto el conjunto de la organización en esta provincia, detener a unas 4 000 personas y destruir el terreno social en que se apoyaban”.
Desde el principio estaba claro que la “Minsaengdan” no era organizada por los esfuerzos de los nacionalistas con vistas a solucionar la vida de la población de Jiandao, empero los agresores pusieron mucho empeño en pintarla como tal.
Los japoneses no escatimaban elogios para adornar la etiqueta de la “Minsaengdan” con vistosas cuentas de la solución de las dificultades de la vida del pueblo, pero las organizaciones revolucionarias de Manchuria del Este se percataron inmediatamente de que sus dirigentes entraban y salían con frecuencia del consulado japonés por su puerta trasera. Los enemigos no pudieron mantener en secreto por largo tiempo la naturaleza de la “Minsaengdan” ante la aguda vista de la gente. En las publicaciones revolucionarias y conferencias pusimos al desnudo oportunamente su esencia y mediante una campaña masiva hicimos que se luchara contra ella. Los que seducidos por la etiqueta habían ingresado en ella sin conocerla, salieron de inmediato, y quienes, convertidos en esbirros, participaron en sus intrigas, fueron descubiertos y ajusticiados por las masas.
Poco tiempo después de su creación la “Minsaengdan” se vio forzada a morder el polvo de la derrota, disolviéndose. El imperialismo japonés no logró que se afianzara en ninguno de los estratos de nuestro seno.
¿Cómo pudo entonces, continuar la batalla contra la desaparecida “Minsaengdan” y por qué en las bases guerrilleras de Jiandao, donde existían el partido y el poder popular, imperó durante los tres años siguientes una situación de masacres aún bajo falaces acusaciones de “Minsaengdan”?
La causa principal radicaba en las confabulaciones de los imperialistas japoneses.
La “Minsaengdan”, que vio la luz con el apoyo total del gobernador general Saito y la enérgica intervención entre bastidores del consulado japonés en Longjing, se desintegró solo en apariencia coincidiendo con el envío a Jiandao de las tropas estacionadas en Corea en abril de 1932, y conforme a la voluntad del nuevo gobernador general Ugaki. La campaña para resucitarla se desarrollaba en secreto, pero con furia, con Kim Tong Han, Pak Tu Yong y otros como eje.
En la primavera de 1934 Kato Hakujiro, jefe de la gendarmería de Yanji (comandante de la guarnición especial del Norte de China hasta antes de la derrota japonesa) y Takamori Yoshi, jefe del batallón No.7 de infantería de la guarnición independiente, junto con Pak Tu Yong y otros projaponeses, volvieron a discutir el problema de la seguridad en Jiandao y acordaron resucitar la “Minsaengdan”, que inició así su segunda etapa de actividades intrigantes.
Tras aclarar que su renacimiento contrarrestaría ideológicamente al comité especial del partido de Manchuria del Este bajo la jurisdicción del comité provincial de Manchuria, definieron el principal contenido de sus actividades como sigue: primero, “poderosa medida para provocar una autodestrucción y división en las guerrillas de los coreanos”; segundo, “medida para bloquearles el camino de abastecimientos a las guerrillas coreanas”; tercero, “persistente consejo a las guerrillas coreanas para que claudiquen y retornen”; cuarto, “medida para proteger a los claudicantes y retornados y vigilar sus lugares de residencia”; y quinto, “darles oficio y ubicarlos según la preparación”, y decidieron que la gendarmería de Yanji dirigiera integralmente el conjunto de los actos conspirativos.
En septiembre de 1934 formaron la “sociedad de colaboración de Jiandao”, organismo especial con el propósito de tratar integralmente a los claudicantes y retornados que surgirían a medida que se intensificaran las actividades de la “Minsaengdan”, averiguar si no eran manipulados por otras personas y si no lo habían hecho en falso, y realizar la educación con vistas a su transformación ideológica, y fusionaron con ella la “Minsaengdan”.
Esta sociedad, acaudillada por Kim Tong Han tejió varias intrigas aprovechando con maña la lucha “antiminsaengdan” del comité especial del partido en Manchuria del Este.
El punto político principal que los solapados conspiradores tomaron por base para sus campañas ideológicas contra el partido comunista y las guerrillas antijaponesas lo constituían las particularidades de la composición organizativa y el sistema de mando de éstas en la Manchuria oriental. Consideraban como el eslabón débil esencial del Ejército Revolucionario Popular el hecho de que eran fuerzas armadas conjuntas de los comunistas de Corea y China. Subjetivamente juzgaban que los cuadros chinos no confiaban en los coreanos miembros del partido y los vigilaban constantemente, por eso estaban en conflicto con ellos, y partiendo de este criterio trataban de meter cuña entre los comunistas de ambos países.
Decían: La sangre que derraman los coreanos en Manchuria no aporta ningún provecho para la independencia de su patria ni para la liberación nacional; entonces, ¿por qué se empeñan tanto en combatir?; ¿por qué los coreanos, superiores en número a los chinos, están sometidos a estos y vierten su sangre en batallas inútiles?; despierten pronto, están abiertas las puertas de la claudicación y el retorno... Estas ideas que trataban de insuflar con persistencia constituían la esencia de la propaganda para las intrigas ideológicas de la “Minsaengdan”.
Luego de disuelta esta organización los imperialistas japoneses, poniendo en acción a los agentes y esbirros, hicieron correr el rumor de que en las bases guerrilleras estaban infiltrados muchos de sus miembros y denigraban a los cuadros y revolucionarios consecuentes procurando que recelaran y se tuvieran entre ojos mutuamente. En un documento secreto titulado “Experiencias de la destrucción del partido comunista de Jiandao” los enemigos afirmaban que al principio enviaron a las guerrillas grupos de diez miembros de la “Minsaengdan”, pero como eran apresados y ejecutados en su totalidad, no pudieron seguir con ese método, por eso pasaron a aplicar la táctica de fomentar la desconfianza y sembrar cizaña entre los coreanos y los chinos, entre los obreros y los campesinos, entre los superiores y los subalternos, lo cual dio pie a que pelearan entre sí los comunistas.
Realmente era asombrosa la maña de los conspiradores japoneses para descomponer las filas de la revolución desde adentro. Veamos uno de sus métodos. Tomemos, por ejemplo, el caso de un cuadro del comité especial del partido en Manchuria del Este que va a inspeccionar determinada localidad; escriben una carta falsa a uno del nivel distrital o cantonal que antes había estado allí para dirigir el lugar, y la dejan en el camino que el cuadro recorrería. Entonces, ¿qué pensaría del destinatario de tal carta aquel cuadro del comité especial?
Otra causa de que la lucha contra la “Minsaengdan” tomara una vía ultraizquierdista radicaba en la vil ambición política de los oportunistas de izquierda y fraccionalistas serviles a las grandes potencias de toda laya que ocupaban cargos en el comité provincial del partido en Manchuria, en el especial de Manchuria del Este, y en los órganos distritales y cantonales.
Si los oportunistas de izquierda, acaparando los puestos directivos en las filas comunistas, trataban que la lucha revolucionaria de los comunistas coreanos que avanzaba por una senda de sucesivas victorias, le sirviera para sus ambiciones políticas, los serviles a las grandes potencias, presa de sus hábitos sectarios, intentaron abusar de ella, con el apoyo y tolerancia de aquellos, para eliminar sin piedad a todos los que les estorbaban para el logro de sus objetivos sectarios, e incrementar las fuerzas de sus propios grupos.
Para ellos la “Minsaengdan” resultaba un pretexto para arrebatarles las sillas a otros. Era suficiente con declarar “tú eres ‘minsaengdan’, por eso debes abandonar tu cargo o morir”. Contra tal fallo no se podía presentar ninguna apelación, ni ésta, en caso de hacerse, era considerada.
Lo de la infiltración de la “Minsaengdan”, que difundió el imperialismo japonés, fue como una sustancia inflamable que incendiara la ambición hegemónica y arribista de los que querían ocupar con sus hombres todos los cargos del partido, de las organizaciones de masas y las guerrillas, y los fabulosos éxitos en la “depuración” que perpetraban en nombre de la “Minsaengdan” aportaron incontables provechos a los conspiradores que tramaban eliminar todas las fuerzas revolucionarias de las zonas guerrilleras.
A fin de cuentas, resultó que enemigos y amigos, mancomunando sus esfuerzos, se dieron a la tarea de triturar las zonas guerrilleras. No se podrá encontrar tan extraña vinculación en ninguna otra historia de guerra revolucionaria en el mundo.
Como se ve, la lucha “antiminsaengdan” se desplegó con métodos tan absurdos, crueles y mezquinos que eclipsarían a las leyes militares de cualquier Estado fascista e incluso a los castigos inquisidores medievales, lo cual fue la suma de las aviesas conjuras del imperialismo japonés, el desconocimiento político e ideológico de algunos miembros del comité especial del partido en Manchuria del Este engañados por ellas y de la vileza del objetivo que perseguían.
Los conceptos que empleaban para tachar de “minsaengdan” no tenían límites y podían dividirse en centenares de clases.
Si un cocinero de la guerrilla no cocía suficientemente el arroz, eso servía de motivo para acusarlo. Una piedrecita en el cereal cocido o comer con agua eran también “pruebas para causar enfermedad a los habitantes de la zona guerrillera”, y condición para colgarle la terrible etiqueta de “influenciado por la ‘Minsaengdan’”.
El calificativo de “minsaengdan” era aplicable a todo, como dice el refrán: “En la nariz y en la oreja cabe todo”. Si uno tenía diarrea, lo tildaban de “minsaengdan” por debilitar, decían ellos, la combatividad; si suspiraba, pasaba lo mismo por paralizar la conciencia revolucionaria; si disparaba por accidente lo acusaban igualmente pretextando que quería delatar a la guerrilla; si manifestaba nostalgia por la tierra natal, decían que trataba de difundir el nacionalismo, y si trabajaba bien argüían que intentaba encubrir su naturaleza. Así nadie podía escapar a tal acusación.
El responsable del comité de la Unión Antimperialista en el distrito de Helong, cuyo apodo era Kodo, cayó en poder de miembros del cuerpo de autodefensa mientras cumplía una misión política en Changrenjiang y fue llevado al cadalso junto con otros 30 patriotas.
Los miembros del cuerpo de autodefensa los alinearon y decapitaron uno tras otro.
Aún no se había repuesto totalmente cuando los izquierdistas lo sometieron a juicio abierto. Lo acusaron de agente enemigo, que, según ellos, se había herido para volver a la zona guerrillera e infiltrarse más profundo en las filas de la revolución. Narraron una retahíla de sus “crímenes”, pero ninguno de los concurrentes aprobó la sentencia de muerte. Los organizadores del juicio dictaron otro fallo, dejándolo vivo, un tiempo de pruebas, para poner al descubierto su naturaleza. Pero lo asesinaron en secreto.
Así el distrito Helong era el más cruel y excesivo en llevar la lucha “antiminsaengdan” al lodazal de la extrema izquierda, porque los dirigentes de su organización del partido decidieron a su antojo el destino de las personas para hacer realidad sus objetivos políticos.
La punta de flecha de la “depuración” se concentraba en hombres que eran ejemplares en la práctica revolucionaria y gozaban de profunda confianza entre las masas, en gente cabal que no conocía ni la adulación ni la sumisión, ni comulgaban con la injusticia.
Entre los cuadros coreanos el más ultraizquierdista en la lucha “antiminsaengdan” fue Kim Song Do. Cuando el comité especial del partido en Manchuria del Este tenía su sede en Wangqing, llevaba una vida corrupta, desenfrenada. Acompañado de su mujer y junto con otros cuadros del comité especial y el distrital del partido, asistía con frecuencia a francachelas y juegos de cartas. Como su esposa, dándose aires de mujer a la moda, descuidaba la vida doméstica, miembros del Cuerpo Infantil cumplieron casi todos sus quehaceres. Kim Song Do, haciendo ver que la adormidera era hermosa, movilizaba a los vecinos para sembrarla y luego exigía que le trajeran su zumo. Aun así hablaba con frecuencia de su “honradez política”.
Resultaba absurdo que ese Kim Song Do con tan sucia vida privada eliminara a honestos revolucionarios acusándolos de “minsaengdan”. Incluso imponía a miembros del Cuerpo Infantil escribir el acta de confesión diciendo que eran integrantes de la “Minsaengdan”.
Los elementos izquierdistas echaron sus negras garras también a Kim Kun Su, responsable del lugar de cita secreto de Dongxingcun en Longjing, quien había acumulado muchos méritos en el trabajo político clandestino, y lo llevaron a ejecutar.
“No soy ‘minsaengdan’. Si dudan, córtenme los pies, pero déjenme vivir. Así no podré escapar, y para servir a la revolución tejeré esteras siquiera con mis dos manos. Es deplorable que muera sin hacer más aportes a la revolución”. Estas fueron sus últimas palabras.
Sin embargo, los que dirigían la “depuración” lo remataron a palos profiriendo: “Mírenlo, aun aquí
La mano de
Yang T
Su “crimen” fue estropear exprofeso, según la acusación, el cerrojo de un fusil.
Había cobrado el apodo “El Azadazo” después que junto con el responsable de su organización arrebató el arma a un guardia privado en el comedor de Sanpudong. Dos habían entrado en el establecimiento para fumar opio y otro quedó de vigía en la puerta. Yang T
Las personas a quienes los izquierdistas y fraccionalistas serviles a las grandes potencias ajusticiaron o expulsaron de la zona guerrillera, endilgándole el calificativo de “minsaengdan”, eran, por lo general, combatientes vehementes y valientes que como “El Azadazo” no vacilaban en arriesgar la vida. ¿Acaso esos luchadores se habrían metido en la aventura de arrebatar armas en pleno día y con pistolas falsas o azadillas a los policías para ingresar en la “Minsaengdan”? ¿O es que a los organizadores de los juicios contra tan apasionados combatientes les faltaba capacidad para percatarse, a la hora de sentenciarlos, de que ellos no tenían motivo para entrar en la “Minsaengdan”, ni formar parte de la contrarrevolución?
No, eso no fue un problema de raciocinio. Entre los participantes de la revolución no existían lerdos que ni siquiera tenían esa facultad.
Según los testimonios proporcionados por los guerrilleros procedentes de Antu, sólo en Chechangzi fueron asesinados centenares de coreanos por causa de la “Minsaengdan”.
Zhou Baozhong, quien mantenía estrechas relaciones con las organizaciones del partido en Manchuria del Este y estaba al tanto de la situación de Jiandao, afirmó en sus memorias que no menos de dos mil personas murieron acusadas de “minsaengdan”.
Con el fin de acumular méritos en la “depuración” los que estaban al frente de la lucha “antiminsaengdan” causaron terribles dolores a todos los supuestos involucrados en esta organización, desde los miembros del partido y las organizaciones de masas hasta los activistas del Cuerpo Infantil, con tan crueles métodos que ningún genuino comunista se atrevería a aplicar.
Incluso Kim Song Do, Song Il, y Kim Kwon Il, que se destacaban en esa campaña, fueron fusilados al final, acusados de “minsaengdan”.
Song Il y Kim Kwon Il eran personas de bien, pero involuntariamente incurrieron en errores por seguir ciegamente a los superiores y no actuar con criterio propio. Me asombré al recibir la noticia de que en el paredón dieron vivas en mi honor. Cuando nos encontrábamos, frecuentemente discutíamos sobre las vías que debíamos seguir. Estaba claro que en sus últimos momentos recobraron la razón y analizaron su pasado de modo objetivo.
Pak Hyon Suk era una de las contadas mujeres modernas en Wangqing. La gente de Xiaowangqing la llamaban “Ojos de Lucero” porque los suyos brillaban como estrellas. Como tenía preparación artística, trabajó en Wangqing durante un tiempo como jefa del departamento de niños. Aunque no contaba muchos años, era bastante experta en materia de actividades clandestinas. Su suegro C
Miembros del Cuerpo Infantil en Mudanchuan dirigidos por Pak Hyon Suk trasladaban con frecuencia los mensajes entre ella y su novio C
Los enemigos, que vigilaban cada movimiento de Pak Hyon Suk, dieron la orden de detenerla. Aquel día estuvo en casa de una compañera para felicitar la boda de su pariente, pero los policías se presentaron y exigieron que la entregaran. Al ver que por su causa se perjudicaban los dueños, la muchacha bajó del techo y se presentó con dignidad ante los gendarmes, diciendo: “Aquí estoy”. En la cárcel se le torturó con tal saña que se le desprendían tiras de carne, pero resistió con entereza. Cuando venían a verla los vecinos y camaradas los estimulaba, por ejemplo, poniendo papelitos con canciones revolucionarias en las vasijas de tok que traían. Días después la dejaron en libertad.
El día de su boda tres policías de Baicaogou vinieron para asistir a la ceremonia porque querían ver, explicaron, cómo se casaba una muchacha comunista, pero en realidad, era con el objetivo de olisquear algo; allí bebieron e incluso pidieron canciones a la novia. “Ojos de Lucero” interpretó sin titubeos una melodía revolucionaria. Los policías, ya borrachos, no se dieron cuenta de que la letra exhortaba a la revolución, dijeron que la muchacha comunista cantaba muy bien y le solicitaron otra.
También su marido C
Por entonces llegó a mis oídos la noticia de que había decidido divorciarse.
Le aconsejé: el problema de la “Minsaengdan” es de carácter temporal, se resolverá tarde o temprano; desde el inicio C
Posteriormente, la enviamos a la Unión Soviética. Si viviera aún, ¿con qué emoción recordaría la etapa de Wangqing cuando temblaban incluso los árboles y
Todos los moradores de la zona guerrillera, hombres y mujeres, viejos y niños vacilaban. Tal vez pensarían con amargura: ya conozco la revolución, se matan unos a otros por poca cosa, se achacan crímenes, eso es la revolución; en Jiandao los coreanos roturamos tierras casi baldías e iniciamos la revolución, y ahora matan y expulsan a sus pioneros, ¿por qué diablos ocurre esto?; ¿qué es si no una purga encaminada a poseer la hegemonía?; si la revolución rechaza la obligación moral y las relaciones de amistad y permite matar sin reparos a sus hombres para conquistar el poder, ¿para qué sirve?; yo no haría esas diabluras, antes regresaría junto con mi esposa, mis hijos y demás familiares a la aldea natal donde trabajaría la tierra, o entraría en medio de las montañas, y convertido en bonzo recorrería el mundo, tocando maracas. La desenfrenada ventolera de la lucha “antiminsaengdan” herrumbró así el concepto de las personas sobre la vida y la revolución.
Naturalmente, las gentes no concientizadas huyeron a las zonas enemigas o a las de nadie, abandonando la revolución. Habían acudido a la zona guerrillera para hacer la revolución, y ahora, cuando, repudiadas por ella, no tenían lugar para establecerse, ¿adónde iban a vivir? La revolución se hace para vivir, y nunca para morir. Para vivir mejor como ser humano. Si uno cae mientras lucha con abnegación por una causa justa, en lugar de esa muerte valiosa encontrará una vida eterna. Esta es la revolución.
Pero en aquellos días, la gente mandaba al diablo esa vida eterna. Los revolucionarios eran asesinados indiscriminadamente por quienes hasta ayer comían en la misma mesa que ellos.
Por esta razón, después de la liberación, declaré que no eran culpables los que por causa de la lucha “antiminsaengdan” pasaron a la zona enemiga y se “rindieron”. ¿Podía ser delito romper con la zona guerrillera para no tener una muerte a manos de los que les impedían hacer la revolución como querían?
La despiadada matanza tiñó de rojo las aguas de los ríos de Wangqing y el Gudonghe y en ningún valle de Jiandao dejaba de oirse el llanto.
Desilusionado ante esa realidad Shi Zhongheng se despidió del territorio de Jiandao. Decía: “Me voy, no puedo seguir oliendo aquí la sangre; ¿cómo pueden suceder estos fenómenos aquí donde gobierna el partido comunista?; es una vergüenza para éste la dirección de Manchuria del Este.” Luego se marchó a Manchuria del Norte.
Al percatarme de la gravedad de la lucha “antiminsaengdan” hablé con varias personas para conocer más profundamente la situación.
En aquel tiempo los habitantes de Yaoyinggou, huyendo de las frenéticas correrías de los enemigos se habían internado en los bosques donde moraban en covachas, y la unidad del ejército revolucionario vivía en un campamento construido a la entrada de la zona guerrillera para proteger a los habitantes. Del campamento a la aldea medían unos seis kilómetros.
Acompañado por mis enlaces fui a la aldea; estaba conversando allí con unos ancianos cuando se presentó Hong
—Los de la dirección se han extralimitado. No puedo tolerar más esta ultrajante situación. Sufrí mil reveses en tierras de Wangqing, pero me aguanté apretando los dientes; así y todo mi alma no puede resistir este dolor. ¿Por qué debemos seguir la revolución aquí en tierras de Jiandao a pesar de tantos martirios que nos caen encima? Vayamos a Corea para librar la lucha clandestina. Allí no podríamos establecer bases guerrilleras como aquí, pero sí desplegar las actividades clandestinas. Vayamos, le proporcionaré los fondos necesarios aunque para ello sea necesario vender toda la botica de mis padres.
Con los ojos arrasados de lágrimas y apretando los labios, la muchacha me miraba suplicante.
Hice un gesto con la mano para que bajara la voz.
—Compañera
—Lo digo por confiar en usted, mi General.
—Cuídate de hablar así. ¿No conoces el refrán: Lo dicho de día lo oye el pájaro, y lo dicho de noche lo escucha el ratón?
La confesión de Hong
Entre los cuadros de la dirección del partido en Manchuria del Este y el comité distrital de Wangqing hubo quienes se curaron de la sarna que habían padecido tres años gracias a su atención. Todos los que se restablecieron de ese mal, se mostraban muy agradecidos a ella. Los dirigentes la elogiaban diciendo que era un genio.
Hong
Pese a todo, no podía aceptar su propuesta.
—Compañera
Al expresarle esta opinión, la muchacha, enjugándose las lágrimas, me miraba fijamente.
—Perdóneme, estaba desesperada al extremo, por eso lo dije. Esperaba con mucha ansiedad su retorno de Manchuria del Norte para manifestárselo. No sólo yo; aún en la cárcel de la “Minsaengdan” pensaban en usted. ¿Sabe con cuánta angustia le esperábamos? Me preguntaban cuándo regresaba el Comandante Kim, si tenía noticias suyas y si no había manera de transmitirle las noticias de Manchuria del Este. Pero aquí no dejaba de circular el rumor de que toda la expedición a Manchuria del Norte había sucumbido. Así decían también los japoneses en los periódicos.
No pudiendo aguantar la indignación Hong
Al ver las lágrimas que inundaban sus ojos sentí un remordimiento de conciencia tan fuerte que me desgarraba el corazón.
Sus palabras me hicieron pensar profundamente en mi responsabilidad como revolucionario de Corea. Me convencí de que si en el severo dilema de dejar sucumbir la revolución en tal estado de deterioro o revivirla y volver a insuflarle vigor, no lograba impedir las indiscriminadas matanzas de la “depuración” que amenazaban a decenas de miles de vidas, no tendría derecho a decir que era hijo de Corea ni, a la larga, vivir en este mundo.
Por esta razón, propuse a la dirección del partido en Manchuria del Este convocar a una reunión para llevar por un cauce correcto la lucha “antiminsaengdan”. El inspector del comité provincial del partido en Manchuria tuvo igual iniciativa.
Días después recibí un aviso. Notificaba que se convocaba a los cuadros políticos y militares de Manchuria oriental a una reunión conjunta en Dahuangwai.
Antes de partir visité el campamento de los cocineros. Quería ver a Hong In Suk, que, según se decía, llevaba meses deprimida, acusada de “minsaengdan”, y regalarle una tela que conseguí en Manchuria del Norte. Mis compañeros de armas me habían advertido que si lo hacía, los del mando de la “depuración” me mirarían con malos ojos. Pero no les hice caso. Era inadmisible que se considerase criminal un gesto humano.
2. Polémicas en Dahuangwai
No sería correcto considerar que mis polémicas con ciertos individuos de la dirección del partido en el Este de Manchuria en relación con el problema de la “Minsaengdan” comenzaron apenas con la reunión de Dahuangwai. En realidad se iniciaron ya en octubre de 1932, cuando nuestra unidad, en su marcha al Norte de Manchuria, acampó por algún tiempo en la región de Wangqing.
Durante la estancia en Wangqing como prioridad de mi trabajo estaba previsto orientar la labor partidista en la zona No.1 (Yaoyinggou). Allí observé que ciertos funcionarios del comité distrital y zonal del partido luchaban a ciegas contra la “Minsaengdan”, violando principios revolucionarios y recurriendo a métodos extremistas.
Una mañana, mientras recorría la aldea junto a Ri Ung Gol, jefe de la sección de organización del partido en la zona No.1, me paré al escuchar quejidos que salían del edificio del comité partidista.
—¿Y esos quejidos?
Inexplicablemente Ri Ung Gol se mostró algo turbado.
—La gente del comité distrital del partido está interrogando a un detenido llamado Ri Jong Jin.
—¿Por qué? ¿Es un involucrado en la “Minsaengdan”?
—Parece. El acusado lo niega categóricamente desde hace tres días, pero los cuadros lo están moliendo para que confiese su delito. Vámonos de aquí, si los oigo no puedo trabajar en todo el día.
—¿Qué motivos hay para considerarlo “minsaengdan”?
—Tardó algunos días en regresar a la zona guerrillera, de la misión en territorio enemigo.
—¿¡Cómo, ese es el motivo!?
—Camarada Comandante, tenga cuidado como habla. Una sola frase como esa es suficiente para tacharlo de “minsaengdan”. A causa de esta campaña “antiminsaengdan” aquí es muy difícil vivir.
Me dirigí hacia la entrada del edificio, aunque Ri Ung Gol trató de retenerme.
Dentro, el cuadro que había venido del comité del partido distrital y un grupo de miembros de la guardia roja de la zona No.1 seguían sometiendo a Ri Jong Jin a brutal interrogatorio. Al ver entrar a un desconocido, dicho cuadro comenzó a golpear a Ri Jong Jin con furia como si quisiera demostrar cuán rigurosamente la gente de Wangqing llevaba a cabo la lucha de clases.
Ri Jong Jin era un peón agrícola con un antecedente de más de 10 años de servidumbre en la mansión de un terrateniente chino. Perdió a su esposa durante una operación de “castigo” enemiga y para dedicarse a la revolución entregó a gente ajena los dos hijos. En la zona guerrillera actuó como secretario del partido en una filial, perteneciente a la zona No.1, y disfrutaba de la confianza de las masas. No podía existir razón alguna por la cual tal persona se metiera en una organización enemiga y cometiera actos contrarrevolucionarios. No era justo considerar como motivo para tacharlo de “minsaengdan” un descuido en el trabajo, como era tardar en ejecutar una misión.
Hice interrumpir el interrogatorio y di al cuadro del comité distrital y a los del zonal, los consejos que consideré necesarios.
—Compañeros, por lo que he averiguado, no hay razón alguna para tratar al compañero Ri Jong Jin como “minsaengdan”. No es justificable apalear a cualquiera sin otra causa que un pequeño error en el trabajo. La lucha contra la “Minsaengdan” hay que librarla con seriedad, apoyándose en fundamentos sólidos.
El interrogatorio se interrumpió, pero después que salí de Yaoyinggou y fuí para Macun, la gente del comité distrital lo asesinó.
En cambio, hasta los directivos del partido en el distrito Wangqing y del comité especial de Manchuria del Este llegó que el Comandante Kim Il Sung, que había venido de Antu, se había presentado en la oficina del comité zonal de Yaoyinggou y criticado severamente a cierto cuadro procedente del comité distrital que interrogaba a un supuesto involucrado en la “Minsaengdan”, exigiéndole interrumpir el interrogatorio. El rumor traspasó los límites de Wangqing, difundiéndose por Yanji, Helong y Hunchun. Si hubo quienes preocupados dijeron: “¿Habrá pensado en las consecuencias al inmiscuirse en esto? No sabe qué riesgoso es eso”, otros expresaron: “El Comandante Kim es de Antu. Todavía no conoce bien cómo es Wangqing”; y también quienes con cautela valoraban mi acción: “De todas maneras, es corajudo.”
Mi intervención en la oficina del comité del partido en la zona No.1 constituyó, de hecho, el punto de partida de mi polémica con los izquierdistas en cuanto a la “Minsaengdan”.
Al entrar en 1933 la controversia cobró un cariz más serio. En aquel año, en las zonas guerrilleras del Este de Manchuria se hizo más ruidosamente el trabajo de liquidación de los “minsaengdan”. No pocos cuadros militares y políticos y otros revolucionarios de nacionalidad coreana, tildados de “minsaengdan” huyeron o fueron asesinados.
Por poco yo también caigo en el lazo. Los chovinistas y fraccionalistas serviles que llevaban este trabajo hacia el cenagal de la extrema izquierda trataron de involucrarme a todo precio en el caso de la “Minsaengdan”.
Las “pruebas” que esgrimieron, más que absurdas eran totalmente infundadas. Entre esas “pruebas” estaba el llamado caso del secuestro de un terrateniente en Tumen.
En aquel entonces, una unidad china antijaponesa de más de 100 hombres, acantonada en la región de Liushuhezi, no lograba conseguir uniformes y nos pidió ayuda. Había un terrateniente que escapó de las manos del Ejército de salvación nacional que lo tenía detenido para utilizarlo en la operación de recaudación económica. Para resolver lo de los uniformes trajimos y persuadimos a aquel hombre y con su ayuda conseguimos telas y algodón en cantidades suficientes para confeccionar 500. A esto se le llamó caso de secuestro del terrateniente en Tumen. Con el tejido y algodón hicimos trajes para todos los oficiales y soldados de las unidades chinas antijaponesas estacionadas en Wangqing.
Teniendo en cuenta las circunstancias del momento, había mucha posibilidad de que esos militares retornaran sumisamente o se rindieran ante los enemigos si en el congelante invierno no les facilitábamos ni siquiera uniformes. Sin la cooperación de ejércitos amigos como el de salvación nacional, era difícil que el ejército revolucionario, valiéndose sólo de sus fuerzas, mantuviera las zonas guerrilleras.
Kim Kwon Il, promovido a secretario del comité distrital del partido en Wangqing, en sustitución de Ri Yong Guk, junto con algunos otros cuadros del comité especial partidista en Manchuria del Este, criticó como un acto de capitulacionismo derechista el hecho de que la guerrilla consiguiera por medio de un terrateniente los uniformes de invierno para las tropas del Ejército de salvación nacional, y declaró que Kim Il Sung, encargado de las fuerzas armadas, debía responder por haber tolerado e incluso fomentado las acciones de la “Minsaengdan”.
Que hablaran de una supuesta responsabilidad mencionando incluso mi nombre, era parte de su propósito de eliminar hasta el último de los cuadros de nacionalidad coreana cuyas opiniones pesaban en tierras de Manchuria del Este. Como querían verme a toda costa ante el tribunal de la “purga” sostuvieron infundadamente que en la guerrilla de Wangqing se habían infiltrado muchos “minsaengdan” porque Kim Il Sung descuidó la lucha contra éstos.
Así fue como entre ellos y yo se entablaron confrontaciones.
Expliqué que la solución del problema de los uniformes para el Ejército de salvación nacional por conducto de un terrateniente no podía ser un acto derechista y mucho menos una acción de matiz “minsaengdan” y expresé sin titubeos mis opiniones acerca de la lucha contra la “Minsaengdan”, replicándoles: “Nadie debe rehuir esta lucha porque es precisamente la lucha contra los espías. Yo tampoco quiero que se infiltren en nuestra unidad. Sin embargo, no puedo permanecer con los brazos cruzados ante el hecho de que por eliminar a los “minsaengdan” se arresten a personas inocentes. ¿Cómo podemos callarnos al presenciar actos que sólo favorecen al enemigo, como es asesinar ciegamente a nuestros hombres sin que tengan culpa? Miren, ¿quiénes son los que han sido tachados por ustedes de “minsaengdan”? ¿No son bravos combatientes que han venido compartiendo con nosotros alegrías y penas en esta zona guerrillera? ¿Por qué razón estos magníficos guerrilleros se harían “minsaengdan” en contra de la revolución? Los argumentos que presentan ustedes son ilógicos.
Los izquierdistas que se enojaron mucho al escucharme, respondieron a gritos: “¿Usted entonces se opone al lineamiento de la lucha ‘antiminsaengdan’?”
Refuté:
—Si eliminar a nuestros hombres fieles a la revolución es su lineamiento en la lucha “antiminsaengdan”, yo no podré apoyarlo. Si quieren acabar con los “minsaengdan”, háganlo con justicia sobre fundamentos irrebatibles. ¿Por qué liquidan precisamente a quienes hacen la revolución sufriendo hambre y otras penalidades en estos remotos lugares montañosos? ¿No les parece extraño?
Al plantear la cuestión con tanta agudeza, en términos tajantes, los izquierdistas del comité especial del partido en Manchuria del Este expresaron: “Kim Il Sung no tiene suficiente conocimiento sobre la ‘Minsaengdan’.”
Les contesté entonces: “Digamos que me faltan conocimientos. Quiero entrevistarme directamente con las personas a quienes ustedes catalogan como involucrados en la ‘Minsaengdan’. Si ustedes también desean escuchar las confesiones de los acusados, por favor, sean testigos.”
Entre los recluidos como “minsaengdan” en la cárcel del valle Lishugou, estaba un jefe de compañía llamado Jang Ryong San (alias Jang El Cazador). Su padre fue un famoso cazador en Wangqing.
Jang Ryong San acompañaba a menudo a su padre en la cacería, donde aprendió a tirar. Tiraba con tanta certeza que una vez para preparar una sopa de caljebi con carne de corzo primero amasó la harina de trigo, y después salió a cazar, sin dificultad trajo 8 corzos a la olla. Sobrepasaría, por lo menos, el centenar el número de enemigos tumbados por él sólo durante la defensa de Xiaowangqing. Fue uno de los jefes que yo más valoraba y estimaba.
¿Cómo me pude sentir en el momento de verle preso en una celda que casi no se diferenciaba de un establo, habiendo sido declarado “minsaengdan” de la noche a la mañana?
Al llegar a la cárcel le pregunté sin preámbulos:
—Jang El Cazador, con franqueza, ¿eres realmente “minsaengdan”?
El aludido no tardó en contestar, casi sin titubear: Sí, soy “minsaengdan”.
—Di, entonces, ¿por qué mataste a tantos japoneses?
Los izquierdistas que vinieron a la cárcel para escuchar la declaración me miraron todos inmutables.
Le expliqué con calma a Jang Ryong San:
—Escúchame, la “Minsaengdan” es una organización reaccionaria que sirve a los japoneses que la crearon. Si tú perteneces a ella, ¿por qué mataste entonces a más de cien de estos enemigos? ¿No te parece extraño? Aunque te vayan a clavar un puñal en el cuello, has de decir la verdad. Habla ahora con franqueza.
Apenas en ese momento Jang Ryong San, cogiendo mis manos, comenzó a balbucear lo que le ocurría, mientras derramaba sentidas lágrimas:
—Camarada Comandante, no tengo ningún motivo para hacerme “minsaengdan”, pero si lo digo, no me creen y me golpean sin desmayo. Me he visto obligado a decir que soy “minsaengdan”. Discúlpeme, Comandante, he manchado su honor.
—El asunto no es mancharme la cara con lodo o tinta china. Lo grave es que tú eres un ser sin voluntad, quien ante los despóticos que te tuercen el pico dices que eres “minsaengdan” y luego lo niegas ante mí. No necesito un cobarde que dice dos cosas diferentes con la misma boca.
Salí de la “cárcel” muy enojado y los izquierdistas no se atrevieron a hablarme.
Aquel mismo día me encontré con Dong Changrong y protesté con energía:
—Veo que en el trabajo de ustedes hay problemas. No deberían realizar así la lucha “antiminsaengdan”. ¿Cómo pueden detener y encarcelar a su antojo a personas inocentes, tachándolas del ser “minsaengdan”? Esta lucha hay que llevarla a cabo por procedimientos democráticos. Es preciso distinguir de modo correcto a los nuestros de los enemigos mediante la valoración de las masas, sin depender de la arbitrariedad de unos cuantos mandantes. Es intolerable fabricar supuestos “minsaengdan” con las torturas y amenazas. Ahora, en Wangqing nadie, fuera de ustedes, ve en Jang El Cazador un “minsaengdan”. Sería bueno que lo liberaran de inmediato; garantizo con mi vida su inocencia.
Después de decirles a los izquierdistas que ya no podían tocar a su antojo a los “minsaengdan” dentro de la guerrilla, sin la autorización del departamento político, retorné a la unidad y sancioné al jefe que entregó a su albedrío a Jang Ryong San a la dirección de la “depuración”.
Ese mismo día el comité especial del partido en Manchuria del Este liberó a Jang Ryong San respondiendo a mi exigencia.
Más tarde, fue enviado a una localidad llamada Zhoujiatun, en el distrito Ningan, donde hasta el último momento cumplió con lealtad la tarea de suministro de alimentos.
Se podría considerar torturante también el caso de Pak Chang Gil, ampliamente difundido en el mundo. Fue cuando nosotros estábamos estacionados en Gayahe.
En una ocasión, de un lugar próximo a Tumen se trajo un toro que pertenecía a la sociedad Min
Un grupo de compañeros llegó a mi albergue y me explicó muy alarmado que casi todos estaban intoxicados por beber agua del pozo envenenado por los “minsaengdan” y se temía que se produjera una muerte en masa. Si era verdad, existía el peligro de que la compañía fuera aniquilada.
Teniendo en cuenta una eventualidad, ordené que toda la compañía se internara en un monte detrás del poblado y que estuviera completamente lista para el combate ante el posible asalto de los adversarios.
Lo extraño era que por más que pasaba el tiempo yo no sentía ningún dolor de estómago. Además, no se detectaba ni un movimiento del enemigo, considerado casi seguro.
Cité al jefe y al instructor político de la compañía, al secretario de la Juventud Comunista, al instructor juvenil y a otros jefes y les pregunté si creían realmente que algún “minsaengdan” había envenenado el agua del pozo.
Casi sin pensar respondieron a coro:
—Sí, parece eso.
—Pero, a mí no me duele la barriga, aunque tomé sopa de carne de res tanto anoche como esta madrugada. Si otros tienen dolor, también el jefe de compañía y yo debíamos tener, pero no es así. ¿Cómo se explica esto?
—Es posible porque la sopa para los jefes se hizo de modo más higiénico —fue la respuesta del jefe de compañía.
—Este argumento no es lógico. Como hemos comido de la misma olla, es imposible que la sopa de los jefes esté fuera del efecto del veneno. ¿Qué les parece?
Algún tiempo después, el jefe de una sección que protegía la aldea trajo ante mí a un muchac
Entre la gente hubo una agitación, algunos lo maldijeron y otros blasfemaron duramente contra su madre.
Chang Gil, un adolescente pobre, trabajaba de porquerizo para un terrateniente chino. Entre sus hermanos mayores uno actuaba como jefe de intendencia de una compañía guerrillera y otro trabajaba en la filial del comité del partido. Resultaba difícil creer que criado en ese ambiente familiar cometiera un acto tal que podría matar a toda una compañía guerrillera.
Estuve hablando con él varias horas. De inicio, también ante mí reconoció su “culpa”. Pero, finalmente rompió a sollozar y negó. Si al principio aceptó su “crimen” ante los aldeanos, fue en reacción contra las mujeres que le echaban infundadamente la culpa de eso.
Sin perder el tiempo bajamos de la montaña con la compañía y organizamos un mitin, donde declaramos a Pak Chang Gil inocente.
—Este muchacho no echó el veneno. ¿Quién lo hizo entonces? Ninguno de ustedes. Y nadie se intoxicó. Lo que ocurrió fue que sólo unas cuantas personas sufrieron uno o dos días de diarreas. La causa está en que después de mucho tiempo comieron excesiva cantidad de carne de res. Así, pues, en esto no ha existido ni se puede plantear el problema de la “Minsaengdan”. En este lugar declaro que aceptamos en la guerrilla a Pak Chang Gil, a quien ustedes repudiaron por ser “minsaengdan”.
Al escuchar mis palabras las aldeanas comenzaron a sollozar, incluso las que lo habían acusado.
Los izquierdistas cuestionaron la solución del caso, considerándola de matiz derechista.
Después de ser admitido en nuestras filas, Pak Chang Gil peleó valerosamente en la defensa de Xiaowangqing.
De esa forma, me arriesgué en grandes “aventuras” en medio del cerco de los elementos izquierdistas. Si una de ellas fue la liberación de Jang El Cazador y Ryang Song Ryong de la cárcel para los “minsaengdan”, otra consistió en haber declarado inocente a Pak Chang Gil y permitido su ingreso en la guerrilla.
Hablando con franqueza, en esa etapa, cuando individuos lerdos e incultos, enceguecidos por el poder, miraban a la gente a través del color particular de sus espejuelos, y se portaban igual que procuradores, jueces o ejecutores, constituía un acto muy pero muy riesgoso, aplicar una política de confianza, de amor, que viera al ser humano como tal, tratara al camarada como se debía y atendiera al pueblo como se merecía. Pero, resultaba preciso luchar a costa de la vida a favor de tal política.
El mejor medio para estar a salvo del reflector de la desconfianza que consideraba todos los fenómenos como conjuras de la “Minsaengdan”, era no inmiscuirse en nada y fingir no ver lo que ocurría. Pero, con mi concepto de que si no tenía el valor de denunciar lo injusto, me podía considerar igual a un muerto en vida y no valía la pena existir, levanté la bandera de resistencia. Si uno se preocupaba sólo por su propia seguridad y protección, no podría llamarse revolucionario. Estaba convencido de que el remolino de la “depuración”, por más que se enfureciera, sería un fenómeno temporal, y si luchábamos a riesgo de nuestra vida, podíamos superarlo infaliblemente.
Los chovinistas de izquierda y los sectaristas serviles, que le cogieron el gusto al poder en la purga de los inventados “minsaengdan”, llegaron incluso a tramar y hacer público el sistema de “minsaengdan” en el seno del partido en Manchuria del Este y otro en el Ejército Revolucionario Popular, enteramente iguales a los sistemas organizativos del partido y la guerrilla que funcionaban en las zonas guerrilleras de Manchuria del Este.
Trataron de hacernos ver que en nuestras filas se habían infiltrado muchos “minsaengdan”, y de meter cuña entre los soldados bajo mi mando y yo para impedirme frenarles más la lucha “antiminsaengdan”.
En una ocasión vino a nuestra unidad cierto cuadro y me entregó una carta que me enviaba el jefe del departamento de organización del partido en Manchuria del Este. El contenido de la misiva me sorprendió sobremanera. No sabía de dónde había recibido la información, pero dicho jefe me decía que el soldado llamado Han Pong Son planeaba extensas acciones de la “Minsaengdan”, que también preveía asesinarme, y urgía a que según la gravedad del caso, fuera detenido de inmediato.
Resultaba extraordinariamente grave el “delito” de Han Pong Son, pero, no sé por qué razón, no confié plenamente en la veracidad del contenido de la carta. Me pareció, en primer lugar, muy exagerado el hecho de que el aludido estuviera realizando en amplia escala tales actividades. Han Pong Son, quien hasta ese momento había peleado con valor, arriesgando su vida, ¿por qué diablos se tendría que meter en la “Minsaengdan”?
Y su personalidad no era la de un hombre fiero que pudiera cometer una fechoría como conspirar contra su superior e incluso asesinarlo. Era bien parecido y tan honesto y cortés que hasta podía provocar celos entre otros. Mantenía relaciones muy estrechas conmigo. Era casi imposible, creo, que una persona así intentara matar a su superior que le trataba con mucho afecto.
No obstante, no podía negar a ciegas lo que se decía en la carta. ¿Sería capaz el jefe del departamento de organización de cometer tal cosa? De todas maneras, quedé contrariado.
Al cuadro que me trajo el mensaje le dije que se fuera tranquilo, asegurándole que me ocuparía personalmente del caso.
—La desgracia puede sobrevenir en cualquier momento, pero usted... Usted es una persona rara —me dijo y se marchó contra su voluntad.
Me asaltaron sucesivamente enmarañados pensamientos: ¿Realmente Han Pong Son quería matarme? ¿Por qué? No tiene ningún motivo. He hecho bien al no permitir que se lo llevaran al comité especial. Pero, si lo dejo aquí y luego realmente ocurre una desgracia, las consecuencias serán muy graves.
Algunos días después, cité a Han Pong Son a la Comandancia.
Como siempre, me preguntó con una amplia sonrisa:
—Camarada Comandante, ¿por qué me llamó, hay otra misión en la zona enemiga?
—Acertaste. Tienes buen olfato. Hoy mismo irás a Sanchakou y traerás preso a un agente enemigo.
—Nada de olfato. Anoche soñé que estaba en Tumen y mis amigos de la compañía lo descifraron como señal de una misión en la zona enemiga. La interpretación fue muy correcta.
—Para tu protección te daré un arma.
—No la llevaré porque me molesta. No se preocupe. Con palabras lograré hacerlo venir hasta aquí.
—Bueno, enterrarás el arma y la recogerás en el camino de regreso.
Han Pong Son procedió tal como le aconsejé: enterró la pistola ametralladora en un punto del recorrido y al penetrar en Sanchakou se encontró con el agente indicado. Le preguntó si no quería ver cómo era la zona comunista, y garantizándole la seguridad logró traerlo.
Personalmente interrogué al detenido:
—Sabemos bien que eres un perro de los japoneses. Pero no te mataremos. En cambio, harás algunos servicios a nuestro favor. Como juraste ante la gendarmería, seguirás cumpliendo las tareas que te dan los japoneses. Lo que te exigimos es avisarnos de la llegada de las tropas “punitivas”. No te obligaremos a nada más. Si haces esto con lealtad, después te pudiéramos reconocer como revolucionario. ¿Estás dispuesto o no a hacerlo?
El agente dijo que haría todo lo que ordenara el señor Comandante y me suplicó que lo protegiera bien, de modo que no lo mataran los de la organización revolucionaria.
Cuando este regresaba le encomendé a Han Pong Son la tarea de acompañarlo hasta Sanchakou. Por supuesto, de nuevo la cumplió de modo irreprochable.
Después de esto les dije a los cuadros del comité especial del partido en Manchuria del Este:
—Como una prueba, le entregué a Han Pong Son un arma, pero no huyó. Le di la orden de apresar a un agente de los japoneses y la cumplió. Le entregamos un arma y municiones. Tenía todas las posibilidades para atentar contra mi vida, y no lo hizo. ¿Una persona así puede ser “minsaengdan”?
Me replicaron: Era posible que los “minsaengdan” hicieran tales pantomimas. Si pese a tener en sus manos un arma, no desertó ni atentó contra mi vida, fue porque quería ganarse la confianza de los cuadros y, calando más profundamente nuestras filas, perpetrar actos de la “Minsaengdan” en escala mayor. Así que no se podía confiar en él.
Entonces le dí a Han Pong Son la segunda tarea: ir a las vías férreas Tumen-Jiamusi y colocar explosivos.
Esta vez también con una amplia sonrisa, se dirigió hacia el lugar de la operación sin vacilar.
Al despedirlo le advertí que era demasiado dado a arriesgarse y que se cuidara de no caer en poder del adversario. Me manifestó que no temía ser apresado. Rogó que tuviéramos plena confianza en él, pues, aunque cayera en manos del enemigo, no traicionaría. Y añadió que en el peor caso sería fusilado.
Luego lo puse al frente del grupo de asalto. Atacamos una aldea de concentración, en las cercanías de Wangqing. El combate fue muy intenso. Han Pong Son encabezó el ataque a un fortín. En la operación perdió desgraciadamente un brazo. En cambio, este combatiente optimista, valeroso sin par, pudo librarse totalmente de la acusación de ser “minsaengdan”.
Mediante tres pruebas demostré que no era “minsaengdan” sino un leal revolucionario. Si lo hubiera enviado al jefe del departamento de organización, sin probarlo, inevitablemente habría sido ajusticiado bajo la acusación de ser reaccionario. Salvar a Han Pong Son poniéndolo a prueba, y aplazando por un breve tiempo el cumplimiento de la orden de los izquierdistas, resultaba una acción extremadamente arriesgada, que comprometía incluso mi vida. Si hubiera asesinado con el arma a algún cuadro o huido a la zona enemiga, no me habría podido librar de la responsabilidad por haber confiado.
Este fue mi tercer riesgo, al que le siguieron otros más.
Puedo afirmar que mis antecedentes inmaculados como blancas hojas de papel, los éxitos combativos que alcanzaba como comandante guerrillero y mis fundamentos teóricos me permitieron conducirme hasta el fin, de modo justo y digno, como me dictaba mi propia convicción, sin doblegarme ante ninguna presión, en aquel campo de la cruel “lucha de clases”, donde el destino de decenas, de cientos de personas se decidía por una simple orden oral o por un solo gesto de la mano de algunos individuos directivos y a cada momento tenía que enfrentarme al desafío de unos seres tan insensibles como troncos o piedras, que lejos de tener la capacidad intelectual y el poder de discernir del revolucionario, perdieron hasta el más elemental rasgo humano o sentido de obligación moral.
Además, como no pocos cuadros chinos que ocupaban posiciones dirigentes en Jiandao eran personas que habían recibido mucha influencia nuestra desde la época de Jilin, ellos por lo menos, no se atrevían a tacharme a la ligera de “minsaengdan”.
Cuando el furioso huracán de la lucha “antiminsaengdan” azotaba de lleno las zonas guerrilleras en el Este de Manchuria, me restablecí de la enfermedad e hice preparativos para partir hacia Dahuangwai.
Como guardé cama durante varias semanas, no estaba en condiciones físicas para poder asistir a la reunión, pero debía ir a cualquier precio porque la cita se organizó a insistencias mías. No obstante, el jefe de la compañía No.4, su instructor político y muchos otros camaradas de la guerrilla se opusieron categóricamente a que fuera a Dahuangwai.
—Camarada Comandante, el ambiente de allá nos preocupa, pues llegaron enviados del partido y del comité de la juventud comunista a nivel provincial de Manchuria. Aunque la verdad está de su lado, ellos constituyen la mayoría, mientras usted es uno.
Fue lo que me dijo en confianza el instructor político.
Hasta mi enlace O Tae Song se mostró preocupado. No hubo ningún optimista que me estimulara con la esperanza de que dicha reunión nos trataría afable y daría resultados halagadores.
Su intranquilidad ante mi proyectado viaje no era nada exagerada.
Estábamos en febrero de 1935, cuando el comité provincial del partido en Manchuria ya había impartido a sus organizaciones a todos los niveles y a los militantes en Manchuria del Este una directiva secreta que exigía: para convertir en bolchevique a todo el partido se debían impulsar de modo enérgico la operación de depuración y la lucha en ambos frentes, contra el izquierdismo y el derechismo, de manera que se eliminasen del todo los elementos contrarrevolucionarios infiltrados en las filas del partido y se acabara con el sectarismo, nacionalismo y reformismo social. Como consecuencia, en las organizaciones del partido en Manchuria del Este la lucha “antiminsaengdan” cobró un matiz todavía más ultraizquierdista e implacable.
Hasta ese momento la polémica entre los izquierdistas y yo en torno a la cuestión “minsaengdan” se llevaba a cabo en lugares no oficiales, en forma espontánea. Pero, en la reunión de Dahuangwai, donde vendrían todos los importantes cuadros del partido, ejército y la juventud comunista podía cobrar un carácter oficial y agudo. Si yo solo representaba la fuerza opositora al izquierdismo, contra mí podía haber una fuerza de más de 10 ó 20 personas. Porque, en cuanto a la “Minsaengdan”, se implantó el hábito de callarse y mostrar indiferencia, si bien hubiera opiniones. Así, pues, tenía que librar una batalla en extremo difícil. La polémica se podría convertir en un juicio contra mí, y la sede de la reunión en un tribunal que me enterrara. Era posible que se recurriera a actos extremistas como sepultarme político o físicamente bajo la acusación de ser “minsaengdan”.
Esto intranquilizaba más a mis compañeros de armas. Sabían de sobra que los individuos que manejaban la operación de “purga” eran seres de corazón de piedra, totalmente insensibles e implacables. Por eso, me imploraron que no fuera a Dahuangwai.
No obstante, emprendí resueltamente el camino.
—Compañeros, este camino tengo que hacerlo vivo o muerto. Si no voy, significará mi suicidio. Ante nosotros se presenta la más seria oportunidad para salvar el destino de los comunistas coreanos y sacar nuestra revolución de la crisis. La confrontación es inevitable y es imprescindible distinguir lo blanco de lo negro.
Llegué a Dahuangwai, sostenido por O Tae Song y otro enlace, apenas el segundo día de comenzado el encuentro.
En la sede del comité de campesinos de la zona No.8, bajo una rigurosa protección de los efectivos del Ejército Revolucionario Popular, me recibieron Wei Zhengmin, delegado del comité provincial del partido en Manchuria, Wang Runcheng, Zhou Shudong, Cao Yafan, Wang Detai, Wang Zhongshan y otros cuadros de los comités especiales del partido y la juventud comunista en Manchuria del Este. En aquel amplio edificio se efectuaba la reunión que los chinos definieron como conferencia conjunta de los comités especiales del partido y de la juventud comunista en Manchuria del Este. En nuestro país se le dice Conferencia de Dahuangwai. Por un tiempo, algunos historiadores la denominaron conferencia de los cuadros militares y políticos del Ejército Revolucionario Popular de Corea, lo que no podría considerarse correcto.
La reunión duró aproximadamente 10 días. El número de los asistentes no era fijo porque hubo altas y bajas durante las sesiones. Según recuerdo, la mayoría eran chinos, y unos pocos cuadros de nacionalidad coreana, entre otros, Song Il, Rim Su San, Jo Tong Uk y yo. Jo Tong Uk sirvió de intérprete a los coreanos que no conocían el idioma chino. Participé en calidad de miembro del comité especial del partido en Manchuria del Este.
El motivo de la convocatoria a la Conferencia de Dahuangwai fue el siguiente: Zhong Ziyun(Xiaozhong) como inspector viajero del comité provincial de la juventud comunista en Manchuria, había estado averiguando el estado del trabajo en la región de Jiandao y presentó ante el comité del partido provincial un informe del todo infundado en el que tachaba de “minsaengdan” al 70 por ciento de los coreanos radicados en Manchuria del Este. Si era cierto, ¿qué ocurriría con la revolución allí? Resultaba lógico que el comité provincial del partido en Manchuria enviara con toda urgencia su delegado para tomar las medidas pertinentes. La polémica continuó días y noches.
Comenzó a acalorarse desde el momento en que Zhong Ziyun volvió a insistir en su anterior opinión de que en Manchuria del Este el 70 por ciento de los coreanos y el 80-90 por ciento de los revolucionarios coreanos eran “minsaengdan” o sospechosos de serlo y que las zonas guerrilleras les servían de centros de formación.
El ambiente favoreció apoyar el informe de Zhong Ziyun. Algunos subrayaron la necesidad de reforzar los comités de “purga”, mientras otros describieron la liquidación de la “Minsaengdan” como si fuera una operación especial consistente en cercar y aniquilar con la revolución la contrarrevolución interna. Hubo también quienes insistieron en arrancar de raíz, de modo más consecuente y radical, las semillas esparcidas por esa organización reaccionaria.
Les hice algunas preguntas:
“Si la mayoría de los revolucionarios coreanos que actúan en Manchuria del Este son ‘minsaengdan’, esto quiere decir que lo son también los camaradas coreanos, incluyéndome a mí, que están aquí presentes. Entonces, ¿ustedes hacen la reunión sentados cara a cara con los ‘minsaengdan’?
“Si nosotros somos ‘minsaengdan’, ¿por qué nos citaron para discutir la política en lugar de encarcelarnos o matarnos?
“En estas cifras dadas por ustedes, ¿se incluyen los revolucionarios caídos en combate? Si se supone que están incluidos, ¿cómo podría explicarse que ofrendaron su vida en la guerra de resistencia antijaponesa? Y esto significa que los japoneses mataron a una incalculable cantidad de hombres suyos, pero ¿qué necesidad tuvieron para matar así a los ‘minsaengdan’ que expresamente adiestraron?
“¿Consideran ‘minsaengdan’ al 80-90 por ciento de la compañía No.1 que protege este local de la conferencia?”
En la sala, donde se observaba agitación general por mis preguntas, inesperadamente imperó un frío silencio, lo que hasta para mí resultó extraño. Nadie pudo contestar, todos miraron a Wei Zhengmin, sentado en la presidencia.
“Como saben, cualquier materia se transforma en otra si en su composición original penetran otros elementos en una proporción de 80-90 por ciento. Esto es científico.
“Tachar de ‘minsaengdan’ a un 70 por ciento de los coreanos residentes en Manchuria del Este es igual a decir que todos los coreanos jóvenes y de mediana edad, excepto los ancianos, niños y las mujeres, lo son. ¿En Manchuria del Este los ‘minsaengdan’ hacen la revolución y libran una lucha sangrienta contra sus amos?
“Hay quienes expresan de modo abierto que la mayoría de los comunistas coreanos que actúan en Manchuria del Este son ‘minsaengdan’, lo que no es razonable. Si lo son, ¿por qué vienen peleando contra los enemigos desde hace 3 años en las penosas condiciones de las zonas guerrilleras, bloqueadas permanentemente, sin casas y mal vestidos en los crudos inviernos y pasando hambre?
“Aun suponiendo que lo sea no el 80-90 por ciento, sino una décima parte de esta cantidad, es decir el 8-9 por ciento de los revolucionarios coreanos, no podríamos estar tranquilamente reunidos aquí. Porque la misión de protegernos en este edificio la cumple la compañía No.1 constituida por coreanos, completamente armada. Aquí están todos los conocidos revolucionarios y el núcleo directivo de Manchuria del Este, que los enemigos desde hace años tratan con empeño de apresar. De ser correcta su opinión, casi todos los integrantes de la compañía No.1 deben pertenecer a la ‘Minsaengdan’, y ¿no les parece extraño que pese a tener buenas armas, no asalten el local y acaben con todos nosotros?”
Los inventores de la opinión de que todos eran “minsaengdan” permanecieron callados también ante esta interrogante.
“De hecho, la compañía No.1 es una desgraciada, ya que ustedes la habían tachado de ‘minsaengdan’. Pero, permaneciendo en ella durante casi 20 días pude averiguar que no existen motivos para considerarla así en su totalidad. Al contrario, en el curso de la dirección e inspección de 20 días se convirtió en una unidad ejemplar e incluso de ella surgió una nueva compañía, la séptima. Además, teniendo en cuenta los resultados de las pruebas hechas en los mismos combates, es una realidad muy clara que la mayoría de los coreanos o los revolucionarios coreanos residentes en las zonas guerrilleras de Manchuria del Este no pueden ser ‘minsaengdan’.
“En el informe se apunta que las zonas guerrilleras son centros de formación de los ‘minsaengdan’ y a éstos pertenecen sus organizaciones del partido y de la juventud comunista; y que Ri Yong Guk es responsable de la ‘Minsaengdan’ en el partido en el distrito de Wangqing, Kim Myong Gyun, jefe organizativo y militar de la ‘Minsaengdan” en este distrito, Ri Sang Muk, encargado de asuntos de organización de la ‘Minsaengdan’ en el partido en Manchuria del Este, Ju Jin, jefe de la “Minsaengdan” en la división No.1 del Ejército Revolucionario Popular y Pak Chun, jefe del estado mayor de la ‘Minsaengdan’ en este ejército. Si esta es la realidad, ¿se puede considerar perteneciente a la ‘Minsaengdan’ a la totalidad de los comités del partido en Manchuria del Este y el distrito Wangqing y la división No.1 del Ejército Revolucionario Popular? ¿Es admisible ver en los cuadros del partido en Manchuria del Este a manipuladores y directivos de la ‘Minsaengdan’?”
Los asistentes respondieron con su mutismo también a este interrogante.
Unicamente Wei Zhengmin, que en calidad de delegado del comité provincial del partido asumía la misión de sintetizar, analizar y valorar esta lucha de modo objetivo y correcto, opinó que era un error considerar a las mismas organizaciones del partido y la juventud comunista como de la “Minsaengdan” y que se precisaba distinguir entre lo general y lo particular. Su intervención alivió un poco la tirantez que reinaba en el local.
Manifesté en tono enérgico que tachar de “minsaengdan” a la mayoría de la población de Manchuria del Este era un acto ultrajante para los coreanos y que este concepto debería ser rectificado de inmediato en aquella reunión.
En el acto, Cao Yafan me rebatió:
—Usted insiste en que no existen “minsaengdan”, lo que es subjetivo. En las cárceles están encerrados cientos de comprometidos. Ellos mismos confesaron su ingreso en la “Minsaengdan” y con sus propias manos están escribiendo las declaraciones, ¿qué significan, entonces, esas confesiones verbales y escritas? ¿Usted quiere ignorar estas pruebas materiales?
—Nosotros no reconocemos la validez de esas declaraciones. Porque esas supuestas pruebas materiales fueron arrancadas, en su mayoría, con métodos coercitivos en las celdas de torturas. Yo estuve en las cárceles, donde me entrevisté con decenas de esos “confesos”, pero ninguno reconoció su declaración. Creo más en la lealtad que demostraron en su trabajo y vida cotidianos que en esos testimonios que ustedes presentan. Díganme con franqueza cómo arrancaron esas confesiones y declaraciones escritas... La mayoría de los acusados por ustedes lo aceptaron falsamente al no poder soportar las torturas físicas que les imponían los ejecutores de la “purga”. Ustedes están fabricando “minsaengdan”, a toda costa.
De pronto, Cao Yafan gritó:
—¡Budui!(¡No!)
Esa palabra, “Budui”, tensionó sobremanera mis nervios. Si la hubieran dicho otros, habría sido tolerable, pero ¿cómo se atrevía Cao Yafan a gritar así en aquel lugar?
—¿Qué es lo que no es verdad?
Di un fuerte puñetazo sobre el piso de la sala.
—Sepa que ahora los coreanos en Jiandao tienen los ojos puestos en usted. Porque abusando de su posición está cazando desenfrenadamente a hombres inocentes. ¿A manos de quién murió Kim Jong Ryong, el comisario de la guerrilla de Antu? ¿A manos de quién murió Kim Il Hwan, quien fue secretario del comité del partido en el distrito de Helong? Hoy, aquí mismo, respóndame con franqueza. En la época de Jilin, Cao Yafan no era una persona cruel ni tenía intereses arribistas. Al recibir la noticia de la muerte de Kim Il Hwan, lloré de pena. ¿El no fue su precursor en la revolución? Lejos de tenderle la mano de salvación, ¿cómo pudo llegar al punto de asesinarlo?
Como fui uno de los camaradas de armas de Kim Il Hwan que se entristecieron sinceramente por su muerte y con gran dolor asistieron al homenaje póstumo hice esa crítica aguda y tajante.
Kim Il Hwan, uno de los primeros revolucionarios que ganamos cuando preparamos las zonas de Manchuria del Este, era una personalidad de la talla de O Jung Hwa. No puedo precisar dónde se realizó nuestro primer encuentro, si fue en la casa de Cao Yafan o de Ri Chong San, pues lo recuerdo vagamente. Pero, hasta hoy permanecen imborrables las sinceras y abiertas conversaciones que entablábamos hasta la madrugada cuando se efectuó la Conferencia de Mingyuegou. La primera conversación me dejó una profunda impresión. Pese a la gran diferencia de edades, Kim Il Hwan me trató con modestia, como a un igual, sin darse aires de importancia o de superioridad.
Kim Jun y C
“Es un futbolista que recibió un toro como premio.”
C
De todas maneras, gracias a esta presentación de C
Fue un trabajador político maduro y experimentado. E igual que O Jung Hwa, fue precursor en la implantación del ambiente revolucionario entre sus familiares y parientes. En este aspecto merecía ser tomado como modelo entre los comunistas de Jiandao. Sus familiares fueron todos conocidos revolucionarios, fervorosos patriotas que entregaron su vida en aras de la revolución.
Su madre, O Ok Kyong, era una veterana militante del Partido Comunista que toda su vida prestó servicios a los revolucionarios; su esposa, Ri Kye Sun, fue una digna hija de la nación coreana que luchó valerosamente, conservando hasta el último momento de la vida la entereza revolucionaria; y su hermano menor, Kim Tong San, actuó como trabajador clandestino hasta que pereció durante una operación de “castigo” enemiga.
Kim Jong Sik, de la guerrilla de Helong, era su primo. También los familiares y parientes de su esposa se consagraron a la revolución. Su cuñado Ri Ji Chun fue de los que en la temprana época de Jilin nos visitaron para que les señaláramos el rumbo de la lucha.
En pocas palabras, mi impresión sobre Kim Il Hwan es que fue una persona como una semilla bien germinada. Era un intelectual competente que había estudiado asiduamente.
Kim Il y Pak Yong Sun realizaron durante varios años actividades clandestinas en Helong junto a él y a menudo recordaron que poseía un buen estilo y maduros métodos de trabajo y gozaba de popularidad entre las masas. Ellos se formaron como trabajadores partidistas bajo su influencia. Creo que por esas cualidades lo enviaron con frecuencia a trabajar entre las unidades del Ejército de salvación nacional chino. Todos los integrantes de esas tropas en Helong lo trataban con respeto y hospitalidad.
Una vez, en Antu, la unidad de Li Daoshan irrumpió en Chechangzi para “castigar” a las tropas del Ejército de salvación nacional. Los soldados de Jingan registraron toda la aldea en busca de los perseguidos. Y en la casa de Kim Il Hwan descubrieron un paquete de volantes. Se trataban de un material importante que su madre tenía que entregar a una organización local.
Li Daoshan, alardeando de haber capturado a unos comunistas, arrestó a toda la familia y comenzó el interrogatorio. La madre tuvo la buena idea de explicarle que los había dejado en su casa un desconocido, pero los enemigos no quisieron creer en sus palabras. Los ojos de Li Daoshan echaban chispas de ira. En el preciso instante en que no se sabía qué desgracia podría caer sobre esa familia, intervino un terrateniente vecino. Este, recurriendo a mejores expresiones, garantizó que no eran comunistas sino labriegos de cabo a rabo, logrando convencer a Li Daoshan. Este feliz hecho se debió también a que desde antes Kim Il Hwan venía trabajando exitosamente con aquel hombre.
De sus características, las más importantes eran su posición irreconciliable con la injusticia y su inconmovible espíritu revolucionario de principios. A causa de esas cualidades, con posterioridad sufriría persecución siendo tachado de “minsaengdan” y finalmente, sería asesinado por manos izquierdistas. Los chovinistas de izquierda y los fraccionalistas serviles detestaban más a aquellos hombres que no sabían adular al poder ni bailar al son de otros, sino se conducían según principio y criterios propios. Porque, donde regían los principios, no podía señorear la injusticia ni tampoco pueden poner sus pies los demonios de por sí.
En la aldea donde residía la familia de Kim Il Hwan había uno llamado Ri Ok Man que era responsable de la organización del partido. Era un opiómano, un advenedizo infiltrado en las filas revolucionarias que llevaba una vida licenciosa. Kim Il Hwan le hizo críticas camaraderiles por sus relaciones inmorales con un buen número de mujeres, abusando de su posición, y le aconsejó que acabara con el vicio de fumar opio. Si hubiera sido un ser razonable, habría aceptado agradecido esta crítica. Pero se vengó azuzando a los izquierdistas de las instancias superiores para que lo destituyeran de secretario del comité distrital del partido bajo la acusación de “minsaengdan”.
Aun después de haber sido destituido, Kim Il Hwan siguió trabajando con lealtad. Para probarlo, los izquierdistas lo enviaron a una mina carbonífera de un capitalista con la misión de trabajar con los obreros.
Tenía la posibilidad de irse con su familia a la zona enemiga, poniendo fin a los sufrimientos que le causaban los izquierdistas mientras estaba sometido a prueba. Pero no quería cargar con el oprobio de ser desertor de las filas revolucionarias, sino prefería ser ajusticiado injustamente ante los habitantes de la zona guerrillera, aunque no llegara a quitarse de arriba la acusación de “minsaengdan”.
Al presentir que se acercaba ese momento Kim Il Hwan les dijo a su madre y esposa:
“Seré arrestado y asesinado. No pertenezco a la ‘Minsaengdan’, esa organización títere de los japoneses; ni una sola vez pensé en esta posibilidad. Creo que es más razonable que me quede aquí manteniendo hasta el fin mi entereza revolucionaria y me maten acusado de ‘minsaengdan’. Si con el deseo de vivir me rindo a los enemigos, causaría mayor pérdida a la revolución. Y entonces mi crimen por haber traicionado a la revolución jamás será perdonado.
“Mi último deseo es que toda nuestra familia siga luchando sin desmayo, hasta el día de la emancipación e independencia del país.”
En noviembre de 1934, los izquierdistas lo llevaron ante el tribunal. La denuncia presentada en términos virulentos por Ri Ok Man era toda una sarta de mentiras.
“Este individuo es el más perverso entre todos los reaccionarios. Estuvo sometido a interminables interrogatorios, pero no reconoció nada. Nadie sabe qué encierra su alma, quizás una culebra o una víbora. Si dejamos con vida a tipejos como éste, dentro de 10 años nuestra revolución puede quedar inutilizada como un traje hecho harapos. ¿Qué debemos hacer: dejarlo vivo o matarlo?”
Del público nadie respondió a esta pregunta. Hubo quienes susurraban preguntándose cómo se llevaría adelante la revolución comunista si mataban a todos esos hombres, pero no se presentó ni una persona defensora de la justicia que, de frente, declarara su inocencia.
La gente de Chechangzi, aunque consideraba injusto el acto de los mandantes, no se atrevía a exteriorizarlo. Porque de exigir su absolución, ellos mismos serían acusados de ser “minsaengdan”.
Los izquierdistas sentenciaron a la pena capital a Kim Il Hwan, uno de los fundadores de la guerrilla de Helong.
El les gritó a sus verdugos:
“Con el tiempo se sabrá quiénes fueron realmente ‘minsaengdan’ y quiénes genuinos comunistas... La historia distinguirá sin falta lo blanco de lo negro.”
Al escucharse estas palabras, de varios sitios del local se levantaron, arma en mano, los soldados de la unidad de Sun Changxiang, del Ejército de salvación nacional chino, y manifestaron su indignación: “¿Por qué quieren matar a Kim Il Hwan? El es nuestro maestro y bienhechor. Si un revolucionario como él es ‘minsaengdan’, ¿habrá alguno que no lo sea? Nosotros somos el aval de Kim Il Hwan. Si no revocan la pena de fusilamiento, no los dejaremos en paz...”
Bajo la presión de aquellos militares chinos los izquierdistas revocaron la sentencia y lo soltaron, pero lo asesinaron esa misma noche.
Dirigiendo una mirada penetrante hacia Cao Yafan manifesté mi opinión con voz quebrada.
—Quisiera preguntarles a ustedes. ¿Realmente creyeron que Kim Il Hwan era un “minsaengdan”? ¿No lo mataron a sabiendas de que no lo era, persiguiendo otro fin? Si son “minsaengdan” personas como él, entonces en esta tierra de Jiandao quiénes no lo son?
Proseguí mi discurso en un tono más bajo.
—Camaradas, dejen ya de jugar apostando el destino de las personas. Traten a los hombres como tales, a los camaradas como tales y a las masas populares como tales. ¿No somos combatientes que nos alzamos para transformar este mundo teniendo como arma el amor al ser humano, al camarada y a las masas populares? Si no poseemos el amor como arma, ¿en qué nos diferenciaremos de los burgueses o los salteadores? Si seguimos atropellando a la gente en nombre de la “purga”, el pueblo nos rechazará para siempre y las generaciones futuras no nos perdonarán. El único camino para recompensar la pérdida de miles de mártires que han muerto injustamente acusados de ser “minsaengdan”, es cesar esta insensata matanza y unir todas las fuerzas para la resistencia antijaponesa aplicando una política de amor, confianza y unidad. Záfense de esta carnada de “minsaengdan” que arrojaron los enemigos y no permitan que el sectarismo, el chovinismo y el aventurerismo arraiguen en el seno de nuestras filas. Sólo esto hará posible subsanar las heridas provocadas por la “Minsaengdan” durante los últimos años, salvar a las masas populares y la revolución, y llevar a una etapa más alta los lazos internacionalistas entre los comunistas coreanos y chinos. La verdadera unidad de los revolucionarios de ambos países debe basarse en el respeto y comprensión recíprocos y la confianza clasista y tener en su fundamento la hermandad. En la lucha común, lo que debemos estar más en guardia es ante la ambición hegemónica. Si una parte persigue sus intereses o para ello sacrifica a la otra, tal unidad no puede ser sólida. Dicho en pocas palabras, nuestra unión será eternamente inquebrantable sólo cuando tenga como su fuerza dinámica la confianza y el amor.
En la Conferencia de Dahuangwai hubo también acalorados debates sobre la cuestión de los cuadros. El punto de partida de estas discusiones lo constituyó la opinión de algunos que ocupaban puestos de dirección en el comité especial, según la cual representantes de las minorías nacionales no podían ser cuadros, quedando esta posibilidad sólo para los de las mayorías nacionales, y era injusto e irracional que las minorías dirigieran a las mayorías. Arguyeron que los coreanos, una minoría nacional, no podían dirigir a una mayoría, y máxime los revolucionarios coreanos no podían promoverse cuadros porque tenían una fuerte tendencia fraccionalista y carácter vacilante y “podían tornarse fácilmente reaccionarios”.
Era un hecho confirmado que el comité provincial del partido en Manchuria circuló una instrucción confidencial acerca de cambiar el anterior régimen de prioridad de los coreanos por el de los chinos en la selección y ubicación de los cuadros para la dirección del partido en Manchuria del Este. El punto cardinal de esta directiva era “cambiar en Manchuria del Este la base coreana por la china”, dado que no resultaba sólido “el cimiento de la revolución apoyado en una minoría nacional” y era “imposible el éxito del movimiento independentista y comunista bajo su dirección” en vista de que hasta entonces los coreanos no habían logrado triunfar ni en el movimiento nacionalista ni en el comunista y fácilmente podían vacilar o convertirse en reaccionarios, además de que tenían idioma y costumbres distintos.
Según la exigencia de la directiva los principales cuadros del comité especial del partido en Manchuria del Este, incluyendo su secretario, iban a ser designados en su totalidad por el comité provincial de Manchuria y los coreanos, excepto casos especiales, no debían ser promovidos, en la medida de lo posible, como comandantes superiores a jefes de compañía en el Ejército Revolucionario Popular.
Ahora sigo convencido, al igual que entonces, que esa circular no fue dictada por el Comité Central del Partido Comunista de China. Cuando dicho documento se puso en vigencia su núcleo central estaba entregado a la gran marcha de 12 500 kilómetros que emprendió luego de romper el asedio del ejército de Jiang Jieshi. La dirección central del partido chino llevaba sobre sus hombros el peso de la guerra revolucionaria en medio de la constante vorágine de los enfrentamientos civiles, y pasaba por momentos extremadamente difíciles, razón por la cual no podía prestarle atención a los sucesos que tenían lugar en las lejanas regiones del noreste del país.
Entre las medidas adoptadas por el comité provincial del partido en Manchuria no fueron pocas las que reflejaban fielmente las directivas del departamento de asuntos orientales de la Internacional, dirigido por Wang Ming y Kang Sheng, o se confeccionaron basándose en ellas. La distancia que se recorría para ir de
La opinión de ciertas personas de que los representantes de una minoría nacional no podían dirigir a la mayoría dañó fuertemente nuestra dignidad. Era un argumento injusto que se desviaba del principio de los comunistas para la selección y ubicación de los cuadros y no correspondía a la composición étnica de los cuadros de aquel entonces en Manchuria del Este.
Me vi forzado a intervenir también en esa polémica.
“Puesto que los comunistas coreanos y chinos encaran el elevado deber de estar juntos hasta el día del triunfo sobre el enemigo común, el imperialismo japonés, el problema de los cuadros tiene que resolverse en el sentido de fortalecer la solidaridad combativa entre ambos pueblos y su lucha común antijaponesa, y se ha de observar el principio de promover y colocar a los cuadros desde una posición marxista-leninista, teniendo en cuenta principalmente la fidelidad a la revolución y la capacidad.
“Como reconocen ustedes también, los coreanos son pioneros del movimiento comunista en Manchuria del Este. Y en cuanto a la composición de los cuadros y los militantes del partido aquí la abrumadora mayoría la representan los coreanos. Entonces, ¿por qué razón plantean, de pronto, al cabo de tantos años de lucha conjunta, opiniones acerca de la dirección de la mayoría nacional sobre una minoría y la sustitución de los cuadros procedentes de ésta por los pertenecientes a aquélla, sin tener en consideración esta realidad?
“No queremos hablar de la superioridad de la nación coreana ni de la inferioridad de otra, partiendo de una posición nacionalista. Sin embargo, es imprescindible acabar con la tendencia a promover a ciegas a personas sin capacidad ni preparación, sólo por ser de la mayoría nacional.
“Nacionalidad, pertenencia o mayoría poblacional no deberían constituir la norma para la promoción de los cuadros. Uno puede ser cuadro o no según posea las cualidades necesarias, independientemente de que provenga de la mayoría o minoría nacional.”
Alguien refutó enseguida que la mayor parte de los revolucionarios coreanos tenían el antecedente de haber estado involucrados en el movimiento nacionalista o en actividades fraccionalistas, por lo cual no servían para cuadros.
Rechacé en el acto tal opinión.
“La abrumadora mayoría de los revolucionarios coreanos que actúan en Manchuria del Este pertenecen a una generación nueva, fresca, ajena a cualquier sectarismo. Es bien conocido por ustedes que jóvenes comunistas procedentes de las clases básicas y que formamos con todo empeño, constituyen la fuerza principal del Ejército Revolucionario Popular. Los representantes de esta joven generación actúan además como cuadros en las instituciones del partido y el gobierno y en las agrupaciones de masas. Hay personas que anteriormente estuvieron metidas en el movimiento nacionalista o en grupos sectaristas, pero ahora se han transformado por vía revolucionaria.”
Antes que terminara de hablar, se levantó otro y me impugnó desde un nuevo ángulo. Confundió a la reunión con su extraña argumentación de que el padre de la “Minsaengdan” era el fraccionalismo y el padre de éste, el nacionalismo, que a su vez tenía por progenitor al imperialismo japonés. Interpretada al revés significaba que todos los que estuvieron involucrados en el movimiento nacionalista o actividades fraccionalistas resultaban por derivación hijos del imperialismo japonés. Tal sofisma, sin ningún fundamento teórico, era manifestación de desconfianza en las filas del movimiento comunista coreano que abrazaba a los anteriores fraccionalistas y nacionalistas educados y transformados.
Consideré necesario contrarrestar ese planteamiento.
“La ideología no es estática. También las personas que anteriormente tuvieron ideas nacionalistas pueden convertirse en comunistas mediante un ininterrumpido proceso de transformación. ¿No es absurdo considerar como padres del fraccionalismo o hijos del imperialismo japonés a quienes hayan participado en el movimiento nacionalista?
“Se puede afirmar que la idea del nacionalismo se fundamenta en el amor al país y la nación, razón por la cual calificarlo de reaccionario significa tildar el patriotismo de reaccionario. No consideren renegado sin fundamentos a cualquier nacionalista. Cuando el nacionalismo no actúa como medio ideológico de la burguesía, no hay base para rechazarlo. Ante la historia, sólo es reaccionario cuando no representa los intereses de toda la nación sino los de la burguesía.
“Si alguien llama hijo del imperialismo al señor Sun Wen, autor de los Tres Principios Populares: el nacionalismo, la democracia y el bienestar, ¿aceptarían ustedes tal tontería? El mismo hecho de oponerse al nacionalismo constituye un serio prejuicio nacionalista.
“Entre los fraccionalistas y nacionalistas coreanos hay quienes pasaron al campo enemigo, pero hay que tener en cuenta que representan una minoría.
“Hay personas que creyendo que las riñas sectarias son un hábito innato de la nación coreana, miran a los comunistas coreanos a través del color particular de sus lentes como si estuvieran inevitablemente ligados con el fraccionalismo, lo que es totalmente injusto.
“El sectarismo, en realidad, no existe solamente en el seno de las filas comunistas coreanas. Existió o existe tanto en Alemania y la Unión Soviética como en China, Japón y hasta en la Internacional. ¿Por qué únicamente los coreanos están considerados una nación que posee ese hábito como atributo innato y por qué el calificativo de comunista coreano se utiliza como sinónimo de fraccionalista?
“Algunos arguyen que nosotros, una minoría nacional que anteriormente fracasó en los movimientos independentista y comunista, no tenemos posibilidad de llevarlos a feliz término y que fácilmente podemos vacilar en la lucha revolucionaria y convertirnos en reaccionarios y, por consiguiente, no servimos para cuadros. Todo esto no deja de ser un argumento sin fundamentos para alejar a los cuadros coreanos.
“Partiendo de esta posición chovinista, ustedes han destituido o asesinado, bajo la acusación de ‘minsaengdan’, a decenas e incluso cientos de comunistas coreanos, entre cuadros militares y políticos en Manchuria del Este, quienes pelearon con lealtad en las mismas trincheras que ustedes durante varios años.
“Numerosos dirigentes fueron separados de sus cargos por pertenecer a una minoría nacional, y, ¿todavía quieren alejar a otros más?
“Como persistan en seguir rechazando y maltratando, como ahora, a los coreanos, nosotros ya no llevaremos esa vida de agregados.”
Mi declaración hizo el efecto de una bomba entre los asistentes quienes levantaron la frente y me miraron atónitos.
En la sala persistía un ambiente tan tenso que se podía escuchar el ruido de las gargantas al tragar.
Si en ese instante alguien hubiera tratado de replicarme o pronunciado siquiera una palabra que hubiera afectado mi dignidad, la polémica habría llegado a un desenlace irreparable. Felizmente el asunto de los cuadros no provocó un debate más violento.
A medida que se profundizaba el trabajo en la reunión, se tornaba más acalorada la discusión entre los izquierdistas y yo. En la Conferencia participaban unos cuantos cuadros coreanos, pero no se atrevieron a decir una palabra. Por supuesto, para sus adentros apoyaron mi posición. Hasta Song Il, que al cumplir su papel de mandarín de la izquierda nos había dejado
Pronto quedé como un esqueleto porque me entregaba día y noche a interminables discusiones, teniendo como todo alimento gacha de soya tres veces al día. Al cabo de una interminable jornada de debates regresaba muy entrada la noche al albergue y volvía a sentirme mal, pero al llegar la mañana siguiente debía presentarme en el campo de las polémicas. Como yo solo tenía que enfrentarme a varios contendientes no podía ni pensar en ausentarme un solo día ni mucho menos en la abstención. Para salvar el destino de miles y decenas de miles de comunistas y otros coreanos en Jiandao, me veía obligado a lanzarme al campo del debate, quisiéralo o no.
Otro objeto de disputa en la reunión fue cómo valorar la consigna de la liberación nacional que enarbolaron los comunistas coreanos. En otras palabras, se presentó la cuestión de si la lucha de los comunistas coreanos en China bajo la consigna de la emancipación de la Patria correspondía o no al principio de la Internacional de un partido en un país; de si esta consigna era igual o no, en su esencia, a la “autonomía de Jiandao por los coreanos”, lema reaccionario que lanzó la “Minsaengdan”.
Había personas que sostenían que esos dos lemas eran iguales y que el de los comunistas coreanos contravenía el referido principio de la Internacional.
No fueron uno o dos los cuadros que así pensaban. Resultaba una opinión peligrosa, totalmente contraria a la nuestra. Proceder según ella, significaba que nosotros cumpliéramos sólo la misión de servidor o de destacamento de un ejército internacional para la revolución de otro país y no para la coreana.
No podía tolerar tal opinión que trataba nuestra revolución como un apéndice de la de otro país grande.
“ ‘Autonomía de Jiandao por los coreanos’ es una consigna que el imperialismo japonés le dio a la ‘Minsaengdan’ con el fin de enemistar a los pueblos coreano y chino, y dividir desde adentro las filas de los comunistas, de manera que se crearan condiciones favorables para su dominación colonialista. No vale la pena decir que no tiene nada que ver con la consigna de liberación nacional que sostenemos los comunistas coreanos.
“Planteamos este lema con el objetivo de derrocar la dominación colonialista del imperialismo japonés, restaurar la Patria y ver a nuestro pueblo disfrutar de genuina libertad y derechos en una nueva sociedad libre de explotación y opresión.
“¿Es que los comunistas coreanos tienen que renunciar hasta a la sagrada misión de luchar por estos objetivos tan sólo por vivir como agregados en tierras y casas ajenas? Si hemos de hacer la revolución de otro país y no la nuestra, ¿para qué permanecer en esta tierra manchú, donde a lo largo de años hemos aglutinado y adiestrado a los coreanos, sin poder vestirnos ni alimentarnos humanamente? Ciertas personas sostienen que si triunfa la revolución china, lo mismo ocurrirá espontáneamente con la nuestra, y es totalmente absurdo. La revolución de cada país tiene su propia trayectoria e itinerario. Es absolutamente imposible que le llegue por sí sola la victoria, sin tener preparadas sus fuerzas internas, tan sólo porque haya triunfado la nación vecina. Por eso, los comunistas de todos los países tienen que batallar por realizarla por su cuenta, sin esperar ayuda de otros. Esta es la actitud de dueño con respecto a la revolución.
“Algunos, esgrimiendo el principio de un país y un partido, estipulado por la Internacional, pretenden que los comunistas coreanos no planteen la consigna de la emancipación nacional, lo que, de hecho, no puede calificarse más que de opinión que obliga a los comunistas de otro país a sacar las manos de su propia revolución.
“Si a los comunistas chinos que actuaban en Francia los franceses les hubieran pedido que renunciaran a la consigna de la revolución china, ¿lo habrían tolerado?
“Los comunistas, independientemente del lugar donde se encuentren y actúen, tienen que combatir bajo la consigna de la revolución de su país y con ello ayudar la revolución de otro país y contribuir también a la mundial. Luchar por la liberación de la Patria constituye para los comunistas coreanos derecho independiente y deber sagrado, que nadie puede frenar ni sustituir.”
Las discusiones iniciadas en la Conferencia de Dahuangwai se extendieron a la de Yaoyinggou, efectuada en marzo del mismo año. Muchos de sus participantes apoyaron nuestras opiniones, reconociendo su anterior actitud errónea. No obstante, tampoco en esta reunión desapareció por completo la divergencia de criterios, seguía quedando pendiente.
Se decidió plantear ante la Internacional los temas más candentes de los debatidos en las dos reuniones y enviar a Moscú a Wei Zhengmin y Yun Pyong Do, un cuadro del comité especial de la juventud comunista en Manchuria del Este, para recibir orientaciones al respecto.
La situación caótica de la región de Jiandao causada por la cuestión “minsaengdan” era como una pesadilla.
Con sus insensatas campañas de “purga” los izquierdistas destruyeron casi por completo la base de la revolución que los comunistas coreanos habían cimentado con tesoneros esfuerzos, en el penoso proceso de la lucha. ¿Acaso todos ellos eran “minsaengdan”? No, en absoluto. En los documentos de los enemigos estaba registrado que apenas llegaban a 7 u 8. Para descubrir y liquidar a esos 7 u 8 agentes, la campaña de “purga” asesinó, bajo la acusación de ser “minsaengdan”, a más de 2 000 de nuestros hombres. Fue el colmo de la ignorancia, la estupidez, y un acto fuera de todo sentido común, convirtiéndose en una rara tragedia, sin precedentes en la historia del movimiento comunista mundial.
Los corajudos hombres que concurrieron a Jiandao, procedentes de Corea y de otras partes en ultramar para alcanzar altos propósitos, fueron liquidados en un lapso de 2-3 años como consecuencia de la “purga”. Entre estas desdichadas víctimas hubo elementos de valor incalculable. ¡Cuántos talentos se encontraban entre ellos! El frenético remolino de la “purga” acabó sin piedad con dignos e ingeniosos hijos de la nación que sólo nuestra revolución antijaponesa era capaz de formar.
Quizás a nuestros descendientes les resulte difícil creernos cuando afirmamos que el número de asesinados acusados de “minsaengdan” supera el de los caídos en los campos de batalla. Pero, es una realidad. Los anales de la guerra antijaponesa registran incontables combates contra los enemigos, pero no conocen ni un solo caso en que cayeron de nuestra parte 20-30 personas. En cambio, en las zonas guerrilleras de Manchuria del Este hubo muchos días en que fueron asesinados en grupos 20 ó 30 revolucionarios bajo tal acusación. No pudimos ni siquiera colocar lápidas ante sus tumbas. ¡Para qué hubieran servido las lágrimas y las solemnes manifestaciones de desearles reposo en paz! Aun en otro mundo ellos habrían odiado a sus asesinos.
¿Existieron o no los de la “Minsaengdan” en las tierras de Jiandao donde fue desmantelada esta organización?
No siento ni siquiera la necesidad de responder a esta pregunta.
No los hubo ni entre los que desertaron de las zonas guerrilleras por miedo a los castigos.
¿Ju Jin fue un “minsaengdan”? No, nunca lo fue.
¿Lo fue Pak Kil? Tampoco. El pasó del movimiento del Ejército independentista a la sagrada guerra antijaponesa de salvación nacional. Tempranamente marchó a Primorie, donde asimiló la ideología comunista como su nuevo ideal y de allí se dirigió directamente hacia tierras de Jiandao en las que se libraba más encarnizadamente la sagrada guerra de liberación nacional. Se dedicó tanto a la labor política clandestina como a la lucha armada. Ya en la época de los pequeños grupos de guerrilla, que nosotros denominamos guerrillas secretas, se convirtió en un instructor político que disfrutaba de la confianza de las masas y, una vez fundada oficialmente la Guerrilla Popular Antijaponesa actuó como comisario del batallón de Yanji.
Pak Kil, precursor de la revolución en la región de Yanji, además de sobresaliente comandante militar, fue un competente activista político y agitador que sabía prender fuego en el corazón de las masas.
De su patriótica familia, salieron 5 ó 6 mártires de la revolución antijaponesa. Su padre Pak Jung Won(alias Tigre) fue un magnífico campesino que constituyó un destacado ejemplo en la tarea de apoyar al ejército revolucionario. Desde que cultivaba la tierra arrendada se entregó abnegadamente al movimiento independentista y ayudó a la guerrilla con tanta sinceridad que le donó hasta el toro que había criado desde que era un ternero y que recibió a cambio de trabajo realizado para otros.
Era ilógico, a todas luces, calificar de “minsaengdan” a Pak Kil que provenía de tal familia. No obstante, los izquierdistas le cuestionaron por haber pertenecido al Ejército independentista y por su hermana que había sido forzadamente concubina de un policía, si bien había huido posteriormente, y finalmente lo asesinaron.
¿Era “minsaengdan” Kim Myong Gyun? No, categóricamente. Fue uno de los fundadores de la guerrilla de Wangqing. ¿Qué habría perseguido al meterse en esa organización reaccionaria cuando ocupaba el cargo de jefe militar del comité distrital del partido? En el acta de sentencia confeccionada por los enemigos en su contra se apuntaban más de 20 casos de liquidación de japoneses, más de 20 asaltos a instituciones oficiales japonesas y manchúes y 8 arrebatamientos de armas, hasta que lo encerraron en la cárcel para los “minsaengdan”. Si hubiera sido “minsaengdan”, ¿habría podido realizar tales proezas? ¿Habría podido hacerse maestro, aun después de haber escapado de la zona guerrillera, para insuflar en el alma de los niños el espíritu de la nación? ¿Por qué entonces los enemigos lo habían fusilado?
¿Era Ri Ung Gol un “minsaengdan”? El tampoco lo fue. Yo conocía bien a este hombre. En octubre de 1932, cuando pisamos por primera vez tierras de Wangqing, fue justamente él, jefe de la sección de organización del comité del partido en la zona No.1, que más tarde por poco lo matan bajo la acusación de pertenecer a la “Minsaengdan”, quien llegó primero a Xiaobeigou para recibirme, con dos caballos. Aquel día me dejó una profunda impresión la hospitalidad sincera y solemne del corpulento hombre que para recibir a un joven comandante había traído dos vigorosos corceles.
Ri Ung Gol era un revolucionario de profunda visión política y larga historia, con el antecedente de haber actuado como secretario de la juventud comunista en el distrito Helong, luego conocido la vida carcelaria en Longjing y Soul y trabajado como comisario del escuadrón volante bajo el mando de Ri Kwang.
Por su conducto dirigí la labor del comité zonal del partido y generalizando su ejemplo me sumergí en las actividades del partido en la zona de Wangqing.
En el verano de 1933 estuvo preso de los izquierdistas acusado de “minsaengdan”, pero se evadió de la zona guerrillera y se fue a Corea, dejando escrito: “¡Es injusto que me tilden de ‘minsaengdan’!”. Al establecer el punto de apoyo para sus actividades en la zona de Puryong, creó la unión comunista, aglutinando a personas adultas y jóvenes patrióticos de las provincias Hamgyong del Norte y del Sur y, mientras organizaba y dirigía acciones antijaponesas contra la construcción de carreteras de uso militar y en oposición a la entrega obligatoria de cereales y la movilización al trabajo, entre otras, cayó en manos de la policía japonesa y en Soul se le condenó a 12 años de prisión. Los jueces japoneses conocían bien el precio de esa persona.
¿Hubiera sido justo asesinar a un hombre así, inculpándolo de “minsaengdan”?
La significación de las polémicas en la Conferencia de Dahuangwai radicaba precisamente en haber tachado del expediente de personas como Ri Ung Gol tal acusación. En virtud de los efectos de esas discusiones y de las conclusiones hechas más tarde por la Internacional al respecto, se reconoció también la inocencia de los ajusticiados. Aunque no se pudo recuperar su vida física, por lo menos se rehabilitó su vida política. Otro resultado notable consistió en que al denunciar la perfidia y terquedad que existía en el complot del imperialismo japonés y la mezquindad política de los que se dejaron llevar por la conjura, se puso freno a la revuelta política de los izquierdistas, atándoles de modo consecuente sus pies y manos. Resulta irrefutable que la izquierdización de la “purga” fue precisamente la violencia política, una asonada del superior contra el inferior, perpetrada de manera abierta por personas con elevadas posiciones oficiales para aniquilar físicamente a los inferiores en jerarquía.
Con motivo de la Conferencia de Dahuangwai se expandió el conocimiento de nuestras actividades entre los coreanos radicados en Manchuria del Este. Si aquí apunto recuerdos tan largos como aburridos sobre el pasado relacionado con la “Minsaengdan”, no es para denunciar ante el mundo a los autores de esa tragedia ni ajustarles las cuentas por sus crímenes. Estas memorias tienden a hacerles comprender una vez más y a las claras a nuestros descendientes que las intrigas, las artimañas de los enemigos encaminadas a dividir y desintegrar desde dentro las filas revolucionarias existieron, existen y existirán y que el chovinismo y la mezquindad política de los izquierdistas se deja sentir ahora también a nuestro alrededor como si fuera un fantasma, de manera que esto les sirva de lección en relación con el establecimiento del Juche en la revolución coreana y el espíritu de independencia de la nación.
Mediante la lucha “antiminsaengdan” y su balance en la Conferencia de Dahuangwai llegué a sentir hondamente que la independencia es la primerísima condición de la existencia de una nación y que para defenderla y preservarla es preciso la batalla abnegada por parte de todos sus integrantes, en especial de los precursores.
Como la independencia constituye el primer atributo del ser humano, en ella está también el primer recurso que garantiza la existencia de la nación. Es dable afirmar que tanto en la vida individual de los seres humanos como en la del gran colectivo que integra la nación, la condición principal que determina su destino es la independencia. Describí la revolución antijaponesa como una guerra sagrada para recuperar la soberanía nacional porque tuve en cuenta que el restablecimiento de ésta constituía el primer anhelo que el pueblo abrigó ardorosamente a lo largo de decenas de años y la suprema tarea que los comunistas coreanos se plantearon como programa. En pocas palabras, se podía calificar de meta general de la lucha de liberación nacional.
Por lo tanto, todas las actividades de los comunistas coreanos debían obedecer a la consecución de esta meta. Teníamos que plantear como nuestra vida la defensa de la independencia, tanto en los razonamientos como en la práctica, y por ella actuar como panteras y rayos en cualquier circunstancia.
La independencia no la confecciona o regala alguien ni se establece por sí sola con el paso del tiempo. Hay que conquistarla con la propia lucha. Unicamente quienes manifiestan un inflexible y abnegado espíritu combativo, sacrificándose a sí mismos, pueden alcanzarla y ser sus eternos dueños. Es así porque en el mundo sobran bandidos que violan la soberanía de otras naciones. Existen también numerosos individuos que consideran natural que ellos disfruten de la independencia, pero se encolerizan y obstruyen cuando otros la quieren. Es una expresión de la arrogancia imperialista y dominacionista, ya pasada de moda, el que consideren la independencia como monopolio del que pueden disfrutar sólo ellos.
La existencia de las fuerzas violadoras de la independencia en el seno de las filas que perseguían un objetivo común, constituyó un capricho de la historia, fuera de cualquier sentido normal. A causa de esta inconsecuencia, la revolución coreana conoció graves momentos de angustias y frustraciones. Para pasar de la frustración a la ofensiva combatimos con fiereza e intrepidez, sin temer a la muerte, contra los que pisoteaban el derecho a la soberanía de la nación coreana y los comunistas coreanos. La Conferencia de Dahuangwai fue una gran batalla ideológica que los comunistas coreanos libraron bajo la bandera de la independencia para mantener su propio lineamiento de la revolución y defender este derecho.
Si nos hubiéramos asustado o temido siquiera un poco a la muerte ante la férrea imposición de los izquierdistas insensibles y despiadados, no habríamos salvado la revolución de las orugas del izquierdismo que atropellaban furiosamente. Lo que la salvó de la crisis fueron el acerado espíritu de sacrificio de los comunistas coreanos que incluso se arrojaban al agua o al fuego para defender la justicia, su sentido de principios comunista y su inconmovible fe en la justedad de su causa.
Hoy, cuando los imperialistas hablan a voz en cuello del fin del socialismo y llevan a cabo una furibunda campaña sicológico-política para descarrilar a nuestra República de la órbita del Juche, defender y mantener sin desmayo la independencia sigue siendo una exigencia vital para el destino de nuestra nación y República. Los comunistas coreanos vencerán también en la confrontación con los imperialistas por la defensa de la independencia y de nuestro socialismo centrado en las masas populares.
En el proceso de la lucha “antiminsaengdan” llegué a sentir hasta la médula cuán dañino es fraguar cabildeos e intrigas en la vida cotidiana o la lucha revolucionaria y recibí una seria lección de que junto con los fraccionalistas no se puede hacer la revolución. Para comprender la nocividad y carácter reaccionario de los cabildeos, intrigas y las riñas sectarias, es suficiente evocar sólo los cinco siglos de historia de la dinastía Ri. Entrarse a cuchillazos entre padres e hijos, entre hermanos carnales si es para acaparar el poder, es exactamente la naturaleza de los reaccionarios y el mal hábito de los fraccionalistas.
Después de la liberación del país, los enemigos trataron de desintegrarnos desde adentro, aprovechándose del método de la “Minsaengdan”, otrora utilizado por el imperialismo japonés. Por un tiempo, intentaron hacer daño, enviando cartas falsificadas, sobre Paek Nam Un2, Kang Yong Chang3, C
Cada vez que se designa un nuevo ministro de Seguridad Pública, le advierto que si bien no debe cometer errores de derecha, tiene que estar en guardia ante el izquierdismo, sin olvidar la lección sacada de la “Minsaengdan”.
El izquierdismo es el caldo de cultivo con que los especuladores políticos y los ambiciosos pudieran escenificar alborotos de “minsaengdan” de otras formas. Los dueños de este caldo de cultivo hablan a favor del Partido, la revolución y la fidelidad, con una voz 10 ó 20 veces más alta que la de los demás. ¿Qué diferencia hay entre este espíritu superrevolucionario y los actos de los izquierdistas que en el pasado jugaban a su antojo con la vida política de las personas en las zonas guerrilleras?
Si la derecha es la contrarrevolución abierta, el izquierdismo es la camuflada, y si la primera es el cáncer, el segundo es el hongo venenoso, no menos peligroso. A pesar de que llevan una convivencia parasitaria sobre una enorme planta, llamada revolución, fingen perseguir distintos objetivos, increpándose recíprocamente, pero, en realidad, se hallan inseparablemente entrelazados por un mismo cordón umbilical. Si no se tiene en cuenta la verdad de que el izquierdismo de una persona puede perjudicar al colectivo, y que si lo practica el partido en el poder, es posible que fracase la revolución por perder al pueblo, será imposible salvaguardar el socialismo. Esta es la lección que nos dio la lucha “antiminsaengdan” y una advertencia para los comunistas del mundo entero por la dolorosa experiencia de una serie de países que sangraron gravemente a consecuencia de los daños provocados por el izquierdismo.
Oponerse y estar alerta ante las palabras y actos ultrapartidistas, que encubren la izquierda, y proteger de sus tentáculos la vida política de las personas, constituye un tema que debe estar presente en todo momento en las actividades de los comunistas en el poder.
3. Hijos de la Unión
de la Juventud Comunista
La labor con la juventud es una de las tareas más enjundiosas a las que me he dedicado en cuerpo y alma durante toda mi vida. La época de Jilin es claro testigo de que mis actividades revolucionarias se iniciaron con la participación en el movimiento juvenil y estudiantil. No sólo lo dirigí allí antes de que me llevaran a la cárcel, sino que también después me dediqué activamente, y en la clandestinidad, al trabajo con los jóvenes y estudiantes. Desde el verano de 1930, cuando tuve el primer encuentro con funcionarios de la oficina de enlace de la Internacional, actué como secretario responsable del comité de la región Jidong, de la Unión de la Juventud Comunista.
También en la etapa de Wangqing esta tarea respondía a la línea principal de mis actividades militares y políticas. Era más que natural que la dirigiera, porque como comandante encargado de la labor política en la guerrilla, estaba dentro de mis funciones. Además, a petición de la dirección del partido en Manchuria del Este y de sus funcionarios en el distrito Wangqing, me vi en la necesidad de destinar muchas horas al trabajo con las organizaciones de la Juventud Comunista que actuaban fuera de la guerrilla.
Por entonces, al Partido, la Juventud Comunista y al Cuerpo Infantil se los llamaba trío de uniones, de los cuales la Juventud ocupaba el segundo lugar en importancia. Asimismo la denominaron relevo del Partido, reserva del Partido, reservorio del Partido, o segundo partido en el sentido de destacar la trascendencia de su misión y papel.
En las reuniones partidistas en que se discutían los asuntos estratégico-tácticos de gran significación para el avance de la revolución y cómo resolverlos, siempre participaron los secretarios de la Unión de la Juventud Comunista. El comité del partido en Manchuria del Este las llamó reuniones del Partido-Juventud, en las cuales ellos ejercían plenamente el mismo derecho de voz y voto que los militantes del Partido. Donde las fuerzas del Partido no existían o eran débiles, los activistas de la Juventud Comunista desempeñaban el papel principal en la dirección de las masas.
En Jiandao, adonde regresé de la expedición a Manchuria del Sur y del Norte, conocí en detalle el estado de las actividades de esa organización en Manchuria del Este, por boca de Jo Tong Uk, secretario de la Juventud Comunista en el escuadrón volante comandado por Ri Kwang, y de Han Jae Chun y Kim Jung Gwon, secretario y jefe de la sección de organización de la Juventud, respectivamente, en el distrito de Wangqing.
A la sazón, en Manchuria del Este el trabajo de la Unión adolecía de graves desviaciones de derecha e izquierda que obstaculizaban su desarrollo y el de la revolución.
La falta de funcionarios directivos competentes constituía el mayor impedimento para las labores de la Juventud Comunista en la región de Wangqing. Escaseaban por completo quienes fueran capaces de programar y conducir con destreza las actividades a tenor de las circunstancias del momento en que la revolución coreana con la lucha armada como eje, avanzaba en su conjunto por un cauce de notables ascensos. La mayoría de sus miembros eran analfabetos o apenas conocían las letras del idioma materno, y unos pocos, como granos con cáscaras entre los descascarillados, poseían el nivel de conocimientos equivalentes al de los graduados de la escuela secundaria.
Los fraccionalistas, al limitar el movimiento juvenil a la estrecha esfera de las zonas guerrilleras y principalmente constreñendo el trabajo a los jóvenes obreros y campesinos, parloteaban como si sólo unos cuantos privilegiados, de buen origen familiar y bien instruidos, pudieran dirigir las actividades de la Juventud Comunista. Esto engendró, como era lógico, una tendencia de puerta cerrada en la construcción de la Unión. Con el argumento de asegurar su pureza y secreto, cerraban herméticamente la entrada a ella, y cuestionando tales o cuales cosas, rechazaron sin fundamento a jóvenes que deseaban ingresar. No admitieron a estudiantes pretextando su poca edad o su complicado origen familiar, mientras que daban las espaldas a modestos jóvenes de procedencia obrera y campesina, calificándolos de ignorantes.
Para militar en la Unión de la Juventud Comunista debían, por lo menos, estar versados en los Fundamentos del socialismo, así como leer e interpretar obras clásicas como el Manifiesto Comunista y El trabajo asalariado y el capital. Si durante el examen del aspirante se revelaba que no había leído el Manifiesto Comunista, solía suceder que se le impugnara preguntándole: “¿Te atreves a ingresar en la Unión sin siquiera conocer el Manifiesto Comunista?”
Un joven de Dawangqing fue rechazado porque su buey había sido confiscado por el soviet. Argumentaron que si su familia había poseído un animal de labor confiscable, él pertenecía a la clase propietaria, y que una víctima del arrebato por el soviet ya no tenía cualidades de aspirante a la Unión.
Los izquierdistas que abogaban por cerrar puertas ni siquiera quisieron admitir con gusto a aquellos jóvenes que se habían desempeñado con honestidad, incorporados en la asociación de campesinos, la unión antimperialista, la asociación de ayuda mutua revolucionaria o en la vanguardia de niños. Allí donde el izquierdismo tendía barreras y tenía herméticamente cerradas las entradas, se dieron muchos casos de que una agrupación de masas con más de 100 personas apenas contara con tres o cuatro miembros de la Juventud Comunista. No sé si fue porque Wangqing era la sede de la dirección del partido en Manchuria del Este; de todos modos, esta región se mostraba muy reservada en engrosar las filas de la Unión. Aunque se trataba de jóvenes que habían sido fieles a la vida orgánica en otros distritos, si llegaban allí sin documentos de traslado o avales emitidos por la organización correspondiente, no los admitían.
Este es un ejemplo: Jon Mun Jin, quien se había dedicado a las actividades revolucionarias clandestinas en Dongningxiancheng, fue trasladada a Wangqing esquivando una gran ola de detención de los militarotes, sin embargo, aunque trabajaba con honestidad en la sastrería, no fue aceptada por la organización del lugar, porque le faltaba el documento de traslado.
Una vez, para agradecer la confección de uniformes, fui allí y la encontré muy desalentada. Más tarde la visité con frecuencia, y siempre leía en su rostro la tristeza. Así, pues, un día me entrevisté con ella. Era una muchacha tímida, pero supo confesar lo que le atormentaba. Dijo que aunque por propia voluntad había ingresado en la guerrilla al llegar a su nuevo destino, vivía triste como un pato silvestre solitario, porque no la admitían en la organización de la Juventud Comunista. Aunque tardíamente supe la causa de su pesar y, previa consulta con los funcionarios correspondientes, hice que continuara su vida como unionista.
Algunas organizaciones de la Unión admitieron sin ton ni son en sus filas a elementos espurios, malintencionados, advenedizos o vacilantes, que se infiltraban valiéndose de las relaciones de favoritismo y nepotismo entre coterráneos, condiscípulos, parientes y amigos. Ciertos funcionarios de la Unión absolutizaban el origen familiar en tal grado que recibían en su organización hasta espías infiltrados en la zona guerrillera, al ser seducidos por el cuento de que procedían de familias de peones agrícolas. Tal tendencia izquierdista y derechista creó un resquicio por donde algunos miembros de la Juventud carentes de la forja revolucionaria se pasaron a las zonas enemigas, vencidos por las dificultades.
Las desviaciones en las labores de la Unión motivaron que muchos jóvenes tuvieran desconfianza en el comunismo y recelaran del movimiento revolucionario conducido por los comunistas. En definitiva, esto influía negativamente en el trabajo de la Juventud dentro de la guerrilla y en el movimiento del frente unido para aglutinar bajo la bandera antijaponesa a jóvenes, estudiantes y demás sectores del pueblo patriótico.
Si en las zonas guerrilleras la Unión de la Juventud Comunista incurrió así en desviaciones derechistas e izquierdistas, fue porque sus dirigentes no contaban con una correcta línea para la construcción de la organización, idónea a la realidad y los intereses de la revolución coreana, y como consecuencia aplicaban de manera dogmática las exigencias de los clásicos o asimilaban por entero las experiencias ajenas.
En marzo de 1933, cuando los directivos de las zonas guerrilleras se desvivían por encontrar una metodología y salida para acabar con esas desviaciones y renovar el trabajo con la juventud, en Macun, región de Xiaowangqing, se convocó a una reunión de los cuadros de la Unión de la Juventud Comunista. Participaron unas 30 personas que tenían que ver con la labor con los jóvenes, entre otros miembros del comité de la Unión y jefes de departamento de niños procedentes de la región de Wangqing; los delegados de la juventud que vinieron de Yanji, y los representantes estudiantiles(trabajadores políticos clandestinos), llegados de Longjing. De ellos, Kim Jung Gwon, Pak Hyon Suk, Jo Tong Uk, Pak Kil Song, Ri Song Il, Kim Pom Su y C
Cada vez que recuerdo esa reunión me viene fresca a la memoria la imagen de Pak Kil Song, quien durante todo el evento me miraba, no sé porqué, con ojos singularmente resplandecientes. Recuerdo con especial impresión sus ojos, tal vez porque tiempo después, en un encuentro sorpresivo con el ejército Kwantung, perdió uno de ellos. Parecía que asistió en calidad de militante ejemplar, sin ningún cargo especial de su organización, aunque más tarde, cuando tenía 26 años, siendo destacado comandante de la guerrilla de Manchuria del Norte, cayó heroicamente.
El último día de la reunión, los dirigentes de la Juventud en el distrito y otros delegados me pidieron que hablara. Probablemente lo hicieron de común acuerdo pensando que Kim Il Sung tenía experiencias dignas de contar, ya que había actuado mucho entre los jóvenes en Jilin y, más tarde, en Jiandao, en calidad de secretario responsable de la Unión en la región de Jidong. Accedí y pronuncié un largo discurso en torno a las tareas que correspondían a las organizaciones de la Unión de la Juventud Comunista. Gran parte de su contenido la evocó en detalle Jo Tong Uk hace decenas de años.
Filósofos, políticos y educadores de Oriente y Occidente, antiguos y contemporáneos, sin excepción, han presentado muchas opiniones de valor en cuanto a la posición y la misión que los jóvenes asumen en la lucha por la transformación y renovación de la sociedad. Los clásicos marxistas los consideraron por unanimidad como puentes o relevos de la revolución. Incluso Aristóteles, filósofo de la antigüedad, advirtió que el porvenir de un Estado dependía de cómo se formaban los jóvenes. En dar mayor peso a éstos, que representan el futuro, todos los filósofos adoptaron una misma posición, independientemente de si eran materialistas o idealistas, de Oriente u Occidente.
Me identificaba, desde luego, con su opinión de considerarlos como encargados del futuro, pero nunca me sentí satisfecho de limitar su posición a la de puentes o relevos de la revolución. No podía aceptar la definición que los clásicos y teóricos anteriores hicieron de ellos como un sector social, como fuerzas adicionales que participaban en la revolución apoyándose en la generación predecesora y bajo su dirección y educación. Esa definición no era justa en vista de la trayectoria y la realidad de nuestra revolución.
Siempre los he considerado como vanguardia de la revolución. Los jóvenes constituyen el destacamento de vanguardia, fuerza principal, que se encarga de las tareas más duras y difíciles en la lucha revolucionaria y en el movimiento social; la armazón que sostiene el destino futuro. La práctica corroboró con suficiencia lo acertado que era el argumento. Hasta la fecha, en que tengo 80 años, mantengo esta opinión sobre la posición y el papel de los jóvenes como vanguardia de la revolución. En el período más tenebroso de la dominación colonial del imperialismo japonés, si hubiéramos desperdiciado el tiempo, andando a tientas en pos de la generación anterior para apoyarnos en ella y cumplir sólo las tareas que nos diera, sin impulsar de manera independiente el movimiento revolucionario, no habríamos podido abrir el nuevo camino de la revolución coreana, unidos bajo la bandera de la idea Juche tras desprendernos de cuajo de las viejas corrientes ideológicas, ni fundar la Guerrilla Antijaponesa, ni tampoco desarrollar, al frente de la nación y a tenor con la exigencia de la nueva época, la revolución antijaponesa en su conjunto con la lucha armada como eje.
También la historia de la lucha de liberación nacional de nuestro país nos convence de que fueron los jóvenes quienes siempre se pusieron a la cabeza en esta obra. Todos resultaron intrépidos combatientes que no tenían ningún miedo a la prisión, el cadalso o la muerte. Cuando estalló el Levantamiento Popular del Primero del Marzo(l9l9), los jóvenes de Corea se situaron en la avanzada, como pelotón suicida, y durante la Manifestación del 10 de Junio por la Independencia(l926), que azotó todas las calles de Soul, también fueron los jóvenes los que gritaron a voz en cuello consignas patrióticas, formando la fuerza principal de la columna. Igual pasó con el Movimiento Estudiantil de Kwangju de noviembre de 1929: sus protagonistas fueron los jóvenes estudiantes. Sin manipulación de nadie, por propia decisión, se sublevaron, formaron filas, avanzaron arrolladoramente por las calles y, expuestos a las bayonetas, hicieron resistencia. Los jóvenes comunistas de la nueva generación surgieron como protagonistas de la lucha liberadora nacional desde mediados de la década del 20 y empezaron a escribir nuevas páginas en la historia de la revolución antijaponesa.
Ya expliqué en detalle en tomos anteriores de este libro que mi adolescencia se inició con las actividades en la Unión de la Juventud Comunista. Toda la Lucha Revolucionaria Antijaponesa coincidió con mi mocedad. En esa precisa etapa, dirigí un regimiento y una división, e incluso, un cuerpo. En un tiempo hubo quienes me imaginaban un veterano general canoso. Sin embargo, no había cumplido aún los 34 años cuando con motivo del retorno triunfal pronuncié un discurso en el Estadio Público de Pyongyang.
La guerra de guerrillas no es una guerra como la de la antigüedad en la cual los contendientes, acampados frente a frente, arrojaban a sus guerreros bien preparados al encuentro a caballo y con lanzas a compás de redobles, o flechaban desde altas murallas de las fortalezas, ni la moderna que es dirigida por teléfono, radiotransmisores y efectuada con equipos desarrollados. Unas y otras las pueden conducir con seguridad los veteranos generales entrados en los 50 ó 70 años. Sin embargo, la guerrilla exige que los comandantes compartan con sus soldados toda clase de amarguras, como el crudo invierno. De vez en cuando, deben empuñar las ametralladoras y, según lo exige la situación, lanzarse a la batalla cuerpo a cuerpo con bayoneta calada. No puede resistir quien no tenga fortaleza física y espiritual.
Casi todos los combatientes participantes en la revolución antijaponesa eran jóvenes veinteañeros. Yang Jingyu a los 32 años ocupó la comandancia del destacamento de ruta No.1 de las Fuerzas unidas antijaponesas del Noreste, y Chen Hanzhang se desempeñó, con 27 años, como jefe del destacamento de ruta No.3. O Jung Hup estaba en la flor de sus 29 años cuando cayó cumpliendo con su importante misión de comandante del regimiento.
No es exagerado decir que la Lucha Armada Antijaponesa fue llevada a cabo bajo la entera responsabilidad de los jóvenes. ¿Cómo entonces, pueden calificarse sólo de puentes y relevos de la revolución?
Mi criterio y posición están bien reflejados en el discurso y la charla de ese día.
“Los jóvenes constituyen la fuerza clave del grueso de nuestra revolución. En el mundo, la historia de cada país nos enseña que los jóvenes siempre se han puesto a la delantera de la transformación de la sociedad. Tienen una gran fuerza, son capaces de derribar montañas y separar mares. El objetivo que perseguimos trabajando con ellos consiste, precisamente, en ponerlos en la primera fila de la lucha revolucionaria mediante su concientización y organización. Pese a ello, las agrupaciones de la Juventud Comunista tienen herméticamente cerradas las puertas y dan las espaldas a las masas juveniles, lo cual es un proceder más que absurdo. Algunas no admiten en sus filas a los mejores jóvenes, pretextando su poca edad, expresión típica de esa tendencia de puertas cerradas. ¿Es que acaso Ryu Kwan Sun era una vieja cuando fue inscrita en la historia de la nación como heroína del Levantamiento Popular del Primero de Marzo? El general Nam I expresó: Un varón que a los 20 años no asegure la paz al país, nadie en la posteridad dirá que fue hombre verdadero. Si la Unión, cuestionando la edad, rechaza o vuelve las espaldas a los jóvenes entre 10 y 20 años, en quienes
Otro tema que despertó el interés de los asistentes fue el referente al método y el estilo de trabajo que debían aplicar los funcionarios de la Juventud.
Sobre el tema hablé mucho:
“Para aglutinar a las amplias masas juveniles, hay que mejorar el método y el estilo de trabajo de los encargados de las actividades de la Unión de la Juventud Comunista. Supongamos que un unionista no ha podido matar a ningún enemigo con cinco balas. Sin duda, ha cometido un error, porque en la guerrilla rige la consigna de por cada bala un enemigo. Si en este caso, su organización lo critica y aplica una sanción, ¿se podría considerar justo? Ustedes no deben tratar tan simplemente el asunto. Ante todo, tienen que analizarlo en todas las direcciones, de arriba abajo y de lado a lado. Deben interesarse en detalle por si funcionaba bien el mecanismo del fusil, si estaban ajustados su alza y punto de mira, si el tirador accionó cautelosamente el disparador con la culata apoyada correctamente en el hombro y si controló la respiración cuando lo hacía. Al mismo tiempo, tienen que preocuparse si sus condiciones físicas son normales: si es miope, cegato o tiene otro padecimiento de la vista, y si no es ideológicamente cobarde, carente de audacia. Así tratarán la cuestión analizándola en sus diversos aspectos, en lugar de censurar al tirador por suponerle débil ideológicamente. La crítica debe ser, en todos los casos, para salvar a los camaradas. Aunque intransigente con los defectos, se basará en un análisis acertado para que éstos se reconozcan. No es permisible la blasfemia o el insulto a modo de denuncia.”
En la reunión de ese día intervine y charlé, entre otras cuestiones relativas a las actividades de la Unión de la Juventud Comunista, sobre la consolidación de la base organizativa e ideológica de sus filas y el mejoramiento de la propaganda y agitación, la sinceridad en la crítica y la autocrítica, la formación del Cuerpo Infantil como relevo de la Juventud Comunista, así como la necesidad de tomar los puntos positivos de la lucha desplegada por los jóvenes patrióticos del pasado.
Cada vez que se me ofrecía la oportunidad, acentuaba que los funcionarios directivos de la Unión debían convivir siempre con las masas, ponerse a su cabeza en el trabajo, ser los abanderados y actuar como una auténtica madre en la labor con la gente.
Después de la reunión se registró un cambio en el estilo de trabajo de los dirigentes de la Unión. Sus organizaciones, que estaban amarradas al viejo molde del burocratismo, la tendencia de puertas cerradas y el formalismo, se convirtieron en agrupaciones vivaces, animosas, que se compenetraban profundamente con las masas juveniles.
Un día fui al comité distrital de la Unión de la Juventud Comunista para ver a Kim Jung Gwon. Pero no había nadie más que un enlace. Le pregunté dónde estaban los demás y me contestó que en las organizaciones zonales y en sus filiales. No pude contener la satisfacción que me embargaba.
Hasta poco tiempo antes, ellos, en lugar de ir a los unionistas, trabajaban con indolencia: sentados con las piernas cruzadas en la oficina, citaban a los secretarios de las filiales y de las organizaciones zonales y les asignaban las tareas para luego exigirles por el resultado.
Acerca de la situación de la base, el comité distrital era tan ignorante que hasta creía en el rumor de que en algún lugar un caballo había parido. Así y todo, gritaba hurra al terminar reuniones donde se libraba la batalla ideológica. Reitero que sus organizaciones daban por resueltos todos los problemas, tan pronto como organizaban las reuniones y críticas.
Los métodos convencionales empezaron a desaparecer de la labor de los funcionarios de la Unión. Estos iban a sus filiales en la guerrilla y en las localidades y colaboraban con responsabilidad en las labores. Dejaban de matar el tiempo con palabrerías y papeleos en el local de su comité distrital, visitaban las instancias inferiores, se encontraban con unionistas, asistían a las reuniones de grupo o de filial, y ayudaban a los secretarios a confeccionar planes de trabajo. En la oficina se encontraban sólo cuando se convocaban las reuniones.
Entre los activistas de la Juventud Comunista figuraban muchos que sabían adecuar las tareas con habilidad y flexibilidad a las circunstancias y condiciones, y que poseían impecables estilos de trabajo y probados métodos de dirección.
Kim Pom Su, que fungió como jefe de la sección de organización de la Juventud Comunista en la zona No.8, distrito de Yanji, incluso participó en la Conferencia de Mingyuegou, pero sus padres no conocían que era un capacitado dirigente que disfrutaba del cariño de los jóvenes.
Cuando se matriculó en la primaria, su madre se sentía muy contenta de que el único hijo estudiara, e iba y venía de la escuela llevándolo a sus espaldas. Al ver que, cuidándolo como una joya, creció y pasó a la adolescencia, los padres lo casaron prematuramente. Y aun después no dejaron de inquietarse por la posible participación del hijo en un movimiento social, por lo que le restringían con rigor sus salidas de la casa.
Kim Pom Su obedeció, pero esto motivó que escogiera para las reuniones el cuarto trasero de su hogar y abriera a hurtadillas, debajo de la cerca, un agujero por donde se colaban con frecuencia los jóvenes. Aunque sus padres se sentían muy satisfechos porque el hijo sabía desempeñar “cabalmente” el papel de esposo, éste no tenía tiempo para mirar siquiera la cara de su amada, porque cada noche, encerrado en aquella habitación, debía trabajar con la juventud. Allí formó decenas de militantes ejemplares.
El secretario del comité distrital de la Juventud Comunista dirigía las actividades, principalmente, en la misma guerrilla, mientras los jefes de sus secciones de organización y de propaganda lo hacían mediante las organizaciones en las zonas guerrilleras y las enemigas. Si era necesario, el secretario se incorporaba personalmente a las operaciones de combate, al frente de las masas guerrilleras.
Cuando se efectuaba la operación en Macun sucedió lo siguiente: La filial de la Unión en la compañía situada en una loma frente a Macun, citó a una reunión extraordinaria con la presencia del secretario del comité distrital. Imaginando ante sus ojos una batalla a muerte, todos los militantes juraron:
—¡Defendamos con el corazón de los unionistas nuestro territorio conquistado a costa de sangre!
E inmediatamente, los cañones de sus fusiles vomitaron fuego certero contra el enemigo, causándole centenares de bajas.
También en los asaltos a Dongningxiancheng y a Luozigou, el secretario del comité distrital se puso a la cabeza del destacamento guerrillero.
Transcurrida dicha reunión de los funcionarios de la Juventud Comunista, me encontré a menudo y consulté con ellos cuestiones relativas a su labor. En aquel tiempo puse mayor énfasis en la necesidad de intensificar entre los jóvenes la educación en el patriotismo y en la conciencia revolucionaria y clasista, en el antimperialismo, en el comunismo, en el optimismo y en los asuntos militares, así como establecer entre los directivos y demás militantes de la Unión un correcto punto de vista sobre las masas y métodos y estilos de trabajo comunistas.
Procuramos que las organizaciones de la Juventud Comunista prestaran primordial atención a los asuntos políticos, militares y económicos inmediatos e hicieran todo lo que estaba a su alcance para solucionarlos. Ellas no eran instituciones de ciencia o de ilustración, ni clubes, sino organizaciones que educaban y aglutinaban a los jóvenes en pro del triunfo de la revolución. Por tanto, sus actividades debían obedecer siempre a la solución de esas cuestiones prácticas. Era como único podían hacerse organizaciones vivas que se movían y, por decirlo así, motores de gran potencia.
Por entonces, entre los jóvenes y demás habitantes de las zonas guerrilleras surgían inclinaciones a prestar menos atención a la esfera económica, que significaba alimentarse, vestirse y alojarse, y que ahora se interpretaría como problemas de la comida, la ropa y la vivienda. La mayor parte de los alimentos que consumían los pobladores de esas zonas se suplía con botines que la guerrilla conseguía en los asaltos al enemigo. Los granos que rendían las tierras estériles de allí no alcanzaban para el próximo año. Por tanto, cada vez que se agotaba la comida, los habitantes miraban al ejército. Al reiterarse el caso, a no pocos funcionarios y vecinos les surgió la idea de depender de la guerrilla. Y hubo quienes, en la temporada de escasez de cereales, pensaban, como de costumbre, que el ejército volvería a atacar al enemigo para conseguirlos y permanecían cruzados de brazos, sin siquiera preparar los cultivos.
En la primavera de 1934 fui a Dahuangwai y, junto con los miembros de la compañía No.3, celebré el Primero de Mayo. Allí me interesé por las actividades de la compañía, ocasión en que, al mismo tiempo, analicé el estado de preparación de los cultivos. La situación era muy seria: aunque estaba próxima la temporada de siembra, los lugareños no tenían listos los arados y vivían al día, impasibles. ¿Qué les habría sucedido? Me quedé boquiabierto. El secretario del comité distrital de la Juventud Comunista que me acompañaba, tampoco ocultaba su disgusto, preguntándose cómo habían llegado a ser tan perezosos.
Días después, en el sitio de cita secreta de Yaoyinggou convocamos una reunión ampliada del comité distrital de la Unión y discutimos las tareas de los jóvenes para la siembra primaveral. Se resolvió constituir brigadas productivas de choque que se dieran a la campaña de la siembra en todas las zonas guerrilleras de Jiandao, igual que en el otoño de 1932, cuando se organizó el cuerpo de cosecha que aseguró la recolección de granos en los sembrados de las zonas intermedias. A las brigadas se incorporaron todos los activistas de la Unión y otros jóvenes medulares de las zonas guerrilleras. No sólo araban sino se encargaban de la preparación de semillas y aperos de labranza. Los instrumentos averiados se reparaban en la herrería con la fuerza colectiva de los jóvenes. En aquellas zonas donde se carecía de bueyes, se empleaban picos y palas. En conclusión, la siembra primaveral de 1934 culminó con éxito en todos los lugares.
Gracias a las actividades de esas brigadas de choque, en las zonas guerrilleras crecieron a ojos vistas el prestigio de la Unión de la Juventud Comunista y la posición social de los jóvenes. Las organizaciones del partido la apoyaban en todo lo que se proponía realizar y motivaban a sus funcionarios directivos a impulsar audazmente la labor con la juventud. También el gobierno revolucionario popular, las asociaciones de campesinos y de mujeres, y otras agrupaciones de masas respaldaban totalmente las actividades de la Unión.
Prueba elocuente de cuánta importancia le concedían los pobladores de las zonas guerrilleras fueron los preparativos en septiembre de 1934 de los actos del Kuchongde; este significa Día Internacional de la Juventud Proletaria.
Después de la primera celebración en 1915, los jóvenes proletarios de todo el mundo lo hacían cada año, de lo que no se excluían China ni Corea.
En 1934 los moradores de Wangqing preparaban los actos en gran escala. En las vísperas mandamos gente a las zonas enemigas con la misión de invitar delegaciones de visita por aldea y, al mismo tiempo, conseguir arroz, harina de trigo y carne que el día de la fiesta consumirían los invitados. Algunos de ellos regresaron hasta con té. La guerrilla asaltó al enemigo y le arrebató artículos de uso común para la fiesta.
En la plaza de Yaoyinggou se levantó un arco con ramas de pino; en sus alrededores pintaron murales que en serie describían los éxitos combativos de la guerrilla, y entre ellos consignas de agitación. En la compañía No.5 había por entonces un talentoso pintor venido de la Unión Soviética. Era, al mismo tiempo, un excelente calígrafo. Expuso, además, un mapa de combate que mostraba las victorias del Ejército Revolucionario Popular. Cada una de sus pinturas lucía tan real que parecía con vida.
Convertimos en alojamiento de los huéspedes todo el edificio del gobierno, en cuyas paredes también se colocó propaganda para su disfrute.
En las zonas guerrilleras de Jiguanlazi, Yingbilazi, Tianqiaoling, Zhuanjiaolou y en otras aldeas colindantes eligieron sus representantes y los enviaron a Yaoyinggou. Estos, teniendo en cuenta que el enemigo los encerraba en las aldeas concentradas y vigilaba con rigor su salida y entrada por las puertas de las murallas, no venían en grupos, sino separados, con la hoz en la mano o con la cesta sobre la cabeza, disfrazados de labriegos que iban al campo.
El día preciso de la fiesta, los jóvenes de las zonas guerrilleras, en compañía de los demás habitantes, se congregaron en la plaza, con ropas de lujo confeccionadas con tejidos de seda o de lana conseguidos como trofeos de guerra en Beisanchakou. También los funcionarios del comité distrital de la Juventud Comunista se presentaron con el mismo atuendo y se encargaron de los quehaceres relativos al acto. El vigoroso aspecto de los guerrilleros que entraban en la plaza, con uniformes bien planchados y alineados con disciplina, provocó la admiración de los representantes de las zonas enemigas.
El acto se inició con la detonación de una bomba “Yongil”. Tan pronto como se escuchó el ¡bum!, en la plaza se alzaron decenas de banderas rojas y retumbaron consignas, aplausos y redobles de tambor que estremecieron la tierra. Los visitantes abrieron los ojos como platos.
Luego del informe los representantes de diversos sectores sociales pronunciaron combativos discursos, dedicados a elogiar los méritos de la Juventud Comunista y a la agitación antijaponesa. En aquel tiempo, a los discursos de tal tipo se le llamaba exposición de impresiones. La última parte del programa consistió en un solemne acto en honor de las delegaciones invitadas venidas de las zonas enemigas. A petición de los funcionarios de los comités distritales del partido y de la Juventud Comunista, hablé del tema de prestar asistencia sincera a las actividades militares y políticas del Ejército Revolucionario Popular. En respuesta, un delegado de la zona enemiga quiso hacer uso de la palabra, pero, ahogado por la emoción, se limitó a saludar reiteradamente con la cabeza sin pronunciar ni una palabra.
Tras mi discurso, los enviados de las zonas enemigas pedían a porfía que los admitiéramos en la guerrilla. La situación era tal que debíamos persuadirles para que renunciaran a su solicitud. Considerando su situación familiar y relaciones de trabajo, sólo a algunos de ellos les permitimos ingresar.
En la presentación artística de ese día fue singular el programa preparado por la compañía No.5. Un guerrillero, exmiembro de la organización clandestina de Laoheishan, ejecutó muy bien una danza rusa que había aprendido durante su permanencia en Primorie.
Cuando los invitados estaban a punto de partir, les ofrecimos trofeos de guerra que teníamos reservados para los pobladores de las zonas enemigas.
Menciono con tanto detalle la celebración del Día Internacional de la Juventud Proletaria de septiembre de 1934, porque fue la de mayor envergadura y más impresionante de entre los festejos que los jóvenes llevaron a cabo en la etapa de las zonas guerrilleras.
A la sazón, prestamos suma importancia a los aniversarios de carácter mundial, así como a la vinculación con las organizaciones internacionales, tales como la Internacional Comunista, la Internacional Comunista de la Juventud, la Internacional Profesional Roja y la Internacional Campesina. Igual como los partidos comunistas de todas las naciones contaban con la Comintern como su centro internacional, también las uniones de la Juventud Comunista tenían como tal la KUM, abreviatura rusa de la Internacional Comunista de la Juventud. La organización con la que manteníamos contactos en
En la ejecución del programa de la Unión de la Juventud Comunista, surgió un gran número de excelentes revolucionarios que escribieron con letras mayúsculas páginas de la historia de la lucha de liberación nacional. “Trece Balas”5, “Kang Cha Wi”(Kim Pong Uk), Pak Kil Song, Hwang Jong
En la reunión de la Juventud Comunista, efectuada en el sitio secreto de Yaoyinggou, se discutió, además, cómo ampliar e intensificar más las actividades en las zonas enemigas.
Allí se sentía la escasez de núcleos directivos de la Unión, bien preparados en el plano político y práctico. Las tareas de esta institución estaban desatendidas a causa de la errónea política de los izquierdistas, que ocupaban su dirigencia y de las organizaciones del partido a todos los niveles. Teniendo bien presente esta situación, la reunión presentó la consigna combativa: “¡Levantemos fortines en el corazón del enemigo!”, que era igual a “¡Levantemos fortines de la revolución en el ejército enemigo!”. La consigna encarnaba la idea de fortalecer nuestras organizaciones en el punto clave del enemigo.
Por decisión de la reunión, numerosos cuadros marcharon hacia vastas regiones, sobre todo a Manchuria del Este y el interior de Corea, para cumplir difíciles tareas en la retaguardia enemiga. Pak Kil Song, jefe del departamento de niños del comité de la región especial de Manchuria del Este, fue enviado a Luozigou. Junto a otros competentes activistas de la Unión iba ampliando las organizaciones y forjaba a los jóvenes en la práctica. En la alambiquería de Luozigou, la más grande de su tipo en Jiandao, donde numerosos niños trabajaban como mano de obra temporera, echaron raíces profundas los trabajadores políticos que él envió. También C
Cada año, entre febrero y mayo y entre septiembre y octubre, su dueño, de apellido Yu, sólo contrataba como brazos temporales a niños para sacar mucho con poco dinero. Les pagaba 30 fenes al día, lo que no llegaban a la mitad del jornal de un adulto. Y no pagaba dinero contante sino con una botella de licor que costaba eso. Para conseguirla, los niños trabajaban a brazo partido desde la madrugada hasta tarde en la noche, y después de la jornada debían andar por las calles para venderla.
Bajo la dirección de la Juventud Comunista, C
—Con una botella de licor no pueden mantener la vida —les persuadió con paciencia—. ¡Unámonos todos y ganaremos el dinero correspondiente al trabajo realizado! Podemos vencer al dueño si aunamos las fuerzas.
En respuesta a su llamamiento, los niños obreros dejaron de ir tres días a la fábrica. Aquellos que seguían trabajando por miedo al desempleo, al escuchar a C
Pak Ho Jun, miembro del comité de la Juventud Comunista en Luozigou, obtuvo relevantes éxitos en sus actividades en la zona enemiga por su destacada capacidad organizativa y habilidad en la labor con las masas. Fue precisamente, quien orientó entre bastidores a esos pequeños a incorporarse a la organización antijaponesa y condujo la
Tan pronto como lo arrestaron, los adversarios dieron vivas como si tuvieran en las manos a todas las organizaciones clandestinas de la zona de Luozigou, pero se equivocaron: con ningún método pudieron rendirlo.
Un día en que yacía medio muerto, trataron de engatusarlo:
—Eres un joven con un radiante porvenir. ¡Qué lástima! ¿No te sientes culpable ante tu madre viuda que vive sólo con la esperanza de ti? Revélanos la organización de la Juventud Comunista y sus cuadros, y recibirás como recompensa una colosal cantidad para vivir con lujo. Renuncia al sueño de la revolución sin perspectiva y busca el camino para sobrevivir.
Pak Ho Jun con una sonrisa amarga en el rostro les dijo:
—Sí lo haré; escríbanlo. El apellido del cuadro que me dirige es “Kong”(La primera de las tres sílabas coreanas que significan partido comunista —N. del Tr.) y su nombre, “Sandang”(Las dos últimas de las tres sílabas coreanas que significan partido comunista —N. del Tr.).
Al verlos asustarse sobremanera dejando de anotar lo que decía, se incorporó con las manos apoyadas en la pared y siguió burlándose de ellos:
—¿De qué valdrá anotar el nombre del gran cuadro que me ha educado? Pronto el partido comunista me vengará.
Al final, optó por el camino de la muerte. Imagínense su indoblegable figura caminando hacia el lugar de ejecución, dejando flamear las faldas de la chaqueta. Se conducía con tal dignidad que incluso los soldados enemigos murmuraron con pánico, reconociendo que los comunistas eran grandes hombres.
Un fumador le puso a escondidas en una mano un cigarrillo y varias muchachas tiraron ramos de flores bajo sus pies.
Como se ve, las primeras generaciones de la Juventud Comunista, bien nacidas de la revolución antijaponesa, supieron combatir en defensa de su compromiso y morir con honor.
Los jóvenes de esa época, educados y forjados por la Unión de la Juventud Comunista, sometieron enteramente sus intereses personales a los de la organización y la revolución.
Así era también el militante Rim Chun Ik. Se desempeñó como secretario de la filial especial de la Unión en Nanxian de la zona No.8 del distrito de Yanji y resultó un competente trabajador político que constituyó una organización clandestina. Lo detuvieron cuando la dirigía, pero guardó hasta el fin su secreto a pesar de las reiteradas y crueles torturas. Incluso se responsabilizó de las actividades clandestinas de sus compañeros, insistiendo en que las había realizado él. Cayó heroicamente a la temprana edad de 18 años, mientras que otros fueron puestos en libertad.
Se decía que hasta los verdugos bajaron la cabeza ante el bello y noble espíritu de sacrificio que mostró exponiéndose a la muerte para salvar su organización y camaradas.
La unionista Ri Sun Hui fue igualmente indoblegable combatiente surgida de la revolución antijaponesa. Si no me equivoco, me encontré con ella por primera vez en el invierno a principios de 1934. La vi cuando fui a la escuela del Cuerpo Infantil para visitar a los niños que habían perdido a sus padres en una “operación punitiva”. Acababa de venir de Yanji a Wangqing para desempeñar el mismo cargo de jefa del departamento de niños del distrito.
Estaba yo en el patio, rodeado de los pequeños, cuando ella corrió a mi encuentro y me saludó. Era una muchacha de ojos redondos y límpidos y tan fresca como el lirio que crece a la orilla del riac
El viento frío soplaba desordenadamente por el patio. Sin embargo, muchos de los niños que se colgaban de mí brincando de alegría, llevaban chaquetas y pantalones o cortas faldas de verano con alpargatas ya desgastadas. Los había con quemaduras en el rostro, a causa, probablemente, de escapar del fuego en las operaciones “punitivas”. Casi todos los pequeños huérfanos que vinieron de las zonas enemigas vestían andrajos.
Acariciando las manos de uno que tenía quemaduras, envolví con la mirada a aquellos miembros del Cuerpo Infantil. Parecía que sus pupilas negras y brillantes me pedían algo con urgencia. Esto me produjo una gran aflicción y me hizo redoblar la decisión de barrer a esos jápis que los habían dejado sin padres.
A duras penas, logré calmar el alma y les sugerí:
—Ustedes son capullos de nuestra Patria y pilares del futuro. Su alegría es la nuestra y su crecimiento sano nos da ánimos... Crezcan pronto y sean auténticos pilares del país.
—Sí, lo haremos —contestaron todos al mismo tiempo y sonoramente con las almas ya despejadas, y luego se alborozaron. No obstante, por las mejillas de Sun Hui, jefa del departamento de niños, se deslizaron copiosas lágrimas.
—Perdóneme, General —expresó—. La organización de la Juventud Comunista me nombró como jefa del departamento de niños, pero, aunque veo a estos niños harapientos...
Se portaba ante mí como si hubiera cometido un delito. En su rostro bañado por el llanto se reflejaba el remordimiento.
¿Podría decirse que la responsabilidad por el pésimo estado del vestido de los niños recaía sobre Ri Sun Hui, quien ni por las noches dormía para repararles las ropas, arreglarles los zapatos o hacerles cuadernos?
Nuestro primer encuentro me produjo un fuerte impacto al ver que asumía una actitud autocrítica revolucionaria, encaminada a descubrir siempre en sí misma la causa de todos los errores y emergencias que surgían en su esfera de actividad.
Días después, organicé ex profeso un torneo de lucha para los miembros del Cuerpo Infantil. Con trofeos de guerra preparamos colchas enguatadas, vestidos, zapatos y cuadernos, y se los enviamos.
No puedo olvidar la imagen de Ri Sun Hui que medio sollozaba y medio sonreía, frotando contra su rostro las nuevas ropas conseguidas al precio de la sangre de los guerrilleros.
En una ocasión Ri Sun Hui, en compañía de un grupo artístico de niños, nos visitó para agradecernos.
—Mi General, quisimos compensar siquiera en una milésima parte la atención con que nos envió colchas enguatadas y ropa nueva y por eso hemos venido con el grupo artístico infantil.
Sentí un vuelco en el corazón.
Reuní a los combatientes y habitantes de la base guerrillera y, junto a ellos, asistí alegre a la representación.
Uno de los programas que nos hicieron vibrar las fibras del corazón fue el monólogo. Una niña narró que sus padres habían sido asesinados por los jápis, pero ella crecía con vigor, llevando ropa nueva y un pañuelo rojo conseguidos a costa de la sangre de los hermanos y hermanas guerrilleros. Mostrando su manita con quemaduras, continuó:
—El querido General me acarició esta mano quemada en una operación “punitiva” y expresó que nuestra alegría es la suya y nuestro crecimiento sano le da ánimos. ¡Hermanas y hermanos guerrilleros! Les digo que estamos creciendo alegres; que estén tranquilos y redoblen los ánimos. Como nos pidió el General, creceré pronto para combatir junto a ustedes, los de la Juventud Comunista, y matar a los jápis ...
La intervención arrancó lágrimas a todos los espectadores.
Tal como si se viera el sudor de los labriegos honestos en las espigas bien maduras, así también en la escena leímos el empeño de Ri Sun Hui puesto en los niños.
Otra vez vino a verme e, inesperadamente, me rogó la enviara como activista clandestina a una zona enemiga.
Ese proceder, sabiendo que se enfrascaba en el trabajo del Cuerpo Infantil y sentía un orgullo impar por ello, me sorprendió.
No cesó de proponerlo a la organización de la Juventud Comunista y, por fin, realizó su deseo: fue enviada a Luozigou, en compañía de Pak Kil Song.
Los escarpados e inaccesibles montes que rodeaban por tres lados a Luozigou y sus fértiles campiñas están impregnados del sublime espíritu revolucionario de valientes unionistas clandestinos, junto con las
No quiero detallar las actividades de Ri Sun Hui en la retaguardia enemiga, pues basta con aclarar dónde estaba la fuerza espiritual con la que no vaciló en consagrar su tierna vida.
En esa época actuaba desde una cabaña poco distante de Luozigou. En esta choza por donde penetraba el fuerte frío y goteaba la lluvia, pasó la primavera y el verano y recibió el otoño. En ese lapso, en la zona se amplió la organización de la Juventud Comunista y creció la del Cuerpo Infantil, lo que implicaba contar con un poderoso bastión de la revolución en el seno de la fortaleza contraria.
Para construirlo, tuvo que recorrer día y noche, disfrazada y sin reparar en alimentos, las zonas enemigas, donde le esperaba el peligro permanente de las bayonetas de los militares y policías y la vigilancia de los agentes.
Por desgracia, cayó en manos del enemigo, delatada por el perverso agente Ri Pong Mun.
Los adversarios la confinaron en una celda oscura y le aplicaron terribles torturas para que revelara la organización clandestina de Luozigou. El destino de ésta dependía de Ri Sun Hui. Si abría la boca, podía descubrirse la red extendida en Luozigou y derribarse en un instante ese fortín de la revolución, levantado a costa de tantos esfuerzos.
Trataron de conmover el corazón de la muchacha, valiéndose de compromisos falsos y palabras almibaradas. Sin embargo, no pudieron sacar de ella otro secreto que el de ser miembro de la Unión de la Juventud Comunista. Tal vez tras las rejas conoció mejor lo que significaba ser militante de la Juventud.
El jefe de la gendarmería de Luozigou, responsable de las torturas, montó en cólera y ordenó que la fusilaran.
En la víspera de la ejecución, ocurrió un incidente. Después de sentenciada a la pena capital, el jefe de la gendarmería quiso persuadirla por última vez y, junto con sus secuaces, fue a verla.
En ese preciso momento, Sun Hui estaba arreglando su vestido. Probablemente lo hacía con el deseo de enfrentarse a la muerte llevando en orden la ropa, aunque estaba empapada de sudor y sangre y hecha jirones.
Ri Pong Mun, quien siempre seguía como perro de presa a su jefe, se acercó a la muchacha y le dijo: “Esta es la última oportunidad para salvarte; aún estás en la flor de la vida y me apiado de ti; dime aunque sea el nombre de un trabajador clandestino; entonces quedarás viva.”
Ella no le respondió y, tras arreglar los cabellos aplastados por la sangre, se llevó una mano al interior de la camisa rota y sacó una bolsita de color gris.
Ri Pong Mun se llenó de pánico y salió corriendo de la celda. Otros agentes le siguieron dando alaridos. Tomaron por una granada de mano aquel bolsito lleno de tierra que el padre le había ofrecido a su hija antes de caer en la defensa de la base guerrillera.
—¡Dejen de asustarse! —les espetó ella—. Lo que tengo aquí es tierra de mi país. ¿Creen que sus despreciables vidas valgan tanto para huir así?
Posteriormente la personalidad del traidor Ri Pong Mun y la de Ri Sun Hui, quien tras las rejas se imaginó el día de la liberación, guardando en su seno tierra de la Patria, se comparaban con “la del cuervo y la del fénix”, alegoría que estimo nunca fue ilógica. ¿Cómo podría conocer el valor de esa bolsita un traidor como Ri Pong Mun?
Al día siguiente se alejó de este mundo, dando vivas a la revolución. En el último momento entonó la Canción de la Unión de la Juventud Comunista, que cito a continuación:
Un mundo nuevo viene, salgamos a su encuentro.
Como jóvenes proletarios, seamos todos abanderados,
Destruyamos con osadía la vieja sociedad de los enemigos.
Somos jóvenes proletarios, jóvenes proletarios,
Somos vanguardia juvenil de las masas trabajadoras.
Una vez, junto a Ri Sun Hui, la canté acompañado de un órgano en la escuela del Cuerpo Infantil. Fue una melodía que entonaban con gusto tanto los unionistas como los militantes del Partido Comunista, y los miembros del Cuerpo Infantil, e incluso, las integrantes de la asociación de mujeres, pues interpretaba fielmente la unánime aspiración de las masas trabajadoras a una nueva sociedad, su ardiente amor al futuro y la inmutable voluntad de la juventud de erigir cuanto antes ese mundo. Numerosos jóvenes la cantaron antes de ser ejecutados como Ri Sun Hui.
No era una composición nuestra, sino de la juventud de Rusia. Sin embargo, no tardó en prender en los corazones de todos los jóvenes del mundo amantes de la libertad y la justicia, por la profunda idea y sentimientos que expresan su letra y música. Tal como La Internacional compuesta por Eugéne Pottier se hizo himno del partido en varias naciones, así también la Canción de la Unión de la Juventud Comunista fue entonada ampliamente como canción de la juventud mundial.
Si surgió una patriota como Ri Sun Hui, es mérito indudable de la Juventud Comunista, que le dio vida política y alas. Si no hubiera existido la organización que la forjara, ¿habría podido a su temprana edad, mostrar tanta valentía ante los verdugos y embellecer el último momento de su vida con tanto orgullo y dignidad?
Hoy repito que la organización es cuna de héroes y universidad que los forma. Un miembro de la Juventud Comunista o de la Juventud Trabajadora Socialista, forjado en la vida orgánica, tiene una fuerza capaz de vencer a cien enemigos, y hasta mil. Nuestro pueblo y nuestro Ejército Popular la poseen porque el primero se ha templado mediante esa vida y el segundo se ha preparado de manera consecuente, en lo político e ideológico, en lo militar y técnico, en el crisol que significa la organización.
En la actualidad, los jóvenes se forjan como combatientes, como héroes y como revolucionarios en la Unión de la Juventud Trabajadora Socialista. Puede decirse que si en el período de la Guerra Revolucionaria Antijaponesa la Juventud Comunista servía de escuela para formar revolucionarios profesionales, la Unión de la Juventud Trabajadora Socialista(UJTS) deviene hoy base donde se prepara el destacamento de vanguardia al servicio de la construcción socialista. Al igual que en la revolución antijaponesa, ellos desempeñan el papel principal en todos los frentes de la edificación del socialismo. La UJTS se ha convertido en un fidedigno destacamento de primera línea que nuestro Partido aprecia y ama sin límites. Dondequiera que se presenta, realiza proezas, surge el prodigio. De la preciosa sangre y sudor de los jóvenes de la época del Partido del Trabajo están impregnadas todas las creaciones monumentales, inapreciables bienes de la Patria, que se heredarán de generación en generación, entre otras, el Complejo Hidráulico del Mar Oeste, el ferrocarril septentrional, el Reparto Kwangbok, el Estadio Primero de Mayo, el Palacio de Niños y Escolares de Mangyongdae y el Palacio de Taekwondo. Esta es la razón por la que nuestro pueblo ama la Brigada de Choque Juvenil “Batalla de Velocidad”.
Entre los militantes de la UJTS y otros jóvenes se manifiesta un sinfín de bellos rasgos comunistas que admira a todo el mundo. La vida es una sola. No obstante, nuestros jóvenes no vacilan en entregarla como si fuera una brizna de
Siempre que leo en el periódico o escucho en la radio los hermosos rasgos comunistas que muestran los jóvenes de nuestra época, recuerdo el empeño de los comunistas coreanos, dedicado al movimiento juvenil y, al mismo tiempo, pienso en la UJTS que lleva adelante de manera impecable las tradiciones de ese movimiento. Es mérito de ella que se registren sin cesar lindas anécdotas de los jóvenes de nuestra era que causan la admiración de todo el mundo. El gran destacamento juvenil forjado en la vida orgánica es, en realidad, más poderoso que una bomba atómica.
En la Tierra no habrá trabajo más digno y honroso que la labor con los jóvenes. Si se me ofreciera la fortuna de reiniciar mi vida y el derecho a escoger una vez más la profesión, sin duda me entregaría en cuerpo y alma al trabajo con la juventud como en la etapa de Jilin.
En ocasión del desmantelamiento de las zonas guerrilleras, volvimos a mandar gran número de trabajadores políticos a las zonas enemigas. Habíamos formulado el proyecto de fortalecer allí las actividades juveniles en la clandestinidad, enviándolos a Antu, Dunhua, Fusong, Changbai, Linjiang y otros puntos, con la misión de organizar el comité distrital unificado de la Unión en Liaojibian, zona colindante con Liaoning, Jilin y Jiandao. Además, trazamos el ambicioso proyecto de constituir en una primera etapa las organizaciones juveniles clandestinas en las regiones fronterizas septentrionales de Corea como Musan, Kapsan, Phungsan y
Para hacer realidad este proyecto, Jo Tong Uk, secretario del comité de la Juventud Comunista del distrito Wangqing fue enviado a la zona enemiga en calidad de secretario del comité unificado del distrito de Liaojibian. Era experto en el trabajo de la Juventud Comunista. Incluso, por haber participado en la rebelión del 30 de mayo(l93O), sufrió más de un año en la prisión de
Si la memoria no falla, mi primer encuentro con él fue en el otoño del mismo año. Lo nombré instructor de la Unión en el escuadrón volante dirigido por Ri Kwang que absorbió a sus soldados, y seguidamente, envié guerrilleros a Manchuria del Norte con la misión de traer a sus familiares. Su padrastro, Jang Ki Sop, era militante del partido, un hombre honesto que merecía llamarse “anciano comunista”.
Jo Tong Uk no sólo fue testigo de las conversaciones entre Wu Yicheng y yo, sino que también, junto con Wang Runcheng, me prestó activa asistencia en las negociaciones. Después de concluidas éstas, los mandé a la Oficina conjunta de las fuerzas antijaponesas en la ciudad de Luozigou.
Uno y otro se hermanaron con oficiales de enlace enviados por las unidades antijaponesas chinas de diversos lugares, y establecieron entre los oficiales de rango medio e inferior y los soldados las filiales del partido y de la Unión de la Juventud Comunista.
Con la actividad en esa Oficina, Jo Tong Uk se adiestró aún más en el trabajo político. En la zona enemiga, se estableció, primero, en Liangjiangkou del distrito de Antu. Abrió allí una pequeña tienda, en donde, dedicándose al “comercio” y valiéndose de hábiles métodos se hermanó con 15 oficiales, de rango medio e inferior y con soldados del ejército títere de Manchuria que la frecuentaban, y logró captar una compañía entera que con sus indicaciones se sublevó y escapó al monte.
Quiso vincular a los rebeldes con la guerrilla y fue a Chechangzi, donde los izquierdistas trataron de detenerlo, tildándole de “minsaengdan”.
Tiempo después, escribió lo que le había sucedido:
“Los izquierdistas del comité especial del partido en Manchuria del Este, tan pronto me vieron, se lanzaron a interrogarme: Song Il fue sentenciado por ser ‘minsaengdan’; cuando él actuaba como secretario del partido en el distrito Wangqing, tú, bajo su égida, trabajaste de secretario del comité distrital de la Juventud Comunista; como Song Il era ‘minsaengdan’, también tú lo serás; di la verdad antes de presentarte testigos. Me decidí a huir. Me apoyó la compañera Kim Jong Suk, que me traía comida. Me ofreció hasta dinero para el viaje. Regresé a Liangjiangkou y, junto con mi madre, me trasladé a Corea.”
Más tarde, continuó el trabajo con la juventud en distintas regiones de Corea.
Tal como el espíritu de Kim Jin6 lo heredó Ri Su Bok7 y Kim Kwang Chol8 y Han Yong Chol9 el de éste, así también sucede con la Unión de la Juventud Comunista, la Unión de la Juventud Democrática y la Unión de la Juventud Trabajadora Socialista. Ahora, que en algunas naciones los jóvenes se convierten en quebraderos de cabeza y, como secuaces de la contrarrevolución, se dedican a derrumbar la torre levantada por sus abuelos, los nuestros se elevan como baluarte y escudo para defender y llevar adelante con fidelidad la causa revolucionaria iniciada por sus antecesores mártires.
Actualmente, la Unión de la Juventud Trabajadora Socialista aglutina a varios millones de jóvenes que son fieles sin límites a la dirección del camarada Kim Jong Il.
Merced a sus esfuerzos, en el siglo XXI nuestra Patria se convertirá en un paraíso para vivir.
4. Respuesta a la hecatombe
en Sidaogou
Cuando pasábamos días muy atareados en la disolución de las zonas guerrilleras, la organización clandestina de Luozigou envió un enlace a Yaoyinggou para entregarme una detallada información sobre la hecatombe en Sidaogou. Según el documento, el batallón de Wen había inducido a la unidad del ejército Jingan estacionada en el Laoheishan, a arrasar toda la aldea de Sidaogou y matar a sus moradores. Era una noticia tremendamente horrible.
La información resultaba confiable, pero no podía orientarme. No podía creer que Wen, el jefe de batallón, faltando su compromiso con nosotros, empujara a ese ejército a masacrar. Entre él y nuestra unidad existía una alianza semejante a la actual acción conjunta de ataque y defensa. Estrechamos sus manos inmediatamente después de la batalla de Luozigou.
Un día, una organización clandestina en zona enemiga nos avisó que un convoy de carretas de bueyes y caballos de una unidad del ejército títere de Manchuria había partido de Baicaogou en dirección a Luozigou. Tendimos una emboscada en las cercanías de Jiguanlazi. Los escoltas no resistieron como debían y cayeron presos en su totalidad. Entre los detenidos había un jefe de compañía de apellido Tie que servía en el batallón de Wen. Aunque preso, no se mostraba cohibido en lo más mínimo, antes bien, reía como si le ocurriera algo justo y esperado.
—Usted es oficial, ¿por qué se rindió sin oponer resistencia? —pregunté a este extraño sujeto.
—¿De qué sirve resistir aquí en la zona de actividades del “ejército rojo de Coryo”? Es mejor rendirnos que ser aplastados en combate.
Como los habitantes de la región de Ningan, él llamaba al Ejército Revolucionario Popular de Corea “ejército rojo de Coryo”.
—Además, toda Manchuria sabe que el “ejército rojo de Coryo”no mata a los prisioneros.
Hijo de una familia campesina pobre Tie se había alistado en el ejército del Estado manchú al oir que en él pagaban bien, con la esperanza de reunir dinero para casarse. Algunos compañeros decían que apenas sabía de las cosas del mundo, pero, independientemente de su posición de oficial de ese ejército títere, podía actuar con honradez si lo educábamos adecuadamente.
Después de terminada la charla, cuando le di permiso para retirarse Tie me pidió:
—Señor Comandante, ¿no podría devolvernos el dinero y los fusiles? Pueden tomar todos los demás artículos que traíamos en los carros. Si volvemos con las manos vacías, no podremos pagar a los soldados... y tal vez el jefe de batallón nos fusile.
Ordené que los prisioneros volvieran a Luozigou con todo lo que transportaban. Mis compañeros se despidieron de ellos, bromeando: “Amigos, ustedes no nos han pagado siquiera la pérdida de balas y de sueño”.
Tie entregó al jefe de compañía Ri Hyo Sok un cajón de balas y le pidió: “Amigo, dispare algunas a este saco de sengiri(nabo seco y picado).” Estaba muy emocionado, al parecer, por nuestra indulgencia. Al ver que Ri Hyo Sok no lo aceptaba, volviendo a cargarlo, los mismos escoltas del convoy dispararon contra el saco. Antes de emprender la marcha vaciaron sus fusiles, envolvieron las balas en pañuelos y las echaron en los matorrales.
Gracias a ese incidente, Tie se granjeó la confianza especial de Wen. Cada vez que enviaba un convoy, escogía su compañía, porque a diferencia de otras que regresaban con las manos vacías, ésta volvía completa, ni una vez saqueada.
Atacamos a otros convoyes, menos el suyo. Cuando debía transportar materiales de guerra, nos enviaba a sus subalternos para notificar que su caravana con tales o cuales señales iba a pasar por tal lugar a determinada hora de determinado día. El jefe de su batallón no tardó en darse cuenta que estaba bajo la protección y atención del Ejército Revolucionario Popular.
En una ocasión Tie propuso a Wen, como de paso: “En Luozigou nuestra compañía recibe la protección del Ejército Revolucionario Popular. ¿Qué le parece si nuestro batallón establece con la unidad del Comandante Kim una alianza para acciones conjuntas y estar más tranquilos?” Al principio, Wen se sorprendió, como si le plantearan un problema muy grave, pero al final, con recóndito deseo, aceptó gustoso manifestando que era una excelente medida de autoprotección. El hecho nos llegó por conducto del jefe de compañía, quien transmitió a Wen que estábamos de acuerdo en concertar el pacto a condición de que su unidad no atentaría contra la vida y los bienes de la población. Era un “tratado noble” informal, sin conversaciones ni firmas.
Esa alianza, apartándose de su sentido original de atacar y defender en conjunto, tuvo otro significado: vivir en amistad los dos colectivos sin atacarse uno al otro. Se mantenía sin grandes vicisitudes, respetando mutuamente los intereses e intensificando la colaboración. Al ver que observamos con fidelidad el principio de no agresión, Wen envió en varias ocasiones a nuestro ejército revolucionario enormes cantidades de municiones, víveres y ropas. Incluso nos proporcionó valiosas informaciones relacionadas con el movimiento de las tropas japonesas.
Considerando estas relaciones de armonía, no podía creer que Wen indujera a la tropa Jingan a realizar esa operación “punitiva” en Sidaogou. Envié un enlace al jefe de compañía Tie con la misión de conocer los detalles. Su parte confirmó lo cierto de la hecatombe y la traición de Wen. Tie nos avisó que bajo la presión del amo japonés éste iba camino de romper la alianza.
Debíamos dar merecida respuesta a la traición de Wen y a la matanza en Sidaogou, de la que fue guía. Diariamente llegaban a la comandancia demandas de combatir para vengar el hecho. Los jefes exhortaban a los guerrilleros a cobrar la sangre de los vecinos de Sidaogou. Al perro rabioso hay que someterlo a palo, era el refrán que gustosamente usábamos en el ejército revolucionario.
Pensé que los reclamos de los guerrilleros eran justos. Si la unidad del ejército Jingan en el Laoheishan y la del ejército títere de Manchuria en Luozigou quedaban como estaban era imposible garantizar la seguridad de los habitantes de esas regiones, secundar en el plano militar las labores de las organizaciones clandestinas radicadas en los poblados y favorecer la salida del Ejército Revolucionario Popular a Manchuria del Norte. De igual modo, nos enfrentaríamos a un caos en la disolución de las zonas guerrilleras. Luozigou era uno de los puntos destinados para evacuar a los pobladores de las zonas guerrilleras de Wangqing y Hunchun.
Decidimos atacar simultáneamente la unidad del ejército Jingan y el batallón de Wen. A fin de suplir la escasez de fuerzas, hicimos venir a Wangqing al regimiento No.1 de Yanji y el independiente que estaba en Chechangzi. Este último, tras realizar una marcha forzada de cinco días ingiriendo un trozo de pan por cada comida, llegó al poblado con casas dispersas, de Tangshuihezi, donde estábamos acantonados. La mayoría de sus cuadros, incluido su comandante, Yun Chang Bom, habían sido asesinados bajo la acusación de “minsaengdan”, y al mando estaba ahora el jefe del Estado Mayor. Era muy bajo, pues, el ánimo de los guerrilleros.
Libramos la batalla de Zhuanjiaolou con una parte de ese regimiento, del No.1 de Yanji, y del No.3 de Wangqing. No era posible abrir el camino a Luozigou sin mantener a raya las tropas del ejército títere de Manchuria y el cuerpo de autodefensa que, cercados por muros de barro, perpetraban mil fechorías.
Después de terminado el combate, las fuerzas armadas revolucionarias trazaron un plan de ataque a Luozigou y emprendieron la marcha en pleno día en dirección a Sidaogou, Sandaogou y Taipinggou que se habían establecido como puntos de partida para el ataque. Aunque caminábamos más de 80 kilómetros alimentándonos de gacha, el ánimo de los guerrilleros era formidable.
Sidaogou fue creado como “aldea ideal” por Ri T
Sandaohezi, cerca de Sidaogou, era también una aldea revolucionaria de fama, muy influenciada por nosotros. Al pie del monte, al oeste de ese poblado, se encontraba una alambiquería administrada por unos chinos.
Junto a Zhou Baozhong iba con frecuencia a ella para entrevistarme con cuadros de la organización revolucionaria clandestina y otras personas.
Nuestro afecto por los vecinos de Sidaogou era infinito como el curso del Suifenhe que bañaba esa tierra, pero la aldea estaba reducida a cenizas, y sus moradores sepultados. La casa de ocho cuartos de Ri T
El anciano levantó una escuela cerca de lo que fue su casa y se dedicaba a la enseñanza de las jóvenes generaciones. Aún no se había disipado el eco de la hecatombe, disparos y gritos, cuando decidió entregarse a la enseñanza. Tenía escondido en su albergue al hijo de un amigo de la etapa del Ejército independentista, el cual felizmente sobrevivió a la matanza. El joven afirmó que aquel día, cuando regresaba de una visita, desde una cima de donde se podía abarcar con la vista Sidaogou, presenció la barbarie del ejército Jingan.
El motivo de lo ocurrido en Sidaogou fue el injusto interrogatorio a So Il Nam, miembro de la Unión de la Juventud Comunista que actuaba de trabajador político en Luozigou. Estaba acusado de “minsaengdan” por el supuesto robo en una tienda, hasta que fue detenido e interrogado oprobiosamente por el responsable de la organización revolucionaria de Sidaogou. Al no obtener pruebas de ser “minsaengdan”, lo pusieron en libertad y vigilaban sus movimientos.
De regreso a casa So Il Nam se quejó de las torturas a que lo sometieron bajo la injustificada acusación. Los superiores, al conocer esto, trataron de volverlo a detener con la intención de matarlo. El muchacho se dio cuenta, escapó y se entregó al enemigo. Y para vengarse de quienes lo habían vejado y torturado, reveló el secreto sobre la organización revolucionaria clandestina de Sidaogou.
Esa delación enardeció a los asesinos de la unidad del ejército Jingan que por entonces estaban preparando la fiesta de Año Nuevo en Luozigou. El 15 de enero de 1935 por el calendario lunar, por la madrugada, más de 100 soldados de la tropa “punitiva” cercaron sigilosamente la aldea de Sidaogou y segaron a diestro y siniestro a los moradores con ametralladoras pesadas y ligeras. Prendieron fuego a todas las casas, pincharon con la bayoneta y volvieron a arrojar al fuego a los que trataban de salir, sin distinguir a hombres ni mujeres, a viejos ni niños.
En una hora redujeron el poblado a un montón de cenizas.
Cuando el jefe de cien familias de Sandaohezi llegó al lugar, entre los cadáveres estaban llorando ocho niños coreanos que milagrosamente se salvaron.
El jefe de cien familias consultó con vecinos de las aldeas cercanas sobre la crianza de aquellos chicuelos. Decidieron atender cada uno a un huérfano. El mismo se llevó uno.
Tres jóvenes que se habían salvado de la matanza se alistaron en nuestra unidad.
Al oir el relato apretamos los dientes. No había duda que esa desgracia tuvo su causa en el desatinado acto izquierdista de los que maltrataron a So Il Nam tachándolo de “minsaengdan”, pero, independientemente de ello, debíamos condenar primero a los asesinos del ejército Jingan que anegaron en sangre a Sidaogou.
La horrible masacre en ese poblado fue la máxima expresión de la bestialidad, perversidad y crueldad que pudo perpetrarse sólo bajo la manipulación e instigación de los imperialistas japoneses. ¿Qué no podrían hacer los descendientes de los sicarios que, irrumpiendo en el palacio real de otro país mataron sin vacilación a la regente y quemaron su cadáver para borrar las
En mi niñez, al escuchar contar a mi padre sobre los sucesos del año Ulmi(1895) no podía contener la indignación. La regente, asesinada en el palacio y de quien ni siquiera habían dejado el cadáver, era Minbi, madre de Sunjong, el último rey de nuestro país. Después se le denominó reina Myongsong. Cuando ella, que controlaba el poder en Corea, se puso al frente del grupo prorruso y asumió una posición de rechazo a las fuerzas japonesas, los gobernantes de Japón, alarmados, instigaron a Miura, su ministro en Corea, a organizar una banda de matones con fuerzas de la guarnición y la policía e incluso con camorristas y maleantes y a lanzarla al asalto contra el palacio real Kyongbok.
Los esbirros de Miura trucidaron el cuerpo de Minbi con sables nipones, quemaron los restos y los echaron en un lago para no dejar
Los coreanos no adoraban mucho a Minbi porque opinaban que por abrir las puertas arruinó el país. Algunos no la estimaban porque, aunque era nuera de familia real, había expulsado del poder a su suegro, Taewongun, en contubernio con fuerzas externas. Otros decían cándidamente que si se hubieran mantenido en pie unos 20 ó 30 años más las vallas que él había levantado para cerrar el país, no nos habríamos convertido en colonia. Así, pues, no es difícil comprender el desamor del pueblo hacia ella. Pero, por muy poca confianza de que ella disfrutara, la política y la reina eran cosas diferentes. Era una integrante de nuestro pueblo, cabeza de la familia real y representante del poder que en nombre de Kojong administraba la política del país. Por esta razón, con el cruel incidente Ulmi los gobernantes japoneses atentaron brutalmente contra la soberanía de nuestro pueblo y la tradicional dignidad de la familia real. Estaba más que claro que los coreanos, con una fuerte conciencia y orgullo nacionales y marcado sentimiento de respeto hacia el rey, no lo iban a tolerar.
Por añadidura, se impuso la ley del pelo corto, que abriría un amplio cauce a la explosión de los sentimientos nacionales: nuestro pueblo respondió al incidente y a la imposición de esa ley con la resistencia de voluntarios.
También, en 1920, conocido como año de enormes operaciones “punitivas” en Jiandao, el ejército japonés mató a numerosos coreanos en la región de Manchuria. Era una manifestación sin precedentes de su locura asesina que lo impulsaba a desquitarse de las humillantes derrotas en Fengwudong y Qingshanli10 con la masacre de coreanos civiles residentes en Manchuria. Las unidades niponas que después de efectuar una campaña en Siberia se desplazaban hacia el sur y las que se dirigían hacia el norte, a la región de Manchuria, partiendo de Ranam, quemaron los hogares de los coreanos y mataron en racimos a los adultos y jóvenes por todos los lugares que pasaban. Aplicando el mismo método que usaron en el asesinato de Minbi quemaron con querosenos los cadáveres para borrar las pruebas de sus crímenes.
La gran catástrofe de Kanto en 1923 no fue sólo la natural causada por el terremoto sino la provocada a la nación coreana por los chovinistas japoneses. Fue oportunidad idónea para la represión que los fanáticos aprovecharon para matar sin ton ni son a los coreanos con sables nipones y lanzas de bambú. Para descubrirlos sin fallar entre los innumerables ciudadanos a los que no podían distinguir por el aspecto, les hacían pronunciar sin más ni más “goen gojuugosen”, es decir, cinco yenes 55 senes.
Los que no lo pronunciaban con fluidez eran considerados coreanos, sin excepción, y asesinados. Sólo en los primeros 18 días de los sucesos mataron a más de 6 mil personas de nacionalidad coreana. Esto es una parte de los crímenes que los militaristas japoneses perpetraron contra nuestro pueblo, y una página de la historia moderna de Japón manchada de sangre y de piratería. Un pasaje de esa historia se escribió en la pequeña aldea de Sidaogou.
—Si aquí existía una organización clandestina ¿por qué estaban tan desprevenidos? —interrogué con angustia y desolación al anciano Ri T
Estaba de más la pregunta. ¿Acaso podían haber hecho algo en caso de estar alerta? Como en el poblado no existían fuerzas guerrilleras permanentes, no podían poner guardias. Y, aunque los hubieran colocado, ¿qué habrían hecho contra los numerosos soldados que se acercaban furtivamente, amparados por las penumbras matutinas?
—Mi General, vivíamos con el cinturón suelto. Los culpables somos nosotros, los viejos. Como vivíamos con tranquilidad bajo la protección del ejército revolucionario, tal vez, nos olvidamos de que somos un pueblo sin patria y estamos en guerra por la independencia. En Sidaogou hubo incluso ancianos que simpatizaban con Gandhi.
Ri T
Quedé asombrado. ¿Cómo podían aparecer en esa región montañosa seguidores de Gandhi?
—Oiga, ¿cómo llegaron a rendir culto a Gandhi?
—Estuvo aquí un caballero que vino de Corea; parece que él explicó algo sobre Gandhi e incluso les mostró la carta de éste que se había publicado en un periódico de nuestro país. A partir de entonces, cada vez que aparecía en las tertulias, ese viejo hablaba, como un bonzo de los sutras, sobre el logro de la independencia sin derramar sangre, usando los términos resistencia y no violencia.
Yo había leído también esa carta en el Joson Ilbo en la etapa de Jilin y comenté la posición de resistencia pasiva con Pak So Sim.
Aquí quisiera recordar el contenido de la misiva:
“Querido amigo:
Recibí su carta. Lo único que le pido es que procure que Corea vuelva a ser de Corea con un método absolutamente auténtico y de resistencia pasiva.
Sabarmati, 26 de noviembre de 1926
M. K. Gandhi”
Como muestra el documento, Gandhi aconsejó a los coreanos que consiguieran la independencia por el método de la no violencia. Quizás un partidario de la no violencia, atraído por las ideas de Gandhi, le había enviado una carta.
Entre los jóvenes compatriotas de Jilin ninguno hizo credo la idea de Gandhi. No podía existir tal iluso que pensara que con cosas como un movimiento de resistencia no violenta se pudiera obtener la independencia, de gratis, de los crueles y codiciosos imperialistas japoneses. No obstante, las ideas de Gandhi encontraron cierto eco y simpatía entre algunos partidarios del movimiento nacional que habían renunciado a la lucha armada o separado del camino independentista.
Aunque detestaba la dominación de Inglaterra, Gandhi manifestó que no pensaba atentar contra ningún ciudadano de ese país y que la fuerza capaz de frenar la violencia organizada del gobierno inglés consistía en la no violencia organizada. Si esta idea encontró apoyo y simpatía entre amplios sectores de su pueblo, se puede decir que fue por la fuerza del espíritu humanitarista de que estaba permeada. No sé en qué grado se adaptaba a la situación de la India.
Aunque fuera apropiada, Corea y la India, que tenían por metrópolis a diferentes potencias, una de Asia y otra de Europa, no podían aplicar una misma receta en su movimiento independentista. La India era la India y Corea era Corea.
Era incomprensible que en la región de Luozigou, donde el Ejército Revolucionario Popular efectuaba del modo más intenso sus acciones militares y políticas, existieran hombres que tuvieran esperanzas de lograr la independencia sin derramar sangre.
—Quizá ese viejito se diera cuenta, en su lecho de muerte, de lo poco factible de esa teoría. Hubiera sido lamentable que muriera sin saberlo. Es totalmente insólito hablar de no derramar sangre mientras los jápis están desesperados por verla...
Ri T
—Tiene razón, con los bandidos es imposible no derramar sangre. Al perro rabioso hay que someterlo con el palo.
—Mi General, la vida de los coreanos vale muy poco. ¿Hasta cuándo nuestra nación de vestidos blancos debe vivir así? Le ruego que haga pagar la sangre de los vecinos de Sidaogou. Si eso ocurre, podré morir tranquilo.
El anciano lo volvió a pedir cuando nos despedíamos.
—Tendré presente su súplica. Si regresamos sin hacer pagar la sangre de los habitantes de Sidaogou, no permita que ni nuestra sombra aparezca en el patio de su casa.
Emprendimos el camino para atacar a Luozigou con la firme decisión de dejar caer la maza de
Siempre he luchado en aras de la dignidad de la nación.
Mi vida es una historia de lucha para defender la dignidad y la independencia de la nación. Ni una vez he tolerado que nadie atente contra nuestra nación y viole su soberanía. Ni tampoco he comulgado con los que menosprecian o se burlan de nuestro pueblo. Hemos establecido relaciones de buena vecindad y nos llevamos bien con los que nos tratan amistosamente, pero ante quienes no nos tratan así y nos discriminan, levantamos barreras. Si alguien nos golpea, devolvemos el golpe, y si nos sonríe respondemos con una sonrisa. El principio de reciprocidad que he mantenido toda mi vida puede expresarse con la máxima: si alguien me agasaja con tok, le ofrezco tok, y si me apedrea, le apedreo.
En el pasado, el incapaz gobierno feudal de Corea aplicaba la extraterritorialidad a los japoneses que se encontraban en el país. Tal como hoy los gobernantes de Corea del Sur no pueden imponer la férula de la ley sino hacerse de la vista gorda con los delitos de las tropas yanquis, no castigó según las leyes de Corea a los delincuentes japoneses aunque veía sus flagrantes atentados contra la vida y los bienes de nuestro pueblo. Era posible sancionarlos sólo con la ley de su país. Pero en la región donde actuaba el Ejército Revolucionario Popular de Corea no se admitía tal “extraterritorialidad”. Teníamos nuestras leyes que no permitían nada contra la nación y el territorio de Corea. La justicia no podía perdonar a los asesinos de la hecatombe de Sidaogou.
Nuestro plan consistía en ocupar el fortín del monte oeste aprovechando la fiesta de Tano y de un tirón irrumpir en Luozigou. Con la llegada del regimiento de Hunchun se reforzaron las tropas para la operación.
Cuando las columnas del ejército revolucionario marchaban hacia Luozigou, se presentaron ante mí los guerrilleros del regimiento de Wangqing que habían estado en esa ciudad para explorarla. Los acompañaba Tie, el jefe de compañía. Este vino a verme expresamente para explicar la actitud de Wen, el jefe de batallón.
—El jefe de batallón tiembla de miedo desde que recibió la información de que el Ejército Revolucionario Popular va a cercar y atacar Luozigou. Dijo que al ordenar a un subalterno que guiara a Sidaogou a la unidad del ejército Jingan, que se lo había exigido, no sabía que iba a perpetrar tal fechoría; que su culpa era haber facilitado esa guía, presionado por los japoneses, ni impedido que los suyos saquearan los bienes del pueblo; e imploró que le perdonara, pues no faltó exprofeso al compromiso con el Comandante Kim.
Las palabras de Tie me hicieron pensar mucho. Era cierto que al mandar a un subalterno para que guiara la unidad del ejército Jingan y no evitar a cualquier precio que sus soldados saquearan Wen faltó al compromiso con nosotros. Mas, teniendo en cuenta la situación de ese comandante que debía mirar la cara de sus amos japoneses para hacer algo, podían atenuarse sus faltas. ¿Cuáles serían las consecuencias si lo eliminábamos? Se rompería nuestra alianza de ataque y defensa conjuntos y Luozigou sería ocupada por otra unidad incomparablemente más cruel que la de Wen. Así procederían los enemigos, independientemente de que lo quisiéramos o no. Eso serviría de premisa para una segunda, tercera y hasta cuarta masacre de Sidaogou. Nuestro plan de evacuar hacia allí a los habitantes de las zonas guerrilleras de Wangqing y Hunchun se vería obstaculizado y nuestro intento de seguir manteniendo la región de Luozigou como punto de apoyo estratégico del Ejército Revolucionario Popular de Corea, se enfrentaría a un duro reto.
¿Qué hacer?
Decidí no castigar al jefe de batallón sino atraerlo más a nuestro lado. En su lugar, darle un escarmiento a la unidad del ejército Jingan en Laoheishan para mostrar la suerte que correrían quienes asolaban al pueblo. Según la información de los exploradores que estuvieron en el distrito de Dongning, en Wangbaowan del Laoheishan se encontraba una compañía reforzada del ejército Jingan, que era la de los asesinos que habían arrasado a Sidaogou. Los exploradores averiguaron que esa compañía pertenecía a la tristemente célebre unidad de Yoshizaki.
Expliqué a Tie mi decisión.
—El Ejército Revolucionario Popular suspende el plan de ataque a Luozigou. Aunque es cierto que Wen defraudó nuestra confianza, no abandonamos la esperanza que depositamos en él. ¿Cómo puede garantizar la disposición que ratificó de ser fiel a la alianza de ataque y defensa conjuntos? Si es realidad lo que ha prometido, propongo que primero garantice la seguridad del Ejército Revolucionario Popular de Corea durante las competencias deportivas conjuntas de guerrilleros y habitantes que van a celebrarse el día de Tano en la ciudad de Luozigou. Transmita nuestra decisión al jefe de batallón. Esperaremos aquí la respuesta.
Tan pronto como llegó a su cuartel Tie nos envió el aviso de que Wen aceptaba todas nuestras demandas.
De inmediato, nuestros regimientos cambiaron su disposición de combate por la de juegos festivos. Los estrategas, que habían elaborado el plan de ataque a Luozigou, escogieron disciplinas acordes al gusto y los sentimientos de los guerrilleros y los habitantes y se afanaron en la formación adecuada de equipos que demostrasen el poderío de la unidad entre unos y otros. Así se prepararon las competencias deportivas conjuntas, sin precedentes en la historia de guerra, que se efectuaron con solemnidad en la ciudad bajo la protección del ejército enemigo que tenía por misión “castigar” a los guerrilleros revolucionarios.
Ese día salieron a ver los torneos incluso los trabajadores políticos clandestinos. También los presenciaron alelados los soldados del batallón de Wen. Con los juegos de la fiesta de Tano se levantó el ánimo de la población, decaído por la matanza de Sidaogou. Esas competencias deportivas conjuntas demostraron patentemente al interior y exterior nuestra invariable disposición a mantener relaciones amistosas con ejércitos que no afectaran al pueblo, independientemente de su pertenencia y nombre.
En Taipinggou convocamos a una reunión de comandantes en la que participaron los cuadros militares y políticos, desde comisarios de compañía para arriba, para trazar un detallado plan de combate contra Laoheishan, y luego solemnemente rendimos tributo a la memoria de los asesinados en Sidaogou. Ese acto sirvió de eficaz tribuna para elevar los sentimientos de justicia de los jefes y soldados del ejército revolucionario.
Si mal no recuerdo, le dimos un escarmiento a “Hongxiutour” en el Laoheishan a mediados de junio de 1935. “Hongxiutour” fue como le pusieron los moradores de Manchuria al ejército Jingan en atención, a mi parecer, a su fatuo atuendo con brazalete rojo.
Nuestros guerrilleros lograron sacar con mucha habilidad a los enemigos de Wangbaowan. Estos nos habían perseguido obstinadamente durante la primera expedición a Manchuria del Norte, y con saña insuperable causaron la hecatombe en Sidaogou.
De inicio, enviamos un pequeño grupo para que realizara una escaramuza. Pero ellos con fino olfato ya conocían, no se sabe cómo, la llegada de nuestra unidad y no querían salir a combatir. Por una charla con unos aldeanos llegué a conocer que realizaban sólo en invierno las operaciones “punitivas” contra las guerrillas, y en verano, evitando en lo posible los choques con éstas, golpeaban a las tropas de gandules de bosque o los merodeadores.
Para castigarlos era indispensable sacarlos de su madriguera. Por eso decidí aplicar la táctica de diversión.
Retiré la unidad a Luozigou en pleno día a propósito para que lo vieran y creyeran que nos trasladábamos. Esa misma noche volvimos sigilosamente a un bosque cerca de Wangbaowan y tendimos una emboscada. Después, disfrazamos como miembros de una tropa de gandules de bosque a unos 10 guerrilleros que hablaban bien en chino y los enviamos a Wangbaowan. Allí les quitaron los asnos a unos aldeanos, pusieron de patas arriba los enseres domésticos, derribaron las vallas de las
El primer día, sin saber por qué, no mordieron el anzuelo. Aunque era engorroso, cenamos mal que bien con alimentos secos en el mismo lugar de la emboscada. Toda la noche nos molestaron los mosquitos. Recordé haber oído decir que Ri Kwan Rin, cuando cultivaba junto con Jang Chol Ho un terreno cerca del monte Paektu, escardó campos de patatas con un rodete de artemisa en la cabeza para defenderse de los persistentes ataques de los mosquitos, pero los de Laoheishan no eran menos agresivos. Dándose manotazos en los mofletes y la nuca, los guerrilleros se quejaban de que en ese monte esos insectos, imitando a “Hongxiutour”, picaban con aguijones envenenados.
Al día siguiente volvió el grupo a la aldea de Wangbaowan para simular las fechorías de la tropa de gandules de bosque. Cogieron unas gallinas en una casa acomodada y fingieron no tener prisa para irse. Sólo entonces la unidad del ejército Jingan se lanzó en su persecución. Tal vez los habitantes armaron un tremendo escándalo con la reaparición de la tropa de gandules de bosque.
En efecto, el ejército Jingan era ducho en los métodos de combate de las guerrillas. Sabía cómo atacaban los convoyes y las ciudadelas. Engañarlo, pues, era tan difícil como ponerle un dogal a un gorrión. Sin duda, los compañeros del grupo de diversión desempeñaron irreprochablemente el papel de los tunantes de la tropa de gandules de bosque.
Una de las anécdotas que aún recuerdo con relación al referido encuentro es que el segundo día de la emboscada, cuando cansado dormitaba, me despertó la mujer de Kim T
Los enemigos, al entrar en la zona donde nos habíamos apostado, miraron con inquietud hacia los lados y murmuraron: “Lo pasaremos mal si caemos en una emboscada en este lugar”. Cuando el último soldado entró en el desfiladero, di con la pistola la señal de ataque. Había apuntado al asesor japonés y lo derribé. Los enemigos fueron derrotados en un santiamén sin oponer la resistencia esperada. Antes de que lo pudieran hacer amparándose en los parapetos naturales, los agitadores de la guerrilla les gritaron en chino: “¡Fuera el imperialismo japonés!”, “¡Les perdonamos la vida si entregan las armas!”. Al oirlo renunciaron a combatir y entregaron sus armas dócilmente. El encuentro del Laoheishan resultó el primer combate representativo de diversión y emboscada. A partir de entonces, los soldados y policías japoneses y los del ejército fantoche de Manchuria bautizaron nuestro método con el nombre de “red”.
En ese encuentro dejamos fuera de combate a más de 100 hombres del ejército Jingan que actuaba con altanería jactándose de ser “ejército sin enemigo bajo el cielo”. Recogimos ametralladoras pesadas y ligeras, fusiles, granadas de mano, caballos y otros muchos trofeos, entre los cuales se encontraba hasta un mortero. Lo transportaban ufanos sobre la silla de un caballo, mas ni siquiera lo pudieron disparar. El caballo blanco que regalé al anciano Jo T
También nos apoderamos de varios perros rastreadores. Jefes de nuestra unidad me aconsejaron que usara algunos en la guardia personal. No obstante, ordené que se los enviaran todos a los habitantes de Taipinggou y Shitouhezi porque pensaba que no nos servirían.
Cuando la reunión de Dahuangwai, mis compañeros habían traído un perro que le habían quitado al ejército japonés para que me sirviera de guardián. Consideraban que por ser muy inteligente y fiero podría resultar una ayuda para mí. Aunque agradecí el ofrecimiento, no lo acepté al considerar que por haber sido entrenado por japoneses, no se apegaría a un comandante de la guerrilla. Posteriormente, como si confirmara mi criterio, durante un encuentro con una tropa “punitiva” percibió el olor de los japoneses y se largó.
Me ayudó mucho el caballo blanco, pero nada un perro capturado al enemigo.
El curso del desarrollo de la operación del Laoheishan que presentamos como prototipo de la táctica de diversión y emboscada en la historia de la guerra antijaponesa muestra que es la forma de combate más eficiente y apropiada a las características de la guerra de guerrillas.
Tomándola como punto de partida, aniquilamos posteriormente la unidad de Kudo en el territorio de Mengjiang, la élite mandada por el mismo Yoshizaki en las regiones de Changbai y Linjiang, y en la etapa de batallas decisivas derrotamos la división No.1, heredera de ese ejército. Así logramos sucesivas y extraordinarias victorias.
Fue, asimismo, la primera operación en que el Ejército Revolucionario Popular, que se dedicaba principalmente a la defensa de las zonas guerrilleras desde puntos fijos, salió a extensas regiones, tras destruir esos estrechos vallados, y demostró poderío en acciones con grandes unidades. Nuestros disparos, que estremecieron el valle del Laoheishan, resultaron un canto a lo justo de la orientación trazada en la reunión de Yaoyinggou para disolver las zonas guerrilleras y desplegar enérgicas actividades con grandes destacamentos desplazándose por amplias regiones, y señales que anunciaban la victoria de la segunda expedición a Manchuria del Norte. Con el triunfo en el Laoheishan el Ejército Revolucionario Popular pudo prepararse mejor para garantizar el éxito de la referida expedición.
La noticia de la victoria del Ejército Revolucionario Popular se propagó como un relámpago por el territorio de Manchuria, convenciendo y estimulando a la lucha, a las masas obreras y campesinas coreanas y chinas que sufrían bajo la garra del ejército Jingan. Cuando regresamos a Taipinggou con caballos cargados de botines, los vecinos alineados a ambos lados del camino, nos dieron una fervorosa bienvenida. Ri T
En vísperas de la segunda expedición a Manchuria del Norte, según la información que me proporcionó la guerrilla de Hunchun, organicé una operación para atraer a una compañía del ejército títere de Manchuria estacionada en Dahuanggou. Quien me trajo la información, fue Hwang Jong
Hwang Jong
Yo también tenía interés por esa compañía. Su existencia nos interfería porque, acantonada en el camino por donde pasábamos, limitaba nuestras actividades en diversos aspectos. Conocíamos que su jefe era un chino, e incluso que el coreano que servía de intérprete era un incorregible truhán.
La persona que desempeñó el papel protagónico en la preparación del amotinamiento fue ese sargento dirigido en secreto por Hwang Jong
En Rehe había oído decir que existían innumerables comunistas en Jiandao, y al llegar a Hunchun siguió con gran atención las actividades que ellos desplegaban en sus cercanías. Incluso concibió la intrépida idea de forjar su destino en un nuevo plano cooperando con el partido comunista.
Un día, conversando con unos compañeros en un comedor, se quejó de su situación: “Caray, ¿qué nos da pelear contra el partido comunista? Me dan deseos de matar a uno de esos y pasarme al otro lado”. Hwang Jong
Por aquel entonces, uno de los integrantes de un pequeño grupo que se había infiltrado en la ciudad de Hunchun para cumplir una misión fue detenido por un policía. Aunque era coreano, hablaba chino con soltura. Cuando gritando groserías le daba puñetazos y patadas teniéndolo amarrado, el referido sargento, que pasaba por allí, lo sacó de las manos del policía, increpándolo: “Imbécil, ¿dónde has visto golpear así a una persona, aunque sea comunista? Este y usted son por igual hombres explotados.” Y tras repartirlo unas bofetadas y hacer que se fuera, se llevó al guerrillero a su cuartel.
En el camino le dijo:
—Podría liberarlo ahora mismo. Pero debe acompañarme hasta el cuartel. Si es valiente, pase una noche en nuestra compañía hablando con el jefe y los demás sobre el ejército comunista. Estamos muy ansiosos por conocerlo. En la unidad existen un asesor japonés y un intérprete coreano, los dos son pérfidos. No se preocupe, me las arreglaré para que no estén presentes.
El guerrillero estaba atónito, pues no conocía con qué intención se lo decía, pero le siguió, decidido a morir con honor, si debía morir.
Cuando llegaron al cuartel, el sargento lo presentó directamente a su amigo, el jefe de compañía. Mientras los tres tomaban té y hablaban discretamente, entró en la habitación el asesor japonés y miró atentamente al guerrillero. Para que no sospechara, el sargento le dijo al jefe de compañía en voz alta: “Este amigo ha venido a cobrar el licor que me tomé; pero el problema es que ahora no tengo el dinero; ¿no podría prestarme algo, jefe?”, a lo que éste contestó con malicia: “Pierde cuidado, el amigo de mi amigo es mi amigo; te prestaré; no es correcto dejarlo ir así como así, sin atenderlo bien; hablen, hablen sin prisa, mientras toman té.”
Después que el asesor japonés saliera a la calle, los tres prosiguieron las confidencias.
A solicitud del sargento, el guerrillero habló sobre el partido comunista: “Las guerrillas están compuestas por coreanos y chinos, son un ejército aliado de Corea y China; soy coreano; los coreanos nos oponemos a la ocupación de Manchuria por los jápis; en el ejército títere manchú existen también patriotas con quienes estamos dispuestos a estrechar la mano.” Así explicó nuestra política hacia este ejército, y cantó en chino unas canciones sobre éste.
Influenciado por aquellas palabras, el jefe de compañía le pidió que de regreso transmitiese a sus superiores que ellos no estaban dispuestos a combatir contra la guerrilla, y en caso de salir para la operación “punitiva” harían algunos disparos hacia los bosques a guisa de aviso para que nos trasladáramos a otra parte.
El sargento, por su parte, al despedirse del guerrillero, reafirmó que quería mantener esas relaciones, y que estas nos serían útiles y pidió que informara de lo discutido a su comisario.
De esta forma establecimos esa red y profundizamos en la preparación del motín. Di tareas detalladas a Hwang Jong
Enviamos a las cercanías de su cuartel dos o tres compañías que lo cercaron y cuando los soldados hacían gimnasia matutina, dispararon solo como amenaza, gritando exhortaciones. Los asediados pidieron negociar por conducto de un delegado que resultó ser aquel sargento, oriundo de Dalian, quien pidió el cese del fuego y expresó a nuestro emisario su decisión de pasarse. De acuerdo con ello más de 150 oficiales y soldados, tras ajusticiar al asesor japonés y al intérprete coreano, pasaron a la zona guerrillera tocando cornetas, con carruajes de caballos llenos con todo lo requisado en la ciudad.
Los jefes del regimiento de Hunchun discutieron durante mucho tiempo cómo integrar esa compañía al Ejército Revolucionario Popular. Algunos propusieron disolverla y distribuir sus efectivos entre las compañías recién organizadas, y otros dejarla intacta. Entre las dos propuestas la que más pesaba era la primera.
El mando del regimiento sostuvo repetidas negociaciones con los jefes de la compañía amotinada. Mas estos no consintieron en disolverse. El comisario del regimiento de Hunchun, C
Para conocer mejor la demanda de los exsoldados del ejército fantoche de Manchuria, fui a charlar con ellos. Los encontré muy inquietos por lo de la disolución. Mantenían firme su posición contra la desintegración. Francamente, ubicarlos separados en tal o cual compañía contra su voluntad y sin tener en cuenta que no eran prisioneros sino que se pasaron conscientemente, resultaba un procedimiento fuera de ética. La solución más apropiada era respetar su demanda.
Formulé una propuesta de conciliación: Admitir por entero la compañía, sin disolverla, pero reorganizándola en tres de acuerdo con la situación del Ejército Revolucionario Popular y eligiendo sus comandantes en asamblea de toda la unidad, y la sometí a la discusión. La aceptaron con satisfacción. La apoyaron también el jefe del regimiento Hou Guozhong y el comisario C
El sargento que desempeñó el papel principal en la acción fue elegido jefe de una de las compañías. Decidimos enviar al exjefe a la Unión Soviética para que estudiara.
Entre los pasados, los que quisieron ir al interior de China los envié allí a través de la Unión Soviética, y los que quisieron luchar junto con nosotros los incorporé a la guerrilla de Hunchun, pero posteriormente los entregué a la unidad de Li Yanlu en Manchuria del Norte.
A fin de cercar y derrotar un destacamento de numerosos efectivos del Ejército Revolucionario Popular que llevaba a cabo enérgicas actividades militar-políticas en las regiones de Luozigou y Taipinggou, los enemigos movilizaron enormes fuerzas del ejército Kwantung, el ejército títere de Manchuria, la policía, el cuerpo de autodefensa, la guardia ferroviaria, etc. El grueso de esas tropas “punitivas” presionó sobre Taipinggou desde la dirección de Luozigou, y el resto, emplazado en la zona de Yaoyinggou y Baicaogou preparó las operaciones para cercar y derrotar nuestro destacamento en esa estrecha región, en el caso de retirarnos en dirección suroeste.
El 20 de junio de 1935 iniciaron por fin el ataque contra Taipinggou. Desplegamos la unidad en el monte detrás de este poblado y situamos el puesto de mando cerca de la compañía de morteros. Bajando algo desde allí se encontraba una cueva natural.
Los enemigos trataban de cruzar el río Dahuoshaopuhe en barcos.
Entonces nuestra batería abrió fuego. Un barco saltó en pedazos en medio del río, lo cual sembró el pánico entre los atacantes, quienes, desistiendo de cruzar, se replegaron apresuradamente a su posición. ¡Qué excelentes artilleros! Había surtido efecto la formación de la compañía de morteros con una parte de los pasados del ejército fantoche de Manchuria. Los escépticos que no veían con buenos ojos la participación de esos soldados en la batalla se dieron cuenta de que estaban equivocados.
Abracé al jefe de la batería y felicité por el éxito en el combate. También aquellos comandantes de nuestro ejército revolucionario que desconfiaban de esos soldados acudieron contentos a la posición de la batería. El fogonazo del Ejército Revolucionario Popular, que se dejó oir en el río Dahuoshaopuhe fue el histórico anuncio del nacimiento de la artillería de nuestro país. Al oírlo, los enemigos se estremecieron, y el pueblo bailó. Actualmente conmemoramos esa fecha como Día de los Artilleros.
El jefe de batallón Wen, quien se asustó al tronar nuestra batería mientras trataba de pasar el río Dahuoshaopuhe, se largó a Luozigou y declaró: “El Ejército Revolucionario Popular es una incógnita. Ayer capturó el cañón y hoy acertó con él en el blanco sólo con dos disparos. ¿Qué podemos hacer contra esta destreza diabólica? Sólo los tontos se atreverán a enfrentarse al Ejército Revolucionario Popular. No combatiré contra la unidad de Kim Il Sung, aunque por ello caiga sobre mi cuello el sable nipón.”
Bajo el amparo del poderío del Ejército Revolucionario Popular que conquistó sucesivas victorias en Laoheishan y Taipinggou las organizaciones revolucionarias actuaron con vigor en todas partes. El jefe de la asociación antijaponesa de Luozigou decía con jactancia que después de la derrota del ejército Jingan en el Laoheishan a manos del Ejército Revolucionario Popular los habitantes no iban ya al ayuntamiento sino a él para hacer el registro matrimonial y la declaración de nacimiento de los niños.
¡No perdonamos a los que perjudican al pueblo!
Esta es la voluntad de los comunistas coreanos que mostramos una vez más con elocuencia en la práctica en el Laoheishan y Taipinggou. Mas, eran demasiados desalmados los que molestaban al pueblo. “¡Sólo barriendo el comunismo, podemos mantenernos!”, este era el credo de los enemigos del pueblo. Teníamos que librar aún muchos más combates contra ellos.
La sangre que los enemigos derramaron en la batalla de Taipinggou tiñó más de una semana las aguas del río Dahuoshaopuhe. Quizá por eso ese año subieron por su corriente cardúmenes de dardos nunca vistos antes.
5. Esparciendo las semillas de la revolución
por el extenso territorio
Cuando toda la tierra de Manchuria del Este buscaba el camino que debía seguir, derramando lágrimas de desconsuelo al ver las consecuencias desastrosas del tornado de la “purga”, nos planteamos una nueva línea: disolver las bases guerrilleras fijas, zonas liberadas, y salir a vastas regiones para operar de manera activa con un gran destacamento, y la presentamos ante la Conferencia de Yaoyinggou en marzo de 1935. La mayoría absoluta de los cuadros militares y políticos allí presentes la aprobaron.
Sin embargo, no todos expresaron comprensión y simpatía hacia ella. Algunos del Partido y de la Juventud Comunista estaban en contra. A coro se lanzaron a censurarnos, preguntándonos qué locura intentábamos cometer al disolverlas, por qué las habíamos creado para luego desmantelarlas, y para qué habíamos derramado sangre durante tres o cuatro años en su defensa, sin siquiera vestirnos y alimentarnos como debíamos. Y, finalmente, nos tildaron de derechistas, capitulacionistas, y derrotistas. Esta insistencia se denomina ahora, en el círculo de sociólogos, proteccionismo de las zonas guerrilleras.
En la Conferencia, entre los que más se obstinaban en el mantenimiento de éstas estaba Ri Kwang Rim, uno de los fundadores de la guerrilla de Ningan. Se había dedicado al trabajo con los jóvenes en el comité del distrito de Ningan y la dirección de Jidong, de la Unión de la Juventud Comunista, y más tarde había sido enviado a la región de Wangqing, donde junto con comandantes de las tropas antijaponesas chinas como Chai Shirong y Fu Xianming, se entregó a preparar las condiciones para organizar las Fuerzas unidas antijaponesas. Cuando participó en la Conferencia de Yaoyinggou fungía, si no me equivoco, como secretario interino del comité especial de la Unión de la Juventud Comunista en Manchuria del Este.
Para enfrentarse a los que abogaban por el desmantelamiento de las zonas guerrilleras, planteó lo siguiente: si se disuelven y el ejército revolucionario se marcha a amplias zonas, ¿cómo se sustentarían los habitantes?; dicen que, una vez eliminadas esas bases, serán enviadas a zonas enemigas, entonces, ¿no significaría esto que los empujan a la muerte tras haber compartido juntos penas y alegrías?; ¿es posible que el ejército revolucionario continúe la guerra de guerrillas sin contar con un punto de apoyo militar-político como la zona guerrillera?; si los templados en las bases guerrilleras se van a las zonas enemigas, ¿eso no querrá decir que se pierden decenas de miles de habitantes revolucionarios, cuya educación nos costó mucho trabajo?, y en conclusión, ¿no resultaría que la disolución de las zonas guerrilleras llevara la revolución al punto de partida en 1932?
Por esta diatriba de Ri Kwang Rim el debate tomó trazas de complicarse, aunque, al principio, parecía que terminaría sin tropiezos. Entre los que apoyaron el desmantelamiento de las zonas guerrilleras surgieron quienes, al escucharle, asintieron con la cabeza. Los participantes, divididos en partidarios y opositores de la línea, se acaloraban en la polémica. Cuando ésta llegaba a su clímax, algunos, carentes de educación, empezaron a insultar a sus adversarios, tratando de someterlos de manera coercitiva. También hubo quien refutó el planteamiento de Ri Kwang Rim, hurgando hasta en su pasada vida personal.
Existía el comentario de que él, cuando actuaba como responsable zonal de la Juventud Comunista en el distrito de Ningan, estuvo enamorado de una muchacha. La amó con locura, pero ella no le correspondió. Con su insistencia no ganó más que la indiferencia y frialdad con que la muchacha le devolvía las cartas de amor sin responder y, cuando se encontraba con él, desviaba su mirada fingiendo no verlo. Así pues el amor no se conseguía sólo por el deseo y el fervor de una parte. Por la amargura del fracaso amoroso la desterró al distrito de Muling y luego, hasta antes de venir a Wangqing, mantuvo relaciones ilegales con otra mujer.
Se valían de su vida íntima para refutar sus argumentos, razón por la cual no podíamos discernir si era verdad.
Al emplear tan despreciable método para asestarle un contundente golpe, intentaron demostrar que podría cometer cualquier falacia para eliminar a sus adversarios en la polémica, ya que poseía un espíritu de venganza tan fuerte que lo llevó a confinar a un lugar foráneo a una muchacha de quien se enamoró.
E incluso hubo quien se mostró arisco, argüyendo que la oposición al desmantelamiento de las zonas guerrilleras debía considerarse, por lógica, el resurgimiento de la enfermedad del sectarismo, y para demostrarlo hacía notar que Ri Kwang Rim era un rastrojo del sistema del “grupo Hwayo”, que siguió fielmente a ciertas personalidades de la Dirección General de Manchuria del antiguo Partido Comunista de Corea.
De todos modos, hurgar en el asunto del fracaso amoroso del adversario o que le tildaran de remanente del sectarismo, era una conducta vil. No obstante, una parte de la responsabilidad recaía sobre Ri Kwang Rim, porque, presentándose como el defensor más consecuente del pueblo, como el representante más fiel de su voluntad e intereses, puso a otros, sin fundamentos, la terrible etiqueta de oportunista de derecha, traidor al pueblo y promotor del suicidio imperdonable.
Podíamos comprender con suficiencia lo que un hombre como él sentía al oponerse con obstinación a la disolución de las zonas guerrilleras. A nosotros también nos causaba una gran pena. ¿Existe acaso quien se retire con calma de su cuna, abandonándola sin congoja ni padecer, si la construyó con sus propias manos, fecundó con su fuerza y defendió firmemente, considerándola más preciosa que un “paraíso celestial”? Cuando decidimos disolver las zonas guerrilleras, nuestros ojos se anegaron de lágrimas, nos mortificaban el incontenible apego que les teníamos y las vagas esperanzas que sentíamos.
Ri Kwang Rim quizás las amó no menos que nosotros. Pese a ello, y si se habla sin prejuicios, en la situación de aquella época, mantenerlas durante largo tiempo para enfrentarse cara a cara a un poderoso enemigo con tremendo potencial militar, no era sino un aventurerismo. Implicaba un acto suicida.
En 1933 y 1934, en que la vitalidad de la zona guerrillera se mostraba plenamente, tal vez no nos hubiéramos atrevido a hablar así, pues las considerábamos “oasis” o “paraíso terrenal”.
Pero, ¿por qué podíamos pronunciarnos por su desmantelamiento en 1935? ¿Era un capricho? No. Nunca fue un capricho, ni vacilación, ni tampoco retroceso. Al contrario, fue una atrevida medida estratégica, otro paso hacia adelante. Si ese año nos decidimos, con osadía, a disolverlas, fue porque la situación interna y externa nos obligó.
Las zonas guerrilleras establecidas en las riberas del Tuman cumplieron con su misión y deber; su objetivo supremo consistió en conservar e incrementar las fuerzas revolucionarias y, al mismo tiempo, asentar una sólida base militar y política, técnica y material, para ampliar y desarrollar la Lucha Armada Antijaponesa. Desde luego, no definimos en tres o cuatro años el plazo de su existencia; y sólo consideramos tanto mejor cuanto más corto fuera.
En el fragor de la lucha armada la guerrilla y el resto del pueblo se forjaron como un Ave Fénix. La guerrilla que emprendió su marcha apenas con decenas de combatientes, se convirtió en el Ejército Revolucionario Popular, que contaba con enormes fuerzas capaces tanto de defender las bases guerrilleras como de asaltar las grandes ciudades. Ricas experiencias de la guerra guerrillera, singulares y originales, se acumularon en el acervo militar y político del Ejército Revolucionario Popular.
La guerra de guerrillas sirvió de crisol, de universidad militar y política, para forjar a los luchadores. De este crisol salió sólo acero puro. También el
En una ocasión reí a carcajadas al escuchar lo que Kim Ja Rin contaba que le había pasado cuando era peón agrícola. Su historial estaba matizado por un verdadero sainete que provocaba risa a todo el que lo oía.
Una madrugada, él salió al campo tirando de un buey del terrateniente. Se detuvo en un herbazal y empezó a segar con la hoz sólo
Kim Ja Rin se tiró al agua, lo recogió, e inflado con aire de rico se lo puso y salió al terraplén, donde, afortunadamente, descubrió un pañuelo que tenía una moneda de plata de cinco fenes y que se le había caído al caballero además del sombrero.
Todo el día se calentó la cabeza para definir qué cosas comprar con aquel dinero y, por fin, decidió. Poniéndose el sombrero, aunque era un peón agrícola de menos de 20 años, se presentó en un garito, donde los hijos de los adinerados se reunían cada noche y ostentaban sus riquezas. Se lanzó a jugar y, por fortuna, logró quitarles en una noche una colosal suma.
Gastó una parte de lo ganado en saldar la deuda con el terrateniente y socorrer a un pobre anciano, de una casa vecina, que vivía siempre en medio de lágrimas por la pobreza. Le quedó poco, pero consideró que sería suficiente para darse la gran vida algunos años.
Sin embargo, apenas doce meses después, volvieron a atenazarle las deudas. Trabajó como un buey para ganar aunque fuera un fen más. Pensó que si laboraba sin descanso podría vivir en abundancia, cambiar su destino, e incluso hacer carrera. Esta era la visión del mundo que tenía en su etapa de servidumbre. Pero, el trabajo no le proporcionó riquezas, ni le abrió el camino para mejorar la vida. Cuanto más se esforzaba, mayor era la miseria y humillación. Aunque era inteligente y de fuerte complexión, por falta de dinero debía soportar que lo trataran como una bestia, y no como un ser humano.
Empezó a enfrentarse, cara a cara, a todos los que le ofendían y maltrataban. A los que le caían mal, los tomaba por el cuello y los apuñeteaba. Pero esto no era suficiente para librarse de la pobreza. Más tarde, se trasladó a la zona guerrillera de Wangyugou y fue uno de los mejores tiradores de ametralladora, de los que en Jiandao se contaban con los dedos de una mano.
También Ri Tu Su, protagonista de la batalla de Hongtoushan, quien, entre el pueblo, era ampliamente conocido como Ave Fénix, en un tiempo fue un mendigo que andaba de puerta en puerta con un jolongo, pidiendo limosna.
La zona guerrillera constituyó caldo de cultivo que formó decenas de miles de héroes y precursores de la guerra antijaponesa. También a ancianas ya sin dientes las convirtió en agitadoras de la lucha antijaponesa. Allí, todos renacieron como trabajadores activos, soldados, luchadores, y competentes organizadores, propagandistas y ejecutores. Por ejemplo, Jo Tong Uk, Jon Mun Jin, O Jin U, Pak Kil Song y Kim T
A través de la dura lucha contra el oportunismo de derecha y de izquierda, y el fraccionalismo, las filas revolucionarias se estrecharon y consolidaron como una gran familia a la que ninguna maza de
¿Habría sido posible que los comunistas coreanos y chinos cosecháramos tantos frutos, si no hubiéramos contado con una cantera político-estratégica como la zona guerrillera? Y, ¿cómo hubiéramos podido cumplir tan consecuente e impecablemente las tareas estratégicas en la primera etapa de la revolución antijaponesa, sin apoyarnos en esta zona, que servía como base de partida para las operaciones, de logística y de retaguardia?
Kim Myong Hwa era una mujer del estrato más humilde, que cuando muchacha se mantenía con la venta de kamthu(Especie de antiguo sombrero coreano, hecho con crines de caballo —N. del Tr.) que ella misma tejía con crines de caballo. Una vez en la zona guerrillera, experimentó la auténtica vida del ser humano y se formó como miembro del Ejército Revolucionario Popular de Corea en medio del fragor de la gran guerra antijaponesa. Si no hubiera existido la zona guerrillera, ella no habría podido alcanzar un desarrollo tan admirable. Lejos de progresar, ni siquiera habría podido mantener su vida.
Entre los luchadores forjados a través de la guerra antijaponesa también existieron cazadores, matarifes, maestros, almadieros y herreros. Hubo dueños de farmacias como Rim Chun Chu, y médicos revolucionarios como So Chol. Además se vieron jóvenes que habían sido influenciados por la Unión General de la Juventud Comunista de Manchuria del Este o vivido bajo el techo de sus organizaciones similares de Manchuria del Sur y en China; estudiantes provenientes de las urbes, e incluso pueblerinos con cabellos revueltos. La zona guerrillera entrenó a todas esas personas de complicado origen familiar y antecedentes, como honestos militares que se movían a la orden, como excelentes hijos de la época que combatían a muerte en aras de la Patria y la nación, poniéndose a la vanguardia en la lucha antijaponesa de salvación nacional.
Las actividades prácticas sirvieron para corroborar con nitidez lo justa y oportuna que era nuestra decisión de establecer las zonas guerrilleras, zonas liberadas, en las regiones montañosas de Jiandao. Sin embargo, cuando aún se mostraba su vitalidad, subrayamos en Yaoyinggou la imperiosa necesidad de su disolución. ¿Con qué fundamento? Con el de que no era necesario mantenerlas por más tiempo, ya que habían cumplido con su misión y deber.
A mediados de los años 30 la situación revolucionaria en la región de Jiandao exigió a los comunistas coreanos y chinos cambiar sus lineamientos a favor de la nueva corriente de la época.
En definitiva, pensaba, insistir en que debían dedicarse sólo a la defensa de las zonas guerrilleras, encerrados en éstas y cantando Combate a muerte como se había hecho hasta entonces, no dejó de ser propósito para mantener el statu quo, dejando de profundizar más la revolución. Dicho en metáfora, esa insistencia no era sino el deseo de que la corriente de agua de la revolución se contuviera sólo en un lago o embalse, en lugar de confluir al mar:
La revolución es como un río caudaloso y largo, que si bien se encrespa estrellándose contra las rocas o gime apresado por una garganta, corre vertiginosamente hacia el mar, recogiendo las innumerables gotas que saltan al aire. ¿Hay alguien que haya visto un río subir hacia el monte, dándole la espalda al mar? Correr hacia arriba y el estancamiento no son características de los ríos. Sus aguas se desplazan sólo hacia adelante. Corren sin cesar hacia el mar, que es su destino final, venciendo los obstáculos con que tropiezan, y acogiendo amigos o compañeros que aparecen.
La causa de que el largo río no se pudra, consiste, precisamente, en su incesante movimiento, sin detención ni descanso. Si se estanca siquiera un momento, una parte de su seno se corrompe, allí toda clase de planctones proliferarían y levantarían su reino.
Si la revolución se orienta a rechazar la renovación y absolutizar el mantenimiento de la línea existente, podría compararse con un río que ha dejado de correr. Para alcanzar la meta estratégica que se ha planteado, debe modificar sin tregua las tácticas a tenor de nuevas circunstancias y condiciones.Sin tal renovación no podría evitar el estancamiento, marcar el paso. Si alguien piensa que un método tiene el mismo valor a los 50 años, e incluso al cabo de 100 años, ¿existirá una quimera más extravagante que esa? No es sino una posición que tiende a negar la independencia, la creatividad y la conciencia del hombre.
Una táctica tiene siempre valor relativo. Puede representar un momento, un día, un mes, un trimestre o una época determinada. Para llevar a buen término una estrategia pueden aplicarse diez o cien tácticas. Si uno presenta una sola solución para una estrategia, esta no es una actitud creadora respecto a la revolución: es un dogma que implica el suicidio absurdo, que lo ata de pies y manos. Allí donde rige un dogma no puede existir una política original y promovedora, ni encontrarse un río largo de revolución, impetuoso lleno de vigor.
La fuerza capaz de hacer de la revolución una corriente tan fuerte como la de este río, radica en la creación y la renovación, pues éstas reflejan fielmente la demanda esencial de las masas populares de seguir el camino del progreso y prosperidad ilimitados para la vida independiente. En este sentido, la creación y la renovación pueden calificarse de motor que impulsa la revolución. No sería exagerado decir que de los caballos de fuerza de esta máquina depende el ritmo de desarrollo de la historia de una nación.
Impulsada por ese motor, la revolución coreana toca a las puertas del siglo XXI.
¿Cuál es el tema político más importante que nuestro Partido discute cuando está a la vista el siglo XXI? Es el de cómo seguiremos defendiendo y haciendo refulgir el socialismo a nuestro estilo, centrado en las masas populares, frente al agudo bloqueo de la alianza imperialista.
De igual forma un siglo atrás, la Península Coreana estuvo rodeada por grandes potencias. En el mar, frente a Inchon, siempre estaban sus buques de guerra. Cada vez que el reino feudal, obstinándose en cerrar las puertas del país, adoptaba una posición antiyanqui y antinipona, ellas le exigían abrirlas, amenazándolo con dos o tres cañonazos. El imperialismo nipón fabricó hasta un gabinete projaponés y, por su conducto, le impuso una reforma política. Y en torno al rey y la reina hizo rondar asesores, ministros y agentes secretos que situó a hurtadillas. Esta era otra forma de asedio.
El sitio y bloqueo de los agresores extranjeros y los imperialistas constituyen una prueba que se le ha impuesto a la nación coreana a lo largo de la historia. Como miembro de esta nación, he vivido hasta hoy en medio de ese asedio y bloqueo. ¿Es un destino fatal dada la peculiaridad geopolítica? Desde luego, podría ser una causa. Si el territorio coreano estuviera situado en un extremo del glaciar de Alaska o del Artico, sería probable que fuera otro el interés de las grandes potencias en cuanto a nuestro país. Sin embargo, no puede existir ese “probable”. Ni siquiera puede ser un problema dónde se ubica una nación. Aquellos países que viven de manera independiente, dejando de alabarles, sin importarles en qué parte del orbe están situados, siempre deben tener presente que pueden ser blanco de los “Boínas Verdes” o víctimas de muchas “Leyes Torricelli”.
Así, pues, repito, las personas decididas a mantener la independencia durante toda su vida han de prever cotidianamente el bloqueo imperialista y estar listas para romperlo.
También en el año 1935, las bases antijaponesas de Jiandao se encontraban totalmente cercadas por el enemigo. Fue cuando el bloqueo llegó a su extremo. El enemigo trataba de triunfar definitivamente en la eliminación de los “bandidos comunistas” mediante el estrechamiento al máximo de la red de asedio, en tanto que nosotros estábamos decididos a alcanzar el objetivo de la revolución, cambiando de lineamiento. Los imperialistas japoneses movilizaron decenas de miles de efectivos élite, que sitiaban varias veces las zonas guerrilleras y cada día recurrían a las operaciones “punitivas” para barrer todo lo viviente sobre la tierra.
La política de aldeas de concentración constituyó una de las principales estratagemas del enemigo encaminadas a romper el vínculo del ejército revolucionario con su pueblo. Según esa política, los habitantes de todas las divisiones administrativas, libres del control del Gobierno Revolucionario Popular, debían reunirse, en contra de su voluntad, en esas aldeas, protegidas por muros y fortines, para vivir allí como topos sujetos a infames leyes como la “acusación mutua de cinco casas” y la “ley de inculpación común entre diez familias” y al orden medieval. Si los adversarios incendiaron decenas de miles de caseríos y hogares dispersos por todo el territorio manchú, dieron a sus moradores un ultimátum y los trasladaron sin piedad a las aldeas amuralladas del llano, fue por causa, desde luego, de su intento de gobernarlos con facilidad, arrellanados en las supuestas “aldeas seguras” donde estaban acantonados permanentemente el ejército, la policía y el cuerpo de autodefensa, pero la razón principal consistió en que trataban de destruir para siempre la firme unidad entre la guerrilla y el resto del pueblo, que era el mayor obstáculo para el “aniquilamiento de los bandidos comunistas”, con el método de instalar muros, fortines, zanjas, vallas, reflectores, alambrados de púas y otras barreras artificiales. Ellos estaban bien conscientes de que la guerrilla era protectora del pueblo y este, retaguardia de aquélla e importante fuente de informaciones.
Al acorralar dentro de un muro a todos los pobladores, podían movilizarlos en masa en la construcción de carreteras, el establecimiento de instalaciones militares y en otras diversas obras, asegurar con rigor su secreto, así como también conseguir en cualquier momento, y con facilidad, mano de obra, recursos financieros y materiales.
Con el establecimiento de las aldeas de concentración, intensificaban la propaganda anticomunista. Peroraban: Ustedes se trasladan a las aldeas de concentración abandonando sus entrañables terruños por culpa del partido comunista y del ejército revolucionario; éstos desestabilizan la seguridad del país en unión con ustedes, por tanto, las autoridades se ven obligadas a eliminar los caseríos dispersos y construir “aldeas seguras”, donde ustedes puedan vivir tranquilos, sin ser molestados por los “bandidos comunistas” y otros salteadores.
Los enemigos levantaron en forma cuadrangular los muros con 100 ó 200 casas cada cual. Estas se alinearon en orden como las viviendas para los obreros de modernas fábricas, de modo que fueran cómodas para la vigilancia de los militares y policías. Una vez encerrados allí, los habitantes, aunque vinieran de una misma aldea, debían separarse unos de otros, no podían vivir cerca, frente a frente, e incluso los parientes se veían obligados a esparcirse por los cuatro lados, sin que pudieran residir en casas colindantes. Esta medida fue adoptada para impedir que quienes compartían iguales ideas conspiraran o formaran asociaciones secretas atentando contra la seguridad.
La “acusación mutua de cinco casas” es una prueba elocuente de cuán vilmente maniobraban los enemigos para dividir y enemistar a los vecinos de las aldeas de concentración. Formaban un grupo con cinco familias y, si descubrían que una de ellas se comunicaba con la guerrilla, les aplicaban igual castigo a todas y, en el caso más severo, asesinaban a todos sus miembros. Esta era la tristemente famosa ley de “acusación mutua de cinco casas”.
Los burócratas de la administración y los militares y policías de las aldeas de concentración ejercieron un riguroso control sobre los víveres para que ni un kilogramo pasara a manos del Ejército Revolucionario Popular. Incluso registraban el paquete de comida de cada habitante que iba a trabajar fuera del muro, para saber si no tenía reservas para los “bandidos comunistas”. Si veían que el alimento pasaba de una ración, se lo quitaban incondicionalmente. Los labriegos, aunque quisieran salir temprano al campo para cumplir las tareas pendientes, no podían hacerlo antes del amanecer y debían regresar antes de anochecer. El ejército revolucionario perdió casi toda la posibilidad de recibir ayuda en víveres de los pobladores de esas aldeas.
Los granos que producían las zonas guerrilleras no cubrían las demandas de sus guerrilleros y los habitantes. Para colmo de males, los enemigos seguían obstaculizando los cultivos. Los definieron como blanco del exterminio, lo mismo que al hombre. Las plantas recién brotadas, las aplastaban con sus botas militares, a las crecidas les prendían fuego y las maduras las recogían y se las llevaban todas, movilizando al cuerpo armado, equipado con caballos y bueyes. Era una virulenta operación para matar de hambre a todos los combatientes y pobladores de las zonas guerrilleras, objetivo que ni siquiera pudieron alcanzar con fusiles y cañones, y un bloqueo para apretarles la garganta.
Aunque se había disuelto la “Minsaengdan”, las operaciones enemigas para dividir y desarticular desde adentro y afuera las filas revolucionarias continuaban de modo más avieso.
En los volantes que predicaban la capitulación aparecían hasta fotos pornográficas o dibujos obscenos que mostraban sucias relaciones sexuales. Bellezas vendidas por el dinero se infiltraban en nuestras filas, disfrazadas de Rosa Luxemburgo o de Juana de Arco y se enfrascaban en operaciones de seducción para paralizar el espíritu de los cuadros militares y políticos y entregarlos a la policía o la gendarmería.
Todo no fue más que una gran farsa asesina para convertir las zonas guerrilleras de Jiandao en un recóndito lugar, completamente aislado del mundo y quemarlas y estrangularlas sin piedad.
Si el Ejército Revolucionario se hubiera hecho de la vista gorda ante la situación imperante, dedicándose sólo a la defensa de las zonas guerrilleras abiertas, inevitablemente hubiera caído en una posición pasiva en el aspecto militar y, arrastrado a ininterrumpidos combates de desgaste, se habría extinguido sin lograr conservar las fuerzas revolucionarias formadas durante varios años. Entregarse solo a la protección de esas estrechas zonas guerrilleras traería un resultado igual al de hacerle el juego al enemigo en su desesperado esfuerzo para aplastar con una batalla en tres direcciones a todos los militares y habitantes de las zonas rojas.
Era correcto que más de la mitad de los participantes en la reunión calificaran de aventurerismo el proteccionismo de las zonas guerrilleras. Para mí hasta ahora es incomprensible que la mayoría de los que en la Conferencia de Yaoyinggou abogaban por el mantenimiento de esas zonas fueran personas egocentristas que olían siempre a dogmatismo e izquierdismo. Por contradicción, ellos miraban con malos ojos a las personas que mantenían una posición creadora y renovadora, así como también despreciaban a las que más iniciativas y opiniones daban, y que abrigaban un gran sueño y poseían una amplia fantasía.
Pese a ello, en la Conferencia de Yaoyinggou acabamos por persuadir a esos hombres impetuosos y de fuerte amor propio. A diferencia del problema de la lucha contra la “Minsaengdan”, que habíamos acordado presentar a la Internacional, el asunto de la disolución de las zonas guerrilleras fue decidido en la misma reunión. Era otro éxito en el combate contra el aventurerismo izquierdista.
La Conferencia de Yaoyinggou abrió la coyuntura para que el Ejército Revolucionario Popular pasara de la etapa de defensa estratégica de las zonas guerrilleras a la de ofensiva estratégica. Gracias a la resolución de esa Conferencia entramos en una nueva era luminosa en la que, apartado de las estrechas zonas guerrilleras, pudimos desplegar de manera activa y hábilmente la guerra de guerrillas con grandes destacamentos en vastas regiones del Noreste de China y de Corea. El escenario de las actividades del Ejército Revolucionario Popular, limitado a cinco distritos de Jiandao,se multiplicó decenas de veces. No cabe duda que cuanto más se extendía, tanto más se veían en aprieto los adversarios que sólo recurrían al bloqueo de las zonas limitadas. Asediar cinco distritos podía ser relativamente fácil, pero hacerlo con diversas provincias del Noreste de China era otro problema. Aunque, hasta entonces, pasaban el día cómodamente silbando, acampados en lugares fijos tras haber sitiado las zonas guerrilleras, pronto deberían librar combates sin precedentes, ni vistos en los reglamentos militares, andando en pos del Ejército Revolucionario Popular.
Los enemigos catalogaron nuestra medida de disolución de las zonas guerrilleras como el “resultado de la consecuente punición por las dispersas unidades del ejército imperial” o como “expresión del decaimiento de la banda comunista de Jiandao”, sin embargo, no podían menos que reconocer que era una acción voluntaria basada en una nueva táctica, y una medida de ofensiva para pasar a un movimiento guerrillero de mayores dimensiones. La nueva variante estratégica los llenó de pánico e inquietud.
Tan pronto como conocieron la noticia obstaculizaban por todos los medios posibles la disolución de las zonas guerrilleras. Estrechaban el bloqueo militar para impedir que los guerrilleros y los vecinos salieran de esas zonas, por una parte y, por la otra, intensificaban desde diversos ángulos la ofensiva ideológica para confundir la opinión afirmando que la eliminación de las zonas rojas significaba el fin de la lucha armada y que la disolución de las zonas guerrilleras por los comunistas quería decir que renunciaban al movimiento guerrillero. Tales intrigas constituyeron el primer obstáculo para desmantelar esas zonas.
Estas no constituían la totalidad de las dificultades. Lo que más nos angustiaba era que a los habitantes no les agradaba disolverlas. Nunca esperamos que ellos aceptaran impasibles, sin ningún reproche, un nuevo lineamiento que, incluso, un cuadro militar y político como Ri Kwang Rim no aprobó de inmediato. Existieron quienes suplicaron que no lo hiciéramos, preguntándonos por qué lo queríamos tan inesperadamente, si hasta ayer las propagábamos como el “paraíso celestial”, y qué nos había pasado. El anciano O T
Diferentes interpretaciones y conjeturas circulaban por las zonas guerrilleras. Cada día despertábamos con uno o dos rumores aciagos, sin saber quién los difundía, y la gente se quedaba perpleja. Se decía que la guerrilla eliminaba las zonas rojas para aliviarse de la carga de proteger al pueblo o que renunciaba a Jiandao para desplegar la guerra de guerrillas en el interior de Corea, tomando como base la Cordillera Rangrim. También existieron quienes dijeron que el ejército revolucionario, demasiado agotado, iba a descansar algún tiempo en un lugar recóndito de la Unión Soviética o en del interior de China para luego volver a Jiandao con un destacamento muy grande. A estas conjeturas se sumaban otras falsedades que difundía el grupo de propaganda y asimilación del enemigo, por lo que las zonas guerrilleras vivían en un caos irremediable.
En Yaoyinggou convocamos a una reunión conjunta de los guerrilleros y la población y les explicamos con paciencia la perentoria necesidad y la justeza de la disolución de las zonas guerrilleras. Los enviados especialmente a los distritos de Manchuria del Este y a las zonas con organizaciones revolucionarias hicieron lo mismo. Las masas populares comprendían con facilidad la verdad de que las zonas se arruinarían si no las desmantelaban, y lo aceptaban como una justa medida estratégica.
No obstante, en la etapa práctica la mayor parte de la población estaba en contra de la mudanza a las zonas enemigas. Nos suplicaron con ansiedad que no los enviáramos allí, diciendo: nos basta alimentarnos con
A diario visitamos moradas con la consigna: “¡Persuadir, persuadir y persuadir!”. Convocamos a reuniones tanto por zonas como por organizaciones, y explicamos reiteradamente, pero no pocos seguían obstinándose en rechazar el traslado a las zonas enemigas.
Como otros, yo conocía con claridad que la propaganda y agitación comunista engendra una gran fuerza. Algunos dicen que ésta es ilimitada. Pero la afirmación no se ajusta a todo. Prueba elocuente es el hecho de que numerosas personas se internaron en las montañas más profundas, en lugar de ir a las zonas enemigas.
Existieron quienes nos solicitaron ingresar en el ejército para no ir a vivir en esas zonas. También los miembros del Cuerpo Infantil y de la Vanguardia de Niños insistieron en marcharse con nosotros, si bien sus edades no eran aptas. Hwang Sun Hui que tan obstinada que pidió a los guerrilleros que la fusilaran si no se la querían llevar. La guerrilla de Yanji no pudo menos que admitirla. Probablemente, por tal obstinación, ella, flaca, debilucha, ha podido llevar hasta la fecha una vida brillante como combatiente revolucionaria, luego de sufrir las severas pruebas de la lucha armada y burlado incontables líneas de la muerte. T
A la sazón, admitimos a numerosos niños y jóvenes. Funcionarios del partido, de la Juventud Comunista y del gobierno revolucionario popular, quienes compartieron durante varios años toda clase de vicisitudes con los pobladores de las zonas guerrilleras, se unieron también, arma en mano, a nuestras filas. Algunos solicitaban que les concediéramos plaza en la sastrería, el taller de armamentos y el hospital para seguir al ejército revolucionario. El resultado fue que sus filas se engrosaron a ojos vistas con motivo de la disolución de las zonas guerrilleras.
Las unidades del Ejército Revolucionario Popular, bajo el activo apoyo de los habitantes, se entregaban en cuerpo y alma a preparar las acciones guerrilleras en regiones extensas; acumulaban provisiones y mejoraban armamento y equipos. Las integrantes de la Asociación de Mujeres donaban todo el tejido que tenían como reserva en los baúles y confeccionaban con atención uniformes, mochilas, pañuelos, polainas y petacas, para los miembros del ejército revolucionario que pronto se despedirían.
Por nuestra parte, hicimos todo lo que estaba a nuestro alcance para servir a los que iban a mudarse a otros lugares. Lo principal era acelerar el traslado a tenor de sus demandas y la realidad. Para saber bien cuan minuciosa y sustancialmente se efectuaba esta labor, basta observar los padrones en las zonas guerrilleras de Jiandao hechos en vísperas de esa mudanza. En ellos estaban anotados todos los detalles, sin omitir nada, entre otros, nombres, edades y oficios de quienes se trasladarían; y nombres y direcciones de sus parientes y amigos; tareas asumidas, nivel de conocimientos, dominio de la técnica, lugares adonde llegarían y cantidad de alimentos reservados.
Por esos registros, los funcionarios directivos de las zonas guerrilleras enviaron algunos a las zonas enemigas o al interior del país y otros a montañas más recónditas para que allí cultivaran la tierra. Y ponían en filas separados a quienes irían a casas de parientes y a los que no, a los niños huérfanos y a los enfermos, y en cada una situaron un grupo armado con la responsabilidad de protegerlos hasta el destino.
A cada familia que marcharía a zona enemiga, al interior del país o al monte más profundo, se le entregaban 30 ó 50 yuanes como subsidio, así como tela, calzado, y otros diversos artículos de primera necesidad y utensilios de cocina. Para resolverlos tuvimos que organizar varios ataques, de los cuales el más impresionante, que aún queda en mi memoria fue a la aldea de concentración de Dawangqing relacionado dramáticamente con el escarmiento que O Paek Ryong dio a su tío.
La bofetada que nuestro protagonista le dio a su pariente era una especie de tragicomedia de las que quedaron en nuestra historia nacional llena de martirios.
En el asalto a la aldea de concentración capturamos tal botín que era difícil transportarlo sólo con la fuerza de los guerrilleros; en él había más de 20 fusiles modelo 38, más de 40 bueyes y caballos, decenas de sacos de arroz y harina de trigo y decenas de miles de yuanes en efectivo. Los comandantes trajeron a los habitantes de una aldea a unos 500 ó 600 metros de distancia. El ataque sorpresivo y la rápida retirada eran un importante principio táctico que regía la guerra de guerrillas. En este sentido, si no se evacuaba a tiempo el botín de guerra, podía demorarse la retirada de la unidad, oportunidad para que el enemigo lanzara el contraataque.
En ese momento tan apremiante, un campesino bigotudo se mostraba displicente en cargar a la espalda. E incluso obstruyó lo que hacían otros, al tiempo que decía:
—Hombres, ¿quieren ser castigados por transportar cargas de la guerrilla? Piensen en el futuro y déjense de tonterías.
O Paek Ryong no pudo tolerar más y le contestó:
—Mire. Si no le gusta, puede marcharse.
Sin embargo, “El Bigote” no quiso tornar a casa, ni dejó de gritar que si llevaban cargas a las espaldas tendrían una gran desgracia.
O Paek Ryong perdió la paciencia y le dio una fuerte bofetada. Y luego le preguntó a un pariente lejano:
—¿Este tipejo no es un reaccionario?
—Hombre, él es tu tío paterno O Chun Sam.
O Paek Ryong quedó boquiabierto. Le sorprendió que su tío hiciera tonterías en lugar de comportarse como coreano, y, que en los más de 20 años que tenía nunca le había visto la cara. Este había dejado su familia y vagado por parajes foráneos cuando O Paek Ryong aún no tenía uso de razón. Así, pues, él no podía conocer al sobrino, y viceversa. Mientras éste crecía como revolucionario, él se convirtió en un hombre laxo, pusilánime y asustadizo que temía a la revolución. No sólo no se incorporó, sino que tampoco le agradaba que sus hijos participaran en ella.
O Paek Ryong se sintió apenado por haberlo abofeteado, pero no tuvo tiempo para pedirle perdón. Por conducto del mencionado pariente le envió una nota:
“Tío, quiero que me perdone; he cometido un error al no conocerle.
“Espero que en adelante, usted también se incorpore a la revolución si no quiere ser humillado más por los jóvenes.”
Tiempo después, el tío siguió el consejo: formó de manera revolucionaria a todos sus familiares. No sólo se convirtió él en revolucionario, sino que también incorporó a su esposa e hijos al movimiento antijaponés. Su hijo O Kyu Nam consagró su juventud a la lucha.
Se contaba que, siempre que se le ofrecía la oportunidad, decía:
—Por fin, un fuerte puñetazo de mi sobrino encauzó la órbita de mi vida.
O Paek Ryong fue criticado severamente, como es natural, porque su acción podía dañar las relaciones entre el ejército y el pueblo. Aunque el tío era su pariente más cercano, después de los padres, se trataba de un ciudadano desde el punto de vista del Ejército Revolucionario Popular. Pese a este hecho tragicómico, ante el que no se podía reir aunque se deseara, el botín de guerra que esos habitantes transportaron por orden de O Paek Ryong resultaba tan valioso que contribuiría en gran medida al sustento posterior de quienes debían abandonar las zonas guerrilleras.
La justeza de la medida de disolverlas fue constatada elocuentemente en el proceso general del histórico desarrollo de la lucha antijaponesa de liberación nacional, que avanzaba con vigor hacia la consecución de la liberación de la Patria, coronando con flores la revolución antijaponesa que estaba en su apogeo en la segunda mitad de la década del 30.
Al operar las unidades del Ejército Revolucionario Popular en vastas regiones, después de desmantelar las zonas guerrilleras por iniciativa, se frustraron por completo las maniobras enemigas encaminadas a estrangular a nuestras fuerzas antijaponesas, acorralándolas en estrechas zonas montañosas de Jiandao. Grandes y pequeñas unidades iban aplastando con valentía la fuerza cuantitativa y técnicamente superior del adversario en amplias regiones de Manchuria del Sur y del Norte y de Corea septentrional. Su avance a vastas regiones después de desaparecer las zonas guerrilleras, zonas liberadas, implicó un gran acontecimiento y fue como la salida de un valle hacia una espaciosa campiña.
Los que dijeron adiós a las zonas guerrilleras bajo el activo respaldo de la lucha armada empezaron a echar raíces, ampliar las organizaciones y sembrar la semilla de la revolución en un extenso territorio. Todos, excepto algunos que firmaron el documento de capitulación, se convirtieron en lumbres y fósforos que quemaban el territorio de Manchuria. También los trabajadores políticos clandestinos les dieron un vuelco a las zonas enemigas.
La labor de disolución, iniciada en mayo de 1935, concluyó en Chechangzi a comienzos de noviembre de ese año.
La zona guerrillera de Chechangzi se desmanteló unos seis meses más tarde que las demás, porque el enemigo la bloqueaba con obstinación formando doble o triple cordón de asedio en sus contornos, para ver a sus habitantes morir de hambre, y por la irresponsabilidad e incapacidad de los funcionarios encargados de la vida de éstos.
Cuando en la Conferencia de Mingyuegou se discutió el lugar para la zona guerrillera, los oriundos del distrito Helong fueron quienes insistieron más que nadie en que Chechangzi era el adecuado. También lo dijo Kim Jong Ryong, representante del distrito de Antu. Se trataba de un área fértil, cubierta de frondosos árboles y con escabrosas montañas, por tanto devenía una fortaleza natural ideal en que ambas partes beligerantes ponían por igual interés particular. Aunque resultaba un sitio triste que no se distinguía en absoluto de otros lugares de Jiandao, su valor se elevó visiblemente gracias a los geománticos contemporáneos que adquirieron ciertos conocimientos militares durante la guerra de guerrillas.
A juzgar por su nombre, tampoco tenía nada misterioso relacionado con lo militar. Sus aborígenes decían que Chechangzi significaba lugar donde se arman carretas. Para convencer que el sitio podía servir de punto militar neurálgico, los de Helong afirmaron que si la tropa de Hong Pom Do había aniquilado en Qingshanli a una unidad del ejército japonés, atrayéndola a la orilla del Gudonghe, fue quizás porque esa zona tenía una fuerza embrujadora.
Con miras a apoyar con las armas la creación de la zona guerrillera de Chechangzi, en la primavera de 1934 mandamos a Antu un regimiento independiente. Además Kim Il Hwan, Kim Il y otros trabajadores políticos clandestinos se infiltraron en Chechangzi.
Este destacamento se presentó como nuevo dueño del lugar, expulsando con facilidad una compañía del ejército títere manchú estacionada en sus contornos. Los pobladores de la zona guerrillera de Yulangcun se trasladaron en grupos hasta allí amparados por el destacamento, y al otro lado del Gudonghe formaron el gobierno revolucionario popular del distrito de Helong; en tanto que los de Wangyugou y Sandaowan llegaron sucesivamente, atravesando Shenxiandong, e izaron la bandera del gobierno revolucionario popular del distrito de Yanji en la entrada del valle Dongnancha. Como resultado, en Chechangzi durante casi un año se mantuvo el extraño fenómeno de que existían dos gobiernos revolucionarios populares emanados de dos distritos.
Esa zona guerrillera avanzaba con ánimos redoblados, como un auto con dos motores o un coche tirado por dos caballos blanco azulados. Al principio, tampoco era no muy precaria la situación de los alimentos.
Según la decisión de la Conferencia de Yaoyinggou, la tarea de disolución de esa zona se encomendó a la dirección del partido enviada desde Antu. Empero, sus miembros no dieron a conocer al ejército ni al pueblo la orientación de desmantelar las zonas guerrilleras y, para colmo de males, trataron de castigar al enviado especial radicado en Chechangzi, tildándolo de “minsaengdan”. Esta noticia me enfrió.
Chechangzi era el último punto de sostén para las masas revolucionarias de Jiandao, sobre todo las de las regiones Yanji, Helong y Antu. Quizás por ello, los encargados de desmantelarla asumieron una actitud indecisa.
La defensa de la zona de Chechangzi por sus habitantes,junto a la guerrilla, hasta noviembre de 1935, en desafío al bloqueo asfixiante, resultó de veras, un mérito que despertaba admiración.
Como he mencionado un poco antes, a la sazón, el aire de Chechangzi no estaba sosegado. El izquierdismo convirtió en un caos la zona guerrillera con el pretexto de la lucha contra la “Minsaengdan”, a lo que se sumaba el sufrimiento de las masas revolucionarias por el hambre.
Kim Phyong, Ryu Kyong Su, O Paek Ryong y Pak Yong Sun cuando empezamos a desplegar las operaciones conjuntas con grandes unidades en la zona del monte Paektu, evocaron con frecuencia el hambre que experimentaron en Chechangzi. Aun después de liberado el país, si se sentaban a la mesa, las compañeras Kim Myong Hwa, Kim Jong Suk, Hwang Sun Hui, Kim Chol Ho y Jon Hui y otras solían llorar, recordando la etapa de Chechangzi. En aquel tiempo, las dos primeras eran cocineras del mando.
La mísera situación de la zona guerrillera se reflejó, tal como era, en la mesa de la Jefatura. Para Wang Detai y otros comandantes, las cocineras debían buscar cada día, desde el amanecer, albura de pino en las montañas. Sólo con dos haces de tamaño igual al de pajas de soya era posible asegurar las comidas diarias. Las hervían más de tres horas en agua de cenizas y, sacando las que estaban bastante blandas, las lavaban en el río, las maceraban con un palo sobre una piedra y volvían a meterlas en el río.
Hasta el atardecer, repetían este proceso y, por último, las cocían con una mezcla de salvado para preparar bodrio y tok, que, tristemente, eran comidas exquisitas en Chechangzi.
Ese tok producía estreñimiento. A la sazón, los niños sufrían mucho por éste. Cada vez entonces, sus madres, derramando lágrimas, les ayudaban, valiéndose de palitos. También los adultos lo padecían. Pese a ello, tenían que comerlo.
No tenían sal, por tanto debían tomar la comida sin ella. Podían ingerir bodrio o tok sin sal, pero no era fácil comer así las
Cuando se agotaba hasta la albura de pino, traían del molino salvado y preparaban un sancocho aguado. Tomarlo era más fácil que tragar sopa de
Todos esperaban con ansiedad la llegada de la primavera. Creían que en esa temporada el bienhechor y fecundo territorio salvarían a todos los hambrientos. Sin embargo, ni la primavera puso fin a la muerte por hambre. No les regalaba a ellos más que miserables y débiles retoños de
Estos empezaron a cazar serpientes que aún no habían despertado del sueño invernal. Y luego mataron ratones. En Chechangzi desaparecieron los roedores. También ranas y sus
También los chanclos de cuero(Especie de calzado confeccionado con cuero de animal, en dos tipos: uno hasta debajo de la rodilla, y el otro que se amarra al pie con una cuerda. El primero era para el invierno y el segundo para la temporada de arada en parcelas de secano. —N. del Tr.) que se empleaban durante la siembra, se metieron en la olla. Bebiendo una taza de aquella agua de sabor alcalino en que se hervían, los vecinos de la zona guerrillera realizaban la siembra primaveral, andando en cuatro pies, como si fueran soldados practicando. Empero, antes que pasaba uno o dos días, ellos recogían los granos enterrados y los consumían. El gobierno revolucionario popular y las organizaciones de masas situaban centinelas en las parcelas sembradas para evitar tal fenómeno. Pero, pienso, éstos también hacían lo mismo, a hurtadillas, por no poder soportar por más tiempo el hambre.
Por la noche, los niños solían meterse a escondidas en la cocina del mando. Pensaban que allí se conservarían alimentos sobrantes, pues era donde comían el comandante del cuerpo y otros cuadros superiores. Pero estaban equivocados; no sabían que cuando ellos languidecían de hambre, igual pasaba con Wang Detai. Si no hubieran abrigado la esperanza de que en la cocina del mando militar habían sobrado siquiera raspas, quizás se habrían rendido ante la muerte, caídos en la desesperación.
Cuando las cocineras les ofrecían raspas, los niños las tragaban de un bocado, saltándoseles las lágrimas. Y luego, avergonzados, juraban reiteradamente que no volverían a aparecer por allí. Así y todo, al otro día ellas los veían rondando por afuera de la cocina, buscando algo de comer.
El hambre era así, terrible, pero los moradores de Chechangzi desyerbaban andando a rastras por los surcos. Removían con las manos la tierra y caían, pero volvían a incorporarse y sacudirla hasta perder las uñas. Después del segundo desyerbe, la cebada espigó. Las recogían y comían como locos, aunque los granos tenían sólo la forma y no el contenido. Ni siquiera tenían fuerza para levantarse y, por tanto, acostándose sobre los surcos, las recogían a duras penas y masticaban sus granos.
Los habitantes de Chechangzi se mantuvieron como seres humanos, aún ante la muerte por hambre, digo, gracias a que el ideal comunista que regía durante largo tiempo su pensamiento y acción, y la moral comunista que exigía el sacrificio del individuo en bien del colectivo, los convirtieron en honestos hombres conscientes, lo mismo que a otras masas revolucionarias de Jiandao. En Chechangzi las personas no se deshumanizaron al punto de que se comieran unas a otras.
En vísperas de la cosecha de la cebada, los niños empezaron a morir de inanición y luego también hombres. Las mujeres, predestinadas a dedicarse hasta el último momento de su vida en bien de sus maridos e hijos, aunque para ellos estuvieran sin comer, sufrían más que nadie. Se veían obligadas a tolerar extremas penalidades: por falta de ataúd cubrían con hojarascas a sus maridos e hijos muertos de hambre, y ni siquiera la tanta tristeza y angustia les permitían llorar hasta consumirse, porque ya no tenían lágrimas ni fuerzas para ello.
La responsabilidad de esa hambruna que azotaba a Chechangzi, repito, recaía de plano en el ejército agresor del imperialismo japonés, que se abalanzaba sin cesar sobre las zonas guerrilleras para “castigarlas” sin piedad tras asediarlas.
Por otra parte, los responsables de esa zona no arriesgaban su vida en el esfuerzo por alimentar a los moradores. Reaccionarios y malintencionados que se habían infiltrado en la dirección, se burlaban de la población con palabras archirrevolucionarias:
“Deben aguantar el hambre aunque sufran. No se dejen vencer por nada. Morirse es capitular.”
Los habitantes de Chechangzi, a pesar de que tuvieran que morir de inanición o acusados como “minsaengdan”, no se trasladaron a las zonas enemigas, sino que combatieron hasta el fin en defensa de la zona guerrillera. La férrea voluntad y el indoblegable espíritu revolucionario que mostraron, nos reconfortan el corazón hasta hoy, aunque ha transcurrido medio siglo.
En octubre de 1935, cuando la disolución de las zonas guerrilleras se colocó en el orden del día, más de 20 personas involucradas en la “Minsaengdan”, entre otros los familiares de Kim Il, Nam Chang Su, Ri Kye Sun y Kwon Il Su, iniciaron una vida en común en un sitio recóndito del valle Dongnancha y siguieron luchando hasta el verano de 1936 para librarse de las imputaciones de esa organización. Por vida en común se entendía un modo singular en que varias familias se unían como una y mantenían conjuntamente tanto la vida como la lucha. Habitaban una cabaña, juntaban todo lo que poseían y elegían su responsable, quien dirigía la vida orgánica, distribuyendo entre ellos tareas adecuadas por día, semana y mes, y evaluando el resultado de su cumplimiento. Ellos fueron los últimos defensores de Chechangzi.
Los adversarios trataban de estrangular totalmente este lugar, reemplazando la anterior táctica parcial de “castigo” a modo de exterminio por otra nueva, integral, de asedio en todas las esferas: militar, política y económica, con la movilización de miles de efectivos militares y policíacos; sin embargo, en esas repetidas operaciones no podían evitar ignominiosos fracasos.
En la gran acción “punitiva” efectuada en octubre de 1935, se introdujeron miles de efectivos enemigos.
Empero, los valientes defensores de Chechangzi volvieron a rechazarlos con heroísmo. Incluso realizaron la hazaña combativa de derribar con armas personales un avión que atacaba la zona guerrillera.
En noviembre del mismo año, abandonaron la zona y la mayoría, siguiendo a la guerrilla, se trasladó a Naitoushan.
Paek Hak Rim, uno de aquellos que, junto con los habitantes, combatía durante largo tiempo en defensa de Chechangzi, sufriendo hambre o enfermándose en medio del asedio, hoy también dice:
“Quien no conoce los sufrimientos que los moradores de Chechangzi pasaron durante la guerra antijaponesa, ¡deje declamar de la boca hacia afuera por las penurias en la vida! Y quien no sabe cómo los guerrilleros y los habitantes de Chechangzi vencieron el hambre, el frío y el ‘castigo’ enemigo, ¡que no se atreva a enorgullecerse por superar cualquier dificultad!”
En el transcurso de la proyección y la realización de la tarea de disolver las zonas guerrilleras, llegamos a comprender más profundamente que nuestro pueblo poseía carácter organizativo y fuerte disciplina, fidelidad a la revolución e inquebrantable espíritu, así como convencernos firmemente de que si lo movilizamos y conducimos correctamente, podemos triunfar con seguridad por adversa que sea la situación.
Para un pueblo que, una vez decidido arriesgar la vida, se levanta al unísono para acabar con la injusticia, no valdrá en absoluto el bloqueo, ni la razzia. Es una lección inapreciable que ofrece la historia del movimiento comunista internacional. Los pueblos de todo el mundo recordarán con frescura cuál fue el resultado del bloqueo internacional de los intervencionistas armados de 14 naciones contra la nueva Rusia. La Alemania de Hitler fracasó en el bloqueo a Leningrado. Aun en condiciones tan difíciles en que las bombas caían como lluvia, los defensores de esa ciudad hornearon pan, fabricaron tanques e incrementaron la producción. En 1943, cuando la burguesía del mundo proclamaba ruidosamente que pronto caería Leningrado, ellos realizaron el milagro de elevar la productividad en comparación con 1942.
Repetidos bloqueos y “puniciones”, efectuados en varias ocasiones por el ejército de Jiang Jieshi contra las bases antijaponesas de China, sufrieron aparatosos fracasos. No hay necesidad de hablar de lo que no ha logrado aún el bloqueo de Estados Unidos a Cuba, que dura no menos de 30 años. Aunque canaliza ingentes esfuerzos para ahogar a ese pequeño país isleño, éstos no surten un gran efecto. Recientemente, en la Asamblea General de la ONU fue aprobado el proyecto de resolución que presentó Cuba contra la “Ley Torricelli”. Implica que la comunidad mundial ha brindado una fría sonrisa a la anacrónica política de Estados Unidos. Fidel Castro comentó: “Cuando uno atraviesa por un momento difícil, su organismo produce mayor cantidad de adrenalina”. Esta es una hormona que acelera el ritmo cardíaco. Simboliza el optimismo de los comunistas cubanos.
En la actualidad, el imperialismo contemporáneo, incluidos Estados Unidos y Japón, bloquea a nuestro país en el plano político, económico y militar. Sin embargo, también los comunistas coreanos poseen suficientes agentes estimuladores de tipo Juche, capaces de romperlo con orgullo. Si ellos piensan que pueden derrotar militarmente o estrangular y aplastar en el plano político y económico al Partido del Trabajo de Corea, a la República Popular Democrática de Corea y al pueblo coreano, esto es una quimera como soñar en romper una roca con un
Con la disolución de las zonas guerrilleras, se activó el avance de las pequeñas unidades y los trabajadores políticos clandestinos al interior del país. Las semillas de la revolución se esparcieron sin cesar por vastas regiones de Manchuria y Corea.
Aun después de desmanteladas esas zonas, en ningún momento olvidé a Wangqing, ni precié menos a Jiandao.
Si bien dejaron de existir, cinco distritos de Jiandao seguían sirviéndonos como escenario principal de lucha antijaponesa al que le prestábamos gran importancia. Sólo en la región de Wangqing, la unidad comandada por C
Este hizo todo lo posible para rechazar los ataques de la guerrilla antijaponesa que aparecía y desaparecía por arte de birlibirloque. Carros blindados equipados con armas pesadas rodaban sistemáticamente a lo largo de las principales vías férreas de la región de Jiandao, para garantizar la seguridad del paso de convoyes militares y trenes de pasajeros. Cuando estos últimos circulaban de noche por zonas montañosas, corrían los visillos de las ventanillas para la operación de enmascaramiento, y en cada vagón se situaban gendarmes, policías vestidos de civil y el cuerpo de escolta del tren, quienes vigilaban y controlaban a los pasajeros. Si uno miraba un poco hacia afuera levantando las cortinas, era abofeteado tildándosele de agente que se comunicaba con bandoleros.
Los enemigos intensificaban la guardia de las aldeas de concentración y se la imponían a sus moradores. En algunas recién formadas, incluso distribuían entre los habitantes maquetas de fusil y explosivos con detonador, para enfrentarse a posibles ataques del Ejército Revolucionario Popular. Para saber cuánto miedo tenían los policías japoneses a las acciones militares de éste basta citar el hecho de que cada noche mudaban el dormitorio, confiando exclusivamente la guardia de las aldeas de concentración a los miembros chinos y coreanos del cuerpo de autodefensa.
De los polícias japoneses y los miembros del cuerpo de autodefensa del Estado manchú aparecían opiómanos, empapados en la idea pesimista sobre la guerra y el ejército.
El “incidente Matsmura” que se produjo en la región de Xhixian nos hace imaginar a qué grado llegó el derrotismo del imperialismo japonés a mediados de la década de 1930. Matsmura era un intelectual que trabajó de maestro en Japón, pero se exiló en Manchuria por haberse involucrado en el sindicato rojo de maestros. Recibió dos mil yenes como pago por adelantado y se comprometió a trabajar como capataz en el centro de tala del monte Paektu, administrado por un japonés. Unos meses después de nombrado como tal, el centro fue atacado por nuestra unidad. Matsmura siguió al ejército revolucionario, llevando a cuestas el botín de guerra e incluso se entrevistó conmigo y asistió a una representación artística. Y luego expresó que llegó a conocer bien el poderío del ejército revolucionario y regresó al centro de tala, donde presentó su renuncia al dueño y retornó a su pueblo natal, porque vio que la derrota de Japón ya era un hecho.
Los taladores educados en las zonas guerrilleras produjeron sucesivamente descarrilamientos de trenes en Wangqing y en sus contornos. Aunque se disolvieron las zonas, su espíritu no desapareció de la tierra de Jiandao, llenando de pánico al enemigo.
CAPITULO XI. PUNTO DE CAMBIO
EN LA REVOLUCION
(Junio de 1935 – marzo de 1936)
1. En busca de los compañeros de armas
en Manchuria del Norte
Con los combates del Laoheishan y Taipinggou se completó la preparación de la segunda expedición del Ejército Revolucionario Popular a Manchuria del Norte. La columna formada con algunas compañías de los regimientos de Wangqing y Hunchun, y los voluntarios jóvenes, partió de Taipinggou a finales de junio de 1935, tras una solemne despedida de los habitantes. Pasando por Shitouhezi y Sidaohezi llegamos a Barengou, y desde aquí empezó la difícil caminata por las montañas, para cruzar el Laoyeling. Entre las largas filas en marcha se veían algunos guerrilleros provenientes del regimiento independiente de Antu. Tal vez O Jin U, que por entonces era miembro de la compañía No.4 de Wangqing, sea la única persona que aún guarde recuerdos de esa expedición. Entre los participantes se encontraban Han Hung Gwon, Jon Man Song, Pak T
Cuando la primera expedición, el Laoyeling estaba cubierto por una gruesa capa de nieve, pero en la segunda lo veíamos frondoso, ataviado por mil especies de
dor y atacados por enjambres de mosquitos. Si el duro frío y la gran cantidad de nieve habían sido obstáculos difíciles de superar, el calor asfixiante y el sudor no eran menos fatigantes.
Los caballos que cargaban morteros y ametralladoras pesadas se esforzaban por abrirse paso entre las malezas por una ladera de aguda pendiente. Cada vez que se enredaban, cortábamos la yerba con cuchillos, y con sierras los árboles caídos, avanzando palmo a palmo.
En ese tiempo, en el interior de China el Ejército Rojo de Obreros y Campesinos realizaba con éxito, bajo el mando de Mao Zedong y Zhu De, la histórica marcha de 12 500 kilómetros, rompiendo el doble o triple cerco del ejército de Jiang Jieshi. Llegado al Daduhe, el 30 de mayo de 1935, en un combate fiero ocupó el antiguo puente de
La noticia del paso del Daduhe, que seguida a la de la operación de Guizhou llegó a Jiandao, nos proporcionó un gran estímulo. Después del combate del puente Ludingqiao el Ejército rojo pasó sucesivamente el monte Daxueshan, —uno de los obstáculos más difíciles en el itinerario—, y el Jiujinshan, y llegó a la llanura de Gansu.
Concedíamos más importancia a las noticias optimistas, como por ejemplo, la apertura de la Exposición Universal de Bruselas, la inauguración del metro en Moscú, el paso por un determinado lugar y la ocupación de una zona específica por el Ejército rojo de China en su gran marcha de 12 500 kilómetros, que a las tristes, como la de centenares de miles de muertos por las inundaciones del Changjiang o de la destrucción de miles de casas por el terremoto en una zona de Formosa.
Pasar el Laoyeling fue un hecho tan significativo como el cruce del Daxueshan por el Ejército rojo. Cada vez que se daba orden de descanso la mayoría de los expedicionarios se tumbaban cansados en cualquier sitio para recobrar fuerzas. Entonces se escuchaban estrepitosos ronquidos por todas partes. Aguantar el sueño es tan difícil como soportar el hambre. Pero ninguno de los combatientes se quejaba de la intensidad de la caminata ni exigía aminorar el ritmo. De acuerdo con las órdenes de los jefes, todos avanzaban regular y rítmicamente como si estuvieran enlazados por un engranaje. Como habíamos hecho de antemano suficiente trabajo político, conocían bien el objetivo de la operación, y, por ende, estaban firmemente preparados en lo espiritual para vencer cualquier dificultad.
Zonas que podían servirle al Ejército Revolucionario Popular de escenario para sus actividades había de sobra también en los territorios del Este y Sur de Manchuria, al sur del Laoyeling. ¿Cuál era entonces el motivo que le impulsó, después de disueltas las zonas guerrilleras, a ausentarse del Este de Manchuria, su cuna y nido, y subir jadeante ese monte para ir al Norte, destino de su primera expedición? ¿Qué factores políticos y militares nos forzaban a tomar la decisión de realizar la expedición hacia ese territorio en que estaban concentradas las unidades japonesas y las del Estado manchú?
El más importante radicaba en la necesidad de fortalecer la solidaridad con los comunistas coreanos que actuaban allí y abrir el camino para la cooperación y colaboración con ellos en todos los terrenos.
Tal como en Manchuria del Este la mayoría de los pioneros, guías y promotores del movimiento comunista fueron coreanos, así también sucedía con la mayor parte de sus artífices en Manchuria septentrional. Aquí desempeñaron también un papel medular y de vanguardia en la preparación del movimiento guerrillero.
En cada oportunidad que tenía, Zhou Baozhong elogiaba altamente los esfuerzos y proezas de los coreanos en aras de la revolución en el Noreste de China.
Cuando la revolución antijaponesa llegaba a su última etapa, una primavera, paseé con él por un arenal cerca del campamento del norte, en las cercanías de Jabarovsk. Desde allí se divisaba cerca el Amur. Recordando con emoción los días de la lucha común en la época de las Fuerzas unidas antijaponesas dijo:
“Allá por el año 30, la mayoría de los secretarios de los comités distritales y zonales del partido en todas las localidades del Noreste de China eran camaradas coreanos. Los secretarios y demás miembros de los comités distritales de Ningan, Boli, Tangyuan, Raohe, Baoqing, Hulin, Yilan y otros distritos de Manchuria del Norte, sin hablar de los de Yanbian, en su mayoría eran cuadros coreanos.
“Al margen de las proezas de esos camaradas no se puede hablar de la historia del desarrollo de las Fuerzas unidas antijaponesas. Todo el mundo sabe que más del 90 por ciento de los efectivos del segundo cuerpo son coreanos... Los que propiciaron la fundación del primer, tercer, cuarto, sexto, y séptimo cuerpos fueron Ri Hong Gwang, Ri Tong Gwang, C
En efecto, finalizada la contienda Zhou Baozhong, por conducto del comité provincial de Jilin, resolvió levantar uno en esta ciudad y otro en la región de Yanbian.
También en Manchuria del Norte los funcionarios japoneses y manchúes y los terratenientes chinos imponían a los coreanos una vida bestial. Las extensas campiñas del Norte y Sur de Manchuria, que abarcan la llanura Songliao y otros amplísimos llanos y terrenos baldíos, eran graneros de fama mundial que daban al año varias decenas de millones de toneladas de cereales, mas los compatriotas coreanos y otros pobladores pobres que roturaban la tierra estaban condenados a preocuparse por el alimento, el vestido y la vivienda las cuatro estaciones del año.
Después del cese de la guerra de Corea, durante una comida Ri Yong Ho, con los ojos arrasados en lágrimas, recordó el hambre que de niño había sufrido en Manchuria del Norte. Como él dijo que eso pasó cuando su familia vivía en Wurenban, Sanchakou o Raohe, creo habría sido alrededor de 1915. Se les habían agotado los cereales, y se vieron obligados a sustentarse con rastrojos de col todo un otoño. Al principio ese bodrio tanto le supo a miel, mas a los tres días empezó a asquearle. Por eso, evitando la mirada de los padres, el pequeño escupía aquello insípido bajo la mesa y bebía sólo el caldo. Contaba que su madre, al darse cuenta, se cubría la cara con la falda, y lloraba con tristeza.
En esos tiempos Ri Yong Ho tuvo que agradecerle a la pobreza vestir un pantalón hecho de saco de arroz. Tenía una marca impresa con grandes caracteres chinos que decían “arroz”, y al hacer el pantalón, no lo tuvieron en cuenta, y quedó afuera de la pernera derecha. El pequeño no se quejó; ni conocía qué significaba, pero los grabó en la memoria considerándolo como una misteriosa señal del amor materno. Aunque cada día se ponía ese único pantalón con la extraña marca, el pobrecito pasó su niñez sin probar ni una vez aquel producto.
Esto es testimonio de la miseria que sufrieron los compatriotas en Manchuria del Norte.
Tempranamente, Ri Ton Hwa en su “Viaje por Manchuria del Sur”, publicado en la revista Kaebyok, manifestó que en Manchuria pululaban los bandoleros que perpetraban horribles fechorías, pero en el norte de ese territorio esos actos eran más perniciosos. Constituían un dolor de cabeza no menos que el ejército japonés y el ejército títere manchú que aparecían en cualquier momento en operaciones de “castigo”. Para ellos, matar a una persona era más fácil que tomar un vaso de agua. Armados con puñales y escopetas y por centenares se abalanzaban sobre las aldeas cual bandadas de chovas, para matar, saquear e incendiar. Por eso, nuestros compatriotas, presa del pánico y la zozobra, cambiaban de lugar de residencia constantemente. Para conseguir dinero los malhechores secuestraban a habitantes inocentes. Los arrastraban hacia montañas profundas, donde les cortaban una oreja, o un dedo de una mano o de un pie y enviaban lo cercenado a sus casas junto a una carta de chantaje en que decían: Esta es la oreja de su hijo; si no mandan tal cantidad de dinero hasta tal día, lo mataremos. La amenaza obligaba a la familia a vender, a pesar suyo, todos los bienes para rescatar al hijo. En caso contrario, el secuestrado volvía a casa, generalmente, cadáver.
Manchuria del Norte no era, de ninguna manera, “tierra de felicidad” ni un mundo de “colaboración armoniosa de cinco nacionalidades”. Reinaban únicamente los infernales males sociales y la ley del más fuerte. También en ese territorio los coreanos servían como criados y bestias de labor para los altos funcionarios, militarotes, plutócratas, banqueros y comerciantes de Japón. Esa detestable realidad los empujó a alzarse tempranamente en el frente antijaponés de salvación nacional para la libertad y la independencia de la Patria.
En Manchuria del Norte, al igual que en Jiandao, los coreanos de vanguardia tuvieron la iniciativa de promover el movimiento comunista, desde muchos años antes. De entre los coreanos, con cierta instrucción, inteligentes y sensibles no hubo casi quien no se enrolara en él. Hicieron del comunismo su único credo y se entregaron a la causa revolucionaria, gritando: “¡Abajo el imperialismo japonés, los terratenientes y los capitalistas!”.
Los que iniciaron el movimiento comunista en ese territorio prepararon la resistencia desde principios de los años 30 para vencer con las armas en las manos al imperialismo japonés. En el distrito de Baoqing, bajo la dirección de C
El autor de Marcha de mil ríes, Kim Ryong Hwa, alias “Bigote Aprobado”, era jefe de una de sus compañías. Cobró este sobrenombre, si no recuerdo mal, a mediados de la década del 50, poco después de terminada la guerra antiyanqui en nuestro país. Con el inicio de la construcción de la base del socialismo, en el modo de vida de nuestro pueblo se produjeron algunos cambios, de los cuales el más notable fue la desaparición de las barbas, melenas, rapaduras y pantalones cortos en las calles.
Aunque el Estado no había dictado una ley sobre los pantalones, el pelo y la barba, se produjeron espontáneamente cambios muy sorprendentes en la vida de los pobladores.
No obstante, sólo el general mayor Kim Ryong Hwa, exguerrillero antijaponés y encargado de las industrias bélicas del Ejército Popular, llevaba como antes el bigote a modo de An Chang Ho. Algunos compañeros de armas le sugirieron que se lo cortara. Su esposa e hijos y hasta los superiores se unieron activamente al “llamamiento”, pero era como si se le hablara a un caballo en la oreja. Al contrario, con más esmero se lo arreglaba cada mañana ante el espejo.
Un día me preguntó:
—Primer Ministro, ¿qué le parece mi bigote?
—Magnífico, es una obra maestra. Sin él dejará de ser Kim Ryong Hwa, por muy guapo que sea. Nunca me he imaginado un Kim Ryong Hwa sin bigote.
—¿Eso quiere decir que lo aprueba?
—Aprobar no, si bien es cierto que el pueblo me ha conferido muchas atribuciones como Primer Ministro, no me ha dado todavía la de decidir sobre los bigotes. Esa facultad la tiene usted mismo. Si le gusta, seguirá usándolo, y si no, se lo cortará. ...
—No faltaba más. Primer Ministro, a decir verdad, hasta ahora me han molestado mucho por este bigote. Pero desde hoy nadie se atreverá a hacerlo.
Kim Ryong Hwa se esfumó muy satisfecho. No obstante, meses después, cuando volvió a verme al Gabinete, por ese mismo bigote el oficial de guardia no le permitía entrar. Por entonces, los oficiales de guardia se mostraban quisquillosos con personas de apariencia descuidada y poca higiene personal que venían a verme. Al oir la discusión en el portal, abrí la ventana.
—¿Qué pasa, camarada oficial?
—Al camarada general mayor no le permito entrar por el bigote, pero insiste que lo tiene aprobado. ¿Es cierto que usted, camarada Comandante Supremo, aprobó su bigote?
El oficial lanzó una rápida y desconfiada mirada a Kim Ryong Hwa.
—Si es por ese problema, no lo moleste más. Su bigote es inviolable.
A partir de entonces Kim Ryong Hwa, en lugar de su propio nombre, comenzó a llamarse “Bigote Aprobado” en el Ejército.
Se había casado a los nueve años; a los once tomó el arado y el gobierno de la familia, y desde los trece sirvió de enlace a Hong Pom Do y se hizo un veterano con el antecedente de haber participado en la batalla de la ciudad de Iman donde cayeron decenas de miles de hombres entre muertos y heridos.
El grupo de entrenamiento de Baoqing estaba formado al principio sólo por jóvenes coreanos, y por lógica prevalecía el argumento de que para alcanzar la independencia de Corea era indispensable constituirlo con coreanos, y si se mezclaban extranjeros, sonaría a otra cosa. Pero, al correrse poco a poco la voz de que tal composición exclusiva de coreanos podría dificultar la alianza con las tropas antijaponesas chinas y aislarlo de este pueblo, los promotores llegaron a aceptar dos jóvenes chinos. Mas éstos traicionaron y delataron al grupo, sin ningún reparo.
Esquivando la oleada de detenciones, el contingente se trasladó a unos 120 kilómetros de Baoqing y allí levantó otra escuela, pero tampoco resistió la operación “punitiva” y se disolvió.
C
Antes y después de formadas las guerrillas en Tangyuan y Raohe nacieron sucesivamente filas armadas dirigidas por Kim C
Si Kim
En el amplio territorio de Manchuria del Norte, de centenares de miles de kilómetros cuadrados, desde la cordillera Laoyeling al sur, hasta el río Amur por el norte y desde el río WUsulijiang al este, hasta la cordillera Daxinganling al oeste, no había un lugar donde no se oyera la canción militar de los comunistas coreanos.
Mientras Kim C
En la segunda mitad de la década de 1930 Ho Hyong Sik organizó una columna expedicionaria al noroeste en alianza con Kim C
Se puede afirmar que los combatientes provenientes de Jiandao ejercieron enorme influencia en la profundización y el desarrollo del movimiento guerrillero en la región de Manchuria del Norte. Kim C
Los comunistas coreanos de esta región seguían siempre con gran atención el proceso de desarrollo general de la revolución en Manchuria del Este y se esforzaban sin desmayar para establecer relaciones con los comunistas de este territorio. Por varios conductos recibían regularmente sus noticias.
Quien les proporcionó más información fue Zhou Baozhong. También los enlaces del quinto cuerpo bajo su mando que con base en Ningan frecuentaban a Wangqing, y los combatientes enviados desde el segundo cuerpo al tercero, cuarto, quinto, sexto, séptimo, octavo y noveno y a otras unidades de Manchuria del Norte hablaban mucho sobre Manchuria del Este.
Igualmente, la dirección de Jidong(comité provincial del partido en Jidong) cumplió la función de importante centro de propaganda sobre este territorio. Precisamente, a través de esta dirección los compañeros de armas de Manchuria del Norte adquirieron publicaciones de matiz rojo que se editaban allí, e incluso el “Programa de Diez Puntos de la Asociación para la Restauración de la Patria” y otros documentos secretos.
Por entonces, la dirección de Jidong desempeñó también el papel de pizarra conmutadora que comunicaba el Este y Sur de Manchuria con el Norte y viceversa.
Ri Yong Ho contaba que trabajando como jefe de la sección de propaganda en el comité distrital del partido en Raohe, pasó una vez por la dirección de Jidong donde recibió formalmente el “Programa de Diez Puntos de la Asociación para la Restauración de la Patria”. De regreso dio a conocer a sus compañeros de armas los materiales sobre Manchuria del Este que le había facilitado dicha dirección. Decía con mucha pena que había perdido los ejemplares originales durante la guerra antijaponesa.
Entre los compañeros de armas de Manchuria del Norte Kim C
—Según las informaciones, actualmente la lucha revolucionaria en Manchuria del Este avanza acorde a la estrategia e inteligencia del Comandante Kim Il Sung —dijo C
Me escribió cuatro veces. Pero todos sus enlaces con esas misivas cayeron a mitad de camino. Uno llegó milagrosamente, tras cubrir el trayecto bañado en sangre, hasta las cercanías de Dunhua, que se encontraba en el radio de acción de nuestra unidad, pero cayó prisionero y murió, sin cumplir su misión. Si hubiera resistido uno o dos días sin dejarse coger, nos habríamos visto. Así, mi encuentro con C
En el encuentro con Kim C
Nosotros igualmente los conocíamos en diversos aspectos por unos u otros conductos. Si Kim C
Una vez, un enlace de nuestra unidad regresó de Manchuria del Norte con la inverosímil noticia de que Ri Hak Man, comandante del séptimo cuerpo, había amamantado hasta los 11 años de edad, la cual nos arrancó estrepitosas carcajadas. Los compañeros le refutaron diciendo: déjate de decir tonterías, es una invención, una mentira; hay hombres que se casan a esa edad y ahora vienes con lo de mamar hasta los 11 años. Yo también creí, por supuesto, que eso era exagerado.
Posteriormente, cuando me encontré por primera vez con Ri Yong Ho, sobrino de Ri Hak Man, en el campamento secreto del norte en Jabarovsk, le pregunté si era verdad que su tío se había alimentado hasta los 11 años con la leche de su cuñada y me respondió que sí.
—Eso significa que mamó la leche de la madre de usted, es decir, usted fue explotado por ese niño grande, ¿no?
—No, de ninguna manera —Ri Yong Ho salió en defensa de su tío apresuradamente—. Yo no habría tolerado tal explotación. El chupaba sólo de una teta, y yo de la otra.
—¿Ve? Le arrebató el 50 % de su alimento. ¿Aun explotado tan cruelmente, porque ni siquiera era igual al sistema de entrega dos de ocho, o tres de siete, defiende al tío?
La broma provocó una risotada a Ri Yong Ho:
—Para mí era suficiente con una sola. Parece que las mamas de mi madre daban abundante leche. Se sacaba lo que quedaba después de mamar yo. Como de esa manera le daba dolor y no se extraía toda la leche, la abuela ordenó a mi tío que le chupara las tetas. Al principio lo escupió todo, pero desde que se la tragó una vez se le despertó el apetito y dijo que la leche de la tía era tan rica como la de la mamá. A partir de entonces lo hacía cada día.
—Qué comilón.
—Sí, tenía un carácter especial. La abuela, al verle chupar, decía preocupada que no iba a quedar nada para el pobrecito Sok Song, pero él contestaba: ¿no ve que me ocupo sólo de una teta? Sok Song era mi nombre de niñez. El tío dejó de mamar cuando yo tenía dos o tres años. Pero, cuando yo chupaba, se le hacía la boca agua sentado cerca de mi madre.
Ri Yong Ho me contó algunas historias más de su tío.
Estaba yo totalmente encantado con las cualidades humanas de Ri Hak Man quien, desgraciadamente, ya no existía en este mundo. Mi primer encuentro con Ri Yong Ho por los años 40, tuvo lugar después que muchos de los integrantes de las filas antijaponesas de Manchuria del Norte se convirtieron en espíritus del desierto.
An Yong, que combatió en varias unidades de las Fuerzas unidas antijaponesas evocaba con lágrimas los nombres de sus compañeros de armas que cayeron en las montañas y llanos de ese territorio.
Cuando cruzábamos el Laoyeling después de la operación de Taipinggou, la mayoría de ellos estaban segando a los enemigos con tan temible ímpetu como el de un tigre, desplazándose a lo largo y ancho de las campiñas y montañas de Manchuria del Norte. Precisamente ellos deseaban de modo ardiente el encuentro con nosotros. Porque, además de que querían cooperar, se enfrentaban a muchas dificultades, muchos dolores de cabeza, que debían resolver en sus relaciones con la Internacional, con los comunistas y el pueblo de China, y con sus tropas antijaponesas. Tampoco eran uno o dos los problemas que nos aquejaban y queríamos explicarles. Si en Manchuria del Este nos atormentaba lo de la “Minsaengdan”, ellos, por su parte, sufrían interiormente por otro propio, en Manchuria del Norte.
Esta situación nos hizo apresurar el segundo viaje a este territorio. Lo que esperábamos de los compañeros de armas de allí era sólo su afecto como compatriotas. La campaña “antiminsaengdan” convirtió las zonas guerrilleras de Jiandao, donde reinaban sólo las relaciones de amor y confianza, en un desierto carente de cualidades humanas. Allí, sedientos de afecto humano durante varios años, lo echábamos de menos como a un oasis. Por muy abrupto que fuera el Laoyeling, no podía poner obstáculos a los sentimientos afectuosos que, cual nubes, flotaban en nuestros corazones hacia los amigos del Norte de Manchuria.
Otro objetivo que perseguimos al organizar la segunda expedición a este territorio, consistió en fortalecer la alianza combativa con los comunistas chinos que habíamos iniciado en la primera, y desplegar mejor la lucha conjunta de acuerdo con las nuevas exigencias de la época. A mediados de la década de 1930, los imperialistas, alarmados ante el avance de los pueblos progresistas con tendencia antimperialista y antibélica y de las fuerzas socialistas, estrechaban su coalición internacional contra las filas independientes en el orbe. La Alemania de Hitler, la Italia de Mussolini y Japón, cuyo sino era empujar a la humanidad a la catástrofe de la guerra mundial, apresuraban la creación de una alianza anticomunista y contra la paz.
Frente a esta situación, para desarrollar la revolución antijaponesa a tenor de las exigencias del momento no podíamos esquivar el apremiante asunto de fortalecer la solidaridad internacional con los comunistas de todos los países, sobre todo con los de China. Y la Internacional exigía constantemente que las unidades de las Fuerzas unidas antijaponesas en distintos lugares de Manchuria profundizaran sus relaciones y combatieran con fuerzas mancomunadas, desistiendo de cerradas y aisladas acciones.
Los cuerpos formados en el Noreste de China en aquel tiempo no eran parejos. Tenían cierto grado de diferencia en la combatividad y el nivel de preparación, según la capacidad y el nivel de sus comandantes. Por lo general, cada uno, asentado en determinada zona, actuaba por su propia cuenta sin tener relaciones con los vecinos. Tal carácter disperso impedía usar en forma aunada las fuerzas de los destacamentos guerrilleros conforme a los cambios de las circunstancias y la situación militar y política. Este era su punto débil y por él, a la larga, podrían ser derrotados.
En vista de eso las guerrillas en el Este, el Norte y el Sur de Manchuria no podían menos que buscar la manera de establecer vínculos. Tenían ante sí la tarea de ejecutar con audacia acciones militares y políticas en amplias áreas cooperando y apoyándose mutuamente, y desprenderse de la vieja forma en que, encerradas en las bases guerrilleras, zonas liberadas fijas, defendían unas comarcas limitadas y realizaban otras actividades estando aislados. Sin cumplir esta misión estratégica, era imposible llevar a una etapa superior, profundizar y desarrollar de manera unificada el movimiento guerrillero en el territorio de Manchuria.
En el proceso de la lucha “antiminsaengdan” entre los comunistas de Corea y China se habían fomentado la discordia y desconfianza, lo que podría frenar la lucha común. Cooperar bien con ellos en Manchuria del Norte, permitiría disipar totalmente esa atmósfera embarazosa.
Si permanecíamos allí unos meses combatiendo a los enemigos, Wei Zhengmin y Yun Pyong Do regresarían de Moscú con las resoluciones de la Internacional. Entrevistarnos con ellos era otro importante objetivo que habíamos establecido para la segunda expedición a Manchuria del Norte.
Para cruzar el Laoyeling tuvieron muchas dificultades los integrantes de las compañías formadas por pasados del ejército fantoche de Manchuria, pertenecientes al regimiento de Hunchun. Como no estaban acostumbrados a las caminatas por montañas, a las dos horas de marcha se rendían desfallecidos. Por orden mía, Jang Ryong San, del regimiento de Wangqing, se encargó de esas tres compañías y las ayudó durante el recorrido. Almadiero, que había transportado maderos desde Zhuanjiaolou hasta Sanchakou, era muy fuerte. A cada cuchillada que daba caían arbolillos por racimos, como cáñamos. Y aun cargado con las mochilas y fusiles de dos o tres guerrilleros, subía ligero por agudas pendientes.
—Compañeros, los que no logren pasar este monte, sería bueno que cambien su sexo, y que de antemano se corten al “señorito” que llevan entre las piernas, —bromeaba así para alentar a los demás.
Logramos cruzar el Laoyeling tras enormes dificultades. Fue en julio cuando a duras penas localizamos el paradero de Zhou Baozhong en las cercanías de Shandongtun. Antes estaba encargado de los asuntos militares del comité distrital unificado de Suining, pero ahora pesaba sobre sus hombros una nueva responsabilidad: comandante del quinto cuerpo de las Fuerzas unidas antijaponesas. Hacía unos meses nos había acogido con un aspecto lamentable, apoyándose sobre unas muletas, mas en aquella ocasión salió para abrazarme hasta Laoquangou a cuatro kilómetros del campamento secreto.
—Me repuse totalmente de la herida. Después que partió la expedición de Manchuria del Este, fundamos un nuevo cuerpo. Desde entonces en tierras de Ningan actúan con vigor organizaciones del partido y de masas. Todo esto es resultado de la eficiente ayuda que nos prestó el año pasado el destacamento expedicionario de usted, Comandante Kim. —Explicó emocionado de un tirón la situación de Ningan, antes de que le hubiéramos preguntado.
—Ya estoy tranquilo porque ha recobrado la salud. Parece que los últimos meses han transcurrido sólo para usted. Ha ascendido a comandante del quinto cuerpo. ¡Hay muchos motivos para felicitarlo!
Después de congratularlo, pregunté por Pingnanyang. Al pisar tierras de Manchuria del Norte volvió a brotar en mí el afecto que le había cobrado en medio del combate. Era sumamente extraño que la imagen de ese indomable guerrero ocupara un sólido lugar en mi memoria, como si fuera un íntimo amigo de la niñez, aunque no había pasado con él más que unos dos meses.
Tan pronto como llegamos al campamento del quinto cuerpo intercambiamos con Zhou Baozhong opiniones sobre las acciones conjuntas. Pero surgió una leve divergencia. Trató de imponer a Hou Guozhong, jefe del regimiento de Hunchun, a manera de orden, la orientación para las acciones del destacamento expedicionario, lo cual motivó que las conversaciones se estancaran por algún tiempo. En esos momentos, Hu Ren, comisario del quinto cuerpo, estaba actuando al mando de su unidad, en la región de Muling. Zhou Baozhong pedía que el destacamento expedicionario de Manchuria del Este fuera allí para combatir en ayuda de Hu Ren, y luego avanzara hacia la región de Wuhelin para ocuparla.
No era difícil su solicitud, pero Hou Guozhong, de fuerte amor propio, la rechazó tajante. An Kil y Kim Ryo Jung compartían la misma opinión. Argumentaban muy excitados que tenían su objetivo en la expedición, y su itinerario. Era impermisible que les ordenaran hacer esto o lo otro; el quinto cuerpo era el quinto cuerpo y el segundo era el segundo. No era extraño que montaran así en cólera. Dado que fuimos a Manchuria del Norte en representación del segundo cuerpo, no podíamos actuar sin ton ni son bajo batuta ajena, con el pretexto de la lucha en común.
Zhou Baozhong opinó que la ametralladora pesada y el cañón no convenían a las características de la guerra de guerrillas, y afirmó que llevarlos era una aventura.
Le respondí que eso era aceptable, pero pensé que el tiempo diría si las armas pesadas eran convenientes o no a la guerra de guerrillas. Cuando iniciamos la guerra antijaponesa, enunciamos el principio de que las armas de la guerrilla debían ser ligeras en lo fundamental. Sin embargo, desde que conocí el poderío del mortero en la operación de Taipinggou razoné que no era necesario rechazar sin miramientos las armas pesadas en la guerra de guerrillas sino que éstas podían ser efectivas si se utilizaban apropiadamente, conforme a las circunstancias y condiciones. En efecto, durante la guerra civil en las guerrillas de la Unión Soviética existían precedentes del uso de cañones y ametralladoras pesadas Maxim. En aquel tiempo también algunos guerrilleros de China utilizaban cañones, si bien eso era un fenómeno aislado.
Podría calificarse de exagerado que Zhou Baozhong considerara aventurero que el destacamento llevara morteros y ametralladoras pesadas.
Con el fin de aliviar la tensa atmósfera propuse volver a reunirnos después de madurar cada uno su proyecto para la acción conjunta para tomar medidas aceptables por ambas partes. Zhou Baozhong aceptó sin objetar. Así pudimos disponer de algún tiempo para que descansaran los expedicionarios, cansados por la caminata, al tiempo que estudiábamos medidas concretas para las operaciones conjuntas con las unidades de la Manchuria septentrional.
Shandongtun era un poblado con más de 100 familias campesinas chinas. Su nombre derivaba del hecho de que sus moradores eran oriundos de Shandong. Para bloquearlo, los enemigos mantenían estacionados entre 200 y 300 efectivos de “castigo” a seis kilómetros del lugar. En mi visita a dicha población sostuve contactos con su organización del partido y con el secretario del comité distrital de Ningan.
Allí me encontré con Li Yanlu, comandante de cuerpo. Nos alojábamos en casa de un terrateniente, quien, a pesar de su condición social, era generoso. Por eso, los huéspedes querían cooperar en sus faenas en la medida de lo posible.
Un día, nos sorprendió la lluvia en un trigal mientras cosechábamos para ayudar al dueño. Después de apilar con cuidado los haces de modo que no se empaparan, regresamos a la casa. Liu Hanxing propuso que descansáramos después de almorzar. Acto seguido, preparó varios manjares y sirvió una mesa opípara. Desde que la unidad de Li Yanlu se encontraba en Wangqing, conocía que Liu Hanxing se lucía como cocinero.
Resultaba verdaderamente raro que un egresado de la escuela secundaria, como lo era Liu Hanxing, con su arte culinario dejara asombrados hasta a los cocineros profesionales. Además, era un gran bebedor. Tomaba tres tazas mientras nosotros vaciábamos una. Acompañando los platos preparados por él bebíamos; incluso comimos sopa miljebi. Tomé algunas tazas, quizá por ser sabrosas las comidas.
Mientras comíamos sopa miljebi , de pronto explotó afuera una granada de mano. Salí y vi decenas de culebras muertas al lado del pajar del trigo. Las criaba el dueño considerándolas portadoras de fortuna, pero con una granada murieron todas a un tiempo. Las dejaba incluso entrar en el cuarto y arrastrarse debajo de la mesa. En esa región se respetaba la superstición de adorar la culebra como un ángel de la guarda.
Montaban guardia ante la puerta miembros del cuerpo de voluntarios jóvenes que, incorporados a nuestra unidad, nos siguieron hasta Manchuria del Norte. Mientras cumplían su misión se despejó el cielo y salió el sol. Entonces, las culebras que estaban enrolladas dentro del pajonal asomaron la cabeza. Nuestro guardia, lleno de pánico, les lanzó una granada, sin pensar en las consecuencias, pues no conocía que allí las consideraban sagradas.
Los dueños de la casa, al verlas muertas, se mostraron muy consternados, con el rostro pálido, como si eso fuera síntoma de desgracia. Zhou Baozhong y Liu Hanxing trataron de animarlos, pero no lograron disiparles la preocupación. Debimos salir sin terminar de comer.
En la tercera decena de julio de 1935, al oir la noticia de la llegada del “ejército rojo de Coryo” de Manchuria del Este, una unidad de caballería compuesta por soldados del ejército fantoche manchú y policías se dirigió como nubarrones hacia Shandongtun. A primera vista se podía calcular en varios centenares a los enemigos.
Por entonces, el grueso del quinto cuerpo actuaba en Muling y en la parte noroeste del distrito Ningan.
También eran pocos los efectivos bajo el mando de la jefatura del cuarto cuerpo. Resultaba que en número el enemigo nos duplicaba.
¿Luchar o esquivar?
Zhou Baozhong y Liu Hanxing pidieron mi opinión.
Decidí combatir.
Así se decidió sin tropiezos la operación conjunta, no fue en la mesa, sino ante el zafarrancho de combate de la caballería enemiga que, levantando densas polvaredas, se nos abalanzaba. Si bien los sabios antiguos habían enseñado evadir a los fuertes y atacar a los débiles, y eso era también una norma de las actividades guerrilleras, no era indispensable aplicarla siempre de manera mecánica. En un sentido, demostrar nuestro poderío en Manchuria del Norte podría considerarse indispensable para alcanzar el objetivo de la expedición. Y eran favorables las circunstancias y las condiciones topográficas.
Por eso en esa corta discusión nos decidimos por el combate e iniciamos la acción.
Con miras a no perjudicar a la población, fijamos las posiciones en lugares desde donde podíamos hacerle frente al enemigo antes de que llegara al poblado, y dimos las misiones a cada unidad. Los artilleros de la compañía de mortero que realizaron hazañas en el combate de Taipinggou, y los certeros tiradores de las ametralladoras pesadas hicieron sus cálculos para el tiro y esperaron mi orden.
Los enemigos, que avanzaban a gran velocidad por una trocha montañosa que corría a lo largo del río Liangshuilingzicunhe, comenzaron a subir la montaña para ocupar la parte noroeste de Shandongtun. Los dejamos acercarse hasta 150-200 metros de nuestra posición y les tiramos a un tiempo. Los que quedaron con vida se retiraron, pero cuando pasaron el río trataron de lanzar otro ataque por una elevación del monte al sur. Nuestros combatientes los esperaban por allí y dio gusto ver cómo los golpeaban. Ataques y contraataques se repitieron.
Para revertir la situación desfavorable, los comandantes enemigos se dieron a reorganizar sus tropas. Cuando éstas se concentraron cerca del puesto de mando, el jefe de la compañía de mortero dio la orden de fuego. Las granadas, con sus silbidos metálicos, cayeron una tras otra en medio de la multitud de enemigos. Los sobrevivientes comenzaron a replegarse en dirección a Ningan. El mortero dirigió su boca, hacia ellos. Quedaron como ratones encerrados en una tinaja. Corrían de un lugar a otro entre el humo, diciendo: “Nunca pensábamos que el ejército comunista tuviera mortero”; cada cual escapó a su manera aprovechando la penumbra del anochecer.
El empleo del mortero en ese enfrentamiento produjo gran repercusión. Los adversarios decían que la Unión Soviética nos había proporcionado morteros y sólo de oir el nombre “ejército rojo de Coryo” temblaban. En Shandongtun gastamos todas las granadas de mortero capturado en el Laoheishan, y lo enterramos.
En ese combate los japoneses cogieron tal miedo que a partir de entonces no se atrevieron a atacarnos. No salían de las ciudadelas, manteniendo fuertemente cerradas sus puertas. Incluso nos mandaban dócilmente, de acuerdo con lo que indicábamos en las notas que les enviábamos, cereales, aceite, calzado y otras vituallas.
El combate de Shandongtun donde volvimos a tocar el tambor de la victoria en el territorio de Manchuria del Norte, incluida la anécdota sobre la matanza de culebras con una granada de mano, permanece en mi memoria como una de las más impresionantes operaciones.
Ante nuestro cañonazo los enemigos se estremecieron, pero el pueblo hervía como la lava de un volcán. Como se ve, desde el comienzo la lucha común con los comunistas chinos de Manchuria del Norte dio un magnífico resultado, que serviría de sólida base para consolidar la alianza combativa entre los comunistas de ambos países. A partir de entonces, Zhou Baozhong no volvió a sacar a colación lo inconveniente de las armas pesadas.
Dejamos Shandongtun y llegamos a Dougouzi donde en la casa de un hombre con apellido Fang volvimos a discutir el asunto de la lucha común antijaponesa con los comunistas de Manchuria del Norte. Por nuestra iniciativa y de acuerdo con Zhou Baozhong, decidimos dividir nuestra expedición en varios destacamentos para llevar a cabo combates conjuntos en las zonas de acción del quinto cuerpo. Uno fue a la región de Muling en la que actuaba Hu Ren, su comisario, y otro pequeño a donde combatía Pingnanyang.
Zhou Baozhong distribuyó una parte de los efectivos del quinto cuerpo entre nuestros destacamentos que partían a Machang, Tuanshanzi, Wolianghe, Shitouhezi, etc. Eran lugares fértiles que roturamos con nuestras propias manos durante la primera expedición. Desplegamos enérgicas actividades políticas y militares apoyándonos firmemente en sus organizaciones revolucionarias.
La organización clandestina de Wolianghe extendía su red no sólo en los alrededores de la aldea sino también muy lejos, hasta Dongjingcheng, y nos prestaba mucha colaboración. Cada vez que recuerdo a Wolianghe, aparece ante mi vista la imagen de una abuela china. Cuando la primera expedición, ella estaba ocupadísima en los quehaceres de la asociación de mujeres. Al verla velando la noche para coser uniformes y atender las cosas de intendencia de la expedición, aunque estaba próxima a cumplir los sesenta años, todos pensábamos en nuestras madres o abuelas que se encontraban en la tierra natal. Si me ausentaba aunque sólo fuera un día, ella preguntaba a los enlaces por qué no se veía a “Jin siling” (Comandante Kim), y sólo cuando le decían que estaba sano y salvo, conciliaba el sueño por la noche.
Esa misma abuela, al oir la noticia de que de Jiandao había venido el “ejército rojo de Coryo”, fue a Dougouzi con un faisán y una vasija con fideo, cuando nuestra unidad apresuraba los preparativos para la partida.
—Estaba dolida por no haber podido agasajar debidamente al Comandante Kim el otoño pasado, por eso traje fideo; recíbanlo como expresión de mi sinceridad, y quedaré muy agradecida —pidió a mis compañeros. Había sondeado a mis enlaces para conocer la comida que más me gustaba.
Junto con Zhou Baozhong, me deleité con los platos permeados de la sinceridad de esa abuela. Resultó exquisito el fideo preparado con caldo y carne de faisán y la ensalada de verduras. Después de tomar dos raciones de fideo, Zhou Baozhong, medio en serio y medio en broma, me dijo: “Comandante Kim, ¿cómo en tan corto tiempo aquí en tierras de Manchuria del Norte se ganó a esa anciana? Admiro siempre su habilidad de ganarse a las masas; quiero que en esta oportunidad enseñe su método de trabajo político a nuestras compañías unidas temporalmente a su contingente.”
En septiembre del mismo año, cuando nuestra unidad actuaba en la región de Emu, Hu Ren nos propuso formalmente otra operación conjunta. Pero la postergamos porque estaba previsto vernos con Kim C
El lugar que seguía en importancia a Ningan para la habilitación de Manchuria del Norte era Emu. Casi no lo conocíamos. Incluso las unidades chinas desistieron de insuflarle aires revolucionarios porque no había quien le metiera el diente.
No obstante, para realizar la lucha conjunta con el tercer cuerpo al que pertenecía Kim C
El fracaso de varias unidades de Manchuria del Norte en su intento de roturarla fue por la corriente anticomunista profundamente arraigada entre su población. El viento anticomunista de Ningan era muy fuerte, pero en comparación con el de esa localidad resultaba casi insignificante. El peso de la responsabilidad por su contaminación de anticomunismo en tal grado, recaía también sobre los fraccionalistas del grupo M-L, quienes, teniéndola como base, habían perpetrado actos de índole izquierdista tan descabellados como la sublevación del primero de agosto, que resultó ser un baldón para el comunismo. Con motivo de esta sublevación los imperialistas japoneses y los militares reaccionarios chinos causaron enormes daños. Desde entonces la población le volvió la espalda a los comunistas.
El imperialismo japonés envió grupos de propaganda y asimilación para que metieran cuña entre los pobladores y los comunistas.
La experiencia de un joven que antes de alistarse en la guerrilla había sido carbonero en los bosques de Qinggouzi del distrito de Emu, mostraba elocuentemente en qué grado los lugareños estaban influenciados por el anticomunismo. Hacía mucho había perdido a los padres y hermanos por una epidemia, y se mantuvo, más muerto que vivo, mendigando de casa en casa hasta que llegó al territorio de Emu, donde realizó trabajo forzado en la construcción de una carretera. Allí aprendió de un obrero una canción revolucionaria, la primera que conociera desde que abrió los ojos.
Después, trabajó temporalmente para una familia campesina en las cercanías de Renjiagou. Un día tuvo lugar una ceremonia nupcial en una casa. El joven, junto a los dueños, fue a felicitar a los novios, y a petición del padrino de boda cantó la canción revolucionaria que había aprendido en la construcción de la carretera. Pero, por ese motivo se armó un escándalo. Un aldeano con cierto nivel de instrucción acusó al joven de comunista. E indicando al campesino acomodado que lo había contratado, reprendió: “Mira, ¿por qué no contrataste a otro jornalero cabal, sino a este tunante del partido comunista que propone compartir bienes y mujeres?” El mismo día el joven fue despedido. Lo absurdo del suceso estaba en que él, aun cantando esa canción revolucionaria compuesta por los comunistas, no se daba cuenta en absoluto que difundía el comunismo. Algunos decían que era resultado de la ignorancia, pero digo que no, que era un producto de la corriente anticomunista.
Los imperialistas japoneses imputaban a los comunistas hasta las fechorías perpetradas por los bandoleros y los majok .
Dada la situación, se podría afirmar que la decisión de nuestro destacamento de abonar a Emu no era más que un riesgo. En efecto, no bien pisamos esa tierra tras cruzar el lago Jingbo, fuimos tratados con suma frialdad. En aquel apacible poblado que se podría llamar puerta este de la comarca de Emu, vivían sólo chinos. La mayoría huyó con sus hijos, exclamando que llegaban los “Honghuzi”. Quedaron sólo los viejos y débiles, pero no salían de su encierro.
Ordené a los guerrilleros que armaran tiendas de campaña en un bosque cercano y descansaran. Luego hice un recorrido por la aldea. Entré en la escuela primaria. No se veían ni maestros ni empleados ni alumnos. Se escondieron todos. Era un trato demasiado huraño para los visitantes de Manchuria del Este que habían caminado una larga distancia para levantar las llamaradas de la revolución en ese territorio. Hice trasladar el órgano al patio, y junto con algunos de la compañía de jóvenes voluntarios entoné Suwu y otro canto referente a la amapola. Los muchachos interpretaban muy bien las melodías populares de la nacionalidad Han. Las dos que cantamos eran muy buenas y disfrutaban de la aceptación especial de las masas trabajadoras chinas.
El Suwu expresa sentimientos patrióticos y lo aprendí en la etapa de Jilin.
Su nombre completo es Suwu pastoreando ovejas.
Suwu fue una persona que adquirió fama por su fidelidad a la dinastía Han en el siglo II, antes de nuestra era. Como enviado del rey visitaba la tribu Xiongnu, al norte, pero lo detuvieron como rehén amenazándolo con no soltarlo hasta que, decían, un chivo pariera, si no se rendía. Estuvo preso durante 19 años, pero no se doblegó.
En una palabra, Suwu expresaba claramente las ideas y sentimientos patrióticos del pueblo chino. Al oir este y la canción de la amapola que entonábamos acompañados por el órgano, los primeros que salieron de su escondrijo fueron los alumnos de los cursos superiores y se acercaron con curiosidad y asombro. Luego se pusieron a cantar al compás del órgano. No tardaron en acercarse los maestros y demás adultos de la aldea. Para ellos era más que asombroso que los del “ejército rojo de Coryo” interpretaran con fluidez canciones chinas, y tal vez sintieron, aunque vagamente, algunos puntos comunes con ellos.
Así, pues, esa gente, que acogió tan hurañamente al destacamento expedicionario, nos dirigía miradas amistosas y de admiración.
Cuando se reunieron todos los vecinos, hice en chino un discurso antijaponés. Después de escucharlo se franquearon con nosotros y prodigaron palabras elogiosas, manifestando que el “ejército rojo de Coryo” no era una cuadrilla de bandidos ni de majok, sino un auténtico ejército revolucionario, un ejército de caballeros patrióticos.
Se puede afirmar que influimos en los chinos de Manchuria del Norte con Suwu.
Entonces experimenté en mi propio ser el enorme papel que la literatura y la música desempeñan en influir y concientizar a las personas. La importancia que les concedemos al considerarlas como un arma de la revolución tiene uno de sus fundamentos en esa experiencia. En aquel poblado de chinos a orillas del lago Jingbo, durante la segunda expedición a Manchuria del Norte, tuve tan fuerte impresión que después de la liberación del país realicé muchos esfuerzos para conseguir la letra de Suwu. Recientemente, con ayuda de nuestros funcionarios, obtuve el texto escrito en chino. La gran alegría que me embargó me hizo olvidar que soy un octogenario, y me puse a cantarla. ¿Es posible que un ochentón pueda cantar bien? Aunque mi garganta no emite ya las notas correctas, en mi corazón revivieron las emociones de la juventud que se me alejó como una nube en el cielo, y surgió, cual agua de un manantial, la grata nostalgia por las tierras de Manchuria del Norte que abonamos en medio de las dificultades.
Cada vez que recuerdo los días en que abríamos el difícil camino de la lucha común con los comunistas de China, ejecuto en el órgano esa canción. Hay veces que la silbo, pero los silbidos no me salen tan claros como cuando era un joven de 20 ó 30 años.
Aquí quisiera plasmar el texto de Suwu.
Suwu pastoreando ovejas
1. Suwu en tierra extraña estuvo preso,
pero no se doblegó.
En Xiongnu cubierta de nieve e
diecinueve años llevó
pastoreando ovejas
en un remoto lugar del norte,
la sed con nieve
y el hambre con lana de la manta, engañó.
Aunque estaba su alma en Han, su tierra,
y el cuerpo viejo ya,
volver no le dejaron.
Las duras penas su espíritu
como un granito forjaron,
pero el corazón dolía
cuando la flauta se oía
en las noches frías.
2. Suwu en tierra extraña estuvo preso,
pero no se doblegó.
El norte sopla ya
y hacia Han vuelan los ánsares.
La madre, peinando canas ya,
espera al hijo
y la esposa sola guarda
el cuarto vacío.
Muy de noche ya
él y ellas soñarán,
y ¿con qué soñarán?
Los mares se secarán
y las rocas se desgranarán
pero su entereza no se doblegará.
Su gran lealtad
asombrados dejó
hasta a los moradores de Xiongnu.
Otra escena que todavía conservo de Emu es mi encuentro con un anciano de apellido Kim, originario de Jonju, en una aldea llamada Sankesong. Si Liukesong significa seis pinos, Sankesong es tres pinos. En este poblado la jefatura se alojó en la casa de un terrateniente no lejos de la ciudadela distrital. A unos 500 metros, vivía el anciano, de poca estatura, cultivando unas parcelas arroceras. Según averigüó mi enlace, parecía coreano, pero no hablaba su lengua materna, sino se hacía pasar por chino, hablando torpemente en ese idioma.
Una noche fui a conversar a su casa. Nos presentamos y se comprobó que era coreano. Su apellido era Kim, de igual origen que el mío, de Jonju. Contó que bajo el mando de Hong Pom Do había participado en la batalla de Qingshanli, y al desintegrarse la unidad se estableció en tierras de Emu donde se casó con una vieja y vivía como un ermitaño. Al saber que el origen de mi apellido era también de Jonju, se mostró muy contento, afirmando que no cabía en sí de alegría por encontrarse con un compatriota con igual origen de apellido. Ordenó a su mujer que descascarillara arroz con el molino de pedal y lo cocinara. Así probé arroz por primera vez después de haber pisado el territorio de Manchuria del Norte.
—Teníamos también un ambicioso propósito. Cuando la victoriosa batalla de Fengwudong bajo el mando del general Hong Pom Do, parecía que de un momento a otro iba a ser realidad la independencia de Corea. Incluso soñaba con entrar en Soul a través de la puerta de la independencia. Pero he llegado a ser tan insignificante como un grano de arena o un guijarro rodando en una campiña. ¡Qué lamentable es pasar así los días sin hacer nada, mientras aumentan las arrugas! La única alegría que puedo sentir aquí, en un confín de Manchuria del Norte, donde prevalecen los de Han, es la que me proporciona el encuentro con compatriotas, que ocurre tan raramente como aparecen las estrellas en la época de lluvias. ¡Qué bueno sería que su unidad, General Kim, se quedara para siempre en la tierra de Emu, sin volver a Jiandao! —manifestó el anciano, entre profundos suspiros.
Al pensar que la decisión que había tomado cuando joven para rescatar el país asiendo un arcabuz, iba desapareciendo al tiempo que se le multiplicaban inconteniblemente las arrugas en el rostro, no podía por menos que sentirme melancólico. Mas, reafirmé mi propósito de seguir un camino victorioso, sin cejar en la lucha ante ningún obstáculo para, por lo menos, nosotros, los jóvenes hacer realidad el fin que perseguía ese anciano.
Vi que le faltaba una oreja. Después de terminada la comida, hablé con él sobre diversos temas, y al final le pregunté qué le había pasado, a lo que respondió, sonriendo triste, que se había lastimado mientras pescaba con una trifisga en un hoyo abierto en el
Una vez que nos abrimos el corazón, pude constatar que los moradores de Emu tenían también fuerte espíritu antijaponés como los de Jiandao. La causa de su anticomunismo consistía en que no habían sido guiados por una organización. Mientras trabajábamos entre las masas, trabamos amistad con Liu Yongsheng, jefe de cien familias en el poblado No.4, de Qinggouzi, y en los últimos días trasladamos a la jefatura a su casa.
El consideraba rara nuestra unidad, al ver que cada noche, reunida alrededor de la hoguera, sin molestar a los habitantes, estudiaba o se divertía, bailando y cantando, sin distinción de guerrilleros y guerrilleras. Los grupos armados que había visto hasta entonces, independientemente del nombre que llevaran, impartían órdenes a los aldeanos, con los ojos fuera de las órbitas. Por el contrario, del “ejército rojo de Coryo” procedente de Jiandao toda la aldea comentaba que era una tropa rara, pues traía agua a sus casas, limpiaba sus patios, cortaba el pelo a sus hijos, y los superiores y subalternos se llevaban bien, sin distinción alguna, como si fueran verdaderos hermanos.
Una noche recibimos de Liu Yongsheng la noticia nada agradable de que una unidad de la guarnición japonesa y otra del ejército fantoche de Manchuria, estacionadas en el poblado No.6, se preparaban para avanzar hacia el No.4. Inmediatamente, a toda la unidad le di la orden de dormir. Los guerrilleros se vieron obligados a acostarse, aunque no era la hora.
El jefe de cien familias se mostró extrañado. Si fuera otra tropa, hubiera puesto pies en polvorosa, pero este “ejército rojo de Coryo”, lejos de huir, se disponía a quedarse y dormir, ¡qué raro es!, meditaba. No lograba conciliar el sueño y frecuentemente salía y entraba con inquietud, por parecerle que de un momento a otro se le iban a abalanzar los enemigos.
Lo llamé y le dije:
—Señor jefe, nuestra guerrilla defenderá la aldea con la firmeza de una roca, por tanto pierda cuidado y duerma a pierna suelta.
—¿Cómo puede defender la aldea como una roca el ejército que está durmiendo desde las primeras horas de la noche? —seguía inquieto; no lograba sosegarse.
—¿No ve a los guardias? El “ejército rojo de Coryo” no sabe fanfarronear. Esta noche no pasará nada aunque usted duerma como un tronco. Pero, mañana por la mañana, después de que nos marchemos, vaya a donde están los enemigos y dígales que el “ejército rojo de Coryo” estuvo en su aldea; explíqueles todo lo que vio.
—No daré esa información; no tengo intención de denunciar a tan excelente tropa como el “ejército rojo de Coryo”.
—No, no se niegue, señor jefe, se lo ruego de todo corazón. Hacerlo es salvar a nosotros, salvarse usted, y salvar toda la aldea. Pronto conocerá el motivo.
Esta estratagema perseguía que los enemigos encerrados en el poblado de concentración salieran. A la mañana siguiente nos retiramos de la aldea No.4 y tomamos el camino de Emu. A mitad del trayecto, emboscamos una compañía en una loma al suroeste. Con el aviso de Liu Yongsheng una tropa de “castigo” compuesta por varios centenares de soldados se puso a acosar con frenesí al grueso de nuestra unidad.
Así fue como la expedición a Manchuria del Norte efectuó la primera acción de diversión y emboscada después de su llegada a Emu. Los de la guarnición japonesa (se llamaba también gendarmería) murieron en su totalidad. Sólo uno no fue alcanzado por las balas del Ejército Revolucionario Popular y salvado por un avión. Mas, ese aparato tuvo un accidente al aterrizar y se estrelló con aquel soldado a bordo. Me dijeron que en 1959, cuando un grupo de visitantes de nuestro país estaba en Emu, se conservaba la “lápida de almas fieles” levantada por los imperialistas japoneses en el poblado No.6, de Qinggouzi.
Libramos otro encuentro en las cercanías de Guandi en diciembre de 1935. Este se llama también combate de Liucaigou. Casi la totalidad de los 200 soldados enemigos que nos hacían frente fueron eliminados. Precisamente a raíz de éste surgió la anécdota de que un oficial, quien huía atemorizado, se escondió en un ataúd en medio del campo, como si fuera un cadáver.
Es difícil enumerar todos los combates que tuvimos en territorio de Manchuria del Norte. En el otoño de l935, cuando abonábamos con ahínco la tierra de Emu, la Internacional, por conducto de Zhou Baozhong, me envió el aviso de que se había constituido el mando general para las operaciones conjuntas del segundo y quinto cuerpos y yo había sido nombrado comisario de él y, a la vez, comandante de la unidad de Weihe. Parece que al tomar esta decisión consideraron mis antecedentes al haber servido de comisario de batallón, regimiento y división sucesivamente.
No deseaba tal nombramiento. No quería ocupar una jefatura, sino esperaba con ansia encontrarme con los comunistas coreanos de avanzada que actuaban en Manchuria del Norte. Pero, por ese inesperado cargo debía dejar a un lado este anhelo. Ahora pesaba sobre mí la enorme carga de atender no sólo las acciones del destacamento expedicionario sino también la labor política de otro cuerpo. Así fue como me vi obligado a recorrer con prisa Ningan y otros distritos colindantes, para dirigir las actividades políticas de los dos cuerpos, tras postergar el encuentro con los compañeros de armas de Manchuria del Norte hasta antes o después de la Conferencia de Nanhutou.
En este proceso colocamos sobre una base todavía más sólida nuestros vínculos con los comunistas chinos. Lo ganado era mucho más grande de lo que preveíamos al iniciar la expedición.
Lo único que nos apenaba era dejar para un futuro lejano el contacto directo con Kim C
Los comunistas coreanos del Este, Sur y Norte de Manchuria nos conocimos y abrazamos con efusiva emoción y amor por primera vez a principios de l941. Desde entonces preparamos juntos la batalla decisiva para la liberación de la Patria viviendo en un mismo campamento y comiendo lo cocinado en una misma olla, y al regresar a la Patria restaurada, nos metimos en el crisol de la construcción del país.
Eran combatientes fieles que en los años más críticos del siglo XX llevaron a cabo junto conmigo la guerra antijaponesa y la antiyanqui(Se trata de la guerra coreana (junio de 1950-julio de 1953) —N. del Tr.), y han venido conquistando sin desmayo las abruptas cimas de las reformas democráticas y la construcción del socialismo.
Aun hoy, los combatientes que actuaban en Manchuria del Norte, comparten conmigo penas y alegrías en los esfuerzos por hacer que brille el socialismo a nuestro estilo. Deseo que a esos fieles compañeros, que a mi lado han recorrido un mismo camino durante más de medio siglo en aras de nuestra causa, les estén reservados sólo gratos e inmaculados recuerdos, junto con un futuro luminoso y feliz.
2. Lazos singulares
Emu, en Manchuria del Norte, es un lugar con el cual mantuvimos vínculos desde cuando estábamos en Jilin. En esos tiempos Jiaohe, Xinzhan y Shansong pertenecían a este distrito donde, en colaboración con Kang Myong Gun, creamos una organización revolucionaria denominada Asociación Juvenil Ryosin y trabajamos con sus militantes. El distrito cambió su nombre por el de Jiaohe a finales de la década del 30.
Durante la segunda expedición a Manchuria del Norte en tierras de Emu caminamos miles de ríes. Qinggouzi, Pipadingzi, Nantianmen, Sandaogou, Malugou, Xinxingtun, Guandi, Liucaigou, Sankesong, Mudanjiangcun, Heishixiang y Tuoyaozi son todos poblados que abonamos entonces y, al mismo tiempo, lugares de acciones históricas que despiertan hondos recuerdos, donde quedaron
En este decursar fuimos testigos de muchos sucesos interesantes y conocimos a numerosas personas que nos dejaron imborrables impresiones.
En la época en que emprendimos la segunda expedición allí había muchos poblados sin abonar, donde no podía llegar ni el menor soplo de la revolución. Por eso, no fue raro en modo alguno que cuando discutimos sobre la expedición a Emu, Zhou Baozhong expresara su preocupación.
—Para usted, Comandante Kim, que logró ganarse en un instante a un viejo tan testarudo e intratable como Wu Yicheng no es un gran problema, pero no olvide que en la primavera pasada estuvimos en tierras de Emu y adondequiera que fuimos no nos dejaron ni traspasar el umbral, gritándonos en la cara “honghuzi”(Esta palabra china se traduce como bandolero. La primera de las tres sílabas que la forman significa rojo, la segunda bandido y la tercera un sufijo que indica oficio.).
Una vez, Wu Yicheng, que miraba atravesado a los comunistas, la utilizó para insultar a Zhou Baozhong, y posteriormente, no se sabe cómo, la expresión se hizo un mote general para el ejército de los comunistas.
Efectivamente, tal como dijera Zhou Baozhong, nuestro cuerpo expedicionario recibió un trato de “honghuzi” desde el primer momento de la llegada a Emu. Que sus moradores se escondieran, dejando vacía la aldea, al ver nuestra unidad diciendo que apareció el “ejército rojo de Coryo”, significaba que se cuidaban de nosotros tanto como de los “honghuzi”.
Sin duda alguna, para ellos la palabra rojo era sinónimo de corrupción y crueldad.
Dada esta situación, tuvimos que dedicarnos mucho al trabajo con las masas. Emplear tiempo en esta tarea no es despilfarrarlo. Cuando gracias a estos esfuerzos vimos a los que antes se alejaban del Ejército Revolucionario Popular convertirse en nuestros leales amigos y colaboradores, y a los que mantenían relaciones hostiles con nosotros ir por el camino de la alianza y amistad con los comunistas, nos invadió un sentimiento de satisfacción incomparablemente más fuerte que el que provoca el ganar de golpe un montón de dinero.
Cuando todavía seguían desfilando ante nuestros ojos los rostros de los que después de la Conferencia de Yaoyinggou, abandonaron las bases guerrilleras, llorando, y estábamos extenuados física y mentalmente, abrumados por incontables preocupaciones por la revolución, constituyeron para nosotros, de veras, una gran alegría los éxitos alcanzados en tierras de Emu. Para el revolucionario el mayor regocijo es ganar camaradas y amigos, y perderlos constituye la más honda tristeza.
Antes de penetrar en el territorio del distrito, ya en Xiaoshanzuizi, en el lago Jingbohu, conocimos a un pescador chino llamado Chai He y así pudimos cruzar sin dificultad el lago. Hasta que se encontró con nosotros también Chai He se mantuvo distante del ejército revolucionario. Este modesto pescador que durante casi seis lustros, desde la edad de 19 años, se dedicaba a su oficio como único medio de existencia, creía enteramente en la propaganda de los japoneses que describían al “ejército rojo de Coryo” como “bandoleros”. Pero, desde el momento en que vio personalmente el aspecto marcial y disciplinado de nuestro cuerpo expedicionario y la conducta sencilla y modesta de sus combatientes lo atrajo, cambió su actitud y nos trató con sinceridad. Se dice que un río separa dos mil ríes, por tanto para una unidad militar un río que obstaculiza su marcha representa mil ríes largos. Por eso, no se olvidará nunca la contribución de Chai He quien burlando la vigilancia enemiga nos ayudó con toda su energía a cruzar.
En 1959, los integrantes de un grupo de visitantes me trajeron de China una foto suya. Vi un anciano de cara arrugada que llegaba ya a la avanzada edad de 70 años, lo que me impresionó hondamente, ya que conservaba en mi mente su figura, alto y el cuello largo.
En Emu ganamos realmente muchos amigos y la población, entre otros al jefe de cien hogares, Liu Yongsheng, que a pesar del peligro que corría nos aseguró suministros durante el combate de Qinggouzi, y al viejo Yu Chunfa, quien enroló a su hijo en la guerrilla en las cercanías de Heishixiang.
Al compenetrarnos y trabajar con diversos sectores y capas de la población llegamos a establecer incluso profunda amistad con un comandante de regimiento del ejército títere manchú.
Esto ocurrió, creo, en los primeros días de 1936 porque entonces nuestro destacamento realizaba una marcha forzada, una noche completa, para asaltar un aserradero que se hallaba en dirección al distrito de Dunhua. Cuando iba a clarear hicimos alto en la vivienda de un terrateniente, situada cerca de la carretera. Era una casa bastante imponente, rodeada por un muro de tierra, y hasta con un fortín. Pero, no tenía personal armado privado porque con anterioridad se había organizado el ejército títere manchú y los japoneses no permitían el mantenimiento de fuerzas particulares. La mansión tenía dos edificios, en uno se alojaron los guerrilleros y en el otro el personal de la jefatura y de intendencia. Delante del portón situamos, por turno, tres centinelas, disfrazados de criados, para vigilar los alrededores, y el resto fue a descansar.
Por la tarde, aproximadamente a las cuatro, del puesto de guardia nos llegó un parte: se acercaba un carruaje. Poco después se detuvo ante el portón y de él bajó una señora, ayudada por un soldado. Entró directamente en el patio pidiendo que le dejaran un rato para entrar en calor.
Al mirar afuera vi que en medio del patio, batido por la nevasca, estaba una joven y hermosa mujer, protegida con dos abrigos con cuello de piel de zorra. Nuestros compañeros, con el asombro en los ojos ante el atuendo lujoso, salieron en tropel y formando un corro en torno a la desconocida tan llamativamente vestida, la estaban interrogando.
Cuando pregunté quién era, un joven centinela me explicó con aire de importancia, como si hubiera cogido a una agente de alto nivel: “Camarada Comandante, es una mujer sospechosa”. Mientras hablaba el centinela no dejó de mirarla con recelo.
La joven china, muy asustada, estaba temblando sin poder pronunciar una palabra.
Reprendí con duros términos al soldado que iba a cachearla y ordené:
—Compañero centinela, déjala entrar en el cuarto para que se caliente.
Aun en el interior de la casa siguió temblando ligeramente, sin atreverse a levantar la vista.
Traté de tranquilizarla hablando en chino:
—Señora, puede calentarse sin miedo. Parece que el centinela no la trató con respeto. Discúlpelo, es todavía muy joven.
Le serví una taza de té y coloqué cerca de ella el hornillo.
—No sé cómo usted nos ve. Somos del Ejército Revolucionario Popular, llamado “ejército rojo de Coryo” por los pobladores del lugar. ¿Usted ha oído alguna vez hablar de él?
—Sí, algunas veces.
Con la cabeza gacha me contestó con una voz casi inaudible.
—Qué bueno que ya conocía de él. Nuestro “ejército rojo de Coryo” no le quita la vida ni los bienes al pueblo, como propagan los japoneses. Somos una fuerza armada del pueblo que tiene como meta la lucha antijaponesa por la salvación nacional. Combatimos contra el imperialismo japonés que invadió a Corea y China, y contra sus secuaces, pero no perjudicamos en lo más mínimo la vida y los bienes del pueblo. Así que puede estar totalmente tranquila.
En señal de agradecimiento juntó las dos manos. Pero en su semblante seguía observándose una mezcla de inquietud, temor y desconfianza.
Seguí explicándole para sosegarla.
—No le vamos a pedir cuentas o castigar por andar acompañada por un soldado del ejército títere manchú. Ni siquiera le preguntaremos por qué el escolta. ¿Por qué insultaríamos y maltrataríamos a los viajeros si no agreden al pueblo ni al ejército revolucionario? Nosotros también somos viajeros que con el consentimiento del dueño hacemos un alto breve. Así que puede calentarse antes de continuar el viaje, sin tener temores.
Apenas entonces suspiró aliviada y levantó lentamente la frente. En el momento de verme apareció de pronto en sus ojos una expresión de gran asombro. Juntando las dos manos sobre su pecho se mordía ansiosamente los labios.
—¿Qué le ocurre? ¿Todavía no cree en mis palabras?
—Sí, pero no se trata de... Es que el aspecto del señor Comandante me es ... Ya sabía que usted es una persona generosa ...
Emitiendo estas palabras incoherentes, casi en un sUsurro, me miró detenidamente.
En ese preciso instante apareció en el umbral O Paek Ryong que estaba interrogando al escolta. Con la expresión de un cazador cuando tiene como botín un tigre me informó en coreano, incomprensible para la china.
—Mi General, el escolta confesó que esta mujer es la esposa del jefe del decimosegundo regimiento del ejército títere manchú. Es como si un pez gordo se mete solo en la red.
—Compañero Paek Ryong, no alardees tanto. Si es grande o no el pez, hay que ver.
Así le dije, pero en realidad quedé muy sorprendido al saber quién era ella. Jefe de regimiento era un cargo bastante importante. Según la clasificación de grados en el ejército títere manchú, era cuarto, calculando de arriba abajo, pero para llegar a este puesto desde abajo se debían escalar 13 peldaños. Como había casos en que la jurisdicción de un regimiento abarcaba varios distritos, no hace falta explicar cuánta autoridad ejercía su comandante, quien gobernaba el territorio en su conjunto. En Emu se estacionaba el decimosegundo regimiento de infantería, de la novena brigada mixta del ejército títere manchú, cuya jefatura se encontraba en Jiaohe. No dejo de reconocer que fue un suceso interesante el encuentro con la esposa de un jefe de regimiento del ejército títere manchú en aquellas circunstancias, cuando planteábamos como una importante tarea estratégica la operación de desintegración del ejército enemigo. Por supuesto, no se alteró en nada mi expresión aun después de este descubrimiento.
—Dígame, señora, ¿esperaba que le aplicáramos algún castigo por ser la esposa de un jefe de regimiento del ejército títere manchú?
La aludida se frotó las manos con una expresión más que embarazosa.
—No crea usted que .. Si no me equivoco ... Señor Comandante, con su permiso, quisiera preguntarle si su nombre no es Kim Song Ju ...
Ante la inesperada pregunta, esta vez fui yo quien no pude disimular el asombro. Si en tierras de Manchuria del Norte, a cientos de ríes de Jiandao, la esposa de un jefe de regimiento del ejército títere manchú, con quien me encontré casualmente conocía mi nombre de niño ya era un caso insólito que no podía pasar por alto. ¿Cómo lo sabía una señora rica a quien nunca antes había visto? Junto con la sorpresa sentí crecer irresistiblemente la curiosidad por descifrar el enigma.
—Ciertamente, me resulta extraño oir mi nombre de la adolescencia en estas tierras de Emu. Era Kim Song Ju y soy Kim Il Sung. Pero, ¿cómo me conoce usted, señora?
La cara de la mujer enrojeció como una brasa. En su expresión pude leer que quería hablar, pero algo le hacía vacilar.
—Cuando el señor Song Ju dirigía el movimiento juvenil y estudiantil en Jilin, yo era alumna en una escuela secundaria femenina en esa ciudad. Desde entonces lo conocía.
—¡Ah! Así es la cosa. Encantado de verla.
Comprendí en ese momento lo que significó el brillo que se reflejó en sus ojos cuando me miró por primera vez. ¡Qué ocurrencia más rara encontrarme en un lugar inhóspito como Emu con una estudiante secundaria de la época de Jilin! La sola palabra Jilin despertó en mi pecho un sentimiento embriagador, de nostalgia. Entonces, también como ahora, guardaba un profundo sentimiento de cariño para la ciudad que me había albergado durante varios años.
Al leer en mi semblante las evocaciones del tiempo pasado, ella prosiguió con voz mucho más tranquila:
—¿Recuerda usted el otoño de 1928, cuando se desarrollaba la campaña contra el tendido de la línea férrea Jilin-
Cayeron silenciosas lágrimas de los ojos de quien siendo antes una alumna de la escuela secundaria femenina de Jilin gritaba consignas entre las filas de manifestantes, se convirtió después en la esposa del jefe de un regimiento, en una señora que ataviada con abrigos de piel de zorra y protegida por un escolta visitaba sin preocupación la casa de sus padres.
Asombrado ante tan brusco cambio la volvía a observar detenidamente. Ella hasta ayer tenía sentimientos antijaponeses, pero se encontraba hoy en el tren del projaponismo. Me puse a pensar profundo qué hizo cambiar tanto a esta mujer. ¿Sería el resultado de la desesperanza ante el destino de su nación? Observé su expresión ardorosa en el momento de evocar la etapa de Jilin, y supuse que todavía su alma abrigaba
—Señor Song Ju, ¿por qué no habla? Perdóneme, por favor. Aquella joven que con los puños apretados apoyó el discurso que usted pronunció, hoy ha llegado a ser... Al verlo en uniforme militar y sobreponiéndose a las dificultades... me siento conmovida... y avergonzada.
De sus ojos volvieron a brotar sentidas lágrimas.
—Señora, cálmese. No debería menospreciarse demasiado a sí misma. Vive tiempos superseveros para dejarse abatir por el desaliento y el abandono. La situación dentro y fuera llama a la plaza de la lucha antijaponesa por la salvación nacional a todos los hijos e hijas e intelectuales de China que aman la patria y el pueblo. ¿Existe alguna ley, según la cual usted, por ser esposa de un jefe de regimiento, no pueda unirse a la resistencia antijaponesa?
Al oírme hablar así se enjugó los ojos y levantó la frente.
—¿Quiere decirme que aun en mi situación queda una salida para unirme a esta gesta?
—Sí, existe una solución. Si usted ejerce una buena influencia sobre su marido de manera que por lo menos deje de efectuar operaciones de “castigo” contra el ejército revolucionario, esto sería un precioso aporte a la resistencia antijaponesa. El grado de jefe de regimiento es bastante alto. Pero creo que el problema no está en el rango, sino en que él no olvide que es chino.
—Mi marido, si bien tiene este cargo, no lo desempeña a gusto. También guarda en lo hondo por lo menos conciencia nacional. Así, pues, como dijo usted, lo persuadiré para que no compulse más a sus subalternos a las operaciones de “castigo” contra las guerrillas. Puede confiar en mis palabras.
—¡Qué bien si esto se hiciera realidad! El paso de un jefe de regimiento de la posición projaponesa a la resistencia antijaponesa significa que también sus subalternos seguirían el camino patriótico. Y aquí está el camino de renacimiento para usted y su esposo.
Para insuflarle ánimo hablé sobre algunos casos de oficiales del ejército títere manchú que en Jiandao estando del lado de los japoneses pasaron a la lucha contra ellos.
Mi interlocutora manifestó que aquel encuentro era una bendición del cielo; que mis palabras le hacían meditar en muchas cosas; que yo le reviví el espíritu de los tiempos de Jilin y señalé al matrimonio el camino del resurgimiento; y asegurándome que nunca olvidaría el bien que les había hecho se comprometió a vivir como digna hija del pueblo chino.
Le mostré materiales de propaganda, entre ellos el programa de seis puntos para la resistencia antijaponesa y la salvación nacional, que publicaron Song Qingling, Zhang Naiqi y otros en Shanghai. Era aquel mismo documento que me mostró Wu Ping en la cabaña de Zhou Baozhong, en Ningan, en nuestra primera expedición a Manchuria del Norte.
La esposa del jefe del regimiento echó un vistazo al reloj, buscó entre sus ropas y puso ante mí algo envuelto en un papel blanco. Era un fajo de billetes chinos. Explicándome que era el monto de las ventas de opio me rogó aceptarlo para gastos militares.
No pudimos aceptar su ofrecimiento, si bien lo agradecimos.
—Vuelva a guardar ese dinero. Como hoy he recuperado a una colega de la resistencia antijaponesa que se había perdido, me siento satisfecho tan sólo con esto, es como si hubiera ganado una gran fortuna.
Ella volvió a llorar.
Antes de despedirnos la agasajamos con una comida abundante y exquisita. Al abandonar la casa del terrateniente me dijo cómo se llamaba, pero hasta hoy en mi memoria sólo queda su apellido “Chi”. Para pena mía olvidé su nombre.
Algún tiempo después recibimos un pliego remitido por el jefe del regimiento. En su larga carta nos calificó como los seres más nobles en el mundo y manifestó sus inconmovibles compromisos. Escribió que estaba dispuesto a ayudar para recompensar a todo precio a quienes protegieron la vida de su esposa y lo salvaron a él del lodazal de los crímenes y guiaron por el camino patriótico. El se apellidaba “Zhang”, pero tampoco recuerdo su nombre.
Con posterioridad, enviamos a las proximidades de la cabecera distrital al encargado de intendencia para hacer los preparativos para el Año Nuevo lunar. Como quería conseguir carne de cerdo congelada y otros materiales necesarios para la fiesta penetró hasta la ciudadela, pero sin poder cumplir la misión fue detenido por la policía. No se sabe por qué conducto, la noticia llegó a oídos del comandante del regimiento del ejército títere manchú, quien pidió a la policía que le transfiriera al preso porque, explicaba, los casos del Ejército Revolucionario Popular eran de incumbencia de las autoridades militares.
El encargado de intendencia creyó que el jefe del regimiento se lo llevaba para fusilarlo; sin embargo, éste le dio un trato como a un huésped importante, agasajándolo con una rica comida que preparó su esposa a petición suya. Y le explicó que estaba agradecido a la unidad del Comandante Kim por haber atendido bondadosamente a su esposa; que bajo ninguna condición realizaría contra ellos una operación “punitiva”; que podía creer en sus promesas, que las cumpliría al precio de su vida; que cuando su unidad se encontrara con la guerrillera, haría tres disparos al aire para que ésta supiera de su presencia y pasara de largo, fingiendo no verla; que él nunca, hasta la muerte, olvidaría el bien que les había hecho el Comandante Kim; y por último rogó transmitirle su más sincero saludo.
Efectivamente cumplió las promesas que nos hizo por medio de nuestro jefe de intendencia.
En aquel entonces, cuando permanecíamos en la aldea Sankesong, en dirección a Guandi se encontraba una unidad japonesa y cerca de Emu el regimiento del ejército títere manchú. Ambos estaban realizando operaciones de “castigo”, pero el regimiento bajo el mando de aquel oficial rehuyó los encuentros siempre que tropezó con nuestra guerrilla. Nosotros también disparábamos sólo contra los japoneses.
Por ese tiempo una de las principales señales para distinguir al ejército títere manchú del japonés eran los cascos. Una fórmula corriente en todas las guerrillas consistía en que los que usaban cascos eran los japoneses y los que andaban sin ellos se consideraban soldados manchúes, aunque con posterioridad hasta éstos aparecían en los combates con ellos. Por eso, les advertimos que si no querían pelear contra las guerrillas se quitaran el casco porque nosotros dispararíamos incondicionalmente contra los que lo llevaran puesto, considerándolos japoneses. A partir de ahí, cada vez que se aproximaban a nosotros se quitaban el casco para hacernos saber que eran del ejército títere manchú.
Los guerrilleros atacaban la cabeza o la cola de la columna enemiga, según donde se colocaran los que llevaban el casco puesto. Por eso, los japoneses comentaban: “Es asombroso cómo los guerrilleros nos escogen y hostigan”. Les exigimos a los del ejército títere manchú que cuando vinieran en misiones de “punición” nos avisaran provocando tiros escapados, lo que fue respetado infaliblemente por ellos. En el caso de ser imposibles los tiros escapados, nos hacían saber su posición armando barullo en grupos de decenas o cientos.
Zhang, el comandante del regimiento nos envió también una gran cantidad de provisiones. De vez en cuando, como si fuera para alguna operación de “castigo”, hacía sacar de su zona militar carros cargados de carne de cerdo y de empanadillas congeladas y después ordenaba a sus subalternos llevarlos a los lugares de contacto con nuestra tropa. Mientras tanto él andaba con su unidad durante varias horas por los sitios donde no había ni sombra de guerrilla y volvía a su cuartel.
Cuando nuestro destacamento estaba acantonado en una aldea cerca de Guandi, ocurrió que un día vinieron a verme en grupo algunos jefes, para informarme del estado de ánimo de los combatientes con motivo de la llegada del Año Nuevo y me rogaron que les permitiera salir a la calle para obtener vituallas como harina de alforfón o de papa con la que se pudiera preparar siquiera kuksu para la fiesta.
Consideré esto una carga para la población, y rechacé la propuesta e incluso ordené a la unidad ponerse en marcha. Los moradores, jubilosos de celebrar la fiesta con la unidad del Comandante Kim, hacían tremendos preparativos. Estaban al punto de agotar las provisiones para varios meses. Esa fue la razón por la cual hice que la unidad abandonara la aldea a toda prisa. Y efectivamente nos fuimos observando nuestro lema de no dañar los intereses del pueblo, pero en realidad los soldados, todos por igual, estuvieron consternados.
Nos trasladamos a un punto más retirado de Huangnihezi, donde arreglamos una cabaña que habían abandonado los obreros de una empresa maderera, y en ella acogimos el Nuevo Año. Como comida de fiesta, apenas alcanzó a cada uno un tazón de mijo, nada más. Cuando los soldados se sentían como si no hubieran comido, llegaron carne de cerdo y empanadillas enviadas por el jefe de regimiento Zhang, lo que alegró a todos.
Al profundizarse nuestras relaciones amistosas, él comenzó a suministrarnos hasta armas e informaciones. Nuestro sincero trato a una mujer tuvo así un eco de recompensación de larga resonancia. El jefe de regimiento Zhang, aunque continuó sirviendo al Estado manchú, realizó audaces acciones de alianza con los comunistas, mérito que lo absolvió ante la historia y el pueblo.
En el trabajo con este militar tuvo un gran efecto nuestra orientación para la desintegración del ejército enemigo, cuyo contenido era ganar principalmente las masas de los soldados, que constituían la mayoría absoluta del ejército títere manchú y, al mismo tiempo, a los oficiales de rango medio e inferior y a una parte de los superiores honestos, y aislar y golpear a los más recalcitrantes, que eran la ínfima minoría.
Fue una ganancia sorprendente, que superaba cualquier pronóstico. Este oficial, aunque no tuvo ningún contacto directo con nosotros, dejó de ser un servidor de la contrarrevolución, convirtiéndose en un patriótico aliado de los comunistas bajo la influencia de su esposa. Esto hace suponer que la mujer, anterior alumna de la escuela secundaria femenina de Jilin, realizó una tremenda batalla ideológica para que su marido cambiara. Era una mujer magnífica.
Tiempo después Zhang se trasladó con su unidad a la zona de Huadian. Entonces lo conecté con Wei Zhengmin. Luego no tuve noticias de él durante mucho tiempo. Apenas en 1941 llegué a saber algo por boca de Kwak Ji San quien ayudaba a Wei Zhengmin en Huadian.
Kwak Ji San me avisó que los decimosegundo y decimotercer regimientos del ejército títere manchú, dislocados en Huadian, se mudarían pronto en dirección a Rehe y que los jefes de ambos habían manifestado su decisión de pasarse al ejército revolucionario antijaponés antes de ser trasladados. Pero, por aquel entonces en Huadian no había una unidad que fuera lo suficientemente grande como para asimilar a un tiempo a dos regimientos, ni cuadros con facultad para tomar una decisión responsable en cuanto a la atrevida disposición de aquellos dos oficiales. Kwak Ji San vino a verme con el propósito de que yo decidiera. Desde que cayera Wei Zhengmin los cuadros militares y políticos pertenecientes al segundo cuerpo recibían de nosotros las respuestas a todos sus grandes y pequeños asuntos.
Envié a Kwak Ji San de vuelta a Huadian con la urgente tarea de acelerar el paso a nuestro lado sin pérdida de tiempo, de aquellos dos regimientos, antes de que salieran para Rehe. Pero, para nuestro pesar, esa operación no se pudo realizar, ya era tarde. Como supimos posteriormente, el jefe del decimosegundo regimiento, encontrándose todavía en Huadian, entregó el mando a un nuevo comandante de apellido Yang. Le aconsejó que emprendiera el camino de la lucha antijaponesa y lo mismo hizo con el del vecino decimotercer regimiento valiéndose de sus buenas relaciones con él.
Después, en ninguna parte encontré información relacionada con esos regimientos que habían ido hacia Rehe. Sólo últimamente, al leer materiales sobre la desintegración del ejército títere manchú durante las operaciones antijaponesas, llegué a saber que se alzaron contra el imperialismo japonés en un momento clave.
Un solo amigo honesto que se encuentra entre los enemigos ayuda a ganar miles y decenas de miles de amigos. Por eso, desde el inicio de la Lucha Armada Antijaponesa lanzamos la consigna: “¡Levantemos el fortín de la revolución en el seno del ejército enemigo!” Lo que significaba cimentar nuestras posiciones, dicho más concretamente, preparar nuestras fuerzas revolucionarias en el interior del ejército contrario con el fin de llevar a cabo actividades para desintegrarlo.
Estas operaciones solían llamarse trabajo político con el enemigo. Cazar a los rivales con armas y desintegrarlos con trabajo político constituían dos lineamientos estratégicos para la lucha antijaponesa. En toda época y guerra, y para cualquier parte contendiente, sin excepción, la lucha contra el adversario se libra siempre en estos dos frentes: uno es el choque de las fuerzas armadas y otro el enfrentamiento psíquico y la propaganda ideológica.
En el llamado plan de eliminación de rebeldes para mantener el orden público, elaborado por el imperialismo japonés, se estipulaban tres orientaciones: operación a corto plazo, operación ideológica y operación radical, lo que se reducía a dos aspectos: la supuesta “operación de liquidación de bandoleros”, basada exclusivamente en el uso de las fuerzas armadas, y la “operación ideológica”, apoyada enteramente en la propaganda y la asimilación. También los enemigos se empeñaron en desintegrar nuestras filas revolucionarias desde el punto de vista psíquico.
A pesar de todo, cuando propusimos por primera vez el plan de crear organizaciones revolucionarias en el seno del ejército adversario con el fin de hacer la labor política, no pocos se abstuvieron de apoyarlo. Por supuesto, no hubo ningún cobarde que se opusiera por miedo a la muerte. Si no lo respaldaron plenamente fue, en primer orden, porque lo consideraron como un desvío del lineamiento clasista.
Argumentaban, moviendo la cabeza, que nuestro ejército, de obreros y campesinos, y el enemigo, de matiz burgués, constituían dos polos opuestos. Y que como es una verdad comprensible hasta para un niño ingenuo el hecho de que el agua y el fuego no pueden ser buenos aliados, resultaba imposible crear organizaciones revolucionarias en el interior del ejército contrario.
Los que andaban con la mochila repleta de clásicos marxistas, lo censuraron, calificándolo de desviación derechista, parecida a una forma de cooperación clasista. Decían que esta perseguía la colaboración con los enemigos de clase con quienes estábamos en contradicción irreconciliable, subrayando que en las obras clásicas no habían encontrado nada establecido con respecto a la desintegración del ejército adversario. Si los jóvenes de hoy los oyeran dirían que son tan perogrullos que sostienen: si la nariz se tapa, se corta la respiración. Pero, en aquella época, cuando no se podía dar ni un paso sin apoyarse en alguna tesis clásica, predominaban tales posiciones unilaterales.
Como era encarnizada la lucha de clases y muy fuerte el sentimiento de odio a los enemigos clasistas, si alguien adoptaba tal posición, casi no había quien lo considerara como una grave desviación. Muchos comenzaron la revolución y soportaron incontables dificultades impulsados por ese sentimiento de odio, y, por consiguiente, en relación con el sustantivo “clase” no querían hacer la menor concesión. Por añadidura, como consecuencia de la interpretación dogmática de la teoría de los creadores del marxismo sobre la lucha de clases, en no pocos comunistas se manifestaban con más fuerza el sentimiento de odio que el de amor, y el espíritu intransigente de denunciar y castigar que la magnanimidad de perdonar y abrazar. Incluso los seudomarxistas, que consideraban la intransigencia incondicional como una cualidad característica del revolucionario, convirtieron a los jóvenes, inmaduros ideológica y espiritualmente, en seres de estrecha visión, en “honghuzi” insensibles y despiadados. De hecho, a causa de tales anormalidades la revolución marxista padeció dolores y se manchó la imagen de los comunistas. Los izquierdistas y los dogmáticos que abogaban unilateralmente por los intereses clasistas bajo la consigna de apoyo a la clase y de intransigencia clasista, fueron incapaces de impedir que multitudes de hombres volvieran la espalda a la revolución comunista y pasaran al lado enemigo.
El problema no estaba en si en los clásicos había o no una tesis sobre la desintegración del ejército enemigo sino en el hecho de que ciertas personas no quisieron trazar lineamientos y orientaciones partiendo de los intereses fundamentales de la revolución.
Nosotros, que iniciamos la revolución movidos por el amor a nuestro pueblo, también al estudiar los clásicos marxistas nos empeñamos en encontrar primero la idea sobre el amor y la unidad y no la intransigencia.
Pensamos que podíamos preparar fuerzas revolucionarias dentro del ejército adversario porque creíamos en la posibilidad de existir entre los soldados que representaban la mayoría absoluta, y eran hijos de obreros y campesinos; entre los oficiales de rango medio e inferior e incluso entre una parte de los oficiales superiores, personas honestas que simpatizaban con nuestra revolución y veían con compasión a las víctimas de la sociedad explotadora. Si lográbamos atraerlos a todos al lado de la revolución y convertirlos en un ejército amigo, en la misma medida se desintegrarían las filas contrarias, y se multiplicarían nuestras fuerzas revolucionarias. Esto constituiría una gran ofensiva que aniquilaría a los enemigos de clase sin hacer ningún disparo, y una resonante propaganda para que se comprendiera que precisamente los comunistas tenían el noble ideal de conquistar la felicidad y armonía para la humanidad.
Por lo menos con este ideal y propósito lanzamos “¡Levantemos el fortín de la revolución en medio del ejército enemigo!” como la principal consigna del trabajo político entre el enemigo.
El criterio de que esto era posible se fundamentó en nuestra propia posición en cuanto a la naturaleza del ser humano. El hombre, a la vez que es un gran ente independiente, creador y consciente, es un bello ser que apoya y aspira a la justicia. Desde el punto de vista de su naturaleza se inclina a lo generoso y noble y detesta lo vil y sucio. Este atributo innato es lo humano.
Fuera del puñado de integrantes de la capa superior reaccionaria, la mayoría de los hombres de las capas media e inferior y una parte de la superior pueden convertirse en sostenedores, simpatizantes y ayudantes de la revolución, si con magnanimidad ejercemos buena influencia. Aunque se trate de personas que sirvan a la clase de los terratenientes y capitalistas, si poseen humanidad y don de amor a la patria y la nación, ello constituye una base en la cual nos apoyamos para atraerlos a nuestro lado.
De esta posición partió nuestra política de considerar factible aglutinar bajo la bandera de la gran unidad nacional a todos los integrantes de la nación, excepto una ínfima minoría de reaccionarios y otros viles individuos.
Después de la liberación, nuestra gente consideró a Kim Ku12 cabecilla del terrorismo y un reaccionario de la talla de Syngman R
Si no hubiéramos tenido en consideración estos nobles sentimientos, no habríamos estrechado siquiera la mano de C
Sostuvimos acalorados debates para determinar los objetivos y métodos de la operación de conquista del ejército adversario. Fue casi imposible llegar a un acuerdo, sobre todo en cuanto al trabajo político con el ejército japonés. Los camaradas, aunque en su mayoría consideraban posible captar a las capas media e inferior del ejército títere manchú, veían sólo como enemigos, imposibles de ser conquistados, a los militares japoneses que de pequeños venían idolatrando ciegamente al “emperador” con su “Yamato Tamashi” y fueron domados bajo una disciplina coercitiva. Meneaban la cabeza negativamente argumentando que si resultaba más que difícil sacar las ideas anticomunistas de la mente del cabecilla del ejército independentista, instruido en una escuela de oficiales de infantería japonesa, menos valía la pena hablar de los militares japoneses. Pero, un suceso del todo inesperado trocó fácilmente esta opinión.
Cierto año, en las aldeas de Jiandao se propagó una fiebre y los militares japoneses realizaron una masacre al quemar las casas con sus moradores enfermos dentro. Una tropa de “punición” penetró también en el poblado donde estaba enfermo Dong Changrong.
El oficial japonés que lo vio acostado ordenó a un soldado bloquear las puertas y prenderle fuego a la casa. El soldado se dispuso a cumplir la orden. Dong Changrong, al presentir la llegada del último momento de su vida, decidió morir dignamente, y dando fuertes puñetazos en el piso del cuarto hizo una arenga. Como recibió instrucción universitaria en Japón hablaba con soltura ese idioma.
—Tú debes ser hijo de obrero o de campesino. ¿Por qué entonces has venido aquí y matas sin miramientos a pobres e indefensos hombres? ¿Qué ganas en esta matanza? ¿Eres tan cruel e insensible como para asesinar así a los enfermos?
Parece que estos ardorosos reclamos conmovieron al japonés, pues antes de prender fuego a la casa derribó de una patada la puerta trasera y sacó a Dong Changrong sin que lo advirtiera el oficial.
Dong Changrong se salvó de una muerte segura al esconderse en los surcos de un sembrado.
Este suceso acalló a los que sostenían la imposibilidad de conquistar a los militares japoneses.
A partir de ahí, plenamente confiados, seleccionamos y enviamos a las unidades enemigas a compañeros resueltos y valientes, dotados con inteligencia y habilidad.
Tuvieron que actuar solos y aislados en medio de los adversarios, pero mantuvieron su entereza y cumplieron irreprochablemente la labor política. Gracias a los esfuerzos de numerosos trabajadores clandestinos, unos conocidos y otros anónimos, casi diariamente se producían disturbios en el ejército títere manchú y los cuerpos de autodefensa.
Capacitamos a todos los guerrilleros para que cualquiera pudiera participar activamente en el trabajo político entre los enemigos valiéndose del llamamiento, difusión de publicaciones, opiniones y canciones y otras formas y métodos.
Como resultado de nuestra ofensiva propagandística, fervorosa y persuasiva, tanto en el interior y fuera del ejército adversario como de modo individual y colectivo, muchas unidades del ejército títere manchú dejaron de pelear contra las guerrillas, sirviéndoles de fieles “transportadoras de armas”.
Si les escribíamos siquiera una sola carta, nos traían armas, municiones y provisiones, y en los campos de combate si hacíamos un cañonazo “oral”: “¡Yaoqiang buyaoming!(necesitamos armas y no sus vidas)”, se rendían.
Las tropas de “castigo” asesinaban sin miramientos a nuestra gente, pero nosotros tratamos de modo humanitario a los prisioneros, independientemente de si eran manchúes o japoneses, los educamos cordialmente y dejamos irse, facilitándoles incluso dinero para el viaje.
Como resultado de este procedimiento ocurrió que un soldado del ejército títere manchú cayera en nuestras manos no menos de siete veces. Si en tono de broma le decíamos: “Oye amigo, ¿otra vez aquí?”, él sonreía y contestaba: “Para entregar el fusil al ejército revolucionario”.
Cuando operábamos en Manchuria del Este, logramos atraer a nuestro lado a un jefe de compañía del batallón de Wen, estacionado en Luozigou, distrito de Wangqing, y a otros numerosos oficiales con cargo superior al de jefe de compañía.
El “jefe de compañía Qian” que en 1934 cumplió impecablemente la operación de desintegración en la unidad de Ma Guilin, en Nanhamatang, había sido jefe de compañía en el ejército títere manchú, pero luego se convirtió en comunista bajo nuestra influencia.
También entre los soldados japoneses hubo inolvidables amigos que nos prestaron valiosa ayuda.
Una vez, durante la defensa de Xiaowangqing, O Paek Ryong que estaba registrando el campo de batalla encontró en el cadáver de un chofer del ejército agresor japonés una esquela dirigida a la guerrilla. Este chofer que escribió la carta era de origen obrero y militaba en el Partido Comunista de Japón. Nos traía en su camión 100 mil balas, pero al pie de una loma, cerca de la zona guerrillera, fue descubierto. Antes de pegarse un tiro escribió la carta y la guardó en un bolsillo.
Su espíritu revolucionario de internacionalismo proletario impresionó a la gente.
Hasta hoy día, nos emociona el recuerdo de aquel militante del Partido Comunista de Japón, quien dejando a sus seres queridos en el país cruzara el mar y venciera las escarpadas montañas para llegar a una tierra extraña, donde murió en el anonimato al pie de una loma mientras intentaba ayudarnos. Me dijeron que en Xiaowangqing le pusieron el nombre de este soldado internacionalista a una escuela primaria, pero no sé si todavía se sigue llamando así.
Con la experiencia de habernos ganado en Emu a un jefe de regimiento del ejército títere manchú efectuamos luego con habilidad una operación parecida en una localidad denominada Dapuchaihe, situada en la zona fronteriza Antu-Dunhua. Allí se estacionaba un batallón del ejército títere manchú, que se hizo tristemente célebre en la “punición” contra la guerrilla. Era una tropa cruel, con rica experiencia de combate y efectivo sistema de mando y administración. Queríamos enviar trabajadores clandestinos, pero era imposible infiltrarlos en ella. Para encontrar su talón de Aquiles nos pusimos a estudiarla integralmente. Así llegamos a saber que su comandante estaba descontento con los superiores por el bajo sueldo y como andaba necesitado de dinero negociaba opio por conducto de su ayudante. Esto constituía un poderoso factor para iniciar la operación de desintegración en aquella unidad.
Cierto día, nuestros trabajadores clandestinos tendieron una emboscada en un punto del camino y sorprendieron al ayudante cargado de opio. Se mostró muy preocupado de que el ejército revolucionario le quitara el opio de su jefe. Por aquel tiempo, este narcótico circulaba con el mismo valor que la moneda bancaria. Sin embargo, nuestros compañeros no se interesaban por cosas como la droga. Se limitaron a hacer un buen trabajo educativo y lo dejaron ir, lo que le impresionó mucho. De vuelta a la unidad informó en detalles a su comandante: la propaganda de los japoneses le había hecho creer que el ejército comunista era de “bandoleros”, pero una vez cara a cara con ellos se dio cuenta de que eran gentes decentes y civilizadas. El jefe quedó fuertemente impresionado.
Con posterioridad, por conducto de su ayudante, le enviamos mi tarjeta y una carta. Le escribimos que la guerrilla no quería pelear contra ellos, ni pensaba pedirles cuentas, aunque le perseguían y perpetraban muchos delitos; lo único que les exigía era que no perjudicaran al pueblo ni al Ejército Revolucionario Popular; y si ellos estaban dispuestos a expiar sus errores y a llevarse amistosamente con el ejército revolucionario, nos enviaran con frecuencia publicaciones como “Ejército Férreo”...
En respuesta el ayudante nos visitó con la mencionada revista y fijamos juntos el punto secreto donde él pudiera dejar las publicaciones. Desde entonces, utilizando como correo el
El comandante del batallón, muy agradecido por nuestro trato amistoso, propuso voluntariamente atender a nuestros heridos. Los introducía disimuladamente en su cuartel, les ofrecía un buen hospedaje y asistencia médica hasta que se restablecían.
Convencido de que el Ejército Revolucionario Popular pertenecía realmente al pueblo y profundizadas sus relaciones amistosas con nosotros, nos hizo llegar una carta en términos emotivos: “A los camaradas de armas que se encuentran en las montañas”.
Guiarse por la verdad y ensalzar el amor viene a ser un atributo consciente del ser humano.
Siempre subrayábamos a los camaradas que si bien los adversarios trataban de socavar nuestras filas por medio de engaños y falsedades, amenazas y chantajes, los comunistas debían conmover el corazón de ellos con la verdad y el amor.
Entre los trabajadores clandestinos que realizaron con abnegación labor política entre los enemigos, teniéndolo presente a toda hora, estaba una joven guerrillera llamada Im Un Ha.
“El Girasol”, pieza teatral ampliamente conocida, es la descripción artística de su lucha real.
La vi por primera vez en la primavera de 1936, en el campamento secreto de Mihunzhen.
Se analizaban entonces una serie de importantes cuestiones relacionadas con la organización de una nueva división del Ejército Revolucionario Popular de Corea y los preparativos de la fundación de la Asociación para la Restauración de la Patria. Ella estaba bastante inquieta pensando en si podría ir junto con nosotros a la región del monte Paektu.
Era una joven linda, calladita, pero de voluntad. No tenía 20 años, menuda como una adolescente.
—Mi General, ¿esta vez me llevará a mí también? ¿Me lo promete?
Cada vez que me veía no dejaba de insistir en que la aceptara en el grueso del ERPC que me acompañaba.
Tuvimos que dejarla con la misión de atender a Wei Zhengmin que estaba enfermo.
Al ver esfumarse sus esperanzas de ir a la Patria sus ojos se humedecieron.
Traté de consolarla:
—No te aflijas así. En cuanto nos establecemos en la región del monte Paektu, vendremos a buscar al camarada Wei Zhengmin para seguir atendiéndolo allá. Entonces también tú irás con él.
—Lo comprendo. No se preocupe por mí.
Quiso tranquilizarnos, pero dirigió su mirada melancólica hacia el cielo del sur.
Algunos días después partimos de Mihunzhen e hicimos alto en un lugar cerca de Xiaofuerhe, donde había 4 ó 5 casas nada más. Pero, en este remoto caserío nos sobrevino una desgracia. En horas de la madrugada nos asaltaron los enemigos que venían de Dapuchaihe.
Ocupamos rápidamente una posición favorable, desde donde abrimos fuego, pero los compañeros que acampaban aparte, en otra ladera del valle no se podían retirar. Allí estaban Wei Zhengmin, el jefe Li, nuevo delegado acreditado en nuestra unidad, instruido en la universidad Zhongshan de Moscú, la esposa de Cao Yafan e Im Un Ha.
Después de rechazar el ataque revisamos el campo de combate y encontramos a Wei Zhengmin escondido en el techo de una casa. Le sangraba un muslo alcanzado por una bala.
Explicó que aquel día se sintió muy mal y no podía ni sostenerse por sí solo. Im Un Ha logró esconderlo a duras penas en el techo y ella cayó en manos del enemigo al ser alcanzada por una bala en una pierna cuando se retiraba hacia el bosque.
Murieron Li y la esposa de Cao Yafan.
Condujeron a Im Un Ha al cuartel de una compañía del ejército títere manchú, cerca de Dapuchaihe, y allí la pusieron a lavar y cocinar. El asesor japonés la sometió a duras torturas para sacarle secretos, pero como esto no daba resultado cambió la táctica: ponerla a realizar diversos quehaceres y en este curso hacerla abrir la boca.
Aunque se quedó sola en medio de los enemigos, Im Un Ha pensó qué podría hacer en beneficio de la revolución y finalmente se trazó un atrevido plan para atraer a su lado a toda la compañía.
Como primer paso decidió conmover con sus bellas canciones el corazón de los hombres embrutecidos por la penosa vida de soldado. Para tener ocasiones de acercarse a ellos puso la tendedera exprofeso en el patio del cuartel y con frecuencia trajinó por allí canturreando tristes melodías que provocaban nostalgia.
Teníamos una buena canción para el trabajo político entre los enemigos. Habíamos cambiado la letra original de una antigua melodía triste que cantaban las esposas ante las tumbas de sus maridos muertos en la construcción de la Gran Muralla, por una de contenido revolucionario.
Im Un Ha la interpretaba sólo donde estaban los soldados y para los oficiales escogió otras corrientes.
Los soldados de aquella compañía habían pertenecido al Ejército de salvación nacional, pero por rejuego de altos jefes, pasaron al títere manchú, razón por la cual guardaban un fuerte sentimiento antijaponés.
Las bellas y melodiosas canciones de la muchacha cautivaron el alma de los soldados. Cuando oían sus letras llenas de melancolía también los oficiales se quedaban ensimismados con la mirada perdida en el infinito cielo.
Con la noticia de que la prisionera era una buena cantante hubo soldados que venían expresamente y le rogaban: “Señorita guerrillera, cántenos algo”. Entonces ella sonreía y aceptaba: “Podría cantarles cien veces, pues esto no me cuesta nada”. Y de su boca salían tristes melodías, las cuales expresaban el rencor de los chinos oprimidos por los japoneses hasta sangrar y morir:
Si antaño,
por la Gran Muralla, el trabajo forzado
el campo cubría de tumbas de chinos,
las bayonetas japonesas hoy
cavan nuestras tumbas.
Avancemos, alcémonos
para vengarnos...
Sin poderse contener, en los ojos de la joven aparecían lágrimas y hasta los corpulentos soldados lloraban.
Además, Im Un Ha cosía para ellos y les guardaba comidas que les gustaban. Así nacían cálidos sentimientos que los acercaban. Algunos soldados muy jóvenes la querían como si fuera su hermana mayor. De niños quedaron huérfanos y vivieron como pordioseros. Se metieron en el ejército para tener qué comer.
Im Un Ha los atendió cariñosamente a estos pobrecitos jóvenes. Y para éstos que tenían una gran sed de calor humano representaba un ser tan preciado como una hermana mayor o la madre carnal.
Un día, tres de estos jóvenes soldados fueron a verla y le propusieron hacerse hermanos espirituales: “Tú, Un Ha, serás nuestra hermana mayor. Nosotros para ti, tus hermanos menores, estamos dispuestos a entregar incluso la vida.”
Su juramento era solemne y ardoroso.
Por supuesto, ella aceptó la propuesta: “Su hermana tampoco escatimará su vida si es para sus hermanitos”, y estrechó sus manos.
Tomándolos por núcleo extendió el número de hermanos espirituales y de modo paulatino los integró en la asociación antijaponesa. Mientras, como parte de la acción prevista, trató de acercarse al jefe de compañía. Este también procedía del Ejército de salvación nacional y todo el tiempo estaba descontento por la arbitrariedad del instructor japonés.
Percatándose del estado anímico del oficial, Im Un Ha fue a verlo y le habló con lujo de detalles de varios militares manchúes que habían pasado al lado de la guerrilla y de su digna vida en ella. Después se atrevió a proponerle:
—Usted también, señor comandante, puede tomar ese camino junto con sus subalternos.
La inesperada propuesta de la joven dejó al oficial, de momento, aturdido.
—¿Hasta cuándo van a tolerar que los traten como bestias? Ayer el instructor japonés pegó a Wang, su soldado más amado, hasta dejarlo casi muerto, pero usted no pudo decir nada.
El oficial temblaba de indignación y la joven prosiguió:
—Pase a la guerrilla. Yo le ayudaré. Sus subalternos son todos mis hermanos espirituales y militan en la asociación antijaponesa.
El militar miró con admiración los ojos fulgurantes de la muchacha. ¡Qué acción formidable ha realizado esta menuda joven guerrillera! Se sintió fuertemente impresionado ante la realidad de un corazón excesivamente grande en comparación con un cuerpo frágil, menudo.
—Me avergüenzo llamarme hombre.
Y se alejó con brusquedad, como si huyera.
Al día siguiente, los soldados que estaban bajo la influencia de Im Un Ha protestaron colectivamente por la paga de seis meses que los debían. El instructor japonés volvió a pegar y recriminar groseramente al delegado de los amotinados.
La joven consideró que había llegado el momento crucial, y adelantándose ante los soldados les exhortó a rebelarse:
“Mis hermanitos, mis queridos hermanos:
“Ajusticien al grosero instructor japonés.
“Abandonen esta bochornosa vida de títere militar y vengan conmigo a la guerrilla antijaponesa.”
Los amotinados ajusticiaron al instructor japonés y con rapidez formaron y se pusieron en marcha hacia la guerrilla. Se llevaron tres ametralladoras checas, 19 fusiles, una pistola y más de 4 7OO balas.
En la historia habrá pocos casos como el de esta joven, de menos de 20 años, que logró atraer toda una compañía enemiga al lado de la guerrilla. Hasta en unos documentos secretos del imperialismo japonés está registrado como un caso admirable e inaudito el amotinamiento de una compañía del ejército títere manchú, promovido por una joven guerrillera.
Im Un Ha fue una flor de la guerrilla, una hija de Corea, de corazón audaz, que cumpliendo nuestro propósito guió por un camino justo a los militares títeres manchúes gracias a haberlos tratado con la sinceridad, el amor y la magnanimidad de comunista.
A partir de la segunda parte de la década del 30 se intensificó nuestro trabajo político entre los enemigos. Como resultado, la red de las organizaciones revolucionarias se extendió incluso a las tropas Jingan, consideradas muy reaccionarias. Los cuerpos de autodefensa y la policía títere manchú eran controlados en muchos lugares por esas organizaciones. Así se explica por qué durante las operaciones antijaponesas para la restauración de la Patria casi todas las unidades del ejército títere manchú pelearon contra el imperialismo japonés o quedaron desarticuladas.
El bochornoso destino del ejército japonés agresor y el títere manchú, fuerzas armadas de la injusticia, no podía ser otro; era el resultado legítimo del proceso histórico.
Inevitablemente el ser humano se inclinará hacia el lado de la justicia y la verdad, ora directamente, ora dando rodeos, si no hoy, mañana.
Hasta ahora no he sabido nada de lo que pasó después con el jefe de regimiento del ejército títere manchú que conocí en Emu.
Pero no dudo que él, su esposa y sus descendientes, si están vivos en alguna parte, trabajen con abnegación para el bien de su patria, la nación china.
3. A orillas del lago Jingbohu
En el borde sur del Jingbohu, el lugar más famoso y pintoresco de Manchuria, se encuentra una pequeña aldea llamada Nanhutou, que significa precisamente poblado al sur del lago. El ubicado al norte se llama Beihutou. Subiendo unas decenas de ríes a lo largo del río Xiaojiaqihe que desemboca en el lago, se hallaban un profundo valle y dos cabañas viejas en la ladera de una de sus montañas. Una de ellas fue sede de la reunión que celebramos en febrero de 1936.
Oí decir que ahora está cubierta por árboles y yerbas y ni siquiera se puede reconocer el lugar; pero hace 50 ó 60 años, existían frente a la casucha dos altos árboles: un abedul y un pino piñonero, que servían como punto de referencia para los que venían a participar en la reunión. Precisamente en ella, denominada por nuestros historiadores “cabaña del Xiaojiaqihe”, comenzó la segunda etapa de nuestra historia de la década del 30.
Después de terminada la segunda expedición al Norte de Manchuria nos dirigimos a ese paraje, a mediados de febrero de 1936. Había pasado Ripchun(Uno de los 24 días que determinan los cambios del clima según el calendario lunar, que se alternan con intervalo de 15 ó 16 días. —N. del Tr.) y se aproximaba Usu(Otro de esos días —N. del Tr.). Por el ciclo de las estaciones, debía empezar ya la primavera, pero el rigor del frío de Manchuria del Norte no amainaba, al contrario, seguía azotándonos con su enfurecido viento continental. Por tal motivo, mientras en los bosques del Xiaojiaqihe robles y paktal crujían al partirse de vez en cuando, en el lago Jingbohu se producía un estrépito al quebrarse la capa de
Habían pasado cuatro años desde el primer disparo de la guerra antijaponesa.
Nuestras propias fuerzas de la revolución habían crecido mucho, tanto en lo militar como en lo político, y era halagüeña la perspectiva de la lucha. Evidentemente, la revolución antijaponesa, tras reveses y vicisitudes, avanzaba con ímpetu hacia una nueva etapa.
Sin tregua siquiera para reponernos del cansancio acumulado en la reciente expedición, apresurábamos el paso hacia Nanhutou, punto acordado internamente con Wei Zhengmin para el nuevo encuentro. Mi mente estaba atiborrada de ideas entrecruzadas y confusas sobre el futuro de la revolución.
En todo el tiempo de la expedición a Manchuria del Norte y en mi estancia en Xiaojiaqihe esperaba con ansia a la misión que hacía medio año había partido a Moscú.
El asunto principal que Wei Zhengmin debía presentar a la Internacional según el acuerdo de la Conferencia de Yaoyinggou, era, en apariencia, el pertinente a la “Minsaengdan”, que costó la vida a miles de comunistas coreanos en Manchuria del Este, pero en esencia, se puede afirmar que atañía al carácter independiente de la revolución coreana. O sea, se decidiría si nuestra lucha bajo la consigna de la revolución coreana era justa o no, legítima o ilegítima y si contradecido o no con el principio de un país y un partido de la Internacional. De acuerdo con las concepciones actuales, era justo y claro como la luz del día, mas, en aquel tiempo, cuando existía la Internacional y se consideraba inviolable el principio de un país y un partido, constituía un problema tan serio y complicado que no se podía determinar con facilidad qué opinión era la correcta y cuál no. Significaba igualmente una cuestión importante que decidiría si quedábamos con vida o sucumbíamos.
Resultaba temible el argumento que habían presentado blandiendo el principio de un país y un partido: calificaban de acto traidor, impropio de comunistas, y de actitud sectarista, ajena al partido, que sostuviéramos la consigna de la revolución coreana.
Decían: el comunista es internacionalista, ¿cómo ustedes, llevándose por el estrecho ideal nacionalista, pueden estar obsesionados con su nación donde no existe un partido, sin pensar en abnegarse por la revolución del país en cuyo partido están integrados?; su posición es igual a la de los revisionistas que levantaron el lema de “defensa de la patria” en el período de la II Internacional; tempranamente, Lenin denunció y catalogó a los partidarios de la “defensa de la patria” como traidores y enemigos del socialismo y el comunismo; si ustedes, los comunistas coreanos, no dejan de pronunciarse por la revolución coreana, serán calificados de traidores y enemigos del socialismo, así que no actúen con ligereza.
Desde luego, este asunto no me preocupaba mucho, y hasta cierto punto podía deducir a grandes rasgos la respuesta que traería Wei Zhengmin. Porque era justa nuestra propuesta y éste tenía suficiente comprensión y conocimiento de la materia. No dudaba que los de la Internacional responderían positivamente a nuestra apelación sobre el problema fundamental de la revolución coreana.
Mi convicción de que la Internacional, manteniéndose al lado de la verdad, resolvería cabalmente nuestras inquietudes, se apoyaba en la invariable confianza de que los asuntos presentados a Moscú por conducto de Wei Zhengmin se ajustaban a los principios y los intereses de la revolución, pero estaba relacionada también, en considerable medida, con la situación de entonces cuando ella buscaba una nueva línea.
En 1919, cuando Lenin la organizó, el Partido Comunista de Rusia era el único de la clase obrera en el poder. La izquierda revolucionaria, que se había separado del partido social demócrata revisionista de la II Internacional, organizaba partidos comunistas, mas éstos eran muy débiles orgánica e ideológicamente, y no tenían capacidad para llevar a cabo con sus propias fuerzas la revolución de sus respectivas naciones.
Si bien la lucha por romper las cadenas del capital y establecer repúblicas soviéticas después del triunfo de la revolución socialista en Rusia se desplegaba con ímpetu a escala mundial como una corriente de la época, ella se interrumpió sin los resultados deseados. A pesar de la favorable situación ofrecida por la aparición del primer país socialista en la historia, en otros países las fuerzas revolucionarias internas no estaban perfectamente preparadas como para prevalecer sobre los enemigos y alcanzar la victoria definitiva.
Tal estado de cosas planteaba a los comunistas de todo el mundo la importante tarea de reorganizar y aglutinar su movimiento internacional con la joven Rusia y su partido como eje, y exigía implantar el principio del centralismo democrático en la estructura orgánica y el método de actuación de la Internacional y subordinar estrictamente a este centro el partido y el movimiento revolucionario de cada país.
Aceptar de modo dogmático esta exigencia hizo que entre algunos se manifestara la tendencia servil a seguir sin miramientos los vientos de Moscú, en detrimento de los objetivos de la revolución y los intereses de sus países respectivos, lo que causó mucho daño a los movimientos revolucionarios.
Pese a todo, bajo la dirección unificada de la Internacional éstos experimentaban avances y crecían también las fuerzas revolucionarias en cada país, donde los comunistas aparecían ya como capaces de llevar a cabo su revolución de manera independiente.
Desde principios de los años 20 en los países coloniales y semicoloniales de Asia se fundaron, uno tras otros, los partidos comunistas, y bajo su guía se desarrollaba a ritmo acelerado la lucha de liberación nacional. En este proceso muchos partidos llegaron a tener voz y demandaron con insistencia decidir de manera independiente su línea. De hecho, era difícil que la Internacional, tomando el timón de la revolución mundial, diera a tiempo, desde Moscú, prescripciones apropiadas a la situación concreta de países diseminados por diferentes continentes, y coordinara y dirigiera la lucha revolucionaria de ellos conforme a los miles de cambios de las circunstancias y condiciones. Como estaba constituida a manera de alianza de personalidades de diversos países, tenía determinadas limitaciones en la elaboración y transmisión de la política y los lineamientos.
El movimiento comunista internacional llegó a tener conciencia de que en la agrupación de las fuerzas revolucionarias y el desarrollo de la lucha a escala mundial era indispensable cambiar paulatinamente su estructura orgánica y sus métodos de dirección.
La imposibilidad de exportar o importar la revolución y la inminencia de aglutinar las fuerzas revolucionarias de cada país hacían sentir a los comunistas la imperiosa necesidad de establecer sus propios criterios en la elaboración y ejecución de los lineamientos y mantener la independencia de su partido. Este cambio de la situación constituía una importante garantía para que la Internacional reconociera el carácter autónomo de la revolución coreana.
Wei Zhengmin fue a la Unión Soviética, pasando por Hunchun, en el verano de 1935, pero me prometió que regresaría por
Antes y después de aquel tiempo en que apretábamos el paso en dirección a Nanhutou, en el mundo crecía el peligro del fascismo.
La guerra civil en España empezó a convertirse en una conflagración de carácter internacional a causa de la abierta intervención armada de los fascistas.
En el Oriente el archipiélago japonés se convertía en un nuevo foco de guerra. Su militarización se impulsaba a ritmo acelerado. Desde esas islas, donde a raíz del “incidente del 15 de mayo” de 1932 se constituyó el gabinete de Saito, que puso fin a la época de los gobiernos de partidos políticos y dio inicio a la de los militares, se lanzaban sin reparos, hacia el mundo entero febriles conceptos como “la guerra es padre de la creación, y madre de la cultura”.
La tendencia a la fascistización en Japón llegó a su clímax con el “incidente del 26 de febrero” de 1936, poco antes de la Conferencia de Nanhutou, lo que abrió camino a la crítica situación en la que iba a hacerse realidad, por fin, la propuesta de los jóvenes oficiales para la agresión al exterior.
Los jóvenes oficiales en rebelión y más de mil sargentos y soldados asaltaron las residencias del premier y otros varios titulares del gobierno; mataron o hirieron gravemente a los ministros del interior y de finanzas, al inspector general de la instrucción del ejército, al jefe de servidores palaciegos y a otras importantes figuras y ocuparon los edificios de la policía capitalina y del ministerio de las fuerzas de tierra, la sede del Estado Mayor, y la residencia del ministro de fuerzas de tierra, tomando así en su poder el “corazón de la política de Japón”.
Aunque la rebelión, que había lanzado la consigna de “respetar al emperador y eliminar a los infieles”, fue aplastada a los cuatro días y se normalizó la situación con el fusilamiento de los promotores, ese hecho puso sobre aviso del peligro de la superabundancia del militarismo japonés.
El “incidente del 26 de febrero”, que se considera producto del conflicto entre los círculos militares, exteriorizado por el enfrentamiento entre los adoradores del emperador y los partidarios del control militar, mostraba palpablemente el punto peligroso en que se encontraba la fascistización, el establecimiento del sistema militarista de carácter dictatorial. El movimiento de las fuerzas militaristas en el interior del país tenía implícito el peligro de convertirse en una nueva guerra o una acción militar de mayores dimensiones.
Seguíamos muy alertas el desarrollo de ese estado de cosas en Japón y, previendo sus consecuencias, revisamos la estrategia de nuestra lucha. Aunque la rebelión había fracasado hizo ver claramente con qué brutalidad intervenía el militarismo japonés en la vida política del país y cuán frenéticamente actuaba para allanar el camino de agresión al exterior. En efecto, no había pasado año y medio cuando desató la guerra contra China y empezó a lanzarse por una vía de agresión más amplia.
El fascismo en Japón aceleró también el estrangulamiento de la Corea colonial. Aquí se desató una frenética batida para exterminar lo autóctono y acabar con todos los tipos de movimientos y elementos antijaponeses.
Eran juzgados como actos antijaponeses, traidores y antiestatales el uso del idioma coreano en lugar del japonés y la ropa blanca en vez de la de colores; el no izar la bandera “hinomaru”, el no rezar a los espíritus japoneses, el no aprender de memoria el “juramento del ciudadano del imperio” o el no calzar geta(Una especie de calzado japonés hecho de madera —N. del Tr.) se controlaban con sanciones, multas, detenciones y encarcelamientos.
Los viejos patriotas que habían perdido hasta el último rasgo de conciencia en medio de la terrible tempestad del exterminio nacional optaban por la traición para salvar el pellejo, pregonando que “el coreano y el japonés tienen un mismo tronco y una misma casta” y “Japón y Corea son una misma nación”.
Se vivía una época en que desaparecía el patriotismo y prevalecía la traición nacional. Toda Corea iba sucumbiendo.
Esa horrible realidad era el más acuciante motivo para trasladarnos al monte Paektu y demostrar con hechos que Corea estaba viva y luchaba, e infaliblemente volvería a erguirse.
Como se ve, antes y después de la Conferencia de Nanhutou se registraban impactantes cambios dentro y fuera de nuestras fronteras.
Ciertamente, los citados sucesos internacionales nos abrumaban sobremanera, sin embargo, no nos sentíamos deprimidos. Estábamos convencidos de que si lográbamos extender la lucha armada en el interior del país, podíamos derrotar al imperialismo japonés.
La marcha era penosa, y el cansancio inenarrable, pero los guerrilleros estaban muy animados, por el próximo avance hacia el Paektu. Si no recuerdo mal, fue durante la marcha hacia Nanhutou, cuando alguien contó la leyenda de la aldea Zhenzhumen, situada a orillas del lago Jingbohu, y discutimos su moraleja. El contenido de ella es muy interesante.
En Zhenzhumen vivía un hombre pobre con una hija de casi 20 primaveras, tan bella como pocas en el país. Todos los jóvenes de la aldea y de otras cercanas querían casarse con la muchacha.
Su padre poseía tal clarividencia que podía adivinar lo que se encontraba a miles de metros de profundidad bajo el agua. Una vez le dijo a la hija: “Hace unos días, mientras pescaba con la caña, divisé un espejo de oro en el lecho del lago, a mucha profundidad. Para sacarlo es indispensable matar a un monstruo con tres cabezas, y para llevar a cabo esta gran empresa, necesito contar con un ayudante muy valeroso, de muchos hígados. Me caliento la cabeza para localizar a tal hombre”.
La joven, muy fiel al padre, le propuso:
—Me casaré con el muchacho que junto contigo logre sacar ese espejo de oro.
La iniciativa fue aceptada. El padre la hizo circular en la aldea y otras cercanas. No tardaron en aparecer en Zhenzhumen numerosos pretendientes. Sin embargo, al escuchar la explicación del padre sobre el plan de rescate, nadie se atrevía a ser su ayudante.
Al fin se ofreció un joven de apellido Yang. Padre e hija, inmediatamente lo aceptaron con gusto. Prometieron recibirlo como yerno y marido, con tal de que los ayudara a sacar el espejo de oro.
Un buen día, sin un jirón de nube en el cielo, el padre salió al lago junto con el muchacho. A bordo del bote, el viejo entregó al pretendiente tres sables, uno largo, otro mediano y otro corto, y le advirtió: “La primera vez que yo emerja, me entregarás el sable más corto, la segunda, el mediano, y la última, el largo. Ten presente que debes hacerlo con un movimiento tan rápido como un relámpago. No debes coger miedo. Si retrocedes atemorizado cuando aún no hayamos sacado el espejo de oro, perderemos la vida los dos juntos”.
“Pierda cuidado, padre”, dijo el muchacho para tranquilizar al viejo, quien se tiró al agua.
El joven miraba el agua desde la embarcación y la muchacha lo observaba desde la orilla. Rato después emergió de súbito el pálido rostro del anciano. Según lo acordado, el muchacho le entregó con presteza el sable más corto. El padre volvió a desaparecer bajo el agua. A partir de ahí, el lago empezó a sacudirse desde el fondo. El anciano reapareció en la superficie con una de las cabezas del monstruo, del tamaño de la de un hombre, y desapareció esta vez con otro sable. No tardó en levantarse el oleaje, y poco faltó para que el bote zozobrara por el embate.
Ahora afloró el viejo todo manchado de sangre con otra cabeza del monstruo, del tamaño de la de un caballo, y se sumergió de nuevo en las embravecidas aguas con el tercer sable. El cielo tronaba, al lago lo sacudían furiosos oleajes. El bote se balanceaba de modo tan peligroso, que daba la impresión que se iba a pique. Ante esa terrible escena la muchacha sintió que se le iba a secar el hígado y parar el corazón.
El joven, trastornado, comenzó a remar con toda fuerza hacia la orilla, faltando al compromiso con el anciano y desistiendo de su aspiración por la muchacha que lo observaba. Esta, muy indignada, lo llenó de improperios, dando patadas en el suelo; subió al bote y logró convencer al joven de que virara la proa hacia el centro del lago y juntos buscaron al padre. Amainaron el viento y el oleaje, mas no apareció la figura del anciano. Los jóvenes lo llamaban con ansias, aunando sus voces, pero el padre, convertido ya en un alma en pena del lago, no respondía.
La muchacha, llorando, reprendió al joven por haber abandonado el compromiso. Las dos siluetas en una disputa interminable desaparecieron en medio de la bruma.
A grandes rasgos esa era la leyenda aunque se contaba con algunas diferencias en Emu, Ningan y en otras regiones. A mi juicio, el nombre del lago Jingbohu se originó también de esta leyenda de Zhenzhumen. Ella nos hizo meditar dos cosas: la obligación moral y el espíritu de sacrificio. Mis compañeros tacharon al muchacho de cobarde sin sentido de obligación moral. La narración dejó una larga estela. Cada vez que en nuestras filas aparecía un cobarde, los guerrilleros lo censuraban llamándolo “señorito Yang del Jingbohu”.
Antes de partir hacia el monte Paektu decidí dar una reunión en Xiaojiaqihe con los cuadros políticos y militares del Ejército Revolucionario Popular de Corea para discutir y decidir cómo solucionar las históricas tareas que nos planteaba el destino de la Patria, de la nación, que se encontraba ante el dilema de vida o muerte. A mediados de febrero, un atardecer, cuando estaba por terminar el proyecto del informe para la reunión y mientras esperaba a los misioneros que habían ido a Moscú, se abrió la puerta sin llamadas previas, y de buenas a primeras apareció Wei Zhengmin.
Se mostraba muy apenado disculpándose por la tardanza con respecto a lo acordado a causa de haber sido internado durante varios meses para atender su salud. No obstante era aplaudible que volviera a Manchuria restablecido. Quizá el viento de Moscú le había devuelto la salud, pensaba. Sin intercambiar palabras sobre el trabajo, su aspecto y ademanes reposados me hicieron creer que su viaje había dado buenos resultados.
No fue fácil el camino de retorno. Pasando por
Wei Zhengmin bromeó diciendo que el precio de su vida no era de decenas de miles de yuanes como creía, sino de apenas 50.
Para mi extrañeza, quiso que nos diéramos otro apretón de manos:
—Volvamos a estrecharnos las manos, camarada Kim Il Sung.
—Hace un rato lo hicimos, ¿y ahora, para qué?
—Para felicitarle. Este apretón de manos es significativo. Alégrese, camarada Kim Il Sung, la Internacional analizó con seriedad su apelación y llegó a la conclusión de que en todos los asuntos tenía razón, y aprobó importantes directivas en su apoyo. Todo se resolvió según el deseo de los comunistas coreanos.
Sentí que, sin querer, se me humedecían los ojos, y abracé fuertemente al enviado.
—¿Es cierto?
—Sí, la Internacional consideró que el comité del partido en Manchuria del Este cometió graves errores izquierdistas en algunas actividades, sobre todo, en la lucha “antiminsaengdan”. Sus responsables y los integrantes de la representación del Partido Comunista de China comparten esa opinión. Lo más importante es que reconoció que realizar la revolución coreana bajo su propia responsabilidad es un sagrado e inalienable derecho de los comunistas coreanos, y la respalda. Determinó que se estableciera bien clara la responsabilidad, por separado, de los comunistas chinos y la de los coreanos: los chinos se encargarán de la revolución china, y los coreanos de la coreana.
Wei Zhengmin se detuvo, no podía continuar.
Me di cuenta que evocaba con amargura lo pasado, con profundo cargo de conciencia. ¿Recordará nuestro violento debate en que con el rostro encendido y en alta voz tratábamos de demostrar cada uno la justedad de su argumento? ¡Cuán serios problemas discutimos en las reuniones de Dahuangwai y Yaoyinggou, mientras fuera de la sede...!
Sin embargo, como resultado de su viaje a Moscú quedaban resueltos esos complicados asuntos de acuerdo con nuestro deseo y voluntad.
Hay datos que señalan que Wei Zhengmin partió de Hunchun, junto a diez cuadros locales del partido y de la juventud comunista no para participar en la VII Conferencia de la Internacional, sino para realizar estudios, y su misión principal era informar del problema de la “Minsaengdan” a la representación del partido chino acreditada en la Internacional. Existen otras informaciones, pero tampoco se ajustan a la realidad. En el archivo de la Comintern todavía se conserva un fidedigno testimonio de su presencia en la Conferencia.
Wei Zhengmin contó que en Moscú había ofrecido un informe detallado sobre la lucha guerrillera en Manchuria. Ese documento se conoce como “Información de Feng Kang”. Actuó en Moscú con este seudónimo además de su propio nombre.
Los materiales sobre el proceso ultraizquierdista de la lucha “antiminsaengdan” recogen opiniones contradictorias. Algunos sostienen que su responsabilidad recaía principalmente sobre Wei Zhengmin, mientras otros afirman que esa desviación comenzó a rectificarse desde que él fue designado secretario del comité especial del partido en Manchuria del Este.
Yo no consideraba que toda la responsabilidad de las perniciosas consecuencias de la lucha “antiminsaengdan” recaía en Wei Zhengmin.
Hablando francamente, es cierto que cuando en el invierno de 1934 llegó a Manchuria del Este como inspector del comité provincial del partido, si bien era secretario del comité urbano de partido de
En el informe que rindió sobre mí a la Internacional, parece que trató de ser justo:
“Kim Il Sung es un coreano valiente y activo. Habla con soltura el chino. Es un guerrillero. Muchos lo acusan de ‘minsaengdan’. Le gusta hablar con los combatientes y se gana su confianza y respeto. También confían en él y le respetan las tropas chinas de salvación nacional.”
Fuera lo que fuese, a pesar de tales o cuales errores que cometiera al principio, es justo apreciar que hizo grandes aportes para rectificar la desviación ultraizquierdista en la “depuración”, toda vez que en Moscú influyó en las decisiones de la Internacional respecto al problema de la “Minsaengdan”. También en la reunión de Dahuangwai había expresado su comprensión de mi posición en cuanto a la misma cuestión.
Le quedábamos agradecidos porque, sobreponiéndose al concepto nacional, informó correctamente a la Comintern de la situación de Manchuria del Este y lo resolvió todo a favor nuestro.
—Gracias. Estamos agradecidos a la Internacional, y con mayor razón, a usted que, pese a estar enfermo, fue a Moscú y trabajó mucho para nosotros. No lo olvidaré —le manifesté sinceramente mi gratitud.
Wei Zhengmin, confuso, expresó que no merecía ese reconocimiento.
—Nosotros, los comunistas chinos del comité especial del partido en Manchuria del Este y de los organismos bajo su jurisdicción, tratamos con estrecha visión los problemas en la lucha contra la “Minsaengdan” y cometimos graves errores al decidir de manera extremista el destino de las personas. En realidad, sufrieron muchos comunistas y revolucionarios coreanos inocentes. Siento una gran responsabilidad por no haberse hecho con justicia la lucha contra la “Minsaengdan”. Eso fue también seriamente criticado en la Internacional.
Consideré estas palabras como una autocrítica sincera.
—Mire, Lao Wei, los comunistas son seres humanos, pueden caer en errores. Encuentro la causa principal de la complicación en lo de la “Minsaengdan” en las conjuras japonesas para sembrar cizaña entre las naciones.
—Tiene razón. A fin de cuentas, durante un tiempo fuimos víctimas de la estratagema enemiga y nos combatíamos nosotros mismos...
—En los primeros días de mi llegada a Manchuria del Este —prosiguió tratando de sonreir—, alguien me insinuó que los coreanos sostenían que el territorio de Jiandao les pertenecía y planeaban ocuparlo, que estuviera bien alerta porque tratarían de apoderarse de él bajo la protección de los japoneses. Y yo, hasta cierto punto, creí en esas palabras.
En aquel momento, la expresión de su rostro me inspiró compasión.
—Lao Wei, ahora que todo se ha resuelto con satisfacción, no recordemos más lo pasado. Cuando lo despedí al partir a la Internacional, tenía la cabeza muy cargada, pero confiaba en su sinceridad porque aceptó con franqueza nuestra propuesta y afirmó que la transmitiría con responsabilidad a esa organización.
—Gracias, estaba convencido de que usted pensaba así.
La Internacional aclaró que no era un error que los comunistas coreanos levantaran la consigna de la revolución coreana, sino su sagrada tarea que ella misma debió impartirles y derecho inalienable que ni bajo el principio de un país y un partido se les podía arrebatar.
Nos sentíamos con una libertad tan infinita como la que puede sentir un pájaro al que se le abre la jaula. Era como si nos salieran alas. A la revolución coreana se le abría la perspectiva de avanzar con rapidez.
Wei Zhengmin explicó además los detalles del proceso de la VII Conferencia de la Internacional.
Ante esta organización se presentaba la apremiante tarea de desarrollar con energía la lucha contra el fascismo a escala mundial.
El fascismo, nacido y convertido en un sistema con Italia y Alemania como centro después de la Primera Guerra Mundial, producía cambios políticos fatales e inquietantes en muchos países europeos y hacía que sobre la humanidad flotaran los nubarrones de otra conflagración. Iniciado con el “Partido Fascista Nacional” fundado por Mussolini, en Italia, fue llevado a su cúspide por Hitler y su partido nazi, en Alemania.
Fomentaba un exclusivismo nacional extremista, que serviría de causa para una nueva guerra mundial provocada por Alemania. La extremada psicosis anticomunista que llevaba implícita, unida al antisemitismo, llegó a ser la más aviesa y perniciosa de las corrientes ideológicas reaccionarias de todos los tiempos en el Oriente y Occidente. En la vida política de Alemania y otros países el fascismo no tardó en aparecer como una fuerza nada desdeñable.
Los grandes burgueses alemanes consideraban que sólo con un puño fuerte de un dictador fascista como Hitler sería posible vencer todas las crisis que sufría su país, aplastar el comunismo y promover la prosperidad de ese Reich.
Como primera tarea después de tomar el poder, el nazismo de Hitler se dio a la intriga contra el Partido Comunista de Alemania. El tristemente famoso incendio de la sede del Reichstag, que dejó muy alarmado al mundo, fue una farsa ejecutada de acuerdo con el guión de esa intriga.
El objetivo político que perseguían Hitler y Goering con ese suceso no alcanzó su fin, para ignominia de ambos. Pese a que lograron ilegalizar al Partido Comunista y paralizar el parlamento, quedó al desnudo la naturaleza del fascismo, el más reaccionario y abierto sistema político burgués.
El fascismo de Alemania fue estigmatizado como provocador, dictador e incendiario de la guerra.
Su fortalecimiento alertó a la humanidad progresista.
Ante la aparición de esa corriente política y el peligro de otra nueva guerra, la Internacional trazó la estrategia para prevenir la división de los partidos comunistas y los socialistas y dar la cara de consuno al fascismo. En el mundo comenzó a hacerse fuerte el movimiento por un frente popular antifascista.
En las naciones oprimidas del Oriente y los Estados coloniales el movimiento adquirió la forma de frente unido nacional antimperialista destinado a aunar las fuerzas nacionales en contra de la agresión imperialista.
Con este objetivo estratégico la VII Conferencia orientó a los partidos comunistas aglutinar las fuerzas antifascistas y antimperialistas.
Con un sentimiento de respeto y admiración por Dimitrov, Wei Zhengmin habló de la profunda impresión que le causó su informe en el que destacó la necesidad de desarrollar con pujanza, a escala mundial, la lucha contra el imperialismo y el fascismo.
Considerábamos gigante de la época a Dimitrov, protagonista del juicio de Leipzig, al que dirigían la atención el mundo y la intelectualidad progresista. Su llamamiento a luchar con tesón contra el fascismo se apoderó con gran fuerza del corazón de la gente progresista.
La presencia del búlgaro Dimitrov a la cabeza de la Internacional en sustitución de los soviéticos Dinoviyev, Bujarin y Manuilski, constituía un símbolo fiel de la situación del movimiento comunista internacional que entraba en una nueva etapa de desarrollo, un ejemplo que anunciaba que ella estrenaba una época en que sus funciones se realizarían sobre la base de las actividades de los partidos comunistas independientes. Podemos considerar que en su resolución la Vll Conferencia dio amplio margen para que los partidos actuaran con independencia en reflejo de la referida exigencia de la época.
Resultó verdaderamente venturoso que la Conferencia reconociera plenamente el derecho y la responsabilidad de los comunistas coreanos de hacer su revolución.
La explicación de Wei Zhengmin afianzó mi convicción en lo justo de nuestra causa y lo cierto de nuestra línea. Me entregó un ejemplar de La Internacional Comunista, órgano de la Internacional, donde aparecía el artículo de Yang Song titulado Sobre el frente unido antimperialista en Manchuria y un mensaje de esta organización, con las firmas de Wang Ming y Kang Sheng, miembros de su departamento de asuntos orientales, a los dirigentes de la región de Jidong, y me dijo que en ellos se explicaba todo lo esencial de la resolución de la Internacional sobre Corea.
En este artículo, Yang Song propuso rectificar los errores de oportunismo izquierdista y establecer lo antes posible el frente unido antijaponés, sosteniendo que el Partido Comunista de China debía lanzar la consigna del frente unido de las naciones oprimidas: China, Corea, Mongolia y Manchuria. Recalcó, además, que los pueblos de China y Corea, unidos con solidez, debían dar al traste con la dominación japonesa del Estado fantoche de Manchuria, establecer la provincia autónoma de coreanos en Jiandao, y que las unidades del Ejército Revolucionario Popular de Corea luchara por la independencia de su nación, mientras desarrollaran sus actividades dentro del ejército aliado antijaponés chino-coreano. Yang Song era Wu Ping, el enviado de la Internacional con quien me encontré en la cabaña de Zhou Baozhong durante la primera expedición a Manchuria del Norte.
Esa organización no nos envió solamente un simple apoyo espiritual, un simple apoyo a nuestros lineamientos, sino también a nuestra acción al sugerirnos algunas medidas para impulsar con ímpetu la revolución coreana.
Una de ellas era reorganizar en unidades coreanas y chinas las guerrillas antijaponesas que hasta entonces desarrollaban operaciones conjuntas.
Como núcleo del problema concerniente a la responsabilidad y el derecho de los comunistas coreanos sobre su revolución, este asunto resultaba de suma importancia para mantener el espíritu jucheano, el espíritu de independencia.
Si conforme a esa directiva formábamos unidades exclusivamente con los coreanos, sacándolos de todas las guerrillas de Manchuria, con esos efectivos podíamos enfrentar las dos divisiones japonesas estacionadas en Corea. Si librábamos combates a sangre y fuego con el espíritu de aniquilar cada uno a diez enemigos, los jóvenes no permanecerían con los brazos cruzados. Con ellos se habría cambiado la situación y logrado con mucha antelación la restauración de la Patria.
No obstante, como comunistas no podíamos renunciar a la obligación moral, fraternal y camaraderil después de varios años en la misma trinchera resistiendo al enemigo común. Si porque nos convenía, sacábamos a todos los guerrilleros de nacionalidad coreana, se disolvía el segundo cuerpo, cuyos efectivos eran coreanos en un 90 por ciento.
En otras formaciones los chinos ocupaban la mayor proporción, pero en su mayoría procedían de las tropas antijaponesas y habían pocos comunistas. Y en todas las unidades la mayor parte de los integrantes de la jefatura eran coreanos. Coreanos, igualmente, constituían sus fuerzas medulares. Dada la situación, si hubiéramos separado a los coreanos de los chinos, habría sido difícil, por un tiempo, mantener los destacamentos de las Fuerzas unidas antijaponesas.
Desde mediados de la década de l930 los comunistas coreanos desplegaban con éxito la Lucha Armada Antijaponesa junto con los chinos al organizar y librar combates conjuntos bajo la bandera antimanchú y antijaponesa después de haber formado las Fuerzas unidas antijaponesas. En la nueva etapa, aunque el Ejército Revolucionario Popular de Corea avanzara a la zona fronteriza y se ocupara principalmente de la revolución coreana, era impermisible debilitar la lucha común con las unidades armadas antijaponesas del pueblo chino.
Tampoco se ajustaba a la tendencia de la época ni a la moral dividir las unidades en coreanas y chinas, cuando en España y otros países las fuerzas progresistas estaban combatiendo juntas en apoyo del Frente Popular, contra las fascistas aliadas.
Además, si procedíamos de esa manera, se aflojarían el apoyo y ayuda que nos daban los habitantes chinos, ya que luchábamos en su territorio.
Lo que exigíamos no era la división, sino la independencia. Demandábamos que se nos reconociera y respetara el derecho para llevar a cabo la revolución coreana sin limitaciones, restricciones ni impedimentos, y no la separación de las fuerzas.
Desde luego, eso lo conocían muy bien Wei Zhengmin y otros camaradas chinos. Sin embargo, me parecía que él consideraba esa división como el mayor regalo que me traía de Moscú. Preguntó repetidamente qué me parecía si elaboráramos el plan para separar las unidades a tenor de la voluntad de la Internacional.
—Camarada Wei Zhengmin, comprendo suficientemente lo que ronda por su mente. Pero soy de la opinión de que no debamos enfocar el asunto sólo desde un ángulo. Somos comunistas, por eso debemos tratarlo todo desde el punto de vista de los principios de la revolución y los intereses de clase. Al pronunciarnos por nuestra revolución no perseguimos con mezquindad los intereses nacionales. Estimamos que los intereses nacionales de la revolución deben ir siempre ligados con los internacionales y estos no deben estar en contradicción con aquellos. Desde esa óptica, no puedo menos que reflexionar para decidir qué es más provechoso: mantener o dividir, en atención a la nacionalidad, las unidades antijaponesas de Corea y China, esas filas armadas unificadas que llevan varios años peleando en una misma trinchera. A mi parecer, se plantea esta opción en consideración a los comunistas coreanos, pero nosotros no analizamos el problema de modo formal. En realidad, si bien estamos combatiendo junto con los comunistas chinos, actuamos en lo interno como Ejército Revolucionario Popular de Corea. En tales condiciones no creo necesario imponernos la división formal.
Wei Zhengmin no podía disimular la alegría, mas me preguntó algo preocupado:
—¿Eso no significará incumplir la directiva de la Internacional? Además, desde el punto de vista moral no tenemos derecho a retener a los camaradas coreanos en las unidades de las Fuerzas unidas antijaponesas.
—De eso no se preocupe. ¿Qué le parece si manteniéndonos como aliados, nos llamamos Ejército Revolucionario Popular de Corea en el interior del país y en las aldeas de coreanos del Noreste de China, y las Fuerzas unidas antijaponesas en los poblados chinos? ¿Proceder así no significará ejecutar la indicación de la Internacional, sin dejar de ser parte del sistema aliado? ¿Qué le parece?
—Gracias, no pensaba que usted me comprendiera con tal grandeza de espíritu. Si los comunistas coreanos tratan así la cuestión, eso será un enorme apoyo a la revolución china.
—Lao Wei, —tomé su mano, sonriendo—, ¿acaso luchamos juntos sólo uno o dos años? ¿Lucharemos sólo uno o dos años para luego despedirnos? Mientras China sea nuestra vecina y escenario del triunfo del ideal comunista, nuestra amistad seguirá siendo igual.
—Gracias, camarada Kim, considero un honor luchar en una misma fila junto a camaradas coreanos como usted. En adelante quisiera ser comisario de la unidad del Comandante Kim Il Sung. Quiero ayudar a la revolución coreana unido más estrechamente con ustedes.
Nos abrazamos y nos reímos a carcajadas.
En verdad, después de nuestro encuentro en Nanhutou, cambié mi concepto sobre él. Por su parte, Wei Zhengmin se mostraba apenado por los errores del pasado. Luego de la Vll Conferencia de la Internacional modificó el sistema organizativo del partido en la región de Manchuria y ocupó el importante cargo de secretario del comité provincial en Manchuria del Sur y a la vez, comisario del destacamento de ruta No.1 de las Fuerzas unidas antijaponesas del Noreste de China. Sin embargo, pasó mucho tiempo en mi unidad, y no en las dirigidas por camaradas chinos, como si en realidad fuera comisario del Ejército Revolucionario Popular de Corea, tal como manifestara en broma. Le gustaba estar a mi lado. No es casual que en un material oficial del imperialismo japonés apareciera que Wei Zhengmin (Wei Mingsheng) era mi comisario. Efectivamente, estuvo mucho tiempo conmigo en la región de Changbai, e hizo varias visitas al campamento secreto del monte Paektu. A partir de la Conferencia de Nanhutou no se oponía casi a ningún lineamiento o propuesta que presentábamos.
En aquel tiempo la alianza de los comunistas coreanos y chinos, que había sufrido pruebas temporales a causa de la lucha “antiminsaengdan”, llegó a una nueva etapa.
Desde entonces, durante los casi diez años de lucha armada contra el imperialismo japonés en alianza con los comunistas y fuerzas armadas chinos, impulsamos por una parte la revolución coreana y, por la otra, ayudamos activamente a la china. De este modo, la historia del mutuo apoyo y solidaridad entre los comunistas coreanos y chinos se inició a principios de los años 30.
Un dirigente chino, hablando de esa amistad y apoyo fraternal, expresó que la ayuda del pueblo coreano a China es larga aunque delgada, mientras la del pueblo chino a Corea es corta pero gruesa. Considero que estas palabras resaltan sinceramente los méritos de nuestro pueblo que ayudó durante largo tiempo al hermano pueblo chino, aunque era de pequeño país.
El encuentro con Wei Zhengmin es uno de los sucesos impresionantes que permanecen imborrables en mi memoria. Todavía le guardo sentimientos de gratitud porque su viaje a Moscú representó un gran papel para quitar obstáculos a la revolución coreana.
Existe otra anécdota que hace todavía más inolvidable el encuentro con él.
Cuando estábamos preparando la reunión de cuadros militares y políticos, un día, a la hora del almuerzo, se presentó jadeante un enlace; decía que un gran tigre amenazaba nuestra vigía y pidió que le permitiera disparar. Explicó que el puesto, con muy buenas condiciones para vigilar, se encontraba sobre un barranco, debajo del cual existía una cueva de tigres, una hembra y dos cachorros; los centinelas querían mudar su puesto por temor, pero, como no encontraban otro sitio adecuado y el tigre hembra no daba indicios de dañarles, cumplían su misión mal que bien, pero desde el día anterior se comportaba con fiereza.
Pensé que para ponerse bravo ese animal debía haber algún motivo, y subí al lugar. Desde la roca se veía la enorme fiera sentada a la entrada de su cueva. Supe que nuestros guerrilleros la irritaron. Habían jugado con los cachorros que salieron para tomar sol, mas uno de ellos recibió un arañazo en la mano, y como en broma palmeó ligeramente los carrillos de los animalitos. La hembra, que había ido para traer alimentos, lo vio y comenzó a dar saltos con tremendos rugidos, hasta la mitad del barranco, en dirección de la vigía. Repitió esa acción varias veces al día.
—No se preocupen tanto. A mí me parece que hace esas cabriolas para demostrar su poderío, para que ustedes no dañen a sus críos. Es como una advertencia de que si vuelven a maltratarlos no los perdonará. No querrá entrar en combate con hombres armados, así que pueden estar tranquilos.
Ellos dejaron a un lado su plan de matar a la hembra y decidieron llevarse bien con esa terrible reina de la montaña. Como primera medida echaron barranco abajo una pierna de un corzo que cazaron. Tal suministro de alimentos continuó un tiempo más.
Rim Chun Chu decía que la compañía de C
A finales de 1935, Rim Chun Chu, respondiendo a mi llamado, partió de Wangqing rumbo a Nanhutou para unirse al destacamento expedicionario; instaló su hospital en un tugurio de Xiaogou, en el que por algún tiempo asistía a los heridos, hasta que encontraron un lugar más apropiado para el campamento secreto en una meseta de Dajiaqihe, y se mudaron. Casuchas como ese tugurio eran construidas por ermitaños, quienes entraban de joven en las montañas y vivían en la soledad, aislados del mundo, hasta alcanzar los 70 u 80 años, ocupándose en la caza, la recogida de
En el hospital de Rim Chun Chu atendían no sólo a los heridos de nuestra unidad sino también a los del quinto cuerpo. Allí murió Ryu Ran Han, jefe del estado mayor del regimiento de Wangqing.
La compañía No.3 de Wangqing al mando de C
Cada vez que evoco la Conferencia de Nanhutou, me viene a la memoria la imagen de Wei Zhengmin junto con la de esa tigresa del campamento secreto de Dajiaqihe, que sirviera de tema de charla interesante para los asistentes a la reunión.
La Conferencia de Cuadros Militares y Políticos del Ejército Revolucionario Popular de Corea, duró casi una semana, desde finales de febrero de 1936, en Xiaojiaqihe. Se conoce también como Conferencia de Nanhutou. Participaron junto con Wei Zhengmin y otros camaradas chinos, unos 30 ó 40 cuadros militares y políticos, entre ellos Kim San Ho, Han Hung Gwon, C
Wei Zhengmin transmitió a los participantes las opiniones y directivas de la Internacional sobre los asuntos que habíamos planteado en Dahuangwai y Yaoyinggou.
Los asistentes le expresaron su profundo agradecimiento por haber traído decisiones positivas de Moscú a donde había ido pese a su precaria salud.
En el informe central hice balance de las experiencias acumuladas en las actividades militares y políticas que cumplimos en las cuencas del río Tuman en la primera mitad de la década de 1930 y expuse las importantes tareas a que se enfrentaban los comunistas coreanos para el fortalecimiento y desarrollo de la lucha de liberación nacional antijaponesa en una época de cambios para la revolución, y propuse las orientaciones estratégicas para llevarlas a cabo.
Es decir, sometí a discusión enviar el grueso del Ejército Revolucionario Popular de Corea a la región fronteriza y la del monte Paektu y extender paso a paso el escenario de lucha hacia el interior del país; ampliar el movimiento del frente unido nacional antijaponés; impulsar con vigor la preparación de la fundación del partido; reorganizar la Unión de la Juventud Comunista en Juventud Antijaponesa, y otras vías para dar un gran auge a la Lucha Armada Antijaponesa y a la revolución coreana, en conjunto, con ésta como centro.
Los oradores expresaron su apoyo y acuerdo sin reservas a esas orientaciones. No hubo casi ninguna réplica sobre ningún asunto. Después de iniciada la revolución antijaponesa había presidido muchas reuniones, pero esa fue la primera en que se efectuó tan lisa y llanamente la discusión sobre los lineamientos y estuvieron tan entusiasmados los participantes. Empezó y terminó en una atmósfera festiva. Intervinieron como en una emulación, manifestando sus ansias de llegar al monte Paektu, de anticipar el día de la batalla decisiva contra el enemigo.
Avanzar hacia el monte Paektu y el interior del país era la más decidida línea de lucha para derrotar al imperialismo japonés con las propias manos de nuestro pueblo, formando sólidas fuerzas internas de nuestra revolución, poniendo en acción todo lo que estaba a nuestro alcance. Los participantes apoyaron por entero nuestra propuesta de ir al monte Paektu, constituir con firmeza el grueso de la unidad, dominar las regiones fronterizas y, a la larga, ampliar el escenario de la lucha por el interior del país.
Establecer la base en el Paektu y activar la lucha armada en las regiones fronterizas y el interior del país, podría traer la aurora de la restauración de la Patria para nuestro pueblo que gemía bajo la cruel dominación militar y fascista del imperialismo japonés, e infundir la convicción en la victoria a los 20 millones de compatriotas que esperaban con anhelo a nuestro ejército revolucionario. Ello podría ser una demostración más potente que miles y miles de palabras de propaganda.
En la reunión fue adoptada la orientación estratégica de nuestra revolución encaminada a organizar la Asociación para la Restauración de la Patria a escala nacional e impulsar la preparación para la fundación del partido comunista.
Tomando como punto de partida la Conferencia de Nanhutou, la revolución coreana entró en una época de auge. En este sentido se le podría calificar de línea divisoria de las etapas de la revolución coreana en la primera mitad y la segunda de la década de 1930. En virtud de sus resoluciones los comunistas coreanos emprendieron un nuevo itinerario para llevar a una etapa superior la revolución en conjunto con la Lucha Armada Antijaponesa como centro.
En una palabra, se puede afirmar que en la Conferencia de Nanhutou se implantó totalmente el Juche por primera vez en la historia del movimiento comunista de Corea y la lucha de liberación nacional antijaponesa. Sus acuerdos permitieron que los comunistas coreanos mantuvieran de modo firme e invariable la posición independiente en las etapas posteriores de la revolución y la consideraran como la primera condición de la existencia de la nación en cualquier circunstancia adversa.
Igualmente, esa conferencia fue una ceremonia festiva de los vencedores. La victoria se alcanzó a costa de una enorme cantidad de vidas, sangre y trabajo ofrendados por los comunistas en aras de la Patria y el pueblo, de la historia y la época. Con motivo de la Conferencia de Nanhutou, el movimiento comunista de Corea, que por las trifulcas sectarias entre sus partidarios iniciales, la disolución del Partido Comunista y los errores de los oportunistas de izquierda en la lucha contra la “Minsaengdan”, era repudiado tanto por la Internacional y los partidos hermanos como, aunque de modo parcial, por nuestro pueblo, se desprendió de sus lastres anteriores y marchó por un camino triunfal.
En Xiaojiaqihe se impartió durante una semana un cursillo para implementar las orientaciones de la Conferencia y tuvo lugar una reunión de trabajadores políticos con vistas a discutir las vías para llevar a la práctica la orientación de fundar el partido.
En el cursillo y la reunión profundicé en los detalles de las orientaciones de la Conferencia y lancé la consigna que reflejaba su espíritu principal: “¡Avancemos con las armas a la Patria para formar algarabía!”, a fin de generar un gran auge en nuestra revolución.
Seguidamente, emprendimos con pasos firmes la marcha.
La Lucha Armada Antijaponesa iba hacia una nueva etapa de desarrollo.
4. Mis compañeros de armas para
el Norte y yo para el Sur
Después de la Conferencia de Nanhutou, una mañana en que el viento era muy caprichoso, abandonamos Xiaojiaqihe hacia la zona del monte Paektu.
Cuando me ajustaba el calzado para el viaje hacia el Sur, lo primero que vino a mi mente fue el proverbio que dice: la trayectoria de mil ríes empieza al dar un paso. Luego de salir del patio de la cabaña en Xiaojiaqihe, dejábamos las primeras
Nos acompañaban cuadros militares y políticos chinos como Wang Detai y Wei Zhengmin, este último, aunque acababa de regresar de la Unión Soviética donde había estado hospitalizado a causa de una enfermedad cardíaca, caminaba ligero y bromeaba alegre con Wang Detai.
Pese al tiempo frío y ventiscoso, marchábamos contentos, con celeridad.
Según acordamos en la Conferencia de Nanhutou, saldríamos de Xiaojiaqihe y tomaríamos una vía recta rumbo al Sur, hacia el monte Paektu, atravesando Laoyeling, Erqingpai, Mingyuegou y Antu, sin embargo, estábamos caminando en dirección al Norte, a Emu, dando un rodeo que conducía a Qingguozi, por Emu, Guandi, Antu y Fusong. Esto implicaba casi el doble que en línea recta.
¿Cuál era la razón para cambiar la ruta? Cambiamos porque los guerrilleros que nos habían acompañado en la segunda expedición hacia Manchuria del Norte permanecían en el nuevo campamento secreto de Qingguozi en el distrito Emu, esperando noticias sobre la Conferencia de Nanhutou. Además, allí querían verme los guerrilleros que habían venido de Manchuria del Este, ancianos, débiles, enfermos y heridos, y niños huérfanos.
La resolución de la Conferencia, que dio por terminadas todas las tunantadas ultraizquierdistas en las zonas guerrilleras de Jiandao en cuanto al problema de la “Minsaengdan” y proclamó ante el mundo que los coreanos tenían el derecho a hacer su revolución de manera independiente, también sería objeto de ovación en el campamento secreto de Qingguozi.
Durante los años de lucha sangrienta en los vastos territorios de Manchuria del Este y del Norte, ellos soñaban despiertos o dormidos con la Patria y deseaban con impaciencia avanzar hacia ella.
Sin embargo, una gran parte de los compañeros de armas acampados allí y en la zona de Guandi no podrían acompañarnos en la marcha hacia el Sur, rumbo a la Patria, sino, al contrario, deberían internarse más profundamente en el Norte para llevar a cabo allí operaciones conjuntas con las tropas de Manchuria del Norte.
La Conferencia de Nanhutou fue la coyuntura que propició el viraje a la revolución coreana y los comunistas de Corea aspirábamos, en primer lugar, a ampliar la lucha armada desde el monte Paektu hacia el interior del país. Empero, no podíamos ir todos, abandonando a la mitad la lucha conjunta con el pueblo chino, puesto que la habíamos presentado como importante tarea estratégica de la revolución antijaponesa y nos esforzábamos con tesón para llevarla a la práctica. Si, pensando sólo en nuestra revolución, marchábamos al Paektu, con todos los guerrilleros coreanos, no cabía duda de que la lucha guerrillera en el Noreste de China tropezaría con severas dificultades.
Las tropas de Manchuria del Norte, que sentían una seria escasez de cuadros político-militares y soldados medulares, seguían solicitando acciones conjuntas a nuestras unidades que actuaban en Manchuria del Este. Les habíamos respondido con dos expediciones. También en los días de la Conferencia de Nanhutou, en Xiaojiaqihe, nos pidieron que les ayudáramos con efectivos, lo cual nos obligó a incluir como punto adicional la asistencia combativa a esas unidades de las Fuerzas unidas antijaponesas en Manchuria del Norte y adoptar soluciones para resolverlo.
Esta era, precisamente, la razón por la cual en el momento crucial de la histórica marcha hacia la zona del monte Paektu debíamos dirigirnos primero al Norte para despedirnos de los compañeros con quienes durante varios años compartimos alegrías y penas, vida y muerte. Pronto experimentaríamos inevitablemente la amargura de la separación indefinida de aquellos que habíamos educado con todo empeño durante mucho tiempo. ¿Cuál sería el sentimiento que albergarían al tener que alejarse más y más de la Patria para ir al Norte, en lugar de acompañarnos en la marcha al Paektu?
Me atenazaba esta congoja desde que partí de Xiaojiaqihe.
Mirando retrospectivamente, en la lucha revolucionaria experimenté incontables sufrimientos por estas separaciones. Los tuve cuando a la edad de trece años me despedí de los coterráneos en Mangyongdae, y en Huadian, cuando fundada la Unión para Derrotar al Imperialismo, debí alejarme de los compañeros con quienes empezaba a estrechar la amistad.
No obstante, esta última despedida se resarció más tarde con los reencuentros acompañados de abrazos tan fuertes como para aplastar pechos y de apretones de manos. Los fundadores de la Unión para Derrotar al Imperialismo, que nos separamos en Huadian, volvimos a encontrarnos en Jilin y empezamos a agrupar a jóvenes y estudiantes bajo la bandera para “derrotar al imperialismo”. Todos eran hombres hechos y derechos, listos para arrojarse sobre el agua y el fuego. Formaban un tesoro incomparablemente más valioso que los parientes más cercanos, que toneladas de oro.
Con todo, en cuanto salí de prisión, debí mudar el escenario de lucha de la Manchuria central a la oriental, lo cual me hizo experimentar, inevitablemente, otra amarga despedida. Mis compañeros de armas que andaban en grupos de tres a cinco, se dispersaron con nuevas misiones por los extensos territorios de Manchuria central, meridional y septentrional. A diferencia de la separación en Huadian, esta vez era tan seria y dolorosa que ni podíamos hacer el compromiso de volvernos a encontrar. Así ocurrió en la despedida de C
A punto de partir de
Yo también deseaba que fuéramos juntos a Manchuria del Este, sin embargo, no podía aceptar su petición, porque el trabajo no lo permitía. Resultaba una verdadera contradicción. Pensé con optimismo que volveríamos a encontrarnos en dos o tres meses, a lo sumo, porque debía desempeñarme como secretario responsable del comité de la Juventud Comunista en la región de Jidong, y por fin abandoné
La dejé, contra su voluntad, como delegada especial en la zona de
Salí hacia el Sur, mientras que Han Yong Ae quedó en el Norte. La despedida me causó una gran tristeza. Cuando no hice nada más que agitar una mano, para decir adiós, sentí que el corazón se me oprimía por dejar en los confines de Manchuria del Norte a una compañera de armas tan entrañable que solía ofrecerme la mitad de la torta que le correspondía.
La separación me acompañó como una sombra en cada escena de la revolución. Mantener y consolidar las organizaciones revolucionarias nacidas a costa de ingentes esfuerzos, exigía inevitablemente que dejáramos allí a personas forjadas en medio de la lucha, mientras nosotros marchábamos a otros lugares para constituirlas desde su cimiento, y formar a otras personas.
Metafóricamente hablando, roturábamos sin descanso tierras vírgenes, en tanto mis compañeros las convertían en fecundas
Esta demanda de la revolución hacía inevitable la separación.
No obstante, compañeros tan fieles que estaban dispuestos a morir si se lo pedíamos, en ocasiones se mostraban insubordinados y alterados ante la separación necesaria.
No sólo Han Yong Ae se obstinaba como una niña en seguirnos cuando trasladábamos el escenario de las actividades a Manchuria del Este.
La despedida de quienes durante no menos de tres o cuatro años mantuvieron estrechos lazos de hermandad, compartiendo éxitos y reveses, amor y sangre, no podía ser tan simple como la de aquellos que se encontraban ocasionalmente en viajes de misión de servicio.
Los persuadí, amonesté o reprendí, pero de nada sirvió.
Incluso Cha Kwang Su, que debía entenderme, me siguió ocho kilómetros.
—¿Para despedirnos así es que hemos compartido la vida y la muerte hasta ahora? Te ruego busquemos la última posibilidad para seguir juntos. —insistía él, poniéndome en una situación embarazosa.
Mun Jo Yang se echó a gemir por no poder soportar la tristeza de la despedida.
Me pregunté varias veces si la revolución debía ser tan rigurosa, si no habría una vía que nos permitiera hacerla sin separarnos, como dijo Cha Kwang Su, pero eso era inevitable. No tuve otro remedio que tratar de convencerlos: pronto volveremos a vernos; la despedida es temporal; soportaremos el dolor de la separación pensando en el día del reencuentro; nos separaremos con sonrisas, y no con lágrimas. ¿No dice un refrán: a cien despedidas siguen cien reencuentros?
Sin embargo, la realidad fue otra, en muchos casos: muy pocos sobrevivieron y volvieron a encontrarse conmigo para luego alejarse eternamente de mi lado.
Hay quienes dicen que la vida es una cadena sin fin de separación y reencuentro, pero en nuestro caso muchas despedidas no tuvieron reencuentro. Con franqueza, esta era la razón por la que, frecuentemente, las despedidas me llenaban de inquietud o de malos presagios.
Ahora, en el campamento secreto de Qinggouzi me esperaba una separación indefinida de compañeros con los que combatimos juntos en tierras de Manchuria del Este durante varios años. La tristeza se ocultaba detrás de la alegría que nos embargaba al partir rumbo a la zona del Paektu.
Wei Zhengmin no tardó en leer en mi rostro pesadumbre, y no esa alegría singular, que esperaba ver por la marcha, y me preguntó si tenía alguna preocupación.
No podía expresar con palabras todas las inquietudes del corazón, ni quería confesarlas a otros, así que le contesté que no tenía nada de particular.
Interpretó a su manera mi estado de ánimo y me consoló:
—Mire, camarada Kim Il Sung, ¿es verdad que apenas recientemente supo que su hermano menor, Chol Ju cayó el año pasado? ¡Qué lástima! Le sugiero que tenga una voluntad firme y deje de sufrir tanto.
Efectivamente, no me era fácil soportar la pena por la pérdida de Chol Ju. Además, no conocía si vivía o no mi hermano más pequeño, Yong Ju, huérfano en tierras extrañas de Manchuria.
Es probable que mi rostro se viera ensombrecido por la despedida de los compañeros, sumada a esa tristeza.
Para aliviarme del sufrimiento, Wei Zhengmin dijo en broma:
—Camarada Kim Il Sung, para quien se angustia, la risa es una eficiente medicina. Le contaré una riña amorosa que tuvimos mi esposa y yo. Le advierto que es para que tenga referencia de lo que es la vida de matrimonio, pues no puede vivir indefinidamente soltero.
—¡Cómo no! —asintió Wang Detai para mejorar mi estado de ánimo—. Si un hombre llega soltero a los 24 años ha perdido la oportunidad. Pero, ¿quién sabe si el Comandante Kim sufre por la inminente separación de su amada? ...
Wei Zhengmin, animado, continuó:
—Tiene razón. Probablemente suceda eso. A propósito, es mejor que le narre Zheliu, cuento de nuestro país y no la riña matrimonial.
Explicó que si uno hacía el Zheliu, que era cortar ramitas de sauce, tendría suerte.
El cuento venía de la época de la dinastía Han. Cerca de su capital existió un puente, adonde sus habitantes iban siempre cuando despedían a amigos y les ofrecían ramitas de sauce para desearles buena suerte. Desde entonces, entregarlas en las despedidas se hizo una costumbre de China, que se transmitió al pueblo natal de Wei Zhengmin.
Wei me sugirió que lo hiciera con mi amada, pues entonces tendría, sin duda, buena suerte.
Tal vez el sauce del que se hablaba en el cuento simbolizaba la tierra natal. Quizás el relato se hubiera inventado para que quienes estuvieran lejos de su terruño, no olvidaran ni a éste que les vio nacer ni a sus coterráneos.
Para dar una ramita a cada compañero del que debía separarme, posiblemente necesitara más de un cacaxtle, pero, ¿era posible recoger tantas en medio del cortante frío de Manchuria del Norte?; y aunque lo consiguiera, ¿desaparecería mi pesadumbre? De todos modos, quedé agradecido a Wei Zhengmin por haberme contado sobre el Zheliu para aliviarme el corazón, aunque fuera un poco.
Una vez, cuando nos despedíamos, en un dique cubierto de sauces de Guyushu, C
—Este C
Namgang era el seudónimo de Ri Sung Hun, y Tanjae, el de Sin C
Como ya expliqué, Namgang, Ri Sung Hun, uno de los propietarios más ricos de nuestro país, se entregó desde temprano y hasta el último momento de su vida al movimiento educativo patriótico y a obras caritativas. Las posteridades conocen que la escuela Osan, de Jongju, fue instaurada por él. Sirviendo allí a los independentistas que se marchaban hacia el extranjero, entabló estrechos lazos de amistad con Tanjae-Sin C
A petición de Namgang, fue empleado en esa escuela como maestro de Historia de Corea e Historia Occidental; las enseñaba tan bien que su fama se difundió ampliamente hasta fuera del país, y su personalidad fue objeto de acaloradas discusiones por parte de los estudiantes de Jilin.
En vísperas del año Kyongsul(El 1910, uno de los 60 nombres de los años lunares que se repiten en ciclo —N. del Tr.), cuando nuestro país se convirtió definitivamente en colonia del imperialismo nipón, él pasaba el invierno en Osan, pero un día, inesperadamente, dijo a Namgang:
—Tarde o temprano tendré que abandonar este lugar.
Su interlocutor quedó sorprendido y trató de impedirlo:
—¿Qué le sucede? ¿A dónde dice que irá en esta temporada? Si quiere, hágalo después que la tierra se descongele.
—¿Cuándo se descongele la tierra? No. Me marcho de inmediato, no quiero ver por más tiempo a los jápis.
Al día siguiente, Danjae desapareció de Jongju sin decir fecha de regreso. Según se relata, fue a Rusia, atravesando China.
Namgang se sentía muy triste y murmuraba:
—¡Pobre hombre! ¡Qué lástima que se marchó sin decirme adiós, ni solicitarme dinero para el viaje!...
Era natural que Namgang se mostrara tan apenado por la separación de Danjae que se produjo, sin intercambiar ni un apretón de manos, aunque en otras ocasiones, despedía a los independentistas, con banquetes y suficiente dinero para el viaje.
Así fue la despedida de Namgang y Danjae de la que C
Kim Hyok expresó su disgusto con esa acción de Danjae, calificándola de proceder muy frío. C
Tenía razón. Danjae era un hombre como un fuego y se distinguía por no escatimar nada por Namgang.
No solo Che Chang Gol quiso imitar la despedida de Namgang y Danjae, sino también Kim Won U, Kye Yong Chun y otros compañeros de armas se alejaron de mi lado en silencio cuando marchaban a sus misiones.
Así eran todos.
Tiempo después, cuando combatíamos en Manchuria del Este, también enviamos competentes cuadros militares y políticos formados por nosotros, ordenanzas cariñosos y otros guerrilleros tan valiosos como el oro a diversas unidades de Manchuria del Sur y del Norte que carecían de fuerzas militares. En cada despedida, derramé lágrimas, que gota a gota caían en el pecho, lacerándome el alma. Más aún, cuando recibía la triste noticia de cuándo, dónde y cómo cayó uno de esos compañeros, se abría una herida eterna en mi corazón.
Con tales separaciones, experimenté cuán sincero es el amor entre compañeros de lucha y llegué a comprender con claridad la posición que el camarada ocupa en la vida de un revolucionario.
De ahí que, después de la liberación, mientras construimos el socialismo, haya dicho con frecuencia a los cuadros que en este mundo existen todos los tipos de amor, tales como el de padres e hijos, el de los esposos, hermanos y amigos, pero el supremo es la camaradería revolucionaria.
El auténtico amor entre camaradas no puede conocerlo quien no ha experimentado la revolución en el verdadero sentido de la palabra, ni comprenderlo quien no ha compartido la vida y la muerte en los campos de batalla bajo lluvias de proyectiles.
En pésimas circunstancias en que debían combatir a muerte varios días, aplacando el hambre con agua, si nuestros guerrilleros recogían entre la nieve aunque fueran frutos helados, los metían primero en la boca de sus compañeros que en la suya.
Como la moraleja de la leyenda sobre Kyon U y Jik Nyo16, la tristeza de la despedida se incrementa en proporción con el amor. Es así que la separación de los compañeros revolucionarios cause un dolor tan intolerable.`
Y, ¿cómo podía evitarla, por muy grande que fuera el dolor, si era indispensable para la revolución?
Mientras pensaba en múltiples cosas con respecto a cada uno de los compañeros que tan pronto se lo ordenara, se dispersarían por distintas regiones, sentí que mi corazón se reducía a cenizas.
Los pequeños ordenanzas O Tae Song y C
Llegamos al campamento secreto de Qingguozi tras un largo viaje, cuando caía la tarde.
De una cabaña escondida en el bosque numerosas personas salieron a nuestro encuentro y, alborozadas, nos envolvieron.
Justamente eran compañeros procedentes de Wangqing y de Hunchun, que quedarían allí en Manchuria del Norte, y enfermos, heridos y ancianos, débiles que irían a la Unión Soviética.
Una niña corrió llamándome y se colgó de mi brazo.
—¿A quién veo? —interrogué— ¿También tú estás aquí?
La abracé y le miré con atención la carita. Era Ryang Kwidongnyo, hija de Ryang Song Ryong, que murió junto con su esposa y madre en la base guerrillera de Wangqing.
—Vine al enterarme que usted, llegaría pronto —dijo ella—. General, ¿es verdad que nos marchamos hacia el monte Paektu?
—¿Y cómo lo sabes?
—Lo dijo aquel, el tío Ri Ung Man, y que seguro iríamos juntos a Corea siguiendo al General.
Miré hacia donde ella indicaba,y descubrí entre los guerrilleros a Ri Ung Man que se ponía de pie apoyado en muletas y sonreía de manera bondadosa.
Quedé petrificado, no pude hablar durante algún rato.
Ya expliqué que era jefe de una compañía de la guerrilla de Wangqing. A juzgar por sus cualidades y capacidad, era un comandante prometedor que podía mandar un batallón o un regimiento, pero, desgraciadamente, perdió una pierna y se dio de baja retirándose a la segunda línea.
La lesión aún no había sanado, pero él vivía con optimismo y laboraba en el taller de armas.
—¿Es incorrecta mi predicción, General? —preguntó Ri Ung Man—. Aquí oí todo lo que sonaba allí.
Después de haber soltado palabrerías de tal índole, me solicitó que les contara pronto lo ocurrido en la Conferencia de Nanhutou.
Acomodé las cosas del viaje, reuní a los guerrilleros y pobladores del campamento y les expliqué los acuerdos de la reunión.
Al terminar, todos levantaron sus manos y dieron vivas. Cuando informé que la Internacional había reconocido que la lucha contra la “Minsaengdan” en Jiandao se había efectuado desde posiciones ultraizquierdistas y que declaró que hacer la revolución coreana era derecho que nadie podía negar a los coreanos, lloraron diciendo que ya era hora de regresar a su terruño, a la Patria, donde estaban enterrados sus cordones umbilicales, y desarrollar allí batallas decisivas contra el imperialismo nipón. Los nacidos en el extranjero quedaron igualmente muy emocionados y expresaron su deseo de ver cuanto antes a la Patria. Alguien empezó a hablar con orgullo del monte Paektu.
Al parecer, nadie pensaba quedarse allí, en tierras de Manchuria del Norte. Cuanto más se emocionaban, tanto más me hallaba en un aprieto, pues debía decirles la verdad.
Pese a ello, aunque sentí herido el corazón, les confesé:
“Compañeros. Miren hacia atrás.
“Siempre que ha surgido una nueva situación en el proceso de desarrollo dialéctico de la lucha armada, nos ha llegado, sin excepción, la despedida. No se excluye este momento en que después de la Conferencia de Nanhutou se presenta una coyuntura favorable para dar un vuelco en la revolución coreana. Por tanto, todos debemos estar listos para separarnos. Los círculos fascistas de Japón llevan al extremo la agresión al Norte después de fraguado el ‘incidente del 26 de febrero’: Ustedes conocen bien que el imperialismo nipón ha ocupado Qiqi
“Imagínense, compañeros, qué sucedería entonces si nos fuéramos todos hacia el monte Paektu.”
Para que los oyentes captaran el significado de mis palabras, me detuve y los envolví con una mirada. Entre la multitud surgieron inquietos cuchicheos. Primero, en un rincón, y luego indeteniblemente se propagaron hasta convertir la sala en una zumbeante colmena. Por supuesto, esperaba esta fuerte reacción, pero me perturbó durante algún rato. No me atreví a continuar por el presentimiento de que la separación pudiera tropezar con un serio obstáculo.
Empero, los oyentes no tardaron en calmarse y clavaron sus miradas en mi rostro.
Consideré que era el momento y comuniqué de una vez el plan de reubicación del personal que en mi fuero interno había examinado decenas de veces después de la partida de Nanhutou:
“Miren, el regimiento de Wangqing marchará a la zona donde actúa el compañero C
“Perdónenme, compañeros. Ustedes sabrán que he venido aquí para despedirnos, y no para irnos juntos al monte Paektu.”
En la sala reinaba un silencio sepulcral, y los reunidos mantenían la vista clavada en mí. Había previsto que las exclamaciones de descontento crearan confusión, en cambio, se limitaban a mirarme quietos, sin pronunciar ni una palabra. Este silencio asfixiante me causaba más miedo que miles de protestas.
Pero, no duró mucho; de rincón en rincón se empezaron a oir sollozos. Yo estaba plantado como un poste ante los guerrilleros que lucían desanimados.
Así y todo, C
—Estimado General, deje de preocuparse; ahora pase a otro cuarto y repóngase de cansancio acumulado por el viaje. Nosotros mismos le daremos salida a la situación.
El estaba destinado a separarse y organizar una brigada independiente.
Luego de confiarle la tarea de trabajar con quienes quedarían en Manchuria del Norte, me reuní con los heridos y débiles de salud que marcharían a la Unión Soviética. Los varios años de lucha guerrillera nos habían dejado muchos heridos y endebles. Cuando existieron las zonas guerrilleras, sus hospitales los atendieron, pero, luego de disueltas, esto se presentó como un problema serio. Por tanto, una gran parte fue enviada a Shahezhang y a los alrededores del lago Jingbohu, donde provisionalmente recibía asistencia médica, y tan pronto como se estableció el campamento secreto de Qingguozi, todos se reunieron allí. Sin embargo, no podía considerarse una medida segura en el verdadero sentido de la palabra.
Afortunadamente, Wei Zhengmin resolvió el quebradero de cabeza a favor nuestro, para lo cual entabló conversaciones con la organización correspondiente de la Internacional. Gracias a ello, los heridos y los físicamente débiles del Ejército Revolucionario Popular podían recuperarse temporalmente en la Unión Soviética. Wei Zhengmin, incluso, acordó con la Internacional los procedimientos prácticos de la entrega y recibo de los heridos. Por sus esfuerzos, se solucionó con éxito además, el envío de estudiantes a las escuelas dependientes de la Internacional. Cuando los compañeros de los regimientos de Wangqing y de Hunchun se marcharan hacia Manchuria del Norte, el grupo de estudiantes, junto con los heridos, partiría hacia la Unión Soviética.
Decidimos organizar dos grupos con los heridos, los de salud precaria de nuestra unidad y los niños desamparados, y enviarlos a la Unión Soviética en dos viajes. Les acompañarían hasta la frontera algunos guerrilleros guiados por Wang Runcheng.
Esta cuestión se había decidido en la Conferencia de Nanhutou, por eso los heridos de Qingguozi no lo sabían.
Cuando me dirigía hacia donde éstos se albergaban, apareció de súbito Ri Ung Man y me cerró el paso, apoyado en dos muletas.
—Mi General, ¿cómo puede surgir en un cielo transparente un rayo tan inesperado como éste? ¿Yo, Ri Ung Man tengo que ir también a la Unión Soviética?
Me hizo la pregunta en voz alta, con sus músculos faciales convulsionados por la excitación.
—Compañero Ung Man, cálmate, siéntate aquí.
Lo apoyé y lo senté sobre el tronco de un árbol caído en el bosque.
Me tomó de un brazo y suplicó:
—Permítame hacer la revolución a su lado hasta el último momento de mi vida. Aunque con una sola pierna, puedo disparar, así como reparar armas. Y como aún tengo lengua, puedo discursar a favor de la revolución. ¿Cree que debo vivir cómodo en la Unión Soviética cuando mis compañeros luchan arriesgando la vida, derramando su sangre?
Sabía que este jefe de una compañía guerrillera, de carácter intrépido y de edad avanzada, procedería así, pues había permitido que le cortaran una pierna para continuar la revolución.
Le tomé una mano y expliqué:
—Si te comportas así, te seguirán los demás. También me duele pensar que ustedes deben separarse de las filas de la Lucha Armada Antijaponesa. Siempre han llevado una vida incómoda por sus condiciones físicas. Con las zonas guerrilleras, había un poco más de posibilidades para ustedes, pero, en las nuevas circunstancias de lucha cuando ya no existen sus vallados y debemos correr de aquí para allá tan rápidamente como el legendario Hong Kil Dong17. ¿Cómo podrían seguir a la unidad en ese estado de salud?
Estuve hablándole más de una hora, pero mis palabras resultaron tan infructuosas como si se las dijera a un caballo.
—No me gusta estar cómodamente en ese país donde ha triunfado la revolución, consumiendo su pan. Si hubiera pensado en vivir con lujo, dándole la espalda a la revolución, ¿para qué ingresé en la guerrilla llevando una caja de pistolas Browning compradas a cambio de todos los bienes de mi casa? Le pido una vez más que me permita quedar a su lado. No quiero ser un rezagado, —me respondía.
Era un auténtico comunista, le tenía más miedo a la separación de las filas revolucionarias que a la muerte. No obstante, su modo de pensar tenía algo de extremista. Al enviarlo a la Unión Soviética, no quisimos que renunciara a la revolución o llevara una vida lujosa. Deseábamos sólo que se curara tranquilo en un lugar seguro y regresara siquiera con una pierna postiza.
No pude pronunciar ni una palabra ante sus argumentos y empecé a andar en silencio sobre la nieve por el campamento, evocando con emoción la etapa de Wangqing en que defendimos juntos la zona guerrillera. Mi prolongado mutismo acompañado de la pena acabó por mover el alma de Ri Ung Man.
Me miró algún rato y, de pronto, dejó caer su cabeza sobre mi pecho y prorrumpió en sollozos.
—Querido General, —balbuceó—, sé que le molesto. Me voy a la Unión Soviética, desde donde rezaré cada día en dirección al monte Paektu, por su victoria en los combates.
La despedida de Ryang Kwidongnyo me dio no menos dolor que la de Ri Ung Man. Ella tampoco cesaba de llorar al saber que pronto marcharía a la Unión Soviética.
Por tanto, durante mi permanencia en el campamento siempre estuve con ella: andábamos, comíamos y dormíamos juntos.
En la víspera de nuestra salida, la pequeña no conciliaba el sueño y seguía cuchicheando bajo la manta:
—Dicen que en la Unión Soviética hace más frío que aquí, ¿es verdad?
Quizá le hubiera escuchado a los mayores que ese país contaba con una zona glacial, de terrible frío.
—Tranquilízate. Allí donde tú irás, hace el mismo frío que aquí, no más.
Mientras le respondía así oyendo el bramido del viento caprichoso de Manchuria del Norte, que pasaba sobre la cabaña, sentí que el corazón se me deshacía. Consideré demasiado severa la realidad que me exigía enviar a la pobre huérfana de un lugar extraño, a otro más extraño.
A despecho de ello, en esa tierra de la que sólo le preocupaban la nevasca y el viento frío, estaba establecido un Estado socialista, libre de jápis, de explotación, de la férula de la opresión.
Allí, se alejaría para siempre de ese mundo odioso, que molestaba y oprimía a la gente inocente, y viviría alegre como una alondra, libre como un halcón y feliz como un paloma. Y cuando creciera, regresaría a nuestras filas para hacer la revolución.
Con este consuelo y esperanza decidimos mandar a pobres niños como Ryang Kwidongnyo a la Unión Soviética.
—El tío Ung Man me dijo que usted, aunque esté combatiendo en el monte Paektu, vendrá a verme una vez por mes, ¿es verdad? —me preguntó. Sin duda él mintió al ver que la pequeña se oponía obstinadamente a trasladarse a ese país.
No supe qué decir, sólo le miré a sus ojos puros, inmaculados. Excepto en este caso, ninguna otra vez las preguntas de los niños me pusieron en tal aprieto. Por fortuna, ella misma me salvó:
—Si viene a vernos desde el Paektu, esos jápis volverán a matar a coreanos, entonces, ¿qué haremos? Es mejor que no venga, sino que esté siempre en el Paektu.
—Bravo, bravo. No olvidaré tu sugerencia y no me moveré de ese monte. Pelearé por tus padres.
Instintivamente, la apreté contra mi pecho.
Ella se me pegó como una avecilla y sentí que su cuerpo se estremecía.
Supuse que ante sus ojos se desplegaban las terribles escenas de masacre de incontables padres y madres, de las que había sido testigo.
Su sugerencia de que no me alejara del monte Paektu, representó para mí el deseo y la demanda de todos los coreanos.
Al rato, continuó:
—Me han dicho que el monte Paektu es tan alto que no lo pueden subir los niños como yo, ¿es verdad? Por eso, no voy allí, sino a la Unión Soviética, con el tío Ung Man.
No contesté, continué acariciando su cabecita. Para mis adentros, le dije: “Pobre mía, también tú vendrás al Paektu si llega el momento, y verás a nuestra Corea tan agradable para vivir como la Unión Soviética”.
Esa noche, el sueño fue desplazado por la persistente y modesta visión de la triste escena de separación que tendría lugar en la mañana siguiente. ¿De qué manera me despediría de ellos? ¿No estaría bien ofrecer a cada uno una ramita de árbol como en el relato Zheliu, o ¿desaparecería en silencio como Danjae?, pensé.
Al amanecer, C
—Mi General, —preguntó—, ¿cuándo se marchará?
—Desayunaré temprano y luego me iré. Me esperarán con impaciencia los de la compañía en Guandi. A ver, ¿ya los compañeros de aquí se han calmado?... Ustedes deberían salir pronto hacia el Norte.
Ryang Kwidongnyo, quien cuchicheó a mi lado hasta avanzada la noche, aún estaba durmiendo tranquila, sin darse cuenta que había llegado el día de la separación.
—Deje de preocuparse, —continuó C
—Todos son buenos compañeros. Así es mayor la tristeza por separarme de ustedes, también de ti...
Callé por un instante y miré a C
—Contigo puedo hablar antes de partir, pero Han Hung Gwon me da más pena porque ni siquiera lo he visto. Si más tarde te encuentras con él en Manchuria del Norte, transmítele lo que siento ahora.
Esa mañana, nos despedimos tras haber compartido una sencilla comida en lugar de un banquete.
C
Unicamente Ryang Kwidongnyo sollozaba triste.
Todavía hoy, al recordar aquel día en que debí abandonar con congoja el campamento secreto de Qingguozi, entregando a Ri Ung Man las manos de la niña de 9 años, que no quería separarse de mí, siento una herida en el corazón.
Más tarde conocí que Ri Ung Man y Ryang Kwidongnyo partieron hacia la Unión Soviética en la primera o segunda columna. No recibí ninguna noticia de ellos hasta la liberación cuando se repatrió Jon Mun Jin, excosturera de la guerrilla, quien en Qingguozi se separó de la unidad y pasó a la Unión Soviética. Aunque tardíamente, nos transmitió la alegre noticia de que vivían y se mantenían sanos. Ryang Kwidongyo tendrá ahora unos 70 años, y esto significa el ocaso en la vida del ser humano.
De vez en cuando la recuerdo, hija del exjefe de batallón que se marchitó angustiado con la etiqueta de “minsaengdan”. Y cada vez surge ante mis ojos una niña de 9 años, un botón de flor, y no una abuela que se aproxima al septuagésimo aniversario. No puedo imaginarme cuánto habrá cambiado su aspecto. En mi mente, repito, sólo está grabada la imagen de una niña que cuchicheó como una gorriona, solicitándome que le permitiera seguirme hacia el monte Paektu.
En Qingguozi la despedida de los guerrilleros que se marcharían hacia el Norte no fue tan difícil gracias a C
Persuadí una y otra vez, y por fin, aceptaron su transferencia, pero me suplicaron que les permitiera acompañarme siquiera hasta la línea de Antu. Se les sumaron los integrantes de una sección del Cuerpo de jóvenes voluntarios de Hunchun, en la que estaba Hwang Jong
Les expliqué durante varias horas la situación de la región de Manchuria del Norte.
Al ver que Wei Zhengmin tenía especial interés en esa sección, se la entregué. Los miembros de la compañía a la que pertenecía O Jin U, partieron de Mihunzhen con el ánimo por el suelo.
Cuando, en la loma de Mihunzhen donde el viento bramaba con tristeza, les dije adiós junto a Wei Zhengmin, el llanto los ahogaba, y tampoco pude contener la melancolía que me embargaba.
Durante las despedidas por separado de los que se incorporarían a las unidades de las Fuerzas unidas antijaponesas de Manchuria del Norte, debí soportar aun mayor angustia. Esas unidades recién se habían formado y carecían de cuadros militares y políticos. En atención a sus necesidades, les envié hasta a mi ordenanza O Tae Song, para no mencionar a Han Hung Gwon, Jon Chang Chol, Pak Kil Song, Pak Rak Gwon, Kim T
O Tae Song era el hermano que le seguía a O Jung Hup. Actuó en la Vanguardia de niños en Shiliping, pero al ver que sus hermanos mayores ingresaban uno tras otro en la guerrilla, los envidiaba mucho, hasta que por fin se hizo voluntariamente mi ordenanza.
Cuando le ordené ir a la guerrilla de Manchuria del Norte, se limitó a sonreir. A mi juicio, de inicio consideró que le gastaba una broma, pero al percatarse que hablaba en serio, protestó con un tono lagrimoso:
—Mi General, ¿por qué quiere mandarme? No voy. ¿Piensa que la revolución se va a malograr allí porque no estoy? Permítame quedarme a su lado.
Siempre me había dado satisfacción oirlo aceptar con un “entendido” mis órdenes, pero esta vez se comportaba con rebeldía.
Me llevó tiempo convencerlo de que debía ir a una unidad guerrillera en una lejana región de Manchuria del Norte.
Cuando nos despedimos, al ver mis ojos humedecidos, fue él quien me consoló como un hombre mayor e, incluso, dijo en broma:
—Mi General, si me marcho, ¿podría atenderle como yo aquel Kum San?
En la víspera, estos dos ordenanzas pasaron la noche charlando amablemente.
Generalmente, me acostaba después de la medianoche y levantaba a las tres o cuatro de la madrugada, pero esa vez apagué temprano la lámpara porque O Tae Song emprendería un largo viaje. Al amanecer, ellos salieron del cuarto.
Tuve curiosidad por su conducta y presté oídos a sus palabras.
—Kum San, —dijo con voz baja O Tae Song—, pronto me iré y tú tendrás que atender mejor al General.
Me pareció que su interlocutor lanzaba sólo suspiros.
—En el monte Paektu prepararás a toda costa pasta de soya picante y se la servirás al General en cada comida,—continuó—. Podrás conseguirla con facilidad, pues allí habitan muchos coreanos. Ya sabes que le gusta mucho. Pero, hasta ahora, no se la hemos ofrecido ni una vez. Dicho con franqueza, no hemos sido buenos ordenanzas. Esto me molesta mucho cuando estoy a punto de alejarme del General.
—Deja de preocuparte, —contestó el otro, empañada la voz—. Haré lo que me sugieres. ¿Cuándo volveremos a vernos?
—No lo sé tampoco... Mira, Kum San. En cuanto llegues allí, buscas a un oriundo de la provincia Phyong-an. Puede conservar adobados de pececitos que le gustan mucho al General. Si fuera al monte Paektu, podría servirle todas esas comidas, pero ...
Despuntó el alba y despedí a O Tae Song. Y entre las hojas de un libro descubrí una esquela que decía:
“Querido General:
“Yo, su ordenanza, me siento muy culpable por alejarme de su lado luego de causarle sólo penas a usted, que ninguno de los 365 días del año se acuesta a piernas sueltas por rescatar al país.
“No se preocupe por mí, combatiré con valentía.
“Cuando me siento angustiado, recordaré sus encarecidas palabras: ‘Toleremos penas para restaurar al país’.
“No perderé el espíritu patriótico que cultivé envuelto en su amor, y no vacilaré en consagrar mi vida, aunque sea insignificante, por la gran causa de la restauración de la Patria. Querido General, no se preocupe, deseo tenga una buena salud.”
Su escritura superaba mucho su edad.
Mis compañeros de armas, sin excepción, fueron así, fieles a la obligación moral y poseyeron una profunda calidad humana.
A Wei Zhengmin se le nublaron los ojos diciendo que cuando caminaba desde Nanhutou hasta Mihunzhen, atravesando Qingguozi y Guandi, había presenciado cuán sincero era el amor entre los camaradas coreanos.
—Como dice un refrán: para un general fuerte no hay soldados débiles, los guerrilleros del camarada Kim Il Sung son todos valientes y muy amables. Sinceramente, me admiran mucho. Por ejemplo, aquel Hwang Jong
Le di como cocinera hasta a Im Un Ha, junto con la sección del Cuerpo de jóvenes voluntarios de Hunchun.
Al igual que O Tae Song, Hwang Jong
Cuando se hizo crítica la enfermedad de Wei, siempre andaba con él a cuestas y cada vez que el enemigo los “castigó”, lo salvó combatiendo a muerte.
Cuando agonizaba, Wei lo llamó amablemente y le sugirió:
—Ni en el otro mundo me olvidaré de ti ni de la sinceridad de los compañeros coreanos. Te deseo de corazón que luches bien y retornes a tu Patria siguiendo al camarada Kim Il Sung.
Empero, tampoco Hwang Jong
Cada vez que me acuerdo de él viene a mi memoria, ante todo, la caminata hacia el Sur con el rodeo de miles de ríes que tuvimos que dar desde Nanhutou hasta el monte Paektu.
Hwang Jong
¿A cuántos compañeros de armas debí enviar al Norte en este camino hacia el Sur?
Fueron incontables los que cayeron esparciendo su sangre en montañas y llanos de Manchuria del Norte y del Sur, entre otros, Pak Kil Song, Han Hung Gwon, Jang Ryong San, Jon Man Song, Pak T
Al igual que me sucedió con la muerte del bueno de Jang Ryong San, impecable tirador, me sentí muy triste de no volver a encontrarme con el pequeño O Tae Song, que trajinaba día y noche para servirme, y a quien mucho amó su hermano mayor O Jung Hup.
Este ni siquiera lo pudo ver cuando marchaba hacia una lejana región de Manchuria del Norte, porque estaba en la expedición a Jiaohe, incorporado al regimiento No.2 de la primera división.
Ya en la zona del monte Paektu, gracias a Kum San comí con gusto tiernas mazorcas de maíz cocidas con adobado de Kondeng-i (Una especie de crustáceo parecido al camarón, pero muy diminuto y frágil.—N.del Tr.). Como combinaban bien, despertaban mucho apetito, pero, lo cierto era que el recuerdo del deseo y la devoción de O Tae Song, me llevó a hartarme ex profeso.
Aunque el hermano mayor luchaba en el Sur y el menor en el Norte, me convencía firmemente de que el día de la restauración de la Patria volverían a reunirse, haciendo gala de sus méritos combativos. Empero, no regresaron; quedaron enterrados en adustas y extrañas tierras.
Mis compañeros, en fiel respuesta a nuestra confianza y deseo, pelearon con ahínco hasta el último momento de la vida en todas partes de Manchuria del Norte y del Sur, sin mellar el espíritu del revolucionario coreano.
Un año y medio después de la triste despedida en el campamento secreto de Qingguozi, tuve un emocionante encuentro con C
Los compañeros sobrevivientes regresaron a nuestro lado, atesorando distintos méritos combativos.
Algunos hicieron relucir sus nombres como invencibles comandantes héroes del destacamento guerrillero y otros acumularon proezas como competentes cuadros militares y políticos, entre ellos, jefes de compañías y brigadas, y comisarios políticos de división. No obstante, manifestaban los mismos gestos cariñosos de antes y se enjugaban las lágrimas expresando: “Después de separarnos del General, sentimos como si estuviéramos fuera del seno de nuestros padres. Siempre asomaban lágrimas cuando le echábamos de menos.”
Al verme triste por los caídos, como en los días de la lucha antijaponesa me consolaban con aprecio:
“Querido General, deje de tener tanta pena. ¿Cómo es posible que no exista muerte en el camino por la restauración del país? Aunque la despedida de ese día se ha hecho eterna, en su nombre hemos rescatado el país y por tanto tampoco ellos se arrepentirán de haber caído.”
Envuelto en el amor de tales compañeros, he llegado a ser un octogenario. Si bien aquellos que se alejaron para siempre de mi lado, me dejaron una profunda herida, hicieron refulgir como una estrella la historia de nuestra revolución antijaponesa y de nuestra Patria.
Convencido de esto, no me arrepiento de esa triste despedida cuando nos vimos obligados a enviarlos al Norte y al Sur.
5. C
En la ruta que trazamos cuando partimos de Nanhutou hacia el Paektu, uno de los importantes lugares por donde debíamos pasar era Mihunzhen, base secreta de intendencia de la división independiente No.1 del Ejército Revolucionario Popular, situada en la cordillera de Mudanling, cerca de la frontera Dunhua-Antu. En esta recóndita zona de campamentos secretos, grandes y pequeños, diseminados en un mar selvático, Wang Detai, Wei Zhengmin, otros comandantes principales del segundo cuerpo y yo pensábamos analizar los pasos para hacer efectivos los lineamientos adoptados en la Conferencia de Nanhutou.
Mihunzhen era un lugar perdido entre remotas montañas y selvas milenarias, donde por lo parecidos que eran las cumbres y los valles se desorientaban hasta los que habían estado por allí en más de una ocasión, para no hablar de los que iban por primera vez. Causaba admiración el poder de observación de la gente de antaño que lo denominaron Mihunzhen que quiere decir mundo de confusión.
Al principio nosotros también nos desorientamos, no pudimos hallar al punto la base secreta. Por casualidad, en un sitio llamado Niuxindingzi encontramos a algunos integrantes de la compañía No.1 del primer regimiento de la división independiente No.1, a la que pertenecía Pak Song Chol. Les pedimos que nos guiaran hasta Mihunzhen, pero, diciendo que todo aquel valle estaba contaminado por la fiebre tifoidea, no aceptaron. Argumentaban que si conducían a los cuadros allí donde había decenas de contagiados no podrían garantizar su salud.
—No se sabe cuántos han perecido. Y nos piden llevar al General. No, no podemos arriesgarnos en tal aventura.
Se negaron terminantemente a servirnos de guías. El Ejército Revolucionario Popular sufría muchas pérdidas a causa de las epidemias. El tifus y la tifoidea que habían aparecido en las zonas guerrilleras persiguieron como sombras a nuestras filas aun después de haberse disuelto aquéllas, arrebatándonos implacablemente a vidas que nos eran más preciadas que mil toneladas de oro. Este resultaba el factor más grave que debilitaba la combatividad del Ejército Revolucionario Popular.
—La tifoidea brota del cuerpo del hombre, por tanto, éste es suficientemente capaz de controlarla y combatirla. Como quiera que sea, él va a vencerla y nunca al revés, así que no hay motivos para temerle demasiado. Ustedes están mistificándola.
Con estas palabras censuré el temor a la fiebre, pero ellos siguieron hablándome de lo peligrosa que era, insistiendo en la imposibilidad de ir a Mihunzhen.
—¿Cómo dice que los hombres son capaces de vencer la epidemia? Ante ella no hay ni fuertes ni débiles. Todos son como ratones ante el gato. Con lo fuerte que es el camarada jefe de compañía C
—¡No me digan! ¿También este guerrero hecho de acero fue derribado por la epidemia? Si él está padeciendo por esta causa, tengo mayor motivo para llegar a Mihunzhen. Si me voy desde Niuxindingzi directamente al monte Paektu, sin pasar por Mihunzhen, por miedo a la epidemia, lo sentirá mucho cuando se entere. Ustedes se preocupan por mí, pero sepan que ya en Wangqing sufrí esa fiebre. Estoy inmunizado, pueden perder cuidado.
Fue entonces que los jefes de la compañía pusieron a nuestra disposición casi una sección como guías y escoltas. Y nos rogaron que en Mihunzhen no entráramos de ninguna manera en los cuartos de los enfermos.
Ciertamente, al saber que C
—Comandante Kim, ¿en qué piensa tan intensamente? ¿Teme por el compañero C
Wang Detai me hizo esta pregunta con intuición al verme caminar ensimismado. Aunque él era un jefe militar austero, parco, poco tratable, poseía una asombrosa capacidad para analizar con exactitud el estado síquico de las personas.
—Sí, en él estaba pensando, ¿cómo lo ha adivinado?
Le agradecí en mi fuero interno el haber roto el pesado silencio. Porque en el mutismo uno queda preso de múltiples pensamientos.
—No era difícil saberlo. Si usted permanece callado, a pesar de tener a su lado un amigo como este Wang Detai, ¿no es eso una señal de que está reflexionado hondamente en relación con el destino de las personas?
—Su juicio es correcto. Desde hace rato, pienso sólo en C
—Pierda cuidado. C
—¿Así lo cree usted? ¡Qué bueno sería entonces!
—A propósito, él es muy feliz. ¡Qué gran felicidad para uno aparecer en el sueño ajeno, quedar en la memoria ajena y vivir rodeado de la atención de los demás!
Me conmovió esta idea, simple, pero profunda. Le expresé mi entera conformidad con su opinión:
—Sí, sus palabras tienen un hondo sentido. Nunca había meditado sobre eso.
—Tal vez en este momento C
—Tampoco podría explicarlo. Bastó pasar juntos dos noches para considerarnos viejos amigos. Este corto lapso fue lo suficiente para que me conquistara. No sé si esta amistad es correspondida...
—¡Ja, ja! Nada de eso. Desde que estuvo expuesto al viento de Macun hablaba sólo de usted.
Wang Detai se refería a la estancia de C
Es de conocimiento general que el motivo de esta entrevista fue el asalto a Dongningxiancheng. Por un descuido del enlace, C
—Participaron todos, tanto los de Wangqing como los de Hunchun, e incluso esos del Ejército de salvación nacional. Unicamente los bobos de Yanji no pudieron pasar ni siquiera el umbral de esa ciudadela, y se quedaron aquí sin hacer nada, lo que me irrita insoportablemente. Estimado Comandante Kim Il Sung, ¿no planea otro asalto?
—Soy joven, no me diga “estimado”. Llámeme simplemente Kim Il Sung.
Al escuchar mis palabras este veterano combatiente, cuyo cuerpo exhalaba un fuerte olor a pólvora, se sobresaltó como si hubiera ocurrido algo grave.
—¿Aquí qué tiene que ver la edad? Para mis adentros hace tiempo que lo situé en la más alta jerarquía del ejército coreano. Por eso, resulta lógico que le trate con estima.
—Si los alaban así, los jóvenes se vuelven pronto arrogantes y autosuficientes. Sepa que de seguir enalteciéndome, no volveré a tener más trato con usted.
—¡Oh, no tanto! Usted no es menos tenaz que yo, que lo soy bastante. Lo trataré como quiere.
Efectivamente, desde entonces cambió su modo de hablarme. Era un hombre de carácter típicamente militar que hacía lo que decía. Sólo en los lugares oficiales se dirigía a mí con distinción. Este trato sencillo eliminó los molestos cumplidos y etiquetas, resaltando en cambio su sinceridad y singularidad.
En aquella época, en que los camaradas que escogíamos con mucho empeño, como cuando se recogen perlas en el mar, constituían el “tesoro dorado” de nuestra revolución, las fuerzas impulsoras imprescindibles para expandirla y hacerla ascender, encontrar como acompañante a un hombre como C
Nuestro encuentro en Macun me proporcionó plena satisfacción desde los primeros momentos.
Aquel contacto, el primero, dejó una
Esta impresión de ver en C
C
Los padres de C
En aquellas desesperantes y tenebrosas horas guardó como único hilo de esperanza, la existencia del Ejército independentista empeñado en la resistencia armada en una parte de Jiandao. Hong Pom Do e Im Pyong Guk fueron sus precursores y maestros. Su infancia se conectó inseparablemente con las acciones de esos veteranos comandantes, bravos e indomables. De ellos aprendió el arte de tirar y cabalgar. Desde que tenía 11 años, su padre, C
La gran matanza de 1920 dejó
Una vez, junto con otros tres jinetes, tuvo que atravesar una verdadera cortina de balas hasta llegar a la primera línea de fuego. Sus tres acompañantes murieron alcanzados por los disparos y C
Derrotada esa unidad del Ejército independentista, C
Luego de que se aplacaran las oleadas de la rebelión del 30 de mayo, la
En todas las zonas guerrilleras de Manchuria del Este fueron ampliamente divulgados episodios e historias de acciones riesgosas protagonizadas por C
Su vida tras las rejas comenzó por el enfrentamiento con el “Gangtour”, “rey”, de su celda, un criminal, muy dado a vejar a los demás. Cada vez que llegaba uno nuevo, lo despojaba de todas las pertenencias. A otros les quitaba los alimentos para llenar su panza.
Un día, para darle una lección, C
Efectivamente, el “Gangtour”, disgustado, ordenó a C
—Canalla, ¿por quién me tomas? No hay ser más feroz y criminal que tú. Afuera asesinaste y en la prisión no dejas en paz a tus pobres hermanos. Tú, igual que nosotros, eres hijo de gente humilde, ¿no es así? Esta vez seré indulgente contigo. Pórtate bien. Desde ahora tú ocuparás aquel sitio cerca del retrete y éste de arriba es mío.
El “Gangtour”, dándose cuenta de su impotencia, fue a sentarse sumisamente junto al retrete, con las piernas recogidas. Los reclusos, liberados de su tiranía, comenzaron a respetar y seguir a C
Poco tiempo después de que C
C
Ante esta inusitada humillación, los maestros reaccionarios se retiraron a toda prisa, llevándose a sus discípulos.
Las autoridades del penal fracasaron en su empeño de descubrir al instigador porque todos los reclusos se declararon responsables del acto.
Durante su encerramiento en Yanji, C
De las acciones de C
Después de salir de la prisión ingresó en la guardia roja de Taiyangmao, y superando incontables pruebas, entró en el Partido Comunista, siendo promovido como comisario de compañía en la guerrilla de Yanji.
Esto era todo lo que sabía sobre este famoso hombre, de inflexible espíritu, antes de vernos en Macun.
—Ya que lo pasado pasó, desearía quedarme en Wangqing dos días para hablar con usted, Comandante Kim. Me temo que le moleste —me dijo luego de intercambiar saludos en nuestro primer encuentro. Acepté con gusto.
Pasamos una larga noche hablando sin darnos cuenta de que amanecía.
A la mañana siguiente, de un puesto de centinelas llegó a la comandancia el aviso de que los enemigos atacaban la zona guerrillera. Ordené a la unidad ocupar posiciones en una cota, y dirigiéndome hacia allí, le pedí en tono de disculpa:
—Espéreme en el albergue hasta que vuelva del combate.
Se puso de pie como impulsado por un resorte.
—¡Que yo espere cuando se presenta una oportunidad tan buena! Si me quedo aquí, si no salgo con usted, Comandante Kim, ya no seré C
—Si ese es su deseo, vamos a pelear juntos.
Sin dejar de sonreir satisfecho, subió conmigo a la loma.
El adversario no avanzó hasta la línea donde los guerrilleros lo aguardaban emboscados, se limitó a disparar a ciegas, desde lejos. Después comenzó a quemar los almiares obtenidos al precio del sudor y la sangre de los pobladores de la zona guerrillera.
Coloqué a los guerrilleros en posiciones de francotiradores para castigar implacablemente a los agresores. Luego dije a C
Cogió un fusil Mareshang y de un disparo tumbó a un enemigo que con una antorcha en la mano se acercaba a un almiar. Había una distancia de unos 500 metros, pero con cada tiro derribaba a uno. Realmente su puntería merecía la admiración general.
—¿Se siente algo aliviado de no haber podido participar en el asalto a Dongningxiancheng? —Le hice la pregunta al terminar el combate, pero movió la cabeza, tragando en seco.
—Sí, un poquito, pero no satisfecho.
Aquella noche volvimos a conversar, sin dormir. Las tareas inmediatas de la revolución coreana y las vías para cumplirlas fueron el tema central. Le planteé algunas cuestiones importantes, de lineamientos, entre otras la del frente conjunto con las unidades antijaponesas chinas, la del frente unido nacional antijaponés y la de la fundación de un partido de nuevo tipo, apropiado a nuestras condiciones, y juntos estudiamos una y otra vez las medidas prácticas.
Se mostró muy satisfecho con el resultado de nuestras pláticas.
—Ya se aplacó algo mi pena por no haber podido tomar parte en el asalto a Dongningxiancheng. Si no pude seguirle a esa cabecera distrital, por lo menos de Macun me voy bien recompensado.
En la despedida le obsequié como recuerdo de nuestro primer encuentro, 4 mosquetones y una boquilla de ámbar, botines de la mencionada batalla. Aquella boquilla fue el más amado de sus objetos personales.
Cada vez que se sumía en intensas meditaciones de las que dependía la situación en los combates y las zonas del frente, de su boquilla se levantaba una verdadera nube de un tabaco muy fuerte. A su alrededor rondaban no pocos fumadores que ansiaban poseer ese objeto. Para arrebatársela no repararon en medios y métodos: algunos recurrieron a la fuerza física, otros a dulces palabras; hubo quienes le propusieron intercambio material y los que más la codiciaban trataron de sustraerla de su bolsillo si estaba borracho. Todas las tentativas fracasaron.
Después de la liberación del país, entre los importantes cuadros del Partido y el gobierno hubo fumadores empedernidos que entraban en regateo con él: “Camarada C
Actualmente está expuesta en el Museo de la Revolución Coreana. Los funcionarios del Museo creyeron que con unas cuantas palabras podrían persuadir a C
—¿Se atreven a decirme eso? ¿Quieren exponer en un museo la boquilla de este C
Aunque bramaba y se oponía tan impetuosamente como para aturdirlos, los funcionarios no perdieron la esperanza, le visitaron incansablemente. A la quinta vez lograron convencerlo. El veterano general que unos días atrás les gruñía como un tigre, pareció otro, los trató con amabilidad.
—Desde hoy esta boquilla no me pertenece, es propiedad de todo el pueblo. Esperen hasta que fume con ella por última vez.
Le puso un cigarro, lo encendió con un fósforo y comenzó a aspirar con deleite bocanadas de humo que soltaba al aire lentamente. Los ojos entrecerrados del veterano general miraban el infinito cielo del norte. Bajo éste se encontraban Macun, impregnado con la historia de nuestro primer encuentro, y los campos de batallas saturados de la humareda de la época guerrillera, que recorrió incansablemente, hasta casi los 40 años, llevando a la cintura una pistola ametralladora.
Aquellas dos noches y tres días que decidieron nuestros destinos entrelazándonos como eternos acompañantes rodearon nuestra amistad con una gran muralla de acero, que ninguna fuerza, ni ningún método, era capaz de destruir.
La impresión más fuerte en nuestro primer encuentro fue que era un hombre muy franco y sencillo. Decía las cosas tal como las veía y las expresaba tal como las pensaba. Sus ideas y sentimientos se reflejaban fiel y de inmediato en su rostro. Por lo general, ante ese tipo de personas no surten efecto ni artimañas, ni inventos ni tampoco la diplomacia. Su ingenuidad infantil tenía una milagrosa fuerza cautivadora que purificaba el alma de los demás. Prisionero de esta fuerza no pude menos que abrirle de par en par las puertas de mi mundo interior.
Al llegar a Mihunzhen visité primero la covacha semisepultada donde estaban internados más de 50 enfermos, entre ellos C
Cuando los compañeros de la intendencia que protegían el campamento secreto abrieron la puerta de la barraca y anunciaron la llegada del Comandante Kim, C
Su rostro estaba tan horriblemente
—Comandante Kim, le imploro, no entre. No debe hacerlo.
Tuve que pararme algunos segundos en el umbral al ver cómo C
—Me parece demasiado fría la acogida que me dan aquí, en Mihunzhen. Vengo a ver a C
A pesar de mi broma, C
—Aunque diga que somos malos anfitriones, no hay otra forma. ¿No sabe usted, que está ante la puerta del infierno?
—¡Oh! No sabía que C
Comprendiendo que sus palabras no daban resultado, comenzó a reprender a los compañeros de la intendencia por haberme llevado hasta allí:
—Imbéciles, ¿cómo guiaron hasta aquí al Comandante Kim? ¿Esa es la manera de cuidarlo?
Muy asustado, el personal de la intendencia se esfumó.
Mientras C
—¿Cómo entró el tifus en el cuerpo de C
Cuando me senté a su cabecera y le tendí la mano, él metió presurosamente las suyas bajo la manta.
—Comandante Kim, no toque mi cuerpo, está cubierto de microbios del tifus. ¿Por qué ha venido a este maldito Mihunzhen que parece una incubadora de enfermedades?
—¿Quiere saber el porqué? Pues, quería ver a C
Metí mi mano por debajo de la frazada y cogí fuertemente y no solté en un buen rato, la del enfermo, caliente como una hornilla.
Los ojos de C
—Comandante Kim, me alegro de verlo. No valgo tanto como para que usted... Creía que me iba al otro mundo sin verlo.
Un momento antes me imploraba que no me le acercara, pero ahora no quería soltar mi mano, agarrándola como con tenazas.
Parecía un niño.
Después de hacerme algunas preguntas sobre la segunda expedición a Manchuria del Norte, me puso al tanto de los estragos causados por el tifus.
Cambié el tema y me interesé por sus cuestiones personales.
—¿Es verdad que lo atormentaron sufrimientos espirituales por la acusación de “minsaengdan”?
—Sí, así fue.
Con expresión sombría dio algunas cabezadas, y en tono nervioso me contó cómo le habían puesto a su cabeza la etiqueta de “minsaengdan”.
—En Macun, usted me explicó mucho la necesidad del frente unido. ¿No fue así? Consideré ese lineamiento el único acertado en el mundo. De regreso a Yanji hablé de esto a los compañeros de nuestra unidad. Hasta el comandante de cuerpo Wang Detai llegó a reconocer la necesidad vital de ese frente. Mis esfuerzos por alcanzar este fin provocaron que me tildaran de “minsaengdan”.
Después que iniciamos la primera expedición a Manchuria del Norte, C
Allí había dos tropas de gandules de bosque, una con alrededor de 80 efectivos y otra con 100, aproximadamente. La de 80 personas mantenía una postura muy buena como resultado de la incansable propaganda antijaponesa de los trabajadores clandestinos guerrilleros. Dicha tropa también sostenía buenas relaciones con los cuerpos de autodefensa en las cercanías. Estos, cambiando su ruta, del projaponismo al antijaponismo, le ayudaron por diversas vías.
En cambio, la otra agrupación no sólo invertía el tiempo en saquear a los habitantes sino que preparaba la claudicación colectiva, para lo cual estableció disimulados contactos con militares y policías enemigos de Liushucun. Las relaciones entre las dos unidades de tendencias contrapuestas, una inclinada a la lucha antijaponesa y la otra a la rendición y traición, llegaron a tan peligroso extremo que por poca cosa podían estallar en choques armados. Dejando como estaba el segundo destacamento, era imposible orientar al otro por el camino de la lucha antijaponesa y formar con él un frente común.
C
La decisión de C
—Reconozco que me salvé gracias a usted, Comandante Kim. Si no nos hubiera defendido en Dahuangwai, nunca me habría librado del calificativo de “minsaengdan”, viviendo como un topo. Dígame, ¿realmente fue un acto de rendición no haber atacado a aquel cuerpo de autodefensa?
Se incorporó con brusquedad y me miró a los ojos. De súbito su rostro se puso rojo como la grana, reflejando gravedad.
Le tomé las dos manos juntas amablemente y moviendo la cabeza dije:
—No, no lo fue. Se trataba de un acto justo a favor del frente antijaponés ... Fue absurdo, completamente injustificable destituirlo con la acusación de “minsaengdan”.
—¡Al fin!, eso quería oir. ¡Como si yo no tuviera nada que hacer para meterme en la “Minsaengdan”! ¡Ah, hijos de perra! No me puedo aguantar de la indignación.
—Es muy doloroso pensar que miles de personas inocentes fueron destituidas e incluso asesinadas tachadas de “minsaengdan” como fue su caso, camarada C
—Todas las acusaciones se inventaron. ¿¡Cómo podían ser “minsaengdan” revolucionarios de la talla de Yun Chang Bom y Pak Tong Gun!? Los muy canallas castigaron expresamente a los que mejor trabajaban y peleaban y luego alardearon como si hubieran realizado grandes proezas. Si esto es comunismo, no habría venido desde Primorie a Jiandao.
—La lucha “antiminsaengdan” fue una terrible calamidad que no debe repetirse nunca más en la historia de nuestra lucha antijaponesa. Un gran número de comunistas coreanos perecieron sin justificación. La Internacional, felizmente, calificó de correcta nuestra posición expresada en la Conferencia de Dahuangwai, censuró de modo oficial como ultraizquierdista la lucha “antiminsaengdan” llevada a cabo por el partido en Manchuria del Este y orientó adoptar urgentes medidas para superar las consecuencias.
C
—Quisiera gritar aquí mismo tres veces ¡hurra!. Gracias, Comandante Kim.
—Lo importante es cómo aplacar el rencor de los camaradas asesinados bajo absurdas acusaciones y de qué manera recuperarnos de las enormes pérdidas que sufrió nuestra revolución. ¿No es así?
—Sí, tiene razón. Tenemos que esforzarnos por llenar los vacíos; los que quedamos vivos, seamos las semillas para esta tarea.
Su respuesta me dio una inmensa satisfacción. Era un comandante de ingenio no sólo en lo militar sino también en lo político. Con posterioridad, en decenas de años de trabajo afiancé mi convicción de que era un diestro estratega y un político competente con criterios propios. Al mismo tiempo demostró ser un probado agitador, hábil en la diplomacia militar y experto en operaciones de desintegración de las tropas contrarias. Los soldados y policías del Estado manchú que se hallaban bajo el control de C
Considerar a C
—Chapaev es coincidentemente parecido a nuestro general de ejército C
Muy molesto, en abierta manifestación de su descontento ante la opinión de los camaradas que solían ver en él sólo un jefe militar de cuentadedos, C
—Chapaev es Chapaev, y C
No sería correcto poner a los dos hombres en una misma balanza. Al calificar a C
Mirando confiado los ojos de C
—...Si estas semillas se multiplican en 10, 100 y 1 000 personas y estas 1 000 en 10 000, tarde o temprano podríamos ser ricos en hombres. Es una gran obra que los comunistas coreanos tenemos que priorizar. Y para ello debemos proceder tal como reiteramos en la Conferencia de Nanhutou, o sea, salir a la zona de Changbai, colindante con la Patria, y a la del monte Paektu, y establecer bases de nuevo tipo.
Las palabras “bases de nuevo tipo” hicieron que irguiera bruscamente el torso, mientras las cejas le temblaban ligeramente.
—¿Qué es eso? ¡Acabamos de disolverlas y ahora haremos otras nuevas!
Le expuse la necesidad de la construcción de las bases de nuevo tipo y dónde estaba la diferencia entre éstas y las anteriores. Realmente era asombroso el sentido de percepción política de C
—Desde que caí con fiebre —prosiguió C
Tal como él hablara de la importancia de nuestro encuentro en términos tan altisonantes, yo le concedía un significado profundo.
—Usted dice que mi presencia le reconforta; al contrario, soy yo quien siente crecer el ánimo al verlo. Me alegro inmensamente de encontrarlo a salvo de remolino de la “Minsaengdan”. En estas circunstancias el mismo hecho de quedar vivo es una proeza.
Aquel día, acompañado por Ri Tong Baek, recorrí todo el campamento secreto. La situación sanitaria y de avituallamiento era tan difícil como espantosa. De la compañía No.7 de la primera división, estacionada cerca de Mihunzhen, llegaban de vez en cuando provisiones, pero no bastaban para alimentar a decenas de personas. Si se acababan los granos, no podían preparar ni siquiera gacha y en estos casos ingerían agua hervida con un puñado de cáscara de granos de maíz podrido, pero ni este mísero líquido alcanzaba siempre.
Había un administrador del campamento, cuyo patronímico era Kim, que resultó ser un cobarde que pensaba sólo en su seguridad personal. Al ser trasladado a este hospital C
El servicio de guardia recaía también sobre las guerrilleras.
Fue increíble lo que soportaron las compañeras de Mihunzhen, entre otras Kim Chol Ho, Ho Song Suk y C
Los hospitalizados sufrían día y noche, por lo que sus nervios se ponían muy tensos, y atormentaban insoportablemente a las compañeras que los atendían. Como no se les permitía tomar a sus anchas agua fresca, todos estaban desesperados, casi enloquecidos. Inexplicablemente, por aquella época entre las filas del Ejército Revolucionario Popular se generalizó la opinión de que para los enfermos de tifus beber agua fresca significaba un suicidio, opinión que se observó en el tratamiento médico. De la creencia absoluta en ella provenía la orden de C
No obstante, los pacientes, perdido el poder de razonamiento a causa de la sed, pedían furiosamente agua fresca. Algunos, rehuyendo los ojos de las enfermeras, se metían en la boca carámbanos que colgaban del borde del techo. Hombres tan obedientes y cumplidores ante la disciplina guerrillera se dejaron vencer por la sed y se portaron como potros sin frenos. Si las enfermeras les acercaban tazas de gacha en lugar de vasos de agua, las arrojaban al suelo y proferían los más feos improperios. Empero, las compañeras rechazaban tajantemente sus exigencias. Para que no bebieran el agua depositada en una tinaja tuvieron que organizar diversas formas de vigilancia e incluso poner una centinela con ojos bien abiertos.
Una de esas noches el guerrillero encargado de las comunicaciones, con el raro nombre de Maeng Son, no pudo soportar más y comenzó a gatear inconscientemente en dirección a la tinaja. La centinela era Ho Song Suk. Al ver a Maeng Son ya con la vasija en las manos se le acercó corriendo y se la arrebató. Y le reprendió en tan alta voz que tembló todo el cuartel.
—Compañero Maeng Son, ¿ha olvidado la orden? ¿Quiere morir? Vuelva de inmediato a su lecho.
Llegado al colmo de la irritación Maeng Son agarró un trozo de leña que estaba delante del fogón, golpeó duramente con él una pantorrilla de la centinela, y sacando agua de la tinaja la bebió con avidez. Luego, cubriéndose con la manta, quedó toda la noche inmóvil como un cadáver.
Ho Song Suk, por temor a que muriera estuvo sentada a su cabecera, aún después de terminado su turno de guardia. Otros enfermos sintieron la misma preocupación. Pero, al amanecer, Maeng Son, a quien se creía casi muerto, se quitó de encima la manta e incorporándose abrazó con fuerza a Ho Song Suk.
—Gracias, compañera Song Suk. Ahora estoy salvado. Como usted al final no me impidió que tomara el agua, se me fue la fiebre. ¿Por dónde se habrá escapado?
—¿Por dónde si no por los poros de su piel? Mire el vapor que suelta su manta.
Ho Song Suk alzó la prenda toda mojada de sudor y paseó su mirada por la sala. Los enfermos que estaban despiertos la observaron.
La orden que prohibía beber agua fresca fue revocada y cada uno pudo tomar cuanto quería. Poco a poco fueron librándose de la muerte. Los que pudieron dejar la cama se unieron a las guerrilleras en la preparación de comidas como si fuera para una fiesta.
Cerca del campamento logramos hallar junto con el intendente Ryu, una gran cantidad de arroz y carne de lo que C
Cuando todos, con el gozo de recobrar la salud, comenzaron a recorrer el lugar, organizamos en Mihunzhen, junto con Wang Detai y Wei Zhengmin, una reunión de los cuadros militares y políticos del Ejército Popular Revolucionario y decidimos las vías para llevar a la práctica los lineamientos trazados en la Conferencia de Nanhutou. Participó un buen número de cuadros de nivel de comisario de compañía y superiores, entre los cuales se hallaban Kim San Ho, Pak Yong Sun y Kim Myong Phal.
En las resoluciones de la Conferencia de Nanhutou se señalaron tareas estratégicas que debían cumplir de modo consecuente en la segunda mitad de la década del 30 los comunistas coreanos que luego de haber disuelto las bases guerrilleras, zonas liberadas fijas, comenzaban a extender el escenario de sus operaciones dentro de Manchuria y a toda la Península Coreana. Para hacer la realidad estas tareas hacían falta ciertas medidas tácticas.
Nuestros planes consistían en convertir la zona del monte Paektu en fuente centralizada táctico-estratégica de la revolución coreana, y apoyándonos en ella desplegar con grandes unidades intensas ofensivas militares y actividades políticas, desplazándonos libremente a regiones del Norte y el Sur de Manchuria y hasta la profundidad de Corea, y de esta manera, llevar a una etapa superior la lucha antijaponesa de liberación nacional y el movimiento comunista. En pocas palabras, nos propusimos actuar en grande. Este proyecto requería ante todo resolver el problema de los hombres en tres esferas: el partido, las fuerzas armadas y el frente unido en toda la nación. Sólo cuando lográramos preparar de modo suficiente estas tres fuerzas, la revolución podría escalar nuevos peldaños, más altos.
Como respuesta a esta exigencia del momento, en la reunión de Mihunzhen examinamos la reorganización de las unidades del Ejército Revolucionario Popular y fijamos las zonas de operación para las divisiones y brigadas que iban a formarse.
En primer lugar, decidimos constituir una división y una brigada independiente que aumentarían la capacidad combativa pues contaríamos entonces con tres divisiones en total y con una brigada independiente más. En virtud de ello quedaron delimitados los territorios para cada unidad: para la nueva división No.3 (posteriormente No.6), las zonas fronterizas ribereñas del río Amrok que tendrían como centro el monte Paektu; para la división No.1, las regiones de Fusong, Antu y Linjiang; para la división No.2, Jiandao y Manchuria del Norte; y la nueva brigada independiente realizaría operaciones, desplazándose en Manchuria del Norte, y gradualmente irrumpiría en las riberas del río Amrok para mantener a raya a los enemigos que aparecieran en las zonas fronterizas. Tal resolución exigía duplicar aproximadamente el poderío combativo del Ejército Revolucionario Popular en poco tiempo y con acciones rápidas.
Los asistentes a la reunión apoyaron fervorosamente la decisión porque veían en la reorganización del Ejército Revolucionario Popular un paso adelante para el conjunto de la Lucha Armada Antijaponesa. Pero, no todos los asuntos se resolvieron llanamente. En el momento de debatir las medidas ejecutivas se oyeron opiniones que ponían freno al curso de la reunión. Se referían principalmente a la preocupación por la escasez de cuadros. Era comprensible que ciertas personas, si bien apoyaran de modo incondicional la reestructuración del Ejército Revolucionario Popular, mostraran dudas por el destino de este proyecto a causa de la falta de cuadros. En la lucha “antiminsaengdan” numerosos cuadros militares y políticos fueron separados de este ejército. La democracia militar extremista resultó otro factor que agudizó la escasez de personal directivo. Además, no pocos cuadros en activo llevaban todavía colgada la etiqueta de “minsaengdan”. Diversas unidades solicitaban continuamente el envío de comandantes.
Confeccionamos el plan de ubicación de cuadros para las nuevas formaciones según el principio de confiar y promover con audacia. Así, la división No.3 quedó bajo nuestro mando. An Pong Hak conservó su anterior puesto de comandante de la división No.1 y C
En la reunión de Mihunzhen tratamos también el tema de la creación del comité preparatorio para la fundación de la Asociación para la Restauración de la Patria.
Si el evento de Nanhutou se consideraba el vértice que marcaba la medianía de la década de los años 30, podría decirse que la reunión de Mihunzhen, junto con las de Donggang, de Xigang y de Nanpaizi fue la pasadera de la revolución coreana para los grandes acontecimientos de los años 40. El tren expreso que partió de Nanhutou corrió a toda velocidad hacia Xiao
Felicité a C
—Nuestro siguiente encuentro será en la zona del monte Paektu. Espero pelee con osadía.
Me agarró un brazo e insistió como un niño.
—Si no me lleva con usted, no le soltaré el brazo. Yo también quiero ir al monte Paektu y pelear bajo su mando.
—Camarada C
—¡Oh, es demasiado! No podré ser ese tigre.
Luego de decir repetidamente ¡Oh, es demasiado!, fijó la vista en un lugar lejano con los ojos entrecerrados.
—Bueno, no insistiré más. La próxima vez, no me dejaré vencer, ya lo verá. Recuerde a este C
Nuestro tercer encuentro ocurrió en el campamento secreto Yangmudingzi, en Xigang, en el distrito de Fusong. Por supuesto, C
Siempre quiso estar a mi lado y para ver realizado su deseo hizo todo lo que estuvo a su alcance. Empero, sus tentativas tuvieron que ceder a otras tareas más imperiosas y realistas, que le encantaban. Se trataba del impulso de su conciencia, tan limpia como un cristal, y del espíritu de servicio abnegado, de hallarse en los lugares más críticos de la primera línea del frente, por los que yo me preocupaba e interesaba.
En su inigualable afán de ser útil, estaba convencido de que, si bien deseaba ayudarnos de cerca, debía ir antes que nadie al puesto más difícil en acato a nuestro llamado; precisamente en eso radicaba el rasgo del soldado fiel y el singular encanto que rodeaba la belleza de sus cualidades humanas. Estos dos anhelos coexistieron parejos en su alma, sin dejar de medir sus fuerzas. C
Sin duda, eran una agradable contradicción que nunca desapareció en él. Excepto en sus últimos años, en que me ayudó estando al frente de las Fuerzas Armadas Populares o dirigiendo otro ministerio del Consejo de Administración, pasó la vida en las primeras líneas del frente, en medio de densas humaredas. Tan solo en la segunda mitad de la década del 30 participó en varios cientos de combates y escaramuzas. En ellos, sobre todo en los que se libraron en Sandaogou, Wudaogou, Xiaotanghe, Huanggouling, Jinchang, Pulgunbawi, Komuijari, Jiansanfeng, Naerhong, Laojinchang, Mujihe, Fuerhe, Weitanggou, Tianbaoshan, Dashahe, Dajianggang, Yaocha y Hanconggou, quedó grabado el nombre de C
El “hombre temerario” que se menciona a menudo entre los materiales secretos dejados por los imperialistas japoneses, es precisamente el calificativo que ellos le pusieron a C
En los días en que comenzamos a levantar la nueva Patria, la protegió con las armas desde la primera línea de la frontera, a pocos pasos del Paralelo 3818. Cuando la guerra coreana contra el imperialismo norteamericano, mandó un cuerpo de ejército en el Este del frente. En los campos de batalla, hacia donde se dirigía la atención del pueblo, se oían siempre las confiadas voces de mando de C
Cuanto más lejos se encontraban, tanto más próximo y querido se hacía en mi corazón. Como dice un proverbio; mil ríes para dos que se quieren, resulta una corta la distancia, pero es lo contrario para dos que se odian, así considero que cuando los seres humanos se aman y respetan mutuamente el espacio y el tiempo no constituyen obstáculos. C
Desde la época de la construcción del Estado él andaba con una foto mía, guardándola entre las hojas de una libreta de apuntes. El retrato tendría, a lo sumo, el tamaño de una caja de fósforos. Lo que daba risa era que ni yo mismo sabía de dónde la había sacado. Suponía que antes de ir al Paralelo 38 al frente de una brigada, engatusó a Jong Suk hasta obtenerla, pero esto queda hasta ahora como una conjetura. Cuando abrió el segundo frente en la retaguardia enemiga y desplegó operaciones al estilo guerrillero, miraba la foto cada vez que me echaba de menos.
En una ocasión, decidió premiar al jefe de un pelotón que obtuvo méritos en una acción que llevó a cabo en la zona enemiga. Se llamaba Kim Man Song. El y su pelotón alcanzaron un sobresaliente éxito combativo al aniquilar más de 150 enemigos entre muertos y heridos y capturar 50 carros: 22 camionetas T
En la jefatura del cuerpo de ejército, privado de contactos con la Comandancia Suprema, no había ni órdenes ni tampoco otros diplomas. Pero, como C
—Es un premio más alto que cualquier condecoración. ¿Tú sabes que el General Kim Il Sung es el jefe de nuestro país? También en la lucha guerrillera en Jiandao fue nuestro Líder. No puedes imaginarte cuánto lo extrañábamos en aquel entonces. Lleva esta foto contigo y ninguna bala atravesará tu corazón.
Estas fueron palabras que pronunció C
Con posterioridad, fue al Cuartel General y me informó del caso. Luego de escuchar su parte pensé en irritarlo un poquito.
—A pesar de todo, C
—No sea tan duro. Si no fuera este C
Era un contraataque totalmente inesperado. Sin darme cuenta, caí víctima de un maestro en la operación de atraer y golpear.
Esa discreta magnanimidad del “viejo jefe del cuerpo de ejército” quien amaba sin límites a sus soldados, me emocionó hondamente.
—Tiene razón, así haremos. Como la foto se confirió por su parte... también en nombre del Comandante Supremo vamos a transmitirle el agradecimiento y condecorarlo.
Este detalle, tan pequeño como una gota de agua, nos hizo conocer más a fondo a C
A grandes rasgos, así se le puede caracterizar.
Para transmitir con mayor lealtad sus atractivos humanos no sabría a qué otra cosa referirme. Su autobiografía, saturada de la humareda de los campos de batalla y tejida bajo lluvias y ventiscas, encierra incalculables episodios y acontecimientos.
Toda su vida fue un optimista, un combatiente como un tanque que avanzaba y avanzaba sin vacilar ni ante las más furiosas tempestades.
¿Qué clase de hombres amaba él? Pues a las personas francas, sencillas, laboriosas, valerosas, leales, a las capaces de actuar en grande, las que no hablaban a espaldas y las que sabían tomar decisiones oportunas...
A quienes más detestaba era a los aduladores, cobardes, holgazanes y parlanchines. Siempre se mantuvo a distancia de los simuladores que llevaban por lo menos doce bolsas de reservas y de los hipócritas que tenían doce pellejos para mudar.
Todo el país conocía de su fanatismo por el ajedrez. Si perdía una partida, se molestaba tanto que hasta dejaba de comer. Pero, se sentía más disgustado si alguien perdía o hacía tablas adrede para alegrarle. Además, fue uno de los más fuertes aficionados al cine en el país. Le gustaba tanto ver películas que el camarada
le envió equipos de proyección. Prefería las de temas de guerra, pero sin escenas de matanzas.
En sus últimos días, lo visité varias veces. Su cuerpo, extenuado al extremo en la lucha contra el mal, se veía diminuto como el de un niño de menos de 10 años, de aspecto deplorable. Dudaba por momentos de que aquel hombrecillo fuera verdaderamente el mismo C
En una de mis visitas, le tomé las manos, otrora fuertes y duras como tablas, y ahora blandas como las de los niños, sin músculos ni callos, y le dije: “Oigame, ¿cómo es posible que se deje caer así el otrora ‘Sai Ken’, tan impetuoso como un tigre?” Sus labios temblaron convulsivamente y por sus mejillas corrieron sentidas lágrimas. Saqué el pañuelo y le enjugué los ojos tratando de calmarlo.
—Camarada C
—Mi Líder, me emocioné pensando en lo de Mihunzhen. ¿No recuerda que entonces también me cogió así las manos?
—Sí, recuerdo lo de Mihunzhen. Inexplicablemente añoro el tiempo pasado allí. Nos abrumaban muchas dificultades, pero éramos vigorosos jóvenes veinteañeros. Si no me equivoco, usted tenía 30 años, ¿he acertado?
—Sí, pero según como se calcula hoy, 29 cumplidos. Evoco cómo juramos cogidos de las manos: “¡Compartiremos la vida y la muerte!” ¿Lo recuerda usted también?
—Sí, ¡cómo podría olvidarlo!
—Sin embargo, no podré cumplirlo, me voy primero... Mi Líder, me siento culpable.
—No hable así. Al contrario, soy yo el que se siente culpable. Si lo hubiera cuidado mejor, ahora no se encontraría en este estado. Le hice trabajar y trabajar, y siempre en las tareas más difíciles. Ahora lo estoy sintiendo mucho.
—Eso no es cierto. Yo fui quien le causó muchos problemas. Aunque muramos nosotros, usted tiene que estar sano para poder reunificar la Patria. El último ruego de este C
Me dijeron que hasta el momento de expirar no dejó de hablar de mí.
Cada vez que mis ayudantes lo iban a ver él no cesaba de preguntarles: “¿Cómo está el Líder, bien? ¿Y el camarada Kim Jong Il?”
El insoportable dolor por la muerte de C
Su mérito en la vida familiar consiste en haber hecho de su esposa y sus hijos fieles seguidores sólo al Partido y al Líder. Su compañera de vida Kim Chol Ho fue una firme combatiente que se consagró a la revolución. Realizó tanto trabajos clandestinos en la retaguardia enemiga como participó en la lucha armada junto con nosotros. Para una mujer pelear con la arma en las manos a lo largo de 10 años, venciendo escarpadas cordilleras e interminables selvas cubiertas de nieve de Manchuria, donde la temperatura registraba 40 grados bajo cero, resultaba más difícil que realizar una expedición al Polo norte. Era como un ave Fenix. Durante una operación de “castigo” enemiga, la sorpresa por los inesperados disparos la hizo parir en medio de un montón de nieve, y sin ayuda alguna, cortó el cordón umbilical, e inmediatamente después comenzó a disparar contra los asaltantes. Concedía tan alto valor a los indescriptibles sufrimientos de la lucha guerrillera que hasta sus últimos días obligaba a sus hijos a probar sin falta gacha de granos de maíz enteros una o dos veces al mes.
Si C
Al igual que su marido, crió a sus hijos con mucha austeridad, con el sentimiento de forjarlos en medio de las nevascas del Paektu. Ellos, desde los puestos de trabajo donde fueron ubicados por el mismo camarada Kim Jong Il, actúan con plena energía para hacer refulgir nuestro socialismo, para el que las masas populares son el cielo, y para formar como fieles soldados a los integrantes de las tercera y cuarta generaciones de la revolución.
C
Es una ley inmutable que un manzano da manzanas y un peral, peras. Lo mismo ocurre con las leyes sociales. Resulta natural que los que nacen al pie del monte Paektu posean el espíritu del Paektu. Es realmente digno de elogios el que la revolución coreana que la primera generación iniciara y llevara adelante en cuerpo y alma, venciendo tempestades y ventiscas, sea continuada y perfeccionada de modo ininterrumpido por las segunda, tercera y cuarta generaciones, con el espíritu de unirse con una sola alma sobre cimientos de fidelidad y filiación bajo la dirección del camarada Kim Jong Il. Estoy seguro de que nuestras posteridades serán leales hasta el fin a este ideal de sus predecesores. Es una ley que los magníficos precursores dejen excelentes descendientes.
CAPITULO XII. AL ENCUENTRO DE LA
PRIMAVERA DE LA RESTAURACIÓN
(Marzo de 1936 – mayo de 1936)
1. Nacimiento de una divisón
Al partir de Mihunzhen, nuestro destacamento contaba apenas con quince hombres. Dos jóvenes enlaces, O Paek Ryong y otros nueve escoltas, Kim San Ho y el “Viejo de la Pipa” que había fungido de maestro en una escuela privada en un remoto lugar de Helong antes de unírsenos, era toda esa familia que yo encabezaba. Una compañía del regimiento de Wangqing que marchó con nosotros desde Guandi había seguido en dirección al distrito Yilan para reforzar las unidades de Manchuria del Norte.
Emprendí la marcha con ropas ligeras, pero con el inconmensurable gozo que me proporcionaba la posibilidad de cumplir mi deseo de muchos años.
“Vayamos pronto a tierras de Fusong. En el Maanshan nos esperarán los hombres del regimiento No.2. Serán nuestros pilares para formar una nueva división invencible”, pensaba al abandonar Mihunzhen.
Se trataba de un asunto clave que debíamos resolver con la mayor premura para llevar a la práctica la línea original de nuestra revolución.
Ahora nadie se atrevería a calumniarnos o impedir que dedicáramos nuestros principales esfeurzos a la revolución coreana. En los carriles que desde hacía mucho tiempo buscábamos y preparábamos para ésta no se encontraba ya ninguna barrera. Si corríamos directamente por ellos podríamos llegar a la plaza de la
celebración de la restauración de la Patria, e icluso a un delicioso lugar: el país del pueblo. Para hacerlo así era imprescindible preparar una fuerte locomotora y vagones, así como instalar un potente mando.
¿Cuál sería la locomotora de la revolución coreana? Podría decir que la nueva división que nos proponíamos formar como el grueso del Ejército Revolucionario Popular de Corea.
La Asociación para la Restauración de la Patria que queríamos fundar podría compararse con los vagones que tiraría esa locomotora. Y el monte Paektu, que pronto ocuparíamos, sería dable denominarlo puesto de mando. Debíamos poner manos a la obra sin tardanza.
La nueva división no efectuaría únicamente, como se desprende del sentido original de este término, actividades bélicas encaminadas a mantener a raya las tropas y policías del imperialismo japonés en el terreno militar. Debía investirse, además, de nuevos deberes como ejército político llamado a extender desde el monte Paektu la red de organizaciones del partido por todo el país, aglutinar y dirigir al pueblo en la guerra antijaponesa mediante la Asociación para la Restauración de la Patria y otras diversas agrupaciones. Por supuesto que otras personas debían ocuparse también de esa misión. No obstante era indispensable que contáramos con una división principal que debía desempeñar el papel de vanguardia al frente de todas las demás unidades. Por eso la catalogué como locomotora de la revolución coreana.
¿De qué manera preparar tan potente fuerza?
Mis interlocutores propusieron en su mayoría llamar a todos los jóvenes coreanos de las unidades de las Fuerzas unidas antijaponesas, para formar un gran cuerpo de ejército y avanzar al monte Paektu. Había compañeros de armas que insistían que lo constituyéramos con competentes guerrilleros seleccionados rigurosamente en las unidades del segundo cuerpo. Eran opiniones justificables, pero sus partidarios, sin excepción, no tomaban en consideración los destinos de los camaradas chinos junto con quienes luchábamos contra el enemigo común, ni las perspectivas de desarrollo de esta lucha. Su reflexión partía de la consideración de formar ante todo y sobre todo el referido grupo principal. En términos actuales diría, perseguían exclusivamente los intereses de su propia unidad.
Finalmente decidí distribuir los centenares de expedicionarios al Norte de Manchuria entre las agrupaciones que actuaban en Weihe e ir a Fusong para integrar el nuevo destacamento, principalmente con los hombres del regimiento No.2 que, según teníamos entendido, se desenvolvía en ese territorio, y admitiendo a los mejores jóvenes de Manchuria del Este y del interior de Corea.
A la partida de Mihunzhen, Wang Detai nos regaló unos 20 caballos que habían ocupado en el asalto a una compañía maderera.
—Me da mucha pena que el Comandante Kim se vaya solo dejando a los valientes soldados que formó con tanto empeño, en Manchuria del Norte. Tome estos animales por amigos de camino. Parece que están entrenados; les servirán.
Emprendimos el rumbo hacia el sur sobre los equinos. Al terminar un descanso notamos que faltaban tres. Los habíamos dejado pastar libremente y desaparecieron de nuestra vista en la espesura del bosque. Como en las cercanías no había indicios de presencia enemiga, ordené al enlace hacer dos disparos al aire. De inmediato aparecieron desde distintas direcciones y trotaron hacia nosotros.
En un remoto lugar montañoso nos encontramos con exmoradores de la zona guerrillera de Chechangzi y les entregamos las bestias para que las utilizaran en el trabajo.
En el tramo de Mihunzhen al Maanshan fue donde más dificultades y contratiempos tuvimos durante los más de seis meses de la marcha de aquel año iniciada en el despeñadero de Xiaojiaqihe, del Norte de Manchuria, para llegar al valle de Sobaeksu, un lugar montañoso del extremo norteño de Corea.
En muchos sitios aparecían enemigos, impidiéndole el paso a nuestro pequeño contingente. Desde el día siguiente de la partida de Mihunzhen nos veíamos obligados a pelear una o dos veces diariamente, y en ocasiones, tres o cuatro. El adversario no nos daba tregua ni para preparar comida ni arreglar los uniformes. Hubo momentos en que incluso el “Viejo de la Pipa”, quien decía que sin comer podía vivir, pero no sin fumar, no tenía ni un segundo para dar una chupada. Esto es suficiente para imaginar cuán frecuentes encuentros tuvimos que sostener. Sólo de noche podíamos acampar en lugares bien encubiertos para hacer comida o secar el calzado. No obstante, ni en esas horas descansábamos lo suficiente. Como éramos muy pocos, resultaba difícil organizar la guardia. En un turno debían salir, por lo menos, uno para el puesto cerca del vivaque, dos para el de abajo, y otros dos para atalaya. Si excluíamos a los heridos y a quienes los atendían, faltaban hombres para cubrir los turnos. Por eso me puse guardia en varias ocasiones. Una noche, Kim San Ho, mientras rondaba por los puestos de centinelas, me descubrió en uno y se escandalizó como si hubiera sucedido algo muy grave. Decía que yo era demasiado condescendiente con los guerrilleros. Cuando se ponía así, no había forma de aplacarlo.
—No se ponga así; piense en los jóvenes guerrilleros. De día se fatigan por la caminata y las batallas, y de noche deben cubrir la guardia. ¡Cuan cansados estarán! ¿Cuántas noches podré vigilar en lugar de ellos? Si llegamos al Maanshan, se nos unirán muchos hombres y ya tendremos ocasión para relevarlos en la guardia.
Al darse cuenta de que no me dejaría persuadir, se marchó, sin decir nada más.
¡Vamos pronto al Maanshan! Suponía que allí nos esperaban el abrazo de muchos compañeros de armas y un acogedor lugar de descanso, tranquilo, y naturalmente dejarían de martirizarnos las penurias y dificultades que estábamos sufriendo.
Esa esperanza nos dio fuerza y ánimo a pesar de la fatiga por los combates y la caminata que efectuábamos todos los días, sin comer, descansar ni dormir como debíamos.
Los ríos y montañas de Antu y Fusong que se encontraban en nuestro itinerario hacia el sur, eran todos familiares junto con sus lomas y valles, cada árbol y cada yerba nos despertaban inolvidables recuerdos. Songgang, Xinglongcun, Shiwuli, Xiaoshahe, Liujiafenfang, Fuerhe, Dadianzi, Lishuhe, Nandianzi, Dujidong, Wanlihe, Naitoushan y otros lugares mantenían mil relaciones con mi juventud. Al cabo de varios años, al volver a esas montañas y ríos, sentía que mi corazón se embargaba de emoción. Cuando subí al pico al oeste de Daxibeicha, se extendió ante mi vista un panorama encantador que me hacía revivir profundos recuerdos. Al pie del monte se veía la pequeña aldea donde había realizado el trabajo clandestino disfrazado de sirviente mientras aceleraba la preparación de la fundación de la guerrilla. A esa misma cima donde ahora estábamos subíamos y bajábamos, tantas veces que bien podría decirse que nos había desgastado la planta de los pies, para celebrar reuniones con los trabajadores clandestinos. Realmente, en ese sitio lleno de recuerdos, no podía ver impasible ni un árbol, ni una yerba, ni una roca.
Paseé la vista por los picos del sur hasta divisar la meseta de Xiaoshahe donde hacía cuatro años había declarado la creación de la guerrilla antijaponesa. Bajando un poco se encontraba enterrada mi madre, en una ladera soleada. No me dejaba proseguir la marcha el nostálgico deseo de, por esa trocha que conservaría aún mis
Iban a cumplirse cuatro años desde que partiera del valle de Tuqidian luego que mis lágrimas de despedida salpicaran el túmulo revestido de trecho en trecho por el césped. Ahora éste tendría raíces bien arraigadas, y quizá entre sus briznas secas empezarían a asomar retoños. Todo mi ser se sacudió fuertemente por el deseo, aunque sólo fuera un rato, de hablar a mi madre que descansaba en paz, acariciando con mis mejillas esas tiernas yerbas.
Permanecí en la cima sin notar que mi comitiva se había alejado bastante cuesta abajo.
Tuve tan fuerte nostalgia por mi madre quizás porque se aproximaba Hansik. Me decían que la tumba de mi padre en Yangdicun la visitaba dos veces al año la familia del señor Kang Je Ha para limpiarla y rendirle homenaje, pero ¿cómo estaría la de mi madre? ...
—¿Por qué no baja, mi General? —preguntó extrañado C
Apenas entonces salí del ensimismamiento y empecé a caminar.
—¿Qué le pasa? ¿Quizá por la tumba de su madre? Oí decir que se encuentra en Xiaoshahe, —preguntó quedo al oído abocinando sus manos. Ante el asombroso juicio del joven enlace que parecía ver hasta mis entrañas, no me quedó otro remedio que decirle la verdad:
—Sí, estaba pensando en mi madre ...
—¿No deberá ir a ver su tumba?
—Quisiera hacerlo, pero no tengo tiempo.
—¡Pero si Xiaoshahe se encuentra a dos pasos! Es demasiado no ir a verla, ¿no? Sé que en el valle de Tuqidian vive también su hermano menor.
—Aun cuando disponga de tiempo, no puedo ir. Mi madre no lo quiere.
—¡Qué extraño!, ¿por qué no lo quiere?
—Ella, como última voluntad, dijo que no me acercara a excavar sus restos hasta que no lograse la independencia de Corea. No voy a verla por respeto a ese deseo.
C
—¿Y no se logrará la independencia de Corea por visitar la tumba? Vaya mi General, su voluntad es su voluntad, pero otra cosa es ir a verla.
—No, no puedo. Cuando ella vivía, no fui un hijo fiel. Quiero serlo aunque sea ahora, que ya no se encuentra en este mundo, así que no me lo recomiendes más. ¿Con qué cara voy a verla cuando aún no he realizado méritos dignos de mención?
Kim San Ho y O Paek Ryong me sugirieron lo mismo, pero no accedí. Sin embargo, mi alma estaba siempre junto a mi madre en el valle de Tuqidian. Descendiendo del monte dije para mis adentros:
“Madre, tenemos prisa, por eso no puedo pasar por Tuqidian. Ahora al pisar esta tierra de Antu me siento muy apenado por no haberle echado a su tumba expuesta a la nieve y lluvia en todas las estaciones del año ni un puñado de tierra ni cortado un manojo de yerbas. Tampoco cuidé como debía a mis hermanos. Chol Ju cayó peleando el año pasado, y no conozco dónde se encuentran sus restos. No obstante, madre, ante la revolución coreana está abierto un amplio camino. Tengo pensado formar una poderosa división en cuanto lleguemos al Maanshan. Con ella iré al monte Paektu y me entregaré de lleno al combate. Cumpliendo tu testamento no iré a ver tu tumba hasta que no rescate al país. Confía y espérame. Recuperaré a todo trance a mi Patria y te llevaré a Mangyongdae.”
Apresuramos la marcha hacia el Maanshan. Teníamos depositada una gran esperanza en ese viaje. Por eso, cuando divisamos en medio del mar de bosques una montaña parecida a una silla de montar, todos gritamos con alivio: “¡Maanshan!”. Lo que nos acogió primero fue una parcela de insam. A su cabecera se veían dos casuchas vacías. Al anochecer encontramos otra pequeña cabana en un profundo valle. Allí vivían ocultas dos o tres personas, y sorprendimos a Kim Hong Bom, encargado político de la división No.l, comiendo patatas asadas.
—¿Dónde se encuentra el segundo regimiento?
—Se marchó de expedición rumbo a Jiaohe a principios de este mes.
Esta respuesta dada con naturalidad, era para mí como un rayo. Eso significaba que era imposible formar un nuevo destacamento potente, cuyo plan abrigábamos desde Nanhutou. Todo resultó como dice el refrán: Rompióse el horcón de mayor confianza.
El segundo regimiento era una de las unidades formadas exclusivamente por coreanos y que cobró fama como “ejército rojo de Coryo” desde que actuaba con éxito como regimiento independiente. Estaba constituido por compañías seleccionadas, una en cada zona guerrillera en los distritos Yanji, Wangqing, Helong y otros de Manchuria del Este. La mayoría de sus integrantes tenían estrechas relaciones conmigo. Había formado en persona a Kwon Yong Byok, Kim Ju Hyon, O Jung Hup, Kim Phyong y otros elementos medulares del regimiento, además de a su jefe Yun Chang Bom y su comisario Kim Rak Chon.
Los vi por última vez en mayo de 1935, cuando, respondiendo a mi llamado, llegaron a Tangshuihezi, en el distrito de Wangqing. Pasé unos diez días junto a ellos dirigiendo sus estudios, entrenamientos y combates, y se desarrollaron tan rápidamente como los de la unidad que mandaba directamente. Eran precisamente los héroes reales de la leyenda de la “Indoblegable Chechangzi”, los que defendieron con éxito, hasta el fin, esa zona guerrillera.
Después que partimos a Manchuria del Norte en la segunda expedición y fuera disuelta la mencionada zona guerrillera, el regimiento marchó hacia el Sur de Manchuria, y a principios de ese año se trasladó al Maanshan, distrito de Fusong, pasando por Naitoushan en el distrito de Antu. Debía permanecer todo el invierno en Fusong con su mando y base de intendencia en el Maanshan, en espera de nuestra llegada. Esto era todo lo que conocíamos en Nanhutou sobre sus actividades. Antes de salir hacia el Maanshan entregué a otros la totalidad de los expedicionarios con la esperanza de formar con ese regimiento como matriz una nueva división.
—¿No recibieron mi aviso para el segundo regimiento? Llegado a Mihunzhen envié a un enlace con la orden de que me esperara.
—No, nadie vino antes que el segundo regimiento partiera de expedición —contestó Kim Hong Bom.
Sin duda, el mensajero había tenido una desgracia en el camino. Pero, aunque hubiera llegado sin novedad, no habría podido encontrarse con el segundo regimiento.
—¿Cuál es el objetivo y motivo de esa expedición en dirección a Jiaohe?
—Yo tampoco...
—¿No le dijeron cuándo regresará?
—No.
—¿Quién lo dirige?
—Zhang Chuanshu, jefe del regimiento, y Cao Yafan, su comisario.
—¿Quedan sólo ustedes en el Maanshan? ¿Qué hacen? —pregunté cambiando el tema.
—En el campamento secreto Sampho se encuentran más de cien “minsaengdan”. Cumplo la misión de vigilarlos.
La respuesta me resultaba todavía más sorprendente.
—¿Existen tantos? Pero si esas cabanas estaban vacías.
—Fueron a Mayihe, en Linjiang, para buscar alimentos.
—¿Qué clase del “minsaengdan” deben ser si pueden salir para conseguir comida?
—No podía dejarlos morir de hambre.
—¿Hay testimonios que prueben con certeza que son “minsaengdan”?
—Sí, existen documentos convincentes: confesiones, declaraciones, actas de interrogatorio...
Kim Hong Bom sacó de un rincón oscuro del cuarto un enorme atado de papeles.
—Aquí están.
Este fue el primer agasajo que recibimos en el Maanshan adonde llegamos tras vencer mil dificultades para encontrarnos con los hombres del segundo regimiento. Había un cuarto que estaba repleto de tales atados.
Al recibir en lugar de ruidosas aclamaciones y entusiastas abrazos, ese lío de papeles que olía a moho, me estremecí como si hubiera caído víctima de un enorme fraude o burla.
“Minsaengdan” me era una palabra tan antipática que con solo oiría mencionar sentía escalofrío en el espinazo, y ahora ese monstruo, que había estado señoreándose en las zonas guerrilleras, ¡seguía atormentando a las personas! ¿Qué diablos hacía allí ese “tinajón de inutilidades”?
Había pasado cerca de un año desde los repetidos debates en Dahuangwai y Yaoyinggou. Y apenas mes y medio antes recibimos la decisión de la Internacional. Era probable que aún no se hubiera transmitido hasta allí. Pese a todo, resultaba inimaginable que prosiguiera esa histeria bajo el nombre de “Minsaengdan”, porque desde hacía mucho tiempo la acusación contra su falsedad conmovía el territorio de Manchuria del Este.
Ahora, después de eliminar a un hombre como Kim Rak Chon, ¿qué les faltaba para asesinar a estos otros cien inocentes?
Ordené a Kim San Ho que de inmediato enviara a un enlace a Mayihe, para que los trajera a todos. Después desaté un paquete y me puse a examinar los documentos, página por página.
Pasé en blanco toda la noche. También al día siguiente me ocupé del papeleo que me hundía cada vez más en lo profundo de un laberinto. En aquellas hojas estaban registrados crímenes terribles con tal verosimilitud que nadie se atrevería a objetarlos. Decididamente interrumpí el examen. Era inútil y perjudicial desde todos los puntos de vista. Hacer caso de ellos traería como resultado perder a muchos hombres. Y no podía creer lo escrito en esos papeles, sensibles a cualquier clase de tinta.
Los acusados de “minsaengdan” se pusieron de inmediato en camino, cruzaron la abrupta cordillera de Longgang y llegaron luego de cubrir centenares de ríes en dos días.
Avisado de su regreso fui a verlos acompañado de Kim Hong Bom. Al abrir la puerta cubierta de escarcha, vi que el cuarto estaba repleto de seres andrajosos hasta más no poder. Resultaba un extraño encuentro sin emociones, aclamaciones ni lágrimas. Nadie me saludaba ni rendía el parte oficial. Ni siquiera me miraban. En el recinto reinaba sólo un pesado silencio y quietud. ¿Cuán oprimidos debían sentirse para creerse privados hasta del derecho de mirar y saludar? Por muy graves que fueran sus delitos, ¿sería posible que estuvieran tan abatidos y huraños?
—Creo que ustedes han sufrido mucho —balbucí porque algo se me atravesaba en la garganta—. Ni siquiera puedo preguntarles cómo están. Pero me siento alegre por volverlos a ver. Vine desde lejos, del lago Jingbohu de Manchuria del Norte, para verlos expresamente.
Nadie reaccionó. Seguía el mismo silencio, no se oía ni un suspiro ni una tos. Durante los cuatro años de la lucha antijaponesa ni una vez me recibieron así los guerrilleros.
—Estoy aquí —continué—, para encontrarme con los compañeros del segundo regimiento, formar una nueva división e ir con ella al monte Paektu para luchar. Pero me dijeron que toda la gente apta está en una expedición a Jiaohe, sólo quedan los inservibles. Hojeé los documentos que los acusan a ustedes de “minsaengdan”. Según estos papeluchos no hay aquí ninguno que no lo sea. Decidí que únicamente con estos documentos no se les puede juzgar. Sólo escuchando directamente sus palabras, sería posible formar juicios correctos. ¿No es así? A ver, ábranme sus corazones. No tengan miedo, ni miren a la cara de otros; sean francos.
La exhortación no logró romper el espeso y frío silencio.
Insté al joven sentado más cerca de mí, a contestar si era verdad que estaba alistado en la “Minsaengdan”.
Luego de titubear un buen rato con la cabeza abatida, silabeó en voz baja:
—Sí, es verdad.
No esperaba ese tipo de respuesta, sino que, derramando lágrimas y golpeándose el pecho, lo negara rotundamente. La declaración me defraudó.
Pregunté lo mismo a otro joven alto, Ri Tu Su.
—Dime, compañero, ¿es verdad que eres “minsaengdan”?
El, jefe de sección, oriundo de Chunchon, de la provincia de Kangwon, odiaba hasta los tuétanos al imperialismo japonés. En su muslo derecho tenía un cardenal. La vez que quise saber en qué combate había sido herido me dijo que era una mordedura de perro.
Explicó que cuando tenía unos diez años su familia se alimentaba siempre de gacha aguada. Uno de los últimos días de la primavera se dio cuenta de que se había acabado la sal y no podían aderezar la gacha. Recogió tres haces de leña y fue a la feria. Con la venta compró un toe(Media de volumen equivalente a una décima parte de un mal: es aproximadamente 1.8 decímetros cúbicos —N. del Tr.) de sal y emprendió ufano el camino de regreso con la bolsa colgada del cacaxtle. Cuando pasaba junto a una casa de japoneses, se le abalanzó de súbito un perro alsaciano y lo mordió. El niño japonés que se lo había azuzado se escondió en la casa dejando trancada la puerta. Los testigos, muy indignados, con el herido ensangrentado a cuestas acudieron a la estación de policía para protestar y acusar. La mordedura era horrible, le arrancó un pedazo de carne. Lo internaron en un hospital. Por primera vez en la vida era atendido en uno de esos centros, alimentándose todos los días con arroz. Estaba tan hastiado de gacha y le gustaba tanto el arroz que se sentía inquieto por parecerle que la herida se curaba con demasiada rapidez. Ni en sueños pensaba que a causa de su ingreso hospitalario él y su familia iban a sufrir una enorme calamidad. Suponía que los dueños del perro pagarían el servicio médico. Poco después, la dirección del hospital declaró que no podía seguir internado si no pagaba. La suma que exigían llegaba nada menos que a 20 yuanes. Había asistido sólo tres meses a la escuela primaria por no poder abonar los estudios a razón de 20 jones mensuales, y ahora, ¿de dónde sacaría su pobre familia esa cantidad de billetes?
El abuelo, el padre y los hermanos hicieron muchas visitas a los dueños del perro, la estación policíaca y el hospital para protestar, apelar y quejarse, mas en ninguna parte aceptaban lo que decían. Les argüían que la responsabilidad recaía sobre la víctima. Todos eran japoneses que jamás defenderían a un coreano.
La familia no tuvo otro remedio que pedir prestados 20 yuanes.
Esa deuda se multiplicó por el interés llegando dos años después a tal suma que ni con la venta de la casa heredada de generación en generación podían pagar.
Al no poder vivir por más tiempo en tierras de Chunchon, acosados por los acreedores, decidieron abandonar la querida aldea natal y tomar camino al norte. Los prestamistas les siguieron unos ocho kilómetros en plena noche y les arrebataron hasta la última fortuna: un rollo de seda que se encontraba en el atado de la abuela.
En un tiempo, esos descendientes de la dinastía Ri vivían en medio del respeto y envidia de las gentes, en una mansión de tejados a ocho aguas con dos dependencias y unas cuantas hectáreas de tierras, pero ahora, privados de su dinastía, de su residencia y hasta de su último rollo de seda, se veían obligados a errar hechos pordioseros.
Las afligidas palabras de las mozas del comedor del vapor que lo llevó de Wonsan a Chongjin infundieron en el corazón del pequeño Tu Su la congoja por la pérdida del país y la pena por dejar la tierra natal: “La pena y la tristeza de ustedes, los emigrantes, podrán conmover hasta el cielo, y sus lágrimas llenar el Mar Este, pero sus suspiros y llantos no pueden abrirles el camino de la vida; así que, aguantando la tristeza, tomen esta comida de despedida hecha con arroz y agua de la Patria.” Tal compasión hizo que Ri Tu Su se sintiera atragantado.
Llenaba su mente la imperturbable idea de que no se podía vivir junto con los japoneses bajo un mismo cielo porque le habían quitado la casa y la tierra natal, y le obligaban a abandonar a la querida Patria. Decidió firmemente que, cuando creciera, no les permitiría ni a ellos, ni a sus perros y gatos, aparecer, ni en sombra, bajo el cielo de Corea.
Tomó el arma y se alistó en la guerrilla cuando no era aún adulto.
A todas luces tal persona no tenía ningún motivo para ingresar en la “Minsaengdan”.
No obstante, me contestó lo mismo que el otro:
—Sí, soy miembro de la “Minsaengdan”.
Estas palabras eran semejantes a las de Jang el Cazador cuando lo visité en la cárcel de los “minsaengdan” en el valle Lishugou, en Xiaowangqing. Igual era su actitud.
Conteniendo mi indignación a punto de explotar, le dije que explicara en detalles a los reunidos cómo había ingresado en esa organización.
Repitió tartamudeando todo lo que estaba escrito en la confesión.
La coherencia de su explicación no daba lugar a dudas.
Todos los acusados reconocieron sus crímenes unánimemente.
Armándome de paciencia volví a preguntar a Ri Tu Su:
—Compañero, por causa de un perro japonés contrajiste deudas y perdiste tu casa y tu pueblito natal. Ese perro no sólo mordió tu carne, sino también removió y atropelló la vida de tu familia de más de una decena de miembros. Por el mismo motivo, caíste en una situación peor que la de un perro. Ahora dices que, poniéndote por tu voluntad al lado de esos enemigos, actuaste como un perro rabioso matando a compatriotas y mordiendo a camaradas, ¿es verdad? ¿Es cierto que serviste de perro a los enemigos, sin recibir a cambio ni una vasija de sobras de comida?
No dijo nada; se estremecía con los labios apretados, mientras caían lágrimas de sus ojos. Hubo un largo silencio que amenazaba con asfixiar a los reunidos. Salí de esa detestable cabaña. El aire fresco poco a poco aliviaba mi corazón atormentado y apaciguaba la cólera. Sentí que la mente se despejaba.
En la charla descubrí un fenómeno inconcebible.
En la cámara de torturas, donde les aplicaban los castigos más duros, parecidos a los de los religiosos medievales, la mayoría de nuestros combatientes negaban con un rotundo “¡no!” lo que realmente habían hecho. Esta posición no se alteraba ni ante la sentencia capital. Por el contrario, ante comunistas iguales que ellos decían “sí” a lo que no hicieron y a lo que no era. ¿Cómo explicar esto?
Paseando por el bosque, meditaba profundamente por qué me habían respondido así, como suicidándose.
“Que ellos no están alistados en esa organización es una verdad tan diáfana como que el cielo no se puede convertir en tierra y viceversa. ¿Por qué entonces se inculpan diciendo que han ingresado y actuado en ella?
“También Pak Chang Gil, un muchacho de Gayahe, y Jang el Cazador, de Macun, habían insistido que eran verdaderas sus declaraciones falsas. ¿Dónde se origina este extraño fenómeno?
“En el primer momento en que les echaron el lazo de ‘minsaengdan’ dijeron francamente que nunca habían pertenecido a esa organización. Pero esa franqueza, esa expresión de sinceridad les trajo mayores desgracias. La franqueza fue considerada ficticia, la sinceridad fraudulenta y la candidez taimada. Cuanto más se repetían confesiones sinceras, tanto más graves se tornaban los supuestos crímenes y aumentaban las torturas en proporción directa.
“Cuando las crueles torturas y las angustias llegan a su punto extremo, ¿qué cambio cualitativo se produce?”
Podrán llegar al estado de autoabandono y pensarán: ¿De qué vale vivir si desconfían de ti y te maltratan los mismos camaradas revolucionarios con quienes compartiste lo bueno y lo malo durante varios años bajo un mismo techo?; para salvar el pellejo sería suficiente con abandonar el arma, bajar de la montaña y firmar el acta de rendición o convertirse en agentes de los enemigos, pero, siendo comunistas, ¿cómo podremos cometer tales actos de traición? Obedecer a lo que van a decidir es la única solución.
La causa de la extremada desesperación y el abandono de sí mismo de más de cien guerrilleros radicaba en el ultrajante malentendido y desconfianza por parte de los camaradas, junto con los cuales luchaban por un mismo objetivo.
Se podría afirmar que la confianza dentro del colectivo de revolucionarios aglutinados sobre la base de un ideal y el sentido de obligación moral en razón de esa comunidad de ideas, y no en pos de dinero o intereses particulares, constituye la primera condición de su existencia en el sentido de que garantiza su unidad y cohesión y su seguro desarrollo. En virtud de la fuerza de la confianza, el sentido de obligación moral comunista viene a regir el colectivo, donde cada integrante ama a sus compañeros, los superiores aprecian a los subordinados y éstos estiman a aquéllos.
Para los revolucionarios de Corea la confianza era, es y será el punto de partida de sus relaciones comunistas interpersonales. Con el arma llamada confianza ganamos a los camaradas y aglutinamos al pueblo antes, y hoy también con este poderoso medio y con amor mantenemos nuestra férrea unidad en una sola alma. En nuestra sociedad, basada en el colectivismo, esa arma es la piedra angular que la sostiene. Nuestros militantes y trabajadores sienten como máxima dignidad que la organización y los camaradas confíen en ellos. Al contrario, cuando se dan cuenta de que la organización desconfía y los camaradas se apartan, experimentan el mayor dolor. Esta es la razón por la que a cada cuadro con quien nos encontramos recalcamos la necesidad de trabajar con tino con las personas.
Si los capitalistas no pueden vivir sin el dinero, los comunistas no pueden mantenerse desconfiados. En nuestro país la confianza representa las relaciones sociales en su conjunto y el modo de existencia del colectivismo. Las personas que creen que disfrutan del crédito de la organización y de los camaradas pueden exhibir inagotable fuerza en la lucha por el Partido y la Patria. El refrán que dice: la confianza hace fieles y la desconfianza traidores, refleja esa razón.
Cualquiera puede imaginarse cuán enorme caos y perjuicio causaron esos fajos de documentos de “minsaengdan”, que destruyeron el principio de la confianza en nuestras filas, en la vida de los combatientes que se habían unido a la revolución movidos únicamente por ese principio, en el período de la guerra antijaponesa cuando llevábamos una vida de agregados en tierras extrañas y desarrollábamos luchas conjuntas. Por entonces, no existían líneas divisorias especiales entre nosotros y los enemigos. Había enemigos, por ejemplo, detrás de un monte o allende un río. Todo habría terminado si los desconfiados se largaran a la zona enemiga diciendo: “Encargúense ustedes solos de la revolución”. Tachar de “minsaengdan” a los inocentes camaradas revolucionarios era una locura que los empujaba al lado contrario.
La única vía para salvar a los desesperados consistía en levantarles la acusación, sacarlos de ese lazo de la desconfianza, y eliminarlo sin dejar rastros. Era imposible resucitar su vida política sólo de palabras. La única solución válida estaba en la acción práctica.
Salí del bosque y me dirigí hacia la cabaña.
De detrás de un árbol salió de pronto una guerrillera. Era bella y esbelta, con ojos grandes. Su rostro, con
—Mi General, ¡yo no soy “minsaengdan”!
Esta declaración me dio una inenarrable alegría.
—Me acusaron por la única razón de haberme casado con uno también inculpado y que tampoco lo es. ¿Cómo podemos ser agentes de los japoneses? La madre Jang Chol Gu está tildada de “minsaengdan” por el mismo motivo.
Esa valerosa guerrillera resultó ser Kim Hwak Sil, quien posteriormente recibiría como premio una sortija de oro, además del apodo de “La Generala”, por haber eliminado a bayoneta a seis enemigos en la batalla de Fusongxiancheng.
Hija de un campesino propietario de unas parcelas rozadas por quema, se enroló en la lucha guerrillera en Chechangzi. En un bosque de Dongnancha, de la zona guerrillera de ese lugar, estaban instalados el taller de reparación de armas que dirigía Pak Yong Sun y el grupo de costureras, cuya jefa era Pak Su Hwan, y Kim Hwak Sil cocinaba para más de viente bocas de ambos grupos. Un día, por accidente, ocurrió una explosión en el taller de reparación de armas. El local se envolvió en humo y llamas en un santiamén. Un joven llamado Kang Wi Ryong cayó inconsciente. La explosión se produjo mientras se ocupaba en la recuperación de balas de fusil. Había sido expulsado de las filas armadas bajo la acusación de “minsaengdan” y destinado a ese taller. Los que trabajaban a su lado salieron asustados, apresuradamente, pero en ese momento crítico la cocinera Kim Hwak Sil entró por entre las llamas y sacó a cuestas al herido. Eran terribles las quemaduras en el rostro. El médico lo lavó con desinfectante, cortó tiras de carne quemada, untó vaselina y vendó. Desde entonces, Kim Hwak Sil, hecha enfermera, le ponía en las heridas cera derretida en papel, le limpiaba los ojos y le lavaba los pies. La devoción culminó con el amor. También el muchacho la amaba. Entre los dos no tardó en plantearse el asunto del matrimonio. No obstante, el novio, acusado de “minsaengdan” por dos disparos accidentales, se limitó a dar su compromiso en secreto y vacilaba en celebrar públicamente la boda porque podría perjudicar a la novia. Pak Yong Sun y Pak Su Hwan los estimularon a casarse diciendo que no había porqué titubear y, como eran prometidos, fueran recto hacia la meta. Los novios se animaron e hicieron el registro nupcial en la sede del gobierno revolucionario popular de Chechangzi. Ese matrimonio fue cuestionado. La comisión de “depuración” lo consideraba como un acto contrarrevolucionario y proenemigo tendente a multiplicar a los “minsaengdan”. Los chovinistas de izquierda separaron a Kim Hwak Sil de Kang Wi Ryong apenas a los 15 días de la boda y la expulsaron a Wangbabezi. No le permitieron participar en las actividades de la organización, tratándola como una criminal, hasta que al fin la metieron entre los involucrados en la “Minsaengdan”.
A nueve meses de la separación forzada de su marido, Kim Hwak Sil supo que éste, junto con el taller de reparación de armas, se había trasladado cerca de donde se encontraba, pero, por no obtener el permiso de Cao Yafan o Kim Hong Bom, no pudo disfrutar siquiera de un corto encuentro con él.
Poco después Cao Yafan lo incluyó en el segundo regimiento para la expedición a Jiaohe. El destacamento expedicionario necesitaba contar con un experto en reparación de armas, por lo que Kang Wi Ryong se vio obligado a marchar a Jiaohe, aunque lo consideraban “minsaengdan”.
—Si el compañero Kang lo hubiera sido, yo no lo habría sacado de las llamas y menos me hubiera casado con él. Su padre y sus hermanos fueron asesinados en una operación “punitiva”. Era valiente en los combates. Hasta los del Ejército de salvación nacional lo defendieron en el juicio público.
Me sentía agradecido a Kim Hwak Sil por esa confesión.
Lo mismo que Jang Chol Gu, ella fue considerada culpable, por decirlo así, a causa del amor.
Volví a la cabaña junto con Kim Hwak Sil. Ellos permanecían inmóviles con las cabezas gachas como antes.
—Compañeros, levanten la cabeza —dije con voz enérgica paseando la vista por los reunidos—. No estoy aquí para preguntar por sus crímenes ni para dictar sentencias, sino para buscar a compañeros de armas e ir al monte Paektu, a combatir juntos. He venido, repito, en busca de compañeros de armas, de camaradas revolucionarios. Pero ustedes dicen que son traidores projaponeses, reaccionarios, que no pueden ser mis compañeros de armas. No creo en esas palabras. Si se hubieran alistado en la “Minsaengdan”, habrían pasado al lado de los japoneses, y ¿por qué sufren en estas montañas sin comer ni vestirse como deben? ¿Por qué sufren en estas montañas sin regresar a sus casas, casarse y trabajar la tierra, y llevar la gran vida en cuartos acogedores? Vamos, respóndanme. ¿Acaso ustedes comen y duermen a la intemperie, expuestos al rigor del viento y el frío, en la aciaga y congelada campiña de Manchuria, para dañar, hechos perros de Japón, a sus parientes y camaradas? Dime, compañero Ri Tu Su, ¿hasta ahora has venido luchando en tales condiciones para convertirte en un animal parecido a ese perro de los japoneses que te mordió el muslo?
El aludido rompió a llorar, gritando:
—Yo, yo ... ¿Cómo podré ser perro de los japoneses? ¡No, no lo soy! ¡No soy “minsaengdan”!
Inmediatamente, en todos los rincones del cuarto se dejaron oir las exclamaciones:
—¡Tampoco lo soy!
—¡Yo tampoco!
En el local, espontáneamente tenía lugar una especie de mitin para detestar y condenar a los inventores de los crímenes y presentar quejas por los vejámenes que habían tolerado bajo las bayonetas de la “purga”.
Alzando los puños y derramando lágrimas, se desahogaron de todo lo que les atormentaba el corazón.
Cuando casi todos habían hablado, dije a Kim Hong Bom que trajera los atados de documentos y preparara para quemarlos. Este se quedó de una pieza.
—¿Cómo quemar sin aprobación esos documentos legítimos elaborados por la comisión de “depuración”? Imposible. Lo pasaremos muy mal.
Kim Hong Bom era trabajador político de largos antecedentes, que desde antes de ingresar en las filas armadas se ocupaba exclusivamente de esa labor. Se había graduado de la Escuela normal de Yanji. Poseía conocimientos generales y cierta experiencia en el trabajo, mas no tenía iniciativa ni sabía enjuiciar ni decidir de modo activo.
—No me haga mención de la legitimidad. Ande, traiga esos bultos de papeles. No hay ley que nos prohiba hacer lo que otros no pueden.
—Si luego me preguntan por qué estaba con los brazos cruzados viendo quemar esos documentos elaborados por procedimientos necesarios, de acuerdo con las decisiones de la organización, ¿qué voy a contestar? Usted ya no se encontrará aquí, y yo solo, ¿cómo soportar toda esa responsabilidad? —a Kim Hong Bom, muy pálido, le temblaban las piernas.
No le reprendí.
Yo tampoco había oído que quedara impune quien eliminara a su libre albedrío papeles legítimos. Tal vez se trataba de un caso raro.
Sin embargo, no iba a variar mi decisión de destruir esos criminales documentos que no sembraban más que desconfianza y desesperación entre más de cien acusados.
Sabía, lógicamente, que era más que peligroso.
De hecho, resultaba una aventura acometer lo que sólo podían hacer los que organizaban y dirigían la campaña de la “depuración” y levantaban el acta de interrogación. Los esbirros de la “purga” investidos de ilimitadas facultades y poderes para inventar, que les daban potestad para calificar de “minsaengdan”, si era necesario, todas las cosas grandes y pequeñas, podían sentenciarme mil veces sólo por quemar una hoja de interrogación siquiera. Eran gente de tal calaña que con esa sentencia podían desquitarse de la apelación que yo había hecho a la Internacional sobre la lucha “antiminsaengdan”.
Ordené a Kim San Ho que trajera los atados de documentos.
Era una audaz determinación.
Estaba decidido a jugarme la vida con tal de que con ello pudiera salvar a más de cien hombres.
Hechos los preparativos para incinerar los papeles, concluí el improvisado mitin con estas palabras:
—Es difícil determinar hoy quiénes son “minsaengdan” y quiénes no, porque nadie puede comprobarlo. Pero, quisiera declarar con claridad que aquí no existe ninguno. Porque ustedes mismos lo niegan. Confío en sus palabras. Sepan que desde este momento son como un papel en blanco y emprenden una nueva partida. Deja de existir su nebuloso pasado. Deben tener presente que el verdadero valor de ustedes como revolucionarios se determina por sus actividades prácticas, y no por su pasado. Ahora tienen asegurado su papel blanco. De ustedes depende enteramente lo que va a registrarse en él. Estoy seguro que todos, con esta nueva partida en la vida, inscribirán éxitos combativos que merezcan exhibir ante la Patria y el pueblo y ante la historia. Declaro que a partir de este momento es totalmente nula la acusación que tanto los atormentaba y a la vez, que son admitidos todos en las filas del grueso del Ejército Revolucionario Popular de Corea.
Seleccioné a algunos y juntos prendimos fuego a la pila de documentos en el centro del patio.
En aquel momento quería reducir a cenizas no sólo lo que hacía ver ignominioso el pasado de los involucrados, sino también, el concepto del odio y desconfianza entre los hombres, causa de toda clase de males.
Si aun hoy, a mucho más de medio siglo, no se borra de mi memoria lo relacionado con la quema de esos papeles testimoniales de supuestos “minsaengdan”, tal vez se debe a que era demasiado grande y profundo el fin con que se hizo. Las llamas arrancaron lágrimas a todos los guerrilleros. Estos me comprendieron y nacieron de nuevo. En sus filas no tardó en reinar un nuevo ambiente de confianza, ayuda y aprecio entre unos y otros, con franqueza. Incluso Kim Hong Bom se transformó en otro hombre.
Al siguiente día organicé una cacería a guisa de distracción. Kim Hong Bom entregó más de cien balas que tenía reservadas para su protección personal. Constituía un acontecimiento que las cediera todas a los que hasta ayer trataba como criminales.
Estaban equipados con mosquetes tan poco útiles como palos y unas tres balas humedecidas y herrumbrosas. En sus cartucheras estaban ajustadas sólo balas falsas, hechas de madera. Quizá se temía que de entregarles armas y balas buenas se vengaran de quienes habían desconfiado de ellos y maltratado.
Mirando pensativo las
—Ayer, cuando usted prendía fuego a esto, yo estaba temblando de miedo y me fui de aquí, porque con el solo hecho de mi presencia en el lugar, sería suficiente para cortarme la cabeza por cómplice de un gran delito.
—¿Ahora no tiene miedo?
—Al comprender que perder la vida por defender el bien es un gesto glorioso, comenzó a abandonarme el miedo.
—Le agradezco por pensar así.
—No, soy yo quien debe expresarle mi agradecimiento. General, usted me ha salvado también a mí para que renaciera como un nuevo hombre. Usted es también mi bienhechor.
Me sentía turbado con estas palabras. El me llevaba unos años.
—No dé vuelos a un joven.
A este reproche respondió moviendo la cabeza:
—No, no diga eso. Sinceramente admiro su magnanimidad y su grandeza de alma. Esto no es adulación.
—Deje de elogiarme. ¿Qué le parece si vamos a la cacería?
Kim Hong Bom aceptó con alegría.
La caza resultó extraordinariamente interesante. Hice que mis escoltas les prestaran sus fusiles a otros para que pudieran disparar con buenas armas.
Como había muchos batidores, cogimos 7 u 8 piezas entre jabalíes y venados. Entre las guerrilleras se destacó Kim Hwak Sil porque cobró un venado con un solo disparo.
Se preparó la comida con lo cazado y con cierta cantidad de maíz y harina de trigo que se encontró. Fue una cena abundante. Después hubo diversiones.
Aunque todo fue modesto, tenía un significado profundo.
Así, a diferencia del plan inicial de organizar la nueva división tomando como núcleo al segundo regimiento, ésta nació en medio de las llamas que redujeron a un puñado de cenizas los criminales documentos de desconfianza.
La noticia se difundió con rapidez. De distintos sitios vinieron a nosotros hombres que vivían escondidos.
Los primeros fueron miembros del cuerpo de autodefensa antijaponesa, procedentes de Helong, que habían estado escondidos en el valle de Dajianchang. Entre ellos se encontraban Paek Hak Rim que después sería enlace de la Comandancia, y Kim
Fue por aquel entonces que Pak Rok Gum (el nombre original era Pak Yong Hui) se unió a nosotros. Fue designada jefa de la compañía femenina que existía temporalmente en la nueva división.
De Laomudingzi, distrito de Fusong, se alistaron jóvenes que padecían de tifoidea. Organicé con ellos una sección y designé como su jefe a Kim Jong Phil. Vino también el grupo de Kim Ju Hyon que actuaba en la región boscosa cerca de Wudaoyangcha, distrito de Antu. Desde Chechangzi acudió el pequeño grupo de Kim T
Formalmente compuse regimientos y compañías. A Ri Tong Hak, alias “Potaji” y Kim T
Cuando llegamos al Maanshan éramos unos 15 guerrilleros, pero entramos en Donggang multiplicados en centenares.
Llevamos a cabo enérgicas acciones para mejorar el armamento de la unidad recién formada. Ya dije que la mayoría de las armas de los acusados de “minsaengdan” eran mosquetes.
Organicé grupos de entre 10 y 15 personas, designé sus responsables y les ordené prepararse para combatir por su propia cuenta. Les di un mes para que consiguieran balas y armas nuevas, que los japoneses tenían en cantidades; les dije que tendieran emboscadas en los matorrales, y cuando pasaran los enemigos, los asaltaran y quitaran el armamento, empleando las bayonetas o disparando de vez en cuando. Todos llevaban bayoneta. Regresaron no al mes, sino a los 15 días, con las cananas llenas y fusiles nuevos. Hubo quien consiguió hasta una ametralladora.
Formé un regimiento principalmente con ellos, y después, valiéndome de esa experiencia, constituí la división No.6 y el destacamento de ruta No.2 seleccionando uno por uno sus hombres.
Logramos renovar completamente, y de una vez, el equipamiento del grueso de la unidad en el combate de Xigang que siguió al de Xinancha. Ese fue uno de los objetivos en dicha acción.
En Xigang estaba estacionado un regimiento del ejército títere de Manchuria. Sus buenas armas habían atraído nuestra atención.
El lugar, apartado, con desfavorables condiciones de transporte, se encontraba rodeado de bosques. Era un objetivo idóneo para atacar por sorpresa.
Con el intento de suplir esos puntos débiles, los adversarios habían levantado alrededor del campamento una empalizada de gruesos troncos del triple de la altura de una persona, con torres en sus cuatro esquinas.
Resultaba difícil entrar con un ataque frontal, por lo que decidí dar candela para crear el caos, presionarlos y rendirlos. Las edificaciones de su campamento estaban hechas de madera.
Cuando anocheció, ordené a Kim T
Sin perder tiempo, nuestros combatientes gritaron que si se rendían les perdonarían la vida, que arrojaran los fusiles y salieran. Pero nos respondieron con una defensa obstinada. Envié a unos guerrilleros para que desde la cocina de la casa más cercana al reducto subterráneo del enemigo cavaran un túnel hasta la base de esta fortificación. Por otra parte, ordené a los exploradores traer a la suegra del jefe del regimiento adversario. Aconsejé a la anciana que lo persuadiera de abandonar la inútil resistencia y entregar las armas.
Ella aceptó con gusto nuestro consejo, entró en la ciudadela y regresó con una misiva del yerno, en la cual decía que estaba de acuerdo con claudicar si le permitía ir a Fusong con la mitad de sus efectivos.
Rechacé la propuesta y exigí una rendición total y completa. La anciana volvió a ver a su yerno y de regreso explicó que éste había expresado la voluntad de reducir algo los efectivos que quería llevar. Era evidente que trataba de dar largas a las negociaciones, en espera de la llegada de refuerzos.
Más de la mitad de la excavación hasta el reducto estaba terminada. Mostré a la anciana el túnel y el explosivo y le dije que transmitiera nuestro ultimátum de volar todas las torres si no aceptaban capitular.
La anciana regresó contenta de su tercera visita con la petición de su yerno de que lo dejáramos irse sólo con dos escoltas. Lo acepté.
El jefe del regimiento del ejército títere de Manchuria formó en filas a sus soldados, les ordenó dejar las armas en un lugar, y con dos escoltas salió apresuradamente por la puerta del norte. Esas armas pasaron a nuestro poder.
De no haber constituido la nueva división, no hubiéramos estado en condiciones de atacar una ciudadela tan grande como la de Fusong, ni posteriormente, obtenido victorias sucesivas en las riberas del río Amrok y las cercanías del monte Paektu.
Contrario a lo que pensábamos al principio, el segundo regimiento no aportó nada ni a la formación de la nueva división ni a su desarrollo.
Según lo previsto, debíamos recibirlo en el Maanshan, pero apareció más de medio año después, cuando nos instalamos en el monte Paektu. Ya se habían establecido las estructuras de la división principal.
Aunque el encuentro tuvo lugar demasiado tarde, estaba tremendamente alegre de volverlos a ver y convivir, comiendo en una misma olla, junto a O Jung Hup, Kwon Yong Byok, Kim Phyong y otros compañeros de armas a quienes conocía desde hacía muchos años. También Kang Wi Ryong llegó con buena salud a la nueva división. Afortunadamente ya podía cicatrizar la última herida del corazón de Kim Hwak Sil.
Al día siguiente llamé a Kang Wi Ryong.
—¿Eres el esposo de Kim Hwak Sil?
El muchacho, de alta estatura, se puso rojo hasta el tronco de la oreja. Tal vez le daba vergüenza tener esposa.
—La compañera Hwak Sil no se encuentra aquí, sino en el campamento secreto de intendencia, en el grupo de costureras, a una docena de kilómetros en dirección a Hengshan. Ve para que la veas. Voy a darte un guía.
El hombre titubeaba con sonrisa embarazosa hasta que declaró que iría a verla más tarde.
—Si enviara un enlace a la compañera Hwak Sil, el encuentro tardaría casi el doble, por eso es mejor que tú vayas directamente allá.
—No se preocupe, no tenemos prisa por vernos.
La timidez del hombre me decepcionó.
—Tal vez tú quieras esperar, pero no puedo tolerar que la compañera Kim Hwak Sil sufra pensando en ti. No te resistas más, y ponte en camino de inmediato.
Aun así, permaneció un rato con la cabeza gacha, y mirándome con los ojos arrasados en lágrimas, expresó que antes de ir a ver a la esposa debía recibir su ubicación en las filas, que había tomado las armas para hacer la revolución, por lo que primero tenía que ocuparse de las cosas de la revolución.
Estimé que estaba forzado a inventar un motivo.
—Te confiaré una tarea. Ve con las compañeras del segundo regimiento al grupo de sastrería para que confeccionen uniformes enguatados para el invierno. Si vuelves sin cumplir la tarea, te aplicaré una sanción.
Sólo entonces respondió que cumpliría mi orden, sin presentar excusas.
Así tuvo lugar el emocionante encuentro del matrimonio que durante varios meses estuvo separado a la fuerza por los chovinistas de izquierda.
Incinerar aquellos documentos en el monte Maanshan no sólo dio lugar a la resurrección de hombres y al nacimiento de una división, sino también, al reinicio del amor, al surgimiento de un nuevo amor. Bien podría decir que en virtud de la confianza en la gente, ganamos el universo.
Es justo afirmar que gracias a ese sentimiento, en las filas de nuestra revolución estaba generalizada la total e incondicional fidelidad a su núcleo directivo y, con éste como centro, se fue consolidando todavía más la genuina unidad de ideales y el sentido de obligación moral.
Con el nacimiento del contingente principal del Ejército Revolucionario Popular de Corea las raíces históricas de nuestra cohesión en una sola alma se solidificaron, como algo indestructible, en el corazón de los comunistas coreanos, al calor de la confianza, el amor y las virtudes.
Aquellos más de cien acusados de “minsaengdan” que se encontraban en el Maanshan fueron fieles a la revolución hasta el último momento manteniendo inmaculada su conciencia y su fervoroso espíritu patriótico.
Escribieron inapreciables páginas que darán brillo eterno en los anales de la restauración de la Patria.
2. 20 yuanes
Mientras en el campamento secreto del oeste del Maanshan los izquierdistas estaban hurgando los paquetes de documentos de la “Minsaengdan”, en otro del este, donde aún no había comenzado el des
Constituyó realmente un hecho admirable que cuando se disolvió la zona guerrillera esos niños no se fueran a las zonas enemigas, convirtiéndose en mendigos que pidieran de comer en los hogares, o en carteristas o vagabundos que vivieran con lo que hurtaran de los bolsillos ajenos en las calles, tiendas y ferias, sino vinieran a un remoto lugar de Fusong luego de recorrer un agobiante camino de miles y miles de kilómetros.
¿Y, cómo era posible que en un campamento secreto de intendencia, bajo la jurisdicción de las unidades del ERP, ocurriera un fenómeno tan cruel como que los pequeños que vivían protegidos por los comunistas lloraran de hambre y frío? ¿Era acaso que quienes los atendían de pronto comenzaron a maltratarlos como si fueran “padrastros” o “madrastras”, o eran niños ñoños que ante una insignificante dificultad soltaban fácilmente las lágrimas o se quejaban?
No, no podía ser.
Para mis adentros rechacé las dos hipótesis.
¿Qué sugería, entonces, el llanto de esos niños? ¿No sería una señal callada de que el sufrimiento físico, por el frío y el hambre, llegaba a su límite? ¿No habían soportado ya muchas penalidades como esas en las zonas guerrilleras? Además, nuestros niños del Cuerpo Infantil no eran hijos e hijas de familias ricas que lloraran por cualquier dificultad. Para ellos, huérfanos desde pequeños, el frío o el hambre no podían constituir alarmantes motivos de tristeza o de angustia.
A pesar de todo, era irrefutable que en aquel punto del Maanshan los niños pasaban los días llorando. Próxima a concluir la reunión para la organización de una nueva división, Pak Yong Sun puso discretamente en mi mano un papel doblado.
“Mi General, cuando termine la reunión, ¿podría reservar tiempo para ver a los miembros del Cuerpo Infantil del Maanshan? Es increíble la situación en que se encuentran. Le ruego que vaya conmigo. Los niños están esperándolo anhelantes”, decía la nota.
De la horrible situación de esos menores me informó con lujo de detalles también Kim Jong Suk días después, cuando llegué al lugar. Entre los huérfanos del Maanshan no pocos eran miembros del Cuerpo Infantil que ella dirigía. Desde Fuyandong se desempeñaba como instructora de esta organización. Comentaban que en la zona guerrillera los niños la adoraban.
Desde siempre Kim Jong Suk los trataba con mucho cariño. En Chechangzi, cuando los habitantes de la zona guerrillera padecían la más cruel escasez de alimentos, entre ella y los niños se entablaron inquebrantables lazos de solidaridad. Trabajaba en la cocina del mando y cada noche iban a pedirle algo de comer niños que se encontraban en el umbral de la inanición. En ocasiones, a escondidas del personal del comedor, penetraban en la cocina y hurgaban alacenas y tinajas de cereales. Kim Jong Suk les repartía entonces raspa, tok de albura de pino y otros comestibles que ella separaba de sus raciones para este fin. Pensando en los niños que padecían un hambre canina, se privaba de una comida diaria y la reservaba disimuladamente para entregársela.
Los miembros del Cuerpo Infantil que conocieron increíbles dificultades en Chechangzi, no olvidaron en toda su vida el generoso gesto de Kim Jong Suk. Cuando se trasladaron a Naitoushan siguiendo a los guerrilleros, ella pasó a dirigir esa organización. Resultaba comprensible que derramara sentidas lágrimas al ponerme al tanto de la situación en que se hallaban los pequeños en el Maanshan. Era un caso de extraordinaria gravedad, que no podía pasarse por alto, que decenas de niños, protegidos por los comunistas, estuvieran todo el tiempo llorando en un sitio adonde no llegaban los fogonazos de la guerra. Mis nervios se tensaron. ¿Qué está ocurriendo allá? ¿Por qué me aguardan ansiosamente?
Las lágrimas que derraman los niños son símbolo de la justicia. Cuando alguna fuerza viola y atropella cruelmente lo justo, ellos rompen a llorar, sin poder aguantar la indignación. Ese llanto es la acusación que esos pequeños seres lanzan contra aquellos que los insultan y maltratan. Sustituyen su protesta y denuncia contra todo lo injusto y expresan que su dignidad ha sido dañada y sus derechos violados. Con sus lágrimas advierten la desgracia que se les echa encima y exhortan a salvarlos. El llanto constituye el ruego supremo que ellos dirigen a las personas que los aman o los atraen. Los mayores se sienten dolidos y les prestan atención porque querer y proteger a los niños constituye el más básico de los atributos del ser humano.
Los integrantes del Cuerpo Infantil del Maanshan eran tesoros incalculables que dejaron a nuestro cuidado los camaradas de armas caídos. Como su última voluntad nos confiaron el porvenir de sus hijos e hijas. Y nos exhortaron a formarlos, en su lugar, como revolucionarios. Sobre nuestros hombros y conciencia pesaba el sagrado deber de hacer de estos pobrecitos los más resueltos y mejores defensores de la justicia del mundo.
Mi preocupación por su futuro no era una mera manifestación de compasión humana ni del sentimentalismo pequeño burgués. Era un derecho y un deber que nos legaron sus padres en el momento de expirar. Incluso si vivieran no nos habríamos hecho los de la vista gorda ante las lágrimas de sus hijos. Este sentimiento humanitarista pueden poseerlo únicamente los comunistas.
Considerar suyo al hijo del camarada de arma o viceversa, es precisamente un aspecto de las relaciones interpersonales comunistas. Que mi camarada sienta mis pesares y padezca mi hambre, o viceversa, constituye la ética y la moral que destacan a los comunistas como los seres más bellos de la tierra.
El jefe de una brigada de pesca, de economía suplementaria, no dejó de sacar del río a la hija de un compañero de trabajo, aunque vio que también la suya chapoteaba desesperadamente, a punto de ahogarse. Por lo general, en tal caso cualquiera habría salvado primero a su hija y, después, tratado de socorrer a la otra. No habría ningún motivo para censurarlo por tal proceder. Aquel hombre llevó a la orilla a la hija de su compañero y después se acercó nadando a la suya, pero ya era tarde. Entre la multitud que llegó a la carrera al lugar hubo quienes rompieron en llanto y otros que le dirigían sinceras palabras de consuelo. Entonces él, señalando con la mano a la niña del camarada, dijo con entereza: “No creo que mi hija ha muerto porque ésta es también mía”.
Quiso que su sagrado y noble acto de sacrificio, absolutamente inimaginable para los seres egoístas, de mente corta, quedara en silencio, considerándolo como algo corriente, y cuando todo el mundo lo apreció altamente, él, al contrario, se mostró cohibido, con el rostro encendido. Es este, precisamente, el atractivo rasgo de los comunistas y la bella moral propia de la nación coreana.
Originalmente, nuestro plan era marchar directo hacia Changbai, pasando por Fusong, tan pronto como se constituyera la nueva división. Pero, la lamentable situación en que se encontraban los niños en el Maanshan, nos obligó a cambiar de idea. Porque, si hubiéramos seguido a Changbai sin ir a verlos, siempre hubiéramos tenido ese cargo de conciencia.
Terminada la reunión fui al campamento situado en la parte este del Maanshan. Pak Yong Sun, responsable del taller de reparación de armas en ese monte, me sirvió voluntariamente de guía, ofrecimiento que agradecí.
En el camino tuve buena ocasión para estudiar integralmente la personalidad de Pak Yong Sun, con lo que se profundizó nuestra amistad iniciada en Macun. Recuerdo que fue en esa oportunidad que él, alias Pak el Cazador, me contó la historia de su familia, tan extensa que podía constituir el tema de una larga novela de varios tomos.
Sus abuelos representaban a la primera generación de emigrantes que se estableció en Jingucun en la década del 1860, y pioneros en la explotación de los desiertos de los contornos, donde introdujeron y propagaron métodos de cultivo coreanos. Durante la generación de su padre, en su casa se instaló una modesta herrería. Desde su infancia, Pak El Cazador ayudó al padre en esa labor, lo que posteriormente le serviría para granjearse la fama de extraordinario perito en armería. En los períodos de receso agrícola, su padre iba a cazar con rifle. Al cumplir 17 años, Pak Yong Sun también comenzó a interesarse por la caza como una ocupación secundaria. No se sentía a sus anchas porque la practicaba de vez en cuando, escapando de la vista del padre, quien controlaba severamente el uso del rifle. Toleraba que el primogénito fuera a las cacerías, pero no permitía en absoluto que el segundo hijo, Pak Yong Sun, pusiera sus manos en el arma. Cuando éste se acercaba y tocaba siquiera el cañón, se le entornaban los ojos y se oían sus bramidos. A los 18 años de edad la situación mejoró, cuando logró tumbar de un solo tiro un tigre que había escapado varias veces de la persecución de los cazadores veteranos de Jingucun.
Enardecido, Pak Yong Sun regresó a casa con algunos bigotes arrancados de su presa, los que casi significaban la licencia de cazador que obtuvo por sí solo a costa de muchos esfuerzos. Todos los vecinos vinieron a su casa a admirar el trofeo. El padre tuvo que reconocer la maestría del joven. A partir de aquel día los cazadores veteranos de Jingucun comenzaron a llamarle Pak El Cazador. Por supuesto, se le concedió el permiso para usar el rifle. Con él capturó cientos de animales salvajes hasta que fue a trabajar en la mina carbonífera de Jilin y después en la mina de Baogelazi, donde tomó parte en tareas revolucionarias clandestinas.
Mientras le escuchaba explicar cómo se ganó el apodo de “Pak El Cazador”, pensé que si él, en vez de ocuparse del taller del armamentos, hubiera actuado como francotirador en el Ejército Revolucionario Popular, habría tumbado muchos más enemigos que los animales que había cazado. Pero lo que me sorprendió fue que su arte de herrero superaba el de tirador. Dentro de las filas de combatientes se le consideraba como cualquier otro cuya presencia o ausencia pasaba inadvertida, pero en la esfera de los armamentos lo estimaban como imprescindible.
Caminó conmigo llevando una zarria que contenía 5 ó 6 faisanes. Cuando vi lo que cargaba sentí algo caliente en el corazón porque me sobrevino de pronto la imagen de Ri Kwang en el valle de Mingyuegou llevando a la espalda un pesado macuto de cereales con faisanes por encima.
—Camarada Pak El Cazador, ¿todavía sale a cazar?
Le pregunté señalando con una mano su zarria.
Arrugando la frente rectificó la posición de la zarria.
—Hace tiempo dejé de hacerlo. A éstos los capturé con lazos. Hice algo porque me da pena ir con las manos vacías.
—Se ve que usted ama mucho a los niños. Es un gesto bello amarlos.
—¿Dice que yo los amo?
Me hizo esta interrogación y esbozó una sonrisa amarga.
—No tengo derecho a recibir estos elogios. Este Pak el Cazador es un cobarde.
—¿¡Cobarde!? ¿Por qué se cree así de pronto?
—Sólo de pensarlo me avergüenzo. Pero a usted, camarada Comandante, le hablaré con franqueza a pesar del bochorno que siento. Una vez cacé casi una decena de liebres y las llevé a los niños del Maanshan. ¡Cuánto se alegraron al verlas! Yo también estaba contento. Inesperadamente se presentó ante mí ese señor jefe político de la división No.l y me increpó con furia. Que quién era yo para atreverme a andar por allí sin el permiso de los superiores; que quién me había permitido hacer ese trabajo de caridad; y que si yo no sabía qué cartel llevaban colgado aquellos desgraciados niños. Luego de reprenderme tan duramente que casi se me desorbitan los ojos, me botó de allí como a una mosca.
—¿Qué pasó luego?
—Sumisamente volví a meter las liebres en la zarria y regresé al taller de armamentos.
—Porque tenía miedo, ¿no?
—Sí, sentí irritación y miedo. Ahora sí que me he hecho un valiente y hablo lo que quiero, pero entonces no me atrevía a hacerlo ni en sueños. Si el jefe político me hubiera acusado de contrarrevolucionario por haber ayudado a los pequeños “minsaengdan”, entonces la cosa se hubiera puesto muy fea. Felizmente no ocurrió tal desgracia. Después no me decidía a ir a verlos. Ahora me doy cuenta de que me cubrí de ignominia.
Con las cejas fruncidas miró con disgusto a Kim Hong Bom, jefe político de la división No.1, quien se nos adelantaba para abrirnos camino, para lo cual tenía los zapatos bien ajustados.
—¿Y cómo se siente ahora? ¿Todavía tiene miedo?
—No, ya no temo a nada. Usted está conmigo, lo que me inspira ánimo. Siento una indignación torturante si pienso en la zozobra con que vivimos estos últimos años a causa de la estrepitosa campaña de la “Minsangdan”.
—Fue, al pie de la letra, una pesadilla. Sólo por el hecho de haber ido a ver a los niños con la zarria llena de liebres, usted merece recibir reverencias de nuestros descendientes. ¡Qué hermoso y noble sentimiento es amar y proteger a las jóvenes generaciones!
Apenas escuchó estas palabras, desapareció de su rostro la tirantez, a la vez que comenzó a caminar a zancadas. Al oir por boca de aquel hombre, grave y taciturno como un peñasco, de fuerte amor propio, una confesión sincera que podría leerse sólo en los diarios de las jóvenes aficionadas a la literatura, el agradecimiento me emocionó sobremanera. Me impresionó infinitamente el aroma de integridad y rectitud que exhalaban sus palabras y corazón.
Si alguien me pregunta qué momentos considero más alegres y felices, respondería:
“Para mí la alegría y la felicidad han sido cosas corrientes. He disfrutado y disfruto de una existencia optimista en el país donde se crea la más hermosa e ideal vida del mundo, junto con el pueblo más independiente en lo político, más progresista en lo ideológico y más civilizado y límpido en lo cultural y moral. Cada día y cada hora de mi vida desbordan alegría y felicidad.
“Si existen momentos particularmente agradables y dichosos, son cuando estoy entre el pueblo, cuando descubro en él magníficos seres que pueden servir de modelo para todos y discuto con ellos sobre la situación política, de la vida cotidiana y del porvenir.
“Y cuando me encuentro entre los niños a quienes llamamos capullos del país.”
Podría decir que ésta es la concepción de la felicidad que rige toda mi vida.
La conversación con Pak Yong Sun me dio una satisfacción tan plena, precisamente por la acción de esta concepción de la felicidad. El fue modelo de revolucionario y prototipo del ser de conciencia que hallé en la realidad. Con posterioridad, pude comprobar una vez más en la práctica que era un hombre de inigualable firmeza en cuanto a principios revolucionarios, irreconciliable luchador contra la injusticia y equitativo y razonable en todos los asuntos.
El siguiente episodio se remonta a 1959, cuando Pak El Cazador recorrió las zonas del Noreste de China al frente de un grupo de visitantes de los excampos de batallas de la Lucha Armada Antijaponesa. Un día bochornoso de verano los visitantes tuvieron que hacer noche en el trascuarto de un hogar campesino, modesto y acogedor. Los labriegos del lugar empapelaron de nuevo las paredes del cuarto y pusieron nuevas esteras sobre el piso para hospedar a los huéspedes del país vecino que realizaban penosas caminatas siguiendo las
Pero los que no soportaban las picaduras de los bichos fueron saliendo con las frazadas porque los molestaban las chinches y pasaron el resto de la noche sobre las esteras tendidas sobre el patio. Pak Yong Sun fue el único que permaneció en su lecho en el cuarto. Sus compañeros creyeron que su jefe tenía un sueño profundo o una peculiaridad física para no sentir las picaduras.
A la mañana siguiente, los reunió y les hizo una dura crítica:
“Si los visitantes, representando a un país, se conducen como unos errantes y pernoctan afuera sobre esteras, huyendo de las chinches, ¿no es una falta de cortesía ante la hospitalidad sincera de los lugareños que se esforzaron por prepararnos un dormitorio cómodo? ¿No tienen paciencia ni tampoco pueden mantener circunspección ante una dificultad de esa índole? Si vuelven a cometer actos que nos deshonren, haré regresar al país a los culpables según la gravedad del caso.”
Los integrantes del grupo comprendieron así que aquel hombre de férrea voluntad, taciturno, de origen guerrillero, aunque las chinches lo torturaron toda la noche, permaneció en el interior de la casa para no lesionar la atención sincera de los anfitriones. Este episodio lo conocí más tarde por boca de los miembros de ese grupo.
Cuando llegamos al campamento secreto del Maanshan, de una cabaña hecha con troncos comenzaron a salir precipitadamente pequeñas figuras, llamándome al unísono “¡General!”. La gritería, que chocando con el cielo rodaba como una bolita argentina, me hizo apresurar el paso y entregarme en cuerpo y alma a una emoción tan ardiente como una llamarada. ¡Son ellos, los niños! Para vengar a sus padres y hermanos que murieron a manos enemigas, golpeados, atravesados por balas o bayonetas o quemados, aquellos pequeños fueron hasta allí siguiendo al ejército revolucionario, recorriendo un camino sembrado de incontables obstáculos, a veces escarpadas montañas o extensos mares selváticos, cubiertos de nieve. En medio de aquel monte inhóspito y sombrío, parecido a un campo de concentración sin alambres de púas, aguardaron por nosotros durante todo un invierno abrumados por la tristeza de haber sido injustamente acusados de “minsaengdan”.
Los chovinistas nacionales y los oportunistas de izquierda, acostumbrados a burlar y maltratar a las masas, poniendo encima de los intereses del pueblo las consignas ultrarrevolucionarias referentes a “principio” y “carácter clasista”, volvieron las espaldas a los niños porque, sostenían, constituían un estorbo para el ejército revolucionario. Alegaban que si estaban cerca existía el peligro de que por ellos fuera descubierta la posición del campamento secreto, y llevaban una vida aparte en la profundidad de la selva donde crearon un pequeño reino sólo para su seguridad. Y no permitían que los niños se aproximaran siquiera a las márgenes del bosque. Esos hombres, tal cual malos padrastros, no les llevaron ni un puñado de cereales ni tampoco un solo vestido, aunque sabían que en el inclemente invierno sufrían hambre y frío, apenas subsistiendo con raíces.
Sin ninguna excepción aparecían en la lista de los “minsaengdan” y eran perseguidos todos los que les dirigían miradas cálidas y condolentes, atendían sus heridas con ungüentos y vendas, trataban de calentar con el hálito sus manos y rostros entumecidos por el frío, los acariciaban con afecto, y al verlos llorar abrumados por la tristeza lloraban abrazándolos.
Kim Rak Chon, ese famoso tirador que después de la muerte de Yun Chang Bom desempeñó el cargo de comandante interino del regimiento independiente, al guiar a los miembros del Cuerpo Infantil hacia el Maanshan, no resistió verlos en harapos y les hizo ropas con el tejido que guardaba el personal de la intendencia del regimiento. Los niños le agradecieron con lágrimas en los ojos. Este humanitario acto fue la causa para que lo fusilaran inocentemente bajo la acusación de “minsaengdan”. En ese campamento secreto, donde condolerse de los menores se consideraba un delito y tratarlos con frialdad, un mérito, no se podía experimentar el verdadero sentimiento humano, el afecto comunista.
Los ojos humedecidos de aquellos niños que con los puños apretados corrían a mi encuentro como una marea, denunciaban los delitos de los que abandonaron los dones humanos, el más elemental deber humanitario.
El tropel de chiquillos que corría con el aliento cortado de pronto titubeó. El mayor, que venía al frente, se paró y se mostró vacilante en el centro del claro, como si hubiera tropezado con algún obstáculo. Otros también cesaron su carrera huracanada, como una corriente ante un peñasco, y de lejos me miraron indecisos. Sin dejar de observar como se agrupaban con movimientos torpes pregunté en voz baja a Pak Yong Sun:
—¿Qué les habrá ocurrido?
—Parece que se sienten avergonzados. Mire, están en harapos.
Dirigí mi atención a sus atuendos. Formalmente estaban vestidos, pero, de hecho, se hallaban casi desnudos, sin casi nada sobre sus cuerpos. Las ropas que llevaban, agujereadas por el fuego o rotas o gastadas, tenían un aspecto horrible, parecían más bien trozos de tejidos inservibles o simplemente harapos. Sus rostros, al cabo de varios meses de incesante lucha contra el hambre que amenazaba su supervivencia, habían quedado tan pálidos como blancas hojas de papel.
El lastimoso aspecto de los pequeños mártires me hizo evocar la imagen de mi hermanito Yong Ju, a quien no había vuelto a ver desde que nos separamos en Xiaoshahe. Por la edad debía ser igual a aquellos niños. Lo vi ante mis ojos cuando, junto con nuestro otro hermano Chol Ju, me despidió bebiéndose las lágrimas en medio de un campo de juncos que le llegaban hasta la cintura. Me sentí culpable por mi indiferencia hacia mis hermanitos a quienes dejé bajo el cuidado, no de parientes o paisanos del mismo apellido o de la misma procedencia, sino de unos vecinos, y no les escribí algo que pudiera llamarse carta a lo largo de 4 años. En la primavera de 1936, en el campamento secreto de Donggang, Kim
Estimados espectadores,
cuiden bien sus cinturas,
pues, las rotas por las risas,
no pueden pegarlas
ni Huatuo ni Pianque.
Que canten y bailen,
ya bajan y suben los hombros.
Huatuo y Pianque eran famosos médicos de la China Antigua.
Esas noticias me consolaron mucho. Sin embargo, cuando iba al Maanshan para ver a los niños, todavía no sabía nada del paradero de mi hermanito. Mirando los tristes ojos de los niños que agrupándose quedaron inmóviles como si fueran hojas del tardío otoño batidas por el viento, pensé: “¿No estará mi Yong Ju también temblando de frío y hambre en algún lugar como esos niños? ¿No estará hambriento y haraposo como esos niños echando de menos a este hermano sin corazón?
“¿Cómo se atrevieron a colgar el cartel de ‘minsaengdan’ a los pequeños que siguieron a los mayores hasta esta remota montaña para hacer la revolución? ¿Realmente esos individuos tan inhumanos como repugnantes no tuvieron ni siquiera la capacidad de juzgar que no eran ni podían ser ‘minsaengdan’, ni tampoco una pizca de caridad o simpatía para ver su lamentable situación y atenderlos? Esos hombres que habían jurado que para la emancipación de los seres humanos estaban dispuestos a entregar hasta su vida, ¿cómo abandonaron en este estado tan cruel a los niños, los más débiles y con menos capacidad para actuar con independencia?
El escritor Pang Jong Hwan, conocido activista en favor de la infancia, quien por primera vez en la historia de nuestro país formuló la palabra orini(Una de las palabras que significan niño —N. del Tr.) y estableció una jornada como fiesta infantil, hizo el siguiente llamamiento al mundo entero por medio de un volante titulado Promesa de la Jornada del Niño:
“...Den mejores tratos a los niños que a los mayores.
“Si éstos son raíces, aquellos son brotes. Si las raíces, por ser principales, se colocan por encima de los brotes y les presionan, aquel árbol va a morir. Sólo cuando las raíces hagan crecer los brotes, aquel árbol (o la suerte de aquel hogar) prosperará...”
Lo divulgó el primero de mayo de 1923, en ocasión de la “Jornada del Niño”. En cada palabra y frase se siente su particular afecto hacia los pequeños.
Cuando yo estudiaba en la escuela Changdok, también el señor Kang Ryang Uk solía hablar en sentido parecido en los encuentros con los padres de los alumnos. No puedo saber si su exhortación era imitación de la Promesa de la Jornada del Niño o la había interpretado a su manera. En definitiva, cada vez que el señor sermoneaba ante los padres de los escolares que era preciso respetar a los niños, porque de lo contrario los mayores no serían respetados por ellos, apreciábamos que sus palabras encerraban una verdad.
La exhortación que ellos hicieron para que los niños fueran mejor tratados que los mayores, era noble voz de la razón que podía salir sólo del espíritu de aquellos que amaban más a las nuevas generaciones que a sí mismos.
¡Con cuánta fuerza se manifiesta el amor a los descendientes en la famosa frase: “El mundo sin niños, un mundo sin sol”!
Todas las personalidades de alcance mundial que dejaron inscritos sus nombres en la historia, amaron fervientemente a los niños. Que Marx fuera un leal amigo de los niños no es un hecho que se conoció sólo por los escritos de Karl Liebknecht. El hecho de que para alegrar a sus hijas y nietos este gran hombre hacía de “caballo” o “carroza”, es un episodio que el mundo recuerda con gozo como un tema de sus pláticas. Hoy también las jóvenes generaciones evocan con cariño al suizo Pestalozzi, porque era un magnífico pedagogo que consagró toda su vida y fortuna en aras de los niños.
Todas las grandes personalidades de Oriente y Occidente que la humanidad guarda en su memoria fueron genuinos amigos y maestros de los pequeños, al considerar el amor a los descendientes la principal de las bellas cualidades humanas. ¿Cómo fue posible entonces que los amos del Maanshan que no eran ni nobles ni tampoco burgueses, los comunistas de este campamento secreto que no bien abrían la boca sermoneaban sobre el humanismo y hablaban de la emancipación de los hombres como si recitaran los sutras, abandonaran a los niños en este estado tan desesperante?
Me costó trabajo sobreponerme a la indignación. Me provocaba escalofríos un acto tan horroroso como pisotear cruelmente la pulcra fe, todavía en capullo, de estos pequeños seres que consideraban la revolución más sagrada que su propia vida. Yo era uno de los que conocía de sobra a esos niños. Sabía mejor que nadie cómo, junto con los mayores, se sobrepusieron al hambre en Chechangzi y de qué manera llevaron alimentos a los combatientes del ERP en el Naitoushan y cómo les ayudaron cumpliendo misiones de guardia días y noches. Sus biografías quedaron grabadas con nitidez en mi mente como el argumento de una novela.
Se podría comprender de modo suficiente la severidad inenarrable de las dificultades que padecieron los niños en el Maanshan si se conocían los datos biográficos de Ri O Song, de 9 años de edad, oriundo de Baicaogou, que refugiado bajo las axilas de los mayorcitos estaba temblando como un pollito mojado y con sus manos entumecidas por el frío trataba de cubrir el pedazo de rodilla que le sobresalía por el pantalón roto. Ya en Chechangzi había sido testigo de muertes masivas por inanición. Cada vez que tenía hambre voraz, hacía como otros niños: capturaba ranas en sueño invernal para comer su carne o revolvía las parcelas sembradas para tragar las semillas.
Su padre también murió de hambre en Chechangzi. Aunque Ri O Song trajo del campo espigas de cebada, les quitó los apículos con las palmas de las manos e introdujo los granos aún no maduros en la boca del padre, no pudo salvarlo de la muerte.
El y su pequeña hermanita, que a duras penas se mantenían en la primavera, comiendo raíces y albura, abandonaron Chechangzi para trasladarse al Naitoushan, siguiendo al Ejército Revolucionario Popular. Sobre él pesaba la sospecha de ser “minsaengdan” porque era cuñado de Kim Rak Chon.
A lo largo de cientos de ríes hasta el Naitoushan, los 14 miembros del Cuerpo Infantil, cuyo jefe era Son Myong Jik, manifestaron plenamente su inflexible voluntad combativa y fidelidad a la revolución que venían forjando sin interrupción en medio de sus actividades en la organización. Por delante les obstruía el camino la nieve que les llegaba hasta la cintura y escarpadas estribaciones, y por detrás les pisaban los talones las hordas “punitivas”.
Desde la primera jornada de marcha se les acabaron las provisiones. Masticaban hojas de pino o hacían pelotas de nieve y se las metían en la boca para engañar el estómago. Podían considerarse bien alimentados el día en que se repartía un tok de maíz entre las 14 bocas para sustituir una comida. Al pernoctar a la intemperie Son Myong Jik, Ju To II, Kim T
Son Myong Jik, que guiaba la fila, mostró su sobresaliente capacidad organizadora y de dirección. Desde que estuvo en Wangyugou realizaba bien el trabajo del Cuerpo Infantil. Por un tiempo participó en las actividades clandestinas en la zona enemiga bajo la dirección de Kim Jae Su. A los 7 años comenzó a estudiar asignaturas antiguas en una escuela privada y antes de los 10 aprendió a la perfección los “Mil caracteres chinos” y el libro Myongsimbogam, y como era buen observador e inteligente, resultaba apropiado para el trabajo clandestino. En la etapa del Cuerpo Infantil logró movilizar esta organización para expulsar de la escuela al profesor del japonés y otros seis profesores reaccionarios, lo que le hizo ganar desde temprano la confianza de los revolucionarios.
Los familiares de Son Myong Jik fueron dignos revolucionarios que generación tras generación trasmitieron con firmeza el espíritu de amor al país y a la nación. Su abuelo actuó como jefe de una tropa de voluntarios antes y después de la “anexión de Corea a Japón” y su padre, Son Hwa Jun, fue un combatiente que detrás de su cargo de jefe de 100 hogares ejecutó acciones secretas. Al primo de su padre, Kim Pong Sok(nombre original Son Pong Sok) lo tuve como fiel enlace, cayó algunas horas antes de la liberación del país mientras participaba en una operación con una pequeña unidad.
Esos niños estaban dispuestos a morir, si era preciso, siguiendo al ejército revolucionario y así llegaron hasta ese lugar perdido entre las montañas, teniendo que calentar con el aliento las manos congeladas, añoraban la Patria restaurada, no obstante verse obligados a dormir encogidos, cubriéndose con hojarasca en torno a una hoguera, cuando los hijos de las familias ricas disfrutaban de abundantes manjares servidos sobre mesas con incrustaciones de nácar. ¿En qué consistía su culpa? Si no fue posible ofrecerles a esos queridos capullos suntuosos vestidos y comidas ricas, ¿cómo no pudieron, en cambio, hacerles ropas con modestos tejidos de algodón y alimentarlos siquiera con gacha de soya?
—Niños, levanten la frente. Si están andrajosos, no es culpa de ustedes. Acérquense ya.
Con los brazos abiertos me dirigí hacia ellos.
Antes de que terminara de hablar decenas de niños me envolvieron en tropel y rompieron a llorar.
Los llevé al interior del cuartel.
Dentro había otros 4 ó 5 que desde hacía varios días se encontraban sin poder moverse del lecho. Estaban acostados en un rincón, con el cuerpo encogido y sin mantas. Les pregunté qué tenían, pero ninguno me respondió. Los guerrilleros que protegían el campamento dijeron que padecían dolores internos, sin denominarlos con precisión. Pak El Cazador era la única persona que sabía que sufrían de dolor del alma. ¡Cómo podían precisar qué enfermedad tenían esos niños tan inocentes e inmaculados como zafiros, pero aplastados por la acusación de “minsaengdan”!
Llamé al enlace y le dije que sacara del macuto la manta. Era trofeo de un asalto a una caravana de transporte del ejército japonés en la época de Wangqing y la única que poseía. Aunque fuera una, si cubría con ella a los pequeños enfermos, me sentiría algo aliviado. Al adivinar mi intención, los guerrilleros comenzaron a revolver apresuradamente sus pertenencias para sacar sus mantas. Pero las devolví a sus dueños.
—Compañeros, no hagan eso. Mientras estos niños estén enfermos y tiemblen de frío, mi alma no se calentará aunque me cubra con 100 mantas. Si están dispuestos a ayudarme, sería bueno que primero cuiden bien a estos niños.
El personal de intendencia del campamento secreto bajó la vista.
Mi voz resonó desgarrada y ronca:
“Hoy aquí tengo que analizar una vez más y con seriedad la concepción del valor del revolucionario. ¿Con qué objetivo iniciamos la revolución y por qué la continuamos ahora, sobreponiéndonos a múltiples dificultades? Somos hombres que abrazamos este camino no con el impulso de destruir algo, sino porque amamos a los seres humanos. ¿No hemos enarbolado la bandera de lucha contra este mundo odioso para emancipar al hombre de toda forma de injusticia y hábitos nocivos, proteger lo humano y defender todas las riquezas y bellezas que creara la humanidad? Si no sintiéramos simpatía por las clases oprimidas ni misericordia por la nación que llora por su trágica situación de apátrida, ni amor por los padres, las esposas y los hijos, que privados de todos los derechos languidecen en la miseria, no habríamos podido resistir ni un solo día las dificultades, y hubiéramos retornado a nuestros hogares bien calentados.
“¿Cómo fue posible que ustedes, los comunistas abandonaran a los niños en esta situación? En sus corazones comenzó a enfriarse el limpio afecto humanitario que abrigaban cuando emprendieron el camino de la revolución. En este momento, lo que me atormenta es precisamente este problema.
“En cierto sentido, podríamos afirmar que nuestra revolución es para las generaciones venideras. Si no logramos alimentarlas ni vestirlas como es debido, ¿con qué cara podríamos decir que hacemos la revolución y sentirnos orgullosos de ser comunistas?
“Las jóvenes generaciones son flores de las clases trabajadoras, la nación y la humanidad. Cultivarlas con esmero es un deber sagrado de los comunistas. El porvenir de la revolución depende de cómo se preparan los descendientes. La revolución no se concluye en una generación, se completa a lo largo de varias. Hoy somos sus artífices, pero mañana estos niños crecerán y nos sustituirán. Así que para ser fieles a la revolución coreana hasta el fin, tenemos que formar sólidos relevos, que mantengan su continuidad. Máxime, estos niños son hijos de nuestros compañeros de armas que al morir los dejaron bajo nuestro cuidado. Por lo menos, para cumplir con nuestra obligación moral ante estos camaradas, tendríamos que atenderlos con cariño sin escatimar.
“Si apartan la vista de ellos por miedo a la persecución de los superiores, ¿podrán exponer el pecho ante el cañón del fusil enemigo? Sin que se den cuenta, ustedes se han convertido en seres bajos que encerrados en el blindaje de la autoprotección, piensan sólo en sí mismos y cierran los ojos ante la desgracia de otros, sin ofrecerles su simpatía. Analicen, compañeros, ¿es ésta la actitud de los comunistas que han emprendido el camino de la transformación del mundo?
“Maltratar a los sucesores es igual a hacerlo consigo mismo. Si no los atendemos o nos hacemos los de la vista gorda ante su difícil situación, pensando sólo en nuestra propia seguridad, ellos, después, nos dejarán abandonados. Los esfuerzos que hacemos en aras de las posteridades decidirán, decenas de años después, la expresión con que nos miren sus ojos y la fisonomía de la Patria que construyan. Cuanto más amor les ofrezcamos ahora, tanto más fuerte y rica, civilizada y bella se hará la Patria mañana.
“Compañeros, amar a los descendientes significa amar el porvenir. Nuestra Patria se construirá para estos niños como un jardín floreciente. ¡Prestemos mayor interés y cuidado a las jóvenes generaciones para el futuro de la Patria y la humanidad!”
Estas fueron, más o menos, las palabras que pronuncié aquel día en el cuartel.
Podría afirmar que ésta es la concepción sobre las nuevas generaciones que defiendo de modo invariable hasta el presente, cuando soy un anciano octogenario. Ahora también encuentro mi máxima dignidad y dicha en proteger y atender a los descendientes.
Sin ellos nuestra vida no sería feliz. Si incluimos la cuestión de los lápices como primer punto de la agenda de la sesión inaugural del Comité Popular Provisional de Corea del Norte o si siempre pasamos junto con los niños la fiesta de Año Nuevo, es expresión de este concepto de las posteridades. Nuestro amor hacia ellas se manifiesta, además, por la estimación y afecto con que tratamos a los profesores encargados de su instrucción y educación.
Entre los miembros del primer Consejo de Ministros de la República estaba Ri Pyong Nam, ministro de Salud Pública. Era un doctor conocido y un patriota honesto y consciente que desde antes de la liberación se dedicaba a la pediatría. Vino de Soul a Pyongyang para asistir a la Conferencia Conjunta del Norte y del Sur de Abril, y fue el primero en asumir, a nuestra propuesta, el cargo de ministro de Salud Pública de la República. De sus rasgos el más sobresaliente era su fervoroso amor y especial modo de manejar a los niños.
Pediatra, siempre llevaba en el bolsillo un sonajero para tranquilizar a los chiquillos que lloraban. Hasta los muy enfermos dejaban de lloriquear y dócilmente se sometían al examen tan pronto como él hacía sonar el juguete. Con las expresiones de su rostro, incomparablemente más jocosas que las de cualquier payaso, y sus palabras y gestos cómicos, que provocaban tan fuertes risas que a uno se le podía botar el ombligo, lograba distraer al paciente y terminar en un abrir y cerrar de ojos el reconocimiento. Gracias a esa habilidad era objeto del respeto de los pequeños pacientes donde quiera que iba y se hacía su cordial amigo.
Cuando mi hija Kyong Hui contrajo sarampión surgieron dificultades porque no tuvo erupción normal. Para colmo, por no cuidarse de las corrientes de aire le sobrevino una pulmonía. Todo el tiempo lloriqueaba, llamando a su madre. Cada vez que ella se encontraba en este estado su hermano(camarada Kim Jong Il) le decía: “Kyong Hui, no llames más a mamá delante del padre”. Los pediatras del hospital gubernamental estaban intranquilos sin saber qué hacer hasta que llegó el doctor Ri Pyong Nam a examinarla.
Sin sacar ni siquiera el estetoscopio quedó observando detenidamente el estado de la paciente. Un rato después hizo el siguiente diagnóstico: “La pulmonía apareció antes del sarampión”. Por indicaciones del ministro los pediatras suministraron en el acto oxígeno por la boca de la enferma. Kyong Hui, quien estuvo inconsciente, se recobró al día siguiente, rompiendo en llanto. En el mismo tiempo tuvo una buena erupción.
Pregunté a Ri Pyong Nam:
—Doctor Ri, ¿puede decirme por qué llora la niña?
—Es un buen síntoma. Cuando empiezan a mejorar, los niños suelen llorar. En 72 horas su hijita se restablecerá completamente.
Sacó su reloj de bolsillo, con marco y cadena de oro con adornos de ámbar, y lo agitó delante de la nariz de la niña. El utilizaba, además del sonajero, este reloj de oro como sedante cada vez que trataba de tranquilizar a los pequeños pacientes. De repente mi hija dejó de llorar y dibujó una sonrisita. Efectivamente, tres días después ya estaba bien.
Tuve que admirar la habilidad y la soltura con que el ministro de Salud Pública atendía a la enferma.
—Es formidable. ¡Qué exacta fue su predicción! Antes que médico, usted es un amigo de los niños y un sicólogo infantil. Quiere decir que los pediatras tienen que amar más fervorosamente que nadie a los pequeños. ¿Estoy en lo cierto?
—Sí, tiene razón. Sin amarlos, nadie debe atreverse a poner el estetoscopio sobre el pecho de un niño.
En el otoño de 1950 nos encontramos en Kosanjin. Todo en él seguía siendo igual, excepto una cosa: un reloj viejo, sin cadena, que sacaba en momentos necesarios. Le pregunté por aquel otro, reluciente, con el que divertía a Kyong Hui. Me respondió que lo había entregado como donación para gastos militares. Me impresionó sobremanera el acto patriótico y la sinceridad de hombre consciente de Ri Pyong Nam dispuesto a entregar todo para la victoria en la guerra. Como aquel reloj lucía demasiado lamentable, días después le obsequié uno nuevo, de pulsera.
Este pequeño detalle me hizo comprender una vez más y hondamente que sólo quienes aman de veras a la descendencia, sólo quienes demuestran un genuino afecto por sus semejantes pueden ser genuinos patriotas. El amor a los sucesores es la más abnegada y activa entre todas las manifestaciones del afecto que posee el ser humano, y la oda más transparente y bella entre todas las dedicadas a la humanidad. Los comunistas son justamente, creadores de esta oda y sus defensores.
Si en el Maanshan hubiera existido aunque fuera un solo amigo de los niños de la talla de Ri Pyong Nam, la situación de los miembros del Cuerpo Infantil no se habría tornado tan cruel.
Deduje que era el momento de gastar los 20 yuanes que mi madre me había entregado como herencia en el lecho de agonía. Me los dio aconsejándome que los utilizara sólo cuando fuera imprescindible. Los reunió fen a fen con el trabajo que realizaba para otros, tan duro que le sangraban los dedos.
Pasé la adolescencia sin conocer el valor del dinero. Mi padre nunca dio dinero a los hijos. Si se debían comprar cuadernos o lápices, se lo encargaba a mi madre, no me dejaba ir a las tiendas o ferias. Su concepto era que si el hombre se interesaba por el dinero desde pequeño, cuando creciera podía hacerse Usurero, e incluso un ser ruin que no pensara ni en Patria ni en la nación.
Una vez, a pesar de que guardaba cama, me llevó a un paseo por la ciudad. Era algo inusitado que si casi no podía salir hiciera este recorrido conmigo. Como no conocía bien el chino, en casos de necesidad de un intérprete, en ocasiones me dejaba acompañarlo. Yo le servía de fiel “traductor”.
“Si pese a su grave estado ha decidido hacer alguna visita, seguramente tiene algún asunto urgente. ¿Con quién irá a encontrarse hoy para apresurarse tanto?”, me pregunté, mientras le ayudaba a levantarse de la cama.
Cuando salí a la ciudad sosteniéndolo por un brazo, no recordaba en absoluto que era mi cumpleaños. Como el padre estaba enfermo, no podía pensar en esas cosas.
Caminamos a lo largo de una calle y para mi asombro me llevó de la mano a una tienda. El paseo resultó una sorpresa que trastornó toda mi suposición. Miré calladamente los escaparates, tratando de adivinar la intención que tenía. En ese instante me invitó a escoger un reloj de bolsillo que me gustara. Estaban expuestos por montones y algunos tenían grabada la imagen de Sun Zhongshan.
Cuando seleccioné uno que no llevaba ese retrato, mi padre pagó tres yuanes y 50 fenes. Después me dijo en tono significativo:
—Ya es hora de que tú también poseas un reloj. Quien emprende la lucha por el rescate del país tiene que apreciar dos cosas: camaradas y tiempo. Es el regalo de cumpleaños, te lo doy para que aprecies el tiempo. Guárdalo con cuidado.
Interpreté sus palabras en el sentido de que yo era ya mayor. Inexplicablemente resonaron en mis oídos como si fueran un testamento pronunciado en vísperas de expirar. Parece que efectivamente mi padre ya se daba cuenta de que le quedaba poco tiempo de vida. Con este presentimiento me legó, junto con el reloj, la causa de la independencia a la que venía consagrando toda su vida. Fue una suerte de ceremonia por mi mayoría de edad.
No habían transcurrido ni dos meses cuando murió. Posteriormente, siempre con ese reloj, ingresé en la escuela Hwasong y allí organicé la Unión para Derrotar al Imperialismo agrupando en ella a compañeros con el mismo propósito. En la guerrilla el objeto nos sirvió de cronómetro para ejecutar actividades programadas en el diario y para fijar la hora de ataques o contactos.
Poco antes de la Batalla de Pochonbo lo cambié por uno de pulsera. Los camaradas me aconsejaron que el de bolsillo era demasiado viejo, que portara otro nuevo, de pulsera, como correspondía a mi posición de comandante. Cedí el que usé durante 10 años a un compañero y comencé a llevar el moderno de pulsera.
Como contaba, mi padre me mantuvo ajeno al dinero hasta que fui a emprender el camino de la lucha revolucionaria.
Sólo en mi época de Jilin fue que compré yo mismo.
Si narro cómo se promovió mi actitud indiferente en cuanto al dinero, los lectores no lo juzgarán nada extraño. En el momento de hacer la síntesis de mi vida de más de 80 años, lo que quisiera trasmitir a las generaciones venideras es que si uno codicia dinero o artículos, se convertirá en un ser abominable a quien no le importará ni el Partido, el Líder, la Patria ni el pueblo, ni, finalmente, los padres, la esposa ni los hijos.
Prohibir y controlar rigurosamente para que los hijos crecieran sin conocer el gusto de tener y gastar dinero fue una tradición peculiar de nuestra familia implantada por mi padre.
Empero, en el momento de morir mi madre la violó por primera vez al dejarme como herencia 20 yuanes, fruto del penoso trabajo de toda su vida. Recibí aquella inapreciable suma con la impresión de que en esos billetes estaba comprimida toda la vida de mi madre, batida por furiosas tempestades. Aquellos 20 yuanes me sirvieron como de amuleto. Con ellos no padecía ni hambre, ni frío ni tampoco miedo. Sentía que ella se hallaba siempre a mi lado protegiéndome con su cuerpo y su alma. Determiné no gastarlos para mí, pasara lo que pasara. Quería conservarlos intactos para siempre, si era posible, como un símbolo del amor de mi madre.
Sin embargo, la severidad de la realidad alteró varias veces esta decisión. No fueron una o dos las veces que metí y saqué la mano del bolsillo vacilando si gastarlos o no. Nos vimos en innumerables circunstancias en que necesitábamos alguna suma.
En la meseta de Luozigou, al despedirnos del viejo Ma, inolvidable salvador de nuestro grupo, traté de reciprocar su benevolencia con esos 20 yuanes. Es algo lógico que uno recompense de alguna manera a su salvador. Durante casi 20 días permanecimos en su cabaña y agotamos sus provisiones de todo un año, y si en este caso no hubiera tratado de agradecerle con el dinero que tenía en el bolsillo, ¿no me habría recriminado el cielo? No obstante, aquel viejo tan honesto como un santo rechazó terminantemente mi ofrecimiento. Devolviéndomelo dijo que para rescatar el país yo podía tropezar con situaciones mucho más difíciles y que entonces lo gastara; que él ya era casi un cadáver y, además, en aquel remoto lugar montañoso no tenía qué hacer con el dinero, aun cuando lo aceptara; y que él podía sustentarse con los animales que capturaba con los lazos.
Pasando por estas penosas situaciones los 20 yuanes, marcados con el amor de mi madre, pudieron conservarse, sin faltar ni un fen, en mi bolsillo.
Si los invertía para vestir a los miembros del Cuerpo Infantil que estaban casi desnudos, mi madre se habría alegrado. “Madre, hace cuatro años que me despedí de usted llevándome estos 20 yuanes. En este decursar me he encontrado varias veces en momentos difíciles, pero pensando en los días posteriores los he guardado arreglándomelas sin gastarlos. Pero hoy me veo obligado a ello. Debo vestir a estos pobrecitos niños, sin ningún pariente en este mundo. He tomado esta resolución a sabiendas de que más tarde tendré que enfrentar situaciones mucho más tortuosas. Usted me aprobará. Usted conoce bien mi especial afecto hacia los niños.”
Así decía para mis adentros mientras miraba en dirección al lejano valle Tuqidian, donde bajo la fría tierra de una lomita yacía sola mi madre.
—Vaya a Fusong y compre tela con estos 20 yuanes. Y con ella confeccione ropa para los niños.
Impartí la orden a Kim San Ho, comisario del regimiento, quien se mostró incómodo al recibir el dinero contra su voluntad. Este varón de figura atractiva, fue sirviente en la casa de un terrateniente en Wujiazi y perdió un dedo en los filos de una guillotina. Desde esa época realizó junto con nosotros muchas actividades dentro de la Unión de la Juventud Antimperialista. Por eso, conocía mejor que nadie la historia que encerraban esos 20 yuanes.
—Ejecutaré la orden porque la impartió usted, camarada Comandante, pero siento temblar mis manos. ¡Si se supiera qué significan estos veinte yuanes!
Dejando estas palabras atrás salió para Fusong donde consiguió 7 u 8 rollos de tela parecida a la gabardina, que costaba 10 fenes, por ja (Medida de longitud, equivale a 30.3cm —N. del Tr.). Era un hombre fuerte, pero, contó luego que para cargarlos a cuestas tuvo que hacer tantos esfuerzos que por poco se le sale la lengua. En el regreso tuvo mala suerte. Tropezó con el resto de una tropa de gandules de bosque hechos bandoleros, que le arrebató toda la carga. Huyeron dejándolo amarrado a un árbol. Aunque poseía la fuerza de un toro, estuvo a punto de morir congelado. Enviamos una pequeña unidad que lo salvó y rescató el tejido de las manos de esos gandules.
Los 7 u 8 rollos no alcanzaban para vestir a todos los niños. Volví a enviar a Kim San Ho a Fusong con una misiva destinada a Zhang Weihua. Con la ayuda de éste pudo conseguir mucha más cantidad de tejido. Confeccionamos con ello uniformes para los pequeños del campamento y para más de 100 guerrilleros que liberados de la acusación de “minsaengdan” se incorporaron a la nueva división. Sentí aliviarse en cierto grado mi pesada alma.
Hablando con franqueza, 20 yuanes no representaban una importante suma, pese a esto, no pude disimular mi satisfacción. Luego abandonamos el Maanshan.
Los niños, muy contentos por su nuevo atuendo insistieron en seguirnos. Acepté con gusto sus ruegos rechazando la opinión contraria de varias personas. Excepto unos pocos demasiado pequeños y otros enfermos, en su mayoría emprendieron la difícil caminata junto con nuestra unidad hacia el sur. Constituía un riesgo que el ejército revolucionario, en permanente movimiento en operaciones guerrilleras, estuviera acompañado por un colectivo de niños de más de 10 años de edad. Aunque resultaba algo sin precedente en la historia de las guerrillas y contravenía a la lógica, estaba decidido a llevarlos con nosotros para foguearlos en medio de las llamas y así forjarlos como hombres de voluntad de acero. Obstáculo mayor era vencer árboles derribados y cruzar ríos. Por eso, para la protección de los pequeños establecimos dos variantes: una para los casos de combate y otra para la marcha. Los guerrilleros los cuidaron como las niñas de sus ojos. Vencían troncos derribados llevándolos en sus brazos; para cruzar ríos los colocaban a sus espaldas, y los cubrían con sus cuerpos contra las balas enemigas. Bajo atención tan esmerada fueron creciendo los niños.
Con posterioridad, los que nos siguieron hasta la zona del monte Paektu ingresaron, sin excepción, en el ejército revolucionario, y en encarnizadas acciones guerrilleras, llegaron a formarse como excelentes cuadros militares y políticos. Hasta Ri O Song, que por sus 9 años no estaba apto para la marcha y permaneció cierto tiempo en el campamento secreto de Dajianchang, sirvió de enlace primero a Sun Changxiang y después a mí al trasladarse a Changbai. En mayo de 1939, cuando avancé con mi unidad hacia la zona de Musan apenas tenía 12 años. El río era profundo y no pudo cruzarlo por sí solo. Lo tuve que llevar en brazos al otro lado. Los niños de entonces a quienes criamos en nuestro regazo como a unos pollitos, hoy cumplen cargos claves en el Partido, Estado y Ejército.
Fue tan fuerte la conmoción, e incontenible la indignación, que recibí al verlos en andrajos en el Maanshan, que a partir de ahí resolví que al liberarse el país se implantaría a toda costa un sistema según el cual el Estado vistiera gratuitamente a los niños. En la segunda mitad de la década de los 50, cuando se rehabilitaba al país destruido y empobrecido por la guerra, empezamos a aplicar la histórica medida de suministrar ropa a expensas del Estado. Fue un prodigio que pudieron crear únicamente los comunistas coreanos que experimentaron la trágica realidad en el Maanshan. Cada año, para vestir a los menores invertimos cientos de millones de yuanes.
Entre los huéspedes extranjeros que nos visitan hay quienes me preguntan si con tantas inversiones y gratuidades el Estado no sale con pérdidas; por qué el Estado suministra uniformes escolares cuando cada cual puede hacerlo por sí solo con las telas conseguidas en las tiendas, y cómo se recompensan los gastos que acarrean.
Entonces les narro nuestro encuentro con los niños haraposos en el Maanshan. Es natural que políticos de países capitalistas que no habían oído ni siquiera un cañonazo cuando ya nosotros librábamos la guerra antijaponesa, no pueden comprender el profundo alcance histórico de esa política del Gobierno de nuestra República y, por consiguiente, observen este asunto sólo desde el ángulo del cálculo financiero. Los gastos que hace el Estado para el pueblo no son pérdidas. Cuanto más inversiones se hagan para el bienestar del pueblo, tanto más contento se siente nuestro Partido, y cuanto más “pérdidas” se registren para las posteridades, tanto más satisfecho está nuestro Estado.
Mientras exista en nuestro país el régimen socialista y se hereden las tradiciones del Paektu, estoy seguro de que se seguirá aplicando la política comunista de que el Estado suministre vestido a los pequeños. Los ex miembros del Cuerpo Infantil de la época del Maanshan y los ex combatientes antijaponeses, junto con los niños de todo el país, reciben cada estación del año, nuevos trajes gracias a la solícita atención del camarada Kim Jong Il.
Al venir a felicitarme por mi 70 cumpleaños, Ri O Song y Son Myong Jik vistiendo nuevos uniformes obsequiados por el camarada Kim Jong Il, empezaron a evocar la época del Maanshan, pero no pudieron continuar por la emoción.
3. Zhang Weihua,
compañero de revolución (1)
Ya dije que tan pronto Kim San Ho regresó al Maanshan trayendo la tela que compró con 20 yuanes, volví a mandarlo a la ciudadela de Fusong, porque la cantidad de tejido no alcanzaba para confeccionarle un uniforme a cada uno de los miembros del Cuerpo Infantil. Para conseguir más era necesario entablar un combate a bayoneta, pero no me inspiró hacerlo en esa ciudadela con la que yo mantenía contactos desde hacía mucho tiempo. Una vez renovado el ejército revolucionario con la organización de una nueva división, y sobre la base de este éxito, pasamos a la etapa de ampliar sus fuerzas políticas y militares.
Si hubiéramos empezado por hacer fuego antes de acumular las fuerzas, nos habríamos visto en Fusong empujados a un callejón sin salida y tropezado con muchas dificultades también en la marcha hacia la zona del monte Paektu.
La única vía para conseguir tela era la ayuda de Zhang Weihua. Sólo éste, hijo de un latifundista, mi compañero revolucionario y activo miembro de la organización, fiel al ideal de la lucha antijaponesa de salvación nacional, podía aceptar como suya mi preocupación, y entregarse en cuerpo y alma a sacarme de la peliaguda situación.
Cuando le ordené que volviera a Fusong, Kim San Ho se quedó algo aturdido ya que acababa de regresar de allí. También sentí interiormente desasosiego pues debía descansar, pero me vi obligado a confiarle otra difícil tarea por los niños y las unidades que se iban a organizar. Era el más adecuado para acometer con naturalidad el trabajo con Zhang Weihua. Cuando éste, con el nombre de familia Zhang Yaqing, se desempeñaba como maestro en la escuela Samsong de Wujiazi, Kim San Ho trabajó con los jóvenes en la filial de la Unión de la Juventud Antimperialista del lugar. Esto podía servirle de credencial, aunque no tuvo contactos de trabajo o relaciones de amistad con él.
—Perdóname, San Ho. Cada vez que se presenta una tarea riesgosa, te llamo, no sé por qué. ¿No será que tienes un superior muy abusador? —dije a Kim San Ho, cuando se presentó ante mí para recibir la nueva tarea. Se recuperaba del cansancio acumulado, luego de regresar al Maanshan junto con los compañeros de una pequeña unidad que lo habían salvado.
Me miró unos segundos con los ojos enrojecidos y, con su voz gruesa, contestó:
—¿Quiere hacer una operación de rodeo conmigo, inUsual en usted, camarada Comandante? Dígame sin ambages qué tarea he de cumplir.
Su respuesta me alivió bastante el alma.
—Bravo. Mañana por la mañana volverás a Fusong. Decidí enviarte a ver a Zhang Weihua. Parece que es inevitable recurrir a su ayuda. ¿Recuerdas aquel joven chino que trabajó de maestro en la escuela primaria de Wujiazi?
—¿Habla del maestro Zhang Yaqing? ¡Cómo no! Todavía están frescos en mi memoria sus ojos, que miraban tímidamente a través de los espejuelos. Era agradable oir el sonido de su guitarra.
—Está bien. Le haré una carta con la cual irás a verlo. Después de dar un recorrido por la ciudad, explorando con cuidado sus calles, llegarás al barrio Xiaonanmen y buscarás allí la casa de Zhang Wancheng, famoso latifundista de Fusong y padre de Zhang Weihua.
Kim San Ho quedó satisfecho y, sacando el pecho, me miró y dibujó una amplia sonrisa en su rostro, como si fuera a salir de excursión.
Este larguirucho, de unos seis pies, poseía las cualidades del cabal campesino y sus compañeros lo miraban con respeto. Cuando tenía una tarea trajinaba ágilmente, pero otros días estaba decaído, como si fuera un hipocondriaco. Sus gestos eran como un termómetro que medía su estado anímico según tuviera o no una tarea.
Escribí a Zhang Weihua empleando las horas de la madrugada, que podían considerarse la yema de cada uno de mis días.
A la sazón, alguien inventó un compartimiento en el fondo de una lata de aceite de soya, en el que se podía meter la carta. Kim San Ho la recogió y partió satisfecho del Maanshan. Para camuflarlo como un verdadero comerciante de aceite de soya, y que evadiera el control de los militares y policías, Pak Yong Sun lo vistió con una ropa más rota y mugrienta que la de un culí.
Se me oprimía el corazón esperando la respuesta de Zhang Weihua. Algunas noches, cuando en espera del regreso de Kim San Ho no conciliaba el sueño, todas mis reflexiones se volcaban en Zhang Weihua. Cada segundo transcurrió añorándolo.
¡Qué bueno hubiera sido si ahora mismo hubiera podido bajar a la ciudadela, vestido de culí y con una toalla como un trapo al cinto, como Kim San Ho, para ver a Zhang Weihua y, junto a él, andar por el barrio Xiaonanmen donde está mi antigua casa, encontrarme con maestros y condiscípulos de la etapa de la escuela primaria integral No.l, así como visitar la tumba de mi padre en Yangdicun!
Si no hubiera tenido por delante un montón de tareas, ni existido cerca los compañeros de armas que me protegían con más atención que la que podrían darme mis propios familiares, probablemente hubiera cometido la aventura de viajar a Fusong en desafío de todos los contratiempos. Empero, en esa tierra que deseaba visitar tanto había demasiadas personas que me conocían. Como pasé allí gran parte de la etapa estudiantil, estaba fichado como indeseable por los militares y policías del lugar. Fusong fue otra guarida obscura de los militares despóticos, allí donde experimenté la vida carcelaria, apresado por la complicidad de sus mandarines. Sin embargo, amaba invariablemente esta ciudad situada en un valle, porque allí quedaba un trozo de mi inolvidable infancia, estaba la tumba de mi padre y vivía mi entrañable amigo chino Zhang Weihua.
A un lado de la encrucijada de la ciudadela existía la alambiquería “Dongshaoguo” donde nos encontramos en junio de 1932, cuando emprendí la expedición hacia Manchuria del Sur. Más tarde, se le puso otro nombre, pero tan pronto se conoció ese histórico suceso del encuentro, retomó el original. Con motivo de mi 80 cumpleaños, Zhang Jinquan vino a verme y me entregó “Dongshaoguo”, famosa bebida de esa fábrica, lo que me hizo sentir una vez más la sinceridad de los pobladores de Fusong. En dicha alambiquería conversé varias veces con Zhang Weihua.
Intercambiamos muchas opiniones en torno a la revolución y al porvenir. El, incluso, me confesó que su esposa estaba embarazada. Justamente la criatura era Zhang Jinquan, quien vive ahora en Fusong.
En aquel tiempo, al ver el viril aspecto de nuestra guerrilla quedó admirado y expresó:
—Los soldados de Song Ju son magníficos. ¿Es posible que hayas organizado tan pronto un ejército, cuando no ha transcurrido ni un año desde nuestro encuentro en el tren? Tú has trabajado mucho durante ese tiempo. Ahora puedes acometer una gran obra. ¡Bravo!
Y levantando el pulgar, no cesó de elogiarme con sinceridad, lo cual me conturbaba.
—Weihua, —contesté—, deja de elevarme tanto. Apenas hemos dado el primer paso. Si se compara con el hombre, es como un bebé. Para que éste viera la luz, las decenas de fusiles que nos donaste surtieron un gran efecto. Eres un partero que alcanzó un mérito no desdeñable en el parto de nuestro ejército.
—No merezco tus elogios. ¿Sabes que me juzgo muy incapaz e inservible? ¿Aún hoy confías en mí como antes, Song Ju?
—¡Cómo no! Confío mucho más. Mi sinceridad hacia ti no se alteraría ni aun cuando la corriente del río Songhuajiang retroceda.
De repente, me tomó fuertemente las manos y, mirándome con ansiedad, expresó:
—Ahora sí, Song Ju. Admíteme en tu unidad. También quiero participar con dignidad, arma en mano, en la lucha antijaponesa. Si rechazas mi petición, no te permitiré abandonar Fusong.
Esta sorpresiva solicitud me causó una gran alegría.
—¿Es de verdad, Weihua?
—¡Cómo no! Siempre he pensado en eso desde el primer día en que tu unidad apareció en Fusong. Mi esposa también me apoya...
—¿Y tu padre? ¿Lo admitirá?
—¿Qué importa si él lo acepta o no? Yo hago lo que deseo. También tú dijiste en el tren: ¿Para qué sirve la casa cuando va a perderse el país? Debemos hacer la revolución sin considerar cómo miran los padres. Chen Hanzhang, aunque es hijo de un latifundista, participa en ella, y también yo, pienso, puedo realizar algo así como el trabajo con el Ejército de salvación nacional.
—Has actuado bien al decidir seguir a la guerrilla. Pero, Weihua, la revolución no se apoya sólo en un frente, en el de la lucha armada. Sugiero que permanezcas en Fusong y participes en las actividades revolucionarias clandestinas.
—¿En las actividades revolucionarias clandestinas? Entonces, ¿eso quiere decir que no me admites en la guerrilla?
—No, no es eso. Sólo deseo que luches en otro frente. Educar, organizar y aglutinar a las masas populares en la clandestinidad, constituye un frente no menos importante que el de la lucha armada. Si los combatientes de este frente no lo logran, es imposible que esa lucha consolide su base. Partiendo de esto, me planteé formar un poderoso frente de la revolución clandestina en la zona de Fusong. Te ruego seas su comandante.
Zhang Weihua inclinó la cabeza como quien se desanima y empezó a limpiar despacio sus lentes.
—Entonces, ¿quieres enviarme a la segunda línea adonde no llegan las balas enemigas? ¿Crees que no puedo resistir la penuria, porque he vivido en abundancia como hijo de una familia rica?
—Desde luego, no niego rotundamente que lo tomé en cuenta. Con tu complexión no puedes resistir la vida guerrillera que exige atravesar montes y cordilleras inaccesibles. No quiero mentir. No desconfío de tus ideas, sino que me preocupa tu preparación física. Por tanto, propongo que en lugar de padecer en las montañas, permanezcas en la casa y, administrando un estudio fotográfico y trabajando de maestro, nos ayudes activamente en nuestro trabajo. ¡Qué bueno es el marbete de hijo de un gran rico! Este te permitirá camuflar con seguridad tu verdadera identidad, al hacer la revolución.
También el día siguiente, le persuadí con paciencia.
Por fin, nuestro debate concluyó con la aceptación de mi sugerencia. Cuando abandonamos Fusong, me despidió con las siguientes palabras:
—Si había decidido seguir a la guerrilla, no era porque no me gustara la lucha clandestina, sino que deseaba mucho estar contigo. Para mí, la vida sin Song Ju es como una orquesta sin violín. No sabrás cuánto te echo de menos. Por tanto, no me olvides en ningún lugar donde estés. No tengo otro amigo más íntimo y valioso que Song Ju. Siempre cuida tu salud.
Y derramó lágrimas.
Ese día lo había admitido en una organización de la Unión de la Juventud Comunista clandestina.
Cuatro años pasaron, lapso que no es corto. Sin embargo, él siempre estaba bajo mi atención y nunca dejaba de echarle de menos.
Con impaciencia esperé el regreso de Kim San Ho.
Ya en Fusong, éste recorrió por algún tiempo las calles de la ciudad, regateando el precio del aceite de soya, cuando supo que Zhang Weihua administraba el estudio “Fotos Hermanos”. Entró allí; de nombre era tal, pero, de hecho, no se diferenciaba de la sede desde donde se dirigían las organizaciones clandestinas de la zona de Fusong. Encerrado en este lugar, Zhang Weihua ganaba dinero y, al mismo tiempo, mantenía vínculos con los miembros de la organización.
—¿Puedo verle, señor Zhang? —preguntó Kim San Ho. El dueño lo invitó al cuarto oscuro y el huésped continuó:
—Vengo en cumplimiento de la orden del General Kim Il Sung. El permanece ahora cerca de Fusong. Me envió con la misión de conocer cómo anda usted.
Zhang Weihua no tardó en reconocerlo, y no quiso ocultar su alegría.
—¡Ah, Kim Song Ju! ¿El está cerca, dice? ¿Puede llevarme usted adonde se encuentra?
—Ahora no es conveniente, porque está lejos. ¿Qué le parece si lo hace más tarde, cuando le avisemos, después de escoger un lugar adecuado en un punto intermedio?
Zhang Weihua lo escudriñaba con una mirada dubitativa, pero después de leer mi carta, en su rostro se dibujó una amplia sonrisa.
—Bueno, —respondió—, esperaré la noticia. Transmítale a Kim Song Ju mi saludo y gratitud por la carta. Además, infórmele que estoy bien y he cumplido con lealtad el compromiso.
Kim San Ho regresó con ánimos redoblados al campamento del Maanshan. El informe, repleto de novedades, podía considerarse el máximo regalo que me ofrecía la primavera de 1936. Como si estuviera embriagado por el perfume de la nueva primavera, no pude sosegarme y anduve alrededor del campamento hasta sentir que me dolían los pies. Por mi propuesta, como lugar de cita se escogió una cueva natural cerca de Miaoling, en el distrito de Fusong.
Algunos de mis compañeros, al enterarse que me encontraría con el hijo de un gran latifundista que poseía decenas de hectáreas de tierra cultivable, la misma extensión de
—Camarada Comandante, —dijo uno de ellos—, no sé si intervengo en un asunto fuera de mi competencia, pero le sugiero que medite profundamente el encuentro con el hijo del rico Zhang. Aunque se trata de un condiscípulo suyo de la primaria y lleva varios años de vida orgánica, ¿podría cambiar su naturaleza clasista? De todos modos, él es hijo de alguien que pertenece a la clase explotadora, ¿no es así?
Lo rechacé en el acto.
—Compañeros, —contesté—, les estoy agradecido por preocuparse por mi seguridad. Pero, no puedo aceptar la sugerencia. Ustedes, invocando lo de la naturaleza clasista, se inquietan como si su Comandante fuera a caer en alguna trampa, pero eso no deja de ser una ofensa a mi entrañable compañero de revolución Zhang Weihua y, al mismo tiempo, a nuestra política de frente unido.
—Comandante, cuando actuamos en las organizaciones locales, nos educamos en la idea de que la naturaleza clasista del hombre no varía y nunca debemos transigir con los ricos. Luego, en el ejército revolucionario, muchos comandantes nos enseñaron así. Esto nos convenció de que entre los terratenientes y campesinos, y entre los capitalistas y obreros rige sólo el principio de que deben luchar unos contra otros, y que todos los integrantes de la clase explotadora, sean quienes sean, no tienen otro destino que el de ser derrotados o eliminados.
Los opositores a mi viaje a Miaoling no eran tan blandos como para rendirse ante unas pocas explicaciones. Emplearon palabras ultrarrevolucionarias ajenas al principio de la revolución, pero no pude ordenarles que se callaran. Por aquel entonces en el seno de nuestras filas existían muchos que habían aceptado por entero las fórmulas de los clásicos, y las aplicaban mecánicamente, en lugar de hacerlo de manera creadora en relación con la práctica revolucionaria. Para ellos, las tesis de Marx y Lenin eran normas, leyes absolutas que no toleraban ni pizca de infracción. Para quitarles el modo de pensar dogmático, se necesitaba una tenaz educación de principios.
Les expliqué:
“Es bueno, desde luego, luchar contra la clase explotadora. También reconozco que los terratenientes y capitalistas son clases hostiles. No obstante, ustedes deben tener presente que por ser terratenientes y capitalistas no se deben medir con la misma regla. Entre ellos existen quienes aman al país y luchan contra Japón. Aquí está Kim San Ho, que conoce bien la realidad de Wujiazi: el terrateniente Jo Ka Bong prestó una sincera asistencia a nuestras actividades revolucionarias. Zhang Wancheng, padre de Zhang Weihua, nos ayudó con más celo que Jo Ka Bong. En el otoño de 1930, cuando en Wujiazi estábamos preparando la lucha armada, Zhang Weihua me entregó gratis decenas de fusiles de los empleados por sus guardianes privados. Ustedes sabrán con claridad cuánto sacrificio nos ha costado conseguir cada arma de las que tenemos hoy. En nuestras filas muchos mártires consagraron su juventud para adquirir una. Sin embargo, Zhang Weihua nos donó de una vez no menos de 40 fusiles que hubiéramos tenido que obtener a costa de vidas.
“¿Cuál es la razón por la que no podemos confiar en él?
“No quiero explicar más lo amistosamente que nos trataron los Zhang y cuánto ayudaron a mi familia. Sólo me detendré en aclarar cuánta pérdida causaría a nuestra revolución la interpretación unilateral de la naturaleza y la lucha de clases. Según ustedes, los terratenientes como Zhang Wancheng, aunque contribuyan mucho a la revolución, deben ser liquidados por pertenecer a la clase explotadora, mientras que los agentes enemigos de procedencia obrera y campesina, si bien la perjudican mucho, son objeto de atracción por pertenecer a la clase trabajadora. ¡Qué absurdo es este concepto!
“En cuanto a la evaluación del hombre, los comunistas deben mantenerse siempre en una posición justa. Esto quiere decir que un hombre bueno debe ser apreciado como tal sin distinción de la pertenencia, creencia religiosa y clase y capa, y que su mérito debe reconocerse como es. Además, los comunistas siempre han de sostener una posición científica en la valoración del hombre. Es decir, no tienen que evaluarlo ajustándolo a un molde predeterminado, sino justamente, desde una posición objetiva, tomando por lo principal su idea y acción práctica. Si en la valoración del hombre se absolutiza su origen familiar, no es posible mantener esa posición y tal apreciación no resultará acertada.
“Si evaluamos de manera izquierdista al hombre, abogando sólo por su carácter clasista y la lucha de clases, ¿cuál será el resultado? Sin duda, que muchas personas pasen al campo contrario. El enemigo espera, precisamente, a que, cegándonos así, recelemos sin fundamentos de la gente y la liquidemos sin ton ni son.
“Compañeros, sufrimos mucho en Jiandao como blanco de la lucha contra la ‘Minsaengdan’. ¿No son ustedes los que prorrumpieron en llanto, golpeándose con los puños en el pecho, cuando de ustedes desconfiaron personas con quienes convivían comiendo de una misma olla y compartiendo la vida y la muerte? Entonces, ¿cómo es posible que los que experimentaron esa lamentable vivencia, esas lágrimas, se atrevan hoy a levantar la odiosa arma de la desconfianza contra un hombre justo que no merece ninguna sospecha?...”
Les hablé así a los que se oponían a mi viaje a Miaoling, y con unos cuantos miembros de la escolta, partí.
El hecho de que algunos no aceptaran mi encuentro con Zhang Weihua, viéndolo con el prisma de la invariabilidad de la naturaleza clasista de los ricos, no era sino una excesiva preocupación. Cada palabra que lanzaron impensadamente me causó gran disgusto, me parecía que ofendía los lazos de fraternidad entre Zhang Weihua y yo, entre su familia y la mía. Era como manchar de negro nuestra amistad invariable, noble y de profunda raíz como la corriente del río Songhuajiang, aunque se remontaba a más de diez años. Era tan auténtica, insondable y sincera que no menguaría por ninguna causa ni falsedades, y que concordaba con los intereses generales de la revolución, el humanismo comunista y la ética y moralidad.
Si todos los ricos del mundo se calificaran de reaccionarios por el solo criterio de que el propietario es explotador, ¿sería necesario que nosotros, los comunistas, emprendiéramos exprofeso el camino difícil de la transformación social para convertirnos en ricos?
Desde pequeño, no valoré al hombre según sus riquezas y propiedades. Mi criterio al respecto era cuán ardientemente amaba al ser humano, al pueblo y a la Patria. Aunque fuera rico, si amaba a la Patria y al pueblo, lo califiqué de bueno, mientras que aunque fuera proletario, si no tenía ese sentimiento, lo tildaba de malo. En resumidas cuentas, medí al hombre a partir principalmente de su idea.
Recordando mi infancia señalé que Kang Yun Bom, el primer compañero de esa etapa era hijo de una familia acomodada. Contaba con una moderada
También Paek la Bienhechora, mencionada en el tomo I de las Memorias, era muy rica, pero disfrutó del respeto de los pyongyaneses hasta el último momento de su vida. La convirtió en gran propietaria su espíritu de trabajo y ahorro sobrehumano, se dice, comiendo, vistiendo y trabajando austeramente.
Claro está que en el mundo existen avaros, que, valiéndose de extensas tierras cultivables y colosales riquezas, y de métodos infrahumanos, explotan a los demás y les exprimen sudor y sangre, así como ricos despiadados que engendran toda clase de males sociales, actuando brutalmente, violando la ética humana. Pero no todos los ricos son iguales.
Paek la Bienhechora experimentó toda forma de trabajos: vender frijolitos de soya, cuajadas de soya y flores; hilar y tejer algodón, criar cerdos, e incluso recoger y vender residuos de comida. Iba acumulando dinero por todos los medios posibles, sin siquiera tener un momento para empolvarse el rostro. Ningún día, en decenas de años, después que a los 16 años quedó viuda, dejó de trabajar y verter sudor y sangre, hasta obtener decenas de millones de yuanes, que entregó totalmente para el bien de la sociedad.
Su primera contribución fue el puente de piedra de la comuna Songsan, que se llamaba “puente Solmoe”. Más tarde, conmovidos por la virtud de Paek la Viuda, los pyongyaneses comenzaron a llamarla la Bienhechora y sustituyeron el nombre del puente por “Paekson”, las dos primeras sílabas de su nuevo nombre coreano.
Durante esa época, en el nuevo barrio de Pyongyang funcionaba un club público, propiedad del gobierno. Al saber que solo lo podían utilizar los japoneses, ella se indignó y decidió construir uno para los coreanos. Voluntariamente se hizo cargo de la obra y desembolsó sin titubeos decenas de miles de yuanes. Ante el pabellón Ryongwangjong se mantiene hoy intacto el edificio de piedra, de tres pisos, que en aquel tiempo se levantó como club público de Pyongyang.
Paek la Bienhechora invirtió una colosal cantidad de dinero para el progreso de la educación nacional. La escuela primaria Kwangsong, la escuela Changdok y la femenina Sung-ui, de Pyongyang y otras, se mantuvieron explotando decenas de hectáreas de tierra cultivable que ella les entregó. En definitiva, también yo disfruté de su generosidad en la escuela Changdok.
Siempre que se encontraba con alumnos de las escuelas que ella patrocinaba les aconsejaba:
“Ustedes son hijos e hijas que se responsabilizarán del futuro de Corea. Deben estudiar con afán sin dormir, aunque tengan sueño, ni fiesta si bien lo quieran, ni tampoco echar a un lado los libros pretextando que no les gusta el estudio. Sólo cuando aprendan bien, se independizará el país.”
Y cuando un funcionario de alto rango de la gobernación general vino de Soul a premiarle, ella rechazó el encuentro con él.
Este criterio de la priorización de la ideología y de la acción en la evaluación del hombre, por el cual abogo y mantengo desde la niñez, más tarde, influyó mucho en el movimiento comunista y la lucha de liberación nacional de nuestro país. Si no hubiéramos movilizado con ese criterio a toda la nación, no se habrían reunido tantos en torno a la Asociación por la Restauración de la Patria, ni hoy, cuando la reunificación de la Patria se presenta como una tarea suprema, las masas populares de Corea del Sur y otros compatriotas en el extranjero gritarían a voz en cuello “nuestro deseo es la reunificación”, uniéndose hombro con hombro bajo la bandera de la gran unidad nacional.
Y si nos hubiéramos encaminado a oponernos a los ricos en general, cuestionando sólo su casta, en lugar de ver su ideología y voluntad, después de la liberación Jong Jun T
También traté a los propietarios chinos con el mismo criterio y posición. Si no hubiera mantenido éstos, no habría escogido como amigo a Chen Hanzhang, hijo de un gran terrateniente, ni admitido en nuestra organización revolucionaria a Zhang Weihua, hijo de un latifundista, ni tampoco jurado una eterna amistad con él. Como mostró la vida de cada uno, entre las renombradas personalidades chinas que promovieron el movimiento comunista en su país existieron muchos procedentes de la clase propietaria o sus hijos. Igualmente Zhou Enlai, quien entregó toda su vida a la felicidad de la nación china, a la causa del comunismo y del internacionalismo proletario, fue hijo de un mandarín acomodado de las postrimerías de la dinastía de los Tsing.
Si Zhang Weihua, independientemente de su origen familiar, pudo consagrarse al movimiento comunista, asiendo las manos de los comunistas que consideraban como hostil a la clase propietaria, creo, fue por nuestra gran influencia. Su padre, Zhang Wancheng, lo educó en el patriotismo, pero mis compañeros y yo ejercimos sobre él influencia comunista. Hasta que fui trasladado a la escuela primaria integral No. 1 de Fusong, en el quinto grado, él no era más que un modesto niño patriótico. Al igual que yo. Empezó a simpatizar con las ideas comunistas cuando organicé la Unión para Derrotar al Imperialismo y la Unión de la Juventud Comunista y extendía sus ramas hacia todas direcciones. En aquella época, en Fusong creamos un pequeño grupo comunista clandestino con mi madre y Pak Cha Sok como eje, capaz de hacer las veces de organización partidista, en el cual se involucró Zhang Weihua, junto con Jong Hak
Desde los primeros días posteriores al traslado a la escuela primaria Integral No. 1 de Fusong por intervención de Shi el Jefe de la Sociedad, estudié con Zhang Weihua. En este caso, el término integral significaba superior. Que estudiáramos en un mismo plantel, Zhang Weihua, hijo de un gran rico, y yo, Kim Song Ju, un pobre niño apátrida, fue como un capricho de la historia, y esta singular vinculación dio inicio al establecimiento y evolución de nuestra fraternidad, que podría considerarse verdaderamente paradójica. Sin embargo, esta relación no emanó de esa convivencia, sino de la hermandad que existió entre mi padre, Kim Hyong Jik, y Zhang Wancheng, el de Zhang Weihua.
Mi progenitor, que luego de escapar sin novedad de la guarida de bandidos en Manjiang gracias a la ayuda de Kong Yong y Pak Jin Yong, debía permanecer algún tiempo en Daying, aldea poblada por muchos coreanos, solicitó al independentista C
Entonces llegó a los oídos de mi padre que Zhang Wancheng, un gran latifundista de Fusong, estaba enfermo y buscaba a un buen médico. A solicitud del alcalde C
Más tarde, Zhang Wancheng visitó al gobernador distrital y le explicó: Conozco a un exiliado de Corea y ruego que le permita instalar un dispensario en la ciudad; comprendo bien su indecisión, está inquieto porque si aprueba su residencia puede caer víctima de una intriga de los japoneses; pero, ¿no es natural que los coreanos luchen contra los jápis que les arrebataron el país?; veo que usted no es projaponés y, por tanto, sería bueno que la aprobara; ¿a qué tiene miedo cuando no existe aquí el consulado japonés?; todo se resolverá con despistar a los policías y agentes que el consulado envía desde Linjiang; no se oponga a la residencia de Kim Hyong Jik en Fusong.
El gobernador, emocionado, aceptó por fin, la solicitud.
Además, cuando, una vez restaurada la escuela Paeksan, mi padre trajinaba impaciente para conseguir el permiso de su gestión, Zhang Wancheng, en calidad de subjefe de la asociación comercial del distrito y de miembro de la sociedad educacional, junto con otras personalidades, logró persuadir a las autoridades distritales y conseguir la aprobación. Siempre que mi familia tropezó con dificultades insalvables, nos prestó desinteresada ayuda, con sus esfuerzos y dinero, según las necesidades. El respaldo de los Zhang continuó después de la muerte de mi padre: con frecuencia nos envió dinero y alimentos, diciendo que mi madre sufría mucho atendiendo sola a sus hijos.
Una vez, cuando estudiaba en Jilin, mi tío Hyong Gwon fue encarcelado por las autoridades militaristas. Como dice un refrán: El mal viene acompañado; él fue apresado poco tiempo después de la muerte de mi padre, lo cual causó desesperación a mi madre. Ella meditó mucho y, por fin, fue a ver al padre de Zhang Weihua y le pidió persuadiera a la policía. Por su intervención mi tío fue puesto en libertad de inmediato.
Zhang Wancheng fue un nacionalista consciente que abogaba por la soberanía nacional y amaba ardientemente a su patria. Aunque era un gran rico, que podía vivir cómodo sin que le importara cómo giraba el mundo, simpatizó con mi padre que luchaba para rescatar al país, haciendo de tripas corazón, y después de su muerte, expresó su profunda compasión hacia mí, apoyándome y defendiéndome como independentista.
Me consideró como un simple independentista, aunque su hijo Zhang Weihua conocía con claridad que yo era comunista.
En Fusong, independientemente de los lacayos de los militarotes y los agentes del consulado japonés, existieron muchas personalidades conscientes y patriotas como Zhang Wancheng, Shi Chuntai, Yuan Mengzhou y Quan Yazhong. Yuan Mengzhou era tío de Zhang Weihua por línea materna. Se graduó de la escuela normal de Shenyang y trabajó como maestro en la escuela primaria integral No.l, donde yo estudiaba. Más tarde, se desempeñó como director. Las clases de gimnasia infantil y de ejecución del órgano que él impartía resultaron las disciplinas que despertaban más interés entre los alumnos. También Quan Yazhong, perteneciente al grupo izquierdista del Kuomintang, era un hombre de tendencias ideológicas positivas, aunque propietario a la vez del hospital y la relojería. Su hermano mayor Quan Yazhe era igualmente una persona excelente.
La fraternidad entre Zhang Wancheng y mi progenitor no podía menos que ejercer una gran influencia en la amistad entre Zhang Weihua y yo. Cuando mi padre iba a casa de Zhang Wancheng para atenderlo y éste frecuentaba mi hogar para pasar el tiempo, yo también iba a su casa, mientras su hijo Zhang Weihua venía a estudiar.
Siempre que éste me visitaba, mi madre le ofrecía comida coreana, que le gustaba mucho. Y cuando yo estaba en su casa, me servían empanadilla, que también me gustaba. Los oriundos de la zona de Shandong sabían prepararla mejor y Zhang Wancheng era entre ellos.
A mediados de la década del 20, la ciudad de Fusong era dos calles paralelas cruzadas por otras dos. Al Este y al Norte existían, respectivamente, las puertas llamadas este y norte; al Oeste dos puertas, y al Sur una grande y una pequeña denominadas Daenanmen y Xiaonanmen. A poca distancia, al norte de Daenanmen, estaba la tienda de Zhang Wancheng, desde donde, poco más allá, en un recodo, se veía su casa. Zhang Weihua y yo recorrimos todos los rincones de las calles y pasamos por todas esas puertas. No existió ningún lugar adonde no fuéramos, ni ningún juego con el cual no nos divirtiéramos. Muy a menudo, jugábamos al tenis en la cancha de la escuela y nos bañábamos en el río Songhuajiang. Además, asistimos juntos a concursos literarios y artísticos.
Zhang Weihua tenía un carácter cerrado, pero constante y fervoroso. En defensa de la justicia siempre se puso a la delantera sin reparar en sus consecuencias y nunca transigió con lo injusto, no importaba de quién se tratara. Era un hombre tan tenaz que, una vez decidido, podía colocarse sobre el filo de un cuchillo.
Una vez, un policía le pegó fuerte a un maestro de nuestra escuela y lo derribó ante sus discípulos, alegando algo intranscendente. Ante este sorprendente hecho los estudiantes, que adoraban a sus maestros, se llenaron de rabia a tal grado que sus ojos se desorbitaban. Zhang Weihua y yo hicimos una arenga para ponerlos en acción, argumentando: El golpe al maestro por el policía constituye una intromisión en los asuntos de la escuela y una grave vejación a sus profesores, empleados y estudiantes; ¿puede existir en el mundo un acto tan absurdo como que un hombrecillo de una pequeña estación policíaca distrital se atreviera a pegar al maestro?; somos sus discípulos y debemos lograr que las autoridades policíacas se disculpen; impongamos a ese bruto de policía que venga a la escuela, se quite la gorra y pida perdón al maestro.
Con las consignas: “¡Severo castigo para el cruel policía que golpeó al maestro!” y “¡Defendamos los legítimos derechos e intereses del profesor!”, nos concentramos ante el ayuntamiento distrital y demandamos el castigo del policía. Pero, las autoridades pasaron por alto esa justa exigencia y trataron de sepultar el suceso así como así, intentando persuadirnos de cualquier manera. La lucha fracasó.
Acordamos castigar severamente al brutal policía.
Una noche, me llegó la información de que iba al teatro, ocasión muy buena para sorprenderlo. Pero existía un problema: para escapar del teatro después de pegarle, antes que él pudiera hacer algo había que apagar la lámpara de gas colgada del techo del escenario. ¿Quién podría hacerlo? Lo discutimos largo rato, y Zhang Weihua se ofreció para la tarea. Más de diez estudiantes fuimos al teatro y ejecutamos el plan previsto. En el tiempo del intermedio, Zhang Weihua subió al escenario y con un palo rompió la lámpara, cuando lancé un grito de “¡A golpearlo!”, los otros estudiantes le pegaron fuertemente al policía hasta que les pidió perdón, poniéndose de rodillas, y desaparecieron como llevados por el viento.
Ya en camino a casa, Zhang Weihua me dijo:
—Cuanto más pienso, tanto más satisfecho me siento. Esta noche, por primera vez he experimentado el contento y el gozo que proporciona doblegar por la fuerza la injusticia.
—No debemos perdonar a esos malvados. No podemos convivir con ellos bajo un mismo cielo.
Al escucharme, se detuvo y, cambiando su tono y poniéndose serio, me preguntó:
—Song Ju, ¿en qué escuela quieres estudiar después de graduado de la primaria?
Era una pregunta imprevista, porque hasta entonces nunca había reflexionado en mis perspectivas después de egresado de la primaria. Así, contesté sin interés:
—No lo sé. Si las cosas me salen bien, matricularé en la secundaria, pero ahora no estoy en condiciones para cursarla. ¿Y tú?
—Iré a Shenyang y estudiaré en la escuela normal donde se graduó mi tío materno. Me lo sugiere también mi padre. Si no te opones, te llevaré a Shenyang y estudiaremos juntos. Y después iremos a una universidad...
—Yaqing, —contesté—, agradezco oírte decir eso. Pero, ¿es, acaso, posible?
—¿Por qué no? ¿Por los gastos escolares? Deja de preocuparte; cuentas conmigo.
—Eso no lo aceptarán mis padres. Tampoco quiero dedicarme sólo al estudio. ¿Qué diablos es la universidad para un esclavo sin patria?
—Entonces, ¿dices que quieres participar en el movimiento independentista, siguiendo a tu padre? Cuando te marches para hacer la revolución, me iré contigo.
—¿No vas a Shenyang? ¿No has dicho que irías a la escuela normal?
—Eso sí, con la condición de que me acompañes. Sin ti no es concebible el viaje hacia Shenyang. Siempre quiero estar contigo. Si tú vas a la escuela superior, yo lo hago, y si te haces miembro del partido comunista, también lo seré...
Justamente este era el punto clave que él quería tocar esa noche. Quedé muy conmovido. Le apreté fuertemente las manos y dije al oído:
—Gracias, Yaqing. Pero, ¿sabes cuál es el partido comunista?
—¿Por qué no? Creo que es en lo que andan Li Dazhao o Chen Duxiu.
—El comunista debe estar listo para sufrir cárcel o morir. ¿Tienes esa determinación?
—No tengo miedo a tales cosas. Si puedo estar contigo, no me importa la cárcel o la muerte.
Su sorprendente declaración me aturdió. No pude comprender claro qué motivo tenía para decirlo. Lo cierto fue que esa noche confesó el ideal y la convicción que venía madurando en su mente desde hacía mucho tiempo. El quiso hacer suyos mi ideal y convicción. No eligió primero el ísmo para luego escoger como amigos a sus partidarios, sino que lo hizo al revés. Su modo de decidir el futuro, era, al parecer, simple, pero tenía profundo sentido. Esta posición de Zhang Weihua estaba basada en su absoluta confianza y amistad hacia mí. Simpatizaba conmigo y me seguía con sinceridad.
No fue casual que cuando partía a la escuela Hwasong, se obstinara, llorando, en seguirme. La despedida también me produjo gran pena. Al ver que se sentía muy angustiado ante la separación, me vi obligado a convencerlo, sin dormir no menos de dos noches, una en mi casa y otra en la suya. También ese día en que salía hacia Huadian, me acompañó hasta el embarcadero del Songhuajiang para despedirme, y me preguntó con lágrimas.
—Song Ju, ¿la diferencia de castas es más alta que el Everest?
—Eso no tiene nada que ver con este asunto. Si tu padre no accede a tu petición, es porque no quiere verte vivir fuera de casa.
—Si mi progenitor me limita así por causa de esa diferencia, estoy listo para, en bien de la hermandad contigo, convertirme a gusto en pobre. De todos modos, Song Ju, te digo que no olvides que en cualquier momento voy a tu lado, no importa dónde y qué hagas.
Tiempos después, Zhang Weihua cumplió su promesa. Cuando yo estudiaba en la escuela secundaria Yuwen de Jilin, robó la pistola del padre, salió de su casa, sin decir nada a sus familiares y vino a verme.
Su inesperada presencia en una noche avanzada hizo que me quedara boquiabierto.
—Song Ju, —dijo él—, por fin, vengo a tu lado, saltando el vallado de la familia. Mira, esto expresa mi decisión.
Luego mostró la pistola. Y con expresión de gran satisfacción, levantó la cabeza y clavó su mirada en un punto del techo.
—Tu padre tuvo que armarse de gran valor para permitírtelo, ¿verdad?
—¡Qué va! El me impuso que fuera a Shenyang, pero lo rechacé y escapé.
—¿No se preocuparán tus padres?
—Sí. Quizás hayan levantado ahora un alboroto. Pero no importa. Si no logran encontrarme, cualquiera vendrá aquí, a Jilin. Si no me equivoco, ellos deducirán que estoy contigo.
Zhang Weihua tenía razón: unos días después, su hermano mayor Zhang Weizhung, en compañía de guardianes privados, llegó a la escuela secundaria Yuwen y preguntó por el paradero de Weihua. Y al escuchar que estaba conmigo, se dejó caer como un plomo en el suelo y expresó:
—Ahora me siento tranquilo. Hasta hace poco, lo hacíamos preso de los bandidos.
—Hermano Weizhung —le dije—, no te preocupes por el asunto de Yaqing; lo atenderemos bien de cerca.
—Song Ju, ahora me voy tranquilo. Te confío a Weihua.
No le quitó la pistola a su hermano y regresó a Fusong junto con los guardianes.
Más tarde, mandé a Zhang Weihua a las zonas de Wujiazi y Guyushu, allí se desempeñó como maestro durante un año, más o menos, pero después regresó a su casa, persuadido por mi sugerencia de que según el deseo de sus padres estudiara en una escuela superior para luego reincorporarse a nuestras filas y continuar las actividades revolucionarias.
Como se ve, la amistad entre Zhang Weihua y yo se profundizaba con el paso de los días y meses y en medio de la incesante alternación de dos polos: encuentro y despedida.
Según informaciones, en Fusong se conserva aún la cueva donde me encontré con él. Como una “L” al revés y con unos 15 metros de largo, estaba resguardada tan profundamente por la naturaleza que no habría otro lugar más ideal para una cita secreta.
Tan pronto me vio Zhang Weihua rompió en sollozos. También yo derramé lágrimas abrazando sus hombros que olían a revelador.
—¿Dónde estuviste y por qué has venido ahora, Song Ju? —preguntó—. ¿Por qué hasta hoy no viniste ni una vez a Fusong? ¿Sabes cuán ansiosamente te he esperado?
—¿Crees que no quería verte? Tenía ganas de venir aquí, a Fusong, y encontrarme contigo.
—Entonces, ¿por qué no me escribiste? Tú sabes mi dirección, aunque no conozco la tuya.
—Perdón, Weihua. En la zona guerrillera de Jiandao donde vivimos no había correos.
—¿Cómo puede suceder eso? ¿Existirá acaso tal lugar en este mundo?
Le expliqué en detalle todo lo que sufrimos durante los cuatro años transcurridos, mientras él seguía secándose las lágrimas con el dorso de sus manos.
—Weihua, —continué—, ¿por qué lloras tanto? ¿Tal vez sufres alguna desgracia?
Me detuve y le miré atento la cara.
El, enjugándose las lágrimas, esbozó forzadamente una sonrisa y respondió:
—Porque es demasiado trágica la trayectoria recorrida por ti. Cuando pienso en que no estuve cerca de ti mientras sufrías tanto, siento que se me rompe el corazón.
—No. Tú siempre estuviste conmigo y me estimulaste.
—Gracias, Song Ju. Sólo con que no me olvidaste me siento feliz. Te llaman General o Comandante; también yo lo haré así desde ahora.
Al ver que Zhang Weihua sacó a colación inesperadamente lo de comandante, agité rápido las manos y dije:
—Weihua, te ruego de corazón que sigas llamándome Song Ju, aunque otros me digan comandante. También yo te llamaré Weihua, y no señor. ¡Song Ju y Weihua!... ¡Cuán agradable es al oído! Ahora bien, dime cómo lo has pasado hasta ahora.
El interlocutor, meneando la cabeza negativa y despaciosamente como si fuera un viejo, sonrió triste y contestó:
—Al escuchar la historia de tu pasado, ya no tengo ánimos para relatar así y asá sobre mi vida. ¿Qué pude hacer en tierras de Fusong como un gallinero? Nada más que dirigir la organización de la Juventud Comunista, tomando por punto de apoyo la “Librería Hermanos” y el estudio “Fotos Hermanos”, que instauré junto con Kang Pyong Son, condiscípulo tuyo en la etapa de la escuela Hwasong.
A continuación, me explicó brevemente las actividades de su organización y los movimientos de las agrupaciones antijaponesas en la zona.
Le estimulé por sus éxitos. Y le asigné una nueva tarea; formar una organización del partido en la zona de Fusong tomando como embrión a la juvenil.
Zhang Weihua quedó aturdido ante la tarea y expresó:
—Song Ju, ¿crees que mi capacidad dé para realizar una obra tan importante? Sabrás que tengo escasas experiencias en las actividades clandestinas.
—Si has dirigido la organización de la Juventud Comunista durante cuatro años eso significa una gran experiencia. Te enviaré con frecuencia al comisario Kim San Ho; cuando tropieces con dificultades, pídele ayuda.
Nuestra charla duró más de tres horas.
Cuando la conversación volvió a pasar del trabajo a la vida, Zhang me tomó del brazo repentinamente y me preguntó sobre mi familia. No tuve otro remedio que confesarle contra mi voluntad que mi madre se alejó de este mundo, que Chol Ju murió peleando y Yong Ju vivía en el Cuerpo Infantil, comiendo cohibido en casa ajena. De hecho, eran sucesos que no quería sacar a relucir. Yo estaba bien consciente de su carácter, así que me inquietaba que las noticias lo envolvieran en una profunda tristeza y congoja, lo cual, pensaba, haría sangrar mi alma. No quería que nuestro encuentro, realizado al cabo de cuatro años, se convirtiese en una escena triste.
Así y todo, sucedió lo que me inquietaba. No bien me escuchaba, Zhang Weihua se cubrió el rostro con las manos durante algún tiempo y lloró largo rato.
—Entonces, tú eres ahora un huérfano completo. Y ¿qué será del pobrecito de Yong Ju? ¿No podré hacer algo por él? Quiero que me digas dónde reside.
Dicho esto, sacó del bolsillo una estilográfica y una libreta y me miró. Moví levemente una mano y le relaté:
—Weihua, también Yong Ju ha crecido bastante. Ya está en edad apta para organizar su vida con sus propias fuerzas. Sugiero que no pienses en prodigarle favores.
No me obedeció y se obstinó teniendo en la mano la libreta abierta. Aunque no me gustaba, anoté en ella la dirección de la casa de Kim Jong Ryong en Antu. Si Zhang Weihua no hubiera muerto tan temprano e inesperadamente, hubiera hecho un gran favor a mi hermano Yong Ju.
Después del encuentro en Miaoling, volvimos a entrevistarnos en Daying, una aldea con aguas termales. En un valle frente a ella estaba acampada nuestra comandancia, escoltada por 20 ó 30 guerrilleros, desde la cual fui a encontrarme con Zhang Weihua, quien permaneció algunos días en Daying con el pretexto de darse baños de aguas termales. También actuó con especial cautela para la seguridad de nuestra comandancia, porque, después de la aparición de nuestra unidad en la zona de Fusong, el enemigo estaba muy alerta, persiguiendo a mis amigos y otros relacionados conmigo.
Mientras nos bañábamos conversamos sobre muchos asuntos. Aún está grabado en mi memoria que en aquella ocasión él dijo con orgullo que según mi sugerencia formó una organización del partido con elementos medulares forjados en la Juventud Comunista. Hasta la fecha, no se me ha olvidado esa expresión feliz que iluminaba su rostro como crepúsculo matinal.
Durante su permanencia en Daying, admitimos en la guerrilla a tres miembros de la Juventud Comunista que él eligió y llevó. Tampoco olvidaré nunca la dichosa sonrisa dibujada en sus labios, cuando esos jóvenes, cuya formación le costó mucho trabajo y empeño, se presentaron vistiendo el uniforme del ejército revolucionario y portando fusiles. Uno de los tres fue el secretario Yan, procedente del profesorado, quien, más tarde, cuando nuestra unidad actuaba en la zona del monte Paektu, escribió consignas en numerosos árboles en torno a los vivaques. Algunas de ellas seguirán en pie en el presente en diversos lugares de acampada.
Del contenido de la charla en las termas de Daying lo que me impresiona especialmente hasta ahora, son las palabras que intercambiamos antes de despedirnos. Zhang Weihua, tomándome una mano, dijo:
—Song Ju, cada vez que te veo, me siento culpable por un asunto.
—¿De qué hablas?
Me miró con rubor, lo que me causó curiosidad.
—Antes de entrar en los 20 años contraje matrimonio y hace cuatro soy padre de un varón y dentro de unos meses tendré otro. Cuando tú combatías recorriendo extensas regiones, al mando de la guerrilla, yo me casé y vivía cómodo junto con mi esposa, criando al niño, lo cual me da mucha vergüenza.
—Ahora sales con esas tonterías. ¿Cómo puede ser delito que te hayas casado y hecho padre? Al contrario, mereces recibir felicitaciones.
—Pero, tú, que me superas en un año estás aún soltero. Dime, Song Ju, ¿quieres quedarte así?
—Mira, hasta la fecha, nunca he pensado en el matrimonio. Para que el casamiento ocupe mi atención, tendrá que pasar mucho tiempo.
—Entonces, puedes perder la oportunidad. Si no te opones, seleccionaré una candidata a esposa en Fusong. Si no lo logro en Fusong, hurgaré en Shenyang, Tianjin, Changchun, Jilin y
—No, gracias. ¿Crees que tal belleza quiera tomar la pegajosa gacha de maíz en las montañas?
—Verás que te presento a una tan bella como la amapola.
Dicho esto en broma, apretó fuertemente mis manos y abandonó Daying. Su sonrisa de despedida quedó grabada imborrablemente en mis retinas. Fue la sonrisa que vi por última vez.
Desde luego, supe con claridad que su afirmación era mitad en broma y mitad en serio, y promesa irrealizable. No obstante, a través de sus palabras sentí una auténtica amistad que pudo expresarme sólo Zhang Weihua. ¿Quién, excepto él, hubiera podido prometerlo con tanta franqueza, sinceridad y entusiasmo?
De regreso a Fusong, se entregó en cuerpo y alma a prestar ayuda a nuestra unidad. Gracias a su iniciativa y esfuerzos, a nuestro campamento secreto llegaron sucesivamente colosales materiales, entre otros, algodón, calzado, medias, ropa interior, medicamentos, alimentos y equipos de fotografía, que servían de sólido apoyo económico para las actividades del ejército revolucionario en la zona de Fusong. Con tres mil yuanes que encarnaban la sinceridad de Zhang Weihua confeccionamos uniformes a los miembros del Cuerpo Infantil y al grueso del ejército revolucionario, y resolvimos otros suministros.
Tang Zhendong, jefe de la unidad de la policía de Daying, era hombre bien conocido por nosotros. Con él me encontré en Fusong cuando marchaba hacia Manchuria del Sur para entrar en operaciones conjuntas con Ryang Se Bong. Y cuando volvimos a Daying, nos mandó un emisario para transmitirnos: Envíenme abiertamente una carta de chantaje, y entonces les aseguraré lo que necesiten, fingiendo rendirme ante las amenazas del Ejército Revolucionario Popular de Corea.
Una vez recibida esa carta, nos envió en carretas varias veces materiales de intendencia como carne de cerdo, harina de trigo, aceite de soya y artículos de punto, con los cuales los miembros de la compañía de escolta podían vivir bastante bien durante unos 20 días.
En el otoño de ese año, por sorpresa, Zhang Weihua fue detenido por la gendarmería y llevado a la cárcel. Lo delató al enemigo Jong Hak
Un día, Jong Hak
—Ahora, quiero irme en busca de Kim Il Sung. ¿No sabes dónde está?
—Lo conozco —contestó Zhang, sin vacilación—. Hace poco tiempo me encontré con él.
Zhang Weihua ni siquiera dudaba de Jong, porque éste había participado en el movimiento juvenil bajo mi dirección personal. De inmediato, fue detenido por la policía. Habituado a tratar con generosidad a las personas, él era demasiado ingenuo y carente de cautela como responsable del grupo del partido, encargado del destino de una organización clandestina. Las ilusiones hacia las personas y la falta de vigilancia lo llevaron a la cárcel. El enemigo le aplicó toda clase de torturas para saber por su boca la posición de nuestra comandancia y encontrar la punta del hilo para destruir de un golpe la organización clandestina de la zona de Fusong.
Sin embargo, Zhang Weihua le contestó con el mutismo. Juzgó con seriedad que si se intensificaba la tortura, podía decir contra su voluntad el lugar donde estuve y la línea de la organización y decidió suicidarse. Así, le pidió a su padre que le ayudara a permanecer en casa aunque fuera durante algunos días. Zhang Wancheng solicitó a la prisión, entregándole dinero y otros sobornos, que le permitiera a su hijo la libertad condicional por enfermedad.
El enemigo lo puso en libertad temporalmente y en torno a su casa situó agentes e hizo vigilarla día y noche para descubrir la línea de la organización secreta que se comunicaba con él y el canal de trabajo de nuestra unidad.
Antes de su muerte, Zhang Weihua dejó a su esposa las palabras siguientes:
“Siento lástima y pena porque no puedo participar hasta el fin en la lucha antijaponesa, junto al General Kim Il Sung. He decidido morir para preservar la seguridad de los camaradas y responder a la confianza y el afecto del General Kim Il Sung; quiero que la tristeza no te aflija mucho.”
Y luego me escribió: “El enemigo trata de descubrir la comandancia del Ejército Revolucionario Popular de Corea mediante la movilización de sus agentes. Te advierto que la traslades sin tardanza.”
Después se suicidó tomando bicloruro de mercurio que se usaba como revelador. Se dice que esta tragedia se produjo el 2 de octubre de 1937 según el calendario lunar, cuando estaba en la flor de la vida, ni siquiera tenía 25 años.
Así se alejó de nuestro lado el soldado internacionalista, mi entrañable amigo y fiel compañero revolucionario.
El cayó heroicamente por mí, por la Comandancia de la revolución coreana y por la causa común de los pueblos coreano y chino, abandonando en el territorio chino estremecido por los cañonazos a sus queridos padres, esposa e hijos, así como todos sus ideales tan bellos como el arco-iris. Por entonces su hijo Zhang Jinquan, a quien amaba más que a sí mismo, tenía cuatro años y su hijita Zhang Jinlu acababa de desprenderse del vientre de su madre.
Para el hombre no hay lástima y tristeza mayor que morir temprano, antes de tiempo. Aunque Zhang Weihua fue encarcelado por un descuido, no era necesario quitarse la vida. Si hubiera captado con más dinero y sobornos a la gendarmería, el enemigo se hubiera hecho el de la vista gorda ante su “delito” o lo hubiera tratado con indulgencia pegándole algunas veces en las pantorrillas, pero tomó el camino del suicidio, renunciando así al siguiente capítulo de su vida.
Para el hombre no es fácil quedar vivo y tampoco es simple morir. Se debería afirmar que entre las más disímiles formas de muerte la que provoca mayor sufrimiento es el suicidio. En el caso de los jóvenes que tienen por delante más vida que la pasada, requiere una determinación extraordinaria y una temeraria voluntad. En otros tiempos, muchas personas escogieron el camino de la muerte, pero la mayor parte lo hizo para sí mismos. Hubo muy pocos que murieron por otros como Zhang Weihua. Se puede afirmar que esta es la más sagrada y bella forma de morir. He aquí, pienso, la razón por la cual la de Zhang tiene un sentido más triste y sublime.
Al recibir la noticia sobre el último momento de Zhang Weihua, no pude conciliar el sueño ni comer durante varios días. Sentí que mi alma caía en un abismo insondable; parecía que cerca de mí se hundiera precipitadamente una parte de la tierra, y alguien me asestara un fuerte golpe en el pecho. ¿Cuántas veces sonaron en mi corazón las tristes melodías de duelo en esos días?
Me arrepentía de no haber aceptado su solicitud de ingreso en nuestra unidad.
El pensamiento de que si él hubiera servido en el Ejército Revolucionario Popular hubiera vivido más, me golpeaba en la mente sin interrupción, hiriéndome el corazón.
Cuando solicitó que le permitiéramos ingresar en la guerrilla, debíamos analizarlo y aprobarlo como era natural. Esto fue también una demanda de principios. ¿No era lógico que admitiéramos a un joven que aspiraba con fervor a ingresar en la guerrilla? Sin embargo, no respeté ese principio, y no lo situé en la primera línea que le correspondía, sino en la segunda. Si procedí así, fue porque lo amé demasiado. No deseaba que él, quien vivía tranquilo en una familia rica, sin conocer sufrimientos, experimentara toda clase de pruebas en el monte. Pensé que no los toleraría, aunque yo sí; he aquí mi amor ciego hacia él. Si alguien censura mi conducta como injusta, no tengo palabras para justificarme.
En el pasado, tal como decenas de miles de comunistas y patriotas coreanos, entre ellos Sin Kyu Sik, Pak Yong, Yang Rim, Han Wi Gon, Jang Ji Rak, Kim Song Ho, Jong Ryul Song y Han Ak Yon, combatieron a riesgo de su vida en bien de la revolución china, así también numerosos hijos e hijas de China consagraron su preciosa vida a la revolución coreana.
La revolución no tiene fronteras, lo mismo que el amor y la ciencia. Prueba elocuente son Zhang Weihua, Novichenko, Che Guevara y Norman Bethune. Zhang Weihua y Novichenko son prototipos mundiales del internacionalista, mientras que la asistencia de los comunistas de diversos países al movimiento del frente popular de España y el movimiento del Cuerpo de Voluntarios del Pueblo Chino para resistir a los yanquis y ayudar a Corea, son ejemplos mundiales del internacionalismo, sobre los cuales el nombre de Zhang Weihua brilla como un gigante lucero.
A Zhang Weihua el pueblo coreano le llama símbolo de amistad entre China y Corea, y sin distinción de hombres y mujeres, viejos y niños, recuerda con respeto y admiración las proezas que realizó por la revolución coreana.
4. Zhang Weihua,
compañero de revolución (2)
¿Puede continuar existiendo el sentimiento de amistad entre un vivo y un muerto? De ser así, ¿cómo será?
Esta pregunta me la hizo Kim Pong Sok inmediatamente después de que el enlace Kim Jong Dok, uno de sus mejores amigos, cayera en el combate de Jiguanlazi. El que fue mi enlace en la época de la guerrilla quedó sumido en la tristeza durante mucho tiempo sin poder olvidar al difunto.
Le respondí que ese sentimiento podía mantenerse también entre un vivo y un muerto, pero en este caso se manifiesta cuando el hombre vivo no olvida al muerto, cuando su imagen aparece en la memoria de él. Como ejemplo, cité mi amistad con Zhang Weihua.
Era una fiel confesión de mi sentir basado en lo experimentado. Habían transcurrido varios años desde la muerte de Zhang Weihua, pero no lo había olvidado. E incluso, de vez en cuando aparecía en mis sueños igual que cuando vivía y me dispensaba su amistad. Al despertar de tales sueños tenía una sensación realmente extraña.
Kim Pong Sok volvió a preguntarme:
—Camarada Comandante, ¿qué podría hacer el vivo por el muerto?
Parece que en aquel momento el enlace quería oir de mí un consejo de profundo significado que le sirviera de máxima en toda su vida. Pero yo no estaba preparado para darle una respuesta convincente. Aunque era verdad que el asunto sobre el sentimiento amistoso entre el hombre vivo y el muerto ocupaba una parte de mi actividad espiritual, mi concepto sobre el particular no pasaba de ser comente y modesto, igual a lo que podrían pensar también los leñadores de remotas localidades montañosas.
—Entre los deberes, el más importante que podría cumplir el vivo ante el muerto está, en mi opinión, observar fielmente su voluntad.
Fue la única respuesta que le di entonces a Kim Pong Sok. Creo que en mi situación también otras personas hubieran respondido igual. Resultaba una sencilla verdad que la podía haber dicho no sólo un leñador sino también un escolar de primaria, pero Kim Pong Sok la aceptó con mucha gravedad. La voluntad de Kim Jong Dok, que dejó como testamento, fue que atendiera con esmero al camarada Comandante hasta que se alcanzara la restauración de la Patria. Y Kim Pong Sok así lo hizo hasta el día de la liberación, hasta que cayó en combate.
La opinión común que tenían todos mis compañeros de armas en los días de la guerra de resistencia antijaponesa era que el cumplir al pie de la letra la voluntad de un difunto constituye la máxima obligación de los vivos hacia él.
“¡Venguemos a los compañeros de revolución caídos!”
“¡Ocupemos aquella cota para cumplir la última palabra del camarada jefe de la compañía!”
“¡Liberemos a la Patria a cualquier precio, como desearon los camaradas caídos!”
En consignas como estas, que se escuchaban a menudo en campos de batalla, campamentos o durante marchas, se reflejaban de modo fiel las aspiraciones y deseos de los guerrilleros dispuestos a cumplir la voluntad de los compañeros caídos. Los comunistas de Corea se empeñaron en cumplir sus deberes ante los compañeros caídos siendo fieles a las misiones encomendadas por la revolución. Por mi parte, partiendo de la misma posición, realicé ingentes esfuerzos para respetar la voluntad de los camaradas que se fueron de nuestro lado y corresponder a la profunda confianza y esperanza que en vida ellos depositaron en nosotros. Con la misma actitud y concepción sigo trabajando con todas mis energías para cumplir con los deberes revolucionarios que me han asignado el Partido y el pueblo.
Pero, ¿podría decirse que es ésta toda la obligación de los vivos ante los muertos? Tomando el gran acontecimiento de la liberación de la Patria como punto de cambio, el contenido de esta obligación se enriqueció incomparablemente, de acuerdo con las nuevas exigencias y condiciones de la época. Ya no podían sentirse satisfechos los que pensaban que la amistad de los vivos con los camaradas de armas caídos se manifestaba plenamente al observar con fidelidad su último deseo. Querían traer a la Patria sus restos dispersos en tierras foráneas y hacer que los descendientes conocieran sus proezas, sepultadas bajo las malezas en el bosque de la historia. Al fortalecerse y enriquecerse el país deseaban levantarles estatuas y poner sus nombres a nuevas ciudades y repartos.
Este deber camaraderil se manifestó con intensidad en el amor a los hijos de los caídos. Al retornar triunfalmente a la Patria enviamos funcionarios a ultramar con la misión de encontrar y traer al país a los hijos de los mártires revolucionarios, que estaban dispersos. Los buscamos uno a uno, tal cual se escoge una pepita de oro entre la arena, y los matriculamos en la Escuela de Hijos de Mártires Revolucionarios de Mangyongdae. En este centro docente también instruimos como artífices de la construcción de la nueva Corea a los hijos de los combatientes que actuaron en el país.
En la década de los 70 levantamos en la loma Jujak, en el monte Taesong, el Cementerio de Mártires Revolucionarios con el fin de transmitir eternamente a las posteridades la imagen de cada uno de nuestros camaradas de armas.
En una colina de la comuna Sinmi, del municipio Hyongjesan, se ha construido el Cementerio de Mártires Patriotas que se podría llamar el segundo Cementerio de Mártires Revolucionarios.
Todas estas políticas y medidas representaron el alto grado de compañerismo e invariable y sincero afecto de los comunistas coreanos dispuestos a cumplir al más alto nivel la obligación moral de los vivos ante los mártires de la revolución. En el curso de la prolongada práctica revolucionaria, de más de medio siglo, ellos dieron un ejemplo que debe ser admirado por todos en sus relaciones ya no sólo con los camaradas de armas vivos, sino también con los caídos.
La posibilidad de la existencia del sentimiento de amistad entre vivos y muertos fue demostrada de modo palpable por la historia de las relaciones humanas, de camaradería, escrita por los revolucionarios coreanos y que no hubo ni habrá otra igual. En mi caso personal, sería suficiente recordar aquí mis lazos afectivos con Zhang Weihua.
De considerarlos terminados con la muerte, no podría decirse que es una valoración correcta. Si la muerte de una persona significa el fin de las relaciones de amistad, no sería posible calificarla de genuina. Sólo con que el vivo no olvide al difunto, la amistad se mantiene viva, palpitante.
La que nos entrelazó a Zhang Weihua y a mí siguió existiendo aún después de su muerte. Aunque él se fue de este mundo, nunca he podido olvidarlo. El perfume humano que dejó penetró más profundamente en mis pulmones con el curso del tiempo. Cuando la guerra antijaponesa concluyó con la victoria de los comunistas coreanos y chinos, de los numerosos camaradas y bienhechores chinos que acudieron a mi memoria, Zhang Weihua indiscutiblemente ocupó el primer lugar. Resultaba sumamente emocionante evocar uno por uno, en la Patria liberada, a tantos bienhechores chinos que nos ayudaron, a mis familiares y a mí, y apoyaron con sinceridad la revolución coreana. Como llegó un mundo mejor, los añoré más ardorosamente.
Cada vez que recuerdo a Zhang Weihua, pienso en sus padres, esposa e hijos. La época en que más los tuve presentes fue cuando, después que Japón se rindió incondicionalmente, en el noreste de China se llevaban a cabo reformas democráticas —la revolución agraria, la principal—, y las llamas de la guerra interna entre el ejército del Kuomintang de Jiang Jieshi y el Ejército de Liberación del Pueblo Chino arrasaban todo el territorio de Manchuria. Como por doquier se liquidaba a feroces terratenientes y capitalistas entreguistas, así como se combatía a los elementos projaponeses y otros traidores, me preocupé por si la familia Zhang no estaría considerada injustamente blanco de la dictadura y sometida a restricciones. Cada vez que en el país vecino se producía algún disturbio o se organizaba un movimiento social para liquidar algo, me intranquilizaba el destino de los familiares de Zhang Weihua.
No cabe duda de que él fue un mártir revolucionario con muchos méritos, pero como se dedicó principalmente a las actividades clandestinas, no podía despejarme de la inquietud de si las masas reconocerían como comunista, y no como reaccionario o traidor, a quien fue un hijo de latifundista. Con el paso del tiempo crecía mi impaciencia por verlos. Sin embargo, los complejos procesos de la edificación de un nuevo país, la guerra antiyanqui y la cimentación de los fundamentos del socialismo me obligaron a postergar muchos asuntos. Había muchas personas a quienes quería buscar o ver, pero me consagré por entero a atender los asuntos del Estado, obviando estos deseos.
La primera noticia sobre los familiares de Zhang Weihua la recibí alrededor de 1959. Ese año, nuestro país organizó y envió a Manchuria un grupo de visitantes de los ex campos de combate de la época de la Lucha Armada Antijaponesa.
Al reunirme con el grupo le rogué a Pak Yong Sun:
—Pak El Cazador, ¿recuerdas a Zhang Weihua, el dueño de “Fotos Hermanos”, quien nos envió tejidos y dinero cuando en el campamento secreto del Maanshan los niños estaban enfermos y tenían frío? Han transcurrido más de 20 años desde que él murió, pero todavía no he podido expresar siquiera mi pesar ante sus padres, esposa e hijos. Cuando vayas a Fusong, salúdalos en mi nombre y transmíteles mis mejores deseos.
—Lo tendré en cuenta. Yo también pensaba que era un deber mío visitar a los familiares de Zhang Weihua en Fusong. ¡Cuánto nos beneficiamos de sus servicios!
Sus ojos húmedos delataron que también estaba sumido en recuerdos conmovedores.
—Zhang Weihua, si bien era de otra nacionalidad, no se diferenciaba de un coreano, de un revolucionario coreano. Sus proezas pueden ocupar, con todo derecho, una página no sólo de la historia del movimiento comunista de China sino también de la historia de la revolución antijaponesa de nuestro país. Si sus familiares no residen en Fusong, si se han mudado a otra parte, debe localizarlos solicitando incluso la ayuda de los organismos de la seguridad pública.
—Comprendo. Los encontraré aunque para ello tenga que andar por toda China.
Después que el grupo partió hacia China esperé con impaciencia las noticias de Fusong. Como acabábamos de restañar las heridas de la guerra y completar el proceso de transformación socialista en las ciudades y el campo, llegué a tener cierta posibilidad para interesarme por los compañeros de armas caídos y por el destino de sus familiares.
Por fin, al cabo de unos cuantos meses de la partida, Pak Yong Sun me envió un cable con la tan ansiada noticia: “Hoy me encontré en Fusong con la familia de Zhang Weihua. Transmití palabra por palabra sus saludos. La señora, toda bañada en lágrimas, le agradeció. Nos entregó una fotografía. Hacemos todo lo posible para reunir materiales que testimonien la lucha común que libraron usted y él. En detalles le informaré cuando regrese a la Patria.”
Con posterioridad, por medio de Pak Yong Sun conocí que Zhang Wancheng murió en 1954 y que después la esposa de Zhang Weihua, su hijo Zhang Jinquan e hija Zhang Jinlu vivían modestamente en la vieja casa de Fusong.
Cuando Pak Yong Sun le transmitió mis saludos, la esposa de Zhang Weihua se mostró muy emocionada.
—Se dice que el cielo cambia a cada instante y el hombre a lo largo de la vida, pero el sentimiento de amistad del General Kim Il Sung es asombrosamente invariable. Han transcurrido más de 20 años desde que murió mi marido, pero él no lo ha olvidado. No encuentro palabras para agradecérselo.
En señal de recompensa sacó una foto que había guardado durante decenas de años y al entregársela al jefe del grupo le rogó que me la diera. En ella están Zhang Weihua y mi hermanito Chol Ju.
En el otoño de ese mismo año aquella foto, junto con otros materiales históricos recogidos por el grupo de visitantes de lo que fueron campos de combates revolucionarios, fue expuesta en el entonces llamado Museo de la Lucha de Liberación Nacional. Por primera vez aparecía la imagen de Zhang Weihua ante nuestro pueblo. Al recorrer el museo me detuve durante un largo rato ante la foto. La impresión que me dio fue tan fuerte que casi me provocó la visión de que Zhang Weihua, de quien me había despedido hacía más de dos décadas en Daying, no se encontraba muerto sino que en carne y
Hasta entonces entre nuestro pueblo pocas personas conocían a Zhang Weihua. Los elementos serviles a las grandes potencias que ocupaban importantes puestos en la esfera ideológica descuidaron la presentación y difusión de la historia y tradiciones revolucionarias de nuestro Partido, razón por la cual sólo un reducido número sabía cómo él me ayudó y qué aportes hizo a la revolución coreana. Unicamente unos cuantos ex combatientes estaban al tanto de los lazos que nos unieron a Zhang Weihua y a mí.
Quería expresar ante los funcionarios que me acompañaban cuán magnífico era él como ser humano, revolucionario e internacionalista. El manantial de sentimientos de penas y añoranzas que venía acumulándose en mi alma a lo largo de más de una veintena de años, brotó por fin tal cual un surtidor.
—Compañeros, este hombre es Zhang Weihua, mi colega en la escuela pimaria integral No.l de Fusong. Fue mi amigo y fiel camarada revolucionario. Entre sus compañeros de armas había muchos coreanos. Era un gran soldado internacionalista quien por nuestro conducto comprendió a Corea y por medio de las relaciones con nosotros simpatizó con la lucha antijaponesa del pueblo coreano y le prestó su apoyo y estímulo. Tenía suficiente fortuna para vivir con lujo, sin participar en la revolución, pero por propia voluntad optó por la lucha. Y en este camino sacrificó hasta su vida para protegerme. Hoy, viendo esta foto es más emocionante mi recuerdo de Zhang Weihua. Cuanto mayor sea nuestra felicidad, tanto más debemos recordar, sin olvidar, a los bienhechores como Zhang Weihua y a otros amigos chinos que abonaron con su sangre nuestra causa revolucionaria.
Desde entonces, las publicaciones de nuestro país comenzaron a difundir ampliamente los méritos de Zhang Weihua. Este se convirtió, junto con Luo Shengjiao y Huang Jiguang, en un renombrado mártir internacionalista, bien conocido por todo el pueblo coreano. Nuestros descendientes lo recuerdan con ilimitado sentimiento de afecto y respeto, al igual que hacen con Kim Jin y Ma Tong Hui.
Por lo que supimos posteriormente, el día siguiente a la llegada del grupo de nuestro país a Fusong la esposa de Zhang Weihua le dijo a su hijo:
—El General Kim Il Sung y tu padre se llevaban muy bien, como dos hermanos carnales, desde la época de la escuela primaria. Su amistad era tan íntima que no hubo entre todos sus colegas de Fusong uno solo que no la admirara. Tu padre pudo luchar resueltamente contra el imperialismo japonés gracias a la influencia y orientación del General Kim Il Sung. Por eso tu abuela solía decirte que le llamaras tío mayor. El General nunca nos olvida y siempre recuerda a tu padre. Jinquan, escríbele al tío mayor para saludarle y agradecerle.
Aquella noche Zhang Jinquan, un vigoroso joven veinteañero, no pudo conciliar el sueño. En 1959, este gallardo joven tenía 2 años más que la edad de su padre cuando se quitara la vida al tomar revelador. En reflejo del sentir de la familia me escribió una larga carta.
Después de leerla no pude dormir en varias noches, pensando en Zhang Weihua.
La sangre de la amistad que nos entrelazaba a Zhang Weihua y a mí volvió a correr por las venas gracias a mis saludos y a la carta de Zhang Jinquan.
Se puede afirmar que el sentimiento de amistad hacia el difunto continúa también a través del amor y las atenciones con que los vivos envuelven a los hijos de sus camaradas caídos. Mi sentimiento hacia Zhang Weihua se amplió y profundizó cobrando nuevo aspecto, en los frecuentes encuentros con sus hijos.
Desde el momento en que recibí la carta de Zhang Jinquan, atrajo mi atención este joven de quien todavía no conocía ni aspecto físico y ni tampoco su carácter. Su caligrafía era casi igual a la de su padre. Hasta llegué a desear: “¡Ojalá también se parezca a su padre físicamente! ¡Qué bueno sería poder verlo no en fotos sino personalmente!”
Pero esto no pasó de ser un sueño. Para verlo hecho realidad tenía que vencer tales o cuales obstáculos y yo mismo debía tener inagotable entusiasmo y paciencia. Entre los familiares de Zhang Weihua y yo estaba trazada una fría línea de contención llamada frontera. Constituía una rigurosa barrera que no podía comprender cosas como obligaciones morales o lazos de amistad del pasado.
En mayo de 1984, más de 20 años después de la carta de Zhang Jinquan, visité la Unión Soviética y otros países socialistas del Este de Europa y en esa ocasión tuve la suerte de que el tren pasara por las regiones del noreste de China. Sus montañas y campos me albergaron durante más de 20 años y allí libré la Lucha Armada Antijaponesa, sobreponiéndome a incontables dificultades y obstáculos. Para mí esas montañas y campos eran como mi tierra natal, donde tenía grabados muchos recuerdos. Estaba tan ansioso por tener la posibilidad de volver a ver esos lugares que incluso en los sueños me veía caminando y sentía dolor en las piernas. No sé si por eso el camarada Kim Jong Il trazó el itinerario Tumen-Mudanjiang-
Durante largo tiempo pude mirar las montañas familiares. ¡Cuántas personas cayeron regando con su roja sangre esta tierra! No podía apartar la mirada de la ventanilla. Aunque habían transcurrido decenas de años, aparecieron ante mis ojos, vivas, las imágenes de los viejos compañeros de armas con quienes dormí junto a hogueras, con quienes compartí gachas de yerbas y juntos quedábamos marcados por el humo en los campos de combates.
Cuando el tren especial, que partió de Tumen, corría a todo andar en dirección a Dunhua, pensé en la esposa y los hijos de Zhang Weihua en Fusong. Reuní a los integrantes de mi comitiva y les dije:
—Este es el lugar adonde quería venir desde hace mucho tiempo. Si tuviera tiempo disponible me encontraría con los camaradas de armas y otros amigos de la época de la guerrilla y visitaría lo que fueron campos de combates y donde yacen los restos de los compañeros, pero me duele no poder hacerlo. Me dijeron que en Fusong, sólo a unos cuantos cientos de ríes de aquí, viven los familiares de Zhang Weihua. Quisiera enviarles obsequios de recuerdo.
Algunos días más tarde, los funcionarios chinos de la esfera correspondiente, en mi nombre, entregaron los regalos a la familia de Zhang Weihua.
De vuelta a la Patria, luego de concluir el periplo por Europa, recibí la segunda carta de Zhang Jinquan y le invité a venir a Pyongyang. Rogué al Secretario General Hu Yaobang su ayuda para que Zhang Jinquan realizara sin problema la visita a nuestro país.
Por fin, en abril de 1985, Zhang Jinquan, su hermana Zhang Jinlu y Zhang Qi, el hijo mayor de él, pudieron hacer su histórico viaje a Corea. En un soleado día primaveral, cuando se abrían miles de flores distintas y aparecían los retoños, recibí en la casa de protocolo Hungbu a los inapreciables visitantes de Fusong.
Al ver a Zhang Jinquan y Zhang Jinlu bajar del automóvil, por un momento no pude emitir ni una palabra, al recibir tan fuerte impacto emocional. Estaban ante mí Zhang Jinquan, se parecía a su padre; Zhang Jinlu, una copia fiel de la imagen de su madre, y Zhang Qi, un conjunto de los atractivos físicos de sus padres. Haber heredado los rasgos de los padres constituía un feliz hecho para ellos y, al mismo tiempo, para mí un motivo de satisfacción. Por poco creo ver una alucinación de Zhang Weihua y su esposa, vivos. Observé con detenimiento cada gesto y movimiento de ellos con el deseo de descubrir lo que me recordaba a su padre. Y los abracé a los tres a la vez tal como nos abrazamos Zhang Weihua y yo cuando nos encontramos en Miaoling y Daying.
—¡Bienvenidos, queridos!
El primer saludo lo hice en chino. Ya en mi dominio del chino aparecían puntos flojos, habían transcurrido decenas de años colmados de vicisitudes. No obstante, de mi boca salió sin dificultad el chino: “¡Bienvenidos, queridos!” Hay quienes sostienen que el que un jefe de Estado hable en otro idioma en un acto diplomático es una violación de las normas, pero entonces yo soslayé el protocolo. Zhang Jinquan y sus acompañantes no venían a verme como misión diplomática ni tampoco los invité por cumplido. No me hacían falta ni la diplomacia ni tampoco norma alguna, pues me encontraba con los descendientes de mi compañero de armas caído.
Por ese mismo motivo no hice ningún discurso durante el almuerzo que les ofrecí aquel día en su bienvenida. Esto también era algo que escapaba de las normas.
—Como somos, digamos, de la familia, aquí no hace falta ningún discurso. Simplemente chocaremos nuestras copas por la salud de los aquí presentes y por la amistad coreano-china.
Esto fue todo lo que dije, lo cual alegró también a Zhang Jinquan.
El, al igual que su padre, no era muy aficionado a la bebida. Por eso, no insistí en que tomara. Bebimos sólo tres copas de vino de arándano, con pocos grados alcohólicos. Cuando Mitterrand estuvo en nuestro país le agasajé también con este vino. Es una bebida famosa, de la cual en el período de la dominación japonesa se decía sólo el emperador de Japón podía tomarla. Tres copas tenían un profundo significado. En junio de 1932, en la alambiquería “Dongshaoguo”, situada al norte de la encrucijada de Fusong, donde Zhang Weihua y yo sostuvimos la entrevista de despedida, tomamos cada uno tres copas.
El almuerzo de bienvenida a los honorables visitantes de Fusong duró tres horas. Resultó realmente familiar el ambiente, exento de formalidades y convencionalismos. Continuamos hablando mucho afuera, en el jardín.
El tema principal de la conversación fue el sentido de la obligación moral. Me referí al que tenían Zhang Wancheng y Zhang Weihua con respecto a nuestra familia, recordando lo que experimenté en mi época de Fusong, y los huéspedes me agradecieron por el mío.
—De ustedes, el abuelo ayudó al movimiento independentista de Corea y el padre al movimiento comunista coreano.
Así, en pocas palabras, valoré los méritos de la familia Zhang.
Si aquel día hablé especialmente mucho del sentido de obligación moral de Zhang Wancheng y Zhang Weihua, no fue simplemente para elogiarlos. Por este medio quería que también Zhang Jinquan, Zhang Jinlu, Zhang Qi y otros descendientes de Zhang Weihua fueran genuinas personas que consideraran el sentido de la obligación moral, y revolucionarios de férrea entereza.
La ética existe no sólo entre un soberano y sus súbditos, entre padres e hijos como estipula la moral feudal, sino que también entre amigos y camaradas. Creo que la confianza entre amigos es una frase que contiene este principio. Por eso, los antiguos sabios, abogando por una política basada en la virtud y el sentido de la obligación moral, afirmaron que magnanimidad no tiene enemigos. Decían que donde hay virtud se reúnen personas; donde existan personas se trabaja la tierra, donde se trabaja la tierra se producen riquezas, y donde hay riquezas, hay disfrute. Este principio de la antigua filosofía oriental se condensa en los cinco caracteres que significan virtud, hombre, tierra, riqueza y disfrute, tiene verdaderamente un profundo sentido, que, a mi parecer, posee mucho valor también en la vida contemporánea.
Nosotros no rechazamos a rajatablas las Tres reglas morales del confucianismo ni los Cinco preceptos confucianistas de conducta ni toleramos la opinión extremista de quienes, oponiéndolos artificialmente a los ideales comunistas, los censuran considerándolos contrarios a su moral. No habría nada malo que los dignatarios cumplan su obligación moral de servir y apoyar al país, ni tampoco sería un acto contrario a las normas morales la lealtad de los hijos que respetan y tratan cortésmente a sus padres. Nosotros nos oponemos al uso de tales conceptos morales para justificar el régimen estatal y social feudal y obligar al pueblo a la no resistencia y la sumisión ciega, y nunca negamos los principios que rigen esas Tres reglas y Cinco preceptos que dan realce al fundamento moral de la naturaleza humana.
Los lazos establecidos entre Zhang Weihua y yo no fueron ni los que existen entre soberano y súbdito ni tampoco los que rigen entre padres e hijos. El hecho de que él me protegiera a precio de su propia vida no se puede considerar que partió del deber del súbdito ante el soberano, señalado en las Tres reglas morales. Fue una suprema manifestación del sentido de la obligación moral comunista, —distinto a lo que exigen esas Tres reglas—, hacia mi persona, que no pasaba de ser su compañero de revolución, y a favor de los intereses de la misma revolución. La proeza de Zhang Weihua está considerada tan valiosa y grande gracias a su puro y sublime sentido de la obligación.
En esa ocasión, Zhang Jinquan y sus acompañantes me regalaron, en representación de la gente de Fusong y su familia, un reloj empotrado en madera en que están grabadas las palabras “Dos dragones jugueteando con una perla” y una pintura al estilo chino titulada Duoshoutu.
En el cuadro aparece la imagen de un niño en un hogar campesino. Tiene en su mano un cesto lleno de grandes melocotones, lo que, según la explicación de Zhang Jinquan, significa los votos por mi salud y larga vida.
En correspondencia puse un reloj de oro cifrado con mi nombre en las muñecas de Zhang Jinquan, Zhang Jinlu y Zhang Qi.
Durante su estancia en Pyongyang Zhang Jinquan se sometió a un examen médico integral y cambió las muelas inutilizadas por otras postizas de oro.
Nuestro segundo encuentro tuvo lugar en una casa de protocolo de la ciudad fronteriza de Sinuiju. Iban de regreso a su país. Les volví a ofrecer un almuerzo y platicamos durante tres horas.
Momentos antes de la despedida les regalé a cada uno una cámara fotográfica que les emocionó sobremanera. Decidí obsequiárselas tras pensar y considerar seriamente. Cuando en Fusong Zhang Weihua administraba “Fotos Hermanos” una vez nos envió una cámara. Mi regalo fue una forma de recompensar ese gesto y, al mismo tiempo, una expresión de mis deseos de que su ejemplo de consagración a la revolución por medio de este trabajo fuera seguido por sus descendientes. Supe que por aquel entonces Zhang Jinquan también se ocupaba de la fotografía como había hecho su padre.
Como despedida les dije:
—Mañana tendré que abandonar Sinuiju para ir a Pyongyang. Ustedes serán buenos trabajadores y comunistas. No codicien altas posiciones ni cometan errores. De pequeños crecieron sin padre, pero desde ahora yo seré un padre para ustedes.
En 1987 Zhang Jinquan volvió a nuestro país. Vino acompañado de su esposa Wang Fenglan, su segundo hijo Zhang Yao y la nieta Zhang Mengmeng. En esa ocasión nos vimos siete veces. Esto también está fuera de las costumbres o normas convencionales. Zhang Mengmeng, de 5 años, constituyó la más joven amiga de entre todos los huéspedes extranjeros que vinieron a nuestro país para felicitarme por el 75 cumpleaños. Al mismo tiempo representa la quinta generación de la familia Zhang.
Por la noche del 13 de abril la niña, junto con sus abuelos y tío, fue invitada al programa conjunto que ofrecían en el teatro Ponghwa los conjuntos artísticos de numerosos países que participaban en el “Festival Artístico de Amistad Abril en Primavera”. La vi por primera vez en aquel teatro. Al salir del foyer me dirigía hacia mi butaca cuando vi al matrimonio Zhang en la primera fila vecina del pasillo intermedio por donde yo iba. Después de los saludos abracé y levanté a Zhang Mengmeng. La niña, sin la menor timidez, pegó su carita a la mía con una alegre sonrisa.
Al instante, miles de espectadores nos aplaudieron. Hasta los invitados extranjeros que no conocían de los lazos que nos unían a mí y a la familia Zhang, nos ovacionaron largo rato con la alegría de ser testigos de aquella escena.
Sí, es verdad. Mengmeng, soy tu bisabuelo. Viéndote en mis brazos, siento un nudo en la garganta por el recuerdo de tu bisabuelo. El amaba mucho a los niños. Si viviera ahora, ¡cuánto te adoraría! Pero, se quitó la vida para protegerme. No tenía entonces ni 30 años. No sé cómo recompensarle. Tú eres la flor de la quinta generación de la amistad coreano-china. Tu tatarabuelo y bisabuelo, mi padre y yo consagramos toda la vida a esta amistad. Tú eres, digamos, un capullo sobre la tierra regada por su sangre y esfuerzos. Florecerás bella para la amistad de nuestros dos países, para que te admire todo el mundo.
En aquel instante, en medio de ensordecedores aplausos, me dejé dominar por tales pensamientos. Abracé con más fuerza a Zhang Mengmeng. Sentí que cerca de mi corazón latía con vigor y entusiasmo el de la niña. Este acercamiento de los dos corazones podría significar un solemne momento de continuación, por quinta generación, de la hermandad entre Zhang Weihua y yo.
Sí, así era. A pesar del tiempo transcurrido en medio de furiosas tormentas, los lazos fraternales entre ambas familias, por conducto de Zhang Wancheng, Zhang Weihua, Zhang Jinquan, Zhang Qi y Zhang Mengmeng, se mantenían por quinta generación, venciendo innumerables ríos, grandes y pequeños, que nos separaban. Esta fraternidad viene a ser, al mismo tiempo, la amistad entre los dos países y pueblos. Por eso, con posterioridad, Zhang Jinquan llamaría a esta amistad “Viejo afecto que se transmite con el tiempo”.
Los que me vieron con Mengmeng en los brazos se habrán convencido de que la amistad coreano-china será eterna, a través de las generaciones.
Ese día les dediqué una copia de la foto que se tomaron Zhang Weihua y mi hermanito Chol Ju juntos. Zhang Jinquan me aseguró que la guardarían como una joya de familia.
Durante la estancia de Zhang Jinquan en nuestro país, pusimos a su disposición un avión y un tren, así como un nutrido personal de servicio. Les dimos tratos correspondientes a importantes huéspedes del Estado, por ser descendientes de Zhang Weihua.
En abril de 1992, con motivo de mi 80 cumpleaños, volvieron para felicitarme. Era su tercer viaje a nuestro país. En Pyongyang se reunieron 12 personas, entre otras los matrimonios de Zhang Jinquan y de Zhang Qi, Zhang Yao, Zhang Mengmeng, Zhang Jinlu y su esposo Yue Yubin, su hija Ye Zhiyun e hijo Yue Zhixiang, esta última familia residente en Beijing. A medida que se produjeron las visitas fue haciéndose más ardiente el sentimiento de afecto entre los descendientes de Zhang Weihua y yo.
En recuerdo de su tercera visita, Zhang Jinquan me obsequió un ejemplar de Viejo afecto que se transmite con el tiempo, una gruesa colección de sus notas. En el libro narra en forma sencilla, sin exageraciones ni adornos, sobre la hermandad entre dos familias, nacida de los estrechos lazos entre mi padre y Zhang Wancheng. Aunque el estilo descriptivo es sencillo, el sentimiento de cariño, de amistad, que se siente en cada frase, resulta realmente franco y claro. El libro me conmovió fuertemente. Al elogiarlo, Zhang Jinquan se ruborizó como un niño, y llamándome tío mayor manifestó su preocupación por si estaban suficientemente descritas las cálidas atenciones que yo les dispensaba.
En correspondencia les regalé los dos primeros tomos de mis memorias En el Transcurso del Siglo, editados en chino.
—Entre los extranjeros, Zhang Weihua y Novichenko fueron los dos hombres que me defendieron con su vida. Por supuesto, Novichenko aún vive, pero sin estar dispuesto a entregar la vida no pudo haber manifestado el espíritu de sacrifico como lo hizo. No es nada fácil acometer un acto de tal índole, sin pensar un instante.
Así le dije a Zhang Jinquan cuando vino a nuestro país por tercera vez con un grupo de familiares.
Al oírme, Zhang Jinquan y Zhang Jinlu declararon que en cierto sentido el mérito de Novichenko era varias veces mayor que el de su padre y con sinceridad me preguntaron qué habría ocurrido si él no hubiera intervenido.
—Hasta ahora he tenido a innumerables personas que me protegieron. Existieron muchos inolvidables protectores de mi vida que en momentos extremadamente críticos me prestaron ayuda. Uno de ellos fue el pastor Son Jong Do, padre del señor Son Won T
Les recomendé encarecidamente que, siguiendo el ejemplo del padre, fueran magníficos hijos e hijas del pueblo, que le sirvieran y dedicaran toda su vida.
Zhang Jinlu me regaló un suéter de lana, de color rojo vino, tejido por ella misma. Dijo que preparó algo que yo pudiera ponerme cotidianamente porque sabía que si traía otra cosa no la utilizaría, guardándola en un lugar como la Exposición Permanente de Amistad Internacional. Fue un profundo gesto. Por eso, lo recibí muy agradecido y para complacerla me lo puse al momento y nos retratamos juntos.
Durante uno de nuestros encuentros Zhang Jinquan me dijo que pensaba levantar una lápida con motivo del 55 aniversario de la muerte de su padre y expresó su deseo de que yo escribiera el epitafio.
Me sentí agradecido porque él me lo pidiera de una manera tan natal, sin cumplidos. Era una prueba de que me considera su tío mayor, con toda su sinceridad, de todo corazón.
—¿Dices que será el 55 aniversario? Tu padre murió en octubre, según el calendario lunar, si no me equivoco…
Me sumí en un adusto pensamiento, evoqué aquel tenebroso otoño de 1937.
—Así es, tío mayor. El 2 de octubre de 1937, según el calendario lunar, y según el actual el 27 de ese mes.
—Vamos a hacer así: en lugar de escribir el epitafio para la lápida que ustedes van a levantar, se hará un monumento a nombre mío. ¿Qué les parece?
Ante esta inesperada propuesta los dos hermanos Zhang, de momento no pudieron decir nada, limitándose a mirarse. Ellos no me habían pedido una cosa de tanta envergadura. Sólo exteriorizaron lo que tenían en mente considerándome el cabeza de familia, pero quedaron confusos cuando de modo inesperado propuse levantar un monumento.
Zhang Jinquan se apresuró a decir:
—No, eso es demasiado. No es justo que le molestemos tanto, tío mayor. De usted sólo esperamos que haga la frase de dedicación y luego nosotros sabremos grabarla en la lápida.
—Esta también es una buena idea, pero, tal como se dice: si vale igual, elige la falda rojiza, aquí preparemos una lápida con la grabación de mi inscripción y nuestra gente la llevará allá, mientras tanto ustedes se ocuparán de los preparativos para recibirla y colocarla. ¿Cuándo sería más conveniente?
—De hacerse así, se lo agradeceremos infinitamente. Pero, nos sentiremos apenados por causarle molestia a usted, tío mayor, que está muy atareado. No sé si mi propuesta fue un atrevimiento…
Zhang Jinquan y Zhang Jinlu no sabían qué decir.
—Para preparar una lápida no hace falta mucho tiempo. Pero, si hemos de levantarla, sería mejor hacerlo en forma de un acto el día de la muerte de tu padre.
Zhang Jinquan y sus acompañantes aceptaron de buena gana mi propuesta. Me aseguraron que de regreso a Fusong agilizarían los preparativos para levantar el monumento y avisarían de esto a los organismos correspondientes de su país.
Así fue como se colocó ante la tumba de mi antiguo compañero de revolución Zhang Weihua un monumento a nombre mío.
El personal de nuestro Instituto de la Historia del Partido llevó el monumento de Pyongyang hasta Fusong. El Partido y el Gobierno de China enviaron a funcionarios hasta el lugar donde comienza el puente de Linjiang para recibir calurosamente a nuestros delegados e hicieron posible que el 27 de octubre se efectuara el solemne acto de montaje del monumento en Fusong, en el lugar donde está la tumba de Zhang Weihua. Concediéndole mucha importancia la radio y otros organismos de difusión de China lo transmitieron con amplitud.
“La proeza revolucionaria del mártir Zhang Weihua constituye un brillante símbolo de la amistad de los pueblos coreano y chino. Su alto espíritu y proeza revolucionarios se guardarán eternamente en el corazón de los pueblos.
Kim Il Sung
27 de octubre de 1992”
Esta es la inscripción grabada en el monumento con mi grafía.
Después que nuestra delegación regresó a Pyongyang vi el acto filmado y me sorprendió su magnitud. Era un vivo cuadro de la amistad y el sentido de la obligación moral que sólo poseen los pueblos de Corea y China y sus combatientes.
¿Puede continuar el sentimiento de afecto entre un vivo y un muerto?
Cada vez que me planteaba esta pregunta decía que sí. Ahora, digo lo mismo. Mis íntimos lazos con las tercera, cuarta y quinta generaciones de los Zhang y el acto de colocación de la lápida en Fusong constituyen fuertes pruebas de lo correcta que es esta respuesta.
Los vivos no deben olvidar a los muertos. Porque sólo entonces este sentimiento de afecto puede ser sólido, sincero y eterno. De ocurrir que los vivos olviden a los muertos, desde este mismo momento dicho sentimiento desaparecerá inevitablemente. Pienso que recordar a menudo a los difuntos, difundir ampliamente sus proezas, atender con cariño a sus descendientes y respetar de modo fiel su voluntad, constituyen la obligación moral de los vivos con respecto a las generaciones precedentes, los mártires y los camaradas de revolución caídos. Si no existiera este sentido del deber, no puede haber genuina continuación de la historia y las tradiciones.
Una vez enviado el monumento me sentí mucho más consolado. Pero, aunque levantara miles y decenas de miles de monumentos como aquel, nunca podré recompensar el gesto de Zhang Weihua, quien me protegió con su vida.
Actualmente, los nietos de Zhang Weihua, Zhang Yao y Yue Zhiyun, ésta hija de su hija, están estudiando en el Instituto Superior de Relaciones Internacionales de Pyongyang, siguiendo el deseo de sus padres.
Cada vez que echo de menos a Zhang Weihua visito el albergue de esos jóvenes. No es nada fácil separar el tiempo del cargado horario de actividades de un jefe de Estado quien divide incluso cada segundo y minuto, para ir a ver a unos estudiantes extranjeros.
Sin embargo, mis ayudantes saben encontrar tiempo que el Presidente dedicará a los descendientes de Zhang Weihua. Yo no escatimo tiempo si es para ellos.
Cuando Zhang Yao y Yue Zhiyun me saludaron por el Año Nuevo en correcto coreano no pude disimular mi satisfacción. Hablaban muy bien nuestra lengua. Deseo que perfeccionen cuanto antes sus conocimientos de coreano, tomen gusto a nuestras comidas, y se compenetren con nuestra gente.
La situación del mundo próximo al siglo XXI es muy severa y compleja, pero sigue inalterable el antiguo sentimiento que nos une a Zhang Weihua y a mí.
Desde hace mucho tiempo he manifestado mi deseo de visitar Fusong. Ahora también sigo deseándolo invariablemente. Quisiera ir a Fusong y ver la tumba de Zhang Weihua, situada en Nandianzi, pero temo que esto quede como un mero deseo. Si no se realiza, iría al lado del antiguo compañero de armas siquiera en sueño.
5. La Asociación para la Restauración
de la Patria
Al fortalecerse y desarrollarse el grueso del Ejército Revolucionario Popular de Corea (ERPC) con el nacimiento de otra división, ante nosotros se abrió una trocha para desplazar con mayor amplitud y profundidad el movimiento del frente unido nacional antijaponés y hacer los preparativos organizativos e ideológicos para la fundación del partido. La aparición de la nueva división constituyó una poderosa fuerza impulsora, en lo militar y político, de las actividades de los comunistas coreanos encaminadas a extender la lucha armada hacia la profundidad del país y aglutinar en un solo bloque las fuerzas patrióticas de todos los sectores y las capas, y ofreció un amplio horizonte para un viraje trascendental en el movimiento del frente unido que desarrollábamos con intensidad después de la Conferencia de Kalun.
Luego de la reunión de Nanhutou este movimiento se concentró en las actividades enfiladas a crear un frente unido a nivel de toda la nación. Constituir tal organización de carácter permanente y, bajo su competencia, compactar amplios sectores de las fuerzas patrióticas antijaponesas, se planteaba como tarea apremiante, inaplazable por más tiempo, tanto desde el punto de vista del desarrollo de nuestra revolución como teniendo en cuenta las exigencias de la situación dentro y fuera del país.
Desde temprano veníamos abogando por la idea de que el camino más seguro para la conquista de la soberanía y la independencia estaba en la resistencia de toda la nación basada en la gran unidad nacional y que ésta devenía cuestión clave de la que dependía el éxito o el fracaso en el logro de la independencia con las propias fuerzas. El frente unido, junto con la implantación del Juche, fue uno de los más importantes ideales que mantuvimos desde la época inicial de la Lucha Revolucionaria Antijaponesa.
Partiendo de los conceptos de la gran unidad nacional y del frente unido hicimos abnegados esfuerzos para unirnos con las fuerzas nacionalistas de diversas tendencias y las patrióticas antijaponesas, y como nuestra lucha se libraba en tierras chinas, promovimos de modo enérgico acciones conjuntas con amplios sectores de las fuerzas antijaponesas y los comunistas de ese país. En este proceso no fueron pocos los éxitos y experiencias que obtuvimos y que sirvieron de inapreciable abono para un vasto desarrollo del movimiento del frente unido. Valiéndonos de ellos, consagramos todas nuestras energías a la preparación de las condiciones propicias para su despliegue a escala de toda la nación y, al mismo tiempo, a la rápida formación del núcleo y las fuerzas propias capaces de llevarlo a la práctica.
Tentativas de unir en un solo bloque a todas las fuerzas de la nación hubo también en épocas anteriores a la década del 30.
En la historia contemporánea de Corea, a partir de mediados de los años 20 comenzó a discutirse el problema de la gran unidad nacional por encima de ideas y pretensiones. En aquella época, en el escenario de la lucha de liberación nacional en nuestro país existían dos fuerzas, representadas por el nacionalismo y el comunismo. Cuanto más se recrudecían la política de represión y el saqueo del imperialismo japonés, tanto más sentían los precursores del movimiento de liberación nacional la vital necesidad de la gran unidad nacional y de aglutinar las fuerzas patrióticas. Partiendo de ésta los comunistas de la primera etapa buscaron la posibilidad de una alianza con los nacionalistas, quienes, a su vez, trataron de cooperar con el sector comunista.
Gracias al esfuerzo conjunto de los dirigentes de ambos sectores que tenían igual interés por la emancipación de la nación y el restablecimiento de su soberanía, en febrero de 1927, se fundó en Soul la Asociación Singan, primer frente unido en la historia de nuestro país. La esperanza, la confianza que las masas populares depositaron en ella fue tan grande que las personalidades patrióticas y los cronistas de la época llegaron a llamarla partido único nacional. Al crearse la Asociación Singan las masas la saludaron jubilosamente, pues estaban descontentas por la hostilidad y el enfrentamiento entre los dos bandos: el comunista y el nacionalista. Constituyó un feliz acontecimiento que respondía al deseo del pueblo y a la exigencia del momento el hecho de que los adeptos al movimiento comunista y al nacionalista, en antagonismo a causa de sus diferencias en ideas y pretensiones, comprendieran, si bien tarde, la necesidad de la unidad y cohesión y dieran los primeros pasos en la constitución del frente único.
Fueron de carácter patriótico y antijaponés los preceptos y objetivos de la Asociación Singan, la que podría calificarse como la primera criatura del frente conjunto nacional.
Con la unión en un frente común de las dos fuerzas que era dable llamar representantes de la nación, la Asociación Singan, desde el mismo momento de su aparición, fue la única organización que representaba a toda la nación. El propósito de su constitución estaba claramente reflejado en su mismo nombre, Singan, que los fundadores idearon en el sentido de komok singan, que significa nace un nuevo tronco de un viejo árbol. Como sugiere su denominación, la organización perseguía aglutinar todas las fuerzas nacionales sobre un nuevo fundamento.
La Asociación Singan, ideada, impulsada y dirigida por personalidades progresistas y patrióticas de alta reputación entre el pueblo, como Ri Sang Jae, Hong Myong Hui y Ho Hon, tenía un programa de contenido innovador y revolucionario, toda vez que previo fomentar la conciencia política y económica de la nación, consolidar la unidad nacional y rechazar toda forma de oportunismo; y contó con una membresía diversificada y de muy comprensiva composición laboral. La integraban más de 37 mil personas con infinidad de profesiones, entre otros, obreros, campesinos, hoteleros, fotógrafos, periodistas, comerciantes, médicos, empleados, maestros, escribanos, ganaderos, impresores, pescadores, transportistas, tejedores, sastres, estudiantes, abogados, escritores, oficiales de bancos y religiosos.
A pesar de sus magníficos preceptos y objetivos para aglutinar en un cuerpo todas las fuerzas de la nación mediante la unión de la izquierda y la derecha, dejó de existir en mayo de 1931.
Hay diversas opiniones en cuanto a las causas de su disolución. Los comunistas trataron de encontrarlas en los nacionalistas, quienes, a su vez, intentaron achacar a aquéllos la responsabilidad. Por un tiempo, algunos historiadores, en su intención de buscar la razón fundamental en la división de la capa superior y en su tendencia reformista, se inclinaron a negar el carácter patriótico de esta organización y su misma significación en la historia de la nación.
No podía aceptar tal concepción nihilista. Es positivo analizar de manera científica el motivo de la disolución y sacar lecciones, pero no es decoroso cargar a otros la responsabilidad. Es injusto censurar a esa organización y reducir a cero su significación en la historia nacional por haber existido ciertos reformistas en su dirección.
Una de las causas de que desapareciera está, primero, en el hecho de que el imperialismo japonés, temeroso ante la unidad de las fuerzas de resistencia de la nación coreana, metió cuña en su seno para dividirlas y sobornó a elementos reformistas de la capa superior. Otra importante razón fue la falta de una fuerza rectora, central, competente para rechazar las maniobras intrigantes y el sabotaje del enemigo y conducir con habilidad la organización.
Nosotros, que sacamos dolorosas lecciones de la desintegración de la Asociación Singan, tomamos la solemne decisión de asumir la tarea de alcanzar la unidad de las fuerzas patrióticas nacionales, planteamos como una importante orientación el problema del frente unido nacional antijaponés y nos esforzamos sin desmayo por unir a todos bajo la bandera antijaponesa de salvación nacional. En ese decursar prepararnos elementos de núcleo capaces de guiar el movimiento con iniciativa, y acumulamos útiles experiencias.
La Conferencia de Nanhutou constituyó un histórico punto de cambio que permitió preparar una nueva coyuntura para el movimiento del frente unido en nuestro país al decidir la creación del frente unido a nivel de toda la nación.
Durante esa época, también a escala internacional surgió el Movimiento por un Frente Popular para frustrar la agresión imperialista y se enfrentó al fascismo.
La clase obrera francesa, con el fuerte impacto recibido con la conquista del poder por el nazismo en Alemania y al percibir el crecimiento de la amenaza del fascismo en su propio país, sintió la apremiante necesidad de formar un frente unido antifascista. La poderosa aspiración de las masas a la unidad hizo que en julio de 1934 el Partido Socialista aceptara la propuesta del Partido Comunista y ambos suscribieran un pacto para acciones conjuntas antibélicas y antifascistas. Se unificaron también los sindicatos, divididos bajo la influencia de ambos partidos. Siguiendo esa corriente se constituyó el “Frente popular del trabajo, la libertad y la paz”. La situación exigía que ese frente alcanzara la unidad con la clase media. A finales de junio de 1935, quedó formada la denominada “aglomeración popular” con la incorporación del Partido Radical Socialista, de corte pequeñoburgués, a la alianza de los Partidos Socialista y Comunista. El 14 de julio, se efectuó en París una gigantesca manifestación del Frente Popular con la participación de varios cientos de miles de personas. Los líderes de los tres partidos: Maurice Thorez, León Blum y Daladier, marchaban juntos al frente del desfile. En enero de 1936 fue proclamada oficialmente la plataforma del Frente Popular sobre la base de la unidad de los grupos progresistas incorporados a la lucha antibélica y antifascista, teniendo como fuerza central los tres partidos, y en las elecciones generales de los diputados a la Cámara Baja realizadas en abril y mayo del mismo año, el Frente Popular obtuvo una rotunda victoria. Con la derrota del gabinete de Sarraut, surgió el Gobierno del Frente Popular encabezado por León Blum, que trató de superar la crisis económica aumentando el poder adquisitivo de las masas, pero fracasó y, aunque apoyó al Gobierno del Frente Popular de España, mantuvo la llamada política de no intervención, razón por la cual no pudo prestarle ayuda activa. Finalmente se desmoronó también el Frente Popular. No obstante, evitó la abierta instauración de un poder fascista en Francia y sirvió de experiencia para el movimiento comunista internacional y la lucha antifascista.
La Internacional, al recibir un mensaje provechoso del desarrollo del movimiento del Frente Popular en Francia, planteó ante los comunistas de todo el mundo la formación del Frente Popular como una importante meta de lucha.
Así, el movimiento comunista internacional se propuso como tarea inmediata, no la revolución mundial encaminada a derrotar el capitalismo, sino el movimiento para la defensa de la paz y la democracia, y contra la guerra y el fascismo. Esto podría considerarse un viraje de lineamiento en el movimiento comunista internacional. Cierto número de partidos de la facción de la Segunda Internacional rechazó la propuesta de frente unido de la Comintern, pero en Francia, España, América Latina y otras regiones registró un considerable avance.
Un ejemplo fue la aparición en España del Gobierno del Frente Popular de Azaña, en febrero de 1936, pero se encontró en una situación crítica al tener que enfrentar la rebelión de Franco y la intervención militar de Alemania e Italia.
El golpe mortal le vino de la llamada política de no intervención promovida principalmente por EE.UU., Inglaterra y Francia. Fue una política injusta que decidió una estricta neutralidad y la prohibición de exportación de armamentos, redundando, a fin de cuentas, en ayuda a los sublevados. La Unión Soviética también adoptó inicialmente una posición de no intervenir, pero al comprobarse de modo patente que esto no favorecía decisivamente al Gobierno del Frente Popular, cambió su actitud enviándole aviones, tanques y otros pertrechos. El Frente Popular de España, en situación extremadamente difícil, despertó simpatía entre los intelectuales y las masas trabajadoras de numerosos países, de donde llegó un gran número de voluntarios. España se convirtió en escenario de enfrentamiento internacional entre las fuerzas fascistas y las progresistas que apoyaban al Frente Popular, hostilidad que creó la impresión de una guerra mundial de reducidas dimensiones. Esta era la situación del movimiento antifascista internacional antes y después de que nosotros creáramos en Donggang la Asociación para la Restauración de la Patria. La heroica resistencia de los patriotas etíopes contra los invasores italianos también nos infundió un gran ánimo.
Percatándose rápidamente del brusco cambio de la situación mundial, la Internacional presentó como inmediata tarea estratégica unir a la clase obrera y demás masas trabajadoras para la lucha con el fin de prevenir la guerra y preservar la paz, oponerse al fascismo y defender la democracia, y desempeñó el papel que le correspondía a su posición de organismo rector de la revolución mundial. Ahí podría estar el mérito histórico de la Internacional con relación al Movimiento del Frente Popular Antifascista.
Para nosotros, el fascismo no constituía un enemigo nuevo. Con su aparición a escala internacional no cambiaron ni el blanco de nuestra revolución ni tampoco el carácter de ésta. Desde antes de que la Internacional trazara el lineamiento del Movimiento del Frente Popular Antifascista elaboramos a nuestro modo la línea del frente unido nacional antijaponés, y siguiendo esta órbita, impulsamos con dinamismo nuestra revolución.
Fue después de la Conferencia de Nanhutou cuando comenzamos los preparativos para la fundación de la Asociación para la Restauración de la Patria como organización del frente unido pannacional. Hasta entonces, principalmente yo solo venía madurando ideas al respecto. Kim San Ho, C
En aquel poblado había dos casas de coreanos. Me hospedé en una. Entonces llegó a vernos una pequeña unidad que operaba en la zona de Helong. Los recién llegados me informaron que les había seguido hasta allí una persona rara. Se encontraron en una remota aldea de la zona de Helong y al enterarse que la unidad se dirigiría hacia donde se hallaba la Comandancia se les pegó a los talones para ver, dijo, al General Kim Il Sung. Conscientes de que no podían guiar a un desconocido a la Comandancia, los combatientes le solicitaron repetidas veces que se fuera a su casa. Sin embargo, esa persona les contestaba: “Vayan ustedes adonde quieran. Yo, por mi parte, voy adonde quiera. No se preocupen por mí. Recíprocamente no intervengamos en los asuntos ajenos.” Y los siguió imperturbablemente desde una cierta distancia.
El personaje que despertó mi curiosidad desde antes del encuentro, se portó extrañamente cuando nos vimos. Los compañeros de aquella unidad me presentaron como Comandante, pero el raro huésped no les hizo caso y les rogó ayudarle para ver al verdadero General Kim Il Sung siquiera teniendo en consideración su edad y empeño. Cuando llegó yo estaba partiendo leña para la casa donde me alojaba y al parecer mi atuendo no le daba credibilidad. Al cabo de estudiarme con detenimiento dijo categóricamente que era imposible que el General Kim fuera tan joven, que un hombre tan importante como el General partiera leña tal cual un sirviente y llevara un uniforme en tan lamentable estado.
Una vez en Manchuria del Norte, habíamos acampado a la intemperie cerca de Guandi, y, por que el enlace novato encargado de atender la hoguera dormitaba se me quemó el pantalón. Tuve que remendar esa prenda enguatada que de por sí estaba ya bastante deteriorada. Así que era lógico que luciera lamentable mi aspecto.
De todas maneras, resultaba una persona rara. Tenía una barba como la de Ho Chiminh. En realidad, frisaba los 44 ó 45 años, pero por su envejecimiento daba la impresión de haber pasado los 50.
Me explicó que había oído a la población hablar mucho de mí y quiso ver y saber qué clase de hombre era yo para ganar tanta fama. Al contestarle que en la boda pomposamente anunciada no hay nada que comer, aprobó mis palabras con movimientos de la cabeza y afirmó que sólo viendo las prendas del General podía suponer en qué dificultades estábamos peleando.
No podía precisar la razón, pero a pesar de la gran diferencia de edades nos comprendimos pronto, con un mismo lenguaje y pensamiento. Resultó muy rara y jocosa su manera de presentarse.
—Soy un oportunista sin ningún mérito que perdió el tiempo sólo pegado a la izquierda o a la derecha.
Había conocido a decenas de miles de personas, pero nunca vi a alguien que de entrada se presentara sin titubeo como oportunista.
Sólo quien tiene conciencia inconmensurable puede tener franqueza ilimitada. Esta es el reflejo de una conciencia tan inmaculada como la nieve y de brillo inocultable. Con esa breve presentación tan franca como para aturdirnos a todos, se ganó de inmediato mi simpatía. En aquellas sinceras palabras con las que se menospreciaba, vi, al contrario, la talla de su personalidad.
Teníamos que ir sin perder un minuto a Mihunzhen, no podíamos quedarnos más en aquel poblado. Por eso, estuve con él tanto como para que se sintiera satisfecho y nos despedimos.
Pero cuando echamos a caminar, nos siguió. Decía que luego de entrevistarse con el General Kim le resultaba difícil separarse tan pronto, rogándonos dejarlo y departir unas cuantas horas. Inexplicablemente yo tampoco quería separarme de él. En fin, emprendimos el camino juntos.
Fuimos conversando todo el tiempo sin siquiera sentir el tedio de la marcha. Estaba tan enfrascado en la plática que a veces continuaba la caminata sin darme cuenta de que los guerrilleros querían descansar.
En esos casos se me acercaba Kim San Ho y me recordaba al oído que debíamos hacer un alto.
Esa persona era el “Viejo de la Pipa” Ri Tong Baek, registrado en la historia de nuestro Partido como uno de los promotores de la Asociación para la Restauración de la Patria. “Viejo de la Pipa” era su apodo.
Muchos saben que Tanchon, en la provincia Hamgyong del Sur, es la tierra natal de Ri Tong Hwi, quien fuera militar de rango equivalente al mayor en las postrimerías de la dinastía Ri, y luego famoso dirigente del ejército de voluntarios, pasando al movimiento comunista, pero habrá pocos que conozcan que allí nació también Ri Tong Baek.
En la charla que sostuvimos durante la marcha llegué a saber que de pequeño estudió mucho los ideogramas chinos y que Ri Tong Hwi ejerció una influencia muy fuerte en su formación, haciéndolo entregarse posteriormente al movimiento independentista. La organización en que militaba se llamaba grupo Kunbi con sede en la zona de Changbai.
Al mencionarse el grupo Kunbi y a Kang Jin Gon se animó más nuestra conversación. Conocía tan bien como yo a Kang Jin Gon. Afirmó que iba a menudo a Badaogou y a Linjiang y en esas ocasiones entraba en estrechos contactos con él. En el grupo Kunbi se desempeñó como jefe de asuntos generales, encargado de las comunicaciones.
Pero, al extenderse hasta Changbai el remolino de la “punición” del año 1920 ese grupo, que era tan temible, se desmoronó de la noche a la mañana. Desilusionado, Ri Tong Baek se fue a Rusia en busca de Ri Tong Hwi.
Se encontraron en Chita y luego ingresó en el Partido Comunista de Coryo. Significaba que el independentista de ayer se convertía hoy en partidario del movimiento comunista. Junto con este viraje se vio de golpe en medio de las riñas sectaristas.
Al oir a Ri Tong Baek referirse al Partido Comunista de Coryo recordé el carné de militante de esa organización que vi en la época que pasé en Wujiazi y le pregunté si conocía a Pyon Tae U. Me respondió que desde hacía mucho eran muy buenos amigos.
Cuando le hablé de dicho carné que me había mostrado Pyon Tae U en Wujiazi, quiso saber si había visto también el certificado de delegado sellado con un cuño de patata. Como le dije que lo oía por primera vez, me hizo la historia de ese cuño.
En noviembre de 1922, en Verjuendinsk, en el Lejano Oriente ruso, se efectuó un congreso conjunto de los grupos Shanghai e Irkutsk. Al considerar que sólo ocupando la mayoría en el congreso podrían acaparar la dirección del partido después de la fusión de ambas fracciones, los dos bandos se enfrascaron en una enconada riña encubierta para aumentar el número de sus delegados.
El grupo Irkutsk hizo incluso un cuño de patata y con certificados de delegados falsificados llevó al congreso un buen número de representantes ilegales. El Shanghai no se quedó atrás, cometiendo actos no menos fraudulentos. Me contó que la reunión se convirtió en un barullo, por las acaloradas disputas. Desilusionado, Pyon Tae U partió hacia Linjiang con el propósito de reincorporarse al movimiento nacionalista y Ri Tong Baek fue enviado por Ri Tong Hwi a Hunchun.
En Hunchun, el “Viejo de la Pipa” trabajó como maestro hasta la primavera de 1925, cuando se trasladó a Soul. Bajo un seudónimo participó en el congreso constitucional del Partido Comunista de Corea y el siguiente año tomó parte en la Manifestación del 10 de Junio por la Independencia.
Durante la estancia en Soul, punto de concentración de las fracciones, Ri Tong Baek, sin darse cuenta, se vio otra vez envuelto en un remolino de riñas fraccionalistas. Vivió días muy atareados y ruidosos desempeñando a la vez dos o tres papeles; perteneció primero al grupo Hwayo, después al M-L y luego no sabía a cuál más.
Las sucias intrigas para la conquista de la hegemonía del partido llegaron a tal punto que se cometieron actos desatinados como secuestrar a un miembro del comité central metiéndolo en un saco para luego golpearle con porras y mokchim hasta romperle la cabeza, así como escenificaron la muy lamentable e indignante tragicomedia de denunciar a los adversarios a la policía, incitándola a detenerlos. Si permanecía por más tiempo en Soul no sabía cuándo y en qué callejón podía verse con las manos esposadas, o quedar con la cabeza rota, sin que nadie lo supiera. Ri Tong Baek regresó a Jiandao del Norte.
Tal cual un barco a la deriva, sin vela ni timón y ni tampoco remos, se había dejado empujar por el viento o las olas de la izquierda a la derecha o viceversa; escupió al mundo de las riñas sectarias y pisó firmemente la tierra. En Longjiang sirvió de periodista, dándole la espalda tanto al movimiento nacionalista como al comunista.
Sin embargo, el movimiento de resistencia antijaponesa que comenzó a arder en tierras de Jiandao en la década del 30 empujó otra vez a Ri Tong Baek en medio de la tempestad. Atraído por unos inconsecuentes personajes procedentes del grupo Hwayo trabajó de secretario de la zona No.3 del distrito de Helong hasta que a duras penas salvara la vida de la gran “punición” de Jiandao. Después, con la decisión de vivir completa y definitivamente aislado de aquel mundo, se marchó, junto con la familia, a una remota localidad de Helong, donde enseñando en una escuela privada llevó una vida de retiro en los últimos años.
—En conclusión, ¿qué sería yo si no un oportunista? Lo soy de cabo a rabo pues excepto en el grupo Sosang estuve metido en todas las demás fracciones.
Como si sellara definitivamente su tortuosa historia, Ri Tong Baek rellenó apretadamente su pipa con picadura de tabaco. Era muy aficionado a fumar. A veces, aun yendo montado, sacaba la pipa y la metía en la boca y entonces los jovenzuelos enlaces le recriminaban. Y él, en vez de enojarse, volvía a meter la pipa en el bolsillo del sobretodo mientras murmuraba a manera de disculpa: “¡Qué olvidadizo soy! Otra vez he olvidado que fumar durante la marcha significa llamar hasta a los perros que están lejos.” Nunca fumaba tabaco liado. Siempre utilizaba su pipa. De ahí se originó su apodo de “Viejo de la Pipa”.
—Gracias por sus francas palabras. Pero, no considero al señor un oportunista. Usted no hizo otra cosa que mirar acá y allá para encontrar un camino correcto por donde vaya la sociedad coreana. De ninguna manera es oportunista por haberse relacionado con tales o cuales fracciones en la búsqueda del camino de la verdad.
Ri Tong Baek se mostró muy asombrado.
—¿De veras no lo soy a pesar de haber pertenecido a varios grupos?
—Eso expresa el solo hecho de que viniera a vernos recorriendo un camino tan largo, sin reparar que no es nada joven y en contra de la decisión de llevar una vida de retiro, que en realidad vivió así, en un lugar montañoso de Helong durante varios años. ¿Tendríamos que considerar que fue movido por la ambición oportunista?
—Como lee mis pensamientos, no puedo menos que rendirme con gusto ante usted. Si he vuelto a abandonar la casa, ha sido por mi insaciable deseo de encontrar a todo precio, antes de morir, el “tesoro” que no he podido hallar durante decenas de años.
—Me alegra mucho ver al señor quien busca la verdad movido por un noble propósito. Parece que por un tiempo en nuestro país existieron muchos buscadores de la verdad y militantes de movimientos con justos propósitos, como es su caso, pero ahora quedan realmente muy pocos, unos fueron encarcelados, otros convertidos en renegados y otros más afectados de tal o cual forma. Felizmente, por lo menos usted está vivo.
Nuestra interesante y sincera conversación continuó hasta Mihunzhen.
Entretanto llegué a tomarle afecto.
En él también nació ese sentimiento hacia nosotros. Como el dicho: “Apenas nace el afecto, llega la despedida”, nos resultaba difícil separarnos. No obstante, no podíamos dejar que una persona de edad nos acompañara siempre, cuando el camino era largo y lleno de peligros y no cesaban los enfrentamientos con el enemigo.
Antes de abandonar Mihunzhen volví a aconsejarle que se fuera a casa. Sin contestarme, se puso a hurgar en el interior de su sobretodo y sacando una hoja de papel doblado lo tendió. Era su solicitud de ingreso en la guerrilla escrita en caracteres coreanos y chinos.
Aun cuando bruscamente el sol se hubiera levantado por el oeste, no nos habríamos asombrado tanto como en aquel instante.
—¿Cómo a su edad quiere seguirnos?
—No se preocupe por mis años. Entre los combatientes de Ulji Mun Dok19 y Ri Sun Sin20 hubo quienes contaban con una y media veces más años que yo. Así pues, la edad no constituye motivo para rechazarme.
—Pero, ¿quién va a cuidar a su esposa y sus hijos que lo estarán esperando impacientes en un lejano lugar de Helong?
—Hay un dicho: Incluso un destierro decidido, si no llega a cumplirse, provoca pena. Hice este camino con el deseo de entregarme por entero a la gran obra de salvación nacional, pero usted me ordena volver a casa. Usted, ¿acaso emprendió la lucha por el rescate del país teniendo quién cuidara a su madre enferma y sus hermanitos?
Fue imposible convencer al “Viejo de la Pipa”. Me rendí. Como recuerdo de su ingreso en la guerrilla le obsequié mi pistola, mi arma predilecta, que llevaba desde hacía dos años.
Una vez decidido su alistamiento, Ri Tong Baek contó con mucho ánimo el porqué no regresó a casa y decidió quedarse con nosotros.
—¿Sabe lo que me ha retenido a su lado? Primero, su elevado propósito. Segundo, su pantalón remendado y los sollozos de los enfermos de fiebre de Mihunzhen. ... Al verlo, sin vacilación alguna, acercarse a ellos que estaban aislados y atenderlos, medité mucho. No es tan fácil como decirlo, responder del destino de los subalternos y protegerlos, exponiéndose a sí mismo al peligro. He conocido otras personalidades, pero muy lejos de su altura. El hallazgo del genuino dueño de la revolución coreana, el real dueño que se ha encargado del destino de Corea, el verdadero dirigente, he aquí la causa principal de que me quedara. No perder tiempo en meras discusiones o disertaciones vanas, sólo este aspecto positivo ha sido suficiente para que usted, General, dejara impresionado a plebeyos instruidos como yo.
—¿Hay una tercera causa que lo retuvo?
—Sí, sin duda. Su modo de pensar creador y práctico y su inconmovible fe en la victoria de la revolución.
Un día, aprovechando un receso de la caminata, intercambiamos opiniones acerca de la organización del frente unido nacional. El “Viejo de la Pipa” expresó su criterio: en países como Francia, España y China, donde existen partidos políticos como el comunista, el socialista y el nacional, entre otros, así como agrupaciones del movimiento obrero, fue posible la creación del Frente Popular gracias a la alianza de esas organizaciones, pero en el caso de nuestro país, donde prácticamente no hay ninguno en la legalidad, opinó que es imposible.
Le entregué dos bolas de nieve, pidiéndole las juntara en una, mientras yo hice rodar otra más pequeña sobre la capa de nieve, hasta que llegó a tener el tamaño de la bola juntada.
—Mire, usted formó una bola con la unión de dos y yo otra del mismo tamaño haciendo rodar una menor. ¿Sigue insistiendo en lo imprescindible de la existencia de partidos políticos para crear una organización del frente unido?
Ri Tong Baek miró un rato la bola de nieve que estaba entre mis manos, como quien mira a través de un cristal mágico, y murmuró:
—Realmente resulta un principio profundo. Pero la bola de nieve es una cosa y el partido político otra.
—No obstante, para nuestra sorpresa, de entre los fenómenos naturales que presenciamos no pocos coinciden, desde el punto de vista de principios, con los sociales.
A continuación, le expliqué en detalle la política de frente unido que propugnábamos invariablemente desde la época de Jilin y las experiencias que acumularon los comunistas de la joven generación en la tarea de unir a las fuerzas patrióticas antijaponesas de diversos sectores y capas.
—El frente unido no se constituye imprescindiblemente con la alianza de partidos y otras organizaciones. Considerar absoluta la idea sobre la necesidad de éstos, es caer en dogmatismo. De contar con las masas y el núcleo rector, se puede asentar sin problemas una organización del frente unido. Mi criterio es agrupar a cuantas personas se pueda, diez o bien cien, teniendo por norma la comunidad de objetivos y aspiraciones. Partiendo de esta posición impulsamos desde hace tiempo el movimiento del frente unido.
Ri Tong Baek, dando ligeros manotazos a su nuca, dijo: “El dogmatismo sigue siendo un problema”, y de su boca salieron algunas risotadas.
Luego de explicarnos los motivos de su unión a nosotros añadió:
—Por fin, conozco lo que debo hacer al lado del General para adornar dignamente la última parte de mi vida. Es decir, he descubierto el valor de mi existencia. Es justo afirmar que el ser humano se siente feliz cuando se da cuenta de lo útil que puede ser a este mundo. En este momento soy ese ser dichoso.
—¿Qué es lo que ha hallado para sentirse feliz?
—Lo que he descubierto se asemeja a la tarea que cumplía David acompañando a Napoleón. Quiero transcribir en mi libreta de apuntes lo que él plasmó en sus lienzos. Pero, en mi caso, no la trayectoria histórica de las tropas de Napoleón sino la del Ejército Revolucionario Popular de Corea.
Ri Tong Baek cumplió con su promesa, escribió un diario sin faltar ni una vez. Y esto aun cuando tenía que saltar una o dos comidas e incluso ayunar varios días. Hasta sus últimos momentos desempeñó magníficamente el papel de cronista del ERPC. Al alistarse trabajó primero en el secretariado de la Comandancia y luego sirvió a la vez de redactor jefe del Samil Wolgan, órgano de la Asociación para la Restauración de la Patria y de administrador de la imprenta. Había reunido tantos documentos y materiales fotográficos que cada vez que el secretariado se mudaba, nos veíamos obligados a enviarle expresamente varios guerrilleros para transportar una decena de macutos repletos de papeles y los enseres del mimeógrafo.
En una ocasión Kim Ju Hyon le aconsejó que depurara los papeles para disminuir siquiera a la mitad su volumen, pero recibió una réplica tajante.
—¿Consideras estos documentos como los líos de papeles de la “Minsaengdan”? Eres un comandante, pero tienes una visión estrecha. Estos bultos son todos un tesoro, diez e incluso cien veces más valioso que la vida de tipos como yo. En el plano militar mandas un regimiento, pero en comparación con estos paquetes resultas como un soldado raso. ¿Sabes cómo se forma el tesoro nacional?
Después de ocurrido esto, los comandantes facilitaban sin objetar al “Viejo de la Pipa” el personal de transporte por mucha que fuera su carga.
Si los.montones de documentos, diarios y fotos que él mismo escribiera, recogiera y conservara no se hubieran perdido, hoy constituirían un eterno tesoro del país tal como había afirmado.
Una vez, hizo un disparo ocasional. Como mencionaba a menudo a Napoleón, un guerrillero de la escolta le llamó “viejo adorador de Napoleón”. En ese preciso momento acababa de armar la pistola al terminar de limpiarla.
—Eres un tonto. Esta pistola te dirá a quién adoro. Ahora la oirás.
Alzó hacia el cielo la mano con el arma, que tenía lleno el depósito, y apretó el disparador.
Ese inesperado tiro provocó la alarma en el campamento de Laomudingzi. Los comandantes amenazaron con una sanción de advertencia y de prohibición de portar la pistola durante un mes. Les pedí que lo perdonaran por ser su primer error, pero la disciplina era muy exigente. El arma en cuestión fue confiscada por Kim San Ho.
El que cayera en nuestra unidad una joya como el “Viejo de la Pipa”, podría decirse que era para mí una gran suerte, para mí que soy un afortunado con respecto a las relaciones humanas. Era como si un preciado hombre bajara del cielo para ayudarnos.
Después que se resolvió la situación de los más de 100 implicados en la “Minsaengdan”, se organizó la nueva división y se mejoraron las condiciones de vida de los miembros del Cuerpo Infantil del Maanshan, pude concentrar toda mi atención en los preparativos para la fundación de la Asociación para la Restauración de la Patria. Solucionadas satisfactoriamente, tal como nos proponíamos, múltiples preocupaciones, aunque resultó un proceso agotador, todos los trabajos avanzaban con rapidez.
Ri Tong Baek, junto con Kim San Ho, me sirvió de colaborador abnegado y minucioso, insustituible. Tan pronto como fue recibido en nuestras filas, lo incluimos en la comisión preparatoria para la fundación de la Asociación para la Restauración de la Patria. Entre todos los integrantes de esta comisión ambos desempeñaron los papeles clave, pero Kim San Ho, encargado del enlace con las organizaciones externas, tuvo que andar principalmente por fuera, quedando bajo la responsabilidad de Ri Tong Baek las tareas internas.
Me ayudó mucho también en la elaboración de la plataforma, los Estatutos y la declaración inaugural. Para cada artículo consultaba con él y le sugerí que redactara los proyectos. Rechazó mi propuesta porque, se justificaba, su estilo era anticuado, además de que no tenía la seguridad de poder reflejar con certeza mis propósitos. Fuimos perfeccionando uno a uno los documentos para la fundación, redactando yo los proyectos y completándolos él.
En el primer artículo de la plataforma fue donde tuvimos mayor divergencia de opiniones. Y era natural porque el contenido de este párrafo determinaba en pocas palabras el carácter, los ideales y objetivos de lucha de la Asociación para la Restauración de la Patria como organización política.
Le propuse lo que venía preparando mentalmente desde mucho tiempo atrás: con la movilización general de los 20 millones de coreanos destruir la dominación colonial del vandálico imperialismo japonés e instaurar un genuino gobierno popular. Luego de un rato de reflexión, movió la cabeza:
—Siento que queda un vacío porque no hay ni una frase que mencione la construcción de una sociedad de las clases desposeídas. Si en el primer párrafo de la plataforma no se
Días posteriores, cuando me encontré por primera vez con Pak Tal21 en el campamento secreto del monte Paektu y conversamos sobre la plataforma de la ARP, tuvo iguales opiniones en cuanto al primer artículo.
Resultaba indudable que por aquel entonces en nuestro país se difundían contagiosamente conceptos seudomarxistas.
Casi todos los que se autodenominaban comunistas creían que su ideología estaba en contradicción con ideales nacionales y predicaban que sólo liberándose de estos mezquinos ideales y manteniendo de modo consecuente los principios clasistas y la posición internacionalista, podían emancipar a la clase obrera y a toda la humanidad de la explotación y la opresión.
Una de las principales causas de que tuvieran esa opinión radicaba en haber asimilado de modo simple y mecánico lo que Marx dijera en el Manifiesto Comunista: “Para el proletariado no hay patria”.
Marx y Engels vivieron una época histórica en que aún no estaba madura la posibilidad de la revolución socialista en un solo país. Previeron que se realizaría de modo simultáneo en varios países de alto desarrollo capitalista. Si el proletariado se dejaba engañar por las dulces y seductoras palabras “nacionalismo” o “patriotismo” que predicaba la clase burguesa, objetivo al que había que derrocar, fingiendo ser protectora de los intereses nacionales, era posible que se echara a pique su causa revolucionaria de magnitud mundial. Para el proletariado no podía ser su patria la que estaba bajo la dominación burguesa y, por ende, fue preciso que se pusiera al lado del internacionalismo y el socialismo en el dilema: internacionalismo o exclusivismo nacional, socialismo o nacionalismo. Partiendo de este concepto, los clásicos marxistas velaron porque la clase obrera no quedara presa de la llamada ilusión patriótica y le instaron a que siempre defendiera el socialismo, abandonando los prejuicios nacionalistas, ante la encrucijada del patriotismo y el socialismo. En su análisis de las causas del fracaso de la Comuna de París, Marx apuntó que si los comuneros no atacaron a Versalles, la madriguera de la reacción, fue porque consideraron equivocadamente como un acto antipatriótico provocar la guerra civil en el momento en que la capital estaba asediada por el ejército prusiano, enemigo foráneo; y Lenin calificó de traición a la causa socialista el que al desencadenarse la Primera Guerra Mundial los revisionistas de la II Internacional se unieran a la burguesía en sus respectivos países bajo la consigna de la “defensa de la patria”, en violación de los principios revolucionarios de la clase obrera.
Alzarse bajo este estandarte en apoyo a los burgueses, fanáticos del incremento de sus riquezas personales aun a riesgo de la ruina de la nación durante las guerras de conquista colonial, constituye un acto traidor no sólo ante sus propias naciones sino también ante el socialismo. Por eso, el proletariado de los países imperialistas, para ser fiel a su causa, debe desarrollar campañas contra la guerra enarbolando la bandera del “antibelicismo”, en lugar de levantar el cartel de la “defensa de la patria”.
Pero, en el caso de los Estados coloniales y dependientes la situación es completamente otra. Que en ellos los comunistas levanten la bandera de la liberación nacional y del patriotismo significa justamente oponerse a la burguesía de la metrópoli, y de esta manera llegan a contribuir a la vez a las revoluciones nacional, clasista e internacional.
El error teórico-práctico de los pseudocomunistas, los seudomarxistas, se localiza en el hecho de que al no haber comprendido esta clara verdad consideraron absoluta la tesis de que “para el proletariado no hay patria” y rechazaron el patriotismo y el nacionalismo como enemigos del comunismo.
Puede afirmarse que en las nuevas condiciones históricas en que la revolución socialista se hacía por cada nación, de hecho, en las colonias no existían profundas grietas entre el genuino nacionalismo y el auténtico comunismo. Si hay algo que tener en cuenta, es que el uno subraya el aspecto nacional y el otro el carácter clasista, pero debería considerarse igual su posición de amar a la patria y la nación defendiendo los intereses de la nación y oponiéndose a fuerzas foráneas.
Es mi credo inconmovible ver en verdaderos comunistas y sinceros nacionalistas a genuinos patriotas. Partiendo de este credo hemos prestado invariable atención a la colaboración con auténticos y patrióticos nacionalistas y hecho todos nuestros esfuerzos para fortalecer la alianza con ellos.
Nos vimos obligados a consagrar mucho tiempo y esfuerzos para hacer comprender que si los comunistas coreanos peleaban por la liberación de la Patria era por derecho nacional y que esto no contradecía en absoluto el internacionalismo proletario. Al mismo tiempo, con nuestro firme espíritu patriótico y con la lucha práctica por la emancipación demostramos ante la nación que los comunistas eran patriotas que amaban de corazón al país y a los compatriotas, y finalmente nos pusimos dignamente al frente de la lucha de liberación nacional.
Un precioso fruto de esa lucha abnegada y prolongada lo constituyó la fundación de la Asociación para la Restauración de la Patria.
Por eso, con orgullo hicimos constar que se denominaría “Asociación para la Restauración de la Patria” y en el primer párrafo de su plataforma debíamos subrayar claramente que nos proponíamos recuperar la Patria e instaurar un genuino gobierno popular, parecido al de las bases guerrilleras de Manchuria del Este, con las fuerzas de todos los integrantes de la nación.
Cuando terminé de hablar, Ri Tong Baek casi gritó de júbilo, dándose golpecitos sobre sus rodillas:
—Ahora sí que lo comprendo todo. Era un ciego con los ojos abiertos. Mi General, lo que hemos hablado me quitó la ceguera. Estoy plenamente de acuerdo con usted.
Sobre otros artículos de la plataforma casi no hubo divergencias.
Así pues, en el Programa de 10 Puntos de la Asociación para la Restauración de la Patria planteamos el problema del poder como la primera tarea para la nación coreana y otras cuestiones políticas, tales como asegurar al pueblo la libertad y los derechos democráticos, promover el desarrollo democrático de la sociedad y proteger los derechos nacionales de los coreanos residentes en el extranjero.
En este documento estipulamos también la necesidad de la organización de un ejército revolucionario y tareas económicas para la etapa de la revolución democrática antimperialista y antifeudal, entre otras, confiscar sin indemnización las tierras pertenecientes a los imperialistas japoneses y los terratenientes renegados projaponeses, así como todas las empresas, ferrocarriles, bancos, barcos, granjas e instalaciones de irrigación de propiedad del Estado y de particulares japoneses y la totalidad de los bienes de los elementos vendepatria projaponeses, socorrer a los pobres, asegurar el desarrollo libre de la industria, la agricultura y el comercio, y construir la economía nacional.
La idea referente a estas últimas dos tareas se fundamentaba en nuestros invariables lineamientos de deslindar estrictamente el capital nacional y el entreguista, de estimular el capital nacional patriótico y de no perjudicar, sino proteger y apoyar de modo activo a los capitalistas nacionales con miras a aglutinarlos en el frente común antijaponés. Aquí radicaba la diferencia entre los seudocomunistas que insistían en golpear con un mismo palo a los capitalistas en su conjunto, incluyendo los nacionales antijaponeses, y los genuinos comunistas que consideraban como una fuerza motriz de la revolución a todos aquellos capitalistas nacionales que, aunque se denominaba burguesía, eran patrióticos por tendencia y antijaponeses en la práctica.
La plataforma de la ARP incluyó tareas socio-culturales e internacionales.
Pronosticaba ciertas fricciones en cuanto a lo relacionado con los religiosos, capitalistas nacionales y terratenientes patrióticos, pero, para mi asombro, Ri Tong Baek, quien durante la discusión del primer artículo había llegado a compartir nuestra concepción del mundo, supo adivinar mis opiniones. Al contrario, en este asunto, Kim San Ho, O Paek Ryong y otros adoptaron una actitud cerrada.
Mientras redactaba los proyectos de la plataforma, los Estatutos y la declaración inaugural, otros se ocuparon en preparar cartas y textos de propaganda que se despacharían en nombre de la comisión preparatoria de la Asociación. Fue una primavera muy atareada, se aprovechaban al máximo cada minuto y cada segundo.
En la casa del alcalde Ho Rak Yo, en el pueblo de Manjiang, se sometieron al examen definitivo de la comisión preparatoria el programa, los Estatutos y la declaración.
El “Viejo de la Pipa” lamentó que anteriormente los sectaristas, que pretendían hacer el llamado movimiento comunista, se habían entregado con frenesí sólo a las riñas por la hegemonía, siendo incapaces de presentar siquiera algo que pudiera llamarse plataforma. Pero ya apareció, manifestó con mucho regocijo, un nuevo faro que iluminaría el hasta hoy oscuro camino que debía seguir la revolución coreana.
Al completar a finales de abril todos los preparativos, determinamos como sede de la reunión constituyente el bosque de Donggang y nos trasladamos allí. Fueron casi todos los delegados a quienes extendimos las invitaciones, pero hasta el término de la conferencia no aparecieron por motivos desconocidos Ri Tong Gwang y Jon Kwang(O Song Ryun) de Manchuria del Sur, a pesar de que nos habían avisado que vendrían a cualquier precio. Del interior del país llegaron un delegado de Pyoktong de la religión chondoista y otro del campesinado, por conducto de la organización de Kang Je Ha, y por vía de la organización del partido en la zona de Onsong, recibimos un representante de los maestros y otro de los obreros.
La histórica conferencia constituyente de la Asociación para la Restauración de la Patria comenzó su trabajo el primero de mayo. No era todavía época de pleno florecimiento, pero en el bosque se hacía sentir el fuerte aroma de la primavera.
En la víspera del acto los delegados se agitaban emocionados.
La reunión, que por lo general se le llama Conferencia de Donggang, duró 15 días.
Primero, Ri Tong Baek leyó los mensajes de felicitación a la Conferencia y después yo presenté el informe.
En él planteé la tarea de agrupar a toda la nación como una sola fuerza política bajo la bandera de la restauración de la Patria y otras referentes a avanzar hacia las zonas fronterizas y al interior del país para desplegar de modo dinámico el movimiento del frente unido nacional antijaponés, y a crear una base en las cercanías de la frontera como punto de apoyo del Ejército Revolucionario Popular para poder desarrollar y extender más la Lucha Armada Antijaponesa. Con posterioridad, el texto del informe fue publicado en folleto bajo el título: Extendamos y desarrollemos más el movimiento del frente unido nacional antijaponés para imprimir un nuevo auge a la revolución coreana en su conjunto.
Finalmente, puse a debate de la Conferencia el proyecto del Programa de Diez Puntos y la declaración inaugural de la Asociación para la Restauración de la Patria.
Sobre la base de un correcto análisis de la situación revolucionaria, las condiciones socio-económicas y de la correlación clasista en nuestro país, en la década de los 30, en el Programa de Diez Puntos definimos el carácter y deber de la revolución coreana y sus principios estratégico-tácticos, y señalamos de modo claro su perspectiva, teniendo muy en cuenta los intereses de los obreros, los campesinos y de otras masas trabajadoras, y los comunes de los habitantes patrióticos de diferentes sectores y capas.
Los delegados, al aprobar plenamente el Programa, expresaron su júbilo porque ya podían avanzar con pasos seguros hacia la victoria de la revolución coreana, guiándose por claros objetivos de lucha, y su firme disposición a empeñarse para cumplir las tareas estipuladas en el documento.
No menos fuerte impresión produjo entre los delegados el debate de la declaración inaugural.
El texto cautivó desde la primera frase el corazón de los asistentes, sobre todo, la parte donde se exhortó ardorosamente a todos los integrantes de la nación a luchar incorporados en la Asociación para la Restauración de la Patria, expresando la seguridad de que si los 20 millones de coreanos participaban con fuerzas y acciones unidas en el frente antijaponés para la liberación de la Patria, contribuyendo cada cual, según sus posibilidades, con dinero, víveres o capacidad mental y talento, Corea se independizaría infaliblemente.
Después de adoptada la declaración se discutió en nombre de quién se haría público este documento.
Todos propusieron hacerlo conocer en mi nombre. Decían que esto era irrefutable, lógico y natural, porque fui el primero en plantear la idea de fundar la Asociación y dirigí el trabajo de la comisión preparatoria, así como redacté los proyectos del programa y la declaración.
Mi opinión era otra. Como la asociación que íbamos a constituir tenía que aglutinar a escala general a todas las fuerzas antijaponesas del pueblo coreano, debía revestir una forma nacional. Por eso, pensaba que como iniciador sería apropiada una persona de renombre, de avanzada edad, que se dedicara abnegadamente al movimiento de independencia de Corea desde la época de las actividades de las tropas de voluntarios o el Levantamiento Popular del Primero de Marzo.
De hecho, creía que nosotros no éramos conocidos entre amplios sectores del pueblo en el interior del país, porque hasta aquel entonces el Ejército Revolucionario Popular de Corea operó principalmente en los territorios de Manchuria. Nuestro nombre se fue divulgando ampliamente en el ambiente doméstico desde cuando en el monte Paektu se crearon bases secretas y la lucha armada comenzó a extenderse hasta la profundidad del territorio nacional. Si no me engaña el recuerdo, fue un día de septiembre de 1936, cuando un periódico del país, Maeil Sinbo, escribió por primera vez sobre los movimientos y los combates librados por el grueso de nuestra guerrilla. Se refería a la irrupción en el distrito de Changbai de una unidad de 150-160 efectivos y, de paso, añadió que el “jefe de la unidad era Kim Il Sung”. Esto sirvió de punto de partida a las publicaciones nacionales para informar a menudo de nuestras operaciones.
Con franqueza expliqué a los delegados: “Todos insisten en publicarla en nombre mío por haber sido iniciador y responsable de la comisión preparatoria y redactado el programa y los Estatutos, pero no tiene mucha importancia que se me mencione a mí solo en consideración de estos hechos. Resultaría mucho más eficiente exhortar, en nombre de una persona a quien conozcan los 20 millones de compatriotas, a unirse a la Asociación para la Restauración de la Patria. A mí bastaría con que me consideren un hijo de la nación que le sirve con callados esfuerzos.” Y les pedí olvidar cosas menores para elevados propósitos y designar como coiniciadores a personalidades patrióticas de avanzada edad y de renombre. Luego propuse hacer pública la declaración en nombre de Ri Tong Baek y Ryo Un Hyong, en calidad de promotores.
El primero en oponerse fue Ri Tong Baek. Afirmó que no valía la pena tener en cuenta cosas como la edad o el prestigio de tiempos anteriores y volvió a insistir en la imposibilidad de nombrar iniciador a un hombre como él soslayando el innegable hecho de que dentro y fuera del país no había más que el General Kim que, representando efectivamente a toda la nación, dirigía la gran obra de la restauración de la Patria, y reiteró que, lógicamente, yo debía ser tanto el presidente de la ARP como el iniciador. Y en consideración de mi opinión, propuso a Ryo Un Hyong y a mí como coiniciadores.
Al cabo de un serio debate admití ser uno de los coiniciadores bajo la condición de utilizar el seudónimo Kim Tong Myong. Ante mi actitud de ceder, él también estuvo de acuerdo en ser uno de ellos.
Así, la declaración inaugural de la Asociación para la Restauración de la Patria, hecha pública el 5 de mayo, tuvo como coiniciadores a tres personas: Kim Tong Myong, Ri Tong Baek y Ryo Un Hyong.
Ri Tong Baek fue quien me puso Kim Tong Myong. Ante mi decisión de consentir bajo la condición de tener un seudónimo, él no pudo insistir más, y luego de reflexionar un rato, dijo que sería conveniente el de “Tong Myong”, significando “Tong” el Este y “Myong” la luz, conservándose mi patronímico Kim. En su opinión, en el sentido de representar a la nación, “Kim Tong Myong” resultaría un nombre apropiado desde varios aspectos. Todos expresaron su aprobación con atronadores aplausos. Así, pues, al igual que mi nombre “Kim Il Sung”, “Kim Tong Myong” también fue creado por otras personas.
La declaración de la Asociación para la Restauración de la Patria hecha pública, fue despachada posteriormente a diferentes regiones del interior y exterior del país y en algunas partes fue reproducida a su manera y se sustituyeron los nombres de los iniciadores con los de personas influyentes y de renombre en cada localidad. Permitimos proceder de modo flexible, según las condiciones específicas. Por ejemplo, con respecto a la misma denominación de la organización, en Manchuria del Este se le llamó ARP de los Coreanos en Manchuria del Este, y en Manchuria del Sur ARP de los Coreanos Residentes en Manchuria. Ello explica que en algunos textos de la declaración, recogidos por el Instituto de la Historia del Partido, aparezcan los nombres de otras personas, como O Song Ryun, Om Su Myong, Ri Sang Jun(Ri Tong Gwang) y An Kwang Hun.
En virtud de la opinión unánime de los delegados asumí el cargo de presidente de la ARP.
Por primera vez en la historia de la lucha antijaponesa de liberación nacional surgió así una organización permanente del frente unido nacional antijaponés.
Esto constituyó un acontecimiento trascendental para la consolidación de la base de masas de la revolución. Porque gracias a la creación de esta organización el movimiento del frente unido nacional, en estrecha combinación con la Lucha Armada Antijaponesa, pudo desarrollarse con rapidez y a escala de todo el país, de modo más orgánico y sistemático, y movilizar con energía a todas las fuerzas antijaponesas para la lucha de emancipación del país.
El problema de aglutinar en el frente de la restauración a todas las fuerzas de la nación fue la primerísima tarea que planteamos desde el momento inicial de la lucha, y para alcanzarla veníamos haciendo pacientes preparativos desde varios años atrás.
La fundación de la ARP fue un poderoso resultado de los iniciadores y tesoneros esfuerzos de nuestros jóvenes comunistas que se entregaron a la preparación de las fuerzas internas de la revolución. Constituyó un motivo histórico para que nuestro pueblo manifestara una vez más solemnemente su voluntad de librar con sus propias fuerzas y con mayor resolución, la lucha contra el imperialismo japonés, así como fue un hecho trascendental que propició un nuevo impulso a la revolución coreana en su conjunto, cuyo eje era la Lucha Armada Antijaponesa.
Este acontecimiento, por haber correspondido a la exigencia del desarrollo de nuestra revolución y a la corriente de la época, tuvo pleno apoyo y amplia repercusión dentro y fuera del territorio. De diferentes regiones del interior y exterior del país se alzaron voces de aprobación. Las primeras reacciones se registraron en las tropas independentistas.
Inmediatamente después de proclamada la creación de la ARP, Yun Il Pha, jefe del estado mayor gubernativo del Ejército Revolucionario de Corea, envió un mensaje en el que nos felicitaba y manifestaba su deseo de tener con nosotros estrechos vínculos en el frente antijaponés. Y un propulsor del movimiento nacionalista, llamado Pak, que actuaba en Shanghai, emprendió un largo viaje para entrevistarse con los representantes de la ARP en Manchuria del Sur. El, un patriota con muchos años de participación en el movimiento independentista en Shanghai, Beijing, Tianjin y otras zonas del interior de China, ejercía una importante influencia entre los seguidores de este movimiento. Prometió que desarrollaría el trabajo de la ARP en escala amplia en el interior y exterior del país y dedicó mucho tiempo al examen de las vías para fundar con posterioridad el “ejército revolucionario independentista” como fuerzas armadas de toda la nación.
Tal como Ri Tong Baek escribiera en un artículo insertado en el primer número de la revista Samil Wolgan: “El señor X, jefe superior de la religión chondoista, visita personalmente al representante de nuestra ARP”, también el patriarca chondoista Pak In Jin, al recibir la buena noticia sobre la fundación de la Asociación, llegó hasta el campamento secreto del monte Paektu para entrevistarse con nosotros. Fue en esa ocasión que prometiera hacer miembro de la ARP al millón de militantes del partido de la juventud chondoista.
Vinieron a vernos, sin parar, numerosas personas, entre las cuales estaban Ri Chang Son, Ri Je Sun y Pak Tal, e hicieron activas contribuciones a la ampliación de las organizaciones de la ARP.
No alcanzarían varios voluminosos tomos para escribir sobre la historia del desarrollo de la ARP que en poco tiempo creció como una organización de carácter pannacional con cientos de miles de militantes.
Su nacimiento en la ladera norte del monte Paektu, en mayo de 1936, fue un evento histórico que abrió una nueva coyuntura para el avance de la revolución coreana y dio luz a la aurora de la restauración de la Patria. Así pues, en esa ladera comenzó a clarear el nuevo y resplandeciente día de la revolución coreana.
N O T A S
1. Ryo Un Hyong (1886-1947) Nació en Yangphyong, provincia de Kyonggi. Luchó por la independencia de Corea, involucrándose en el “Gobierno Provisional en Shanghai” y el “Partido Comunista de Coryo”. Más tarde, se desempeñó como director del periódico Joson Jung-ang Ilbo, presidente del Comité Preparatorio para la Construcción Estatal de Corea y presidente del Frente Democrático Nacional de Corea del Sur. En 1946, fue recibido en Pyongyang por el Presidente Kim Il Sung y regresó a Soul, donde combatió por la línea política soberana y la reunificación independiente y pacífica de la Patria, hasta que fue asesinado por el enemigo. 11
2. Paek Nam Un (1897-1979) Nació en Kochang, provincia de Jolla del Norte. En Soul trabajó de maestro y se dedicó a las actividades clandestinas creando una organización. Fue detenido por la policía del imperialismo japonés y sufrió vida carcelaria. Más tarde fue vicepresidente del Partido del Pueblo Trabajador y luchó contra la política colonial del imperialismo norteamericano. En abril de 1948 participó en la Conferencia Conjunta de los Representantes de los Partidos Políticos y las Organizaciones Sociales de Corea del Norte y del Sur. Al fundarse la RPDC, fue designado como ministro de Enseñanza y se desempeñó más tarde como director de la Academia de Ciencias y presidente de la Asamblea Popular Suprema, contribuyendo a la prosperidad y el desarrollo del país y a la reunificación de la Patria. 65
3. Kang Yong Chang (1912-1965) Nacido en el distrito Ponghwa, provincia de Kyongsang del Norte, en el período de la ocupación de Corea por el imperialismo japonés, se graduó de la Universidad Tecnológica de Lüshun, China, y trabajó como ingeniero en la compañía eléctrica “Mitsubishi”, de Japón. Después de liberado el país, se pasó al Norte y trabajó sucesivamente como ingeniero en jefe de la Acería de Songjin, ministro de la Industria Metalúrgica y director de la Academia de Ciencias. A pesar de las intrigas de los reaccionarios siempre confió y siguió al Partido del Trabajo de Corea y actuó con entusiasmo por la rehabilitación y el desarrollo de la economía nacional, la construcción socialista y por el fomento científico y tecnológico del país. 65
4. Cuerpo de preservación de seguridad Organización lacayuna reaccionaria que durante la Guerra de Liberación de la Patria (Guerra de Corea por otro nombre, junio de 1950-julio de 1953) crearon las tropas de los imperialistas norteamericanos y la camarilla títere del Sur de Corea en las zonas del Norte que ocuparon temporalmente. 65
5. “Trece Balas” Mote dado a un guerrillero que fue acribillado por trece balas combatiendo en el puesto de avanzada del valle Ssukbat frente al ataque de la tropa “punitiva” del imperialismo japonés durante el combate de defensa de la zona guerrillera de Xiaowangqing (1933-1934). 83
6. Kim Jin (1912-1939) Primer héroe, quien cubrió con su pecho la boca de una casamata enemiga. Participó en la Lucha Armada Antijaponesa, organizada y dirigida por el Presidente Kim Il Sung. En agosto de 1939, en el combate de Dashahe, del distrito de Antu, cubrió con su cuerpo la boca de la casamata enemiga y cayó tras abrir el camino de avance a su unidad. 94
7. Ri Su Bok (1933-1951) Soldado del Ejército Popular de Corea, oriundo de Sunchon, provincia de Phyong-an del Sur. En el combate por la conquista de una elevación colindante con la cota 1211, que tuvo lugar durante la Guerra de Corea provocada por el imperialismo norteamericano y la camarrilla títere surcoreana, cayó después de asegurar el ataque de su unidad cubriendo con su cuerpo la boca de una casamata enemiga. 94
8. Kim Kwang Chol (1965-1990) Oficial del Ejército Popular de Corea. Murió en enero de 1990 en unos ejercicios de combate luego de salvar a más de diez soldados cubriendo con su cuerpo una granada de mano activada. 94
9. Han Yong Chol Soldado del Ejército Popular de Corea. En febrero de 1992, cuando tenía 21 años, cayó al proteger a sus compañeros tapando con su cuerpo una granada de mano activada durante la preparación de un entrenamiento de combate. 94
10. Humillantes derrotas en Fengwudong y Qingshanli Se trata de ignominiosas derrotas del ejército agresor japonés por el Ejército independentista de Corea dirigido por Hong Pom Do y otras
11. Ho Hon (1885-1951) Nació en la provincia de Hamgyong del Norte. Trabajó de abogado en Soul. Se opuso a la ocupación de Corea por el imperialismo japonés. Después de liberado el país, luchó por la reunificación de la Patria como el presidente del Comité Central del Partido del Trabajo de Corea del Sur y luego se pasó al Norte. Se desempeñó sucesivamente como presidente de la Asamblea Popular Suprema, rector de la Universidad Kim Il Sung y copresidente del Frente Democrático por la Reunificación de la Patria. Se consagró por la construcción de una nueva Patria, la reunificación independiente de Corea, la prosperidad nacional y la educación de las generaciones venideras. 160
12. Kim Ku (1876-1949) Nació en
13. Conferencia Conjunta del Norte y del Sur de Abril Reunión en la que se discutió la reunificación de la Patria con la participación de 695 representantes de 56 partidos políticos y organizaciones sociales del Norte y el Sur y otros delegados de los compatriotas en ultramar y algunos nacionalistas de derecha. Se efectuó en Pyongyang en abril de 1948. El Presidente Kim Il Sung presentó el informe: Situación política de Corea del Norte, en el cual expuso las tareas para alcanzar la reunificación independiente de la Patria. 197
14. C
15. Han Pyol Seudónimo del Presidente Kim Il Sung durante sus primeras actividades revolucionarias. Fue dado por los jóvenes comunistas. Estos decidieron sustituir su nombre original, Kim Song Ju, por el de Han Pyol, que significa “uno” y “estrella”, en expresión del deseo de que rutilara como un lucero matutino en el oscuro cielo nocturno de Corea ocupada por los foráneos. Más tarde, lo llamaron Kim Il Sung, cambiándolo por ideogramas que significan “sol” y “formación”, con lo que exteriorizaban su ardiente anhelo de que se convirtiera en un radiante sol para la nación. 236
16. Leyenda sobre Kyon U y Jik Nyo Se trata del infortunado destino del boyero Kyon U y la tejedora Jik Nyo en un país celestial, que debían vivir separados aunque se amaban ardientemente. 242
17. Hong Kil Dong Protagonista de una novela medieval de Corea titulada Cuento de Hong Kil Dong. Se describe como un hombre “extraordinario”, caracterizado por el don de ubicuidad impar y magistrales tácticas con que se dedica al trabajo justo. 247
18. Paralelo 38 Paralelo 38 de latitud Norte a lo largo del cual, después de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos marcó la línea divisoria entre el Norte y el Sur de Corea liberada (agosto de 1945), alegando la asignación de las zonas para “desarmar” al ejército japonés derrotado y aceptar su capitulación. Fue inventado por Estados Unidos con el propósito de ocupar a toda Corea. 280
19. Ulji Mun Dok General patriótico de Coguryo. En la batalla de Salsu, durante la guerra Coguryo-Sui en 612, asestó golpes demoledores al enemigo y condujo al pueblo y al ejército a la victoria. 401
20. Ri Sun Sin (1545-1598) Almirante patriótico coreano de la época de la dinastía de los Ri. Diseñó y construyó el Kobukson, primer buque acorazado del mundo. Durante la Guerra de la Patria Imjin (1592-1598) destruyó centenares de barcos y aniquiló decenas de miles de efectivos del ejército agresor japonés, lo cual llevó al fracaso la tentativa enemiga de la “marcha simultánea por tierra y mar” y contribuyó en gran medida al triunfo en la guerra. Cayó en el último combate marítimo de Roryang. 401
21. Pak Tal (1910-1960) Nació en Kilju, provincia de Hamgyong del Norte. Durante la ocupación de Corea por el imperialismo japonés actuó como responsable de la Unión de Liberación Nacional de Corea y luchó contra el imperialismo japonés. En septiembre de 1938, delatado por un lacayo, fue detenido y encarcelado por la policía nipona. Con la liberación del país (agosto de 1945) salió paralítico de la cárcel de Sodaemun de Soul y luego se dedicó a escribir. 406
Impreso en la República Popular Democrática de Corea