Un día de Agosto de 1951 el Presidente Kim Il Sung se encontró con la delegación del partido y del gobierno de un país socialista, la cual iba a participar en la ceremonia conmemorativa del sexto aniversario de liberación de la Patria.
Pero el interior del despacho del gran Líder era muy modesto.
Aunque hacía calor sofocante de agosto, no tenía ni un ventilador, la mesa era ordinaria y sobre la mesa había solamente un teléfono de campaña y ni siquiera tenía una silla normal para acoger al visitante extranjero.
Los visitantes expresaron sus emociones en un ambiente perfecto aprovechando la conversación.
En aquel tiempo, el jefe de la delegación le dijo al gran Líder que, aunque tenían condiciones difíciles de la guerra, había que decorar el despacho del camarada Comandante Supremo.
El gran Líder, riéndose a carcajadas, dijo que, podía preparar bien el despacho del Comandante, pero el pueblo coreano hacía una guerra sin distinción del frente y la retaguardia, y era suficiente con ese despacho pensando en los compañeros que luchaban con sus vidas en las cotas.
Los visitantes miraron mutuamente con una emoción profunda ante el rasgo noble del gran Líder, quien no valoraba ninguno para el pueblo y para los militantes y negaba todo en cuanto a sí mismo.